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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Victoria Cromwell Dom Mayo 13, 2012 7:41 pm

Pocas eran las ocasiones en las que Victoria solía manifestar estar a gusto o entretenida de forma sincera en las onerosas reuniones que generalmente solían darse en los salones del Palacio Real y que recibían a renombradas figuras de la aristocracia local, también viéndose alguna que otra vez algún representante de la alta alcurnia extranjera.
Y no era novedad alguna que la Reina no era de las personas más simpáticas de la realeza escocesa. Haciendo oídos sordos a los comentarios ajenos, que poco interés despertaban en su persona, tenía bien sabido que muchos de aquellos que la rodeaban habían manifestado a sus espaldas el disgusto que les generaba una mujer con una personalidad tan reacia a la amabilidad ajena. Pero para Victoria, nadie era amable porque sí y menos aún aquellas criaturas sedientas de poder y reconocimientos que ésta, jamás estaría dispuesta a fomentar.

La música, la bebida y las danzas tradicionales habían sido aquello que entretuvo a la escocesa hasta altas horas de la noche. Dos o tres copas de vino blanco también habían contribuido a aquella particular amenidad presente en la comúnmente fría soberana. Más de uno deseo que Su Majestad viviese en aquel estado de leve desinhibición por siempre.

Con sus pies cansados, la última acción de Victoria aquella noche fue desvestirse y deshacerse de sus gravosas alhajas al lado de su cama, para luego recostarse junto a su estimado esposo, que para aquellas horas ya dormía plácidamente. Ella tenía muy presente que su cónyuge tenía en su haber muchas más responsabilidad que ella pata atender, así que siempre comprendía su abandono de los innumerables festejos en horas tempranas.

Los primeros rayos de la mañana se adentraron por el inmenso ventanal de cristal que yacía frente al inmenso y adornado lecho Real. Los ases luminosos atravesaron sin problema las finas cortinas de tonos claros, arribando así al rostro de aquella que se negaba por completo a abrir sus ojos.
El efecto del vino ya se había disipado de sus venas, sin embargo aquella desinhibición aún permanecía presente en su cuerpo, que moviéndose lentamente sobre las suaves telas egipcias que recubrían la cama, disfrutaba de la sensación provocada al deslizar sus cálidas extremidades por las zonas frías del catre.
Sus muslos eran rozados delicadamente por el fino algodón que comprendía su frágil y blanco camisón, adornado sutilmente por encajes y bordados del mismo tono.
Victoria denotó como su anatomía se veía invadida por una sensación de anhelo, de antojo particular. Lentamente el cuerpo de la escocesa experimentaba el temple propio del fogaje, del deseo, aquel sentimiento que solo podía mitigar con una persona, su esposo.

Presente estaba en la mente de la Reina que desde su casamiento, el matrimonio jamás se había consumado completamente. Ésta gustaba de creer que todo radicaba en que dada su juventud y el narcicismo de Vincent, éste aún no se veía interesado en enfocar su tiempo a un recién nacido, a un futuro heredero de la Corona.
Pero lejos estaban de Victoria en aquel instante los intereses propios de asegurar su posición como Reina al ser la progenitora de un sano varón hijo del Rey de Escocia. No, en aquella instancia, era la pasión, era la necesidad de sofocar sus necesidades carnales las que impregnaban el interior y exterior de la soberana.

Retrayendo sus ojos de forma mínima, apenas alcanzó a denotar la luz que invadía la inmensa y silenciosa recamara. No poseía nitidez de los objetos en sí, negándose a despertar por completo. Gustaba de aquella percepción de estar dormida y a su vez no.
Extendió suavemente su mano hacia el otro lado de la cama por debajo de las sabanas y colchas, como si de una serpiente al acecho se tratase. Sus dedos iban en búsqueda del contacto con aquel que su cuerpo anhelaba carnalmente. Relamió sus secos labios y cerró por completo sus ojos nuevamente.
- Vincent… Vincent - balbuceó, dejando en el tono de su voz aquel aletargado y pasional sentir interno.
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Mensaje por Vincent Cromwell Miér Mayo 16, 2012 5:53 pm

Love and marriage
Love and marriage
Go together
Like a horse and carriage
Dad was told by mother
You can't have one
You can't have none
You can't have one
Without the other


La inusitada calma de la mañana anunciaba un nuevo día, los pajarillos danzaban juguetonamente por el cielo trinando una canción que me hizo abrir los ojos con dificultad, el lecho se abría paso debajo de mi cuerpo el cual cómodamente descansaba sobre el, cubierto por nada más que una manta de blanca seda, alcé mis brazos para impulsar mi torso hacia delante y reacomodarme para despojarme por completo de la somnolencia que aún yacía después de mi letargo.

Parpadeé un momento para alcanzar a distinguir a lo lejos la claridad que se colaba entre los ventanales, que en su momento me hizo cerrar los ojos estrechándolos para volver a abrirlos lentamente. Las noches anteriores había tenido un sueño recurrente que se repetía una y otra vez; Yo en medio de un laberinto de arbustos espinosos que no me permitían salir a la superficie, en esta ocasión no sería la excepción, tal parecía que mi conciencia pasaba la factura de mis acciones, el remordimiento me ensombrecía y me castigaba lentamente ¿Acaso tendría que parar de hacerle eso a la mujer que había unido su vida con la mía por la eternidad?, la situación por la que pasaba no solucionaba nada, tampoco daba respuestas a las preguntas que día y noche se formaban en mi cabeza.

Presencie desde mi cama el resto del amanecer, dubitativo mis ojos se acostumbraban al cambio de colores y efectos, en ese momento el suspiro de mi acompañante llamó mi atención – resultaba placentero verla postrada en la cama – tan calma como los copos de nieve que caen en las montañas, su piel blanca aclamaba ser acariciada con pétalos de rosas, su belleza extraordinaria me golpeaba como dos guantes justo en la cara, no me arrepentía de haber tomado la decisión en aquel entonces de enlazarme, me sentía orgulloso de tener a mi lado una mujer digna de la corona de Escocia a pesar de que su carácter no fuera del todo aceptado entre la sociedad o a veces por mi – Si fuera un poco menos fría…- pensé nuevamente, aunque ¿Quiénes eran los demás para desacreditar a mi reina y mi voluntad?, tenían que acostumbrarse y someterse a mi palabra, mis decisiones eran irrefutables, pero hacia más de cuatro años desde nuestra unión que el matrimonio no se había consumado como debía, lo que ponía en tela de juicio su fertilidad, no era por falta de atracción o por qué no la deseara, la razón por la que no la había desflorado, todo lo contrario, para mi lucia exquisita como las orquídeas, incitándome a tocar lo que por derecho me pertenecía, pero que por orgullo no adquiría.

Mi vida a lado de Victoria solo merecía ser contada por nosotros, ni nuestros consejeros más cercanos entendían las razones o acuerdos a las que sin palabras habíamos llegado, la reina sostenía mis hombros, una mujer recia pero centrada, con los pies en la tierra, cuestionaba como el filo de una espada las defensas de mis señores o consejeros, lo admiraba todo de ella, esa capacidad por debatir, ese porte por imponer y responder, distaba mucho de las comunes mujeres de la corte, tenía un sello particular y precisamente eso era lo que me atraía y amaba de ella –La amaba a mi modo- . Mientras pensaba permanecía sentado a su costado cuando me pareció escuchar de sus labios un susurro que formaban las letras de mi nombre convocándome - Vincent, Vincent – decía, los movimientos curvilíneos de su cuerpo sobresalían entre las sabanas y su camisón transparentaba parte de su abdomen, sintiéndome atraído por la dulzura y fogosidad de su llamado acudí a su lado para deslizar las manos por su cuello hasta su oreja que acaricie con mucha suavidad – Estoy aquí, mi reina… - acerque mis labios a su oído depositando un beso inocente sobre ella, me había costado enseñarme a compartir una habitación con una sola mujer - en este caso mi esposa- ya que mis costumbres se determinaban más a un monarca egocéntrico y solo, independiente, sin necesidad de una sola mujer que llenara mi cama, podía hacerme de cualquiera que tuviera una buena figura o deseos de calmar mi apetito carnal, pero Victoria, me resultaba fascinante…Un juego con el diablo al cual me invitaban a pasar y yo deseaba participar curioso.



Última edición por Vincent Cromwell el Lun Mayo 21, 2012 6:24 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Victoria Cromwell Miér Mayo 16, 2012 8:24 pm

La cálida y anhelada evocación tuvo respuesta. Y la voz de aquél que poseía todas las características para haber sido elegido por Dios arribó a los oídos de Victoria en forma de susurro.
Un dulce aliento, envuelto en la virilidad propia de un hombre como él, hizo de aquellos vocablos un preludio musical que solamente incitaba a la escocesa a retorcerse aún más en aquella apetencia carnal.

Su mano se apodero de la de su esposo, dirigiéndola bajo las mantas de su lecho hacia la calidez de su curvilínea figura, esa que sigilosa solicitaba ser explorada por el tacto de su único y merecedor dueño. El avance se detuvo sobre las caderas de una Victoria sosegada, sumergida en los sentimientos característicos de una dosificada somnolencia que ahora comenzaba a ser disipada por el temple de un progresivo antojo lascivo enjaulado desde hace años.

Victoria era una mujer muy medida con aquello que reflejaba ante los demás. Su padre la había educado así. Los demás deberían notar lo que fuese conveniente, no lo que ésta sintiese en realidad. Los sentimientos nublaban la vista crítica, racional, beneficiosa en las personas. Y una dama en su posición debía medir cada palabra, cada reflejo de sus ojos ante aquellos a los que a su gusto o no, debía de tratar obligatoriamente.
Pero con Vincent, todo resultaba ser diferente. En él, la reina había encontrado un pequeño refugio, una morada donde sin siquiera pronunciar una palabra sabría que sería entendida.
Más allá del obvio beneficio de aquella unión, Victoria estimaba a su Rey y casi todo lo que lo conformaba. Había aprendido a quererle inclusive viéndose lejana a él, por aquel narcicismo innato del escoces, que seguramente lidiaba día a día con el compromiso de dejar atrás sus individualismos.
¿Lo amaba? Lo veía como el único hombre en su vida, esa era su respuesta. No de un día para otro se generaría ese encuentro interno de emociones en aquella que había sido criada para pensar, no para sentir. Pero como en todo caso, había excepciones. Y con el pasar de cada jornada, el alma de Victoria lentamente se atrevía a salir de su coraza, revelándose ante la única persona que sentía, era merecedora de su entera y ciega confianza; su esposo.

La mano del Rey aún yacía sobre sus caderas. El contraste de temperaturas paulatinamente comenzaba a encontrar un punto medio, mientras el cuerpo de la soberana suavemente comenzaba a extenderse. Sus piernas, sus pies se estiraban grácilmente, abandonando aquel letargo propio del despertar. El sueño se iba con los rayos del Sol y los desperezamientos. El deseo avivaba su llama con el tacto ajeno, con sus murmureos y su cálido respirar.

Sus relamidos y ahora humedecidos labios hicieron contacto con el demarcado mentón de un esposo sosegado, medido con sus acciones físicas. Y ella solo buscaba despertar en él aquellos que residía también en su interior y que sin temor al rechazo finalmente comenzaba a manifestarse.
Su fresca y enigmática mirada invitaban al juego, al movimiento desinhibido. Su cuerpo, reforzaba aquella idea que ya se palpaba en el aire de la habitación.
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Mensaje por Vincent Cromwell Sáb Mayo 19, 2012 12:59 pm

Era una invitación a probar sus labios, si la perfección hubiera tenido nombre sin duda Victoria lo llevaría, mis manos parecían reaccionar a sus encantos, era un llamado que no podía dejar pasar, un oasis en medio de un desierto, ofreciéndome agua fresca y palmeras que refrescaban al sol intenso o también un fuego cálido nacido en las temperaturas más extremas de los polos.
No lo sabía, el deseo contenido por cuatro años se desbordaba por los poros de mi piel, su aliento dulce chocaba con el mío provocándome a explorar más en sus caderas, su vientre y sus piernas.

Esa mañana sabía lo que ella buscaba y lo que yo deseaba, era inevitable sentirme atraído por la mujer que había elegido hace algunos años como mi esposa y reina, acudir bajo su regazo era lo que calmaba mi culpa y mis pensamientos, mis dedos marcaban sus curvas por debajo de las sabanas, ellos parecían encontrar a cada centímetro una respuesta a mis instintos, complaciéndome por la piel tersa y cálida que tocaba, desde sus rodillas hasta su vientre dibujé figuras apropiándome de su cuerpo, si ese no era el momento para pensar una sola frase surcaba mi mente; la hermosura y sutileza de mi reina en nuestro lecho, buscándome incansablemente y yo respondiendo a su embrujo que transmitían sus ojos, sus labios y su rostro.

No parecía que me caía en el abismo, si no que me sumergía en el momento dónde nuestros cuerpos parecían uno sólo bajo las sabanas, entre caricias, finalmente deslice mis labios sobre sus pómulos dando pequeños y fugaces besos sobre estos, deslizándolos con una ternura que sólo podría ser comparada al trato que se le da a una muñeca de porcelana, capaz de romperse con el más mínimo toque brusco.

Cuando sus labios se encontraron con los míos sellamos el instante en un beso largo sin el aletargado sentido de nuestros cuerpos, que ya nos había abandonado momentos atrás, era inexplicable la sensación, el deseo que recorría mi cuerpo por complacerla pero también de complacerme y conocerla de otra manera, no era un deseo carnal únicamente lo que me embriagaba, tenerla entre mis brazos era una recompensa a mi espera y ambos lo sabíamos.

Deje atrás mis movimientos mesurados para entregarme tanto como ella lo hacía, mi corazón latía acompasado con el de la monarca, su respiración se enlazaba con la mía en una mezcla de sabores dulces y exóticos los cuales me encantó probar entre sus labios una y otra vez, con uno de mis brazos la tomé de la cintura para estrecharla entre mi cuerpo recostándome a su costado, el choque entre su cuerpo y el mío incendio mi anhelo por continuar así simplemente disfrutando de su anatomía.


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Mensaje por Victoria Cromwell Lun Mayo 21, 2012 3:35 am

Meet me in the red sky and dance with me
Let the valley change you and the night set you free
It's dusky in the dessert, it's heaven at the gates
You are my desire, you are my escape.



Otro aspecto más en que ellos dos no necesitaban expresar con palabras aquello que anhelaban. En este caso, la cálida y suave fusión de sus labios, unos contra otros habían transmitido la aceptación, la intención en común a llevarse a cabo.
El entero cuerpo de la soberana, sus caricias, su aterciopelado hálito tan solo convocaban a su esposo a adentrarse en la misma dirección que ella; la ruta de la pasión, del exquisito y profundo deseo lujurioso.

Mientras sus húmedos y rosáceos labios continuaban deleitándose con el mentolado gusto de los de su amado Rey, una de las delicadas manos de la escocesa comenzaba a tomar posesión de la espalda de su compañero. Suaves caricias comparables al tacto de la seda eran impartidas por la frágil mano femenina que recorría con la yema de sus dedos el sendero demarcado de la columna vertebral de su esposo. De arriba hacia abajo. De abajo hacia arriba. Una y otra vez hasta sentir como aquella piel lisa, varonil lentamente se erizaba ante la estimulación, ante la suplica de que aquellas carantoñas jamás le abandonasen.

Su anatomía no tardó en estrecharse con la de él, como si sus cuerpos respondieran sin reprobación alguna a las leyes de la atracción.
Sintió la calidez que el cuerpo de Vincent emanaba a través de sus finos ropajes. Sus pechos se apoyaron sobre el torso ajeno, implorando aquel contacto necesario, anhelado. La pasión lentamente comenzaba a cegar a Victoria de todo pensamiento, de toda regla protocolar, mismas que tenía presente en cada instancia de su vida. Pero en ésta no, en el plano de la lujuria solo se dejaría llevar por sus necesidades, por sus instintos más sumergidos. Sería lo que únicamente podría revelar ante su esposo.

Haciéndose ávidamente de bocanadas de aire entre aquellos profundos besos imposibles de no degustar, los ocelos de la soberana comenzaban a tomar un brillo particular. El reflejo propio del placer, de su lado más primitivo se dejaba entrever, más aún al notar como Vincent se ahogaba en aquellas templadas aguas junto con ella. Finalmente habían asumido aquella travesía pasional después de tanto tiempo. Ya no habría vuelta atrás. Los brazos de la lujuria no los dejarían escapar hasta que el sentir mismo del éxtasis haya invadido sus respectivas humanidades de pies a cabeza.

Continúo explorando la anatomía de su Rey como solo ella podía hacerlo. Lenta, analítica, con tacto delicado pero manifestante de su deseo, de su intención de poseerlo. Vincent caería en sus garras. Lo haría su hombre por medio de aquella danza palpable y estimuladora.
Brazos poseedores de fibrosos músculos remarcaban aquella fuerza, aquel poder del que su consorte gozaba. Su ardiente piel masculina y tirante, reflejo de la juventud y hombría que a través de su sangre recorría todo aquel cuerpo del que Victoria se apoderaría pasionalmente, bajo la petición de sus entrañas, de sus necesidades como mujer.

Su mano derecha fue llevada por su mismo instinto carnal a sumergirse en las sabanas que aún escondían ambos cuerpos, pero que no evitaba el contacto de los mismos, enlazados, estrujándose uno con el otro solo para aferrarse a ese exquisito ardor, a ese sentimiento de querer del otro cada vez más.
Astuta, decidida la mano de Victoria se hizo con la despierta intimidad del Rey. Mordió su labio inferior de forma provocativa y a la vez picara, honrada de llevar a su esposo a ese estado de rígida y palpable excitación. Acarició aquella zona por encima de los ropajes de él, buscando incrementar su deseo, su anhelo porque ciertas cosas se dieran cuanto antes. Un malicioso juego en el que Victoria parecía encontrar cierto goce.
Teniendo ya aquella ansiedad de avanzar compartida, la misma se aplacó momentáneamente en el instante que los dedos de la Reina se escabulleron entre las ropas bajas de su consorte para que su mano se hiciese con el miembro de éste. Como si de un objeto preciado, frágil y de su pertenencia se tratase, comenzó a acariciarlo sutilmente, recorriendo su extensión y diámetro. Lentas y medidas caricias en forma de vaivén dieron inicio en búsqueda de mayor libido para él, una atención de la cual Victoria conocía tendría mucho más que una simple recompensa.
Tenía el placer de su Rey frente a sus ojos y no se detendría hasta que fundiese su pasión como mujer con aquel, finalmente su hombre.
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Mensaje por Vincent Cromwell Lun Mayo 21, 2012 6:21 pm

In the wee small hours
Of the morning
While the whole wide world
Is fast asleep
You lie awake
And you think about the girl



Nuestra piel no se acomplejaba con las caricias, tal parecía que lo esperado por tanto tiempo finalmente culminaría esa mañana. Rodeados por las sabanas blancas, nuestros cuerpos acudían avivando el sentimiento de la pasión y la lujuria contenida, nuestras manos sólo eran presas del deseo , la atracción – cuanto más me resistía, mas deseaba posar mis labios en su espalda y morder sus hombros sometiéndola ante mi -.

Mientras ella palpaba cuidadosa mi espalda, yo me aventuraba a hurgar entre su abdomen terso que con cada caricia erizaba su piel, había acudido a su invitación de hacerla mía aquel día, no teníamos nada más que esperar para calmar nuestra sed, el lecho nos brindaba la comodidad y la cercanía que hace mucho no compartíamos.

Sus labios parecían una fuente de la cual emanaba el más delicioso elixir, la frescura de su aliento me provocaba a continuar explorando con los míos alrededor de su rostro, relamiéndolos disfrutando del sabor de su piel continúe mi avance a través de sus mejillas hasta su barbilla a la que en un arranque de frenesí mordí muy suavemente sin intensión de lastimarle sino más bien corresponder a sus deseos, quería hacerle saber cuánto la deseaba.

Mis manos curiosas al igual que mis dedos se extendieron por su anatomía dando suaves masajes sobre sus piernas torneadas, las yemas de mis dedos tentaban sus muslos que debajo de las sabanas eran cubiertos levantando su camisón muy lentamente sin dejar de besar finalmente llegaron hasta su pelvis, mi respiración se aceleró al igual que los suspiros que a bocanadas buscaban llenarse de la intensidad del momento.

Sumergidos en la pasión matutina, mi intimidad comenzó a responder a las caricias de mi esposa, que a sabiendas de lo que podía originar en mi rozaba por encima de mis ropas con su delicada mano, era un placer sin igual, comparable únicamente con el toqueteo de sus muslos, su pelvis y más allá de estos, un suspiro hondo se formó en la garganta, que trate de ahogar obteniendo compostura, parecía ser envuelto por una sirena bajo su mandato, yo era un simple marinero rindiéndome a sus pies.

Sin embargo antes de Victoria, incontables mujeres habían acudido a mi habitación para llenar mi cama con sus cuerpos desnudos, tenía conciencia de lo que significaba verse entregar a una simple cortesana o una mujer de clase alta a los brazos del rey de Escocia, siempre tratando de complacerle hasta en el más mínimo decreto. En esta ocasión todo era diferente, pues no sólo deseaba compartir cuerpo a cuerpo con mi reina, se trataba de un caso especial, por primera vez el desfloramiento de una dama era parte de mi experiencia y como si fuera un excéntrico novato decidí entregar no sólo mis besos, también de hacer aquel momento uno inolvidable para mi mujer.

Cuanto más lograba descubrir en ella, su piel se estremecía, recorrí con mis dedos su pelvis, introduciendo mi dedo índice y medio hasta su intimidad, un lugar de su estructura anatómica completamente inexplorable para los hombres de la corte, era únicamente un sitio especialmente cuidado para mi, era cálido y húmedo, su cuerpo desnudo trasparentado por la tela delgada de su camisón no la consideraba un obstáculo para recrear en mi mente todo lo que haría con la reina. Mujer después de todo, sometida a los encantos del deseo, la lujuria, el placer, el apetito sexual que pretendía socavar conmigo.

Sin estancarme en una sola parte de su deliciosa anatomía, continúe explorando esa parte de su curvilíneo cuerpo, con mi mano restante desate los listones de su camisón, dejando al desnudo su torso y sus senos, que delicadamente por el efecto de la gravedad caían con suavidad, dejándome llevar por el regodeo contenido avance con mis besos a lo largo de su cuello empapando mis labios deje un camino húmedo en lo extenso de éste hasta detenerme en uno de sus pezones, al que con la suficiente experiencia en el arte de amar a las féminas aprisione entre mis labios con el único fin de brindarle a mi cónyuge mayor placer.

Las palabras ya no eran suficientes, las acciones hablaban por si solas por parte de su majestad el rey, afortunado de tener entre sus brazos por fin a la mujer que sucedía junto a él reinar el país de Escocia. Las pieles cálidas y avivadas por el fuego interno de ambos cuerpos parecían cubrir silenciosos la habitación, rodeados únicamente de suspiros, besos y una entrega que sólo podía existir entre monarcas elegidos por dios. Si existía el edén, lo más cercano para Vincent era estar sobre el regazo de su amada.



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Mensaje por Victoria Cromwell Miér Jun 20, 2012 10:49 am

La pasión carnal es la forma más alta de busqueda espiritual.
Es una visión de la eternidad.



Pese a que silenciosamente cada día su mente asumía de forma paulatina en que el día del juicio final, su cuerpo ardería en las llamas del Infierno por la avaricia, la malicia y el egoísmo presentes en su interior, Victoria no podía negarse estar vislumbrando los umbrales del paraíso y la propia sensación interna de arribar a ellos en aquel preciso momento.
Ese profundo y personal regodeo que ahora sumergía a la soberana en aquel estado de deleite carnal proferido por las minuciosas y delicadas acciones de su esposo, solamente podía ser comparado con el complacimiento mismo de haber merecido el eterno descanso junto a Dios.
Pero sabiendo incluso que de compartir sus ideas, éstas solo podrían verse como blasfemias malpensadas, resguardó en su mente aquella ilusoria imagen de ver directamente a los ojos del Todopoderoso, aquel que había elegido entre muchos a su Rey, cuando el mismo ejercía aquel inexplicable contacto con su delicada intimidad. Con su resguardada y cándida flor, protegida como un tesoro hasta ese día solo para él, único hombre merecedor en la Tierra de aquel hermoso obsequio.

Astuta y silenciosa como la que más, entre besos caricias y miradas fulminantes fue deslizando su cuerpo hasta que sus caderas se hicieron con el completo apoyo sobre las refinadas sabanas que recubrían el lecho real.
Quedando atrás el resguardo de las cobijas, los cuerpos se rozaban entre sí por sobre las finas ropas, anhelando estas tampoco existiesen en su camino al encuentro fogoso y carnal.
La mano soberana aún continuaba reflejando con sus actos aquel sentimiento de poderío, sujetando aún la virilidad de su esposo, aquella que aún mantenía la rigidez y firmeza que solamente ella merecía palpar. La sangre azul de Vincent se impregnaba de placer, desparramando el más bajo de los instintos en su miembro, en aquel glande que Victoria notaba sobresalir de la forma cilíndrica de aquel falo hinchado, afanoso.

Recostada sobre el lecho con la anatomía de su esposo encima de ella, el camisón algodonado se alzó hasta por encima de la cintura de la Reina, quien con sus piernas desnudas no tardó mucho en envolver con sus muslos las caderas e su esposo, aprisionándolas, aferrándolas contra su humanidad para que el encuentro inevitable, el roce deseado entre sus dos briosas intimidades se diera finalmente en la mitad aquel juego previo que había excitado a ambos monarcas por igual.

Sus rojizos cabellos manchaban armoniosamente el blanco de las almohadas, sus ojos oscuros parecían imprimir la maldad, el deseo y la lujuria en los claros ocelos de su consorte, sumergido en el placer que solamente una mujer como ella podía entregarle.
Victoria finalmente comenzaba a notar como aquel tesoro puro y virginal que tanto había resguardado seria entregado, explorado y gustosamente despedazado por ni más ni menos que el hombre elegido por Dios para reinar en toda Escocia. Entre gimoteos suplicantes sobre el oído ajeno sonreía con sus labios encendidos, ya que después de cuatro años se haría con la completa y absoluta consumación de su matrimonio. La Reina sería follada por su Rey como debía ser ¡Y nadie iba a poder detener aquella inevitable realidad!

Desde momentos antes del casamiento Real, Victoria creía llevar consigo en su alma parte de la naturaleza, de la raíz de Vincent, pues silenciosa y sinceramente le quería como a ningún otro. Era en el presente momento que ésta sentía que en poco tiempo también se haría con la otra mitad de aquella esencia buscada, misma que se adentraría por su intimidad y dormitaría por siempre en sus entrañas.

¿La Reina? La Reina estaba a punto de sentirse completa.
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Mensaje por Vincent Cromwell Lun Jul 09, 2012 1:27 am

¿Estaba en sus cabales cuando lo único en lo que pensaba era en hacerle suya?, sus manos se deleitaban con el tacto sobre la piel de la reina, era tersa, tan suave como la porcelana, con el roce de mis dedos parecía encenderse gustando de las caricias y sus cabellos tan rojos como sus labios me desterraban de la tierra mortal para enviarme a una dónde sólo reinaba su presencia. Victoria era la clase de mujer que enviaban señales con miradas certeras, definían lo que deseaba y gran parte de ello era el placer contenido de nuestros cuerpos durante cuatro años.

Entre nuestras miradas que se cruzaban en un vaivén de expectativas sólo existía la pregunta en nuestras mentes -¿sería lo correcto después de todo?- y con justa razón se devenían, pues no teníamos la mínima idea de si el bien vendría de aquella unión, no eran esperados los hijos, ni someter nuestras ambiciones a pequeños niños. Los cuerpos se impregnaban uno con el otro, el sudor parecía empezar a reaparecer en la piel y la excitación sobre mi virilidad se hizo notoria finalmente, mientras sus manos la empalmaban, las mías se aventuraban a tocar sus piernas, unas realmente firmes, bien torneadas que facilitaban el concretar mentalmente en qué parte estaban situadas sus rodillas, sus pantorrillas hasta el inicio de sus glúteos y espalda baja.

Las sensaciones promovidas por sus encantos se volvieron más intensas, los suspiros acrecentaron mediante la respiración se hacía continua, pausada pero muy profunda, estaba dispuesto a disfrutar de su cuerpo, era finalmente completamente mío y nada ni nadie impediría que le tomase con firmeza, que la tomara hasta el cansancio derrochando placer y satisfacción a nuestras anatomías. La pasión me consumía, mi cuerpo por inercia se movía, no existía cosa más importante en aquel instante cuando dónde nos encontrábamos, mi intimidad bombeaba con el roce de la suya, sus piernas a los costados de mis caderas ejercían la presión exacta para levantarle de la cintura y reacomodar mi cuerpo al suyo. Sosteniéndola deslice mis manos hasta sus glúteos impulsándola sobre mi intimidad justo en la entrada de la suya, podía sentir la humedad que destilaba, deseosa de ser penetrada por mí, situación que me produjo un placer inexplicable.

Con la medida justa para complacerla acerque mis caderas introduciendo mi virilidad muy lentamente, el camino estrecho se abría con dificultad provocando que un gimoteo mayor exhalara de mis labios y tras un empuje meramente instintivo finalmente la penetrase. En toda mi experiencia como hombre había tenido la oportunidad de desvirgar a cualquier cortesana pura, amantes, mujeres incluso de la realeza compartían sin pudor mi cama, pero Victoria resultaba ser ni más ni menos que mí esposa y a quien tiempo atrás le hubiese elegido para acompañarme por el resto de mis días.

Acariciándola la atraje con mis brazos en una caricia sobreprotectora de estos, me aferre a su cuerpo como nunca, era suave y frágil, delicado como las hojas de los arboles, su cabello desprendía un olor muy particular del perfume que esta usaba y a mí me sostenía loco bajo su encanto. Al tenerla mis caderas comenzaron a moverse pausadamente, el placer era indescriptible, el cálido abrazo del deseo finalmente se consumaba en un Vincent y una Victoria ahora uno mismo, una misma piel, un mismo respirar y un mismo latido que llenaba al corazón.



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Mensaje por Victoria Cromwell Mar Ago 14, 2012 12:02 pm

Shadows are falling, tomorrow's closing in
Stay with me till morning, open up your wings
I can hear your whispers, calling out my name
Will you promise me that you'll steal the night again cos...
Ain't nobody can love me like you do



Ella podría ser considerada por su pueblo como muchas cosas, una dama férrea, sin titubeo alguno a la hora de tomar decisiones y sobre todo, una Reina tan fría que no dudaría en arrebatar la cabeza de todo aquel que se interpusiese en sus designios. Pero detrás de aquellas características tan particulares que hacían de Victoria una mujer sin igual, existía una esencia básica, terrenal y delicada. Ante todo, ella era una mujer, una simple criatura de Dios creada a su semejanza, que resguardaba consigo el obsequio mas puro y fiel que un hombre podría recibir; la virginidad.

La soberana le estaba entregando su presente, envuelto en fragilidad e imperceptible temor a su Rey, los pétalos de su pimpollo florecían por la primavera que Vincent traía hacia su persona, hacia su naturaleza física que instintivamente aclamaba aquel momento por más dolencias que pudiesen acarrear. Y finalmente sucedió. Los rojizos labios de la monarca se estremecieron en una leve mordida contenedora cuando su esposo se introdujo en ella. Pudo sentir cada instante, cada milímetro de aquella rígida y viril sexualidad adentrarse por el vergel húmedo de su vagina, ahora experimentadora de una sensación jamás antes conocida. En aquel preciso instante los ojos de la escocesa desprendieron un brillo peculiar, reflejaban ahora la existencia de una mujer completa en todo sentido de la palabra. Había consumado su matrimonio y estaba segura que de estar vivo, su padre estaría orgulloso de ello. Victoria podía considerarse toda una Reina ahora, solo faltaba el broche de oro, ese varón que de alguna forma debía llegar al mundo aunque su propio esposo no lo desease. Como mujer y soberana, ella estaba en la obligación de traer descendencia al reinado, sobre todo antes de que los rumores de infertilidad o mal relacionamiento con el Rey comenzasen a circular por los corredores del palacio de Edimburgo.

Un gemido se escapó de su boca sin permiso alguno, pero ahora más que su consciencia era su naturaleza más instintiva la que se expresaba sin vergüenza alguna. En aquel momento los protocolos, las obligaciones y respetos quedaban claramente de lado, dándole paso a la realidad mas carnal y básica de aquellos dos amantes que reflejaban todo menos deseo de pausar aquel acto de extrema lujuria. Las caderas de Victoria lentamente se contorneaban al ritmo que su esposo impartía con sus movimientos de vaivén dentro de ella. El calor a través de los cuerpos y la fricción amorosa se traducía a las sabanas, a sus sonrojados rostros, a sus sedientos labios. Victoria entregaba besos al cuello de su esposo mientras sus uñas recorrían casi salvajemente la delineada espalda de su consorte, quien parecía traer consigo una experiencia como amante mucho mas profunda que la suya sin duda alguna. Vincent era un experto amante que se hacia con una presa delicada, virginal que moría a sus pies, a su poder, a su apetito sexual.

- Tuya, por siempre… - confirió agitada, disfrutando el momento y denotando también como sui faceta mas humana, mas dócil arribaba en aquellos instantes donde confesaba que uno de sus tantos deseos íntimos era permanecer al lado de su Rey por siempre ¿Pero aquella realidad era del todo cierta o Victoria simplemente estaba enceguecida por el placer que el cuerpo de su esposo le entregaba sin límites? No había respuesta certera en tal instancia, lo que valía en aquel ápice temporal era ser parte del otro, una fusión pura y disfrutable. Victoria se había tornado mujer y ni mas ni menos que bajo el cuerpo del Rey de Escocia y en aquel recuerdo que duraría para siempre en su memoria solo deseaba más y más, que no terminase nunca. Las caderas exigían tener toda la virilidad de su esposo dentro de su pasaje húmedo. Quería que Vincent fuera tan suyo como ella de él. Y Victoria jamás se daba por vencida cuando se proponía algo. Jamás.
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Mensaje por Vincent Cromwell Jue Ago 23, 2012 3:27 pm

We keep for our promises, Be us against the world


Habían pasado más de cuatro años que el cuerpo de Victoria se acunaba en mi cama, pero las miradas no estaban de nuestro lado, tampoco el deseo por desposarle cuando su anatomía era casi tan perfecta como su rostro. En el momento pude recordar las incontables veces que mis manos se introducían por las sabanas para acariciar sus caderas escurridas, palpaban su piel como si esta fuese de terciopelo o seda. Sus manos se apretaban con las mías, se estrechaban, se soltaban y volvían a su estado natural. Nuestras caderas se acoplaban en aquel vaivén acompasado por nuestros cuerpos y los besos furtivos frenaban el deseo y la pasión contenida. El ser humano está lleno de instintos que procura llenar o sabotear con el placer de la carne, el sexo, el vino, los lujos y la vida ostentosa, pero cuando se trataba de complacer a dos almas ausentes de amor casi siempre se procuraba satisfacer de la mayor a ambos amantes. La abstracta forma de ver lo que sucedía en esa mañana podría ser explicado sólo por Victoria y yo.

Mis manos tallaban la piedra lisa que era su cuerpo, como un escultor que definía la silueta de su obra de maestra, desde sus hombros rocé con las yemas de mis dedos la piel de mi Reina, quien súbitamente se entregaba a mí, sus brazos delgados y firmes me rodeaban así como sus piernas atrayéndome con mayor facilidad, dónde no pude negarme a satisfacer el deseo corporal que me solicitaba, incluso en la cama Victoria no lograba contener su carácter demandante dónde sólo existía para su Rey, pero también me complacía admirar que su regodeo era único y exclusivamente mío y viceversa.

La fricción entre nosotros ocasionó que un gemido se originara de mis labios, la fuerza de sus muslos con las que sostenía su cuerpo cercas del mío permitió que la distancia entre nosotros se concluyese, uniéndonos finalmente en su totalidad. Justo cuando los rayos de sol y su calidez golpearon mi espalda así como las sabanas que nos rodeaban logré mover mi cadera oscilando los meneos con mi pelvis los cuales aceleraron a medida que la fogosidad crecía, desde un principio mis manos se deslizaron hasta sus senos los cuales acaricie de tal forma que mis dedos índice y pulgar se enfocaron a darle placer únicamente a los pezones de la Reina interactuando en estos con abismal maestría y experiencia. Disfrutaba el cuerpo de Victoria y este se entregaba al placer que nos unía en ese instante, la mano restante la lleve hasta sus piernas sosteniéndolas firmes para impulsarme con pericia en el acto.

Por dentro la sangre me bombeaba recorriendo cada vena y arteria de mi cuerpo, el corazón se aceleraba tras los impulsos generados por el éxtasis y el placer, los instintos más bajos salían a flote dejando de la lado los cuestionamientos o preguntas más absurdas que podían generarse en mi cabeza. Lo único en lo que pensaba era en acabar con la distancia que existía entre nosotros dos, conocer de otra forma a la Reina me había sido imposible gracias a nuestras distintas maneras de pensar, aquel parecía ser el único idioma que conocíamos sin decir palabra alguna, sólo entregándonos a lo que nuestros cuerpos nos exigían; besos, caricias, miradas, quizá un suspiro y algunas veces palabras. Escuché entre las respiraciones que se mezclaban constantes “Tuya por siempre” sonó en la cabeza repitiéndolo, mía, así era como la deseaba, mía era desde que le había conocido, apartándome de lo esperado.

De alguna manera u otra amaba a Victoria, posiblemente aquel sentimiento nacía a medida que sembrábamos las compañías frecuentes, la interacción o el entendimiento de nuestras situaciones. Posiblemente, todo el tiempo había existido amor entre nosotros, pero no dejábamos que nuestros deseos se apoderasen de lo que teníamos, los protocolos, las etiquetas formaban parte de nuestras vidas, ella era Reina y yo era Rey, ambos teníamos que gobernar, ambos teníamos que encontrar el punto exacto para mitigar nuestros difíciles destinos.


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