Stéphane Moreau

Stéphane tenía los ojos cerúleos como la mañana, y de entre sus oscuras pestañas diríase que a intervalos saltaban chispas de fuego como de un carbón ardiente.
La pupila azul de Stéphane parecía nadar en un fluido de luz dentro del cerco de ébano de sus pestañas oscuras. Y todo era en él armónico con la diversa expresión de sus ojos. Enjuto de carnes, quebrado de color, de estatura esbelta, movimientos rígidos y cabellos crespos y oscuros, que sombreaban su frente y caían por su rostro como un manto de terciopelo: formaba un singular contraste con su tez blanca, rosada y tersa. Algo infantil en su fisonomía y sus formas, y con unos tatuajes que rodeaban su cuerpo, semejantes a un arbusto de espinos entre la maleza.

A pesar de la inexplicable repulsión que sentía por su sexualidad, había vivido hasta entonces en una especie de indiferencia, que hubiera podido confundirse con la aceptación y el afecto: no había tenido caricias que disputarse, ni preferencias que envidiar; igual en la desgracia y el dolor. Stéphane se había encerrado para sufrir en un egoísta y altivo silencio, y otras veces, encontrándose con su seco corazón, lloraba a solas cuando las lágrimas se agolpaban involuntariamente a sus ojos.

Stéphane era altivo, vehemente en sus inclinaciones y de una rudeza salvaje en la expresión de sus afectos. Por el contrario cuando se dedicaba a su labor era humilde, amante, bondadoso, y en más de una ocasión se lo vio llorar y reír a la vez como los niños.
Ningún sentimiento era común para él; nunca se confió de sus alegrías y sus pesares, y sin embargo, el único secreto que procuraba esconder en lo más profundo del corazón, se lo había adivinado con ese instinto maravilloso del hombre enamorado y celoso. Stéphane tenía efectivamente puestos sus ojos en un hombre.

La pasión de él era el deseo tenaz, hijo de un carácter indomable y voluntarioso; en la otra parte, el cariño se parecía a esa vaga y espontánea ternura de la adolescencia, que necesitando un objeto en qué emplearse, ama el primero que se ofrece a su vista. Guardaba el secreto de su amor, porque el hombre que lo había inspirado tal vez hubiera hecho mofa de un cariño que se podía interpretar como ambición absurda en un muchacho plebeyo y miserable. A pesar de la distancia que lo separaba del objeto de su pasión, alimentaba una esperanza remota de poseerle.

Huérfano en el nacimiento, y amante en la noche; amante de hombres, Stéphane nunca pensó enamorarse mas una noche perforó de un flechazo su corazón… él, si, él.

-Yo lo he de encontrar, lo he de encontrar; y si lo encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerlo... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerlo. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y negrísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo lo encontraré... lo encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de París; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he estado con más de veinte hombres para hacerlos charlar en busca de alguna huella; pero no importa... yo lo he de encontrar, y la gloria de poseerlo excederá seguramente al trabajo de buscarlo.

¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a un hombre alto... porque... él es alto, alto y esbelto como esos ángeles, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito!
¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los árboles, y su andar acompasado y majestuoso como los compases de una música.

Y ese hombre, que es hermoso como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovido al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo lo amaré, como lo amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?
Vamos, vamos al sitio donde lo vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichoso como yo, amigo de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las sombras, en el silencio de la noche?

Dos meses habían transcurrido; dos meses durante los cuales en cada hora había formado una ilusión en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquel hombre desconocido, cuyo absurdo amor iba creciendo en el alma del enamorado joven.
Buscaba y buscaba en los hombres, noche y día a su enamorado; buscaba esos ojos azules, esa cabellera oscura, ese traje… buscaba cortesano de la noche.

Otros datos

→Amante de la noche
→Rechaza su sexualidad.
→Disfruta de la compañía sexual de otros hombres, nunca ha estado con una mujer, se dedica a trabajar únicamente por placer, y para encontrar al amor de su vida como cortesano.
→No posee familia directa.
→Suele vestir ropajes de cuero y de tonalidades oscuras.
→Eventualmente acompaña sus prendas con un profundo y negro delineado en sus ojos.
→Fumador.