AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Colour Me In [Stéphane Laurent]
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Colour Me In [Stéphane Laurent]
Sí, hacía tanto frío como los días anteriores y pese a que la mayoría disfrutaba a esas horas de la tarde de una buena taza de chocolate caliente frente a una gran y llameante estufa en sus hogares o quizás en algún acogedor café, yo, yo prefería el recorrer un poco las gélidas calles parisinas y sentir sobre mi pálido rostro a los débiles rayos solares que se colaban por entre las nubes vespertinas y que, vagamente, generaban una sensación templada sobre mi piel que tan solo despertaba nostalgias de esa exquisita calidez que uno siente al estar de paseo por los parques de la ciudad en meses como abril o mayo.
Iba bien abrigada. Una enorme y hermosa chalina de color lila que hacía juego con el pequeño tocado que llevaba en mi helada cabeza me envolvía casi todo el torso de forma completa, por lo que el frío en realidad no era una gran molestia en esos momentos, salvo en pequeños instantes donde al caminar notaba como la falda de mi largo vestido se mojaba por la humedad presente sobre las calles, impregnadas de neblinas intermitentes que salían desde las alcantarillas de la ciudad.
Pese a ese paisaje indeseable para algunos ojos, yo disfrutaba del invierno. En verdad disfrutaba de todas las estaciones, pues creía cada una traía algo mágico consigo. Fuese simplemente el cambio en el tono de las hojas de los arboles, la aparición de los niños jugando por doquier y hasta las resonantes campanadas provenientes del pequeño carro del vendedor de golosinas, todas poseían algo que hacía de esos meses del año algo especial y memorable.
Claro, también estaban aquellas pequeñas grandes cosillas (así es como me gusta llamarles) que se mantenían presentes todo el tiempo, en cada estación y que hacían de mi vida algo más disfrutable, algo mucho más que vivir para complacer los deseos ajenos a cambio de dinero.
Las sorpresas de Stéphane eran parte de esas cosillas que yo atesoraba en mi mente, utilizándolas luego en momentos no tan especiales para simplemente reírme sola o recordar que después de toda la vida no era tan mala.
Encontrarnos en la plaza Tertre ya se había tornado una costumbre, o tal vez una necesidad. El intercambio de risas, anécdotas y alguna que otra tragedia se había tornado parte de nuestra cotidianeidad. Por sobre todos los aspectos, con cada encuentro sentía que mi confianza en Stéphane crecía inmensurablemente haciendo de éste una especie de diario personal de mi vida. Él lo sabía todo, cada detalle que en mi mente se registraba llegaba al mancebo por medio de mis labios y sus oídos, como si este fuese el archivador de todos mis acontecimientos personales. Nunca tuve presente a la hora de hablar con él si mi descarada apertura hacia su persona fuese algo malo, pero en mi era seguro que Stéphane solo era algo bueno. Por lo menos así se mostraba conmigo.
Teniendo presente que en los días de invierno las tardes solían ser muchísimo más cortas llegue un poco antes de lo previsto a la plaza y me senté plácidamente en una de las tantas bancas en torno a una pequeña fuente. Saqué de mi bolsillo un pequeño reloj que días anteriores había adquirido en una tienda de antigüedades para observar la hora. Supuse que si el cortesano había notado lo mismo que yo en cuanto al temprano ocultar del Sol también llegaría antes. De todas formas la tranquilidad que la naturaleza y el mismo frío emanaban en aquel silencioso espacio apagaba por completo la ansiedad por que mi querido amigo llegase cuanto antes.
Iba bien abrigada. Una enorme y hermosa chalina de color lila que hacía juego con el pequeño tocado que llevaba en mi helada cabeza me envolvía casi todo el torso de forma completa, por lo que el frío en realidad no era una gran molestia en esos momentos, salvo en pequeños instantes donde al caminar notaba como la falda de mi largo vestido se mojaba por la humedad presente sobre las calles, impregnadas de neblinas intermitentes que salían desde las alcantarillas de la ciudad.
Pese a ese paisaje indeseable para algunos ojos, yo disfrutaba del invierno. En verdad disfrutaba de todas las estaciones, pues creía cada una traía algo mágico consigo. Fuese simplemente el cambio en el tono de las hojas de los arboles, la aparición de los niños jugando por doquier y hasta las resonantes campanadas provenientes del pequeño carro del vendedor de golosinas, todas poseían algo que hacía de esos meses del año algo especial y memorable.
Claro, también estaban aquellas pequeñas grandes cosillas (así es como me gusta llamarles) que se mantenían presentes todo el tiempo, en cada estación y que hacían de mi vida algo más disfrutable, algo mucho más que vivir para complacer los deseos ajenos a cambio de dinero.
Las sorpresas de Stéphane eran parte de esas cosillas que yo atesoraba en mi mente, utilizándolas luego en momentos no tan especiales para simplemente reírme sola o recordar que después de toda la vida no era tan mala.
Encontrarnos en la plaza Tertre ya se había tornado una costumbre, o tal vez una necesidad. El intercambio de risas, anécdotas y alguna que otra tragedia se había tornado parte de nuestra cotidianeidad. Por sobre todos los aspectos, con cada encuentro sentía que mi confianza en Stéphane crecía inmensurablemente haciendo de éste una especie de diario personal de mi vida. Él lo sabía todo, cada detalle que en mi mente se registraba llegaba al mancebo por medio de mis labios y sus oídos, como si este fuese el archivador de todos mis acontecimientos personales. Nunca tuve presente a la hora de hablar con él si mi descarada apertura hacia su persona fuese algo malo, pero en mi era seguro que Stéphane solo era algo bueno. Por lo menos así se mostraba conmigo.
Teniendo presente que en los días de invierno las tardes solían ser muchísimo más cortas llegue un poco antes de lo previsto a la plaza y me senté plácidamente en una de las tantas bancas en torno a una pequeña fuente. Saqué de mi bolsillo un pequeño reloj que días anteriores había adquirido en una tienda de antigüedades para observar la hora. Supuse que si el cortesano había notado lo mismo que yo en cuanto al temprano ocultar del Sol también llegaría antes. De todas formas la tranquilidad que la naturaleza y el mismo frío emanaban en aquel silencioso espacio apagaba por completo la ansiedad por que mi querido amigo llegase cuanto antes.
Analeigh Leisser- Mensajes : 180
Fecha de inscripción : 28/06/2011
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Re: Colour Me In [Stéphane Laurent]
Llegué a la habitación como era de costumbre al despuntar el alba, cuando los primeros rayos de sol tocaban mi piel y ponían punto final al sereno de mi noche, que como cada día, recorro las calles en vela vagando sin rumbo aparente y en busca de ese hombre a quien tanto amor prometí alguna vez, y al que nunca cesaré de buscar, pues en encontrarlo va mi vida y felicidad y seguramente hacerlo compense al trabajo de buscarlo.
Los días de turbio en turbio me he pasado hace ya dos meses desde aquella noche, mas con lo único que me he podido hacer en vano ha sido con otros, a quienes vendo mi cuerpo y juventud a cambio de algunas pocas monedas, que al remontar el rojo de la mañana utilizo para alimentarme, bueno eso, y comprar algunos vicios…
Seré sincero, no es que me desagrade el sexo con desconocidos, en cierto modo ello me atrae perversamente a sus garras como si fuera hipnotizado por alguna clase de hechizo, no puedo explicar el por qué pero tampoco puedo obviar la verdad, después de todo así fue que lo conocí, era un extraño, una sombra más en la penumbra de la noche, un placer secreto y efímero pero que perduraría constante en el tiempo.
Arribé y me dejé caer en el lecho de la habitación casi sin conciencia, con mis piernas machacadas por el vagabundeo y enrojecidos mis ojos de las pocas horas de sueño que lograba conciliar.
No había tenido éxito… Otra vez pero no me importaba, aun así iba a continuar recorriendo cada rincón de la ciudad en su busca y no dudaría dos veces en salir nuevamente al día siguiente.
Así estuve dormitando con mi cabeza recostada sobre en el raso azul de la almohada y recordé que esa tarde no era como las ordinarias en donde me pasaría sino hasta el crepúsculo para despertar, no, hoy era un día especial, pues iría al encuentro con una persona a quien guardo un profundo afecto, un sentimiento casi fraternal que logré concebir el primer día en que la vi, mi querida Analeigh ¡Al fin he llegado el momento de volvernos a encontrar! Tengo tantas cosas que contarte…
Allí mismo en la antigua y exótica Plaza Tertre del centro de París fue cuando nuestros caminos se cruzaron por vez primera hace ya poco más de un año. Había pasado el día postrado a los pies de una fuente que yacía en el seno de la plaza, quejándome para mis adentros de mis pesares, maquinándome horas y horas las escasas alternativas que tenía para remediar mi precaria situación. Reconozco que la miseria podría leerse a la perfección en mí curtido rostro, mi incierta mirada apuntada hacia el vacío demarcaban un alto grado de melancolía, y mi cabeza a punto de colapsar en un ataque de nervios no paraba quieta.
De la nada me pareció escuchar una suave voz intentar llamar mi atención, cuando volví a mis cabales vi a alguien justo delante de mí, si bien allí había estado frente a mis ojos por no se cuanto tiempo, no había sido capaz de notarla, puesto que mis ideas habían estado divagando lejos de ese lugar suspendiendo mi razón.
Sacudí de lado a lado mi cabeza parar volver a escucharla, era una mujer esbelta y de larga y flotante cabellera negra, con su rostro ovalado y pálido que contrastaba llamativamente con unos rasgados y pronunciados labios de color carmín.
Nuevamente llamó mi atención, podía adivinarse en su expresión algo de intranquilidad, era de esperarse, había estado como un tonto sin responderle y mirando a la nada cuando ella me llamaba.
Me preguntó como me encontraba, me quedé estupefacto por un prolongado tiempo antes de poder contestarle, pues era muy extraño que alguien tuviera el mínimo reparo tomarse el trabajo y de realmente interesarse por lo que yo estaba pasando en ese momento, tal y como ella lo hacía.
De pronto una ráfaga de viento sopló cerca de nosotros y noté humedecidas mis mejillas, parece que algunas lágrimas surcaron fugitivas e inadvertidas mientras me encontraba sumido en mi imaginación. Esto pudo haber sido el objeto que activó en la muchacha preocupación y que por ello decidió acercarse a mí, seguramente, pensé.
Aun así, luego de intercambiadas algunas palabras, me invitó a un café para que le contase el porqué de mi sufrir, le dije que no tenía dinero pero no le importó, se notaba muy atañida a mi situación por lo cual no tuve más remedio que acceder vergonzosamente.
Aquel gesto de humanidad era algo de lo cual había sido privado desde mi temprana niñez, Analeigh no era como el montón, era diferente, una mujer con un corazón inmenso en el cual voluntariosamente me dio cabida esa tarde, brindándome no solo su compasión sino algo que todo ser humano necesita en ésta vida, amistad.
Pasaron los meses y cada semana nos hacíamos un hueco para poder rencontrarnos en la misma fuente en donde nos vimos aquel día. Compartimos desde entonces una relación exclusiva en donde cada cual es su confidente, no hay detalle ni momento que se me escape que le pueda contar, sus consejos y su contención se volvieron un fuerte pilar en mi vida, tanto que si me faltara alguna vez, no sé si me quedarían fuerzas para continuar en este mundo. Así de importante es ella para mí.
Desperté al poco entrar el vespertino, estaba ansioso por verla, era la única ocasión en la que arreglaba un encuentro con alguien sin el interés carnal y monetario de por medio. Me vestí apropiadamente, al fin podía hacerlo con normalidad y no cubriéndome de cueros brillantes emperifollados con metales y con intención de cautivar la morbosa atención de los hombres, hoy no.
Me hice a las calles con paso apresurado, el cielo evocaba esa característica gama de tonalidades bermejas de la tarde, que se cierne por toda la ciudad dándole un pintoresco panorama en conjunto con los desfollados árboles que desfilan a cada lado de las aceras.
Llegué a la plaza y de improvisto la turba de gente obstruyó mi visión, observé impaciente al medio disiparse las bancas que cercaban la fuente en las cuales solía estar, y la vi, allí sentada, observando su reloj como si también deseara hallarme pronto.
- ¡Analeigh! - Le grité alzando vigorosamente una de mis manos al aire para que me viera, corrí hacia ella zigzagueando por entre las personas, topando torpemente con algunos y casi tropezando por la emoción que el acontecimiento me causaba.
Cuando di con ella al fin la rodeé fuertemente con mis brazos en un cálido saludo - Te he extrañado - dije separándome un poco - ¿cómo has estado amiga? Cuéntame todo -
Los días de turbio en turbio me he pasado hace ya dos meses desde aquella noche, mas con lo único que me he podido hacer en vano ha sido con otros, a quienes vendo mi cuerpo y juventud a cambio de algunas pocas monedas, que al remontar el rojo de la mañana utilizo para alimentarme, bueno eso, y comprar algunos vicios…
Seré sincero, no es que me desagrade el sexo con desconocidos, en cierto modo ello me atrae perversamente a sus garras como si fuera hipnotizado por alguna clase de hechizo, no puedo explicar el por qué pero tampoco puedo obviar la verdad, después de todo así fue que lo conocí, era un extraño, una sombra más en la penumbra de la noche, un placer secreto y efímero pero que perduraría constante en el tiempo.
Arribé y me dejé caer en el lecho de la habitación casi sin conciencia, con mis piernas machacadas por el vagabundeo y enrojecidos mis ojos de las pocas horas de sueño que lograba conciliar.
No había tenido éxito… Otra vez pero no me importaba, aun así iba a continuar recorriendo cada rincón de la ciudad en su busca y no dudaría dos veces en salir nuevamente al día siguiente.
Así estuve dormitando con mi cabeza recostada sobre en el raso azul de la almohada y recordé que esa tarde no era como las ordinarias en donde me pasaría sino hasta el crepúsculo para despertar, no, hoy era un día especial, pues iría al encuentro con una persona a quien guardo un profundo afecto, un sentimiento casi fraternal que logré concebir el primer día en que la vi, mi querida Analeigh ¡Al fin he llegado el momento de volvernos a encontrar! Tengo tantas cosas que contarte…
Allí mismo en la antigua y exótica Plaza Tertre del centro de París fue cuando nuestros caminos se cruzaron por vez primera hace ya poco más de un año. Había pasado el día postrado a los pies de una fuente que yacía en el seno de la plaza, quejándome para mis adentros de mis pesares, maquinándome horas y horas las escasas alternativas que tenía para remediar mi precaria situación. Reconozco que la miseria podría leerse a la perfección en mí curtido rostro, mi incierta mirada apuntada hacia el vacío demarcaban un alto grado de melancolía, y mi cabeza a punto de colapsar en un ataque de nervios no paraba quieta.
De la nada me pareció escuchar una suave voz intentar llamar mi atención, cuando volví a mis cabales vi a alguien justo delante de mí, si bien allí había estado frente a mis ojos por no se cuanto tiempo, no había sido capaz de notarla, puesto que mis ideas habían estado divagando lejos de ese lugar suspendiendo mi razón.
Sacudí de lado a lado mi cabeza parar volver a escucharla, era una mujer esbelta y de larga y flotante cabellera negra, con su rostro ovalado y pálido que contrastaba llamativamente con unos rasgados y pronunciados labios de color carmín.
Nuevamente llamó mi atención, podía adivinarse en su expresión algo de intranquilidad, era de esperarse, había estado como un tonto sin responderle y mirando a la nada cuando ella me llamaba.
Me preguntó como me encontraba, me quedé estupefacto por un prolongado tiempo antes de poder contestarle, pues era muy extraño que alguien tuviera el mínimo reparo tomarse el trabajo y de realmente interesarse por lo que yo estaba pasando en ese momento, tal y como ella lo hacía.
De pronto una ráfaga de viento sopló cerca de nosotros y noté humedecidas mis mejillas, parece que algunas lágrimas surcaron fugitivas e inadvertidas mientras me encontraba sumido en mi imaginación. Esto pudo haber sido el objeto que activó en la muchacha preocupación y que por ello decidió acercarse a mí, seguramente, pensé.
Aun así, luego de intercambiadas algunas palabras, me invitó a un café para que le contase el porqué de mi sufrir, le dije que no tenía dinero pero no le importó, se notaba muy atañida a mi situación por lo cual no tuve más remedio que acceder vergonzosamente.
Aquel gesto de humanidad era algo de lo cual había sido privado desde mi temprana niñez, Analeigh no era como el montón, era diferente, una mujer con un corazón inmenso en el cual voluntariosamente me dio cabida esa tarde, brindándome no solo su compasión sino algo que todo ser humano necesita en ésta vida, amistad.
Pasaron los meses y cada semana nos hacíamos un hueco para poder rencontrarnos en la misma fuente en donde nos vimos aquel día. Compartimos desde entonces una relación exclusiva en donde cada cual es su confidente, no hay detalle ni momento que se me escape que le pueda contar, sus consejos y su contención se volvieron un fuerte pilar en mi vida, tanto que si me faltara alguna vez, no sé si me quedarían fuerzas para continuar en este mundo. Así de importante es ella para mí.
Desperté al poco entrar el vespertino, estaba ansioso por verla, era la única ocasión en la que arreglaba un encuentro con alguien sin el interés carnal y monetario de por medio. Me vestí apropiadamente, al fin podía hacerlo con normalidad y no cubriéndome de cueros brillantes emperifollados con metales y con intención de cautivar la morbosa atención de los hombres, hoy no.
Me hice a las calles con paso apresurado, el cielo evocaba esa característica gama de tonalidades bermejas de la tarde, que se cierne por toda la ciudad dándole un pintoresco panorama en conjunto con los desfollados árboles que desfilan a cada lado de las aceras.
Llegué a la plaza y de improvisto la turba de gente obstruyó mi visión, observé impaciente al medio disiparse las bancas que cercaban la fuente en las cuales solía estar, y la vi, allí sentada, observando su reloj como si también deseara hallarme pronto.
- ¡Analeigh! - Le grité alzando vigorosamente una de mis manos al aire para que me viera, corrí hacia ella zigzagueando por entre las personas, topando torpemente con algunos y casi tropezando por la emoción que el acontecimiento me causaba.
Cuando di con ella al fin la rodeé fuertemente con mis brazos en un cálido saludo - Te he extrañado - dije separándome un poco - ¿cómo has estado amiga? Cuéntame todo -
Stéphane Moreau- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 22/04/2012
Localización : París, Francia.
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Re: Colour Me In [Stéphane Laurent]
Encontraba un particular entretenimiento en ver el recaer del agua de las fuentes. Aquella contemplación me recordaba que así es como debería fluir la vida de todo ser humano, tan grácil y traslúcidamente como el agua que brotaba de las estatuillas de bronce que en forma de aguadores mitológicos engalanaban aquella estructura decorativa.
Lamentablemente éramos nosotros mismos, hombres y mujeres los que nos encargábamos de intoxicar a nuestra sociedad con prejuicios y mal habladurías de nuestros prójimos, como si pudiese encontrarse hasta cierto regocijo en el padecer ajeno ¿En que momento habían nacido tales costumbres y porque era tan imposible hacerse la idea de erradicarlas definitivamente? Aquella respuesta siempre terminaba por robarse días, tardes enteras de reflexión sin encontrar una respuesta certera que pudiese ejercer algún cambio, alguna diferencia de una de las tantas y tristes realidades que azotaba a la sociedad parisina en el presente. Solo podía encontrar serenidad en ser consciente que mi grano de arena yacía sobre los desérticos terrenos de aquella vileza humana, aún con la esperanza que algún día ya nada sería como ahora. Era como si esperase que las personas se contagiasen repentinamente, por acto de magia de mi buen trato para con todos ellos. Ojalá fuese así… ojala.
Entre pensares y contemplaciones una voz disipó bruscamente aquel estado peculiar en el que me encontraba sumergida ¡Era la voz de Stéphane! Sin dudarlo dos veces me reincorpore de la banca donde yacía aguardando su presencia. Sonreí alegremente al verle corretear hacia mi con ese aire tan enérgico que siempre llevaba a todas partes consigo. Correspondí su abrazo con otro tan cálido como el de él, apoyando mi mentón en su hombro y permitiendo en silencio, impregnarme de aquel júbilo que a veces mi buen amigo solía proyectar tan gustosamente.
- También te extrañado querido ¡Me alegra tanto verte! - Conferí alborozadamente, retrayendo mi cuerpo para verle directamente a los ojos - Aunque me alegraría mucho más si no lucieras tan pálido ¿Has comido algo el día de hoy? No habrá nada que contar si no me dices la verdad - Me atreví a reprenderle con aquel dejo maternal en mis palabras, que si bien no nacían precisamente de la experiencia como tal, seguramente tal proyección afloraba de poseer unos años más que el muchacho sobre mis espaldas. Stéphane era una de las pocas personas, sino la única por la que me preocupaba siempre, a su lado y a la distancia mis oraciones siempre le tenían presentes, y aunque paradójicamente ante los ojos de la Iglesia no fuésemos mas que un par de criaturas que merecían por sus actos el castigo divino, gustaba de creer que Dios no pensaba lo mismo. Su bondad es tan grande que jamás seria capaz de juzgarnos, no, él entendía nuestra situación y el porque nos dedicábamos a complacer los deseos carnales ajenos a cambio de una paga. Por esa razón no temía en rezar por el bienestar de mi amigo y el mio. Dios me escuchaba aunque muchos no tuviesen contento de ello.
Acaricié delicadamente el rostro joven y algo curtido del cortesano, deteniéndome visualmente en los detalles de aquel semblante que resguardaba tantos sentimientos que debían ser compartidos.
Aunque a veces me apenara mucho hacerme con los relatos del joven, por el simple hecho de que por momentos no comprendía porque éste se sometía a tales experiencias, sabia que mi deber como su amiga era escucharle y aconsejarle de la forma mas objetiva posible, pero cuando una solamente quiere el bien para los que ama, a veces esa objetividad se ve algo comprometida.
- Responde tontín, podemos ir por algo caliente que nos alegre un poco si gustas - la jornada en el Burdel había sido buena y por lo tanto ese día estaba en posición de darme algún gusto moderado junto a la hermosa compañía de mi fiel compañero. La idea de una charla amena con una bebida caliente de por medio sonaba tentadora y solo esperaba que la vergüenza no permitiera que el mancebo no aceptara la invitación ¡Stéphane era tan cómico a veces! No temía de contarme sus secretos más oscuros, pero le avergonzaba enormemente que yo pagase la cuenta del restaurante.
Acomodé su abrigo a la altura del cuello mientras esperaba su respuesta. Mis ojos seguían fijos en su presencia, como si a partir de ese instante fuese lo uno interesante a mi alrededor, lo único que merecía mi completa atención. Las personas habían quedado atrás con su bullicio ¿Y el agua de la fuente? El agua de la fuente también.
Lamentablemente éramos nosotros mismos, hombres y mujeres los que nos encargábamos de intoxicar a nuestra sociedad con prejuicios y mal habladurías de nuestros prójimos, como si pudiese encontrarse hasta cierto regocijo en el padecer ajeno ¿En que momento habían nacido tales costumbres y porque era tan imposible hacerse la idea de erradicarlas definitivamente? Aquella respuesta siempre terminaba por robarse días, tardes enteras de reflexión sin encontrar una respuesta certera que pudiese ejercer algún cambio, alguna diferencia de una de las tantas y tristes realidades que azotaba a la sociedad parisina en el presente. Solo podía encontrar serenidad en ser consciente que mi grano de arena yacía sobre los desérticos terrenos de aquella vileza humana, aún con la esperanza que algún día ya nada sería como ahora. Era como si esperase que las personas se contagiasen repentinamente, por acto de magia de mi buen trato para con todos ellos. Ojalá fuese así… ojala.
Entre pensares y contemplaciones una voz disipó bruscamente aquel estado peculiar en el que me encontraba sumergida ¡Era la voz de Stéphane! Sin dudarlo dos veces me reincorpore de la banca donde yacía aguardando su presencia. Sonreí alegremente al verle corretear hacia mi con ese aire tan enérgico que siempre llevaba a todas partes consigo. Correspondí su abrazo con otro tan cálido como el de él, apoyando mi mentón en su hombro y permitiendo en silencio, impregnarme de aquel júbilo que a veces mi buen amigo solía proyectar tan gustosamente.
- También te extrañado querido ¡Me alegra tanto verte! - Conferí alborozadamente, retrayendo mi cuerpo para verle directamente a los ojos - Aunque me alegraría mucho más si no lucieras tan pálido ¿Has comido algo el día de hoy? No habrá nada que contar si no me dices la verdad - Me atreví a reprenderle con aquel dejo maternal en mis palabras, que si bien no nacían precisamente de la experiencia como tal, seguramente tal proyección afloraba de poseer unos años más que el muchacho sobre mis espaldas. Stéphane era una de las pocas personas, sino la única por la que me preocupaba siempre, a su lado y a la distancia mis oraciones siempre le tenían presentes, y aunque paradójicamente ante los ojos de la Iglesia no fuésemos mas que un par de criaturas que merecían por sus actos el castigo divino, gustaba de creer que Dios no pensaba lo mismo. Su bondad es tan grande que jamás seria capaz de juzgarnos, no, él entendía nuestra situación y el porque nos dedicábamos a complacer los deseos carnales ajenos a cambio de una paga. Por esa razón no temía en rezar por el bienestar de mi amigo y el mio. Dios me escuchaba aunque muchos no tuviesen contento de ello.
Acaricié delicadamente el rostro joven y algo curtido del cortesano, deteniéndome visualmente en los detalles de aquel semblante que resguardaba tantos sentimientos que debían ser compartidos.
Aunque a veces me apenara mucho hacerme con los relatos del joven, por el simple hecho de que por momentos no comprendía porque éste se sometía a tales experiencias, sabia que mi deber como su amiga era escucharle y aconsejarle de la forma mas objetiva posible, pero cuando una solamente quiere el bien para los que ama, a veces esa objetividad se ve algo comprometida.
- Responde tontín, podemos ir por algo caliente que nos alegre un poco si gustas - la jornada en el Burdel había sido buena y por lo tanto ese día estaba en posición de darme algún gusto moderado junto a la hermosa compañía de mi fiel compañero. La idea de una charla amena con una bebida caliente de por medio sonaba tentadora y solo esperaba que la vergüenza no permitiera que el mancebo no aceptara la invitación ¡Stéphane era tan cómico a veces! No temía de contarme sus secretos más oscuros, pero le avergonzaba enormemente que yo pagase la cuenta del restaurante.
Acomodé su abrigo a la altura del cuello mientras esperaba su respuesta. Mis ojos seguían fijos en su presencia, como si a partir de ese instante fuese lo uno interesante a mi alrededor, lo único que merecía mi completa atención. Las personas habían quedado atrás con su bullicio ¿Y el agua de la fuente? El agua de la fuente también.
Analeigh Leisser- Mensajes : 180
Fecha de inscripción : 28/06/2011
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