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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Minerva Onassis Lun Mayo 14, 2012 11:10 pm

“Dicen que el amor es incluso sentido por los mismos dioses, que es un sentimiento que no es ajeno a los mortales, pero si, la cabeza dura de los seres humanos distan de la perfección con la que ellos gozan para solventar sus males.”

No tenía ni siquiera dos días de mi llegada a Roma, Italia, la ciudad principal de éste país lucia mucho mejor desde aquel día de mi partida, notorios avances en su cultura, su gente, sus calles, aunque lo que regularmente resaltaba eran las antiguas estructuras del imperio romano, distante caminaba a través de las calles, los escalones callejones y sus estructuras angostas me hacían recordar un poco a las ciudades de Grecia, las caminatas a los atardeceres y las alegóricas casas que se pintaban de blanco y celeste, un espectáculo en verdad que extrañaba, pero que mientras más pasaba el tiempo olvidaba el sentimiento que transmitían esos sitios, ya no era lo mismo, había encontrado otra de mis casas, otra familia diferente, que me había acogido. En un ir y venir de imágenes, tan sólo una era la más presente, en ella coincidía un hombre y un nombre que resonaba desde mis entrañas, mi voz que quebraba ante él y se rendía a sus encantos – Alejandro…- en un murmullo fino casi imperceptible pronuncié su nombre Alejandro era su nombre y tenia rostro, ojos, boca y color de piel, las mismas que noche y día contemplaba en mi mente gracias a su eficacia.

Abriéndome paso por las calles, un tumulto de gente llamó mi atención, los domingos era acostumbrado acudir a la plaza de San Pedro para escuchar las palabras de su excelencia el Papa, me parecía un milagro poder congregar a la cantidad de personas por una sola, aunque a Alejandro se le daba perfectamente bien la oratoria, la gracia parecía ser parte de su encanto, su mirada serena les brindaba a los feligreses un poco de tranquilidad en sus miserables vidas, era algo de admirar y para mí un hombre en toda la extensión de la palabra. La gente apabullaba con sus gritos, me enloquecía cruzar, parecía infinito aventurarse en el mar de almas que continuaban fieles a la causa del señor; entonces en un rincón encontré el ángulo perfecto para detenerme, arriba en el balcón de la habitación principal estaba él, anunciando la palabra de dios como un digno profeta, tras un rezo su regazo me pareció cómodo ¿Qué se sentiría poder estrecharme entre su dorso?, ¿Podría acaso tener la oportunidad de estar tan cercas de él?.

Debía darme prisa, no podía esperar más, sabía lo que me deparaba en aquel lugar, llevaba lo que tanto había pedido, recordaba su olor, sus palabras al pie de la letra, recordaba cada centímetro de su ropa bordada en oro, inmaculado se postraba ante mi pero yo no le veía inalcanzable si no impropio. Cerré mis ojos para meditar la situación en la que me encontraba ¿Estaba loca?, ¿había perdido la razón por completo?. Yo servía a dios y él era su portavoz, de pronto sentí como mi corazón se estrechaba, acongojonada alcé mi brazo diestro para formar la cruz con mis dedos pulgar e índice y proseguí a persignarme “Amén” conjuré, era sincero mi arrepentimiento por desear a un hombre como él, incline mi cuerpo y apoyé una de mis rodillas en el suelo para después estrechar mis manos y recitar en voz baja: “Perdóname dios, por haberme fijado en quien no debía, pero es el amor por ti y por él, lo que me impulsa a cumplir mis tareas, perdóname más porque sé que desearlo sólo será el paso hasta dónde llegaré, perdóname porque sé que en algún momento puedo romper mi promesa de guardar el secreto en mi alma” oré en aquel rincón, sabía que podía condenar a mi alma, pero no me importaba, entonces me levanté de nuevo.

Sabía que mi existencia estaba condicionada a su voluntad pero jamás lo admitiría, de repente un golpe en la conciencia me invadió y me hizo reaccionar “Basta” conferí “Basta Minerva debes de continuar con tu deber, eres un caso perdido” empuñando mis manos una vez más miré hacia el balcón, deslice mis manos por mis piernas e impulsé mi cuerpo para levantarme, ya de pie continúe mi camino rumbo a los interiores de la santa sede dónde me aguardaba el resultado final de la encomienda.

Mientras caminaba caras nuevas y viejas me miraban atónitos, todos ellos parecían haber visto un fantasma lo cual me hizo sentir incomoda y apresurar el paso, los cardenales que se cruzaban conmigo realizaban reverencias que respondía, si bien era muy conocida por mis hazañas, también lo era por mi peculiar sentido de pertenencia en aquel lugar, la inquisición me había brindado armas para lucirme en la superficie fuera contra quien fuera. Aquel lugar me fascinaba, sus esculpidas estatuas, sus ventanas bien formadas, las pinturas que querubines y ángeles, los colores abundantes y las inmensas plazas de jardines muy bien cuidados, si no había conocido el Edén, en aquel lugar se reconocía pasar por algo muy similar a eso, apresuré mi paso para cruzar toda la estructura, yo lucia desubicada ciertamente, incierta, frustrada pero por otras razones que obviamente sólo yo conocía, no había tenido el tiempo para asearme y acudir presentable hasta mi cita, pero era de vital importancia entregar lo que ante mis manos aguardaba, finalmente en un amplio pasillo me dirigió hasta el despacho papal en el segundo piso del Vaticano, éste antecedía a la sala en dónde se encontraba ahora, en cada extremo aguardaban dos soldados conocidos como la guardia suiza pontificia encargados de su protección así como de la ciudad santa.

-Tengo una entrega importante para el santo padre, el cual me espera con previo aviso, espero pueda recibirme en este momento…-
- Aguarde, será informado de su llegada, espere aquí…-


Los segundos me parecieron eternos, si algo odiaba era esperar pasar el protocolo para verlo, aunque ellos ya conocían mi procedencia y mi cercanía con el papa, debía ser anunciada para guardar la apariencia.

-Pase, su excelencia la espera.-

Interrumpió mi pensamiento el guarda quien me observaba de pies a cabeza.
Me deslicé a través de la puerta, para encontrarme con la habitación más elegante que había visto en toda mi vida, ni siquiera mi padre tenía algo tan lujoso como ella, ahí habitaban todo tipo de objetos religiosos, pero también las más hermosas pinturas y obras de arte. Sonreí sabiéndome en casa, para calmar mis ansias tomé aire y me giré a mi derecha para encontrarme con su santidad, al cruzar la mirada me atisbó un pensamiento y me hizo arrodillarme ante la única majestad que yo conocía.

-Santo Padre, ha pasado mucho tiempo desde mi partida, pero hoy he vuelto con nuevas para usted…-
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Mensaje por Papa Borgia Dom Mayo 20, 2012 2:52 am

Dichosos los que sufren, porque esos van a recibir el consuelo

Mateo 5,4

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Las palabras son seguidas con prontitud mientras él lee las Santas Escrituras de esa manera que calma los corazones más desesperados. Siempre tuvo ese toque, pero no es porque lo disimule. Realmente se siente tan a gusto leyendo la palabra del Señor que puede cerrar los ojos y sentir esa paz, esa calma que no necesita fingir a sus feligreses. La sonrisa durante la misa está llena de beatitud porque durante ese corto período de tiempo así se siente. Bueno, amable, agradable. El sermón no es un regaño, jamás hace sentir mal a los que presencian la alabanza al Señor puesto que siempre procura darles consejos (que él jamás sigue a espaldas de los demás), pero sobre todo de indicaciones y un apoyo moral a aquéllos que lo necesitan y se sienten desconsolados.

Ahí, es poderoso sin que nadie lo note porque es la devoción y la fe que depositan en él lo que le da esa aura que le dura el resto de la semana. Una que le reafirma la autoproclamación de ser la representación de Dios en la tierra y por la cual muchas de sus demandas serán aceptadas y obedecidas sin rechistar. La multitud le ovaciona, llora incluso ante su presencia, mataría en caso de que alguien le ataque. Entre ellos, Alejandro II está seguro y es por eso que la seguridad de detentar el poder está entre sus manos. Pocos son los que le conocen realmente, algunos muy cercanos porque la mayor parte de ellos sabe que es todo un amor, una beatitud en todo momento y lugar. Más no lo hagan enojar, porque el infierno se desata en la tierra.

Su mirada siempre atenta y observadora detecta la presencia de alquien que hacía mucho tiempo sus ojos no se dignaban a tenerla al alcance. Una sonrisa se le incrementa esperando que traiga buenas respuestas. Esa personita es justo alguien a quien Alejandro II ha cuidado desde que la conoció. Es como una sirena tan hermosa como intrigante. Muchas veces pensó en tocarla, pero fue más su prudencia que el insano deseo de la lujuria quien triunfó. Por eso la mandó lejos de su vera durante todo este tiempo y ahora tendrá que pensar en algo nuevo antes de que por sus ojos entre tan maravillosa visión y sea aquél que debería ser casto, el que controle su mente en lugar de sus neuronas.

¿A dónde enviarla? La última vez fue tan lejos como el desierto, pero ¿Ahora? Debe hacer algo pronto porque en cuanto la misa termina, él mismo regresa a la habitación para esperar paciente a que llegue. Lo que no tarda en acontecer. Se pone en pie y espera en ese espacio reducido su aparición. Cierto es que la información que, espera, trae consigo es de muchísima importancia, pero no tanto como alejar la tentación de su casta presencia. Hasta el momento contados son los que conocen sus andanzas con las brujas que viola y en las que satisface sus bajos instintos de forma indecorosa una y otra vez, pero Minerva es muy diferente. No sólo es una mujer fuerte y valiente, aguerrida y diligente. Si no que también tiene algo que Alejandro II se pregunta si debe llevarla a su casa y hacer de ella lo que le venga en gana o no. Gran precariedad, un deseo latente, constante. ¿Qué hacer, qué hacer?

Volverla a mandar lejos podría ser la solución, pero espera que ella no se queje cuando lo haga. Es la mujer más fiel que puede tener entre los Inquisidores, pero en este momento lo último que necesita es perder los papeles y de paso, su confianza. Suficiente tiene con Lorenzo queriéndosele subir al cuello. O Juliet. No, es demasiado lo que se pierde por tener esas piernas femeninas rodeándole la cintura mientras sus ojos se ponen blancos cuando logre arrancarle el orgasmo. Porque ese es uno de sus juegos favoritos: ver cuándo aguantan antes de entregarse sin proponérselo. Aunque las brujas aprieten las piernas, no pueden evitar las respuestas de sus cuerpos cuando encuentra los puntos erógenos precisos para que se humedezcan y le correspondan aunque después se odien.

Eso es lo más sórdido que le encanta de las violaciones, el instante en que la mujer explota para mojarlo y quedarse anonadada por lo acontecido y, acto inmediato, el odio les llene los corazones. Además está la diferencia de edades, podría ser fácilmente su padre y eso lo hace aún más libidinoso, el saber que una joven como ella, con la piel tan tersa, las curvas tan delineadas, el busto en su lugar y no la bolsa de canicas que luego le toca masajear. Caderas bien formadas, no las de esas que ya tuvieron más de un hijo. Piernas largas y torneadas por el ejercicio y no por la gordura. Y qué decir que su virginidad, porque está seguro de ello, que es completamente una doncella... ese virgo es lo que más le atrae para tomarla entre la pared y su cuerpo y hacerla suya.

Recupera el control y justo a tiempo para escuchar sus palabras, aleja los pensamientos y sonríe extendiendo la mano para que bese el anillo. Siente un cosquilleo irremediable en la extremidad cuando el cabello femenino la acaricia sin proponérselo. Es hermosa, ese vestido le sienta a la perfección, una pena que la Duquesa esté ahora en su casa, si no le encargaría los suficientes atuendos para que luciera espectacular. Aunque también lo agradeció porque si de por sí era complicado no ponerle las manos encima, con una prenda que acentuara su figura le enloquecería. Se preguntó qué traía puesto bajo esas ropas. ¿Algo discreto? ¿Algo erótico? Las dos formas le satisfacerían porque es tan excitante una ropa de una inocente que se rompe al tiempo que se imita al virgo. Como aquélla que sabe a lo que va, que se preocupa por complacer al hombre.

Aunque espera que no sea lo último. Alejandro II siente una extraña sensación que jamás tuvo antes, pero es que quiere matar a aquél que tenga a su vera a semejante preciosura. Coloca un mechón tras su oreja y le sonríe con beatitud ordenando a todos que los dejen solos. Una vez a solas, sonríe y le invita a tomar asiento con un señalamiento de su mano. Como todo caballero, una vez que ella lo hace, él la imita y la observa con deleite, con una sonrisa que le llega a los ojos y podría turbarla.

- Toda noticia tuya me interesa, así sea respecto de la misión o bien, de tu vida. Espero no me digas que te vas a casar porque me enojaría. Aún tienes que ayudarme a resolver algunos enigmas y tras ello, adelante - aunque casi se atraganta con esa última orden. No, no quiere que contraiga nupcias, que otro la tenga en su lecho, que le sonría y la haga feliz. No, no lo desea. No en ella. Tiene que ser suya de alguna forma, pero ¿Cómo? Obsesionado se siente la mayor parte de las veces que la tiene frente a sí sin hacer más que sonreírle o tomarle la mano entre las suyas para consolarla. Ojalá tuviera una historia triste porque necesitaba saber si su tacto sigue siendo tan suave como antes.
Canto de sirenas, atrayendo a la perdición...
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Mensaje por Minerva Onassis Lun Jun 11, 2012 4:14 am

Estar dentro de aquel sitio regresaba a mí la paz interior que sólo dentro de la casa de dios podía obtener y calmar las preguntas en mi cabeza que de repetirse más podían volverme loca por momentos, loca completamente. Los lujosos cuadros enmarcados de materiales preciosos llamaban mi atención, podría sumirme en un delicioso letargo entre las miradas serenas de los santos al oleo.

Cerré mis ojos dejándome llevar por la tranquilidad de la habitación, en las afueras los murmullos y reclamos de los fieles se alcanzaban a escabullir por los ventanales, cualquiera que estuviera ahí dentro sabría que es posible reunir a los feligreses de la cristiandad. Sólo un hombre santo lograba aquel movimiento en las masas de personas congregadas a escuchar sus palabras.

Tan siquiera era una decima parte de lo que yo quería ser en un lugar como ese, el destino estaba jugando a cambiarme la jugada, me alejaba de Alejandro y me devolvía a su lado. Hace tanto tiempo que había pasado que su voz estaba perdida en algún lugar de mi memoria, los recuerdos se burlaban de mi, los recuerdos estaban presentes pero borrosos, se sostenían en un pequeño hilo delgado de suspiros, pensamientos degenerados quizá y una que otra sonrisa de su parte. Mantenerlo interesado en mi no como mujer, sino como inquisidora destacada se volvía mi prioridad, pero en ocasiones, como la de ese día, no era yo la Minerva al servicio de dios. Era una Minerva dispuesta a devolverle el favor al hombre que me había separado de él sin saber mi sentir.

Cuando me encontraba en pleno debate de mis deseos, el crujir de la puerta trasera me interrumpió al abrirse bruscamente. En ese instante su olor, su indiscutible olor a menta se impregnó en el cuarto principal, mis ojos como péndulos se movieron hasta su posición, entornándolo con una mirada tal que pareciera ser que veía en ese momento al mismo dios y no a un simple mortal.

Mi reacción inmediata fue bajar la vista hasta el suelo como sumisión a la autoridad que tenia frente a mí, que momento más extraño anhelar abrazarlo pero limitarme a sólo mostrarle el respeto que debía –Que odioso, que repugnante, basta ya, basta de pensar en tonterías- que más podía hacer, sólo me quedaba lamentarme, castigarme por las noches entre despiadados pensamientos.

-Su excelencia…- mi voz se quebró por un segundo, mis ojos parecían vidriosos si los llegase a ver, las lagrimas las contenía de puro orgullo y vergüenza, una vergüenza, una vulnerabilidad que no permitiría que nadie, nisiquiera él lo notara. Del interior de mi alma, tomé aire, alcé mi rostro y tome su mano para depositar un beso devoto en su dorso algo natural en aquellos cristianos que se encuentren ante el hombre elegido por dios para cuidar de su fe.

- Han pasado muchos años desde la última vez que pise este lugar, estar aquí me hace sentir extrañamente triste, siento que pasé un gran tiempo fuera de mi hogar…- expliqué con claridad sosteniendo la mirada en su persona, él lucia tan elegante y acapárante como lo había conocido, con lujosas joyas y vestimentas papales – Mi viaje a llegado a su fin y ciertamente le traigo buenas noticias…- hice una pausa para sacar de mi bolsillo aquellos pergaminos en dónde celosamente guardaban importante información para la iglesia, especialmente para él; Alejandro – Mis informantes fuera del país me mencionaron el peligro que existía ir hasta el medio oriente, no comprendo cual era el problema, el grupo de brujos al cual me enfrente era vulnerable en aquellas tierras, todos perecieron a excepción de uno al cual le perdone la vida, eso a cambio de la información que deseaba…-continúe mi discurso ofreciéndole los pergaminos – Pero no fue mucho el tiempo que duró con vida, ya que le di caza, cuando lo encontré arranqué su cabeza y lo quemé por completo…- cerré los ojos para repasar un sinfín de imágenes de la misión esperando no pasar un solo detalle – Lamento si he tardado tanto santo padre, sabe usted que la tarea que me encomendó era muy absorbente, los brujos eran astutos, resolvían mis acertijos y escapaban. Pero no corrieron con mucha suerte cuando me di cuenta de su estrategia, todos y cada uno cayeron-.

Hubo una sola pregunta la cual omití y me limite a no responder ¿Casarme yo? Eso debía ser una broma tan pesada que me jugaba la vida ¿Cómo habría de casarme sin traicionar mi corazón, sin traicionar el fiel amor hacia Alejandro?. Mis corazonadas no dejaban mentir a la situación a la que me enfrentaba, si su interés hacia a mi era sincero, era únicamente como una inquisidora más, sirviéndole, apoyándole y sobre todo venerándole. ¿Qué harías Alejandro si supieras, que no hay más amor en el mundo, porque todo este lo tengo aquí ¡Aquí dentro en el alma!, sólo para ti?.
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Mensaje por Papa Borgia Dom Jun 24, 2012 9:31 am

Pero Rut respondió:

- No me ruegues que te deje y que me aparte de ti; porque a donde quiera que tú vayas, yo iré; y donde quiera que tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios.

Rut 1:16


Concerto No. 1 in A Minor: Allegro by Bach on Grooveshark
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Inevitable tomar los pergaminos que le ofrece porque tiene así la excusa para rozar su hermosa y deliciosa piel, una que extrañaba sin reconocérselo. Divina tentación hecha mujer y una competente, no la clase de bestias a las cuales tiene que arrear en la misma Inquisición empezando con su hija y los líderes de facción. Sus hazañas no hacen más que arrebatarle una sonrisa, en muchas ocasiones él fue uno de los testigos de cuando ese cuerpo deseable se convertía en una máquina de asesinar y deshacerse de todos aquéllos que el propio Alejandro consideraba non gratos para la Iglesia. Tantos entresijos que ella no logra ver y sin embargo acata con una eficiencia ciega, pero contundente. Cómo le encanta verla así, como una fiel protectora de lo que él representaba en la tierra y al mismo tiempo como la guardiana del hombre, de la carcaza que envejece a cada minuto en contraste con ella, que embellece cual flor en primavera. Inalcanzable, intocable, prohibida por su mente, por sus creencias porque el Papa a pesar de sus vilezas y bajezas, no es capaz de romper la ilusión en la mente de una joven que lo ve como alguien a quien adorar.

Hacerlo sería la más grande estupidez cometida, será más fácil cortarse él mismo la mano derecha dejándose sólo un muñón del cual cada vez al mirar se recuerde lo acontecido, lo deseado y pecado. No, mil veces no. Esta mujer tiene que volar de su lado, alejarse lo más pronto antes de que sea su lujuria la que caiga sobre ella. Aunque como hace tanto tiempo, antes de enviarla a por los pergaminos, se pregunta extrañado ¿Por qué? ¿Por qué tanto empeño en mantenerla impoluta si muchas mujeres han yacido en su cama sin que él tenga el menor remordimiento? ¿Qué tiene Minerva que es diferente? Porque incluso Nereza le profesa el mismo fervor y qué decir de Paulette. ¿Por qué Minerva no puede ser tocada, anhelada, deseada? Suelta el aire que contienen sus pulmones para ponerse en pie alejándose de ella, necesitando una corriente más fresca para que su mente sea mucho más analítica y se olvide de lo que ahora le martiriza.

- Sea pues hija que os agradezco vuestras labores en pos de que la Iglesia siga teniendo la supremacía y sobre todo, que con esta información los fieles estarán más seguros en el instante que descifremos lo escrito y actuemos en consecuencia. Ésta es una de las mejores noticias que me han dado, tanto tu regreso como el éxito en tu empresa, bien hecho. Ahora dime ¿Deseas que os agradezca de alguna manera? - quizá las palabras no son las correctas, pero Alejandro no intenta ver dobles sentidos y no es que no la deseé, todo lo contrario, para él Minerva siempre será una de las más exquisitas orquídeas que engalanan a la Inquisición, pero con sendas espinas que no quiere tocar a menos que deseé envenenarse y perder la cabeza por ella...

Aunque su mente le obligue a no desearlo, su cuerpo actúa en consecuencia llevándole su nariz el aroma delicioso y suculento de la dama. Traga saliva pensando en una estupidez completa, pero puede hacerlo, no hay nadie en la habitación que pueda pensar mal de él y sobre todo tiene una de estas pocas posibilidades en la vida que no vuelven a repetirse. Así que mira al frente, deja los pergaminos sobre una mesita de arrimo y se acerca a ella, alarga la mano para tomar esos dedos largos entre los suyos y apretarlos un poco apreciando que no ha subido de peso todo este tiempo, todo lo contrario pues está levemente más delgada. Tiene que comer mejor y de seguro pondrá a una de sus sirvientas a que la persiga todo el tiempo hasta que suba algunas libras más y esté su peso de acuerdo a su actividad y su altura.

Acaricia la piel obligándola a ponerse en pie para mirarle el rostro, tan blanco como sonrosado y esos ojos que se adhieren a su mente sin querer abandonarla. Un gran martirio para el hombre de fe y más cuando esos labios masculinos depositan un suave y cariñoso beso en la frente de la dama antes de que una de sus manos recorra la cintura femenina de cabo a rabo hasta llegar al otro extremo y ahí mantenerse para acercarla a él mientras ese ósculo permanece en la piel, aspirando su aroma, sintiendo la tibieza del cuerpo femenino. Un gesto que podría tomarse como dulce y tierno, pero por igual cariñoso. Sin tener una connotación sexual a pesar de que Alejandro pega el cuerpo femenino al suyo para sentir las redondeces contra él y cerrar los ojos de anhelo y anticipación. No puede, no debe, pero qué malditamente pecaminoso es tenerla así nada más, en una caricia que puede ser bien interpretada como la entregada a una hija por alguien que se considera su padre.
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Mensaje por Minerva Onassis Sáb Jul 07, 2012 8:12 pm

No olvidaba su tacto, sus palabras confortantes o sus tranquilizantes suspiros envueltos en su respiración. Sostendría mil batallas, declararía la guerra a los mismos ángeles si existiese o hubiera la posibilidad de perjudicarlo. Alejandro era para mí la calidez de un abrazo cariñoso o las palabras amansadoras después de una gran lucha. Encontrar razones por las que destinaria mi vida a su protección y también a su causa estaban ya planteadas, firmes e incorruptibles.

- Cuanto más me alejo de la casa de dios espero poder tener un poco de aliento en los verdes prados de los sitios a donde he sido confinada, no existe mayor recompensa que conservar la vida que se me fue prestada para poder lograr cumplir la tarea que me asigno –

Despertaría la sospecha de mi atracción por él, si dijera que sólo deseaba su compañía ¿Acaso eso estaría mal? Las lágrimas que contenía bajo mis parpados eran difíciles de mantener, así que una de ellas escapó de mis entrañas hasta los lagrimales y mis mejillas, evidenciando el corazón acojonado y en mal estado. Despertar por las mañanas en los desiertos quemaba la piel, haciéndola seca, arenosa, las comodidades de un buen catre no existían en sitios olvidados por la mano de dios, desafortunadamente para mí o mis compañeros inquisidores, la mayoría de las alimañas que tanto buscábamos permanecían en sitios tan alejados como ese. Pero yo resistía esas y más pruebas que me enviase el santo padre.

No estaba segura de sí aquella lagrima había llegado a ser percibida por el santo padre, por lo que para confirmar mis pensamientos alce la mirada de nueva cuenta. Me avergonzaba de mostrar la naturaleza de la mujer en situaciones críticas, yo no era así, los motivos que me llevaban hasta esa habitación se encontraban a mi alcance, llevaba respuestas, cumplía una misión extremadamente peligrosa y lo único que me hacia llorar como una chiquilla a la cual le quitan su juguete más preciado, era ver el rostro de Alejandro así como el sincero beso en mi frente. La situación se volvió tensa, no sabía que más responder a sus preguntas, la mente me traicionaba quedándose en blanco por una lapso de tiempo, entonces mis ojos volvieron a caer sobre el suelo, la mirada perdida se escondía y yo contenía el llanto para no poderle defraudar.

-Lo único que puedo pedirle…su excelencia, es un tiempo para reponerme del largo viaje que he tenido hasta aquí, comprendo que tenga usted más obligaciones para mí, pero le suplico que me muestre un poco de consideración para poder guardar mis alas resguardándome en un catre cómodo y un buen baño de tina- los ojos rodaron hasta sus torso dónde miré las lujosas alhajas que vestía, parecía inalcanzable, yo una muchacha cualquiera no podía despertar el interés de hombre, amor, afecto o lo que fuera que estuviese permitido a sentir. Deseaba que la admiración consentida por su tacto, las palabras se convirtieran en besos. Mi cabeza se movió por inercia negando la posibilidad de continuar deseándolo, entonces caí en el precipicio, lo supe desde un principio cuando mis ojos se posaron en Alejandro.

La situación se volvía complicada a cada paso que daba, parecía que estar lejos de él resultaba menos complicado que tenerlo tan cercas y no poderle tener más allá de la admiración. Ser o no ser era la cuestión ¡Odiaba no poder ser un ángel! al menos así me veneraría, me tendría en un altar diferente, sus ojos se elevarían al cielo para mencionar mi nombre y entonces podría observarle totalmente mío. Complicado, realmente complicado pasar desapercibida cuando lo que más deseaba era su reconocimiento. Antes de que se retirase de mi tome su mano, la reacción me pareció extraña, aunque nuestra cercanía lo permitía, el toque parecía distinto, cargado de sentimiento y una piel cálida.

- Sé que puedo incomodarle con mi petición, pero si no es posible concederme ello, le suplico me brinde unas horas solamente para poder cerrar los ojos y meditar lo que viene-

¿Cerrar los ojos? ¿Pensar? ¿meditar en lo que viene?, lo único que meditaría seria la culpa, sí, la culpa que sentía de tener que verle de esa manera, con deseo, con fervor más allá de lo que se puede sentir por un santo, un fervor que me llevaría hasta pozo y no me dejaría salir de ahí. Entonces, volví a bajar el rostro como muestra de respeto visiblemente consternada. Realmente no me sentía preparada para poder enfrentarle, yo a su lado perdía los estribos y me sometía a su voluntad.
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Mensaje por Papa Borgia Sáb Jul 07, 2012 9:20 pm

Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera en mi camino

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Nunca hubo una flor como ésta en toda su vida, ¿Por qué hasta ahora Dios la pone en su camino? Una vez la alejó de sí, pero ahora ve cuánto sufrió y duda en dejarla de nuevo en manos de un destino que puede no traerla a su lado de nuevo. Puede ser que por fin ella caiga en manos de un sobrenatural y Alejandro II no sabe si podrá perdonárselo o no. Un camino húmedo es lo que encuentra en su rostro cuando lo alza hacia él y el sentimiento que tiene lo obliga a tragar saliva. ¿Acaso será que esta mujer ha vencido todas sus defensas para colarse tan profundo como su mismo corazón? No debe darle tanto poder sobre él, pero hay algo en su constante humildad que le roba más que un pensamiento, el deseo mismo de protegerla y mantenerla a su vera a pesar de que el Sumo Pontífice no debería tener a una mujer consigo. ¿Acaso importa? Muchos Papas lo hicieron en el pasado y aunque a escondidas, es una práctica que no ha caído en desuso.

Besa de nuevo su frente y la mantiene contra él en total silencio, acaricia su mejilla derecha y permite que ella tome su mano, que la mantenga entre las suyas. Estrecha sus dedos al tiempo que la observa de nuevo con un brillo diferente, un baño, un catre. Son necesidades que él satisfacerá con la mano en la cintura. Sus ojos recorren la estancia pensando en sus ocupaciones y decide de una vez por todas echarse de cabeza al precipicio. Tendrá que ir con cuidado, pero sabe que tarde que temprano ella caerá en sus redes aunque... la observa a los ojos, esos orbes que lo miran arrobados. ¿Será capaz de destruirle su ilusión? ¿La que se ha forjado respecto de que el Papa es un ser caído del cielo? La verdad es que sí. La ansía a su lado, mantenerla consigo y ver qué puede resultar de todo eso. Asiente y va desprendiéndose de su abrazo con lentitud hasta que ambos tienen una distancia prudente, entonces Alejandro II recupera el control y mirándola le ordena.

- Toma tus cosas, vendrás conmigo porque necesito de tus conocimientos para discutir algunas cosas respecto a tu búsqueda. Te espero en la salida, mi carruaje aguardará y si llegas antes, te subes de inmediato. No quiero que te entretengas en nada, Minerva. Ni siquiera con tu líder de Facción. Si te la encuentras le dices que es una orden mía y cualquier queja que venga a dármela a mí. Ahora retírate ipso facto - la mira salir y cierra los ojos caminando hacia el mueble para sacar una copa y descorchar una botella de vino tinto para tomar un poco. ¿De verdad lo hará? ¿Será capaz de mantenerla a su lado, viviendo con él? En ocasiones pasadas algunos de sus pupilos ocuparon habitaciones en su mansión, incluso mujeres, pero nunca Minerva. Hace una mueca pensando en la vampiresa que le aguarda en las profundidades de las catacumbas. No importa, la Inquisidora no es curiosa y si lo es... será una lástima destrozar tan hermoso cuello, aunque antes de ello, la violará para desquitar la frustración que le provoca la idea de que hubiera fallado tanto en su criterio, en la forma que la concebía.

Prepara todas las pertenencias que trasladará a su mansión, así como los papiros y demás documentos que revisará al lado de Minerva. Siempre ha confiado en el criterio de la joven y necesita ahora saber si lo que sospecha es cierto. Si el brujo que acaban de apresar puede darles las respuestas a sus incógnitas. El criterio de la joven es muy bueno para el Papa, sobre todo porque tienen formas parecidas de pensamiento y eso le incluye una buena dosis de diversión, ironía, cinismo y sarcasmo. Le pone ella la sal y pimienta y los comentarios picantes que Alejandro II piensa, pero no expresa. O bien, los complementa de una forma deliciosa. Sonríe ante la perspectiva de tenerla en casa y tras tener todo listo, ordena a un paje que le acompañe y cargue con todo mientras que el Papa sale de la estancia para recorrer los pasillos del Vaticano con tranquilidad, dando bendiciones a quienes las pidan y órdenes a quienes logra vislumbrar, entre ellos al segundo al mando de la Facción de los Condenados ahora que Tamina está ausente.

No puede prescindir de esa cambiaformas a pesar de que luego se le rebele, por eso necesita que se le meta entre ojos a Lombardi, para eso les envió a ambos. Juliet es la base de los Condenados y quien mejor los mantiene quietos, así que hará un pequeño ajuste para que la maquinaria siga trabajando como hasta ahora. Sus pies se detienen frente al carruaje en el que espera ya se encuentre Minerva dentro y sin ayuda, sube para meterse en él asintiendo al paje quien con diligencia acomoda todas las propiedades del Sumo Pontífice en una caja a sus pies y la ata para que no se mueva. El Papa mira a Minerva quien parece agotada tras el viaje, éste sólo durará una media hora máximo y espera que la perspectiva de estar en un lugar diferente la alegre.

- Iremos a mi casa, ahí estará una temporada... llegará y ordenaré que le brinden un baño y ropa limpia. Que la que tiene sea lavada y comerá conmigo en el salón junto a la chimenea pues hace frío y no quiero que pesque un resfriado. Después de eso, analizaremos algunos detalles que seguro tendrá a bien darme su opinión. ¿Alguna duda o sugerencia que no sea el alterar el plan que tengo? Puede que permita incluir alguna otra tarea, pero las que se han de hacer son esas y todas, el día de hoy - así es siempre: imperativo y las cosas se hacen como él dice, aunque curiosamente le da oportunidad a la joven a decidir si alterar un poco el programa o no.
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Mensaje por Minerva Onassis Miér Jul 25, 2012 4:30 pm

¿Acaso el santo padre me preguntaba qué era lo que yo deseaba?, si bien era cierto que su cariño hacia mí era particularmente especial, puesto que me veía como una mujer fiel a la causa del señor y por lo tanto un arma suficientemente poderosa para el cumplimiento de ciertas tareas. El destino me jugaba los dedos en la boca, se burlaba de mí y me ponía a prueba, con justa razón podría titubear y con mucho valor prescindir de su invitación a su casa. Nunca había estado en ella ¿Cómo sería?, ¿Tendría jardines? ¿Habría flores hermosas? Principalmente las hortensias, mi flor favorita. Bajé mi rostro para evitar mirarlo a los ojos, mis mejillas se enrojecieron sin poder controlar aquella reacción de mi cuerpo a su tacto y sus buenas intenciones.

El santo padre muchas veces me sorprendía por su enorme bondad aunque pareciera no tenerla en el corazón con su bien notado rostro frío e insípido. Pero Alejandro muy en el fondo guardaba su humanidad esperando no ser lastimada, para mí era más que el símbolo de mi fe.

-Su excelencia os agradezco vuestra invitación a su residencia, pero no me gustaría que se malinterpretara su buen corazón hacia mí y los inquisidores pensaran que tiene cierto trato especial conmigo – Aunque por dentro eso no me importaba, ni lo que ellos pensaran, ni lo que el mundo pensara. Deseaba poder pisar fuerte en su vida, dejar la huella que toda mujer desea dejar en el corazón de su amado. Ni la iglesia, ni la inquisición iban a impedir que pudiese estar con él siquiera. Llevé mis manos hasta el estomago dónde sentí los espasmos que tenia debido a la felicidad contenida, hablaba de dientes para afuera.

-Pero si usted considera prudente…- comenté con un fingido tono resignado -…Por mí está bien, cumpliré su orden al pie de la letra como es costumbre santo padre…Ni mi líder, ni nadie podrá detenerme.- relamí mis labios para devolver la mirada hasta la suya, sus ojos expresaban algo más que las palabras, existía algo que me atraía a él, no era su alto cargo en la iglesia, no, ni el poder que tenía sobre ésta. Mi amor era tan desinteresado que pasaba sobre mí, pasaba sobre lo que realmente deseaba y era capaz de contener las sonrisas. Pero las miradas lo dicen todo, expresan lo que existe en nuestro interior y él lucia como un libro dónde perfectamente podía leer sus intenciones, quería lo mejor para mí y yo debía obedecer.

Luego de la charla realicé una reverencia y me retiré lentamente de la habitación.

Rumbo a la salida una sonrisa se dibujó en mi rostro, era extraño a decir verdad, por la mueca descolocada que conservaba en el, apresuré mi paso bajando escalón tras escalón, el camino lucia eterno, parecía que nunca acabaría hasta que, finalmente un hombre me detuvo. Era extremadamente elegante, sus ojos analizaban mis ropas y ofreció su mano para tomar el carruaje que estaba frente a mí. Los corceles eran hermosos pura sangre, el coche por otro lado era modesto. Ya que pasaba discretamente desapercibido por las calles de París.

Y ahí me encontraba yo de vuelta con el alma en las manos, el corazón a mil por hora y la adrenalina recorriéndome las venas, esperando cualquier momento para saltar a sus brazos.

Lo más gracioso de todo era que una importante misión era la que me llevaba hasta él y quizá sólo deseaba intercambiar un poco de información en la intimidad de su casa, ante la discreción de fieles y sirvientes. Y yo sólo esperaba un poco de migas de su amor.
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Mensaje por Papa Borgia Vie Jul 27, 2012 8:32 pm

Cuida las lágrimas de la mujer,
porque Dios las cuenta una a una.

Anónimo

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¿De qué está hecha esta mujer que tiene ante él? Todo lo que Alejandro II quiere, se lo entrega. No se opone, no expresa palabra alguna en contra, es una dama que, si hubiera sido un simple hombre, hubiera tomado de esposa. Mas sin embargo, quizá sea la fe que tiene en él lo cual hace mucho más peligroso, cualquier paso en falso y no sólo perderá la posibilidad de tener a alguien fiel a su lado, si no que se ganará un enemigo mucho más peligroso que la misma Juliet. Tiene que ir con pies de plomo, conducirse con decoro, con mucho cuidado para que... ¿Qué? ¿Acaso piensa que la joven puede estar interesada románticamente en un anciano? Porque sus años mozos pasaron hace demasiado tiempo y Borgia lo sabe mejor que nadie. Aprieta los dientes y mira hacia afuera en silencio, no puede ser humillado. No soportaría eso. Todo volvía a lo mismo: olvidarse de ella y tenerla como una llegada más. Una compañera, aliada y nada más.

Le incordia bastante, él quisiera tantas cosas, pero sabe que no puede tenerse todo en la vida y de momento, el ser el Sumo Pontífice es más importante que la virtud de una Inquisidora, sólo son problemas de más. ¿Cuántos Papas no han sido señalados por tener una amante? No está bien visto en la cabeza de la Iglesia y como tal, Borgia tiene que aceptarlo, eligió este camino, ahora sólo le queda concentrarse en lo que viene a continuación, cuidarse las espaldas de los traidores y conservar a los pocos aliados que tiene. Minerva sólo puede ser vista así, aunque sea repetitivo, pero tiene que metérselo en la cabeza y es algo bastante difícil para él. Chasquea la lengua mirando cómo el bosque es atravesado por el carruaje, pronto llegarán a su casa de dos pisos, con paredes blancas y enredaderas que la recubren en algunos lugares. Rodeada por un jardín con todo tipo de plantas y flores que a él no le interesa cuidar, pero a su mayordomo parece fascinarle, además de que le dan ese toque hogareño que le falta.

Pronto, ante ellos, se encuentra la construcción, Alejandro II baja del vehículo para voltear y ayudar a la joven. La conduce hacia los cinco escalones que dan paso a la entrada donde un hombre vestido muy sobrio les recibe. A una orden de Borgia, toma las maletas de la joven escuchando atento lo que el señor quiere: que la conduzca a la tercera recámara del ala oeste, que es una de las más femeninas y elegantes que hay en la casa. Seguro que es una persona importante para el Papa, pero no por ello alguien como Juliet, que tiene sus aposentos en el ala Este, justo donde Alejandro II tiene las suyas. Lo que él no sabe es que el Sumo Pontífice quiere guardar las apariencias, también desconoce del pasadizo secreto que lleva desde la recámara del Papa a la de la joven.

- Sed bienvenida, Minerva, a mi casa. Mi hogar será tu hogar y siéntete en libertad de ir a adecentaros. Comerás conmigo y no acepto un "no" por respuesta. Phillipo, lleva a la señorita a sus aposentos, dale todo lo que necesite y te pida, sin restricción alguna. Yo iré a revisar algunos documentos en el despacho tras cambiarme de ropas. No quiero que nadie me interrumpa - ni siquiera deja que ella se despida, da media vuelta dirigiéndose a sus habitaciones. Dejando bien claro a su sirviente que sólo es una Inquisidora más. No le quiere metiendo sus narices donde no le llaman, pero apenas la puerta se cierra tras sus espaldas, se quita la túnica bajo la cual usa los pantalones y la camisa para ir hacia el pasadizo, con un fin: verla... ser al menos testigo de la belleza femenina y aspirar al menos algún día, tenerla para sí. Aunque sabe que lo único que logrará será torturarse y tras ello, al verla todos los días, no saber qué hacer... si besarla o alejarse.
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Mensaje por Minerva Onassis Lun Ago 13, 2012 8:15 pm

Sólo logré ver por la ventanilla del carruaje un poco de lo que era la residencia del santo padre. Su estructura era elegante y conservadora esperaba de un hombre como Alejandro, él no vivía discretamente, tampoco sin lujos – todo lo contrario- aparentaba perfecto lo que consistía en servir a Dios.

Bajé del carruaje apoyándome en su mano y puse el primer pie en los cinco escalones a la entrada principal, seguí a Alejandro ubicándome atrás de él como era lo más correcto; yo era una inquisidora, una servidora de Dios también, a él tenía que protegerle y amarle de forma distinta. Él era la palabra del señor y la iglesia, lo sagrado, lo incorrupto todo los que los inquisidores conocíamos, era en quien depositábamos nuestra fe – aunque para mi desgracia había depositado más que la fe o esperanza en Alejandro – callé y asentí después de la orden y proseguí a seguir al sirviente de su santidad.

Phillipo, así le había llamado me llevó hacia el ala oeste de la casa en el otro extremo se encontraba la habitación del Papa – que locura tenerlo tan cercas y no poderlo procurar- viviendo en el mismo techo, compartiendo la misma mesa, alimentos, vino, opiniones. Presumo que tenía algo de bueno todo esto – eso gustaba de pensar – voltee con discreción hacia el otro pasillo viendo como la presencia de Alejandro desaparecía, quise abrazarlo, las manos me hormigueaban por hacerlo pero en cambio continúe hasta mi habitación y evite lo que era imposible de hacer.

Al entrar agradecí a Phillipo con una reverencia y dejé el más pequeño de los bagajes sobre la cama, mis ojos rodearon el lugar para reconocer cada centímetro de sus paredes, lucia pulcro, los colores eran más vivos que el resto de la casa, un verde y estampado de flores parecidas a las gardenias –aunque podía equivocarme-. Lucia exactamente como a mi podrían gustarme los sitios a los que iba; acogedores, con colores brillantes para que la luz del sol por las mañanas entrara para calentar mi lecho. Recorrí las cortinas de la ventana y para mi sorpresa fue impactante la vista, era el mismo edén, un lugar de ensueño, los jardines parecían tener vida propia y yo podía ser testigo del encantamiento que tenían. A lo lejos visualice una fuente grande y de agua cristalina que amenizaba el día -Cuando tenga conciencia de lo que deseo podré ver la realidad de las cosas que me rodean, posiblemente tenga que volver a Grecia y dejar la Inquisición, él nunca va a corresponder o saber lo que me origina…Tal vez el destierro que me hice a mí misma deba acabar para tomar de nuevo las responsabilidades de la familia que me crío…-

Apoyé las manos sobre las ventanas y mi respiración empañó el cristal, la mirada se perdió en el paisaje y un poco más allá, la única persona que me venía a la mente era él, era el hombre que años atrás me adormecería en sus brazos protegiéndome de la maldad de mi familia, era un hombre que me sostenía y me hacía sentí protegida. Yo era vulnerable en su presencia, yo era el eslabón perdido, la oveja descarriada y él mi salvador.

¡Dios pido perdón por mis pecados!
¡Pero no pido perdón por haberme fijado en él!

Lo amo, lo amo, mil veces lo amo. No por amar a Alejandro pedía su perdón, el amor no es pecado, el pecado hace mal, daña a terceros y corrompe los buenos corazones. El amor por lo contrario alimenta los corazones, los hace fuertes y los seres humanos somos capaces de alcanzar la felicidad si hay amor.
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Mensaje por Papa Borgia Mar Ago 21, 2012 3:24 pm

Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes.

Génesis

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Minerva en su casa, ¿Qué va a hacer para evitarla, para no hacerla notar las ansias que tiene de ella, que le carcomen el alma... no, el cuerpo? Medita conforme va caminando por los pasadizos iluminados de forma estratégica y precaria. El interior huele un poco a humedad, pero no le preocupa encontrarse nada, sólo un criado conoce de estos pasadizos y se ocupa de vez en vez de su aseo, de que ninguna alimaña se encuentre dentro. Bosteza un poco, se siente cansado y lo que daría porque alguien le acariciara los hombros diluyendo las tensiones y haciéndole olvidar de sus pesares. Se talla los ojos con una de las manos mientras continúa su peregrinar hacia la habitación en la que ella se hospeda. Hace a un lado la rendija y por medio de los ojos de la pintura de uno de los santos renombrados y afamados de la Iglesia. Observa a su alrededor intentando no mover tanto las pupilas hasta ubicarla.

La mujer coloca las manos en el alféizar de la ventana en una posición que permite que su espalda se alargue y su cuello por igual, mirando hacia afuera. Hermosa que es, con esos mechones que le encantaría tomar entre sus manso tras el acto sexual, diseminarlos en sus almohadas mirando el rostro más dulce y femenino que jamás sus ojos han tenido la oportunidad de vislumbrar. ¿Acaso era un ángel perdido? ¿Uno caído? Su olor aún invade sus sentidos y quisiera llegar y que le sonriera, que se le echara a los brazos. ¿De cuándo acá es tan romántico? Se está volviendo viejo. Suspira y sonríe con arrogancia, eso ha de ser. Aunque puede reconocerle algo: ella es mucho mejor que cualquier otra dama con la que ha tenido el placer de cruzar miradas.

¿Qué puede hacer para que sea suya? ¿Cómo hacerlo? No entiende aún y no quiere hacerlo, porque en caso de que algo así acontezca andará con pies en el fango con miedo de hundirse por completo y perder lo que tanto trabajo le ha costado: su status. Ahí donde está, puede buscar el Libro de los Atlantes o quizá algo más poderoso que pueda darle lo que él quiere, lo que siempre ha deseado. Aspira profundo cerrando los ojos y se obliga a permanecer ahí cerrando la compuerta durante unos instantes, apoyado contra la pared. Es su punto débil y aquélla vez que por primera vez lo descubrió la mandó lejos, qué miedo tenerla consigo y no ser correspondido en la medida que él se sentiría seguro. Aún así, no puede pensar en que nadie le haga daño. En cuanto a ella, se convierte en una bestia territorial y posesiva.

Ella es Dalila, él es Sansón. Ella es Eva, él es Adán. Mujeres que fueron la desgracia de los hombres y que sin embargo la historia las ha hecho famosas al igual que aquéllos que padecieron su belleza. ¿Es su destino? No quisiera. Se talla los ojos con ambas manos para mirar al techo oscuro como si fuera éste a darle las respuestas que busca. Se siente cansado como aquélla vez antes de desterrarla. Aburrido, hastiado. Debería hacer algo para que por fin pueda tenerla para sí, pero ¿Qué? Si ella se siente amenazada, de seguro hará hasta lo imposible por desenmascararlo. La ha visto con sus congéneres y no es alguien a quien tomar en broma. Es peligrosa, es letal.

- Dios santo, ¿En qué me he metido? Es un punto sin retorno - aprieta los dientes para volver a quitar la rendija y ver qué es lo que hacer ahora. Lento va desprendiéndola para asegurarse de que ella no lo nota y cuando por fin coloca sus propios ojos se queda sorprendido ante lo que ve... No, no puede hacerlo. No en su casa. No ahora. Sólo le hará marearse y eso en un hombre no es nada agradable y mucho menos valiente, ni viril.
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