AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bienvenida a Paris (Priv. Ira)
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Bienvenida a Paris (Priv. Ira)
Cyrano estaba vestido de forma impecable, con un chaqueta rojo oscuro que descendia, estrecha hasta su esbelta y masculina cintura, luego se abría en dos piezas hasta los talones de sus botas negras y brillantes, unos calzones blancos que pegaban a sus piernas como una segunda piel, la camisa era de tono marfil con botones de nacar, los de la manga de su chaqueta eran de oro, sus manos enguantadas y en la derecha, sostenía un estoque de madera de roble, la cabeza del estoque estaba labradaba para darle la forma de la cabeza de un lobo, de plata maciza, los ojos eran dos diminutos rubíes, lo odiaba pero era otra de las cientos de extravagancias que su padre se encargó de legarle después de su...muerte. Desde que Cyrano tuvo capacidad de entendimiento, su padre nunca cesó de hablarle sobre las bodas pactadas, de los compromisos sociales que era lo que llevaban a uno a subir en la escala social. Los Bergerac no eran una familia de la nobleza aunque no cabía duda acerca de su posición provilegiada a muchos niveles, controlando toda la ruta y comercio de la seda.
Su padre, Olaf, había estado negociando aquel compromiso durante años, cuando Cyrano pudo acceder a los libros de cuentas, se asombró de la cantidad de dinero despilfarrado en sobornos, chantajes, caprichos absurdos, en comprar altos cargos de la nobleza para llegar a un objetivo muy determinado, la mujer que era actualmente su prometida y a la que nunca había visto en persona. Las únicas palabras intercambiadas con Ira eran a través de carta, ninguno de los dos abría su corazón, era dos desconocidos separados por cientos de miles de kilómetros, conscientes de su posición social, conscientes que tener privilegios conllevaban responsabilidades y obligaciones, empeñando hasta el mismo cuerpo. En la última carte, Ira anunciaba que haría una corta visita a Paris y Cyrano le ofreció su mansión para pasar la estancia como correspondía a buen prometido, no conocían el aspecto físico el uno del otro, meramente por unos dibujos realizados con corta edad.
-Ese debe ser el barco, sire-Sebastian, su fiel sirviente, señaló un velero blanco, de dos velas y que se desplazaba por las aguas con la mejestuasidad de un cisne, Cyrano pudo apreciar la bandera de los países bajos ondeando en su mastil y asintió con la cabeza, viendo que el barco se dirigía para atracar, se desplazó por el puerto, los marineros ya estaban lazando los cabos para que fueran atados, todos ellos vestían de uniforme real y trabajaban eficientemente, después de todo la carga que llevaban era preciosa en muchos sentidos, valiosa por ella misma.
Cyrano se detuvo cerca de la pasarela y envió a Sebastian con su anillo que tenía el escudo de la familia Bergerac y la úlima carte intercambiada entre ambos como muesta de la autenticidad de quien era. Sebastian se presentó ante el guardia y le hizo entrega de los objetos, el hombro lo miró, frunciendo el ceño y luego a Cyrano, alto, arrogante y apuesto, seguro de si mismo y del terreno que estaba pisando en aquel momento, era un juego y no se debía perder los papeles en ningún momento. El guardia entró al velero y fue hasta el camarote de Ira, tocando educadamente para ser recibido por los sirvientes de ella mientras Cyrano esperaba en el muelle, con las manos posadas sobre la cabeza de lobo de su estoque, no podía alcanzar como seria su prometida, no se hacia demasiada ilusiones, en cuanto a personalidad, y ambos chocaban por correspondencia.
Su padre, Olaf, había estado negociando aquel compromiso durante años, cuando Cyrano pudo acceder a los libros de cuentas, se asombró de la cantidad de dinero despilfarrado en sobornos, chantajes, caprichos absurdos, en comprar altos cargos de la nobleza para llegar a un objetivo muy determinado, la mujer que era actualmente su prometida y a la que nunca había visto en persona. Las únicas palabras intercambiadas con Ira eran a través de carta, ninguno de los dos abría su corazón, era dos desconocidos separados por cientos de miles de kilómetros, conscientes de su posición social, conscientes que tener privilegios conllevaban responsabilidades y obligaciones, empeñando hasta el mismo cuerpo. En la última carte, Ira anunciaba que haría una corta visita a Paris y Cyrano le ofreció su mansión para pasar la estancia como correspondía a buen prometido, no conocían el aspecto físico el uno del otro, meramente por unos dibujos realizados con corta edad.
-Ese debe ser el barco, sire-Sebastian, su fiel sirviente, señaló un velero blanco, de dos velas y que se desplazaba por las aguas con la mejestuasidad de un cisne, Cyrano pudo apreciar la bandera de los países bajos ondeando en su mastil y asintió con la cabeza, viendo que el barco se dirigía para atracar, se desplazó por el puerto, los marineros ya estaban lazando los cabos para que fueran atados, todos ellos vestían de uniforme real y trabajaban eficientemente, después de todo la carga que llevaban era preciosa en muchos sentidos, valiosa por ella misma.
Cyrano se detuvo cerca de la pasarela y envió a Sebastian con su anillo que tenía el escudo de la familia Bergerac y la úlima carte intercambiada entre ambos como muesta de la autenticidad de quien era. Sebastian se presentó ante el guardia y le hizo entrega de los objetos, el hombro lo miró, frunciendo el ceño y luego a Cyrano, alto, arrogante y apuesto, seguro de si mismo y del terreno que estaba pisando en aquel momento, era un juego y no se debía perder los papeles en ningún momento. El guardia entró al velero y fue hasta el camarote de Ira, tocando educadamente para ser recibido por los sirvientes de ella mientras Cyrano esperaba en el muelle, con las manos posadas sobre la cabeza de lobo de su estoque, no podía alcanzar como seria su prometida, no se hacia demasiada ilusiones, en cuanto a personalidad, y ambos chocaban por correspondencia.
Cyrano de Bergerac- Licántropo Clase Alta
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Re: Bienvenida a Paris (Priv. Ira)
El suave vaivén del barco provocó que los afilados ojos de Ira se abrieran con suavidad, sus orbes azules se posaron en el cuerpo de una de sus doncellas que ahora estaba de espaldas a ella hablando con uno de los sirvientes, un suave chasquido salió de los labios de la mujer, con lentitud se levantó hasta quedar sentada, su larga melena rubia terminó deslizándose sobre el hombro de ella, hasta acabar en la espalda. Ese día llevaba un cuidado recogido, el cual estaba adornado con valiosas cuentas que había heredado de su madre y las cuales guardaba con gran recelo. Ese simple movimiento provocó que la joven doncella se girase alarmada, al ver que su señora estaba despierta ya apuró a acercarse, inclinó con suavidad la cabeza y dejó la vista puesta en el suelo mientras hablaba con lentitud.- Acabamos de llegar a París, señorita Ira.-Skye era la más cercana de sus doncellas, era la que más tiempo pasaba con ella y la que llevaba más años al servicio de la familia. Ira alzó una mano con suavidad e hizo un gesto de asentimiento, pero no pronunció palabra alguna, no se sentía con ganas en ese instante, estaba verdaderamente cansada del viaje. No le gustaba viajar y menos cuando debía ser en barco.
Un golpeteo en la puerta hizo que Ira bufase con suavidad, Skye apuró a abrir la puerta del compartimento de la dama, al hacerlo se encontró con otro de los guardias que trabajaban para su señora, pero en sus manos tenía dos objetos, objetos que Skye reconoció nada más verlos.- Señorita Ira, el señor de Bergerac está ya en el puerto.-La voz temblorosa de la doncella provocó una cierta molestia en la mujer, no entendía el por qué de aquel miedo hacia ella, demasiados años juntas y aún temía el dirigirse a ella de una forma más confiada y segura.- Está bien, ahora mismo saldré, darme unos minutos para prepararme y ordenar que bajen mi equipaje.-La voz de Ira sonó tranquila y pausada, con un toque sensual. El guardia asintió con rapidez y salió de allí hacia la cubierta, bajó por el puente y esperó en el final de él. Aún en sus manos mantenía la ‘llave’ que el sirviente del prometido de Ira le había entregado.
-Skye, llama a Adrie, rápido.-Ordenó la mujer mientras se ponía en pie. Su largo vestido blanco cayó en cascada colocándose en su lugar, se ajustaba perfectamente a cada lugar de su cuerpo, pues todo su vestuario estaba especialmente hecho para ella, era realmente caprichosa en aquello, siempre había gustado de la alta y fina costura, esa era la razón por la que solía tener espectaculares vestidos, de colores oscuros y con sugerentes escotes, que no mostraban más de lo necesario, pero que si captaban la mirada de cualquier hombre que estuviera próximo a ella. En el camarote aparecieron las dos doncellas, Skye miró a su señora unos instantes, después pasó la mirada hacia Adrie, como queriendo saber que sucedía.- Vamos, pequeña… Deja de esconderte, sabes lo que debes hacer ¿No es cierto? Deberías sonreír más, para la edad que tienes pareces una cuarentona, querida.-Aseguró Ira con ese tono sarcástico y ciertamente cruel. Adrie era la típica muchacha de cabellos rubios, ojos azulados. Pero había algo que no era del todo perfecto en ella, su cara regordeta al igual que su cuerpo, dejaban ver lo golosa que era y lo mucho que le gustaba comer. No era una joven fea, pero sí echaba para atrás a los hombres con su aspecto físico.- Skye, saca de mi armario el vestido que mandé hacer… ¡Rápido, muchacha!.-Animó algo alterada Ira. Odiaba la espera, por encima de cualquier cosa y aquellas dos jovencitas parecían querer volverla loca. ¡Oh, sí!
Tardaron varios minutos en terminar de arreglar a Adrie, la joven doncella miraba con ojos nerviosos a su señora, como suplicándole que no le hiciera hacer aquello, pero Ira, lejos de cambiar de idea terminó de colocar los últimos detalles en el largo y arreglado cabello de la doncella.- Perfecta, querida, perfecta… Está visto, que un buen vestido le sienta bien a cualquiera ¿No crees, Skye?.-Preguntó a la par que sonreía. La joven asintió sin mencionar palabra, no creía que fuera necesario, aunque tampoco sabía muy bien que decir.- Está bien, ante tanto silencio… Solo os lo explicaré una vez más, y espero que ambas lo entiendan… No me gustaría tener que castigaros después de esto. Después de todo os adoro.-Aseguró Ira con calma. Cogió de su mesilla un colgante con un diamante en forma de lágrima y se lo colocó en el cuello a Adrie.- En cuanto salgamos por esa puerta… Adrie será yo, quiero decir que… Tú deberás comportarte como una condesa y no mostrar debilidad alguna, solo serán los primeros minutos, para ver cual será la reacción de mi futuro marido. No debéis preocuparos ninguna, él desconoce completamente como soy yo… Por lo que será fácil. Adrie tiene mis mismos rasgos… Es rubia y de ojos claros, es lo único que debe tener en claro él, después de todo solo vio un retrato mío de cuando era una niña.-Dejó escapar una ligera risa. Adrie bajó la mirada unos instantes, fue ese momento en el que Skye se la alzó y le mostró una sonrisa amiga.- Venga, venga. No hagáis esperar a vuestro prometido, estará ansioso por conocéos.-Aseguró Ira.
Ira cogió una pequeña sombrilla y salió detrás de Adrie, junto a Skye. La joven doncella resopló antes de salir del compartimento, pero tras eso subió las escaleras hacia la cubierta seguida de Skye y Ira sus supuestas doncellas, pues en todo aquello, los papeles de Adrie y Ira estaban cambiados ¿Motivo? No otro que ver la cara de su prometido al encontrarse con Adrie, de sobra sabía que lo primero que miraban era el físico, ansiaba el encontrarse con la reacción de él. Adrie bajó el puente con suavidad, tantos años al servicio de sus señores le habían servido para aprender a caminar y comportarse como uno de ellos, lo que no tenía tan seguro era el hablar como Ira, pero confiaba en que eso no llegase a pasar. Ira junto a la otra doncella bajó detrás de la supuesta condesa, su mirada permanecía escondida en el suelo, mantenía una pose sumisa ante sus señores.
El guardia alzó una ceja, pero después miró al sirviente del varón haciéndole un gesto para que se acercasen a la señora y sus doncellas. Skye, con disimulo habló hacia Ira.- ¿Cuánto más durará esto, señora…?.-Ira la miró de reojo y sonrió.- Solo lo suficiente, querida, tranquila…-Dijo en un auténtico susurro, con ese toque divertido.
Un golpeteo en la puerta hizo que Ira bufase con suavidad, Skye apuró a abrir la puerta del compartimento de la dama, al hacerlo se encontró con otro de los guardias que trabajaban para su señora, pero en sus manos tenía dos objetos, objetos que Skye reconoció nada más verlos.- Señorita Ira, el señor de Bergerac está ya en el puerto.-La voz temblorosa de la doncella provocó una cierta molestia en la mujer, no entendía el por qué de aquel miedo hacia ella, demasiados años juntas y aún temía el dirigirse a ella de una forma más confiada y segura.- Está bien, ahora mismo saldré, darme unos minutos para prepararme y ordenar que bajen mi equipaje.-La voz de Ira sonó tranquila y pausada, con un toque sensual. El guardia asintió con rapidez y salió de allí hacia la cubierta, bajó por el puente y esperó en el final de él. Aún en sus manos mantenía la ‘llave’ que el sirviente del prometido de Ira le había entregado.
-Skye, llama a Adrie, rápido.-Ordenó la mujer mientras se ponía en pie. Su largo vestido blanco cayó en cascada colocándose en su lugar, se ajustaba perfectamente a cada lugar de su cuerpo, pues todo su vestuario estaba especialmente hecho para ella, era realmente caprichosa en aquello, siempre había gustado de la alta y fina costura, esa era la razón por la que solía tener espectaculares vestidos, de colores oscuros y con sugerentes escotes, que no mostraban más de lo necesario, pero que si captaban la mirada de cualquier hombre que estuviera próximo a ella. En el camarote aparecieron las dos doncellas, Skye miró a su señora unos instantes, después pasó la mirada hacia Adrie, como queriendo saber que sucedía.- Vamos, pequeña… Deja de esconderte, sabes lo que debes hacer ¿No es cierto? Deberías sonreír más, para la edad que tienes pareces una cuarentona, querida.-Aseguró Ira con ese tono sarcástico y ciertamente cruel. Adrie era la típica muchacha de cabellos rubios, ojos azulados. Pero había algo que no era del todo perfecto en ella, su cara regordeta al igual que su cuerpo, dejaban ver lo golosa que era y lo mucho que le gustaba comer. No era una joven fea, pero sí echaba para atrás a los hombres con su aspecto físico.- Skye, saca de mi armario el vestido que mandé hacer… ¡Rápido, muchacha!.-Animó algo alterada Ira. Odiaba la espera, por encima de cualquier cosa y aquellas dos jovencitas parecían querer volverla loca. ¡Oh, sí!
Tardaron varios minutos en terminar de arreglar a Adrie, la joven doncella miraba con ojos nerviosos a su señora, como suplicándole que no le hiciera hacer aquello, pero Ira, lejos de cambiar de idea terminó de colocar los últimos detalles en el largo y arreglado cabello de la doncella.- Perfecta, querida, perfecta… Está visto, que un buen vestido le sienta bien a cualquiera ¿No crees, Skye?.-Preguntó a la par que sonreía. La joven asintió sin mencionar palabra, no creía que fuera necesario, aunque tampoco sabía muy bien que decir.- Está bien, ante tanto silencio… Solo os lo explicaré una vez más, y espero que ambas lo entiendan… No me gustaría tener que castigaros después de esto. Después de todo os adoro.-Aseguró Ira con calma. Cogió de su mesilla un colgante con un diamante en forma de lágrima y se lo colocó en el cuello a Adrie.- En cuanto salgamos por esa puerta… Adrie será yo, quiero decir que… Tú deberás comportarte como una condesa y no mostrar debilidad alguna, solo serán los primeros minutos, para ver cual será la reacción de mi futuro marido. No debéis preocuparos ninguna, él desconoce completamente como soy yo… Por lo que será fácil. Adrie tiene mis mismos rasgos… Es rubia y de ojos claros, es lo único que debe tener en claro él, después de todo solo vio un retrato mío de cuando era una niña.-Dejó escapar una ligera risa. Adrie bajó la mirada unos instantes, fue ese momento en el que Skye se la alzó y le mostró una sonrisa amiga.- Venga, venga. No hagáis esperar a vuestro prometido, estará ansioso por conocéos.-Aseguró Ira.
Ira cogió una pequeña sombrilla y salió detrás de Adrie, junto a Skye. La joven doncella resopló antes de salir del compartimento, pero tras eso subió las escaleras hacia la cubierta seguida de Skye y Ira sus supuestas doncellas, pues en todo aquello, los papeles de Adrie y Ira estaban cambiados ¿Motivo? No otro que ver la cara de su prometido al encontrarse con Adrie, de sobra sabía que lo primero que miraban era el físico, ansiaba el encontrarse con la reacción de él. Adrie bajó el puente con suavidad, tantos años al servicio de sus señores le habían servido para aprender a caminar y comportarse como uno de ellos, lo que no tenía tan seguro era el hablar como Ira, pero confiaba en que eso no llegase a pasar. Ira junto a la otra doncella bajó detrás de la supuesta condesa, su mirada permanecía escondida en el suelo, mantenía una pose sumisa ante sus señores.
El guardia alzó una ceja, pero después miró al sirviente del varón haciéndole un gesto para que se acercasen a la señora y sus doncellas. Skye, con disimulo habló hacia Ira.- ¿Cuánto más durará esto, señora…?.-Ira la miró de reojo y sonrió.- Solo lo suficiente, querida, tranquila…-Dijo en un auténtico susurro, con ese toque divertido.
Ira Von Carstein- Humano Clase Alta
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Re: Bienvenida a Paris (Priv. Ira)
Realmente hacía un día espléndido, el sol lucía y Cyrano ya había pasado una semana desde su última transformación por lo cual se encontraba plenamente recuperado, cuando salía de un cambio parecía más muerto que vivo, enflaquecido, agotado y grandes sombras oscuras bajo sus ojos apagados. Pero hoy estaba mostrando su mejor aspecto, la piel, ligeramente con un acabado bronce, relucía, su rostro masculino y apusto mostraba toda su juventud, estaba en lo mejor de su vida, los negros ojos, aterciopelados y brillantes, inteligente y penetrantes, bajo las costosas telas que conformaban su viril atuendo su cuerpo musculoso vibraba con la energía que ahora lo recorría. Ciertamente se sentía demasiado bien como para estar en aquel lugar, en un día como hoy no le habría importado salir a montar a caballo o quizás ir de visita a las casas se sus artistas protegidos esperando que lo sorprendieran con alguna nueva obra que lo cautivara. Pero no, debía permanecer en pie, sobre las piedras del muelle, esperando a la mujer que sería su esposa y que él no eligió, de igual forma ella no lo había seleccionado, en eso estaban igualados. Por los menos libró a su hermana de semejante humillación, dejando que fuera ella misma quien escogiera a su actual esposo aunque Cyrano se mostró celoso de todos sus pretendientes, sobreprotector.
Sebastian se adelantó para recoger el anillo con el sello de su familia, una familia que aunque prestgiosa no era noble y al parecer, con su generación, culminarían esa meta. Cogió el anillo que le ofrecía Sebastian y lo encajó de forma perecta en el índice de su mano derecha. Tras ellos esperaba el gran carruaje y los sirvientes de Cyrano, que curiosos, ya deseaban conocer el aspecto de la futura señora de Bergerac. Sebastian hizo una profunda inclinación delante de Cyrano, bloqueando su vista, aun no podía verla aunque atisbó el refulge de un bajo de su vestido que brilló, muchos de los marineros y mercaderes que estaban en el muelle habían dejado de hacer sus labores para mirar, cuchicheando y algunos silbando descaradamente amparados en el anónimato de la multitud.
Por fin, Sebastian se hizo a un lado y Cryrano pudo contemplar a la mujer que sería su prometida, se tuvo que contener para no alzar las cejas sobre sus grandes y almedrados ojos cuando la recorrió discretamente de arriba abajo, aunque era rubia y de ojos azules no se parecía en nada a lo descrito en las cartas, para empezar no era dmeasiado alta, no era elegante, caminaba como un pato mareado y luego aquella extraña torpeza aunque el vestido le quedaba bien parecía quizás demasiado apretado y completamente incómoda como si le estuviera picando o quemando, apestaba demasiado a perfume para su gusto y se sonrojó como una virgen cuando sus ojos contactaron con los suyos. Cyrano se adelantó, era su prometida, simplemente eso.
-Alteza, soy Cyrano de Bergerac-pronunció con voz clara y le tomó la mano, se inclinó de forma galante, cuidada y posó sus labios calientes en el dorso, no esperó cuando ella lanzó una especie de risa histérica y apresuradamente retiró la mano. Cyrano se irguió, taladrándola con la mirada por esa descortesia mientras ella aun reía por lo bajito como si hubiera enloquecido...¿estaría borracha? La mano de Cyrano se alargó, ofreciéndose para escoltarla hasta el carruaje, ¿de verdad era aquella la mujer inteligente e irónica de las cartas? parecía algo imposible-Por favor, vamos al carruaje.-su tono de voz parecía normal pero las notas eran como ligeras cuchillas.
Sebastian se adelantó para recoger el anillo con el sello de su familia, una familia que aunque prestgiosa no era noble y al parecer, con su generación, culminarían esa meta. Cogió el anillo que le ofrecía Sebastian y lo encajó de forma perecta en el índice de su mano derecha. Tras ellos esperaba el gran carruaje y los sirvientes de Cyrano, que curiosos, ya deseaban conocer el aspecto de la futura señora de Bergerac. Sebastian hizo una profunda inclinación delante de Cyrano, bloqueando su vista, aun no podía verla aunque atisbó el refulge de un bajo de su vestido que brilló, muchos de los marineros y mercaderes que estaban en el muelle habían dejado de hacer sus labores para mirar, cuchicheando y algunos silbando descaradamente amparados en el anónimato de la multitud.
Por fin, Sebastian se hizo a un lado y Cryrano pudo contemplar a la mujer que sería su prometida, se tuvo que contener para no alzar las cejas sobre sus grandes y almedrados ojos cuando la recorrió discretamente de arriba abajo, aunque era rubia y de ojos azules no se parecía en nada a lo descrito en las cartas, para empezar no era dmeasiado alta, no era elegante, caminaba como un pato mareado y luego aquella extraña torpeza aunque el vestido le quedaba bien parecía quizás demasiado apretado y completamente incómoda como si le estuviera picando o quemando, apestaba demasiado a perfume para su gusto y se sonrojó como una virgen cuando sus ojos contactaron con los suyos. Cyrano se adelantó, era su prometida, simplemente eso.
-Alteza, soy Cyrano de Bergerac-pronunció con voz clara y le tomó la mano, se inclinó de forma galante, cuidada y posó sus labios calientes en el dorso, no esperó cuando ella lanzó una especie de risa histérica y apresuradamente retiró la mano. Cyrano se irguió, taladrándola con la mirada por esa descortesia mientras ella aun reía por lo bajito como si hubiera enloquecido...¿estaría borracha? La mano de Cyrano se alargó, ofreciéndose para escoltarla hasta el carruaje, ¿de verdad era aquella la mujer inteligente e irónica de las cartas? parecía algo imposible-Por favor, vamos al carruaje.-su tono de voz parecía normal pero las notas eran como ligeras cuchillas.
Cyrano de Bergerac- Licántropo Clase Alta
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Re: Bienvenida a Paris (Priv. Ira)
Adrie no sabía dónde meterse ya, el vestido le venía grande para lo poca cosa que era. Siempre había soñado con vestir uno de los vestidos de su señora, de pasear cogida de la mano de un caballero, pero… Ahora que eso estaba ocurriendo quería salir corriendo de allí. Podía notar como sus piernas amenazaban de dejarla caer al suelo en cualquier momento, de cómo su respiración cada vez era más acelerada y pesada, y como sus manos pese a estar sujetando un pequeño bolso temblaban más que nunca por los nervios. Skye en cambio desde su posición observaba con angustia la situación, era capaz de ponerse en la posición de su compañera y de sentir lo que ella estaba sintiendo y sufriendo. En cambio, Ira parecía divertirse con aquello, jamás entendería aquel tipo de cosas de ella… A primera vista parecía una dama frágil, pero dentro de ella era pura maldad cuando quería y solía divertirse a costa de otros.
Finalmente Adrie no lo soportó, el notar los labios cálidos de aquel hombre sobre su dorso de la mano y el como la miraba, desataron en ella una histeria incontrolable. Escondió la mano y bajó la mirada en silencio, sus mejillas se habían teñido de un rojo vivo y sus claros ojos se habían llenado de lágrimas. Permaneció así largos minutos, incapaz de moverse lo más mínimo, sobre sus mejillas se deslizaban las lágrimas silenciosas que segundos antes habían aparecido en sus ojos acristalándolos. Skye, lejos de dejarla sola miró a Ira con desaprobación, después se acercó a la joven doncella y la pegó contra ella.- Adrie.. Ya está, todo acabó, tranquilízate.-Musitó la más joven de las doncellas a la otra que parecía estar en un auténtico ataque de nervios incontrolable. Ira suspiró con suavidad, salió de detrás de Adrie, antes de acercarse a su prometido observó a las dos doncellas.- Skye, llévala dentro, prepárale una tila y que se cambie.. Por favor.-Su voz salió suave, pero autoritaria. Tras eso se giró hacia Cyrano y con un movimiento lento y elegante alzó su brazo, mostrándole el dorso de la mano.- Un placer, Monsieur. Ira… Ira von Carstein.-Cómo un susurro las palabras salían de forma lenta de sus labios, sobre los mismos había dibujada una pequeña sonrisa, sonrisa que podía esconder demasiadas cosas.
Al contrario que Adrie, Ira permaneció clavada en su lugar. Sus ojos se parearon con discreción sobre su prometido, era la primera vez que lo veía y por ello quería quedarse con cada detalle de él.- Debo agradeceros el que me dejéis pasar estos días en vuestra mansión, Monsieur.- Con suavidad su mano se deslizó a lo largo de las telas del vestido para sujetarlas con seguridad, las elevó un poco y tras coger la mano de su prometido en un suave movimiento, echó a caminar de forma tranquila y lenta. Su largo vestido blanco acariciaba el suelo con cada paso, el caminar de Ira era delicado y elegante, mantenía en todo momento la barbilla alta y la mirada en el frente, aunque de vez en cuando solía desviarla hasta su prometido para observarlo, pura curiosidad, pero casi al instante la volvía hacia el frente.- Espero no entorpecer vuestras obligaciones… Es lo último que quiero. Aún así, seré sincera al deciros que buscaré el… Teneros para mí durante estos días. No siempre se presentará una ocasión como esta en la cual pueda estar con mi… Prometido.-La última palabra salió como una aguja envenenada. Ella sabía que hasta el momento no tenía ningún tipo de sentimiento por aquel hombre, aún así estaban prometidos y como buena dama… Buscaría aparentar ser una pareja feliz. Aparte, no podía negar que era un joven atractivo.
La suave brisa marina provocó que el largo cabello dorado de Ira ondease e incluso se metiese sobre su rostro de forma revoltosa y juguetona. Soltando la mano que sostenía los bajos del vestido, la llevó hasta el rostro para así retirar los mechones, colocándolos de forma muy suave tras su oreja.
Finalmente Adrie no lo soportó, el notar los labios cálidos de aquel hombre sobre su dorso de la mano y el como la miraba, desataron en ella una histeria incontrolable. Escondió la mano y bajó la mirada en silencio, sus mejillas se habían teñido de un rojo vivo y sus claros ojos se habían llenado de lágrimas. Permaneció así largos minutos, incapaz de moverse lo más mínimo, sobre sus mejillas se deslizaban las lágrimas silenciosas que segundos antes habían aparecido en sus ojos acristalándolos. Skye, lejos de dejarla sola miró a Ira con desaprobación, después se acercó a la joven doncella y la pegó contra ella.- Adrie.. Ya está, todo acabó, tranquilízate.-Musitó la más joven de las doncellas a la otra que parecía estar en un auténtico ataque de nervios incontrolable. Ira suspiró con suavidad, salió de detrás de Adrie, antes de acercarse a su prometido observó a las dos doncellas.- Skye, llévala dentro, prepárale una tila y que se cambie.. Por favor.-Su voz salió suave, pero autoritaria. Tras eso se giró hacia Cyrano y con un movimiento lento y elegante alzó su brazo, mostrándole el dorso de la mano.- Un placer, Monsieur. Ira… Ira von Carstein.-Cómo un susurro las palabras salían de forma lenta de sus labios, sobre los mismos había dibujada una pequeña sonrisa, sonrisa que podía esconder demasiadas cosas.
Al contrario que Adrie, Ira permaneció clavada en su lugar. Sus ojos se parearon con discreción sobre su prometido, era la primera vez que lo veía y por ello quería quedarse con cada detalle de él.- Debo agradeceros el que me dejéis pasar estos días en vuestra mansión, Monsieur.- Con suavidad su mano se deslizó a lo largo de las telas del vestido para sujetarlas con seguridad, las elevó un poco y tras coger la mano de su prometido en un suave movimiento, echó a caminar de forma tranquila y lenta. Su largo vestido blanco acariciaba el suelo con cada paso, el caminar de Ira era delicado y elegante, mantenía en todo momento la barbilla alta y la mirada en el frente, aunque de vez en cuando solía desviarla hasta su prometido para observarlo, pura curiosidad, pero casi al instante la volvía hacia el frente.- Espero no entorpecer vuestras obligaciones… Es lo último que quiero. Aún así, seré sincera al deciros que buscaré el… Teneros para mí durante estos días. No siempre se presentará una ocasión como esta en la cual pueda estar con mi… Prometido.-La última palabra salió como una aguja envenenada. Ella sabía que hasta el momento no tenía ningún tipo de sentimiento por aquel hombre, aún así estaban prometidos y como buena dama… Buscaría aparentar ser una pareja feliz. Aparte, no podía negar que era un joven atractivo.
La suave brisa marina provocó que el largo cabello dorado de Ira ondease e incluso se metiese sobre su rostro de forma revoltosa y juguetona. Soltando la mano que sostenía los bajos del vestido, la llevó hasta el rostro para así retirar los mechones, colocándolos de forma muy suave tras su oreja.
Ira Von Carstein- Humano Clase Alta
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