Mismo arco, cuerdas nuevas.

Cerré los ojos.
Hacía ya casi dos años que no me había permitido hacerlo, pero ya no aguantaba más. La vida como vampiro, lo aceptase o no, no era lo mío. No era capaz de ahogar todo ese dolor en mi corazón de piedra y simplemente esperar a que desapareciese, era demasiado complicado, demasiado difícil, y aunque esta nueva condición me ayudase en parte a superarlo, en realidad, lo único que hacía era atrasar el sufrimiento.
Nate solía decirme que existen dos maneras de llegar al desastre: Una, pedir lo imposible; Y dos... Retrasar lo inevitable. Y eso era precisamente lo que yo había hecho. Ignorar mi pasado, ignorar la vergüenza, la sed de venganza y la autocompasión. Y ahora, que ya no podía contenerlos más, venían todos a la vez, como un vaso que se desborda, como una canción con asonancia.

Había caído al suelo mientras paseaba por la laguna. ¿La razón? Quien sabe, quizás el olor del viento, o la visión del agua meneándose mansamente bajo mis pies desnudos. El hecho era que me senté en el suelo, ocultándome tras una gran roca, y saqué el violín, lleno de arañazos y golpes, cortesía de John, y me incliné sobre él, con el arco entre los dedos, tocando una canción de cuna que no lograba escuchar del todo.

¡Harta de la vida...!
Desde que había llegado mi madre, no podía dejar de pensar en otra cosa. ¡Y pensar que no me había dado cuenta! Lo rápido que se me había olvidado su estresante vida. Que, obviamente, me traspasaba a mi. Eventos. Amistades. Fiestas. Quedadas... Y muchas más cosas, increíblemente aburridas. Definitivamente, me había acostumbrado a mi libertad. A mi vida sin restricciones donde yo era la única que estaba por encima de mi, sin contar alguna que otra llamada suya. Pero claro, de llamadas a tenerla allí había un trecho muy grande. Tan y tan grande... No podéis ni imaginaros cuan estresante resultaba tenerla al lado todo el día, sin poder hacer ningún movimiento bajo su mirada. Y no porque la mujer fuera extremadamente alta, de echo, no me superaba en altura. Aún así, era capaz de controlarlo todo. De hacer que las personas le consultaran hasta el más mínimo detalle ¡Y a mi me tenían tan acostumbrada! Que, obviamente, me faltaba muchísimo valor para salir al Sanatorio. Para salir, en general, sin que fuera ella mi acompañante.

Suspiré agotada. Habían pasado ya cinco días desde que no había acudido a mi trabajo ¡Lo echaba tanto de menos! Por suerte, antes de que llegara había previsto la situación y, obviamente, había podido avisar de que me tomaría esa semana de 'vacaciones'. Y finalmente, aquella tarde, decidí tomarme un respiro de todo aquello. Salí ¡Por fin! Sin dar explicaciones a nadie. Suena muy valiente, lo sé, pero en realidad me escapé.. Mamá dormía, anochecía y procuraría volver antes de que se despertara. Obviamente, comprobé que su sueño fuese duradero ¡No era tonta! Solo, por desgracia, cobarde en lo que a ella se refería. Respirar el aire fresco, sola, fue de lo más gratificante. ¡Cuánto lo echaba de menos! Me arrepentía por pensar yo misma que deseaba demasiado que mi madre se marchara, pues al fin y al cabo era mi madre, quién me había dado la vida. Y al mismo tiempo, me era tan imposible no pensarlo.. Estaba claro que me estaba acostumbrando demasiado a vivir libre y por mi cuenta. A ser Afrodita. Solo de pensar en dejar aquel lugar en algún momento, me entraba una preocupación no demasiado buena. ¡Moriría! De pena.

Un sonido melodioso interrumpió mis pensamiento. Miré alrededor, había estado tan enfrascada dentro de mi mente que ni siquiera me di cuenta de a dónde me habían llevado las piernas ¡Oh! Era el lago, uno cercano al barrio residencial dónde me hospedaba temporalmente con Mamá. No había querido llevarla a mi apartamento o se hubiese horrorizado con el desorden. Y, de todos modos, ella siempre tenía amistades importantes que la hospedaban por cortos periodos de tiempo. Reí, pensando en la cara que pondría viendo la vida que llevaba habitualmente allí. Y, de nuevo, la música me interrumpió. Esta vez no me distraje ¡Era muy bonita y relajante! Me encantan ese tipo de melodías, tanto que seguí aquel sonido. No pretendía molestar ni encontrar a su dueño, sin embargo, inevitablemente acabé muy cerca de él. Ella, concretando. Una mujer tocaba el violín en un lugar algo escondido. Silenciosamente, me senté al otro lado de la gran roca dónde estaba ella y después de apoyar la cabeza sobre aquella superficie cerré los ojos. Qué mejor manera de calmar mi estrés y alejar los malos pensamientos ¿No?.