Jugando sola al atardecer [Libre]

por **Triana** Lun Mayo 21, 2012 7:54 am

Ya era por la tarde, dentro de poco oscurecería y las nubes tapaban la cálida luz del sol refrescando las calles haciéndolas un lugar ideal para poder salir a la calle. Le pequeña Katrina lo hizo así, y como no tenía a nadie a quien pedirle permiso ya que Vincenzo estaba de viaje fuera salió a jugar. Tomó en sus manitas las piedras de colores que tenía guardadas y con las que jugaba habitualmente cada vez que tenía ocasión en algún lugar fresquito de la calle mientras los mayores y algunos niños no tan mayores pasaban por delante de ella. Desde siempre las ha tenido consigo.

Cuando estaba sentada en la calle miró sus manos y las piedras, tenía ocho en total. Una roja, otra azul, un amarillenta, una con tonos verdes, otra con los colores del sol del atardecer, una violeta y finalmente una blanca como la luz y otra negra como las sombras. Katrina se limitaba a tirar las piedras repetidas veces y se apresuraba a recogerlas para poder lanzarlas otra vez a sus piececitos.

por **Lelio de Vallencourt** Mar Jun 12, 2012 2:22 pm

La oscuridad cayó finalmente, así que se decidió a transitar por las ostentosas calles de su preciada París.
Estaba sediento, no obstante, este anhelo no le llegaba a desesperar; tenía el tiempo suficiente como para deambular tranquilamente a la vez que meditaba.
Contemplaba a cada ser que se le cruzaba, los veía adelantarse, pasar a su lado, ir y venir. Esa noche podía elegir a cualquiera, no tenía apuros y estaba de buen humor.
De pronto escuchó unos leves sonidos que se hicieron más afilados que cualquiera de los pasos y murmullos que circundaban el habiente. El sonido provenía de más adelante, así que se apuró en llegar, y ahí la vio: una niña pequeña de cabellos dorados.
El sonido era provocado por unas piedras con las que estaba jugando.
Lelio, tras verla, disminuyó la marcha, y terminó por aproximarse con pasos más leves e imperceptibles. Una vez que estuvo lo suficienteme cerca, se inclinó, y apoyando sus palmas en sus rodillas, preguntó con vos festiva:
-¿Que hace una pequeña como usted suelta a estas horas?
Observó los alrededores, para corroborar su soledad. Así era.
La observó con más detalle y percibió un aroma que le sedujo. Pero había algo más, una extrañesa le confundía y le hacía dudar de su atracción, sintió como si ya la hubiese visto en otro momento pasado.
-¿Como te llamas?

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