Un día especial [Elodie LeBlanc +Libre]

-Vamos Bigotes, tenemos que buscar comida- cogió al gato en brazos y salió de la casa abandonada donde había pasado la noche. Nunca se marchaba sola, siempre quería ir acompañada de aquel animal que era su única compañía. Hablaba con él como hablaba con las personas, y eso hacía que la gente la mirara extrañada, como si estuviera loca. Pero Elodie sabía que no lo estaba. Simplemente, la gente no la entendía.

Aquel día había mercado, la situación perfecta para hacerse con alguna pieza de fruta o algún trozo de pan. Desde que se escapó de la mansión LeBlanc Elodie había adelgazado considerablemente debido a la falta de alimento. No sabía cocinar, y aunque supiese le resultaba muy complicado. No tenía cazuelas ni cubiertos como tampoco tenía un fuego donde cocinar la comida cruda. En alguna ocasión se había acercado a los grupos de mendigos que se juntaban en la Corte de los Milagros y compartían los caldos, probablemente hechos de rata, de vez en cuando. Pero no siempre lo hacían o no siempre querían darle a ella un poco de comida caliente. Una vez intentó encender un fuego para cocinar una paloma que consiguió cazar, pero fue incapaz de controlarlo y acabó incendiando la casa donde lo había hecho. Nunca más volvió a intentarlo.

El gato se meneaba en sus brazos, señal de que era hora de dejarlo en el suelo. Afortunadamente, la seguía a todas partes, por lo que Elodie no tenía que preocuparse por vigilarlo demasiado. -Mira Bigotes, el puesto de fruta- Estaba escondida a dos puestos de distancia de su objetivo. Tenía que esperar el momento adecuado, cuando el dueño estuviera sirviendo algún pedido o hablando con alguien en el mercado. Para robar había que ser paciente, eso lo había aprendido rápidamente. Como también había aprendido a correr cuando el robado se daba cuenta. Había recibido palos y golpes por las consecuencias, pero también se había acostumbrado a eso. Más o menos. Sus rodillas eran un amasijo de pequeñas cicatrices producidas por el suelo al caerse en las escapadas.

Había llegado el momento, el señor del puesto estaba hablando con una mujer que le pedía peras. Elodie salió de su escondite medio agachada y cuando llegó al puesto alargó la mano. Consiguió coger una manzana verde y lustrosa. No se detuvo a mirarla, de la misma se la guardó en los bolsillos. Fue a coger una segunda cuando de pronto una niña se le acercó. Bajó la mano y se irguió. -Hola- dijo asustada. ¿La habría visto? ¿Y el hombre del puesto? Bigotes se acercó a ella y se sentó a su lado. -Yo soy Elodie- dijo después. Tenía las manos detrás de la espalda y sus dedos se entrelazaban rápidamente. Miró al tendero, que parecía que no se había percatado de nada. Relajó los brazos. De momento estaba a salvo.

-No hacía nada- mintió -Miraba las manzanas- aquella niña era bastante más pequeña que ella, demasiado para andar sola por allí con tanta gente como había. -¿Estás sola?- le preguntó.