La moralidad de una fatal tragedia {Arianne Widmer}

Une… Deux… Trois… La fascinación es el furor que causa, la tentación es su invitación, dispuesto a tocar cada centímetro de tu alma, presto a comprarte con una simple tonada en la que hermosamente, caerás rendido. ¿Es parte de un hechizo? Pues no, todo instrumento que toca lo hace con dedicación, con obcecación a una simple arte, tan puro, tan maravilloso… cada fracción de su cuerpo se siente vivaz con los aplausos. La entrada es algo que simplemente no le da nervios, pero que a la vez, evoca un sentimiento de satisfacción interno. Le gusta, si, le encanta, es como si la melodía lo encantara, le cautivara, lo calmara, aplacara sentimientos reprimidos, inquietudes que quiere expresar pero que no se es permitido. El representa la prudencia, el arte mismo y la astucia, la genialidad oculta tras ojos azules encantadores y una risueña sonrisa amable; rectitud y experiencia, lo hacen un individuo pulcro a aristócrata, ni siquiera se atrevería a tocarte si te consideras repugnante, veras que es ampliamente selectivo, clasista en demasía y es algo que simplemente… no puede evitar.

-Con ustedes, Monsieur Montmorency- ¿Por qué? las preguntas con recurrentes, las respuesta son tan claras que responderlas seria hacerle perder el tiempo, simplemente hace lo que le conviene, sujeto a las reglas comunes, siguiendo el claro rumbo del ocultismo en su trascendencia. No posee límites, y si los poseyera no los conoce pues claramente en su mente siempre tiene las situaciones resueltas. ¿Escapar? Pero si la mejor forma de desaparecer es estar delante de todos… si estas presente nada tienes que ocultar; su filosofía, o más bien la de su raza, siempre ha sido refinada y distinguida, y es que así son… fascinantes, encantadores. Si no crees lo mismo, cuídate de tu pensamiento pues la cordura ya la has perdido ante la sociedad.



Y así se resume su noche, en aplausos y sonrisas. Hace una pequeña reverencia al poco publico que lo admira, esa vez el teatro no abriría para Paris, si no para un grupo selecto de personas que deseaban busca símil inspiración y aprender de los mejores… es que en Francia habían miles de expertos pero que simplemente no alcanzaban su sueño. Constancia y dedicación era la clave, ¿Y como no tenerla cuando se tiene toda la vida? La experiencia hacia el maestro y el alumno que lo repasase, solo contaba con milenaria suerte -Ha sido estupendo Monsieur Montmorency- aclamo nuevamente la candorosa rubia, la que sus ojos se revelaban al verle y su corazón resultaba encantando ante su sencillez -Merci Demoiselle, ha sido un gusto tocar frente a ustedes, pido un ultimo aplauso, no para mi, si no para ustedes que me acompañan esta noche- y las palmas nuevamente se agitaron para el ojiazul, que con gratificación hizo una reverencia y se alejó del publico en busca de su caja 4/4.

Cautivarlos por mero placer le causaba complacencia y aumentaba su estado presuntuoso. Si tan solo un humano fuera capaz de comprender todo aquello… cualquier cosa que deseara sería solo un capricho a cumplir, pues claramente tendría todo a su alcance. ¿Por qué esperar a estar muerto para enterarse de ello? La vida no era perfecta y era por eso, que todo resultaba tan interesante.

La pequeña multitud tomaba un descanso, decir que eran treinta era algo aproximado, pero para sus dotes concienzudos, veintisiete más el portero de la entrada daba un total exacto de veintiocho personas, dos de ellos parte de la inquisición, vigilando y aprobando internamente cada detalle, pero… había otra presencia, mas allá que su vista y su olfato pudiera apreciar, decir que era un vampiro seria condenarse a si mismo a lo erróneo, decir cualquier otra cosa, seria brutal desesperación, no mas que simple confusión o temor alguno. No sentía miedo, tampoco presión aunque si se mantenía expectante.

Una magnifica noche, decir lo contrarío seria vituperar con la realidad de una verdad. Cada humano, cada ser… el ver dialogar a la personas era la verídica sentencia de una inocencia, ninguno de quien sospechar. Poder controlarme ante tal debilidad a mi frente resultaba común al existir cada noche, la costumbre y la paciencia daban más que simple experiencia para la más jugosa sensación de saber que lo mejor siempre quedaba para el final. No, aquella noche no iba por una presa en especifico, mas bien, por el deleite de una hermosa velada nocturna, el disfrutar de cada cosa como hecho simplista y humanitario. Mi sonrisa dio pie a continuas reverencias, mis pasos se alimentaban con cada pisada que daba de infinita complacencia, uno de los ayudantes fue tan amable en extender su mano y como ofrecimiento, insistió en que tomara la fina pieza de cristal con el espumoso contenido. Sin cuestionar invitación, acepte la copa, a la que le di vueltas a su líquido finamente para luego tragarlo sin apenas saborear -Veuve Clicquot de una gran reserva. Perfecto para este momento- comente suavemente al momento de que mi cabeza, tomara un ligero asenso y mis pasos retomaran dirección al pequeño público presente.

Los comentarios no faltaban, los agradecimientos tampoco, todos resultaban tan cortes como la monotonía de la época, incluso, superándola y haciendo las miradas un placer rijoso entre señas y mohines, pues tal vez, la rubia debía tantear en otros terrenos y no tratar de conquistarlos con sonrisas risueñas -Un brindis por la noche tan espectacular- aclaro el pálido rostro coqueto; mi brazo, junto el de muchos invitados se izaron ligeramente, dando por aceptada la inmensa cortesía que albergaba aquel inmenso salon con poco invitados.

Lucir perfecto nunca se debía de tomar por hecho, en los detalles, estaba el diablo como bien decían y aquella noche, nada sería la excepción. Sentir nuevamente la extraña presencia aumentaba mi curiosidad; los dos hombres no dejaban pifiar su mirada, mi presencia era el objetivo de sus orbes aquella noche aunque yo no fuera el principal protagonista.

De pronto, el grito desgarrador no era de una necesidad expresar, índoles ahogadas daban capacidad para el grito desesperado de una mujer, al ver que un invitado caía de rodillas al suelo. Alexandre Pillet, una grata sorpresa yaciendo envuelto bajo su propio veneno, sus ojos dejaron de percibir luz y su garganta parecía no inmutarse bajo su respirar, pues sus manos sujetaba su corazón como bien desafortunado ante la muerte. El hilo de su vida ya había sido cortado, las ímpetus ofuscadas corrieron rápidamente a velar su cuerpo sin saberlo. Los dos extraños hombres no sabían que hacer exactamente, pues ni el demonio podría acabar con la vida de alguien sin siquiera voltearlo a ver. ¿Satisfacción? Solo hilaridad en mis labios al momento que deje que mi izquierda se deslizara por el bolsillo de mi pantalón y mi diestra, hiciera una sutil reverencia con la copa para los singulares invitados, declarando una victoria no reconocida con el final del ultimo trago envuelto en el cristal.

La aglomeración de las personas ante los brutales hechos, era como un factor definido en su naturaleza. Un tanto cierto e irónico para los que poseían la eternidad, ¿La diferencia? Es que pocas cosas nos sorprendían, incluso siendo más habilidosos, conservábamos benignos sentimientos y rencores, como piezas imperfectas creadas al plagio de una semejanza según algunos. La inconcordancia abundaba la mente de los más viejos, como ciclo simplista por el cual transitar, una especie de ley de vida a la que rendir cuenta, no mas que simple burla para los sabios -¡Iré por ayuda!- exclame luego de segundos de lamentos y confusión -No hay que desistir, tal vez no todo este perdido…- acote por ultimo mientras daba vuelta y caminaba rápida hasta la salida del lugar.

Los pasillos resultaban hermosos, un tanto tétricos para los que no eran amante de las sombras, la sensación, aquella extraña percepción se encontraba tan cerca, como los ojos de ambos invitados a mis espaldas -¿Osan en desconfiar de un noble? Que poco prestigio tienen…- aclare en un susurro, bien dirigido a los extraños que aplacarían sus pasos de forma instantánea, pues para ellos, mi presencia ya no los acompañaban.

Incluso… su comparecencia parecía revolcarse entre la satisfacción y la necesidad, sus curvas se movían con suavidad, tras completar para lo que ella era, una normal rutina. Mis manos comenzaron a agitarse, el sonido de los aplausos estas vez iban dirigidos a la casual presencia femenina -Excusez-moi Mademoiselle, debo felicitarla por su trabajo, incluso yo como hombre, estoy sorprendido de sus habilidades- y si la ironía no daba el toque perfecto en ese momento, nada lo haría -Su rostro se me es conocido, tal vez una presentación no deba omitirse- y entre las sombras, di visibilidad a mi rostro, contemplando su placer al saber que su trabajo no resultaría tan fácil.

Los gritos y los llamados de auxilio no eran más satisfactorios de lo que hubiera sido verlo caer ante mis ojos y gemir de dolor, implorando clemencia, salvación. ¿Cuánto me hubiera pagado él por deshacer el vudú que había impuesto sobre él? ¿Cuánto hubiera sacrificado, luego, por vengarse de su mujer? Esas eran preguntas que me hacían sonriera aun más; que estúpida era la gente, que necesaria para mí. vivía rodeada de odio, rencor, lujuria, avaricia y cada uno del resto de los pecados capitales. Podía estar segura que completaba los siete con cada caso tomado y cumplido, pero por sobre todas las cosas había una en especial que la sentía en cada recoveco de la sociedad, inclusive en lo más cercano de mi familia: locura. Oh, sí, la bella locura desquiciada que consumía de a poco no solo a la sociedad francesa, sino al mundo entero, estaba segura que poco a poco el mismo mundo se iría pudriendo cual manzana del edén y yo lo vería arder, sería gratificante...creo que sí.

Mi risa paró al sentir los aplausos ajenos ¿Cuando había llegado aquel «ser» al exterior? ¿Desde qué momento me había sentido? Miré las sombras inquisitivamente, mientras aquel comenzaba a hablar, su voz sonaba fuerte y clara, era un hombre, un hombre sin miedo, alguien que a mi parecer no era normal. Alcé mi mentón con superioridad al escucharlo, su voz... era atrayente, por supuesto, pero ¿la había escuchado en el interior? Seguramente sí, me quedé atenta a cualquier cosa que oyera, cualquier movimiento en la penumbra, intentaría localizarlo y si así deseaba, matarlo; no sabía cuales podían ser sus intensiones, el sarcasmo llenaba el aire y aquello no me inspiraba confianza, no hasta que se mostró, queriendo hacer una presentación.

Lo miré de arriba abajo, frunciendo levemente el ceño para reconocerlo, sí, un Barón, pero no cualquiera. Yo no era tonta, podría hacerme pasar por un simple enterrador de muertos pero ellos contaban muchas más verdades que los vivos y este...este precisamente no estaba vivo. No sabía quién era, no sabía si era realmente el mismo Barón o no, pero si sabía que no era un humano normal. Su color de piel, su mirar y su forma de expresarse no eran simplemente dignos de alguien de la realeza, su forma tan exuberantemente respetuosa, culta, glamorosa e inclusive sensual de ser, solo terminaba por demostrarme quien era en realidad. Una raza mucho más allá de la humana, una belleza sobrenatural. En estas cosas no fallaba, yo había pasado por muchos tipos de experiencia ¿porqué él debía ser solo una persona misteriosa de la alta sociedad cuando se le notaba a leguas que aquello no era cierto? Sonreí de lado, sintiéndome levemente ventajosa y solté el muñeco, dejándolo caer al suelo, alzando el polvo del mismo y de las cenizas internas de aquel ser...ya muerto.

El pequeño comenzó a mancharse de rojo, como si él mismo sangrara, pero para mi era algo normal, algo de rutina, algo que me demostraba que había cumplido con mi misión y que ahora podía tener la otra parte del premio que la mujer me había prometido, sabiendo las consecuencias si no cumplía con aquello. A mí no me temblaban las manos cuando la gente me traicionaba y no dudaría en jugar con su vida hasta recibir lo que me pertenecía. Suspiré y lo miré a los ojos sin intensión de ser intimidada, dando unos pasos gráciles hacia él, manteniendo mi postura en alto.

—¿Tu también deseas pedirme algo?— pregunté con suavidad, casi con pereza —Todo París sabe muy bien que los trabajos de nosotros no son algo gratuito, chère—le aclaré con cierta diversión en mis labios al curvarse una sonrisa un tanto socarrona, estaba segura que no deseaba ningún trabajo, ¿cuál sería su necesidad sí él podía succionar hasta dejarlos como pasas de uva?