AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Fatal Flaw → Privado
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The Fatal Flaw → Privado
“Does such a thing as 'the fatal flaw,' that showy dark crack running down the middle of a life, exist outside literature? I used to think it didn't. Now I think it does. And I think that mine is this: a morbid longing for the picturesque at all costs.”
― Donna Tartt, The Secret History
― Donna Tartt, The Secret History
El viento le cortaba las mejillas como dagas muy finas. Bisturís helados, besándolo con mórbida vehemencia. Baldassare no era alguien que fuera de ese modo detrás de sus víctimas. La cacería para él no significaba persecución. Sin embargo, esa noche pareció necesitarlo como la misma sangre que lo motivaba. Es más, parecía que era la carrera, y no la sangre la que lo obligaba a continuar.
La chica, una cazadora joven e inexperta, huía con una velocidad que Baldassare tuvo que admirarle, pues lograba, por los pelos, escapar de él cada vez que iba a alcanzarla. La pobre había creído que iba a poder lidiar con él, pero el vampiro había vivido todos esos años por algo. Bajo otras circunstancias no la hubiera marcado como víctima, pero desde aquel encuentro con su creadora, tenía actitudes más arrebatadas. Como si se sintiera enojado todo el tiempo.
A su rastreo se unió un tercer jugador. Inmortal, Baldassare logró detectar, pero fue todo. Estaba lejos y él demasiado concentrado en la cazadora como para prestar atención. Aunque si era sincero, le molestó el hecho. No esperaba que entre ellos respetaran a los humanos que otro vampiro ya hubiera marcado como alimento, eso no quitó que esto complicara las cosas. Gruñó y apretó el paso. El viento pasó silbando por sus oídos. Cuando las calles fueron insuficiente, hizo uso de esos poderes suyos y comenzó a avanzar por los techos de las casas dormidas de la ciudad. Maldijo un par de veces antes de arrojarse desde lo alto de una capilla para cortarle el paso a la cazadora.
A pesar de todo, de la furia que era detonante y combustible, los movimientos de Baldassare eran tremendamente gráciles. Como una danza. Como una escultura en movimiento. Y no muchos de su clase podían jactarse de ello; sin embargo, ni el propio inmortal era consciente de esa habilidad. Cuando cayó en el suelo, con una rodilla y apoyado de ambas manos, pudo ver la mirada de miedo de la joven. Era bonita, debía admitirlo. De esa clase de belleza que te topas en el mercado que se pone junto al Sena. Ordinaria pero encantadora. Los ojos ajenos, bien abiertos, brillaron en la oscuridad con una mezcla de sorpresa y miedo. Baldassare le sonrió.
Pero entonces ya no era sólo él contra la cazadora.
En un movimiento abrupto, se giró. Todo pasó en un segundo. Con una mano capturó el cuello del intruso y lo llevó contra un muro de la misma capilla que antes le sirvió de plataforma. Aquella distracción fue aprovechada por la cazadora para huir, sin embargo, Baldassare ahora estaba más interesado en quien lo había interrumpido. Soslayó por encima de su hombro, escuchó con claridad los ligeros pasos de su víctima alejarse en la noche. Regresó la vista al frente y entonces pudo ver lo que estaba sucediendo en realidad.
Soltó el cuello como si la piel ajena quemara y dio un paso hacia atrás. Tragó grueso. Quizá era hora de su retribución. O quizá era como había dicho, se iban a encontrar aunque no se estuvieran buscando. ¿Así sería ahora? Una y otra vez sus caminos se iban a cruzar, ¿con qué propósito? La pregunta le pareció tan falta de respuesta que sintió hervir la sangre.
—Gyda —musitó con rabia.
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/10/2015
Localización : París
Re: The Fatal Flaw → Privado
La víctima de aquella noche fue un hombre que encontró saliendo de un callejón. Una persona anónima que seguramente no tendría a alguien que le esperara al llegar a casa. La ropa, sucia y ajada, le daba aspecto de vagabundo, aunque era posible que no lo fuera; una pelea de taberna podía dejarle en esas mismas circunstancias y con ese aspecto tan deprimente. Esa segunda opción era, probablemente, la que más se acercaba a la realidad ya que, mirándolo de cerca, las prendas que vestía parecían de gran calidad. El olor que desprendía a alcohol era nauseabundo y detectable a varias manzanas de distancia. Eso, unido al sabor de su sangre, terminó de confirmar la historia que Gyda se había montado en la cabeza.
No lo mató. Hacía tiempo que había empezado a no hacerlo, sino que dejaba la sangre necesaria para que el corazón siguiera latiendo. Había descubierto que, cuando el cuerpo humano estaba tan débil que apenas tenía fuerzas para seguir vivo, aquellos que conseguían sobrevivir apenas recordaban nada de lo ocurrido y, si lo hacían, creían que todo había sido un sueño. Si por los azares del destino volvían a encontrarse con ella, sus rostros mostraban la sorpresa al encontrarse con un viejo conocido, seguido de un miedo atroz al darse cuenta de que aquello que vagamente recordaban no lo habían soñado.
Dejó el cuerpo inconsciente en el callejón y salió hacia la calle principal para camuflarse entre los viandantes. Pasó la lengua por los dientes limpiando los últimos restos de sangre y se paró en seco. Había captado algo, aunque fue más una sensación que la inquietaba, como si su instinto la estuviera avisando de algo. Siguió caminando como si nada hubiera pasado, pero no por mucho tiempo. Volvió a detenerse y esta vez sí, aguzó el oído para escuchar una melodía preciosa. Un corazoncito que latía deprisa y unos pasos que intentaban salvarle la vida, seguidos de otros que, al contrario, querían arrebatársela. Era una carrera en la que ambos participantes luchaban por sobrevivir, pero uno a costa del otro. ¿Cuánto hacía que ella no perseguía de aquella manera a sus presas? Había pasado tanto tiempo desde la última vez… Reconocía que era divertido jugar de esa manera con los humanos, hacerles creer que iban a ganar para que, en el último segundo, se dieran de bruces con la realidad.
Pero había algo más en aquella carrera, algo que la unía a ella más allá del hecho de que fuera un vampiro persiguiendo un humano. Lo que fuera estaba ligado con Gyda, no con cualquier otro inmortal. La siguió desde la lejanía buscando encontrarse con los dos actores de aquella actuación. A través de calles y callejones terminó llegando a una capilla que rodeó. A la vuelta de la esquina estaba su objetivo: la muchachita que corría y… Apenas le dio tiempo a verle la cara. Le agarró del cuello y la empotró contra la pared, para soltarla en el mismo instante en el que los ojos de ambos se cruzaron.
—Baldassare —susurró a modo de saludo—. Te imaginaba mucho más delicado y elegante a la hora de alimentarte. —Se separó de la capilla ligeramente y se recolocó el vestido, estirando tanto las mangas como la falda—. No sé, creía que serías de los que seducían a su presa para llevarla a su terreno. Sí es verdad que el corazón no late tan rápido, pero si les miras a los ojos en el momento justo puedes ver la misma cara de terror. —Miró en la dirección en la que había huído la cazadora con los ojos ligeramente entornados y después la devolvió hacia el vampiro—. Puedo ayudarte a buscar a otra. Si quieres.
No lo mató. Hacía tiempo que había empezado a no hacerlo, sino que dejaba la sangre necesaria para que el corazón siguiera latiendo. Había descubierto que, cuando el cuerpo humano estaba tan débil que apenas tenía fuerzas para seguir vivo, aquellos que conseguían sobrevivir apenas recordaban nada de lo ocurrido y, si lo hacían, creían que todo había sido un sueño. Si por los azares del destino volvían a encontrarse con ella, sus rostros mostraban la sorpresa al encontrarse con un viejo conocido, seguido de un miedo atroz al darse cuenta de que aquello que vagamente recordaban no lo habían soñado.
Dejó el cuerpo inconsciente en el callejón y salió hacia la calle principal para camuflarse entre los viandantes. Pasó la lengua por los dientes limpiando los últimos restos de sangre y se paró en seco. Había captado algo, aunque fue más una sensación que la inquietaba, como si su instinto la estuviera avisando de algo. Siguió caminando como si nada hubiera pasado, pero no por mucho tiempo. Volvió a detenerse y esta vez sí, aguzó el oído para escuchar una melodía preciosa. Un corazoncito que latía deprisa y unos pasos que intentaban salvarle la vida, seguidos de otros que, al contrario, querían arrebatársela. Era una carrera en la que ambos participantes luchaban por sobrevivir, pero uno a costa del otro. ¿Cuánto hacía que ella no perseguía de aquella manera a sus presas? Había pasado tanto tiempo desde la última vez… Reconocía que era divertido jugar de esa manera con los humanos, hacerles creer que iban a ganar para que, en el último segundo, se dieran de bruces con la realidad.
Pero había algo más en aquella carrera, algo que la unía a ella más allá del hecho de que fuera un vampiro persiguiendo un humano. Lo que fuera estaba ligado con Gyda, no con cualquier otro inmortal. La siguió desde la lejanía buscando encontrarse con los dos actores de aquella actuación. A través de calles y callejones terminó llegando a una capilla que rodeó. A la vuelta de la esquina estaba su objetivo: la muchachita que corría y… Apenas le dio tiempo a verle la cara. Le agarró del cuello y la empotró contra la pared, para soltarla en el mismo instante en el que los ojos de ambos se cruzaron.
—Baldassare —susurró a modo de saludo—. Te imaginaba mucho más delicado y elegante a la hora de alimentarte. —Se separó de la capilla ligeramente y se recolocó el vestido, estirando tanto las mangas como la falda—. No sé, creía que serías de los que seducían a su presa para llevarla a su terreno. Sí es verdad que el corazón no late tan rápido, pero si les miras a los ojos en el momento justo puedes ver la misma cara de terror. —Miró en la dirección en la que había huído la cazadora con los ojos ligeramente entornados y después la devolvió hacia el vampiro—. Puedo ayudarte a buscar a otra. Si quieres.
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.”
— Julio Cortázar, Rayuela
— Julio Cortázar, Rayuela
Dio un paso hacia atrás. Entornó los ojos de berilo ante las palabras recibidas. Es que este no era precisamente su mejor momento, pero no se dio tiempo de aclararlo. No lo encontró relevante para usos de la inoportuna reunión. Suspiró y relajó la posición ligeramente, un poco nada más, como si no quisiera bajar la guardia del todo. ¿Acaso creía que Gyda iba a atacarlo? No de manera física, pero su sola presencia le parecía un insulto.
La imitó, al acomodarse la solapa del abrigo que esa noche vestía. Azul casi negro con un delicado bordado rojo en los puños. Era una prenda hecha a la medida, elegante, diferente y cómoda. Enarcó una ceja al fin, dándole un aire arrogante, y acentuando sus rasgos apuestos.
—Pareces saber mucho de esas cosas. Quizá… lecciones que no pudiste darme en su momento, ¿tal vez? —Retó y sonrió, pero su gesto no era encantador como acostumbraba, parecía más bien dañado y dolido a partes iguales—. El alimento es alimento y sólo eso, ¿de qué me serviría saber su nombre o a que saben sus besos? —Declaró entonces con aplomo. Baldassare tenía la política de no enredarse con sus víctimas, aunque eso se reducía solamente a cruzar palabras. No iba a decírselo, pero en ese aspecto, el romano era diferente. Ni hombres ni mujeres llamaban su atención, sólo personas en específico, Aelia en el pasado y nada más.
—No hace falta —desestimó la oferta—. Aprendí a cazar por mí mismo, por si no lo recuerdas —continuó. Sonó a hijo que busca con desesperación la aprobación paterna y ésta nunca llega. Y es que, si se ponía en términos simples, eso era—. De no haber sido por tu interrupción, esa chiquilla hubiera sido mía. Lástima —chasqueó la lengua como si no importara. Y no importaba de hecho, desde su primer encuentro, había salido cada noche a alimentarse, descontrolado como berserker, sin medir consecuencias. Rebelándose así a sus propios principios.
Baldassare, amante de lo bello y lo sublime, no era alguien que arrancara una vida sólo por hacerlo. Pero últimamente no le importaba si dejaba la suficiente sangre en un cuerpo como para que su víctima no pereciera.
Sin mediar más palabras, se acercó a Gyda, invadiendo el espacio personal ajeno con descaro. La olió, casi pegó su nariz al cuello ajeno. Aquel aroma era inconfundible; sangre recién bebida. Cuando se separó, una sonrisa sombría adornaba el rostro marmóreo.
—¿Alimento u otro pobre diablo como yo al que dejaste a su suerte? —Preguntó con cizaña. Este no era el Baldassare usual, usualmente más cínico pero templado también. Este que estaba frente a Gyda esa noche era abrasivo, violento e incluso cruel. Quizá así debió haber sido desde un principio, pensó. La presencia de Cato lo hizo más mesurado, pero si su despertar hubiera sido otro, quizá ahora mismo fuera una bestia insaciable, en el supuesto que hubiera sobrevivido tanto tiempo.
Luego, como un felino que mide a su presa, Baldassare se movió alrededor de ella y se detuvo, sin dejar de verla. Había algo misterioso en su rictus. Normalmente Baldassare, con esa sutil arrogancia suya, era encantador y atraía, sin embargo, esta vez, era tan fuerte su enojo, que repelía, algo en él, en su mirada, en sus puños cerrados y en su respiración agitada, anunciaba peligro, que no te le acercaras.
—París es una ciudad pequeña, ahora que lo veo. Llevo años aquí, tratando de adaptarme —¡incluso saliendo más! ¡Conociendo más gente! Algo impensable para el ermitaño que se había dedicado a ser—. Será inevitable que una y otra vez nos topemos, ¿qué vamos a hacer, Gyda? —Preguntó como si se tratara de la cuestión más importante de su vida. Soltó aire luego, como si un dolor rancio le diera tregua una vez que formuló la pregunta.
Última edición por Baldassare Donizetti el Miér Nov 09, 2016 9:26 pm, editado 2 veces
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/10/2015
Localización : París
Re: The Fatal Flaw → Privado
Aunque no lo dejó entrever, le costó un poco recomponerse tras el sobresalto inicial que le produjo volver a encontrarse con él. No había duda de que aquel no era un vampiro corriente, no para ella. Había sentido su presencia a pesar de encontrarse a una distancia más que razonable. Había sabido que era él antes incluso de detectar su olor o escuchar sus pasos. ¿Cómo era eso posible? ¿Sería cierto que el vínculo que unía a un vampiro con su creador se mantenía vivo a pesar de los años? El que les unía a ellos era, cuando menos, extraño. Era un fino hilo, casi invisible, que había durado milenios, haciéndose cada vez más fino pero sin llegar a romperse. Debía existir ese hilo, porque, de lo contrario, le habría resultado imposible encontrarle sin haberle estado buscando.
Gyda relajó su postura completamente, al contrario que él y a pesar del rechazo que se palpaba entre los dos. Aunque seguía siendo intenso, para ella había empezado a convertirse en una molestia muy incómoda, pero perfectamente soportable. La hostilidad iba ligada a Baldassare, y su sola presencia requería de paciencia para poder sobrellevarla.
—Quizá —contestó, con esa misma hostilidad—. Pero yo no he hablado de besos ni presentaciones. Sólo de entretenerse un poco antes del banquete. El alimento es alimento, pero quién dice que no podamos pasarlo bien.
Dejó que se acercara a ella sin retirarse ni moverse un centímetro. Lo único que giró fue el rostro, levemente, para observarle desde aquella distancia como si fueran una pareja de amantes que se veneran el uno al otro. Le siguió con la mirada cuando se apartó y supo que iba a arremeter contra ella, otra vez, nada más ver su sonrisa. No contestó al momento, sino que le devolvió la sonrisa poco amistosa, como la de él. Después acortó la distancia y acercó el rostro al de Baldassare, dejándolo a apenas un par de centímetros el uno del otro.
—Parece que tu amnesia no se remonta sólo a tu época como humano, apenas recuerdas lo que te dije la última vez —escupió sin apartar sus ojos de los ajenos—. No importa, te lo repetiré. —Ajustó el cuello del abrigo del vampiro, como una mujer que se despide de su esposo dándole un último retoque antes de salir—. Fuiste el último con el que lo intenté. —Se apartó, dejándole un espacio no muy amplio—. Antes de encontrarte, porque creía que no era capaz de hacerlo. ¿Empiezas a recordar? —Se tocó la sien con el índice un par de veces y después cruzó los brazos por debajo del pecho en una postura totalmente indiferente—. Después de conocerte, porque me di cuenta de que uno como tú es suficiente tormento para una vida. No quiero ni imaginar lo que sería tener a dos vástagos conspirando juntos contra mí.
Empezó a caminar a su alrededor, pero esta vez Gyda no se molestó en mirarle. Cerró los ojos un segundo y después los abrió para mirar al suelo. Mantuvo la postura incluso cuando él habló. Miró al frente sintiéndole detrás de ella, como si la estuviera acechando.
—¿Por qué habríamos de hacer algo? —contestó—. Podríamos ignorar la presencia del otro cuando la sintamos, dejarla atrás hasta que desaparezca. —Giró el cuerpo para quedar frente a él—. O también podemos salir a nuestro encuentro y, no sé, discutir y escupir veneno, que parece que es lo que te gusta. —Hizo una pausa que utilizó para estudiarle con los ojos ligeramente entrecerrados. ¿Podría ella ignorar su presencia, dejarla atrás y seguir adelante como si no existiera?—. ¿Qué quieres hacer tú? Dímelo. No pienso abandonar la ciudad por ti, si es lo que piensas. No has conseguido importarme lo suficiente como para eso, pero sí puedo ignorarte. Llevas más de dos mil años sin mí, sé perfectamente que no me necesitas.
Esta vez fue ella la que comenzó a caminar en círculos alrededor de el vampiro. Volvió a cruzar los brazos y continuó hasta situarse bajo una farola anclada a la pared. La luz tintineante generaba sombras un tanto tenebrosas en su rostro.
—Dejemos las tiranteces por un momento y hablemos como los adultos que se supone que somos. ¿Qué quieres hacer tú, Baldassare?
Gyda relajó su postura completamente, al contrario que él y a pesar del rechazo que se palpaba entre los dos. Aunque seguía siendo intenso, para ella había empezado a convertirse en una molestia muy incómoda, pero perfectamente soportable. La hostilidad iba ligada a Baldassare, y su sola presencia requería de paciencia para poder sobrellevarla.
—Quizá —contestó, con esa misma hostilidad—. Pero yo no he hablado de besos ni presentaciones. Sólo de entretenerse un poco antes del banquete. El alimento es alimento, pero quién dice que no podamos pasarlo bien.
Dejó que se acercara a ella sin retirarse ni moverse un centímetro. Lo único que giró fue el rostro, levemente, para observarle desde aquella distancia como si fueran una pareja de amantes que se veneran el uno al otro. Le siguió con la mirada cuando se apartó y supo que iba a arremeter contra ella, otra vez, nada más ver su sonrisa. No contestó al momento, sino que le devolvió la sonrisa poco amistosa, como la de él. Después acortó la distancia y acercó el rostro al de Baldassare, dejándolo a apenas un par de centímetros el uno del otro.
—Parece que tu amnesia no se remonta sólo a tu época como humano, apenas recuerdas lo que te dije la última vez —escupió sin apartar sus ojos de los ajenos—. No importa, te lo repetiré. —Ajustó el cuello del abrigo del vampiro, como una mujer que se despide de su esposo dándole un último retoque antes de salir—. Fuiste el último con el que lo intenté. —Se apartó, dejándole un espacio no muy amplio—. Antes de encontrarte, porque creía que no era capaz de hacerlo. ¿Empiezas a recordar? —Se tocó la sien con el índice un par de veces y después cruzó los brazos por debajo del pecho en una postura totalmente indiferente—. Después de conocerte, porque me di cuenta de que uno como tú es suficiente tormento para una vida. No quiero ni imaginar lo que sería tener a dos vástagos conspirando juntos contra mí.
Empezó a caminar a su alrededor, pero esta vez Gyda no se molestó en mirarle. Cerró los ojos un segundo y después los abrió para mirar al suelo. Mantuvo la postura incluso cuando él habló. Miró al frente sintiéndole detrás de ella, como si la estuviera acechando.
—¿Por qué habríamos de hacer algo? —contestó—. Podríamos ignorar la presencia del otro cuando la sintamos, dejarla atrás hasta que desaparezca. —Giró el cuerpo para quedar frente a él—. O también podemos salir a nuestro encuentro y, no sé, discutir y escupir veneno, que parece que es lo que te gusta. —Hizo una pausa que utilizó para estudiarle con los ojos ligeramente entrecerrados. ¿Podría ella ignorar su presencia, dejarla atrás y seguir adelante como si no existiera?—. ¿Qué quieres hacer tú? Dímelo. No pienso abandonar la ciudad por ti, si es lo que piensas. No has conseguido importarme lo suficiente como para eso, pero sí puedo ignorarte. Llevas más de dos mil años sin mí, sé perfectamente que no me necesitas.
Esta vez fue ella la que comenzó a caminar en círculos alrededor de el vampiro. Volvió a cruzar los brazos y continuó hasta situarse bajo una farola anclada a la pared. La luz tintineante generaba sombras un tanto tenebrosas en su rostro.
—Dejemos las tiranteces por un momento y hablemos como los adultos que se supone que somos. ¿Qué quieres hacer tú, Baldassare?
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
“Someone I loved once gave me a box full of darkness. It took me years to understand that this too, was a gift.”
—Mary Oliver
—Mary Oliver
Soltó un bufido, casi como un intento de risa y levantó un labio también, pero no alcanzó a expresar nada realmente. Fue sólo un sonido agotado, como el de un buey que ha cargado por demasiado tiempo la yunta. Y de cierto modo así era, una bestia agobiada por el tiempo y por una imposición a su naturaleza que no pidió. Él debía estar muerto, la lógica se lo decía, hace siglos, allá en Roma mientras la República se instauraba. Pero ahí estaba, ¿no? Y no podía hacer nada al respecto porque ni siquiera se le antojaba el ejercicio de dejar de existir. Baldassare se había vuelto cínico, amargado con los años y creyó que eso bastaba para sobrellevar esta desventura, sin embargo, ahora que conocía a Gyda, se daba cuenta que no, que no había sanado, que sus odios y resentimientos seguían ahí tan frescos como el primer día que despertó a la inmortalidad. Era quizá por eso, también, que simplemente no podía ignorarla, que no podía fingir que su encuentro no se había dado, porque había puesto en entredicho sus convicciones, porque había puesto en la cuerda floja ese concepto sobre sí mismo.
La dejó hablar, sólo la siguió con los ojos, como un atento cazador. No quería perder ningún detalle de ella; no había tenido oportunidad de hacerlo como era debido durante su primer encuentro. Y ahora que tenía la cabeza fría, al menos un poco más, le sería más fácil. Se preguntó, allá en lo más recóndito de su subconsciente, si él habría heredado algo de ella. No sabía si eso podía suceder, a decir verdad, para ser un vampiro tan antiguo, desconocía muchas cosas sobre los suyos.
—No lo has entendido, ¿verdad? —Sonrió de lado, caustico y mordaz—. No es que quiera escupirte veneno, es que he guardado este resentimiento por muchos años. Si no lo puedes ver, si no lo comprendes, si eres incapaz de, al menos intentar ponerte en mis zapatos, no eres tan inteligente como alguien de tu edad debería serlo —alzó ambas manos a la altura del pecho—, y lo digo de la manera más adulta que puedo —agregó con sarcasmo y giró sobre sus talones para seguirla y verla de frente. No sabía si se sentía timado, insultado o frustrado por la indiferencia que ella mostraba.
—Lo que quisiera yo, Gyda, es irrelevante ahora. Quisiera recuperar mi vida, pero sé que es imposible. Quisiera olvidarte, ya lo hice una vez, ¿no? Pero no podré. Quisiera borrar este y nuestro anterior recuerdo, pero ahí quedan, grabados en la memoria de ambos, manifiestos de esto que iniciaste y no eres capaz de terminar, porque… —caminó con movimientos felinos y se acercó. Estiró una mano y tomó con suavidad la mejilla ajena; estaba helada y pudo sentirlo a pesar de que esa era su temperatura también—. Porque fuiste tú quien me buscó. Fuiste tú quien me siguió y me volvió paranoico por días hasta que te hiciste presente, y no hablo del pasado en las calles de Roma, hablo de ahora, de nuestro primer encuentro. ¿Qué buscabas al querer verme a los ojos? ¿Ver los frutos de tus errores, acaso? ¿Redimir tus pecados o exaltar tus triunfos? Dímelo Gyda, creo que esa es una pregunta que sí podrás responder de forma más satisfactoria, porque hasta ahora, no lo has hecho, no has resuelto ninguna de mis dudas y no sé si lo haces adrede; algo nos une, pero eso es muy diferente a conocernos, y no, no te conozco —habló suave, bajito, como una canción de cuna, ese era Baldassare el artista, aunque había algo duro y cruel en sus palabras. Sorna y escarnio. La soltó luego, con la yema de los dedos acarició la piel ajena en el descenso de su mano.
—¿Acaso también te divertiste conmigo antes de morderme? —Dio un par de pasos para atrás y se cruzó de brazos. Observó con detalle las facciones de la mujer que se perfilaban distintas bajo aquellas luces tan mustias y ajadas—. ¿Qué hiciste conmigo? ¿Me sedujiste o me atacaste a traición? Sé que no sabes quién fui, pero seguro eso lo recuerdas —alzó el mentón. A pesar de su enojo, en esa ocasión se notaba mucho más calmado. Más medido.
Sin embargo, a pesar de que se acercaba mucho a ese excéntrico y solitario Baldassare que solía ser, este no parecía conocer la clemencia. Era un vampiro en su totalidad, un ser forjado en las sombras, en la desesperación y en la muerte. Era una parte de él que no salía muy a menudo, que daba miedo, incluso a él.
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Localización : París
Re: The Fatal Flaw → Privado
La actitud de ella era sólo una armadura frente a la de Baldassare, porque si se dejaba llevar nada le aseguraba que no se lanzaría sobre él, harta de toda esa bilis que él llamaba resentimiento. Había hecho todo mal desde el mismísimo principio, antes incluso de convertirle en lo que era ahora. Ese paso tan sencillo y tan esencial que era elegir a la víctima, ese había sido su fallo. Pero ya no había nada que ella pudiera hacer, porque su perdón, aunque viniera acompañado de súplicas, no iba a devolverle la complicidad que se suponía que debía existir entre ellos. Estaba podrida, apestaba, y no creía que existiera nada que pudiera devolverla a la vida.
No pudo evitar sonreír, de forma sincera esta vez, al escucharle. De forma adulta, decía. Touché.
—Veneno, rabia, resentimiento… llámalo como quieras. Para mí es todo lo mismo —comentó, como si no le diera importancia—. Pero entiendo que lo sientas.
¿Lo entendía, en realidad? No estaba segura de ello. La soledad a la que habían tenido que hacer frente ambos era distinta. Él se quedó solo al despertar, y Gyda sabía la confusión que se sentía en ese momento. Los sentidos aumentados y tan sensibles que cualquier susurro retumbaba dentro de la cabeza como los truenos en día de tormenta, y la sed de sangre, implacable, que podía hacerte enloquecer si desconocías lo que estaba pasando. Ella no había estado sola en su despertar, sino años después, cuando ya había olvidado lo que era no tener a nadie. Baldassare no había conocido al culpable de su tormento; Gyda, en cambio, lo buscaba desesperadamente.
La vampira calló dejando que él contestar a su pregunta. Estaba claro que ninguno de los dos podía cambiar el pasado, pero sí podían elegir qué hacer en el presente, incluso en un futuro cercano. ¿Qué quería que hiciera ahora? Habló en serio cuando dijo que desaparecería de su vida si así lo deseaba, aunque no de sus recuerdos. Aquellos estarían ahí para siempre.
En su discurso fue acercándose con elegancia y estiró una mano que Gyda siguió con la mirada. Fue a parar a su rostro, cubriendo su mejilla al completo. Eran grandes y firmes, con esa piel suave que caracterizaba a los de su especie. Ningún artista sobre la faz de la tierra podría presumir de tener unas manos tan perfectas. Aquella era la primera vez que la tocaba sin rencor, sin intentar medir la fuerza de ambos. El cuerpo de ella se tensó sin saber qué hacer. Estaba descolocada, confundida, y esa voz melosa y suave que utilizaba hizo que una corriente atravesara su piel erizando el vello de todo su cuerpo. No sabía a cuál de los dos Baldassare prefería, si el rencoroso que siempre se mostraba a la defensiva, o aquel nuevo Baldassare, delicado y atrayente, pero terrorífico en su interior.
Cuando separó la mano, las yemas de sus dedos descendieron acariciando la piel, en un contacto que, a pesar de la temperatura de la piel de los dos, quemaba como el fuego. No había dejado de mirarle a los ojos, y tampoco lo hizo ahora que él se había separado.
—Para serte sincera, no sé qué buscaba, o qué pretendía que pasara. —Su voz tembló un poco tras aquel contacto—. Te vi por primera vez varias noches antes de que comenzara a seguirte, pero al principio no creí que fueras tú. No es extraño que crea ver a alguien que termina no siendo quien yo pensaba. —Se mordió el labio inferior y fijó la vista en un punto indefinido detrás de Baldassare—. Pero volví a verte una segunda vez y, aunque me repetía que no podías ser tú, algo me decía que sí. Así que empecé a seguirte esperando que eso aliviara mis dudas, pero te diste cuenta antes. —Hizo una pausa que aprovechó para volver a clavar sus ojos en los ajenos—. Debí imaginar que lo harías, cuanto más tiempo pasaba más descuidada me volvía. Así que, respondiendo a tu pregunta, creo que sólo quería saber si eras tú. Nada más.
Y con eso se tendría que contentar. Era la verdad, y Gyda no recordaba la última vez que había sido tan sincera con alguien. Ante lo siguiente que preguntó, sonrió de medio lado al recordar la noche en la que lo convirtió. Fue una noche cálida para la época en la que se encontraban, y ella había salido como cada día en busca de aquel que la abandonó. Todas las noches eran iguales, todas salvo aquella en la que dobló una esquina y le vio acercarse, con ese porte y esa elegancia. Nada más verle supo que sería el próximo.
—Siempre me divierto con mis víctimas, salvo cuando la necesidad es demasiado grande. Ahí no hay tiempo para ceremonias —aclaró—. Y nunca ataco a traición, prefiero que me miren a la cara. Qué menos. —Se acercó más a él, tomando un tono un poco más íntimo—. Te seduje, y reconozco que me costó un poco. Creo que esa fue una de las cosas que más me gustó de ti, el reto que me supuso que me dejaras morderte. Tu sabor era exquisito, así que eso lo único que hizo fue acrecentar aún más la sensación de triunfo. Lo que hice después ya lo sabes.
Se separó de él dando algunos pasos hacia atrás y miró a su alrededor. Después se cruzó de brazos.
—Si tienes más preguntas, este es el momento de hacerlas. Te las contestaré todas.
No pudo evitar sonreír, de forma sincera esta vez, al escucharle. De forma adulta, decía. Touché.
—Veneno, rabia, resentimiento… llámalo como quieras. Para mí es todo lo mismo —comentó, como si no le diera importancia—. Pero entiendo que lo sientas.
¿Lo entendía, en realidad? No estaba segura de ello. La soledad a la que habían tenido que hacer frente ambos era distinta. Él se quedó solo al despertar, y Gyda sabía la confusión que se sentía en ese momento. Los sentidos aumentados y tan sensibles que cualquier susurro retumbaba dentro de la cabeza como los truenos en día de tormenta, y la sed de sangre, implacable, que podía hacerte enloquecer si desconocías lo que estaba pasando. Ella no había estado sola en su despertar, sino años después, cuando ya había olvidado lo que era no tener a nadie. Baldassare no había conocido al culpable de su tormento; Gyda, en cambio, lo buscaba desesperadamente.
La vampira calló dejando que él contestar a su pregunta. Estaba claro que ninguno de los dos podía cambiar el pasado, pero sí podían elegir qué hacer en el presente, incluso en un futuro cercano. ¿Qué quería que hiciera ahora? Habló en serio cuando dijo que desaparecería de su vida si así lo deseaba, aunque no de sus recuerdos. Aquellos estarían ahí para siempre.
En su discurso fue acercándose con elegancia y estiró una mano que Gyda siguió con la mirada. Fue a parar a su rostro, cubriendo su mejilla al completo. Eran grandes y firmes, con esa piel suave que caracterizaba a los de su especie. Ningún artista sobre la faz de la tierra podría presumir de tener unas manos tan perfectas. Aquella era la primera vez que la tocaba sin rencor, sin intentar medir la fuerza de ambos. El cuerpo de ella se tensó sin saber qué hacer. Estaba descolocada, confundida, y esa voz melosa y suave que utilizaba hizo que una corriente atravesara su piel erizando el vello de todo su cuerpo. No sabía a cuál de los dos Baldassare prefería, si el rencoroso que siempre se mostraba a la defensiva, o aquel nuevo Baldassare, delicado y atrayente, pero terrorífico en su interior.
Cuando separó la mano, las yemas de sus dedos descendieron acariciando la piel, en un contacto que, a pesar de la temperatura de la piel de los dos, quemaba como el fuego. No había dejado de mirarle a los ojos, y tampoco lo hizo ahora que él se había separado.
—Para serte sincera, no sé qué buscaba, o qué pretendía que pasara. —Su voz tembló un poco tras aquel contacto—. Te vi por primera vez varias noches antes de que comenzara a seguirte, pero al principio no creí que fueras tú. No es extraño que crea ver a alguien que termina no siendo quien yo pensaba. —Se mordió el labio inferior y fijó la vista en un punto indefinido detrás de Baldassare—. Pero volví a verte una segunda vez y, aunque me repetía que no podías ser tú, algo me decía que sí. Así que empecé a seguirte esperando que eso aliviara mis dudas, pero te diste cuenta antes. —Hizo una pausa que aprovechó para volver a clavar sus ojos en los ajenos—. Debí imaginar que lo harías, cuanto más tiempo pasaba más descuidada me volvía. Así que, respondiendo a tu pregunta, creo que sólo quería saber si eras tú. Nada más.
Y con eso se tendría que contentar. Era la verdad, y Gyda no recordaba la última vez que había sido tan sincera con alguien. Ante lo siguiente que preguntó, sonrió de medio lado al recordar la noche en la que lo convirtió. Fue una noche cálida para la época en la que se encontraban, y ella había salido como cada día en busca de aquel que la abandonó. Todas las noches eran iguales, todas salvo aquella en la que dobló una esquina y le vio acercarse, con ese porte y esa elegancia. Nada más verle supo que sería el próximo.
—Siempre me divierto con mis víctimas, salvo cuando la necesidad es demasiado grande. Ahí no hay tiempo para ceremonias —aclaró—. Y nunca ataco a traición, prefiero que me miren a la cara. Qué menos. —Se acercó más a él, tomando un tono un poco más íntimo—. Te seduje, y reconozco que me costó un poco. Creo que esa fue una de las cosas que más me gustó de ti, el reto que me supuso que me dejaras morderte. Tu sabor era exquisito, así que eso lo único que hizo fue acrecentar aún más la sensación de triunfo. Lo que hice después ya lo sabes.
Se separó de él dando algunos pasos hacia atrás y miró a su alrededor. Después se cruzó de brazos.
—Si tienes más preguntas, este es el momento de hacerlas. Te las contestaré todas.
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
“Our doubts are traitors,
and make us lose the good we oft might win,
by fearing to attempt.”
― William Shakespeare, Measure for Measure
and make us lose the good we oft might win,
by fearing to attempt.”
― William Shakespeare, Measure for Measure
¿Había valido la pena? Su incesante búsqueda por respuestas, su gran, gran cacería sin final, esa motivación que movía sus vesanias como combustible, como leña ardiendo, como carbón, como alcohol en una lámpara, y que de paso, consumía todo lo demás, todo aquello que no cabía en su gran batida. ¿Había valido la pena...? Y es que ahora, con Gyda presente en su vida, quisiera o no que estuviera, todo cambiaba y Satanás en el profundo Infierno sabía que Baldassare odiaba los cambios, por ello vivía recluido, separado del mundo que lo había rebasado, que ya era incapaz de alcanzar. Como si el futuro lejano e incierto, lo hubiera sobrepasado como estampida, dejándolo imposibilitado para continuar.
Y a pesar de todo, a pesar de la desesperación, de la agonía y la amargura, encontró en la respuesta cierto cierre a un círculo eternamente inacabado. Encontró, en verdad, satisfactoria la respuesta, aunque no demostró emoción alguna. Una vez que su mano soltó el rostro ajeno y estuvo a su costado, la apretó en puño ceñido como si en él pudiera condensar todo el odio y toda la aflicción acumulados por siglos y siglos. Movidos y removidos, porque a veces, como un triste hombre que le es infiel a su esposa, regresa a ella, acongojado y arrepentido. Así hacía él, volvía a sus rencores cuando no encontraba consuelo en ninguna otra cosa, ni en el arte, ni en ese eterno navegar suyo, que enarbola una bandera de superioridad.
Entornó la mirada y le impidió que se alejara más. Tomó los brazos cruzados, la sostuvo de las muñecas con fuerza y la atrajo contra su cuerpo. Cerca, estaba muy cerca, aliento contra aliento y esos rasgos hermosos y anónimos de ella a un palmo de distancia de los suyos, hermosos también, pero reproducidos por toda Europa como Apolo y como Mercurio.
—Tengo muchas preguntas —cada vez apretaba con más fuerza sus manos ceñidas a las ajenas, aunque era incapaz de hacerle daño, no porque no quisiera, sino porque como él, ella poseía dones maravillosos y aterradores—. Pero tu careces de las respuestas. Dime, Gyda, dime ahora, ¿te es complicado seducirme? ¿Te preguntaste acaso a qué se debió en aquel momento? Quizá tuve una esposa, e hijos, ¿consideraste eso? ¿Te preguntaste si era feliz o desdichado? No quiero que me digas como era, porque no sabes, pero ¿qué cruzó por tu cabeza? —La soltó con brusquedad al grado de empujarla un poco.
Su mente se vio atacada por los vagos recuerdos de risas infantiles. Había soñado muchas veces con ello, y siempre creyó que podía tratarse de eso, que había tenido hijos en vida. Aparentaba unos veinticinco años, edad suficiente para haberse casado, consagrado a alguno de los dioses romanos, y haber tenido descendencia. Sobre todo, si poseía un rango importante, como esa hebilla con la C grabada le daba a entender. Sólo podía hacer eso, conjeturar. Tratar de armar una vida con trozos inconexos e inexactos.
—Supongo que… así va a ser ahora —negó con la cabeza como si la idea le repudiara. Como si quisiera deshacerse de ella incluso—. Gyda, espero que lo entiendas. Aunque estés a mil millas de aquí, podré sentirte ahora que te conozco, que he visto tu rostro. Quizá siempre fue así, pero jamás supe explicarlo y ahora cobra significado. No lo sé. Aún no dejo de estar aturdido —se mostró más vulnerable, aunque no del todo. Se notaba todavía a la defensiva y tal vez nunca iba a dejar de estarlo cuando se trataba de ella. Chasqueó como si se diera cuenta de ellas. De eso que ahora ahora y jamás iba a dejar de ser, aunque careciera de un nombre.
—¿Tú no tienes preguntas? ¿Acaso se nos acabaron? ¿Este es el anticlimático final? ¿Qué vamos a hacer ahora? —Eran muchas preguntas, tal como ella se lo había pedido, pero todas eran retóricas. Todas regresaban vacías a él. Suspiró y dejó caer los hombros. Cerró los ojos como si contuviera el llanto—. No sé qué más decir. Estoy con las manos vacías —lentamente abrió los ojos azules como zafiros sin pulir, bravos y salvajes; era el mismo Baldassare que despertó en aposentos de Cato, consumido en dudas y rabia, que no sabe todavía qué demonios le pasó.
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
Se hizo el silencio cuando ella terminó de hablar. No fue durante demasiado tiempo, pero Gyda decidió mantener aquella tensa calma hasta que él se dignara a contestar. ¿Qué más podía decirle? Se estaba mostrando extremadamente generosa, aunque estaba segura de que él no lo vería así. Tampoco le importaba, en realidad. Ya le había dado la opción de no volver a verse, o de verse, si era lo que él quería. Ella lo tenía todo claro en su cabeza, todo salvo la confusión que sentía Baldassare.
Vio cómo se acercaba hacia donde estaba y como la agarró de las muñecas para atraerla contra su cuerpo. Esta vez, Gyda no se tensó por el repentino contacto, ni se descolocó, como cuando le acarició el rostro. Había visto lo delicado y letal que Baldassare podía ser, así que el efecto sorpresa fue mucho menor, pero no por ello le sorprendió menos; no esperaba que quisiera tenerla tan cerca de él, después del claro rechazo que sentía cada vez que se acortaba la distancia entre ambos. Eran sólo centímetros lo que separaba ambos rostros, y ella pudo captar su olor. Le gustaba, no podía negarlo. Siempre había sido así, pero después de tantos siglos había ido relegando el recuerdo hasta dejarlo en un pequeño rincón de su memoria, inaccesible sólo hasta que volvió a tenerlo delante. Le miró a los ojos, tan azules como el cielo despejado del mediodía, y después bajó la mirada hasta su boca, tentadora y completamente desconocida para ella. Porque, en su primer encuentro, algunos siglos antes de Cristo, lo único que probó de él fue su sangre. De haberse quedado hasta que despertara, podría haber sido más, pero no hubo ocasión. ¿La tendría ahora? Lo dudaba.
—Ni siquiera lo estoy intentando, Baldassare —le contestó con voz melosa, entre susurros. Ella sabía que podía hacerlo sin demasiado esfuerzo, incluso se le pasó por la cabeza seducirlo cuando él lo mencionó, pero la soltó antes de que pudiera empezar, así que, si lo hacía, tendría que ser en otra ocasión—. No, no me pregunté por qué demonios me costó tanto. Tampoco me importaba, en realidad. Cuando lo conseguí dejé de pensar en otra cosa que no fuera tu sangre —dijo mientras se frotaba las muñecas—. ¿Si eras feliz? ¿Si tenías esposa, hijos? En ese momento me dio exactamente igual. Nada más verte tuve claro que quería llevarte conmigo, y no me marché hasta que conseguí mi objetivo. Al menos hasta donde creí que podía llegar, porque, bueno, ya sabes que no te llevé a ningún lado.
Tuvo mala suerte, así de simple y así de cruel. Si hubiera salido un poco antes, o un poco más tarde, de donde fuera que viniera aquella noche, su destino, probablemente, habría sido bien distinto. Si de verdad había tenido hijos los habría visto crecer, casarse y tener descendencia. Se habría retirado a la campiña romana con su esposa, y habría disfrutado de sus últimos días acompañado del sol del mediterráneo. O bien habría muerto en el siguiente enfrentamiento en la frontera del imperio, eso no se podía saber, pero lo más seguro es que no se habrían cruzado en su vida.
—Tengo una —contestó acercándose al vampiro con paso lento y colocándose frente a él—. ¿Tan terrible es tenerme delante? —Clavó los ojos entornados en los ajenos durante un breve instante, y fue entonces cuando se tomó el tiempo necesario para observarlo, pero de una manera mucho más detenida que como lo había hecho hasta ese momento. Se fijó tanto en sus gestos como en sus silencios, en cómo cerraba los ojos y en cómo los abrió después. Y fue entonces cuando entendió lo perdido que estaba—. No contestes, no importa —dijo antes de darle la oportunidad de decir algo.
Se dio cuenta de que ella había sentido algo parecido cuando volvió a la casa que compartía con su propio creador y comprendió que se había quedado sola. Esa misma sensación de vacío, de no saber qué hacer a continuación, como un niño que acaba de quedarse huérfano. Sabía que era eso lo que estaba sintiendo él, a pesar de que ella no fuera una inmortal cualquiera. Era su maldita creadora, pero aquello no parecía amortiguar su pesadumbre, sino al contrario.
—Sígueme —le ordenó con ese tono de voz autoritario tan suyo que no daba opción de desobedecer y comenzó a andar sabiendo que Baldassare iría tras ella. Si le obligó a seguirla fue sólo porque sabía que por su propia voluntad era muy poco probable que le hiciera caso—. Tranquilo, no voy a hacer nada indecoroso contigo. A menos que quieras, cosa que dudo, francamente.
En realidad, no tenía muy claro a dónde iba a llevarle, pero eso él no tenía por qué saberlo. Caminó dando la vuelta a la capilla que había rodeado momentos antes y siguió por la calle que tenía en frente. Zigzagueó por algunas calles y callejones más, siempre en silencio, hasta que de pronto frenó el paso y se giró levemente hacia él.
—Tengo otra pregunta —dijo mirándole—. ¿Nunca has pensado que tu vida puede estar escrita en los libros de historia? Había innumerables estatuas con tu rostro. Si fuiste la musa de algún artista, ¿quién te dice que su vida no esté recogida entre páginas llenas de polvo? —Volvió a mirar al frente para seguir aquel camino improvisado—. Quizá fuiste el amante de un famoso escultor romano, ¿no lo has pensado nunca? Esa habría sido una vida interesante. —Más interesante que la suya, desde luego. Que fuera la deseada por Baldassare, era otro tema completamente distinto. Giraron una última esquina y Gyda se paró—. Vaya, vaya… mira a quién tenemos delante. —Clavó los ojos en él. Frente a ambos estaba la misma muchacha que había escapado cuando Gyda hizo acto de presencia en la cacería del vampiro—. Parece que vas a poder resarcirte, después de todo.
Vio cómo se acercaba hacia donde estaba y como la agarró de las muñecas para atraerla contra su cuerpo. Esta vez, Gyda no se tensó por el repentino contacto, ni se descolocó, como cuando le acarició el rostro. Había visto lo delicado y letal que Baldassare podía ser, así que el efecto sorpresa fue mucho menor, pero no por ello le sorprendió menos; no esperaba que quisiera tenerla tan cerca de él, después del claro rechazo que sentía cada vez que se acortaba la distancia entre ambos. Eran sólo centímetros lo que separaba ambos rostros, y ella pudo captar su olor. Le gustaba, no podía negarlo. Siempre había sido así, pero después de tantos siglos había ido relegando el recuerdo hasta dejarlo en un pequeño rincón de su memoria, inaccesible sólo hasta que volvió a tenerlo delante. Le miró a los ojos, tan azules como el cielo despejado del mediodía, y después bajó la mirada hasta su boca, tentadora y completamente desconocida para ella. Porque, en su primer encuentro, algunos siglos antes de Cristo, lo único que probó de él fue su sangre. De haberse quedado hasta que despertara, podría haber sido más, pero no hubo ocasión. ¿La tendría ahora? Lo dudaba.
—Ni siquiera lo estoy intentando, Baldassare —le contestó con voz melosa, entre susurros. Ella sabía que podía hacerlo sin demasiado esfuerzo, incluso se le pasó por la cabeza seducirlo cuando él lo mencionó, pero la soltó antes de que pudiera empezar, así que, si lo hacía, tendría que ser en otra ocasión—. No, no me pregunté por qué demonios me costó tanto. Tampoco me importaba, en realidad. Cuando lo conseguí dejé de pensar en otra cosa que no fuera tu sangre —dijo mientras se frotaba las muñecas—. ¿Si eras feliz? ¿Si tenías esposa, hijos? En ese momento me dio exactamente igual. Nada más verte tuve claro que quería llevarte conmigo, y no me marché hasta que conseguí mi objetivo. Al menos hasta donde creí que podía llegar, porque, bueno, ya sabes que no te llevé a ningún lado.
Tuvo mala suerte, así de simple y así de cruel. Si hubiera salido un poco antes, o un poco más tarde, de donde fuera que viniera aquella noche, su destino, probablemente, habría sido bien distinto. Si de verdad había tenido hijos los habría visto crecer, casarse y tener descendencia. Se habría retirado a la campiña romana con su esposa, y habría disfrutado de sus últimos días acompañado del sol del mediterráneo. O bien habría muerto en el siguiente enfrentamiento en la frontera del imperio, eso no se podía saber, pero lo más seguro es que no se habrían cruzado en su vida.
—Tengo una —contestó acercándose al vampiro con paso lento y colocándose frente a él—. ¿Tan terrible es tenerme delante? —Clavó los ojos entornados en los ajenos durante un breve instante, y fue entonces cuando se tomó el tiempo necesario para observarlo, pero de una manera mucho más detenida que como lo había hecho hasta ese momento. Se fijó tanto en sus gestos como en sus silencios, en cómo cerraba los ojos y en cómo los abrió después. Y fue entonces cuando entendió lo perdido que estaba—. No contestes, no importa —dijo antes de darle la oportunidad de decir algo.
Se dio cuenta de que ella había sentido algo parecido cuando volvió a la casa que compartía con su propio creador y comprendió que se había quedado sola. Esa misma sensación de vacío, de no saber qué hacer a continuación, como un niño que acaba de quedarse huérfano. Sabía que era eso lo que estaba sintiendo él, a pesar de que ella no fuera una inmortal cualquiera. Era su maldita creadora, pero aquello no parecía amortiguar su pesadumbre, sino al contrario.
—Sígueme —le ordenó con ese tono de voz autoritario tan suyo que no daba opción de desobedecer y comenzó a andar sabiendo que Baldassare iría tras ella. Si le obligó a seguirla fue sólo porque sabía que por su propia voluntad era muy poco probable que le hiciera caso—. Tranquilo, no voy a hacer nada indecoroso contigo. A menos que quieras, cosa que dudo, francamente.
En realidad, no tenía muy claro a dónde iba a llevarle, pero eso él no tenía por qué saberlo. Caminó dando la vuelta a la capilla que había rodeado momentos antes y siguió por la calle que tenía en frente. Zigzagueó por algunas calles y callejones más, siempre en silencio, hasta que de pronto frenó el paso y se giró levemente hacia él.
—Tengo otra pregunta —dijo mirándole—. ¿Nunca has pensado que tu vida puede estar escrita en los libros de historia? Había innumerables estatuas con tu rostro. Si fuiste la musa de algún artista, ¿quién te dice que su vida no esté recogida entre páginas llenas de polvo? —Volvió a mirar al frente para seguir aquel camino improvisado—. Quizá fuiste el amante de un famoso escultor romano, ¿no lo has pensado nunca? Esa habría sido una vida interesante. —Más interesante que la suya, desde luego. Que fuera la deseada por Baldassare, era otro tema completamente distinto. Giraron una última esquina y Gyda se paró—. Vaya, vaya… mira a quién tenemos delante. —Clavó los ojos en él. Frente a ambos estaba la misma muchacha que había escapado cuando Gyda hizo acto de presencia en la cacería del vampiro—. Parece que vas a poder resarcirte, después de todo.
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
Era injusto. Era injusto que Gyda (un nombre que ahora lo iba a acompañar como sombra) fuera tan hermosa. Y era injusto, también, que ese pensamiento estuviera ocupando su cabeza ahora mismo, cuando existían asuntos más importante e inmediatos. Se preguntó si tenía que ver que fuera su creadora, aunque estuvo seguro que sí era causa de que él mismo era un esteta. Estar frente a ella era nuevo, y no podía mentirse, excitante también. Como un niño que nunca ha tenido un padre y aunque lo resiente por abandonarlo, cuando vuelve a verlo, una parte de él quiere recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, él mejor que nadie sabía que ese era un arte muy complicado; el de recobrar y redimir.
Entornó los ojos azur y aunque no tenía intenciones de responder a su pregunta, sintió que era una osadía que luego le dijera que no respondiera. Se relamió los labios y sin mediar más palabras, la siguió, ni siquiera respondió a sus insinuaciones. ¿Qué impulso primitivo y cruel lo llevó a ello? No lo supo, y no le interesó averiguarlo. Así como esas mil dagas que ella enterró hace segundos, al decirle que sólo había estado interesada en su sangre. Ni más, ni menos, a eso se resumía todo.
Se detuvo cuando ella lo hizo. Claro que había pensado alguna vez que su historia podía estar escrita en algún lado, pero no conocer su propio nombre le impedía seguirse la pista. Con su rostro, había cotejado en sendos catálogos de arte. No obstante, siempre se encontraba con callejones sin salida. Algo se perdía en el hilo conductor de esas historias. Quedaban inconclusas. Y luego de años, se dio por vencido. Tensó la mandíbula, porque la pregunta le recordó su fracaso; sin embargo, simplemente la miró con desdén y la siguió cuando ella continuó caminando.
La segunda vez que se detuvieron fue más interesante. Se puso alerta de inmediato, aunque pronto cayó en cuenta que Gyda no era la amenaza, o el objetivo. Se envaró entonces con ese porte señorial suyo, alzando el mentón y ensanchando las fosas nasales.
—Quizá. Pero tú y yo sabemos que nunca lo vamos a averiguar. ¿No te frustra? —Respondió al fin, con parquedad a un fragmento de la conversación anterior: el último. Entonces esbozó una sonrisa que pareció el canto de un cuchillo recién pasado por la piedra de agua. Algo letal y hermoso hubo en su gesto.
—¿Ahora vas a enseñarme como hacerlo? ¿Cómo cazar? —Se burló y parecía que la potencial víctima no estaba frente a ellos, pues la estaba ignorando totalmente—. Vamos, me gustaría verlo. Que mi sire me enseñe a desangrar pobres cristianos. ¿No te gustaría a ti ver cómo lo hago yo? ¿Cómo aprendí? ¿Qué ha sido de tu neófito? —Era curioso que se llamara así a sí mismo, debido a su edad.
Se odió, u odió a esa parte de él que deseó consumar la promesa de, por una vez, quizá única, cazar al lado de ella. La mujer que lo había hecho lo que era ahora. La única, ninguna otra. Con su belleza perniciosa y el inconmensurable poder que tenía sobre él. Uno del que no estaba al tanto del todo, y quién sabe, tal vez ella tampoco. Entonces dio un bote y con suavidad y rapidez se encaramó hacía la chica. Fue un destello, un borrón por un momento, y al siguiente, ya la tenía sostenida del cuello, apretando mientras la joven se sostenía del brazo, elevada unos centímetros del suelo.
—Vamos, Gyda. Muéstrame —No la miró. Sus ojos se mantuvieron fijos en la humana luchando por su vida.
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
Gyda esbozó una amplia sonrisa. ¡Al fin se denominaba a sí mismo como su neófito! Iban progresando, no había duda, aunque neófito no era la palabra que ella habría empleado, y no precisamente por el tiempo que habían pasado juntos. Habían sido dos noches, y ni siquiera completas. Baldassare ya no era un neófito, no dependía de ella para nada, pero lo que realmente interesaba a la vampira era que al fin reconocía el puesto de cada uno en aquella extraña relación.
—No. No voy a enseñarte, Baldassare. Tú mismo me has dejado claro que ya aprendiste, así que, ¿para qué perder el tiempo? —razonó, girándose para mirarle—. Pero sí que me gustaría ver cómo lo haces y saber qué ha sido de mi neófito todo este tiempo. Así que adelante, toda tuya.
Señaló a la joven cazadora con la cabeza y se quedó donde estaba, cruzada de brazos y mirándolo fijamente, mientras que la humana parecía totalmente ajena a los dos vampiros. Pobre niña… seguro que pensaba que ya se había librado de él. De un salto llegó hasta ella, y en un movimiento rápido la sujetó del cuello y la empotró contra la pared. La muchacha comenzó a mover los pies al notar que ya no tocaba el suelo, y su gesto era de auténtico pánico. La presión en la garganta que estaba ejerciendo Baldassare le impedía respirar con normalidad, y ya no digamos pronunciar sonido alguno. Era imposible que gritara pidiendo ayuda, así que Gyda se acercó lentamente hacia ellos con los ojos brillosos de la excitación. No le gustaba alimentarse de mujeres, pero esa noche haría una excepción. Tenía un invitado especial.
—Bravo —dijo—. Soberbio. —Se colocó junto a la chiquilla y la miró a la cara. Ella le devolvió la mirada, una mezcla entre odio y miedo que a Gyda le pareció encantadora—. Sólo… un pequeño detalle. Los humanos necesitan respirar para vivir, y a un humano muerto no le fluye la sangre. Si no dejas que apoye los pies dudo mucho que consigas beber algo de ella. Pero, por lo demás, has estado magnífico.
Apartó algunos mechones de la cara de la cazadora mientras ella seguía pataleando e intentando apoyarse en la pared, sin éxito. Era bonita, de eso no había duda. Acercó el rostro a su piel y aspiró profundamente para captar su aroma; olía dulce, con un ligero deje de inocencia que todavía no había tenido ocasión de perder. Gyda sonrió. Así debió ser ella también, tiempo ha, cuando su creador la encontró, aunque poco quedaba ya de aquello. Una pena.
—Deja de moverte, niña.
La débil y pobre mente de la humana no pudo resistirse a los poderes de Gyda. Las piernas cayeron laxas, y el peso de éstas hizo que la mano de Baldassare le apretara más el cuello, impidiéndole respirar. La pelirroja posó una mano fría sobre la de él y le bajó el brazo, permitiendo a la cazadora posar la punta de los pies en el suelo. Ni mucho, ni poco, sólo lo justo para que no se ahogara y para que se dejara manejar al antojo de esas dos bestias.
—¿Qué es lo que quieres que te muestre, exactamente? —Acarició el rostro caliente por donde ya corrían lágrimas densas—. ¿Cómo hay que hacerlo para causarle el menor daño, o cómo hacerlo para desgarrar el cuello por completo? Si se lo preguntamos a ella, creo que elegiría la primera opción. —La miró un segundo y se volvió hacia Baldassare—. Y, si me lo preguntas a mí, también. Es mucho más limpio todo, más sutil, y se corre menos riesgo de matar al humano, pero lo dejo a tu elección —dijo—. No obstante, y puesto que has sido tú quien le ha dado caza, es justo que seas el primero en saborearla, ¿no?
Agarró las muñecas de la joven y la atrajo hacia sí, haciendo que la mano del vampiro se soltara. Le llevó los brazos hacia la espalda, agarrándola fuertemente con una mano mientras que con la otra le inclinaba la cabeza hacia un lado, dejando el cuello completamente al descubierto.
—No me negarás que esta piel tan tersa no es apetecible. Casi puedo sentir la tensión al rasgarla con los colmillos. Y mira, tiene el pulso tan acelerado que nos va a hacer la mitad del trabajo ella solita —lo tentó—. Vamos, estoy siendo muy generosa. Sabes que el primer sorbo es el más delicioso, y estoy segura de que ella prefiere que empieces tú. ¿No es verdad, muchacha?
—No. No voy a enseñarte, Baldassare. Tú mismo me has dejado claro que ya aprendiste, así que, ¿para qué perder el tiempo? —razonó, girándose para mirarle—. Pero sí que me gustaría ver cómo lo haces y saber qué ha sido de mi neófito todo este tiempo. Así que adelante, toda tuya.
Señaló a la joven cazadora con la cabeza y se quedó donde estaba, cruzada de brazos y mirándolo fijamente, mientras que la humana parecía totalmente ajena a los dos vampiros. Pobre niña… seguro que pensaba que ya se había librado de él. De un salto llegó hasta ella, y en un movimiento rápido la sujetó del cuello y la empotró contra la pared. La muchacha comenzó a mover los pies al notar que ya no tocaba el suelo, y su gesto era de auténtico pánico. La presión en la garganta que estaba ejerciendo Baldassare le impedía respirar con normalidad, y ya no digamos pronunciar sonido alguno. Era imposible que gritara pidiendo ayuda, así que Gyda se acercó lentamente hacia ellos con los ojos brillosos de la excitación. No le gustaba alimentarse de mujeres, pero esa noche haría una excepción. Tenía un invitado especial.
—Bravo —dijo—. Soberbio. —Se colocó junto a la chiquilla y la miró a la cara. Ella le devolvió la mirada, una mezcla entre odio y miedo que a Gyda le pareció encantadora—. Sólo… un pequeño detalle. Los humanos necesitan respirar para vivir, y a un humano muerto no le fluye la sangre. Si no dejas que apoye los pies dudo mucho que consigas beber algo de ella. Pero, por lo demás, has estado magnífico.
Apartó algunos mechones de la cara de la cazadora mientras ella seguía pataleando e intentando apoyarse en la pared, sin éxito. Era bonita, de eso no había duda. Acercó el rostro a su piel y aspiró profundamente para captar su aroma; olía dulce, con un ligero deje de inocencia que todavía no había tenido ocasión de perder. Gyda sonrió. Así debió ser ella también, tiempo ha, cuando su creador la encontró, aunque poco quedaba ya de aquello. Una pena.
—Deja de moverte, niña.
La débil y pobre mente de la humana no pudo resistirse a los poderes de Gyda. Las piernas cayeron laxas, y el peso de éstas hizo que la mano de Baldassare le apretara más el cuello, impidiéndole respirar. La pelirroja posó una mano fría sobre la de él y le bajó el brazo, permitiendo a la cazadora posar la punta de los pies en el suelo. Ni mucho, ni poco, sólo lo justo para que no se ahogara y para que se dejara manejar al antojo de esas dos bestias.
—¿Qué es lo que quieres que te muestre, exactamente? —Acarició el rostro caliente por donde ya corrían lágrimas densas—. ¿Cómo hay que hacerlo para causarle el menor daño, o cómo hacerlo para desgarrar el cuello por completo? Si se lo preguntamos a ella, creo que elegiría la primera opción. —La miró un segundo y se volvió hacia Baldassare—. Y, si me lo preguntas a mí, también. Es mucho más limpio todo, más sutil, y se corre menos riesgo de matar al humano, pero lo dejo a tu elección —dijo—. No obstante, y puesto que has sido tú quien le ha dado caza, es justo que seas el primero en saborearla, ¿no?
Agarró las muñecas de la joven y la atrajo hacia sí, haciendo que la mano del vampiro se soltara. Le llevó los brazos hacia la espalda, agarrándola fuertemente con una mano mientras que con la otra le inclinaba la cabeza hacia un lado, dejando el cuello completamente al descubierto.
—No me negarás que esta piel tan tersa no es apetecible. Casi puedo sentir la tensión al rasgarla con los colmillos. Y mira, tiene el pulso tan acelerado que nos va a hacer la mitad del trabajo ella solita —lo tentó—. Vamos, estoy siendo muy generosa. Sabes que el primer sorbo es el más delicioso, y estoy segura de que ella prefiere que empieces tú. ¿No es verdad, muchacha?
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
Todo era vertiginoso, un caos en su cabeza, y una extraña calma, tensa como la cuerda de un violín, ahí entre los dos, en ese aire que corría entre sus cuerpos inmortales que han burlado al último enemigo: la muerte. Baldassare sentía algo que hace mucho no experimentaba, esa emoción que tuvo cuando salió por primera vez a cazar con Cato. Excitación y ansiedad, una crueldad especialmente exacerbada y la necesidad de mostrarse fuerte y digno frente a los ojos de Gyda, como si importara su opinión a pesar de los años y el abandono. Al menos, creyó Baldassare, el arte de fingir se le daba bien, y no delató mucho de ese remolino que estaba experimentado.
No la miró cuando le habló, salvo cuando lo halagó, entonces sí volvió el rostro hacia ella y entornó los ojos, con un gesto indescifrable y oscuro; era complicado saber qué de todo lo que estaba sintiendo se vio reflejado ahí. Quizá nada, quizá todo.
No obstante, cuando Gyda se acercó a la víctima, encontró en ese coquetear con el último estertor algo sumamente sensual. Quiso matar a la cazadora, sólo matarla, no beber de ella, y luego besar a su creadora, arrancarle la boca. Una vez más, logró controlar sus emociones y ni un atisbo se asomó en sus gestos o ademanes. Pronto regresó la vista a la chica que tenía por el cuello.
La cercanía de Gyda también se sintió invasiva, la soslayó, y al sentir su mano, cedió un poco.
Se estaba mordiendo la lengua para no responder a nada de todo lo que le decía; quería contestarle un montón de cosas, pero si abría la boca, delataría todos los sentimientos condensados que con tanto ahínco estaba tratando de ocultar. Apretó los dientes, y tensó las mandíbulas cuando ahora la chica, que era sólo un peón en su juego corrupto, estuvo frente a él. Su cuello como una ofrenda, pero no de paz, sino de algo más que no supo precisar. Clavó los ojos en Gyda y se acercó aún más, formó de ese modo una triada singular y de sombras con las dos mujeres.
Sin más, tomando de los antebrazos a la víctima, clavó los colmillos en el cuello, escuchó el grito ahogado de la joven y de inmediato el sabor a hierro de la sangre le inundó la boca. Bebió, bebió no sólo para saciarse, sino para demostrar algo, algo que no tenía claro pero que lo empujó a seguir tomando la sangre mortal, ofrecida como voto y como maldición. Y es que… ay, Baldassare jamás aprendió a controlarse en ese sentido, jamás supo cuándo detenerse para no matar a una víctima, Cato no se lo enseñó a tiempo y luego fue muy tarde, siempre deseó conocer sus límites, pero no lo había conseguido, siempre terminaba por matar al mortal en turno. Y si seguía como iba, esta no sería la excepción.
Continuó ahí, prendado del cuello, terso tal como Gyda lo había descrito, con los ojos cerrados y sostenido por una rabia que era injusta y era muy real. Como si la cazadora fuese su creadora, y el sufrimiento que le estaba propinando se lo propinara a la mujer que lo abandonó a su suerte. Y a pesar de que no se le veía el rostro, hubo algo demoníaco y demencial en él, en su rictus, en la forma en cómo el cabello rubio caía sobre su rostro y en la curvatura de su espalda al estar en aquella posición.
Casi podía escuchar el corazón de la muchacha detenerse, y sólo entonces, sin despegarse, alzó ligeramente el rostro y la vio. La vio con algo parecido a la derrota, y al mismo tiempo, al triunfo. Baldassare era egoísta, y ese no era un secreto para nadie, era una de sus muchas excentricidades como artista, y ahí estaba la prueba, acaparando el líquido carmesí que los ayudaba a ambos a mantenerse con vida…, o con toda la vida que ellos pudieran tener.
Pronto vino el silencio, y el frío. Baldassare escuchó, y sintió, restos de un corazón que aún palpita, débil y que clama por piedad, la de dejar de vivir, la de no prolongar más el tormento. Entonces se preguntó si Gyda haría algo, si salvaría a la joven, o la dejaría morir, si la terminaría de matar. Sin embargo, una vez más, no habló.
Última edición por Baldassare Donizetti el Dom Feb 18, 2018 1:59 am, editado 2 veces
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
Silencio. Eso es todo lo que recibió de parte de Baldassare, su creación. Ella no insistió más; sabía que ese cuello de piel joven y tersa sería demasiado apetecible para él, de la misma forma que lo era también para ella. Y es que hasta Gyda, que desde su conversión encontraba a todas las de su mismo género tremendamente repulsivas, veía en la chiquilla algo rico que llevarse a la boca. No obstante, se relamió los labios y esperó, dejando que fuera él el primero. No tenía prisa, y parecía que la chica seguía bajo la influencia de la orden de la vampira, puesto que, mansa como un cordero, no se movió ni siquiera cuando, finalmente, Baldassare se acercó.
Hubo un momento en el que los ojos de los dos vampiros se cruzaron. Fue tan sólo un instante, pero el suficiente como para decirse mucho con tan poco. Después él se inclinó sobre la humana y bebió. Gyda pudo escuchar cómo los colmillos rasgaban la piel, como si fuera un punzón agujereando el duro cuero. Pudo incluso sentirlo en sus propios dientes, como si hubiera sido ella la autora de tamaño desastre. ¡Ah! Tantos años de existencia permitían a uno memorizar todos esos detalles, mínimos, pero increíblemente reales. El olor de la sangre invadió sus fosas nasales; sus ojos, de pronto, dejaron de enfocar al vampiro para centrarse en el reguero carmesí que se había escapado de la furia de Baldassare. No podía apartarlos de esa gota que corría por el cuerpo de la joven. Parecía casi que estuviera hipnotizada, y no era para menos: hacía ya un tiempo que se había alimentado, y la sed, aunque nunca se iba del todo, estaba volviendo con fuerza.
Cuando al fin se separó, la chica llevaba un tiempo inconsciente. Su corazón latía de manera débil, pero, por el momento, Gyda no le prestó atención. Siguió sus movimientos con auténtica curiosidad, porque verlo perder el control de esa manera le había resultado hasta excitante. Soltó el cuerpo inerte y alzó las manos hasta tomar con ellas el rostro de Baldassare. Lo miró como lo haría una madre con su hijo, orgullosa por los avances de su retoño pero sabiendo que debía seguir inculcando cierta disciplina al respecto.
—¿Pretendías matarla, Baldassare? —Soltó su rostro y le limpió parte de la sangre con el dedo pulgar, llevándoselo después a la boca. Tal y como había deducido por su aroma, era una niña muy dulce, y su sangre también—. Porque, si esa era tu intención, aún te falta beber el último sorbo. ¿O es que has sido tan generoso de dejármelo a mí? —Fingió una cara de asombro y sonrió ampliamente—. ¡Oh! Eres un encanto.
Se agachó y agarró a la cazadora por los brazos sin delicadeza alguna (qué importaba, si estaba inconsciente). La elevó hasta que la herida abierta por el vampiro quedó a la altura de su boca y chupó. Absorbió el último vestigio de vida que le quedaba, y sólo se detuvo cuando escuchó que el corazón dejaba de latir. Ya estaba hecho. Había decidido que no la dejaría vivir.
Se limpió los labios con el dorso de la mano y tiró el cuerpo al suelo.
—Debo admitir que no estaba mal, pero yo necesito más, Baldassare —dijo, volviendo la vista hacia él—. Sólo que antes debemos ocuparnos de ella. ¿No querrás que la encuentren aquí cuando amanezca, verdad? Empezarán a buscar culpables y, ¡ah! Es algo muy engorroso. —Se alisó el vestido, más por hacer algo que porque estuviera arrugado, y acortó la distancia que los separaba—. Te propongo algo: nos deshacemos de tu novia y después buscamos otro infeliz que nos alimente. O que me alimente, más bien. Tú deberías estar bastante saciado ya, ¿no? —Sin esperar respuesta de su parte se acercó al cadáver y lo cargó en el hombro—. ¿Vienes o me vas a dejar todo el trabajo a mí sola?
Hubo un momento en el que los ojos de los dos vampiros se cruzaron. Fue tan sólo un instante, pero el suficiente como para decirse mucho con tan poco. Después él se inclinó sobre la humana y bebió. Gyda pudo escuchar cómo los colmillos rasgaban la piel, como si fuera un punzón agujereando el duro cuero. Pudo incluso sentirlo en sus propios dientes, como si hubiera sido ella la autora de tamaño desastre. ¡Ah! Tantos años de existencia permitían a uno memorizar todos esos detalles, mínimos, pero increíblemente reales. El olor de la sangre invadió sus fosas nasales; sus ojos, de pronto, dejaron de enfocar al vampiro para centrarse en el reguero carmesí que se había escapado de la furia de Baldassare. No podía apartarlos de esa gota que corría por el cuerpo de la joven. Parecía casi que estuviera hipnotizada, y no era para menos: hacía ya un tiempo que se había alimentado, y la sed, aunque nunca se iba del todo, estaba volviendo con fuerza.
Cuando al fin se separó, la chica llevaba un tiempo inconsciente. Su corazón latía de manera débil, pero, por el momento, Gyda no le prestó atención. Siguió sus movimientos con auténtica curiosidad, porque verlo perder el control de esa manera le había resultado hasta excitante. Soltó el cuerpo inerte y alzó las manos hasta tomar con ellas el rostro de Baldassare. Lo miró como lo haría una madre con su hijo, orgullosa por los avances de su retoño pero sabiendo que debía seguir inculcando cierta disciplina al respecto.
—¿Pretendías matarla, Baldassare? —Soltó su rostro y le limpió parte de la sangre con el dedo pulgar, llevándoselo después a la boca. Tal y como había deducido por su aroma, era una niña muy dulce, y su sangre también—. Porque, si esa era tu intención, aún te falta beber el último sorbo. ¿O es que has sido tan generoso de dejármelo a mí? —Fingió una cara de asombro y sonrió ampliamente—. ¡Oh! Eres un encanto.
Se agachó y agarró a la cazadora por los brazos sin delicadeza alguna (qué importaba, si estaba inconsciente). La elevó hasta que la herida abierta por el vampiro quedó a la altura de su boca y chupó. Absorbió el último vestigio de vida que le quedaba, y sólo se detuvo cuando escuchó que el corazón dejaba de latir. Ya estaba hecho. Había decidido que no la dejaría vivir.
Se limpió los labios con el dorso de la mano y tiró el cuerpo al suelo.
—Debo admitir que no estaba mal, pero yo necesito más, Baldassare —dijo, volviendo la vista hacia él—. Sólo que antes debemos ocuparnos de ella. ¿No querrás que la encuentren aquí cuando amanezca, verdad? Empezarán a buscar culpables y, ¡ah! Es algo muy engorroso. —Se alisó el vestido, más por hacer algo que porque estuviera arrugado, y acortó la distancia que los separaba—. Te propongo algo: nos deshacemos de tu novia y después buscamos otro infeliz que nos alimente. O que me alimente, más bien. Tú deberías estar bastante saciado ya, ¿no? —Sin esperar respuesta de su parte se acercó al cadáver y lo cargó en el hombro—. ¿Vienes o me vas a dejar todo el trabajo a mí sola?
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
El tacto de Gyda no era diferente al suyo, era igual de gélido y mortal, y aun así, sintió que los cabellos de la nuca se le erizaban al sentirla. Creyó que esas sensaciones (tan mortales, creía, sin poder precisarlo) ya no eran para él; que jamás iba a saber cómo era. Pero, de todos modos, lo que sintió careció de un nombre… ¿miedo? ¿Excitación? ¿Qué? Cómo iba a poder distinguir si todo aquello había quedado enterrado junto a la mortalidad que esa mujer le arrebató por la fuerza. Sólo tragó saliva, con el regusto dulzón y a hierro de su alimento nocturno.
Quiso decirle que se detuviera, pero no lo hizo, como si el toque de Gyda fuera veneno paralizante para él. Abrió mucho los ojos cuando ella terminó con la pobre mortal y ensanchó las fosas nasales para capturar ese aroma que conocía tan bien, el de la muerte. Brevemente dirigió su vista a la chica, ahora muerta, para luego regresarla hacia su creadora. La miró con inquina, rencor, pero también con una retorcida devoción de la que no pudo darse cuenta. Como un hijo que mira a su madre, orgulloso de haber sido halagado, incluso cuando su pretensión no era la de complacerla, y la de ella probablemente era la de herirlo.
Para eso había regresado a su vida nada más, se dijo, para herirlo.
—¿Pretendes que te ayude a cazar? —Al fin abrió la boca—. Creo que te equivocas… —continuó, pero para entonces Gyda ya tenía el cadáver sobre su hombro y ya no pudo seguir hablando. Era irrelevante lo que tuviera por decir.
Baldassare echó un último vistazo a su alrededor. Jamás había sido tan desordenado para alimentarse, ni había dejado tremendo espectáculo. Era más discreto, elegía a sus víctimas solas, usualmente en un lugar cerrado, donde no fueran encontradas hasta después de muchos días, era el regalo que les daba a sus dolientes, el de la incertidumbre para que entonces el macabro hallazgo les trajera más paz que congoja, el saber al fin dónde estaba su ser querido. Jamás se había cuestionado ese proceso casi ceremonial, hasta ese momento, ¿era el único vampiro que lo hacía?
—Es terrible lo que haces, lo que hacemos. ¿Es acaso lo único que conoces? ¿El abandonar los cuerpos ahí a donde vas? —cuestionó, siguiendo a su sire. Cuestionó de manera muy clara, pero sus acciones decían otra cosa: no hizo nada para detenerla, es más, en algún punto sostuvo parte del cuerpo que estaba por resbalarse del hombro ajeno.
Se sintió sucio y cómplice, pero ¿qué de diferente tenía esto a lo que usualmente hacía? Se dio contra la pared de la realidad, su supuesta muerte altruista no dejaba de ser muerte. Él no dejaba de ser un verdugo, no importaba cuánto quisiera engañarse. Daba igual si prepara un lugar y un rito para extraer la vida de un cuerpo, o lo hacía como esa noche, con total descuido y la pasión y la furia como únicos alicientes. Daba exactamente igual y fue demasiado horrible darse cuenta de ello.
—¿Me vas a enseñar a cazar? ¿Por fin? —A pesar de sus disertaciones, prefirió continuar con el tono irónico y beligerante que había estado usando para dirigirse a ella. ¿Qué clase de madre abandona a un hijo? Esa admiración que sintió hace algunos minutos se tornó decepción en un segundo.
—Pareces tener más experiencia en esto de deshacerse de cadáveres, ¿qué pretendes hacer con ella? —preguntó, aún sosteniendo el cuerpo inerte para que se mantuviera en su lugar.
También pudo percatarse de lo extraño que todo era, por más años que tuviera y cosas que haya visto, esto en verdad se salía de toda normalidad, precisamente por eso; en esa dinámica secuaz encontró el intercambio más duradero que había tenido con ella jamás. Si bien sus encuentros había sido dos, tres contando aquel, no dejaba de ser peculiar y sorprendente.
Última edición por Baldassare Donizetti el Jue Ago 02, 2018 8:53 pm, editado 1 vez
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
El cuerpo de la joven se bamboleaba sobre su hombro con cada paso que la vampira daba, haciendo que cargar con ella fuera una tarea más difícil de lo que creyó en un principio. Gracias a la fuerza que tenía, consiguió andar unos cuantos metros, pero la voz de Baldassare la obligó a pararse y a girarse hacia él, con una ceja alzada y expresión de no haber comprendido algo.
—No pretendo que me ayudes. Sé alimentarme sola —contestó, pero cambió la expresión casi en ese mismo instante—; aunque puede que sí quiera, ¿por qué no? De todas maneras, primero nos tenemos que deshacer de ella, y en eso sí me vas a ayudar.
Se giró y siguió andando, sin molestarse en mirar hacia atrás para comprobar si Baldassare la seguía; algo le hacía estar segura de que lo haría, empezando por el hecho de que ella era su sire y, como vampira que también había tenido uno, sabía bien el vínculo que había entre creado y creador, aunque entre ellos no nunca hubiera habido una relación, ni buena ni mala. Ese era el caso que los acontecía, pero lo cierto era que Gyda ni siquiera se acordaba ya de que lo había abandonado a su suerte hacía más de dos mil años. Su memoría resultaba ser demasiado selectiva para algunas cosas.
—¿Qué es lo que te parece tan terrible? —preguntó, con un tono que dejaba claro que no entendía a qué se refería—. Dime, ¿qué hay de distinto entre lo que nosotros hacemos y lo que hacen los humanos? —Giró el cuerpo para poder mirarlo a los ojos, pero no dejó tiempo para que diera su respuesta—. Ellos matan para sobrevivir, exactamente igual que nosotros, ¿no crees? La diferencia reside en que ellos se vuelven presas, y todos creen que eso no está bien.
Se encogió de hombros —en la medida de lo posible, puesto que el cuerpo de la cazadora seguía sobre uno de ellos— y volvió a mirar al frente sin dejar de caminar. Giró en un par de esquinas hasta que dio con una pequeña plazoleta desierta. En el centro había una fuente redonda que echaba agua por cuatro caños perfectamente alineados con los puntos cardinales. Gyda se acercó y dejó el cuerpo de la cazadora sobre el borde de la fuente, con las manos en el interior de manera que sus dedos rozaran la superficie del agua. No puso especial cuidado en la posición en la que la dejaba, pero daba la sensación de que se había quedado dormida fruto de alguna borrachera mal llevada. Dada la edad de la muchacha, bien podía haber sido su primera y última.
—La voy a dejar ahí. Al amanecer alguien la verá y dará el aviso, supongo —dijo a modo de respuesta—. Lo cierto es que me importa muy poco qué pase con ella. Quería matarte, matarnos, ¿lo recuerdas? Esto es así: o ellos, o nosotros.
Nada más decir esas palabras, su mente olvidó por completo a la chica, puesto que tenía toda su atención centrada en Baldassare. Se llevó una mano a la frente y se apretó ambas sienes con los dedos. ¿Qué se suponía que quería de ella? ¿No había aprendido ya todo lo que sabía de manos del vampiro que lo había encontrado?
Se alejó de la fuente unos pocos pasos, desviando la mirada hacia un punto lejano de la calle que tenía enfrente.
—Ya sabes cazar, o eso me has estado repitiendo constantemente, que aprendiste todo lo que necesitabas saber y bla, bla, bla. —Agitó la mano en el aire, un gesto que sólo servía para enfatizar su discurso—. Así que no, no voy a enseñarte. Vas a venir conmigo y vamos a buscar a alguien más apetecible que esa —sentenció—. Venga, no tenemos toda la noche.
Eligió una de las cuatro calles que daban a la plaza y caminó con decisión. En realidad, le traía sin cuidado si él decidía acompañarla o no; la sed era ya apremiante, y necesitaba calmarla o terminaría volviéndose loca. Además, quería quitarse el regusto amargo que le había dejado la cazadora en el fondo de la garganta. Por algo había decidido no alimentarse de mujeres, le sabían todas a rayos.
Escuchó unos pasos y se paró en seco. Por la frecuencia y la fuerza con la que pisaba el suelo, supo inmediatamente que se trataba de un hombre, y uno bien grande. Se asomó sin alejarse de las sombras de la calle y lo vio acercarse desde la lejanía.
—Lo quiero a él —susurró, pero no hacía falta elevar más la voz para que el otro vampiro la escuchara—. Yo lo entretengo y tú lo sujetas. No te preocupes, te dejaré probarlo. ¿Qué me dices? ¿Me ayudas o tendré que hacerlo todo yo sola?
—No pretendo que me ayudes. Sé alimentarme sola —contestó, pero cambió la expresión casi en ese mismo instante—; aunque puede que sí quiera, ¿por qué no? De todas maneras, primero nos tenemos que deshacer de ella, y en eso sí me vas a ayudar.
Se giró y siguió andando, sin molestarse en mirar hacia atrás para comprobar si Baldassare la seguía; algo le hacía estar segura de que lo haría, empezando por el hecho de que ella era su sire y, como vampira que también había tenido uno, sabía bien el vínculo que había entre creado y creador, aunque entre ellos no nunca hubiera habido una relación, ni buena ni mala. Ese era el caso que los acontecía, pero lo cierto era que Gyda ni siquiera se acordaba ya de que lo había abandonado a su suerte hacía más de dos mil años. Su memoría resultaba ser demasiado selectiva para algunas cosas.
—¿Qué es lo que te parece tan terrible? —preguntó, con un tono que dejaba claro que no entendía a qué se refería—. Dime, ¿qué hay de distinto entre lo que nosotros hacemos y lo que hacen los humanos? —Giró el cuerpo para poder mirarlo a los ojos, pero no dejó tiempo para que diera su respuesta—. Ellos matan para sobrevivir, exactamente igual que nosotros, ¿no crees? La diferencia reside en que ellos se vuelven presas, y todos creen que eso no está bien.
Se encogió de hombros —en la medida de lo posible, puesto que el cuerpo de la cazadora seguía sobre uno de ellos— y volvió a mirar al frente sin dejar de caminar. Giró en un par de esquinas hasta que dio con una pequeña plazoleta desierta. En el centro había una fuente redonda que echaba agua por cuatro caños perfectamente alineados con los puntos cardinales. Gyda se acercó y dejó el cuerpo de la cazadora sobre el borde de la fuente, con las manos en el interior de manera que sus dedos rozaran la superficie del agua. No puso especial cuidado en la posición en la que la dejaba, pero daba la sensación de que se había quedado dormida fruto de alguna borrachera mal llevada. Dada la edad de la muchacha, bien podía haber sido su primera y última.
—La voy a dejar ahí. Al amanecer alguien la verá y dará el aviso, supongo —dijo a modo de respuesta—. Lo cierto es que me importa muy poco qué pase con ella. Quería matarte, matarnos, ¿lo recuerdas? Esto es así: o ellos, o nosotros.
Nada más decir esas palabras, su mente olvidó por completo a la chica, puesto que tenía toda su atención centrada en Baldassare. Se llevó una mano a la frente y se apretó ambas sienes con los dedos. ¿Qué se suponía que quería de ella? ¿No había aprendido ya todo lo que sabía de manos del vampiro que lo había encontrado?
Se alejó de la fuente unos pocos pasos, desviando la mirada hacia un punto lejano de la calle que tenía enfrente.
—Ya sabes cazar, o eso me has estado repitiendo constantemente, que aprendiste todo lo que necesitabas saber y bla, bla, bla. —Agitó la mano en el aire, un gesto que sólo servía para enfatizar su discurso—. Así que no, no voy a enseñarte. Vas a venir conmigo y vamos a buscar a alguien más apetecible que esa —sentenció—. Venga, no tenemos toda la noche.
Eligió una de las cuatro calles que daban a la plaza y caminó con decisión. En realidad, le traía sin cuidado si él decidía acompañarla o no; la sed era ya apremiante, y necesitaba calmarla o terminaría volviéndose loca. Además, quería quitarse el regusto amargo que le había dejado la cazadora en el fondo de la garganta. Por algo había decidido no alimentarse de mujeres, le sabían todas a rayos.
Escuchó unos pasos y se paró en seco. Por la frecuencia y la fuerza con la que pisaba el suelo, supo inmediatamente que se trataba de un hombre, y uno bien grande. Se asomó sin alejarse de las sombras de la calle y lo vio acercarse desde la lejanía.
—Lo quiero a él —susurró, pero no hacía falta elevar más la voz para que el otro vampiro la escuchara—. Yo lo entretengo y tú lo sujetas. No te preocupes, te dejaré probarlo. ¿Qué me dices? ¿Me ayudas o tendré que hacerlo todo yo sola?
Gyda- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
Se acercó hasta la fuente y observó a la cazadora, tendida ahí como cualquier cosas; Baldassare no era de esos vampiros que admiraran a los humanos por razones que no comprendía, pero se había topado con un par al pasar los años. La verdad era que en general le daban un poco igual, ¿no era esa la razón por la que los evitaba por siglos enteros? Había excepciones, claro, Simonetta y la verdad era en la única que podía pensar, pero excepción al fin y al cabo. No obstante, se sintió inquieto con todo esto.
—La diferencia con los humanos es que ellos no son más que animales comparados con nosotros —dijo, sin dejar de ver el cadáver, la joven que parecía apenas estar durmiendo—, no pueden controlarse, las emociones los dominan la mayor parte del tiempo. Si el pretexto es vernos en referencia a ellos, nos estamos comparando con algo muy básico y primitivo. —El desprecio fue evidente en su voz, que sonó bajito, como una confesión porque de algún modo eso era, eso era lo que Baldassare creía de la raza humana, y es que, de algún modo, él jamás había sido un hombre; siempre había sido vampiro. Lo que veía como una maldición, la del olvido, también resultaba un arma poderosa, su bastión más inescrutable.
Entornó la mirada para verla, sin responder a sus acusaciones. No despegó los ojos de ella y luego de voltear una última vez hacia la cazadora, siguió a Gyda, y de nuevo se preguntó por qué, y de nuevo no tuvo respuestas. Aunque esta ocasión, no le dio más vueltas al asunto.
Casi choca con la mujer cuando se detuvo y parpadeó un par de veces, preguntándose qué sucedía. La razón llegó pronto de labios de su creadora. Baldassare respiró profundamente y alternó su atención entre la pelirroja y el punto donde se escuchaban los pasos, él también pudo identificarlo como un hombre robusto y alto, suficiente para alimentarlos a ambos.
—Bien, que sea él, los humanos tienden a subestimar a las mujeres así que sigamos tu plan —concedió, aunque era un paliativo, era evidente que el plan ajeno, en su sencillez, era eficaz.
Él no cometía ese error con el sexo femenino, por ejemplo, esa apariencia frágil que era más bien una construcción social, sabía, era la fachada perfecta para ocultar algunas de las criaturas más letales ante las que se había enfrentado. Mucho menos Gyda, con su inmortalidad como espada en llamas, lista para la batalla. Casi sonrió ante el pensamiento.
—Pero antes… —dijo de pronto y la tomó del antebrazo, para soltarla en un santiamén al darse cuenta de lo que estaba haciendo, la luego repredenser, ¿por qué le tenía tanta reverencia a la mujer que lo había abandonado? Sacudió la cabeza, tratando de retomar su tren de pensamiento—. Antes, por favor, sin tanto desorden esta vez —pidió sin estar seguro de si estaba en posición de hacer solicitudes de cualquier índole. Entonces miró a los ojos a Gyda y asintió, como para decirle que estaba listo y dieran marcha al plan, que tampoco era una gran complicación, pero al menos para Baldassare, era la primera vez que cazaba acompañado de alguien desde que Cato había dejado de existir a manos de la Inquisición.
Tal vez ese era un factor en la desazón que no podía evitar sentir, este déjà vu retorcido de sus primeros años como inmortal. Una reverberación de su propia realidad, pero distorsionada, con Gyda a su lado como siempre debió de haber sido. Tragó saliva y se dio cuenta que había estado navegando en sus pensamientos, la mujer lo distraía demasiado y para cuando regresó a esta realidad, con todos sus defectos, cuando se dio cuenta que no estaba en las calles de Roma hace dos mil años, sino en París en el presente, ella ya iba en dirección a la víctima. Baldassare entonces se ocultó más en las sombras, esperando un momento adecuado para atacar, observando atento, escuchando sin perder detalle, listo para sentirse decepcionado una vez más de los mortales.
Qué extraño, pero qué correcto se sentía cazar al lado de Gyda.
Baldassare Donizetti- Vampiro Clase Alta
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Re: The Fatal Flaw → Privado
En la medida en la que los pasos del hombre se acercaban a donde ellos se escondían, la sed de Gyda era cada vez mayor. Quería toser para quitar la sensación que la quemaba desde que había dejado a la cazadora sobre la fuente, pero sabía bien que eso no la aliviaría el tiempo suficiente. Si llegaba a unos pocos segundos, podía sentirse afortunada, eso sin contar con que cualquier ruido, por pequeño que fuera, llamaría la atención en la quietud de la noche.
—Lo sé —comentó, sonriendo con suficiencia—. Los humanos jamás aprenden, pero eso me beneficia, supongo.
Se encogió de hombros y volvió a asomarse. El tipo estaba ya a medio camino, así que no podían esperar mucho tiempo más. Gyda dio un paso con la intención de salir a la calle, pero se vio interrumpida por algo frío que la sujetaba del antebrazo. Retrocedió la escasa distancia que había avanzado y miró hacia atrás: era la mano de Baldassare la que le impedía salir. Estaba tan poco —o nada— acostumbrada al contacto con él que casi sintió un cosquilleo en el brazo y la piel erizada cuando se dio cuenta. Casi, porque a esas alturas, había pocas cosas que pudieran emocionar a Gyda lo suficiente.
—Está bien —aceptó—, lo haremos de manera limpia, a tu modo.
Sin más palabras, salió de su escondite adoptando con su cuerpo una postura tranquila y vulnerable. Llevaba la mirada fija en los adoquines del suelo, pero eso no impedía que supiera perfectamente lo que ocurría a su alrededor. Supo que el hombre la había visto porque su pulso se aceleró; también sintió sus ojos fijos en ella, y detectó el olor de su ropa cuando, sin pretenderlo, el cuerpo de él se giró hacia ella. Era tan fácil llamar la atención de los vivos… Era suficiente con aparecer en su campo de visión, la débil y predecible mente humana hacía el resto.
La vampira frenó el ritmo ligeramente y levantó los ojos para buscar la mirada del desconocido. Sonrió y se paró, sabiendo lo que él haría a continuación: acercarse hasta ella.
—Buenas noches —saludó el hombre—. ¿Necesitas ayuda?
Gyda asintió, pero no habló. Dejó que se aproximara manteniendo sus ojos claros clavados en los ajenos. La mente del tipo era un libro abierto para ella, que no dudaba en sondear sus pensamientos para saber cómo debía actuar. La luz era escasa, algo que jugaba en su favor, puesto que no se apreciaban del todo las manchas rojizas que Gyda tenía en la pechera del vestido. La joven cazadora había estropeado sus ropas, pero ¿qué podía hacer? El olor de la sangre jamás dejaría de enloquecerla.
Bajó los brazos, que había mantenido cruzados debajo del pecho, y se movió para quedar bajo una pequeña luz que colgaba de la fachada más cercana. Vio la expresión del hombre en el rostro y sintió el deseo de él de acercarse todavía más, cosa que le permitió hacer. Para unos pocos minutos de vida que le quedaban, no le privaría de ese momento de felicidad.
Cuando estuvo a pocos centímetros de ella, sin embargo, su rostro mutó. Vio las manchas y frunció el ceño antes de darse cuenta de a qué se debía, aunque ya era demasiado tarde. Gyda sonrió, esta vez enseñando los dientes sin pudor, y ese miedo que percibió en él fue sólo el aperitivo de lo que se les venía encima.
—Lo sé —comentó, sonriendo con suficiencia—. Los humanos jamás aprenden, pero eso me beneficia, supongo.
Se encogió de hombros y volvió a asomarse. El tipo estaba ya a medio camino, así que no podían esperar mucho tiempo más. Gyda dio un paso con la intención de salir a la calle, pero se vio interrumpida por algo frío que la sujetaba del antebrazo. Retrocedió la escasa distancia que había avanzado y miró hacia atrás: era la mano de Baldassare la que le impedía salir. Estaba tan poco —o nada— acostumbrada al contacto con él que casi sintió un cosquilleo en el brazo y la piel erizada cuando se dio cuenta. Casi, porque a esas alturas, había pocas cosas que pudieran emocionar a Gyda lo suficiente.
—Está bien —aceptó—, lo haremos de manera limpia, a tu modo.
Sin más palabras, salió de su escondite adoptando con su cuerpo una postura tranquila y vulnerable. Llevaba la mirada fija en los adoquines del suelo, pero eso no impedía que supiera perfectamente lo que ocurría a su alrededor. Supo que el hombre la había visto porque su pulso se aceleró; también sintió sus ojos fijos en ella, y detectó el olor de su ropa cuando, sin pretenderlo, el cuerpo de él se giró hacia ella. Era tan fácil llamar la atención de los vivos… Era suficiente con aparecer en su campo de visión, la débil y predecible mente humana hacía el resto.
La vampira frenó el ritmo ligeramente y levantó los ojos para buscar la mirada del desconocido. Sonrió y se paró, sabiendo lo que él haría a continuación: acercarse hasta ella.
—Buenas noches —saludó el hombre—. ¿Necesitas ayuda?
Gyda asintió, pero no habló. Dejó que se aproximara manteniendo sus ojos claros clavados en los ajenos. La mente del tipo era un libro abierto para ella, que no dudaba en sondear sus pensamientos para saber cómo debía actuar. La luz era escasa, algo que jugaba en su favor, puesto que no se apreciaban del todo las manchas rojizas que Gyda tenía en la pechera del vestido. La joven cazadora había estropeado sus ropas, pero ¿qué podía hacer? El olor de la sangre jamás dejaría de enloquecerla.
Bajó los brazos, que había mantenido cruzados debajo del pecho, y se movió para quedar bajo una pequeña luz que colgaba de la fachada más cercana. Vio la expresión del hombre en el rostro y sintió el deseo de él de acercarse todavía más, cosa que le permitió hacer. Para unos pocos minutos de vida que le quedaban, no le privaría de ese momento de felicidad.
Cuando estuvo a pocos centímetros de ella, sin embargo, su rostro mutó. Vio las manchas y frunció el ceño antes de darse cuenta de a qué se debía, aunque ya era demasiado tarde. Gyda sonrió, esta vez enseñando los dientes sin pudor, y ese miedo que percibió en él fue sólo el aperitivo de lo que se les venía encima.
Gyda- Vampiro Clase Alta
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