Victorian Vampires
Matteo Giacoletti: Essenza del Mediterraneo 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Matteo Giacobetti Lun Mayo 28, 2012 9:31 am



31 AÑOS| |HUMANO| |CLASE ALTA| |HOMOSEXUAL| |TURÍN, PIAMONTE

Descripción Física


De rasgos suaves, no exagerados, lo más llamativo al observarle son esos ojos que, no importase el color que portaran, ya que están cargados con una honestidad que el hombre trata de mantener; pese a ello, éstos son de un extraño color, en ocasiones de un azul bastante oscuro, en ocasiones pudiendo hasta llegar a considerarse gris. Esas formas, levemente elevadas en los finales externos y marcadas por unas cejas descendentes algo difuminadas, se caracterizan por tener dichas tonalidades fácilmente diferenciables debido al contraste que suponen.

Continuando por ese rostro que muy rara vez suele llevar completamente afeitado, la línea de su nariz, aunque descendente, no es perfecta, teniendo una leve inclinación hacia su derecha, algo que ya descuadra la parte inferior. Los labios no son muy grandes, aunque el inferior es ciertamente algo más grueso y, de ahí, el vello facial ayuda a marcar esos pómulos que nos llevan a unas orejas no muy salidas. ¿Qué decir del pelo? Castaño y ondulado. No le gusta llevarlo extremadamente corto, pero menos aún considerarlo largo. De todas formas, no es algo que le preocupe en gran medida, algo que se manifiesta en lo desordenado que suele estar, una mala costumbre que no ha podido ni querido evitar.

Su altura es considerable, aunque tampoco destacando en demasía, al superar el metro ochenta de altura. Aunque lo musculado de su cuerpo, debido al ejercicio al que se somete, no ayuda a fomentar esa verticalidad, sí que le garantiza una presencia y un porte propio de alguien de su edad, y es que, ya habiendo abandonado la veintena, aún guarda cierto aire que recuerda a la juventud, quizás por no haber sentado cabeza y formado una familia.

Ahora bien, su ropa es propia de alguien de su clase social, rara vez vistiendo de mala manera, a no ser que la ocasión pueda echar a perder un tejido de buen calidad. Aunque no le haya prestado tanta atención como al oficio paterno, los Bonaducci, su ascendencia materna, llevan siglos dedicándose al manejo del cuero y del textil, por lo que no tener una etiqueta adecuada podría hasta considerarse sacrilegio.



Psicológía


Matteo es un hombre que se caracteriza generalmente por un temperamento apacible, calmado y paciente, sin olvidar las formas, una sonrisa o una mano amable presta para ayudar. No es alguien cargado de malas intenciones y prefiere guardarse los malos comentarios, ya que intenta evitar los conflictos y, por supuesto, antepone las palabras a una pelea física en éstos. Pese a su estatus, no se considera materialista, quizás no dándole al dinero el valor que otros pensarían que éste merece, pero tampoco llegando a rechazar sus beneficios, pues, precisamente, el ascetismo no es la palabra que defina su forma de vida.

Como hábito que aprendió de joven para combatir su, por entonces, mala salud, tiende a ejercitarse semanalmente, bien sea con aparatos o saliendo al campo. En ocasiones encuentra un alivio en dichos ejercicios, ya que le pueden servir para despejar la mente y relajarse cuando se encuentra en tensión. Alguien podría decir que es un hombre del Renacimiento, pues aparentemente es alguien culto; ciertamente, él lo considera una mentira, pues sabe que le quedaría demasiado que aprender para poder recibir esa calificación. Pese a ello, domina tres idiomas: su italiano materno, el francés y el inglés, así como sabe defenderse en castellano, y siente atracción por las artes. Es aficionado a la música, aunque ciertamente no sea un gran entendido en ella, y por lo tanto sabe tocar dos instrumentos, elementales en el momento: el piano y, sobretodo, el violín. Aunque la escultura siempre ha llamado su atención, nunca ha intentado aprender sus técnicas, haciéndolo, sin embargo, con el dibujo, algo que no se le da del todo mal. Puede disfrutar de la narrativa o la lírica, pero nunca desarrolló especial gusto por la lectura, a decir verdad.

Ya se mencionó antes que es alguien de modales, pero, pese a respetarlos y a no intentar rechazarlos, éstos le han condicionado el aceptar los halagos sin creer en ellos, entendiéndolos como palabras amables, llenas de intención, pero sin contenido alguno. En un principio aquello pudiera haberle hecho entristecer, pero es algo que hoy en día ya ha asumido.

Matteo se siente atraído físicamente sólo por hombres, algo que hubiera preferido no haber sufrido, pero que nunca tuvo opción de escoger. Es algo que acepta, gracias a su primer amante, que fue quien pudo calmar su conciencia, desestabilizando esas creencias que habían constituido una base en su vida y que ahora amenazaban con derrumbarse junto a los pilares de su propia vida. La moral, el orden social, la justicia, esos términos que ya no quedan tan claros en su mente y, por supuesto, la religión. Le es casi imposible negar la existencia de un ente superior que dé sentido a su vida, pero eso no quiere decir que crea que sus mandatos estén recogido en la Biblia o cualquier otro libro sagrado. Sea como sea, es raro el domingo que no acude a misa, pues sigue siendo creyente, aunque ya no sea más fiel a ninguna Iglesia.

No es alguien caracterizado por el odio y son sólo determinadas cosas las que detesta. El café muy amargo, el tomate, el olor a tabaco en la ropa pese a fumar, el crujir de los dedos de los pies ajenos o que le despierten antes de mediodía son algunos ejemplos. Además, no le gusta el extremo calor o el extremo frío, por lo que a veces le resulta toda una odisea salir a la calle. Ahora bien, si hablamos de temores, el piamontés es alguien que intenta vencer sus miedos, pero, como no puede ser de otro modo, padece algunos. Los dos que quizás sean los más importantes son ciertamente lógicos. Su sexualidad es su secreto y el hecho de que se descubriera podría acarrearle graves consecuencias con su familia y sus conocidos, por lo que es algo que no quiere que suceda. Por otro lado, aunque lo ansía, le inquieta el sentimiento del amor. Es consciente que nunca lo ha sentido, no al menos en toda su capacidad, y sospecha que éste le cegaría haciéndole cometer errores que podrían costarle caro. Quiere andarse con cuidado, pero le sería imposible rechazar esas emocione, ya que no quiere hacerlo.

Desde pequeño descubrió que tenía un gusto extraño por los olores. A pesar de que con el tiempo fuera enseñando a su mente cuáles eran correctos y cuáles no, preparándose para su futura ocupación, en el fondo y secretamente, su pituitaria disfrutaba también con otros, en un cuasi grotesco acto que muchos tacharían de incorrecto, por ser más bien éstos hedores. Por ello, nunca lo ha comentado con nadie y prefiere guardárselo para sí.

Disfruta en gran medida de la calma y la quietud, siendo muchas veces alguien contemplativo, gustándole los paseos en soledad, en especial en aquellos días grises en los que es imposible escapar de la melancolía que tiñe el paisaje. Le gusta la buena compañía, entendiendo por ella la honesta y, como él no busca interés, o no quiere eso, en sus relaciones, le gusta ser tratado de manera recíproca.



Historia


El camino que llevara al nacimiento de nuestro protagonista se inicia mucho antes de que éste fuera concebido, ya que procede de dos de las grandes familias al sur de los Alpes: los Giacobetti y los Bonaducci.

Los Bonaducci llegaron a la ciudad de Niza en algún momento a finales de la Edad Media, procedentes de las vecinas tierras de Liguria. Sus miembros comenzaron trabajando en las curtidurías locales, pudiendo ahorrar lo suficiente como para empezar su propio negocio, con el que, con el paso de generaciones, se hicieron el hueco que les posibilitó expandirse a la manufactura de tejidos que exportaban a las regiones vecinas.

Los Giacobetti, por el otro lado, fueron una familia oriunda de Turín que comenzó a hacerse renombre de mano del auge de la ciudad de Grasse. A mediados del siglo XVII, la perfumería estaba viviendo su pleno desarrollo y Filippo Giacovetti, miembro de la modesta familia, se arriesgó en este mercado en auge. El intento fue un verdadero acierto y pronto comenzó a proveer a los duques de Saboya, que tenían su corte en la misma ciudad, convirtiéndose en los proveedores oficiales de otras familias reales europeas, como la francesa o la de Viena. Los Giacovetti no tardaron en extender su presencia a Niza, como modesto puerto del Mediterráneo que, además, no se encontraba lejos de la capital del perfume. Ese fue la decisión que posibilitó el futuro matrimonio entre Enzo y Giovanna, hija mayor de un matrimonio Bonaducci sin herederos varones, que supuso la fusión de estas dos prestigiosas familias del Piamonte.

El invierno de 1769 no fue particularmente duro en las costas del Mediterráneo, en especial ese veintisiete de febrero en el que Giovanna, tras dos abortos, lograra dar a luz en Niza, ciudad a la que había regresado para reposar cuidada por su madre, a un niño de ojos azules y cabello claro, el cual se volvería castaño antes de llegar a la década de vida. Efectivamente, aquella criatura a la que llamaron Matteo, logró sobrevivir a aquellos primeros años, pese a la delicada salud que mostraba, quizás por lo benévolo del clima y por la vida sin carencias que podían permitirse.

Tras los primeros meses que pasó en la ciudad, esperando a que la madre se recuperara del parto, regresaron a Turín, donde el muchacho pasó gran parte de su vida. Los medios que poseían le garantizaron una buena educación junto a otros ricoshombres y nobles, de forma que pronto fue hábil con el indispensable francés, aunque los estudios técnicos se le atravesaban, más por lo tedioso de éstos que por falta de capacidad. Caprichoso en un principio, con los años su temple fue amoldándose a uno más propio de su clase social y de las responsabilidades que debiera asumir algún día. A pesar de que a su nacimiento le siguieron tres más, dos hermanas y otro varón, el primogénito era él.

Pero pese a su acomodada posición, la vida del piamontés no podía estar exenta de alguna contrariedad. No era raro que Matteo pasara temporadas lejos de Turín, ya fuera con su familia materna en la Costa Azul, en Grasse o, más adelante, en otras ciudades italianas o del Mediodía francés, como Lyon, donde debió aceptar uno de aquellos pecados que formaban parte indiscutible de él. Ya desde hacía años había sospechado aquella terrible afección que le corroía las entrañas, pero fue a finales de aquel verano de 1785, con dieciséis años de vida, cuando debió aceptar su “desviación” sexual. La segunda noche de la fiesta denominada como “les Tupiniers du Vieux-Lyon”, se encontraba con unos amigos divirtiéndose en uno de los callejones de la ciudad. La mayoría bebió en demasía, aunque por desgracia él no se encontraba entre ellos, estando lo suficientemente influido por el alcohol como para que le desinhibiera, pero no tanto como para achacar las culpas a éste. Fue así que un hombre cuya profesión no debía ser otra que vender lo único que poseía para subsistir se acercó a él para insinuársele, sin ser capaz de rechazarle en esos primeros instantes, ni siquiera cuando sus labios se posaron sobre su oreja o su mano se dirigió a su entrepierna, haciendo que ésta reaccionara favorablemente. Le apartó, asustado, pero en su mente quedarían grabados cada uno de esos instantes.

Aquellos sucesos le marcaron durante una temporada, temeroso de Dios y consciente de estar cometiendo pecado, según los mandatos de la Iglesia, pero sin atreverse a contárselo a alguien por miedo a las represalias. Afortunado fue al no sincerarse, pese a que algunos allegados notaran que algo perturbaba su paz, pues varios meses después, a principios del año siguiente, conoció en Génova a un extraño muchacho llamado Luca delle Fave a quien sólo podía ver de noche, pues sufría una extraña enfermedad que le hacía extremadamente sensible a la luz solar. Durante un par de semanas le frecuentaba diariamente, entablando una cercana amistad. Aquel resultó tener sus mismas preferencias, lo que fue un gran alivio para él y por lo que, por alguna razón, no se pudo negar a compartir más cosas con él, ante esas palabras suaves que, en su ignorancia, no podía combatir. Cuando regresara a Turín no mucho después, perdió todo contacto con él.

Con esta nueva realidad conocida y más o menos asumida, le era imposible el mero pensamiento de contraer compromiso, teniendo en cuenta todos los deberes que acarrea el matrimonio y que uno de los fundamentos de éste es perpetuar la línea de sangre, idea que no le atraía en lo más mínimo. Su familia, claramente, insistió, pero él se mostró reacio a cualquier acuerdo. Eso, obviamente, terminó dando de qué hablar y él se vio obligado, no muy predispuesto, a mentir sobre los sentimientos que le inspiraban las emociones, para acallar cualquier habladuría.

Hoy, años después, de esos sucesos, ha viajado por primera vez a París para buscar abrir un local de perfumes para acceder a esa amplia nobleza y burguesía francesa, así como para poder garantizar un mejor acceso a la corte francesa, a quienes antes debían enviar sus frascos desde las orillas del río Po. Además, también debe tantear el mercado textil, pues su familia materna también quiere aprovechar la oportunidad del mercado francés, sobretodo con las nuevas técnicas que se están desarrollando en dicho campo. Valora su intimidad, por lo que vive solo y no reside en un hotel, pero esta vivienda, un piso en algún rincón de París, es ciertamente modesto.



Otros Datos


• Lleva colgado al cuello una pequeña ampolla de vidrio azul vacía. Fue un regalo de Luca, el cual le recuerda que las costumbres sociales no siempre son acertadas.

• Aunque no le gusta tener las manos ocupadas, no es raro verle cargar con el estuche de su violín, pese a que le perturbe que desconocidos le escuchen tocar.


"Encadenar el propio alma de la belleza a un frasco es una crueldad; pero es mi trabajo"
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