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Ceder o pelear, ese es el dilema (Mediterráneo, terminando en Alejandría) (Alastair Parthenopaeus & Kala Nahid Al'Ramiz) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Ceder o pelear, ese es el dilema (Mediterráneo, terminando en Alejandría) (Alastair Parthenopaeus & Kala Nahid Al'Ramiz)

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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Sáb Feb 04, 2012 8:47 am

Viene de aquí

Aspiro la mayor cantidad de aire que puedo, la noche no puede estar peor desde que me informaron que mi Ab seguía a la Princesa Di Alessandro para evitar que cayera en una trampa. Algo me olió mal desde ese momento y decidí seguirlos, algo que agradezco ahora porque si no fuera por eso, mi Ab estaría en letargo o muerto. Ese último pensamiento me eriza la piel. Nunca lo permitiré, aunque mi vida esté en peligro o la pierda, jamás mi Ab sufrirá, lo evitaré con todas mis fuerzas.

Les atacaron hombres lobo, entrenados porque no cualquier bestia puede enfrentarse a mi Ab y su guardia, éstos no sólo lo hicieron si no que también causaron tantos estragos que se cobraron las vidas de algunos sarracenos para el dolor que sé, le causó a mi Ab. Así pues, tras permitir que el Jeque de Jeques fuera a curarse las heridas en el bergantín anclado a la orilla del mar cerca de nuestra actual posición en compañía de su guardia y la Sayyidat Di Alessandro, me preparo para el encuentro con lo que parece ser, la tercera avanzada de hombres lobo.

Me pregunto una y otra vez cómo es que están tan bien entrenados, llegué a tiempo para matar a los últimos que quedaban de la batalla con mi Ab y no puedo negar que sus movimientos son de cuidado. Incluso el mismo Alastair Parthenopaeus apareció agotado de su propia pelea personal. ¡Basta, Kala, concéntrate en este enfrentamiento y luego piensas en é!l Innecesario, porque es algo que no puedo detener, que fluye como las arenas llevadas por las tormentas en el desierto. Es un personaje tan importante en mi vida, que temo tome un lugar más determinante. Aunque para ello, debo salir triunfante de esta contienda.

Lento, pero seguro van apareciendo uno tras otro los enemigos que mi Ab debió enfrentar, pero que en compañía de cinco sarracenos, soy su rival. Al frente de la formación, con mi cimitarra y daga, estoy lista para el combate que no se hace esperar demasiado una vez que nos rodean. Espalda con espalda, en una formación que no romperemos, aguantamos a que ellos den el primer paso. Una vez que el líder, un lobo negro como la noche y ojos inyectados de sangre arremete en contra de Hassam, los demás se reparten el botín echándosenos encima. Pobre del líder, Hassam es uno de los mejores guerreros que tuve el honor de entrenar, le dará la paliza de su vida.

Sin embargo, pronto la sonrisa se me borra del rostro, porque mis movimientos son evitados e incluso contenidos por el rival que tengo ante mí, como si supiera de nuestras estrategias y entrenamientos. ¿Un traidor entre nosotros? ¡Imposible! De todas formas, conforme la pelea se alarga sin que pueda darle una buena herida a mi rival más que arañones y éste nota que el ser una mujer no significa que mi forma de pelear esté disminuida en comparación de mis compañeros, el combate se torna más violento.

Hasta que un aullido de victoria se escucha en el bosque helándome la sangre. Uno de los míos cae con un lobo que le destroza la cabeza de una tarascada. Hassam intercambia pensamientos de inquietud conmigo, haciéndome tragar saliva. Quizá los subestimamos. Puede ser que ésta sea la real manada de hombres lobo de la que tanto me advirtió Paulette que habitaba en este lugar. Si mis sospechas son ciertas, entonces las otras eran sólo avanzadas, peones en el tablero que se deslizaron con maestría para minar las defensas y entonces, mandar al armamento pesado.

La pelea se lleva consigo parte de mis ropas tras un golpe de garras que evado con dificultad. Logro que no se lleve mis piernas, pero no así parte de mis pantalones. Me enfurezco y arremeto con mayor precisión, dando en los puntos más débiles de un rival más que estudiado para hacerlo caer muerto a los tres minutos de batalla. Eternos para quienes la viven, cortísimos para quienes la ven. En el suelo, la bestia cambia hasta transformarse en hombre y aprovecho para cortarle la cabeza sin consideración alguna.

Pero descuido mis espaldas, un error imperdonable porque no cerramos el hueco que nuestro soldado caído dejó. Las garras contra mi espalda me hacen caer de bruces, sobre el cuerpo del fallecido dejándole un ángulo perfecto a mi rival para que encaje los colmillos en mi cuello, cual vampiro, haciéndome gritar de dolor porque las mordidas de los licántropos son mucho más dolorosas para nosotros y más cuando son efectuadas con tal saña. Saco fuerzas de flaqueza encajando y sacando de inmediato la daga en la cabeza de mi perpetrador que aulla de dolor, alzando la cabeza lo justo para que mi daga se hunda en la profundidad de su cuello, dejando que la vitae caiga transformándose de inmediato en una sustancia negruzca por el efecto de la plata.

Envenenamiento que aprovecho para sacármelo de encima, ignorando el dolor de mi cuello desgarrado y rematar al maldito en el corazón, llevándome su cabeza con la cimitarra, para no preocuparme porque pueda regenerarse. Volteo a tiempo para saltar a un lado evitando la embestida de otro hombre lobo. Ya no somos cuatro combatiendo, para mi horror veo que sólo estamos Hassam y yo. Él tiene al líder y dos más, mientras que a mí empiezan a rodearme cuatro de los jóvenes una vez que vieron que quizá no es Hassam de quien deben preocuparse.

Alzo la mirada un instante para ver el cielo que empieza a clarear, señal inequívoca de que Hassam y yo perderemos la pelea. Cierto es que nuestros contrincantes perderán el don de la luna, pero son humanos y el sol no les hace daño. En cambio a mi fiel guerrero y a mí... nos destruirá. Sea como sea, ellos llevan las de ganar. Sonrío pensando en Alastair, que mis últimos pensamientos sean para él entonces. Los golpes se suceden uno tras otro, algunos favorables, otros perjudicándome. Sangre de ambos lados y gruñidos de dolor que se intercambian.

Mi mente se despide de mi padre, permaneciendo al final con él... con el Parthenopaeus, lamentando la separación, acariciando su rostro, recordando el sabor de su piel, de su vitae al tiempo que les doy la mejor exhibición de mis capacidades a estos malditos. Si una Al'Ramiz tiene que caer que sea, pero no será sin llevármelos al infierno mismo que es a donde iré al haberle mentido a mi Ab. Aún así, ni el mismo demonio puede quitarme de la mente lo que pasé en las recámaras que mi padre entregó a Alastair, en mi propio lecho entre sus brazos, teniendo la mejor noche de sexo... ¡Ja! ¿A quién engaño? De amor...

Un amor que no sentí ni por el Destructor y que ahora es demasiado tarde para hacer algo que puda solucionar nuestras diferencias. Otro cuerpo cae, pero es el de un lycan en el lado de Hassam que ya tiene 2, yo sigo con 3... Siento el garrazo contra mi pierna, que me hace hincarla, mirando de reojo el daño: casi total, el hueso está expuesto y si aciertan al mismo lugar, pronto fracturado. Aún así me defiendo como gata boca arriba, sin permitirles llegar a destruirme. Si me voy, será con el sol y no entre las patas de alguna de estas bestias.

Otro más cae de mi lado, pero se llevó consigo tres de mis dedos de la mano izquierda... la daga ha caído y sólo puedo valerme de mi cimitarra. Al menos mi Ab está a salvo, al menos... mi mano se alza para golpear la cabeza de uno de los hombres lobo que viene directo a mí, pero miro con resignación cómo cambia de dirección en una soberbia finta dejando que mi arma pase de largo, para irse contra mi cabeza. Cierro los ojos pensando sólo en él, maldición...

"Habibi... donde estés... gracias..."

Lanzo mi último pensamiento a lo largo del camino, con la esperanza de que llegue hasta él... cómo odio ésto, pero ante el golpe seco de un cuerpo abro los ojos extrañada al ver a mis pies a ese rival que sentía yo cobraría mi vida, con una flecha de plata en el pecho. Trago saliva y no dudo soltando el golpe para desprender la cabeza, revolviéndome para contener a otro de sus amigos metiendo la cimitarra en el hocico de forma horizontal para que no lleguen hasta mí sus colmillos, cayendo al piso con él encima mío. Cierto es que las garras abren surcos en mis brazos, pero si aún tengo una oportunidad no la desperdiciaré.

Otra flecha salva a Hassim de caer muerto y tras ella, otras más se deshacen de los rivales que aún están vivos. Veo caer al que me atacaba y tiemblo de alivio, pero mis ojos se fijan en los que nos han ayudado sonriendo con cinismo al ver que es Abdón, uno de los guardias de Alastair. Así que lo sospechó y dejó atrás una guardia. Bendito seas, Habibi. Aún así no hay tiempo para celebrar. Los cuerpos de mis sarracenos caídos son honrosamente colocados para que a las caricias del sol sean cenizas que lleguen en forma de arena a sus hogares cuidando a los suyos. Las armas recogidas para que no hayan señales que puedan advertir de quiénes estuvieron aquí y sobre todo, un tributo para las familias de los finados.

Abdón se disculpa por llegar tan tarde puesto que tuvo que quemar los cuerpos de los otros licántropos y le quito importancia. Han llegado a tiempo, no importa lo demás. Al menos Hassam y yo estamos vivos. Un triunfo para quien deseó destruirnos al completo y casi lo logra. A instrucciones de Abdón, Hassam y yo entramos en un carruaje con ataúdes dentro. Nunca me han gustado, pero sé que no hay opción así que me meto en uno cerrándolo bien. Confío en el hombre de Alastair y tranquilizo a mi guerrero. Necesitamos vitae, pero por lo que Abdón me dijo las reservas se terminaron durante la primera pelea, así que me conformo con esperar a que lleguemos al barco.

El viaje es complicado, pero no imposible. Pronto oigo las olas del mar y siento cómo nos sacan del carruaje para subirnos a una embarcación pequeña, seguramente para ser llevados hasta el barco. El ondular de las olas me reconforta y arrulla. Hasta que siento cómo van subiéndome alto, muy alto. Luego, soy transportada hasta un lugar donde tocan la superficie del ataúd indicándome que ya puedo salir. Con precaución, abro un poco la cerradura y observo con beneplácito que todo está tapiado y no hay luz más que las de unas velas. Salgo de mi confinamiento en una habitación muy masculina y por el olor, la de Alastair.

Con dificultad me pongo en pie, la herida de mi pierna es profunda, sigo sin tres de mis dedos y la mordida del cuello arde como sal en la herida. Mis ropas no son más que andrajos dejando al descubierto gran parte de mi cuerpo. Lo bueno es que no tengo pudor, porque si no... aunque bien podría tomar una camisa de Alastair. Mis ojos se posan en Abdón quien es el responsable de que esté aquí y le pido con voz tranquila me proporcione por favor un baño y algo de vendas para cubrir mis heridas.

Veinte minutos después, me traen lo solicitado y me informan que pronto estarán al lado de mi barco para que podamos cambiar de tripulantes. Eso me alegra porque al menos así no tendré que depender de que llegue la noche para ir a la orilla y ser rescatada por mi bergantín. Me meto al agua lavando a conciencia mi cuerpo, sentada en la orilla ofrezco una visión sensual de la línea de mi espalda, de mi cintura y caderas redondas... mi cabello sujeto en un moño permite pasear los ojos por toda mi piel.

Escucho los pasos de alguien que se acerca, pero le quito importancia mientras me lavo con cuidado la pierna derecha observando con atención la herida que empieza a sanar, pero que tardará quizá un medio día más en que el hueso sea por completo cubierto por el tejido. En ese instante alguien abre la puerta y por el olor, es justo el vampiro del que me despedí de forma innecesaria. Sigo lavándome la herida sin hacer caso al dolor que siento.

- Qué bueno que llegas, al menos podré hacerme de una de tus camisas sin preocuparme de haber arruinado con mi vitae tu favorita - paso mis manos por la otra pierna, examinándola al detalle, sonriendo al ver que la mayor parte de las heridas se han desvanecido, esperando lo que él tiene para decir antes de que termine mi baño, me vista y regrese a mi embarcación.




Última edición por Kala Nahid Al'Ramiz el Lun Sep 10, 2012 1:48 pm, editado 2 veces


Ceder o pelear, ese es el dilema (Mediterráneo, terminando en Alejandría) (Alastair Parthenopaeus & Kala Nahid Al'Ramiz) Kalafirma

Soy quien debo ser, soy quien decidí ser, lo demás... no importa en el Desierto del cual nací y evolucioné.

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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Jue Feb 23, 2012 10:04 pm

La primera reacción de Sidi Al’Ramiz me demostró lo que ya sospechaba, Kala actuó sin el consentimiento de su padre y sin siquiera informarle de sus intenciones. Lo que, si no fuera por mis previsiones, le costaría la vida a ella y los hombres que sobreviviesen a tan cruenta batalla. En pocas palabras le explique al líder de los cinco frentes mi plan, desde los carruajes blindados y los ataúdes en los cuales serian transportados hasta mi embarcación que se encontraba a un par de kilómetros de distancia. El asintió con el ceño fruncido, y sus ojos furicos, pues si fuese por él le daba un escarmiento a su hija por su arrebato y la dejaba a merced del destino, si estaba escrito que ella sucumbiese ante los rayos del sol, era dejaría que así fuese. Pero mi propia estrategia pretendía burlar al destino, a fin de cuentas este llevaba en menos de una noche cinco vidas en su haber, todas arrebatadas de mi protección, aunque fuese una salvaría, aunque esa una me huyese por la eternidad.

Tras quedar aquello acordado, o más bien informado por mi parte, pues no cambiaria mi plan de salvar a la jequesa, revisamos las rutas de navegación. Difícil sería que dos embarcaciones surcasen el mar mediterráneo sin ser notadas por ojos curiosos, la estrategia, sencilla yo esperaría a mis hombres una noche mas y el zarparía de inmediato en dirección a Alejandría, por una ruta alternativa, con la que darían un día más. Ia embarcación, tomaría una ruta más directa, que nos dejaría en iguales condiciones que el jeque. Allí, en sus tierras el viaje sería en dirección al Palacio del Jeque de Jeques, apremiaba reunirse con el Sanat Kumara, alertarlo y tomar provisiones.

Claro, aquello fue lo que se acordó desde el punto de vista militar, pero en el ámbito personal, cada uno libraba una batalla interna aun más peligrosa. Bien sabía que mi sobrina Katra, era un caos, siempre lo fue y sus padres no supieron convertirla en una mujer integra, se limitaron en convertirla en la Princesa y futura Emperatriz, que ella es una líder innata y una gran guerrera, no lo dudo, lo contrario es en los otro ámbitos de su vida donde ella cojea, como todo el tiempo que tardo en reconocer que Sidi Al’Ramiz es un hombre del que ella se puede enamorar… Kareef deberá armarse de paciencia si desea a Katra como su esposa, y que se prepare pues ella exigirá ser la única y la primera, ignorando a quien ocupase en antaño ese título.

En lo que a mí respecta, luego de aquella visita al palacio de Sidi Al’Ramiz en las fronteras del Sacro Imperio, Kala se comporto de un modo que a me dejo impávido y completamente fuera de lugar. Dos habitaciones destruidas, unos cuantos jarrones y estatuas convertidos en polvo, y que hablar de algunas cortinas desgarradas, fueron testigos mudos de nuestros encuentros, pero luego de esa ella actuó con una frialdad que congela el alma del más candente ser humano. Tras un tiempo que no puedo definir encerrados en aquellas habitaciones, ella se marcho en una supuesta misión sin decir palabra. Así que las palabras del minoico simplemente ratificaban aquello que ya sabía, en el momento que su hija y yo estuviésemos a solas nos enfrentaríamos en lo que debiera ser una serie de recriminaciones, en el mejor de los casos ironías, palabras cargadas con dobles significados.

Camine dubitativo hasta uno de los ventanales, Kareef era muy sabio, un hombre que deposita su confianza en pocos hombres, el hecho que depositase en mi la confianza y la bendición para estar con su hija, resultba contradictorio ante el peso de los antecedentes anteriores. Desde el ventanal, alce la vista hacia el cielo y notar que me quedaba el tiempo justo para llegar a mi embarcación antes que los primeros rayos del sol desterrasen a la noche - Kareef, agradezco rus atenciones para mí y mi familia. La confianza depositada en mí al dejar a vuestra hermosa gema a mi cuidado, solo se compensa con entregarte a mi sobrina. Ella no es tan sencilla de entender como aparenta, dale tiempo, date tiempo. Es un diamante en bruto…a veces muy en bruto- Bromee con aquello entre esas palabras que pretendían aconsejarlo. Palmee su espalda antes de dejar la copa un lado y despedirme, era tiempo de emprender nuestros caminos, quizás fuese aquel el comienzo del andar que el destino preparo para nosotros.

Me encerré entre los mapas y los informes más recientes, planeando desde la llegada a Alejandría desde aquellos que serían nuestros pasos a seguir, desde bajar a Agharta y reunirnos con Sanat Kumara, y regresar a Europa. Katra seguramente sería una revelada de la ciudad idílica y ascendida de inmediato a minoica, aunque la someterían a estrictos entrenamientos para fortalecer su carácter y controlar sus arrebatos. Lo que a mí respecta, estaba seguro que mi labor estaría junto a Valerius, el que propondría un enfrentamiento directo, aconsejándolo como tantas veces lo hiciese, en base al conocimiento recabado en mi vagar entre los mundanos.

El tiempo hasta la llegada de mi encomienda fue eterno, en algún momento llegue a pensar que no estarían con vida, pero a su vez, mis dones de clarividencia me indicaban que pronto los tendría entre la tripulación y emprenderíamos el viaje a territorios árabes, el único lugar seguro al que aun podemos recurrir. En las hora previas di instrucciones que se les llevase a mi recamara, allí podría descansar y sanar sus heridas. Señale que se le informase que en altamar pasaría a abordar el barco de su padre, aunque eso no estaba en los planes originales. Ni por el bien de Kareef y Katra, ya que si deseaban entenderse, la jequesa solo traería discordia, ni por el nuestro, independiente de nuestros idílicos encuentros, ella era parte de los cinco frentes y deberíamos mantener, aunque sea un trato cordial… aunque quizás sí, aquello del trato cordial y encuentros furtivos como dos amantes fuese más fructífero que proyectarse de otro modo.

Me encontraba sumido en mis pensamientos, contemplando un mapa de Agharta y otro de lo que fuesen mi antigua ciudad de origen, al parecer el destino de ambas ciudades se escribió con la misma sangre que se escribe el de la idónea ciudad subterránea. Cerré los ojos ante un suspiro innecesario, cuando se me anuncio que ella estaba despierta, asentí pero aun así me tome mi tiempo, evocando las veces que ella y yo nos habíamos encontrado, añorándola y deseándola, pase con aire abatido la mano por mi rostro librándome de aquellos pensamientos para enfocarme en lo único que en ella siempre era cierto, la frialdad de sus actos.

Entre a la recamara vistiendo riguroso luto, por respeto a mi familia extinta, y en honor a los tiempos de guerra que nos acechan. Mis pantalones de montar acompañados de una camisa holgada, mi aspecto algo desaliñado en apariencia pero no por ello desatendida, mis cabellos sueltos alborotados por las preocupaciones y mi rostro rígido como pocas veces se le ha visto. Sin hacer ruido me acerco al cuarto de baño, donde el aroma de su sangre me llama, contemplo su espalda perfecta, tentándome a aquello que por el momento no me puedo permitir. Me acerco hasta la bañera sin decir palabra, solo deleitándome con aquello de lo que he decidido privarme por el momento, su espalda perfecta tentación para mis deseos, su cuello incitando a ser besado, su cuerpo desnudo, del modo que tanto disfruto.

Sonrió de medio lado, con pesar antes de tomar una toalla, acercarme por su espalda y en gesto muy íntimo inclinarme para humedecer la tela, rozando levemente la piel de una de sus piernas. No hablo simplemente actúo, allí en el centro de la espalda de ella un herida sin atender, un rasguño que va desde su hombro derecho hasta el final de esta, en diagonal. Tallo con cuidado su cuerpo, sacando el exceso de sangre y el veneno propio que los licántropos suelen dejar en seres como nosotros - Puedes usar la que quieras - respondí a su inusual saludo antes de depositar un delicado beso en su hombro derecho - No arruinaras ninguna, incluso se convertiría en mi preferida solo por tener tu aroma - susurro en su oído, disfrutando el leve escalofrió que la recorre.

Acaricio sus hombros, bajando despacio desde sus brazos hasta tomar sus manos - En dos noches arribaremos en Alejandría, al mismo tiempo que tu padre - informo obviando el hecho que ella seguramente quisiese cambiar de embarcación. Su aroma embelesa mis sentidos, la sangre diluida en el agua me recuerda que llevo ya algunos días sin alimentarme de sangre fresca, mi apetito, para mi pesar se despierta. Y no, no era solo el apetito de vitae, de su vitae, era el apetito por ella, su cuerpo, sus caricias, sus jadeos, gruño y me alejo, regreso a mi habitación y busco una camisa para que ella se vistiese. La dejo junto a la toalla, a mi pesar, con mucha fuerza de voluntad salgo de allí. Me acerco a las cortinas rojas que cubren el ventanal y las abro, la noche aun es joven y me dedico a contemplar la luna, buscando paz, mientras una copa de vitae intenta calmar mi sed.

Minutos que parecieron eternos preceden los pasos de ella a mis espaldas…

~ ¿Ahora qué? ¿Fingir que nada existe? ¿Entregarnos al deseo?¿Furtivos encuentros serán nuestro futuro?
¿Quién le huye a quien?~




~ Caprichosos son los dioses que juegan con el destino.
Caprichoso son los hombres que se creen dueños de su futuro.
Caprichoso aquel que cree controlar los sentimientos~



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Sáb Feb 25, 2012 8:32 pm

Su olor desata mi bestia interior que busca encontrar sus labios, su aliento, su frialdad masculina, esos músculos que son como rocas acoplándose de forma endiablada a mi propio ser curveado contra el suyo, mientras que sus manos hacen conmigo lo que desea, manda, quiere en el instante que nuestros cuerpos unidos buscan la rendición del otro y por igual, el complacerlo por entero. Me es urgente tenerlo entre las sábanas y al mismo tiempo soy consciente de que no debo hacerlo. Es la lucha eterna entre el querer y poder. Mi lucha con este infiel que me perjudica más que nunca.

Una mano masculina se dirige hacia el agua causando que mi piel se erize cuando toca mi pierna, sonriendo cuando se afana en mi espalda aunque sus pensamientos golpean mi mente con fuerza haciéndome abrir los ojos y olvidándome de las sensaciones que impulsan a mi bestia a buscar sus labios para hacer lo que desea. Un escalofrío recorre mi espalda ante sus palabras sintiendo... eso... en él... desarrollándose de una forma que me asusta al tiempo que besa mi hombro.

El dolor recorre mi cuerpo al sentir por igual, una educación milenaria enfocada en una simple mujer que prometía demasiado cimbrando mi cuerpo en el instante que sus manos se deslizan hasta entrelazarse con las mías. Podría dejarme ir por todo este silencio que es tan agradable y sólo es interrumpido por los pensamientos de un vástago que podrían ser los míos. ¿Tengo que hacerlo? ¿Puedo? Su anhelo por mí es tan grande como el que siento por él. Se igualan y me obligan a cerrar los ojos. Su gruñido me incita, me excita recordando la forma en que me tomó en el palacio de mi Ab...

Por fin, me deja sola justo a tiempo porque algunas lágrimas hacen que me duelan los ojos cuando impido que rueden. El ángel pasó y me permite hablar tras quedarme callada al verle. Miro al frente, el encuentro casual, la noche traviesa cuando se teje el azar, no hice esa ofrenda pactando con el dolor, el ángel pasó sin ser leyenda y lo que era una sorpresa del encuentro casual, ya no se convirtió en amor, no tuve la fuerza para que el final fuera de cuento de hadas. Aun siendo una princesa y él un príncipe, nuestro destino no es el estar uno al lado de la otra. No es vernos todas las noches, no es...

Mis pensamientos son interrumpidos con su presencia y me obligo a lavar el cuerpo en silencio, escucho que deja algo del lado derecho para retirarse. Su mente también es un caos, mi piel se vuelve roja cuando la tallo con violencia intentando olvidarme así de lo que anhelo, sabiendo que no lo puedo tener. La sangre es testigo de mi sacrificio por un amor que no se transformará jamás porque no debe, no debo. Mis obligaciones están antes que cualquier... que... mi cuerpo se tensa por completo sin permitirme flaquear ni un instante jalando aire que llena mis pulmones estrechando el espacio de un corazón que hace mucho dejó de latir.

Dejó de sentir...

Por completo marchito...

Así debe ser.



Alamut, año 600 después de Cristo.

La habitación estaba inundada en un aroma a sándalo que se impregnaba en la nariz de forma tal, que durante días era imposible oler algo diferente. Entre hermosos cojines de seda y decoraciones en dorado, con ilustraciones del Corán en las paredes, ricas telas, alfombras, cojines, descansaba la Princesa del Alamut con placidez y serenidad. Era hermosa, podía recordarlo, pero implacable en sus designios. Hoy lucía una túnica de color blanco que cubría su rostro y su largo cabello azabache, aunque no lo veía, sabía que sus ojos castaños observaban a la joven que se acercaba e hincaba frente a ella para hacer una reverencia honrándola.

- Alá siempre bendecirá el camino de los Al’Ramiz, pero sobre todo de la grulla que se posa sobre el agua estática durante mucho tiempo haciéndose una con el entorno hasta que absolutamente nadie es capaz de mirarla hasta que es demasiado tarde – pronunció con voz llena de poder y sabiduría – sin embargo, para que la grulla tenga éxito en su labor, en la misión que si no se cumple destruirá todo a su alrededor, debe tomar una gran decisión: dejar a un lado a su corazón o hacer lo que es debido. ¿Podrá nuestra amiga olvidar todo lo que la ata al mundo sentimental para tornarse en esa figura estática que atacará en el momento preciso en contra de los enemigos de su pueblo y familia? ¿Será tan fuerte para no titubear? Kala Al’Ramiz ha muerto a manos del Destructor como los videntes lo sentenciaron en el momento de su nacimiento. Kala Nahid Al’Ramiz emergió en ese mismo instante y creció entre las paredes de este sagrado lugar, su destino es incierto y depende de que ponga en una balanza el amor y la obligación. ¿Quién es más fuerte? ¿Quién pesa más? Esa decisión tejerá el tapiz del futuro. ¿Tiene la fuerza de voluntad de decidir de forma adecuada? ¿La tienes, Nahid?


No dudé en hacer a un lado a los que me rodeaban, utilicé las argucias necesarias para que mi amor con el Destructor desapareciera y sólo quedara el deseo, el sexo por el sexo. Aunque me pregunto hoy, ahora tras sentir esta desesperación que se roba mi razón si no fue siempre eso: un simple anhelo y enamoramiento marchito de una niña sin saber lo que quería, porque tantas veces compartí lecho con el Equilibrador por mero gozo y placer sexual. En cambio, con él…

Me levanto de inmediato de la tina parpadeando sorprendida al ver que una gota de agua resbala por mi mejilla y cae al líquido sonrosado por la vitae perdida. ¿Hace cuánto que esas perlas ya no convivían conmigo? Me estoy sensibilizando con este hombre que me embota los sentidos. Debo alejarme de él lo más pronto posible. Mis mandíbulas se aprietan y salgo de la bañera secándome el cuerpo para mirar con molestia su camisa. ¿Por qué tengo que sentir ese vuelco en el estómago cada que pienso en él? ¿Que imagino su cara? Me forzo a no pensar en nada tras ponerme su prenda impregnada por su olor. La abrocho haciendo una mueca al mirar qué larga me queda, casi a medio muslo por la diferencia de alturas entre ambos.

Me obligo a no pensar en nada al entrar en la habitación aún secándome el cabello con una toalla, para mirarlo en silencio durante un lapso de quince, veinte segundos. Sus ropas negras me recuerdan por fin el luto que guarda, el mismo que alguna vez sufrí yo por mi madre. No, miento, jamás sentí algo así. Perder a tus tres hermanos, tu cuñada, tu sobrino. Y él ahí, estoico, un faro en medio de la noche. ¿Por qué? ¿Por qué no...? Mis pasos me acercan a él, mi mente se pone completamente en blanco cuando estiro mis brazos sintiendo la tela en la cara interna de éstos para rodear la cintura masculina como hiciera en el Palacio de mi Ab. Entrelazo mis dedos para recargar la mejilla contra el homóplato izquierdo, no puedo escuchar su corazón que ya no late, pero sí sentir su piel, oler ese aroma que durante mucho tiempo mantuvo mi mente ocupada.

Mis sentimientos se desbocan cuando pronuncio dos simples palabras que engloban todo lo que me está prohibido, una flaqueza imperdonable que me perseguirá durante mucho tiempo, pero mientras aprieto mis ojos con fuerza en esa posición que me deja indefensa, lo decido. Tengo que elegir, lo haré al llegar a Alejandría. Decidiré lo que debo hacer, dejando atrás el amor que ahora siento, que ahora me envuelve. Mientras tanto, durante estos dos días que dure este viaje... seré egoísta...

- No me obligues a regresar a mi navío - susurro tan bajo que a pesar de nuestros sentidos vampíricos es difícil escuchar - permíteme estar a tu vera este tiempo aunque al pisar mi tierra natal nuestros destinos se separen. No puedo ofrecerte un futuro porque no lo tengo. No hay una vida que darte, sólo estos dos días con sus noches. Después de eso, sólo hay deber. Es mi futuro y no quiero que te atrevas a intervenir - mis ojos se abren mientras una lágrima solitaria resbala por mi mejilla mojando su camisa - es lo único que puedo ofrecerte, Alastair... lo único y mis cimientos se destrozan al hacerlo -
ahora comprendo cual el ángel entre nosotros pasó, era el más terrible, el implacable, el más feroz.


Última edición por Kala Nahid Al'Ramiz el Lun Sep 10, 2012 1:48 pm, editado 2 veces


Ceder o pelear, ese es el dilema (Mediterráneo, terminando en Alejandría) (Alastair Parthenopaeus & Kala Nahid Al'Ramiz) Kalafirma

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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Miér Mar 07, 2012 10:04 pm

Mis pensamientos ausentes, lejos en aquellas noches que pase evocando a la joven misteriosa que conocí en etiopia, no solo por su belleza, sino que también por el carácter de ella, aquel que podía mover mares con solo su voluntad, una voluntad que me propuse doblegar, pero que hoy no puedo asegurar si lo conseguí. Es cierto, cuando en el palacio de su padre cerca del Sacro Imperio la lleve a mi lecho, creí dominarla, cuando ella intento huir para terminar presa de mis caricias contra el mármol de su baño privado, creí vencer…. Pero ahora, el tiempo, los hechos me demuestran lo contrario, ella seguía igual de incontrolable, comportándose como la dueña del mundo, quizás tuviese todo para serlo. ¿Pero acaso tiene el control de sus sentimientos? Aquello no lo sé, pero ella sí parece saberlo al punto de negar lo que ocurrió entre nosotros. Es cierto, puede ser sexo y solo eso, el más placentero sexo de mis milenios de inmortalidad, pero ella no puede negar que pidió más hasta que el plazo que yo fije se cumplió.

Ahora, nuestras vidas inmortales estuvieron a punto de separarse para siempre, en un plazo que ella fijo, una batalla que ella insistió en luchar sola, pero que yo me negué a dejar al arbitrio del azar, envié a mis hombres, trayéndola de regreso a mí, al sitio que según yo le pertenece. Ella sin saberlo o sin quererlo aceptar tiene reservado un lugar a mi lado, pero como se siga tentando su suerte y mi paciencia, perderá ante la resignación. Cierro los ojos con pesar, si ella insiste, todo será dejado en el olvido, en un pasado que no desenterraré, así como ocurrirá con mi ahora extinta familia.

Sus pisadas a mi espalda me recuerdan cuan cerca y cuando lejos estamos uno del otro, no volteo a verla, me concentro en beber largos sorbos la vitae de mi copa, pero contrario a calmar mi sed, la incrementa, quema mi garganta y deja un gusto a polvo, el sabor de la derrota. Lleno la copa vacía, cuantas veces sea necesario, no necesito ver, son movimientos autómatas, intentando no pensar en ella. Pero me resulta imposible, cierro los ojos con pesar al sentir su aroma tan cerca, a cada segundo golpeando con más fuerza a mis instintos de no dejarla marchar, pero si ella insiste lo haré.

Admito que si yo soy un mar de confusión y de sentimientos encontrados, ella ah de serlo más, si ahora son sus tímidas manos las que rodean mi espalda ¿Que pretende ahora? No lo sé, no quiero saberlo… ¡Miento! Si necesito saberlo, soy un ruin hombre rendido a la voluntad de una mujer tan fría como hielo y tan candente como el sol del desierto. Gruño para mis adentros, aferrándome a la única gota de razón que aun me queda, esa vitae insípida.

No volteo, si quiera hago en intento de entrelazar mis manos con la de ella, me limito a una sola cosa, beber, si fuese alcohol y yo un humano, me embriagaría para olvidar, pero aun así no sería suficiente, quiero recorrer su piel y hacerla mía de tantos modos como fuese posible, hasta que no sepa decir más palabra que mi nombre. Ahora sus palabras, un susurro que pareciera intentar menguar en algo mis pensamientos, resultados opuestos, me roba una amarga sonrisa, reflejo de cuan contrariado me encuentro. En cierto modo satisfecho, quizás ese gesto de ella fuese un atisbo de esperanza para la existencia de un “nosotros”, pero el camino seria arduo tal cual como Kareef lo dijese antes de separarnos.

- La Jeques del Enigma es libre de estar donde guste -respondo con sequedad, ignorando aquellas dos palabras que luchan por salir de mis labios, aquellas que pueden calar muy hondo, pero prefiero mantener en reserva - Si desea quedarse en mi fragata, no tendrá que irse - tomo sus manos y deshago aquel abrazo, guiado por mi orgullo herido y la decisión de hacer lo que en apariencia es lo correcto.

En un giro calmo, frio como nunca antes me hubiese visto, clave mis ojos en los de ella, quizá mi mirada aun denotase algo de mis deseos, pero eso no lo podía controlar ante ella, imposible olvidar el paradisiaco descontrol que el produce en mí. Tomo du barbilla alzándola para ver mejor esos ojos negro como ónix ahora vidriosos, tan novedosos para mi, vidriosos y algo quebrados ¿Será acaso una trizadura en su coraza? - Los cinco frentes son tus tierras, allí mandas a voluntad. Tu futuro fue escrito por los dioses antes que nacieses, con ellos no intervengo. Pero recuerda una cosa, aunque me deshaga por mantenerme a tu lado, no soy un hombre que se asiente. En mis miles de años, solo me asenté en dos ocasiones, cuando me aburrí me enfrente a muerte con mi esposa, el resultado ya se sabe. ..

- No busco, ni nunca lo hice, un hogar donde regresar, nunca lo necesite. Pues mi hogar está conmigo mismo.-
informo aquello que ella ya debe saber de mi, como si lo necesitase para que no existan más velos entre ambos, aunque no son mis velos los mas tupidos, son los de ella. Es ella quien pone mares de distancia entre ambos.

- Sayiddat Kala Nahid Al’Ramiz- la llamo por su nombre, con una formalidad innecesaria - Tu no puedes ofrecer más de dos noches, yo, Alstair Parthenopaes, no tengo ni titulo tengo que ofrecer, menos aun tierras... Solo un eterno vagar, que quizá nos cruce un par de ocasiones, con algunos años de distancia - afirme sin dejar de mirarla, hablaba con la sabiduría de los años, pero sin dejar de lado esa pizca de orgullo herido - Tal vez cuando nos volvamos a cruzar, en tu cama tengas a otro capricho y yo tenga a alguien más con quien saciar mis deseos -culmine con palabras demasiado realistas y por lo mismo crueles, una última fría mirada esos ojos y solté su rostro para alejarme en dirección a la puerta, con paso lento, la única demostración de lo doloroso que resultaba todo aquello.

De donde salió aquella escena, no lo sé a ciencia cierta, tal vez fuese la situación por la que pase, el luto, la urgencia de un refugio donde olvidar los problemas, y la negativa de ella entregar algo más que dos noches para ambos. ¿Que paso con las noches vividas antes? aquellas que la llevaron a perder la razón y a mí a sentirme tan completo, la respuesta solo una, se fueron con el viento, solo para burlarse de nosotros en momentos como este.

- Sayiddat Al’Ramiz, me retiro a mi despacho. Si necesita algo, comuníqueselo a cualquiera de mis hombres. - informo tomando el pómulo de la puerta depuesto a salir - Esta noche podrá descansar aquí, nadie la incomodara- volteo a verla unos segundo antes, tan sensual como siempre, vistiendo mis ropas, con esas piernas que me pierden. Muevo la cabeza negando antes de dar una última instrucción- En esa cava encontrara botellas con vitae- señalo un fino mueble, mirándola a los ojos por última vez.




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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Jue Mar 08, 2012 12:08 am

¿Quién soy? Muchos se lo han preguntado, pero nadie logra ver a través de todas las barreras y trampas que he puesto con la intención de que absolutamente nadie obtenga las armas con las cuales atacarme ni presionar a mi familia y doblegarla. No será por mi culpa, a pesar de que puedan creer que soy el eslabón más débil de la cadena por mi condición de mujer. Sé que Ra'hae diría que sigo siéndolo por mi necedad de comportarme como un ser fuerte, invencible, indomable. Que habría alguien, un campeón que perforaría todas mis defensas y...

Lo veo ante mí, trago saliva mientras que él no se mueve, su camisa negra es mudo testigo del martirio y la desesperación que mi rostro refleja. Mis manos se crispan en tanto siento el dolor en lo más profundo de mi ser. ¿Qué hago? ¿Qué quiere que haga? ¿No es suficiente que baje la cabeza ante él? Siento sus frías manos desprenderse de las mías alejándose, incrementando la distancia entre nosotros. Aprieto la mandíbula y me niego a mirarle, tragando saliva con gran dificultad por la garganta llena de clavos que me desgarran por dentro aún con el simple paso del líquido.

La distancia se incrementa entre ambos cuando él decide ponerla de por medio, me muerdo la lengua hasta sangrármela, tragando el líquido carmesí buscando dentro de mí con vehemencia la armadura que me ha protegido de todo aquél que ansía acercárseme. ¿Acaso no debo alejarlo? ¿Por qué no puedo entonces? Su roce en mi barbilla me obliga a mirar sus dominantes ojos verdes, siempre fui una indomable, una rebelde desde mi vuelta del Alamut, pero con él no puedo. Hay algo que me lo impide y ahora mismo, viendo esos pozos que hipnotizan mi mente cual flautista con una serpiente, sé que no puedo dejarlo atrás, que me es imposible ser fuerte y alejarme de él. Que me engaño porque aún llegando a Alejandría, no podré seguir adelante sin mirar atrás.

Sus palabras congelan mi alma, yo no puedo viajar como él, no puedo abandonar mis obligaciones, alejarme de Jeddah por demasiado tiempo significa poner en peligro a los míos, tengo que protegerlos, mi ausencia sólo dejaría detrás actos funestos que alcanzarían el edén por el que luchamos y tantos han muerto llevándose con ellos el secreto. Cada vocablo es un cuchillo en mi corazón clavándose hasta que no queda más espacio para la frialdad de las hojas. Le observo seria, sin romperme, sus palabras siendo oídas, pero no digeridas. Aprieto los dientes con fuerza, demostrándolo en la forma en que los músculos de mi cuello se tensan y muestran los finos huesos.

Me muerdo con violencia una lengua en proceso de recuperación, conteniendo todo el dolor que siente mi cuerpo, miento, mi corazón, no puedo darle tanto poder, es un Minoico, pero eso no lo exime de ser un ser humano que flaquea, que cae, que... ¡Mentira! Él no lo hará, puedo confiar en él. ¿Debo confiar en él? Aunque mis pensamientos se cortan en el instante que él menciona a otros... ¿Acaso cree que eso que impido se vierta como una gran corriente de agua en forma de cascada cayendo sobre mí, esos sentimientos y la constante duda entre el deber y el placer es algo que pueda cambiar de forma, de intensidad, de dirección de una forma tan fácil como se desvía una pluma con el soplo del viento?

Soporto estoica, fuerte, sin dudarlo... Si él piensa eso, si lo siente así... entonces no tiene sentido autoflagelarme. No es merecedor del quebradero de cabeza que tengo, de las ansias de dejar atrás todo. El aire congela mi piel apenas cubierta por una tela que aún conserva su olor, un textil húmedo por las finas gotas que caen de mi cabello, recordándome aquélla vez en mi recámara, entre sus brazos flagelándome en el piso de mármol, entre olores de rosas y el de la vitae que caía lento al piso, antes de que él ansioso la buscara y se deleitara en ella. Es que no lo entiendo. ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué más debo dejar atrás? ¿Qué? ¿¡¡¡¡QUÉ!!!!?

Le miro partir, mi mente no capta nada más que no sea su figura alejándose y mis manos crispadas en un puño, unas uñas mordiendo con fiereza la piel en tanto le observo caminar hacia la puerta, mi barbilla se alza rebelde, una forma de autoconservación fríamente ejecutada cuando él voltea por última vez a mirarme, pero no soy tan fuerte, descubro con sorpresa cuando mis ojos se desvían hacia la derecha, siendo incapaz de mantenerle la mirada, temiendo romperme más de lo que ya estoy. ¿Sangre? ¿Acaso piensa que puedo satisfacerme con ese vil líquido carmesí que no sabe a nada, cuando mi cuerpo brama por una sola gota de su esencia vital?

- No, gracias - mi voz resuena dura, firme, a pesar de que no creí capaz de que pudiera tener un timbre aceptable - es más, ni siquiera quiero sus ropas, ni su hospitalidad - me siento furiosa, es un sentimiento mucho mejor que la tristeza, que el ansiarle... el anhelarle... mis movimientos son rudos, rígidos cuando extiendo los brazos para deshacerme de la camisa sacándola por mi cabeza, sin importarme quedar desnuda ante él. No es que no me conociera así, todo lo contrario... le aviento la prenda a los pies y me cruzo de brazos, mirándolo con un brillo retador en la mirada. Rabia, más aceptable. Furia, más aconsejable. Odio... ¿A quién engaño? No puedo odiarlo, ese sentimiento jamás irá de la mano con su nombre. Imposible.

Le miro partir cerrando la puerta tras él, con la prenda en el suelo, marcando la distancia entre ambos, mudo testigo de mi rabia y su orgullo. Mis ojos se cierran con fuerza en automático cuando por fin, me quedo sola. Volteo hacia el ventanal, ese que domina toda la habitación, que queda oculto en el mismo momento que el amanecer inicia por un mecanismo de poleas dejando caer un pesado telón que evita la luz penetre en el lugar, pero ahora a mi vista estaba el ancho mar, la luna dibujada en todo lo alto, solemne, solitaria, un mudo testigo y recuerdo de quién soy. ¿Ese es mi destino? ¿Dejar pasar todo lo que amo y que encuentre otro consuelo? Jadeo un instante, en tanto los dientes se aprietan en una mueca que pareciera una enorme risa, una carcajada quizá por el movimiento de arriba-abajo de mis hombros.

Pero no es risa la que emerge de mi boca, si no un sollozo apagado, mientras mis ojos se cierran y las lágrimas resbalan por mis mejillas... ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿POR QUÉEEE? Mis quijadas se tensan de una forma tal que podría romper mis propios huesos, los colmillos se barren en tanto siento toda la opresión en los músculos del cuello, en tanto las gotas de sal dejan un camino por mi faz hasta que mis manos las limpian con movimientos tensos, rígidos mojándose las palmas, el dorso... Una risa enloquecida me envuelve, enfermiza mientras miro la luna y recuerdo a aquélla que tanto daño me hizo. Madre... ¿Por qué? Si no hubieras... si no... vuelvo a estallar en llanto pasándome una mano por la frente, cayendo al piso de rodillas cubriéndome el rostro con las manos.

Mi cuerpo se agita entre sollozos desgarradores.


"Sin embargo, para que la grulla tenga éxito en su labor, en la misión que si no se cumple destruirá todo a su alrededor, debe tomar una gran decisión: dejar a un lado a su corazón o hacer lo que es debido."
No puedo, ya no puedo negar que tengo un corazón, que él se lo ha llevado consigo, entre sus manos, con sus besos, sus caricias, su sonrisa mientras me toma para sí, cuando compartimos un lecho o la frialdad del mármol bajo nuestros cuerpos. Me siento en otro piso, pero éste es de madera pulida, la de un barco que me lleva de regreso a mis labores, mis obligaciones... él no aceptó lo que le ofrecía, lo que me hace reír con histeria, para llevarme luego las manos y rasguñar violenta mis piernas, dejando delgadas líneas sanguinolentas.



"¿Podrá nuestra amiga olvidar todo lo que la ata al mundo sentimental para tornarse en esa figura estática que atacará en el momento preciso en contra de los enemigos de su pueblo y familia? ¿Será tan fuerte para no titubear?"
No, ya no puedo hacerlo, Alastair es una mecha de vela que todo lo derrite, incluso el hielo que durante tantos siglos puse alrededor de mi corazón. Mis manos van a mi cabeza, las uñas se encajan en mis sienes desesperada, ¿Qué hago? ¿Qué necesito? Sé qué me falta y es decidirme entre tener un amor o perder a toda mi familia. ¿Qué es más fuerte? Alastair o mi padre, los jeques, Agartha... ¿Qué? ¡¡¡MALDITA MI VIDA, MIL VECES MALDITA!!!


"Kala Al’Ramiz ha muerto a manos del Destructor como los videntes lo sentenciaron en el momento de su nacimiento. Kala Nahid Al’Ramiz emergió en ese mismo instante y creció entre las paredes de este sagrado lugar, su destino es incierto y depende de que ponga en una balanza el amor y la obligación."
Amor, Obligación. Dos horribles palabras que complementan mi vida, que la caracterizan, que la definen. Obligación, Amor. No hay escapatoria, no hay una puerta falsa con la cual arreglarlo todo, no tengo una lámpara para llamar al genio y que haga dos de mí. Y aunque lo hiciera, ambas desearíamos estar a su vera, abrazarle, corresponderle a sus sonrisas, besar su cuello, lamer la vitae que le recorriera. Mi amor era el más terrible, el implacable, el más feroz. Y al mismo tiempo, pienso en mi padre, en el sufrimiento que indirectamente le causé por mi debilidad, por permitir que mi madre nos hiciera tanto daño. Dejarme manipular, engañar por sus visiones. Mi pueblo adorado, las caritas de los niños que corren a buscarme en los harems para que les cuente alguna historia. Las alegrías de todas las mujeres y hombres que están contentos con su vida. Todo eso podría perderse por mi debilidad.


¿Quién es más fuerte?
Por Alá, imposible decidirlo. Alastair, mi pueblo... Mis manos rodean mis piernas, las abrazan apretándolas contra mi pecho, ocultando mi rostro, pegando la frente en mis rodillas. Mi mente es un caos y las lágrimas se suceden una tras otra, cayendo contra la piel de mis piernas, resbalando hacia los muslos en tanto mis hombros suben y bajan al vaivén de mis sollozos.


¿Quién pesa más?
Una balanza equilibrada... Niego y gruño con violencia, apretando más mis piernas, encajando las uñas en la piel de éstas. No me importa autoflagelame. Mis colmillos se barren con violencia, no lo pienso, es tanta mi ansiedad de lastimarme por el combate de mi mente, que muerdo con saña mis rodillas, dejando que la vitae recorra mi piel hasta mis tobillos apretando la carne, en una forma de que el dolor físico sea mayor que el anímico. Mi cuerpo tiembla sin control.


Esa decisión tejerá el tapiz del futuro

¿Por qué soy yo la que tiene que decidir, la que tiene el enigma entre sus manos? Aprieto mis piernas contra mi cuerpo manteniendo la posición, haciendo la mayor parte de la fuerza, quizá si me lastimo un poco más... quizá si tuviera la fuerza de mantenerme ahí hasta que el sol saliera... ¿A quién engaño? No podría, amo a ambos, a aquél infiel que tanto odio me generó y tras volverlo a ver, éste se transformó en un amor tan intenso como el dolor que ahora siento, el físico, el anímico, el de un alma fragmentada, dividida, azotada por la culpa, por la indecisión, por la incertidumbre.


¿Tiene la fuerza de voluntad de decidir de forma adecuada?

¡¡¡No lo sé!!! Por Alá. Por Alá... Dame la fuerza, oh señor, dámela. No me desampares, no puedo con esta duda que me mata, con este camino bifurcado, no puedo sola. ¡No puedo! Cuando lo amo tanto que no puedo pensar en que otra se le acerque, que la roce como lo hizo conmigo, pero tampoco pueso permitir que mi gente sufra, que los arriesguen. ¡¡¡POR ALÁ!!! No puedo hacer ambas cosas ¿O sí? ¿O sí? Me tapo la cara con las manos, sollozando al tiempo que suelto un bramido que me deja doloridas las quijadas de la tensión contenida, las ansias de extirpar el mal en mi corazón, pero es imposible. Esa maldad llamada elección sigue ahí. ¿Qué haré? ¿Por eso soy el enigma? ¿Mi decisión será la que cambie todo en los velos del destino? ¿Tengo la fuerza?


¿La tienes, Nahid?


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Dom Abr 01, 2012 3:12 pm

Lo milenios de eternidad no han logrado opacar el mas letal de las armas, aquella que no deja huellas físicas, aquella que no solo hiere al enemigo, sino que también autodestruye. El orgullo, un arma letal y que de no ser bien usada, puede herir de gravedad a quien la empuña, ese fue el error que cometí en aquella habitación al decir aquellas palabras tan opuestas a lo que en verdad ansiaba. Es cierto en mi mente no cabe la comprensión necesaria para descifrar el Enigma de los Cinco Frente, la joven Al’Ramiz que significo el desequilibrio en mi perfecta vida de minoico errante es un mar de contrariedad que no sé como abarcar para entenderlo. Tan amplio y extenso que entenderla es perderse en las profundidades, sin la seguridad de regresar vivo de aquello.

Pero aunque ella mostro signos de flaqueza, mi orgullo no me permitió dar pie atrás, ahora mismo sentado en lo que es mi despacho, evoco todo lo vivido con ella, cada momento en que nuestros caminos se cruzaron y los pocos avances que hemos tenido. Desde esa velada e etiopia donde me lanzo su daga, ya algunos siglos atrás, hasta el más reciente reencuentro en las fronteras del Sacro Imperio, donde las sesiones de sexo pasaban de la más enigmática sensualidad a la brutalidad mas descontrolada, sin término medio, sin balance, de ambos extremos de la balanza se puede pasar con ella. No recuerdo algún punto de neutralidad, donde ella dejase de atacar o defenderse, pues cuando dejaba de resistirse se rendía por completo, una sumisión absoluta. Rio amargamente, con las manos apoyadas sobre el mapa que marca nuestro recorrido hacia el puerto de Alejandría. Si ella deseaba distancia la tendría a fin de cuentas…Qué diferencia ha de hacer dos noches profesando caricias hacia ella, si al final del viaje sería como si nada hubiese ocurrido

Su voluntad era una, mantener las distancias y las barreras entre ambos, esos velos que le impiden mostrarse tal cual es, no perdería el tiempo entregándole un placer que ella desecharía como tantas veces lo hiciese con sus otros amantes, porque esta jequesa que respeta las tradiciones, no lo es tanto cuando se trata de sucumbir a los placeres de la carne. Bien se sabe de sus desmadres entre los cinco frentes, y que su padre le perdona todos sus berrinches. Pero yo, no soy un Al’Ramiz, no soy su padre y pretendo tolerarle aquello. Paso las manos por mi rostro y alboroto mi cabello, exasperado, ella arremetió en mi vida como una peligrosa obsesión y la idea de perderla me enloquece, de compartirla es aun peor, mas aun su sugerencia absurda de pasar dos noches juntos y luego poner literalmente, un mar de distancia entre los dos, bajo la excusa que le estorbo en su vida en esa misión que ni su mismo padre ha de conocer.

La botella de vitae a mi lado se encuentra casi vacía de tanto que he bebido para calmar mi sed, pero es i posible al recordar lo embriagado que estoy por la de la odalisca - es lo único que puedo ofrecerte…- sus palabras resuenan en mi mente y una risa desquiciada se apodera de mi labios… Lo único, como si fuesen migajas lo que espero recibir de ella bramo en mi mente alzando la vista para ver sobre el librero un caja que antes no estuviese allí, una caja que estaba bien guardada por uno de mis hombres mas leales. Clavo mi vista en ella, recordando su contenido y las palabras de ella resuenan nuevamente en mi cabeza - no quiero que te atrevas a intervenir- Un arranque de furia se apodera de mi como hiciese aquella noche en el Sacro Imperio en que me dejase sin explicación, un fuerte golpe contra la mesa que se voltea por el impacto, derramando la vitae sobre el mapa y la alfombra, y el resto de las cosas que pasaron de estar en la mesa a estar regadas en el suelo.

- ¿Intervenir? - me cuestiono con furia antes de alcanzar en dos zancadas el librero y sacar la caja, se encontraba tal cual como se la entregase a Abdón, tallada finamente por un artesano egipcio, con incrustaciones de oro, todo bajo mi instrucción siguiendo los diseños de la daga que ella me arrojase y que se convirtió en mi trofeo de guerra. En su interior, un traje de odalisca color rojo, con bordados dorados, pero sobre este las joyas correspondientes, todas del más fino oro, fabricadas por los mejores orfebres de Persia, obras de arte que yo mismo mandase a hacer, con incrustaciones de rubí. Entre las joyas dos dagas egipcias gemelas, hechas en Agartha por los mejores herreros. Eso, era parte de la dote que entregaría al padre de la odalisca misteriosa que ofendiese en Etiopia, una que ahora le pedía no intervenir. … Pero eran más que simples regalos, todo en aquella caja tenía un significado que iba más allá de mi obsesión por la mujer que me despreciase, enaltecerla como mujer a mi lado, por esos los colores de las ropas, adorarla con las más finas telas con que una mujer desease cubrir su cuerpo, telas que en su vaivén serian solo la antesala de las caricias que deseaba propinar en el cuerpo femenino. Las dagas, el símbolo que representa mi admiración por férrea mujer, por la guerrera, aquella que piensa como el mejor guerrero, pero que no sabe enfrentarse a los sentimientos.

Cierro los ojos tomando una decisión, no es ella quien debe decidir por ambos, pues es evidente que ella no se atreve a tomar una decisión, ella tomará el camino más sencillo, eso le ofreció, olvidar lo vivido al desembarcar en Alejandría, y actuar como si nada hubiese existido entre ambos. Podrá poner mil velos sobre nosotros, pero no podrá dejar de sentir, pues aunque huya de mí, no podrá huir de si misma. Niñerías y berrinches podrá hacer los que quiera, pero ante su padre, ante mi es una mujer demasiado inmadura a pesar de los milenios que tiene encima. Con la caja en mano me dirijo hasta mi habitación donde se que ella aun se encuentra, que haría, tomar las riendas del asunto, ¿Cómo? Dependería como al encontrase, pues ella podía estar en ese mismo instante destruyendo la habitación, no por nada Kala Al’Ramiz, es el enigma de los cinco frentes, jamás se puede predecir cómo reaccionará.
Pero lo que encontré en la habitación me dejo perplejo y atónito por segundos que parecieron largos minutos, nadie que la viese en batalla esperaría encontrarla abrazada así misma como una niña que le teme a la oscuridad, una niña que se flagela como si hubiese cometido el más grande de los pecados. Así, aunque la furia me dominase por dentro y el orgullo batallase por salir, deje sobre una mesilla de arrimo la caja y tome una de las cobijas de la cama. Sin decir palabra la arrope entre mis brazos, bajándola del taburete para quedar ambos en el suelo, ella acunada contra mí, temblando, no de frio ni por las heridas que se realizo, sino por su propia guerra, aquella que siempre evito enfrentar - Nahid - la llamo por su segundo nombre, aquel con que la conocían en Agartha, mientras tomo su mentón para ver sus ojos enrojecidos, aquellos que demuestran su dolor- No estás sola - susurra contra sus labios antes de besarlos suavemente, un gesto protector que es lo que ella tanto necesita, saberse comprendida y protegida.

Aparto su cabello de su rostro, mientras ella se acompasa a mi respiración, entre sollozos ahogados y una mirada perdida - Ante el mundo Nahid, podrás ser una fortaleza- hablo con solemnidad, sin dejar de acariciar su mejilla y mirarla a los ojos - Pero ante mí, eres una mujer… una niña que juega entre adultos. Que juega tan bien que es fácil omitir lo infantil que es, tanto que se olvido que aquí-coloco mi mano en el punto donde se supone esta el corazón - seguirá siendo la niña caprichosa antes que la guerrera- beso su frente con calma, una delicadeza que no esperaba tener ante ella, que quien nos hubiese oído en el palacio de Kareef, no hubiese esperado semejante escena.

- Kala Nahid, ponte ante el mundo tu coraza. Si quieres alejar a hasta a Kareef hazlo, pero no te niegues a ti misma, no reniegues de aquello que deseas - Afirmo abrazándola con fuerza en la medida que sus temblores menguan - Solo ten en cuenta que si no decides, yo lo haré, y ahora que te encontré no tendrás como huir de mí y de ti misma - aseguró con voz imponente, pero que no deja de ser calma.



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Vie Abr 06, 2012 1:00 pm


El dolor se clava en mi corazón como miles de cimitarras al unísono, desesperada no encuentro una salida a todo lo que me acontece, a todo lo que mi mente confronta. Deber, amor. Placer, Honor. Alá ilumíname, dame una escapatoria, una forma de entender todo lo que necesito para elegir correctamente. Guíame por el camino correcto, no me des más tribulaciones. Si tan sólo tuviera la fuerza mental y espiritual para aceptar mi sino y adaptarlo, reformarlo, reorganizarlo... Aspiro aire profundo, en tanto mis heridas cierran lentamente, excepto la de mi pierna, esa que me hiciera el hombre lobo y aún permaneciera el hueso expuesto. Mis sollozos no paran, mi mente se golpea contra esa pared una y otra vez sin atravesarla, sin hacerle la fisura por la cual colarme y salir avante. Tengo que lograrlo, soy una guerrera, soy fuerte, soy... No es cierto, en mi interior sólo soy una mujer que tiene miedo a fallar, resquicios de lo que mi Madre hizo cuando me atacó.

Me obligó a ocultar mi parte más sentimental en lo profundo, entre capas y capas de rebeldía, agresión, rabietas, desesperación porque nadie me viera flaquear, porque todos tuvieran ante sí a una guerrera que no flaquea, que no cesa en su empeño de lograr la victoria. Algo que logré en todo momento, en todo lugar. Nadie duda de que si tomo una misión no salga triunfante, pero muchos sí temen de mi mentalidad para hacerlo. Porque si no hay una forma decente de lograrlo, buscaré siempre las formas más bizarras de todas para lograr mis objetivos. Incluso asesinar a todos los que tenga enfrente si es necesario. Oculta entre miles de velos está mi interior, esa mujer sensata y coherente que mi padre y el Destructor conocieron. Esa dama amable, pero tajante cuando era necesario, que medía siempre los pros y los contras, ajusticiando de la manera más prudente. No era una guerrera, no se enfrentaba a nadie, pero a todos daba lo que les correspondía. Equitativa. Justa. En el instante que mi Madre me atacó y me enviaron al Alamut, eso se perdió. Fui controlada en todo momento y aún ahora siento la magia en mi sangre, esa que me impide entregarme por completo por miedo a hacerles daño. De mostrarme como soy para no ser el eslabón débil y vuelvan a atacarnos por la vía de mi persona.

Perder el control de lo que tengo implicaría muchas vidas en peligro, pero es que me es tan necesario como la vitae que bebo. Su sangre misma me es imprescindible, me obsesiona al grado tal que puedo olvidarme de todo, menos de atravesar su piel con mis colmillos y beberla. Su piel, su sabor, su olor... me idiotiza, me hipnotiza... Alastair se ha metido tanto en mi piel, que puedo sentirle como parte mía, unida a él por todas las amarras y grilletes posibles. Pensar en alejarme de él me destroza. Que esté con otra mujer me martiriza, me destruye. Alá, oh Alá... El llanto no cesa, la actividad de mi mente está completamente desquiciada, ni siquiera escucho nada hasta que me sobresalto en el instante que él me toma entre sus brazos envolviéndome en la cobija. Le observo a los ojos como si ellos tuvieran la respuesta a mis preguntas, como si Alá me lo enviara a resolver todos mis crucigramas, los rompecabezas de mi mente. Permito que me acomode en el piso, que me abrace contra su cuerpo y aún refugiada en él, el llanto es mucho más intenso.

Su olor, su frialdad, el tacto de su piel... mi refugio, mi remanso de paz... y cierro los ojos sabiendo que no puedo negarme a la verdad. Él es el hombre que tanto esperé todos estos milenios. El amor que siento por él me destroza tanto como me da fuerzas... Puedo confiar en él, puedo creer en él. Mi sombra, mi líder, mi soldado, mi compañero, el hombre al que sigo... mi protector, mi guardián... el de mi corazón, el de mis sentimientos. Puedo ponerlos en sus manos y sé que los resguardará tanto como hizo conmigo al enviar a sus hombres aunque no compartiera yo mi plan. Me huele, me adivina, me ayuda... le miro a los ojos cuando él alza mi barbilla tras haber susurrado mi segundo nombre. Nadie me llama así, más que la Shamballah tras mi estancia en el Alamut. Nadie... pocas veces mi padre y sólo para reprenderme con mi nombre completo. Mis ojos buscan ansiosos en los suyos las respuestas que busco, quiero confiar en él... y su beso tan dulce desprende parte de mis velos, haciéndome tragar saliva por lo mismo. Su protección en forma de su abrazo, de su beso, de su mano que hace a un lado los mechones de mi cabello se deshacen de otros velos... Le observo con un sentimiento que me desgarra, pues el deber empieza a alejarse y sólo queda la necesidad... de él... de confiarme en él...

Sus palabras lentamente van serenando mi alma, dándole un nuevo giro al tiempo que los velos van cayendo de nuevo, como se derrumba una fortaleza, ladrillo por ladrillo... su beso en la frente me incita a ocultarme en el hueco que forman su hombro y su cuello y quedarme ahí en lo que podrían ser segundos y para mí son eones... Mis ojos cerrados, mi cuerpo lentamente tranquilizándose, pero de una forma innegable. Confiándome a él... ¿Alá lo puso en mi camino? Quiero creer que así es. Quiero creerlo con vehemencia. El hombre perfecto para mí, el vampiro que estará a mi lado...

- Kala Nahid, pónte ante el mundo tu coraza. Si quieres alejar hasta a Kareef hazlo, pero no te niegues a tí misma, no reniegues de aquéllo que deseas. Sólo ten en cuenta que si no decides, yo lo haré y ahora que te encontré no tendrás como huir de mí y de tí misma.

Su voz cala en mi mente al tiempo que le permito estrecharme con más fuerza. Puedo confiar en él... aspiro aire profundo y me obligo a que la idea permanezca en mi mente durante más tiempo del que antes lo hacía. Puedo confiar en él. Llevo mis manos a mi rostro y lo tallo durante unos instantes, sobre todo mis ojos en movimientos circulares deshaciéndome de mis lágrimas para terminar el restregar con las palmas en mis mejillas meditando todo. Para confiar en alguien primero debe haber sinceridad. De ambas partes. Él ha dejado su posición sobre la mesa, ahí están sus cartas, todas abiertas. Me seguiriá, me cuidará. Me dejará ser ante el mundo como se me pegue la gana, pero entre líneas, me exigirá ser yo cuando estemos en nuestro refugio. Su recámara. La mía. Como sea. Ese espacio será del cual no pueda escapar, no pueda ocultarme. ¿Podré hacerlo? ¿Deberé ofrecerle tanto? ¿Darle tanto? ¿Por qué desconfío? Coloco mi cabeza en su hombro en silencio, mi llanto se ha ido y sólo queda una bizarra serenidad impropia de mi conducta habitual. Esta vez, todo control sobre mi persona que me impide pensar con la cabeza fría se ha ido. Es tan raro volver a mi mente fría. Estar tranquila mientras fijo la mirada en su brazo al tiempo que una de mis manos recorre las venas y los músculos de éste.

- Sobre mis hombros estriba una antigua profecía que habla del instante en que Agharta caerá... mi vida ha estado contemplada por los magos de nuestra ciudad desde mi nacimiento, mi crecimiento, mis bodas, mi transformación. Todo ha estado encaminado al momento en que la Primera Esposa de mi padre tomara la mente de mi entonces esposo, el Destructor y la mía para sumergirnos en una ilusión en la que yo vi a mi peor rival y él al suyo, sin saber que realmente éramos nosotros mismos. El resultado fue catastrófico para mi padre, para el Destructor... imposibilitada de curar mis heridas por un tónico antes vertido en mi copa, él tuvo que llevarme hasta las profundidades de Agharta, ahí donde el Alamut está constituido como parte del templo del Libro de los Atlantes... y a cambio de permanecer durante mil años entre ellos, fui devuelta a la vida. Esa temporalidad no sólo creó en mí a la guerrera si no también me obligó a portar una maldición... - le observo a los ojos para acariciar su mejilla, su barba, sus labios... el cuello y el hombro cubierto por la camisa - Es la primera vez tras mi retorno del Alamut que puedo pensar con claridad, que no hay una bestia incitándome a estallar, a impedir cualquier acercamiento hacia mi persona... que puedo... que puedo ser yo... sin esa rabia... no sé por qué sea, estoy segura que volverá a mí en cualquier instante... sé que exploto a la menor provocación, pero no es cualquier tipo de... cuando alguien se acerca demasiado a mí, a mis sentimientos, a mi corazón... me revuelco y hago más daño del que debo... Si tú me aceptas tal cual soy, con mis defectos, mi profecía y mi maldición... yo... buscaré la forma de dejar a alguien en mi lugar en Jeddah y ser una nómada a tu lado... no puedo ser tan soberbia y orgullosa para no admitir que me pudriría por dentro de verte con alguien más... que me moriría de no tenerte a mi lado, de no probar tus labios, tener tus brazos alrededor de mí, escuchar tu voz... unirme a tí de todas las formas posibles... pero puede ser que mañana esté igual y busque aventarte los floreros por la cabeza... Es lo que siento por tí lo que me detiene a pelear a muerte y sólo juguetear cual niña... pero no sé si algún día eso cambie... el control sobre mí me obligue a atacarte con todas mis fuerzas... No lo sé...


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Lun Jun 04, 2012 12:48 pm

Acunada entre mis brazos mantengo al más hermoso cristal que se pudiese hallar en la tierra, una mujer tan hermosa como la gama de colores que se pueden ver en ella. Un pieza fina y delicada que debe ser tratada con espero, pulida y guardada entre terciopelo para que nadie la dañase. Pero su relato me muestra aquello que ya sospechaba, un mito de los tantos que rondan Agharta, la prueba que los mitos son reales, la joya dejo de ser tratada con delicadeza para enfrentarla a guerra. Un diamante sin duda, uno que se cubrió a sí mismo de polvo para que nadie le viese, polvo a falta de las sedas que debían resguardarlo.

Kala Nahid, es una fortaleza tras la cual se esconde uno de los más preciados tesoros de los Cinco Frentes, la hija del Jeque de Jeques, altos muros que esconden no la aguerrida guerrera sino a la hija de Alejandría, la joya más hermosa del desierto a Nahid, aquella que ahora se revela entre llantos y desesperación ante mí. Debiese sentir alivio de verla así, finalmente sin sus corazas, sin aquellas armaduras que si importar cuantas veces desnudase para llevarla al lecho, jamás se saco. Ese alivio no es tal, es más bien preocupación, saberla tan frágil me hace dudar si acaso mi compañía será lo que ella necesita para cumplir su misión. Si acaso mi presencia fuese un obstáculo, mi egoísmo no me permitiría alejarme de ella, aun sabiendo el daño que puedo causar.

Mis ojos se cierran buscando un punto medio, una solución a aquella hipotética situación, pero aun antes que la encuentre, la voz quebrada de ella me enseña que la distancia no es opción, sin importar los mares y desiertos que se interpongan, nos buscaremos olvidando aquello para lo cual servimos. Beso por unos segundos esos delicados dedos que recorren mi rostro, finalmente, luego de siglos de haberla conocido, la tengo como una mujer frágil entre mis brazos. No es que desprecie a la guerrera, por el contrario es esa fiereza en sus ojos al enfrentarse al enemigo aquella queme cautivo, es el saberla fuerte ante el mundo y un flor entre mis brazos, aquello que encandila al nómade griego en que volcase mi vida.

Mientras ella habla la tomo en brazos y llevo a la cama, donde la cubro con las sedas de las cuales jamás debió ser apartada - El diamante e Alejandría, que hoy se asienta en el Jeddah. Jamás debió dejar las sedas que lo envolvían- susurro contra su oído antes de alejarme de ella e ir por una vasija y toallas - Pero ahora, no importa cuánta sangre caiga sobre el diamante Nahid- agrego mientras tomo asiento junto a ella en la cama - Siempre regresará a las sedas donde se limpiaran las huellas de la guerra y será una flor a al cual cuidar- expreso en la medida que uso las toallas para limpiar cada herida que ella se hiciese en la última batalla. No es agua corriente, pies contiene una serie de esencias especiales que ayudaran a que la ya rápida cicatrización sea menos dolorosa. Es también un rito de antaño, donde busco que el alma atormentada de ella alcance la paz, librándose de sus fantasmas.

Una vez que daca herida fue debidamente atendida y que los temblores del cuerpo femenino cesaron, Me inclino contra ella para rozar una vez más aquellos labios carmín, esos labios que tiemblan al contacto como si nunca antes hubiesen sido profanados. Y quizás así fuese, de tantas veces que ella pudiese haber sido besada, se que pocas se sintió como hoy lo hace. Su mentón entre mis dedos y su cintura atrapada por uno de mis brazos contra las sedas, saboreo con calma aquella que deseo transmitirle a ella, un equilibrio que seguramente hace milenios no conoce. - Puedo no desear asentarme, pero es mayor mi deseo por proteger querida Nahid - afirmo contra los labios de ella, para luego acercarme al hueco en su cuello y aspirar su aroma.

- No debes abandonar el Jeddah, ni yo mi vida nomadismo. - afirmo con una propuesta que puede ser contradictoria pero que estoy seguro complacerá de igual modo a ambos - Mis viajes suelen ser entre europa y los cinco frentes, del mismo modo en que tú no te quedas siempre sentada en tu palacio-beso su cuello al tiempo que me acomodo a su lado - Tus misiones y las mías han de coincidir, y cuando no lo hagan, simplemente nuestro reencuentro será más dulce-

Las palabras brotaban sin ser del todo sopesadas por mi mente, pero se quelas parkas están tejiendo este momento, uno que los hilos del destino se han enredado y más de alguno fuese cortado, enlazando ahora el hilo de mi vida al de ella y al de su pueblo…. Pero el real peso de aquello lo sabré cuando tiempo cumpla con su parte.



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Dom Jun 24, 2012 9:22 am

¿Cómo llegué a la cama? No tengo la más remota idea, aunque no me importa porque sé que él hará movimientos que yo jamás llegaré a ver y aún así él me protegerá. ¿Podré hacer lo mismo? Ya van dos veces que él me rescata, me preocupa ser ante él demasiado débil. La cobija que me cubría es reemplazada por las sedas de la sábanas de su cama que son manchadas por la sangre que aún cubre mi cuerpo. Suspiro y me quedo pensativa en tanto él se acomoda a mi lado. ¿Es prudente demostrarme tal cual soy ante él? ¿No huirá pensando que soy demasiado frágil? Trago saliva con ello, si lo que menos quiero es que se separe de mi lado y quizá mis propias acciones lo provoquen. ¿Qué hacer entonces? Su susurro activa un botón en lo profundo de mi mente, le veo alejarse y sacudo la cabeza, tomo asiento en el lecho, parpadeando y acariciándome las sienes sintiendo cómo el dolor empieza a llenarme de nuevo, a regodearse en mi interior. Aprieto fuerte los ojos para hacerlo a un lado, para ahuyentarlo aunque quizá sea demasiado tarde.

Mi vampiro regresa y pronuncia las palabras que alguna vez pensé me definían: una guerrera fuera de las habitaciones, una dama en la intimidad, pero eso se esfumó en el instante en que llegué al Alamut aletargada. Un estremecimiento me recorre, uno que reconozco como aquél que se adueña de mi persona antes de un estallido de furia y violencia. No quiero hacerlo, pero para mi extrañeza esa toalla con la que él talla una herida de mi frente empieza a relajarla obligando al dolor a desaparecer y a mis temblores cesar. Sin que él lo capte, tomo otra lienzo y me afano en esa herida de mi frente, pero en realidad lo que busco es alejar las marcas de la maldición que me colocaron en el Alamut para centrarme en mis labores. Aspiro aire profundo cuando siento que va remitiendo y miro el agua con interés para ver qué contiene porque no ha de ser agua corriente. Él es un enigma como yo, un viajero que conoce demasiadas cosas a lo largo de su peregrinar y al que debo acercarme para aprender. Sus manos son delicadas con mis heridas y siento cómo van cicatrizando rápido, pero sin dolor.

Sumerjo más la toalla y me la pongo en la cabeza como si fuera un velo empapado y chorreando gotas de agua cerrando los ojos y dejando que mis sentidos, sobre todo el olfato, sean los que identifiquen los ingredientes contenidos, pero es inútil cuando él acaricia mi muslo. Todo mi cuerpo se enfoca en él en ese instante, ansioso por saber si rozará algo más... Hago una mueca y le miro con reproche. Una que quiere concentrarse y él que no me deja. Y es cuando recibo de sus labios un beso que hasta mi molestia manda al infierno. Mis manos de inmediato buscan sus mejillas acariciándolas, mi cuerpo ansía más su roce que vuelva a tocarlo como antes, como en las habitaciones en las afueras del Imperio. Y me recuesto con la toalla aún en la cabeza que ahora queda sobre el lecho, él con una mano en mi cintura, la otra sobre mi mentón guiándome, conteniéndome y mis dedos acariciando su rostro de forma golosa. Creo que nunca me cansaré de tenerlo así, de rozarlo y sentirlo a mi lado. Suspiro y le miro con deleite y algo de deseo le transmito sin evitarlo. Que sepa lo que quiero, lo que siento, lo que me provoca. Que se atenga a las consecuencias.

- No importa si no te quedas conmigo todo el tiempo, sólo quiero saber que cuando vuelvas, serás mío y durante tu ausencia, aguardaré impaciente unas veces, pero siempre mi cuerpo será tu templo y jamás nadie lo mancillará - mis palabras me sorprenden incluso más porque no sé cuándo las pensé, pero sobre todo cuándo decidí pronunciarlas. Pareciera ser que provienen de lo profundo de mi corazón, ahí donde nada se oculta y ningún velo puede existir. Se acomoda a mi lado y mi cuerpo no duda en buscarle, en sentarse en la cama para con movimientos lentos, montármele a horcajadas y sin el pudor por mi cuerpo desnudo, irle desabrochando botón a botón esa camisa negra admirando la piel que al efecto se muestra para mí - No puedo exigirte mantenerte a mi lado si no quieres, pero tampoco puedo abandonar Jeddah, es mi pueblo, mi gente y sobre todo, una de las puertas a Agharta. Hacerlo sería una insensatez, aunque tienes razón cuando dices que no todo el tiempo estoy en mi hogar puesto que también tengo misiones - termino de quitarle la camisa con ayuda de él mismo que se levanta un tanto y cuando vuelve a recostarse, mis dedos se pasean por su tórax.

Heridas que delineo con mis dedos, sus músculos bien labrados producto de una vida de trabajo o bien, la senda del guerrero. Mis labios bajan ansiosos de probar una de las tetillas masculinas que rodeo con éstos, que jalo un poco hacia mí apretándolo entre los pliegues de mi boca para luego, lamerlo deshaciéndome del dolor que quizá provoqué. Me incita como ningún otro, mi infiel. Mis manos recorren su contorno recordando las noches y los días en aquéllas habitaciones que mi padre le obsequió donde tuvimos encuentros apasionados y, como éste, lentos y tiernos. Todo eso me incita, me nace hacerle dulzuras y cariños, como ahora los besos que suben por su tórax hasta alojarse en su cuello y ahí lamer la yugular con cierta ansiedad. Le deseo y se lo hago notar con un movimiento circular contra sus caderas al tiempo que llego a su oído y susurro:

- Alastair, sé parte de mi vida... te prometo no aventarte a tu llegada los floreros, jajajaja o quizá sí, pero depende de cómo te hayas ido... o qué tan ansiosa esté de llamar tu atención para que me lleves al lecho... quédate conmigo, márcame como tuya... que los demás sepan que la Jequesa Al'Ramiz es una Parthenopaeus de facto - lamo su oído mordisqueándolo después, su aroma me incita, me enloquece... mis manos le sujetan al tiempo que mis labios bajan a besar la comisura de su boca. Nunca me he confesado anhelante de alguien. Ruego porque sepa comportarse a la altura si no... creo que vi un jarrón allá atrás...



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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Jue Jul 12, 2012 11:45 pm



Alastair Pharthenopaeus, fue así como me llamaron mis padres, un hombre criado para defender a mi pueblo, y sí lo hice hasta antes de mi transformación, e incluso después de esta. El día en que Valerius me enseño sus planes de Agharta, supe que era mi destino servir a su causa, un destino que he cumplido al pie como errante, portador de noticias desde los más recónditos confines del mundo. Un ser capaz de llegar a cualquier sitio con solo proponérselo, capaz de develar la verdad son mayor esfuerzo, pero cuando hace más medio siglo me encontré con aquella odalisca en etiopia, me sentí desafiado. No fe la osadía de ella al lanzarme la daga, sino mi incapacidad de leer tras esos ojos azabache, luego mi incapacidad para rastrearle, aun cuando portaba una posesión de ella. Encontrar a Kala Nahid, fue siempre un desafío a mis capacidades como vampiro, ella es en todo su esplendor un enigma que me empeñe en descubrir, pero que el destino se empecino en esconderlo de mi andar.

Finalmente cuando las moiras la pusieron frente a mí, la jequesa del Jeddah se presento como todo aquello que recordaba e imagine, un mar de sorpresas y de incertidumbres, eso es algo que aprendí desde el primer día en que mi mirada se cruzo con la de ella, esos ojos negros consiguieron cautivarme como ninguna mujer antes lo hiciese. Pocas personas son capaces de leer lo que las miradas esconden, pero mis largos años de bagaje me han permitido aprender el lenguaje del alma que se refleja en una mirada. Pero los ojos de ella no reflejaban nada, ni temor, ni odio y muchos menos afecto, dos abismos que pueden ser la perdición de quien posea la osadía de intentar leerlos. Pero fue ese mismo desafío lo que me cautivo de ella, fue todo, aunque en especial esos ojos me encandilaron, tanto que los busque por mares y tierras, para encontrarlos entre los mismos velos en un palacete tan cerca del que fuera territorio de mi familia, el de su padre.

Las noches que sucedieron a nuestro primer encuentro son el fiel reflejo de cuan iguales son nuestros destinos, pues fue el choque de dos cargas eléctricas. Embistes de voluntades fueron nuestros primeros tropiezos, pues si, a trastabillones fue que nos dejamos caer uno frente a otro, pero con el orgullo como invitado principal. Dos seres fuertes que buscan tener el control, pero es imposible ser dueño de todo, eso bien lo aprendimos tras destruir no solo la decoración y más de alguna habitación, sino a nosotros mismos. Aquel invitado inquebrantable que es nuestro ego, nuestra petulancia, nos llevo a actos animales por controlarnos, tanto que los testigos de aquellas guerras de conquista, poco pueden imaginar lo que esta noche aconteció entre ambos. Finalmente entre la desesperación más pura y las verdades más crueles que la rendición de pacto entre ambos, un pacto que no necesito más palabras que los sentimientos que ambos nos profesamos, sin orgullos, sin voluntades que se enfrentan… simplemente dos seres que se aman mas allá de la razón.

Fue entre las paredes de ese cuarto en medio de un mar que anuncia tormenta que ambos, nos enfrentamos a nosotros mismos. No fue Kala contra mí, ni yo contra ella, fui yo enfrentándome a mí mismo, y ella contra sus temores. Esa noche fuimos dos seres que rasgan los velos que los cubren sus almas, esos oscuros temores que ante nuestros enemigos son un arma letal, pero aun más letal resultan si dejamos que desde nuestro interior nos debiliten. Eso ocurrió esta noche con la odalisca, la misma que esta noche tras enfrentarse a si misma, se rindió, para cobijarse en mis brazos. No fue necesario que nuestros cuerpos se encontrasen, pues ambos alcanzamos otro tipo de contacto, el mismo que nos lleva dormir aletargados en brazos del otro. Con su piel rozando la mía y mis brazos acunándola, recordándole que entre nosotros hay un refugio mutuo, y es aquello lo que pretendo ser para ella... un nuevo comienzo, un renacer del alma, una nueva etapa, que tal como si se tratase de un rito morisco, se vio bendecido por la majestuosa lluvia que se llevaría nuestro pasado, para que en pergaminos nuevos escribiésemos un nuevo futuro. Fueron aquellas las promesas que entre ambos nos realizamos, ella aceptándome a su lado y yo recibiéndola para protegerla, fue entre palabras silenciosas que ella encontró la calma para descansar y yo a mi compañera por la eternidad, no necesito de ritos y ella lo sabe, pero también ambos sabemos que es su pueblo quien nos pedirá cumplir el rito.

Acostumbrado al estado de vigilia y mis sentidos alerta, el golpetear de las gotas de lluvia contra los ventanales de la habitación que en ese momento comparto con la jequesa Al'Ramiz, me ponen alerta, no solo de un naufragio sino que también de las reacciones de mi compañera de lecho. La siento despertar, ese movimiento precipitado me hace abrir los ojos unos segundos, sin decir palabra la observo, su cuerpo infantil y sensual le llaman a retenerla a mi lado y poseerla en al ritmo del oleaje que se altera poco a poco, anunciando una tormenta. Aunque mis deseos son intensos, me contengo y la dejo ser, siempre ha sido un alma libre y me gusta así, infantil y juguetona, aun cuando está empeñada en mantener esa imagen de guerrera, se que en ella vive una niña. Por eso la dejo, y en sigilo sigo sus pasos, no sin antes tomar mis pantalones, pues ante la tripulación hay una imagen que mantener. A los pocos minutos la alcanzo en cubierta, cual araña trepadora se encarama en el nido, en el mástil mayor para en una incitante pose, recibir el agua. Sonrío para mis adentros, antes de decirme a alcanzarla, mis deseos de tomarla ahí mismo como mi mujer son intensos, pero me contengo y concentro en el arte de cautivarla.

Con agiles y silenciosos movimientos la alcanzo, si bien mi intención no es sorprenderla, si pretendo hacerla sentir especial, abordarla cual delicada joya es mi propósito. Así, mientras el agua se intensifica y un rayo cae a algunas millas de distancia, rodeo su cintura con mi brazo izquierdo, mientras poso mi rostro en el hueco que queda entre su cuello y su hombro, en un acto rítmico, tal cual si fuese un ritual aspiro su aroma, delicioso tal cual como es ella en sí, un elixir embriagante - Encantadora, si acaso no supiese que eres ti, te hubiese confundido con una sirena, una ninfa e incluso con la misma Anfítrite - siseo en su cuello, aludiendo a las tradiciones de mi pueblo….



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Miér Sep 05, 2012 8:35 am

Un cuento de las mil y unas noches se abre ante mí en el instante en que él me rodea con sus brazos y recuesta sobre su reconfortante pecho. Empiezo de nuevo esta historia, esta, mi historia, después de tantos intentos vanos de darle una redacción adecuada la inspiración llega cuando menos lo espero, entre el canto de la sirena que alaba la luna en la inmensidad del mar que nos arrulla. Él no necesita decirme lo que siente, lo que me promete con el hecho de abrazarme tan fuerte contra él y besar mis labios con esa pasión que sé, sólo está dirigida a mi persona. Puedo dejarlo plantado, en la estacada. Puede irse la luz y quedarme en oscuridad, pero Alastair siempre estará ahí y será mi pareja por y para siempre, contra viento y marea. A pesar de su incesante necesidad de peregrinar, de vagabundear. Habrá ocasiones en que lo haga solo y le esperaré en nuestro hogar y otras veces, seré yo quien le busque, le siga hasta encontrarle y regresar de nuevo a mi hogar: sus brazos. Esas extremidades que se llevan consigo todo lo que alguna vez fui y lo que me atormenta. Aquí estoy siendo la Kala de antes, la Nahid que sólo entregaba alegrías y se tornaba una pequeña cuando algo me hacía tan dichosa. He vuelto... gracias a él... he vuelto...

Es pues Alastair mi Edén personal donde dejo que mi mente finalmente descanse, mi alma... ¿Dónde había estado todo este tiempo? Muchos años y décadas pensé que se extravió en las tinieblas de ese laberinto llamado Alamut, donde la maldición de la Primera Esposa de mi padre me alcanzó, me hundió y donde jamás nadie me tendió una cuerda o quizá jamás vi las que me rodeaban no porque no quisiera, si no porque no eran las que yo esperaba. La que ansiaba. Y son esos brazos justo la soga a la que me aferro, el paraíso terrenal del cual disfruto, de ese hereje que alguna vez encontrara en Etiopía y deseara matar por verme sólo como una odalisca y que ahora yo misma me ofrecería para bailarle. Cierto, eso haré mañana. Le haré una danza que le recuerde nuestro primer encuentro. Mientras, es él la fortaleza en la que me refugio de todo lo que ha pasado en mi vida y de los demonios mentales que me persiguen a todos lados. Es a su lado donde me siento segura. Donde puedo descansar. El pilar en el que puedo recargarme y dormir. Sí, cerrar los ojos y entrar al mundo onírico que me fue vedado hasta que él llegó a las afueras del Sacro Imperio Romano y me domeñó. Es en nuestro lecho donde puede mi mente entrar al mundo de los sueños.

Aspiro profundo el aroma de mi hereje, ese que nubla mis sentidos y me obliga a renegar por no tenerle más pegado a mí, pero sé que no es necesario. Tantos milenios y sé bien que no es un requerimiento sine qua non el estar sobre él todo el tiempo para saberme amada, todo lo contrario. Son estos instantes en que el sexo no tiene nada que ver los que definen una relación. La lujuria se esfuma, pero el cariño, la comprensión, el cuidado del uno por el otro, eso es perenne. Por más que corra para alejarme de ello, siempre volveré porque sé que no puedo prescindir de su mirada, de ese cabello que me encanta tocar. Casi tanto como su trasero, pero ese será un secreto. Mi sonrisa se ensancha al pensar lujuriosa en el cuerpo de mi amado, pero mis ojos se entornan al escuchar el redoble de tambores. Uno tras otro me saca de su ensimismamiento, de ese letargo que es agradable a diferencia de otros en el que me meto en lo profundo del mar donde siento ahogarme y miles de manos me detienen mordiéndome, lascerándome...

Abro los ojos con alivio observando a mi alrededor, sacando de mi memoria esos recuerdos que me asustan. Hay pocas cosas que lo hacen y ésta es una de ellas. ¿Qué oigo? Alzo la cabeza con cuidado de que Al no despierte y mis ojos se abren al compás de mi boca. No, no es cierto ¿O sí? Me levanto del lecho con precaución de no molestar a mi hereje para casi correr hacia la ventana sin importarme la desnudez de mi cuerpo y miro con alegría la lluvia golpear los cristales. Una pequeña risa que silencio con una mano cual niña pequeña porque podría molestar a mi compañero. Mi mente retorna a los preparativos de una boda que en el pasado quedó. Cierto es que después de ella he tenido tantas como vidas para estar en los harem de los Jeques, pero ninguna ha sido igual a esa, la que tuve con Rahman. ¿Cuándo dejamos de querernos, cuándo dejé de enamorarlo? Son preguntas de las que jamás tendré las respuestas porque mi propio corazón se niega a dármelas. No ahora cuando en mi lecho espera alguien a quien prefiero. Suspiro, pero pronto mis pies corren hacia la única prenda en el suelo que puede darme la seguridad de estar vestida. Yo tengo la culpa, no tengo más telas que puedan tapar mi desnudez y aún con el cabello suelto y descalza, abro la puerta con cuidado de no molestar y corro hacia cubierta.

¿Importa acaso que los marinos me vean salir cual fantasma con el viento ondeando como bandera y la camisa de su señor como única prenda? Para mí no. Alzo el rostro dejando que el agua me moje, recordando los ritos en los que siempre mi fe he depositado, el rito de las aguas es uno de ellos y aunque quizá, demasiado temprano, permito que el agua se lleve todo lo que hay en mi interior para purificarme y entregarme libre de toda suciedad a ese hombre al que amo. Alastair. El rito previo de las jóvenes a su boda, un antecedente de la transformación de joven a señora, eso quiero ser de él sin necesidad de titulos, aspiro ser su eternidad y aprovecho aquél llamado de la naturaleza para que se lleve mis fantasmas y traiga bendiciones a este camino que con temores quiero emprender. Suelto un largo suspiro que se lleva de mi ser todo aire, mis ojos se alzan al cielo y decido estar cada vez más cerca. Cual niña, me encaramo a las cuerdas, mis modales ágiles se denotan al escalar con una facilidad pasmosa hasta llegar al nido del ave, aquél compartimiento donde los vigías le indican al capitán cuando hay una dificultad al frente. En uno de los más altos lugares es que me siento y saludo con la mano
cual infante a los marineros que se encuentran seguros en el nido. Coloco las palmas en la madera donde están posadas mis sentaderas y vuelvo a arquear el cuerpo, directo al cielo. Una ofrenda, que se lleve todo, absolutamente todo. Que me deje libre, que no haya nada que ocultar. Sin temores, sin tapujos, sin secretos. Eso quiero ser para él, eso quiero entregarle. Ser quien era... no, ser alguien mucho mejor. Me gusta la mujer que soy cuando estoy a su lado.

Estoy tan a gusto con el barco meciéndose cuando siento una presencia. Mis sentidos se tornan alertas, pero un olor familiar atraído por el viento me hace sonreír con mayor alegría. Una pena que no lograra mi objetivo de no despertarlo, quizá deba trabajar más en mi sigilo. Sonrío y abro los ojos para verlo, la lluvia no tiene consideración, pero él se ve más que atractivo con el cabello mojado y las gotas sobre su rostro. Le tomo el rostro con las manos y rozo mi nariz contra la suya, en un mohín tan cariñoso como dulce. Alguna vez llegué hacerlo con mi familia, pero de eso hace centurias. Le sonrío y miro al frente, el aire se lleva mi cabello, la poca tela que queda suelta de su camisa. Aspiro profundo trayendo a mi interior ese sabor salado de la arena, el mar está encabritado y no por ello me asusto. Si algo pasa, estoy a su lado. Nada importa entonces. Recargo la cabeza contra su hombro y esta comunión es tan deliciosa como adictiva. Paso el brazo por su espalda, las olas son enormes y nos mueven de un lado a otro, mi mano sujeta la madera con fuerza para evitar caer y en caso de hacerlo, sé que lo haré de pie, cual gato que soy. Si lo hago en el mar, lo único que me preocuparía sería no encontrar el camino de regreso a él. Y aún así, sé que lo hallaré tal es mi determinación de seguir a su lado.

- Soy lo que tú quieres que sea, capaz de detener las olas con las manos desnudas. Beber toda el agua para encontrar tu silueta. Recorrer el desierto de cabo a rabo. A tu lado, me siento poderosa, sin tí, sólo seré Kala y esperaré a tu regreso.


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