AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
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Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Paris Francia, 1800
Llevo cerca de un mes en Francia, y ciertamente ha resultado más divertido de lo esperado. No solo por la gran cantidad de fiestas y eventos sociales a los que asistí en compañía de Marianne, sino también por los innumerables nuevos diseños que llevo para mí, todos diseños exclusivos con los que me luciré en el Imperio, frente a la gran cantidad magistrados decrépitos que fantasean con llevarme a su cama… ¡Uf! Son un verdadero fastidio, pues se han encargado de difamarme cuanto han podido entre sí. Solo porque tuve la poca acertada idea de encapricharme con uno, hasta dejarlo al borde del deseo más carnal y luego irme, para que aprendiese que no es llegar y querer tener una aventura conmigo.
Lo más suave que se ha dicho de mí es que soy vanidosa, si claro que lo soy, a más no poder, y como no serlo si basta con que mueva un hilo y esos decrépitos rinden pleitesías a mis pies. No negaré que tengo cientos de defectos tan humanos que es imposible creer que todos recaigan en una sola persona. Pero acaso como podía ser distinto, si soy hija de la mismísima Sabrina Di Alessandro, una de las mujeres más temidas en Europa y de Acheron, que por muy sereno que aparente ser, tiene una fama latente como domador de fieras.
He allí mi orgullo y arrogancia, por eso, apenas llegaron los rumores que uno de los cinco jeques andaba tras mis pasos, o más bien tras mi mano, saque a relucir mis más altaneros modales. No aceptaría bajo ningún argumento, ser la esposa de un Jeque, que no solo tendría una sino cuantas esposa se le antojase tener, ello sin contar el harem de odaliscas. Y con menor razón me casaría para ser un trofeo símbolo de una alianza, entre Alejandría y el Sacro Imperio, ello ni en los mejores sueños de aquel dichoso Jeque ni en mis peores pesadillas. Y aun que fuese por cansancio me libraría de sus pretensiones….
Llevo cerca de un mes en Francia, y ciertamente ha resultado más divertido de lo esperado. No solo por la gran cantidad de fiestas y eventos sociales a los que asistí en compañía de Marianne, sino también por los innumerables nuevos diseños que llevo para mí, todos diseños exclusivos con los que me luciré en el Imperio, frente a la gran cantidad magistrados decrépitos que fantasean con llevarme a su cama… ¡Uf! Son un verdadero fastidio, pues se han encargado de difamarme cuanto han podido entre sí. Solo porque tuve la poca acertada idea de encapricharme con uno, hasta dejarlo al borde del deseo más carnal y luego irme, para que aprendiese que no es llegar y querer tener una aventura conmigo.
Lo más suave que se ha dicho de mí es que soy vanidosa, si claro que lo soy, a más no poder, y como no serlo si basta con que mueva un hilo y esos decrépitos rinden pleitesías a mis pies. No negaré que tengo cientos de defectos tan humanos que es imposible creer que todos recaigan en una sola persona. Pero acaso como podía ser distinto, si soy hija de la mismísima Sabrina Di Alessandro, una de las mujeres más temidas en Europa y de Acheron, que por muy sereno que aparente ser, tiene una fama latente como domador de fieras.
He allí mi orgullo y arrogancia, por eso, apenas llegaron los rumores que uno de los cinco jeques andaba tras mis pasos, o más bien tras mi mano, saque a relucir mis más altaneros modales. No aceptaría bajo ningún argumento, ser la esposa de un Jeque, que no solo tendría una sino cuantas esposa se le antojase tener, ello sin contar el harem de odaliscas. Y con menor razón me casaría para ser un trofeo símbolo de una alianza, entre Alejandría y el Sacro Imperio, ello ni en los mejores sueños de aquel dichoso Jeque ni en mis peores pesadillas. Y aun que fuese por cansancio me libraría de sus pretensiones….
El suave golpe en la puerta de mi recamará, me llevo a guardar el diario y la pluma con prontitud en un pequeño bolso de mano, en que llevaba lo imprescindible. Una botella de perfume, unos cuantos francos, una daga egipcia y mi diario, un breve registro de mis días y aventura más interesantes. Nadie sabía de la existencia de este, a excepción de mi madre y Marianne mi confidente más próximo, justo a tiempo guardé todo. Pues mi lacayo, más bien uno de mis guardaespaldas humanos, ingresaba a la habitación, como era su costumbre sin esperar respuesta
- Su Majestad, el carruaje la espera para que regresemos al Imperio- Asentí al anuncio de mi escolta, y fui por mi capa nueva. Se trataba de un diseño de terciopelo que serviría de abrigo cuando cruzásemos las Montañas Pirineos, la capa era negra y con capucha, especial para esconder mi rostro y evitar que algún enemigo del Sacro Imperio me reconociese e intentase atentar contra mi vida. Mi vestido de un color marmolado, entre gazas y satín, corte imperio se ajustaba en mi busto, pero bajo este caía suelo, dejando ver en cada movimiento mis curvas.
Cuando estuve lista salí del cuarto, donde me esperaban los faltantes guardias miembros de mi escolta. Eran cerca del medio día, lo que significaba que al anochecer estaríamos cruzando las montañas rumbo al Sacro Imperio, era allí donde mayor cuidado debíamos temer. Subí en silencio y me acomode para el viaje, solo cuando ya estábamos nuevamente en marcha saqué mi diario para continuar escribiendo.
… Cansancio, si esa fue la formula que ocupé y dio resultados pues luego de más de diez fallidos encuentros, dejo de enviarme invitaciones y obsequios. Lo que he de admitir me defraudo un poco, pensé que el Jeque sería más perseverante. Su retirada del juego me dejo confundida, pues pensé no me dejaría tranquila hasta que accediese a hablar con él y a escuchar su oferta. Lo que nunca ocurrió, pues lo deje plantado en cientos de ocasiones.
Recuerdo bien, una mañana mientras desayunaba junto a Marianne en mi habitación del Hotel, golpearon la puerta, se trataba de uno de los mozos del hotel anunciando que había un mensajero con unos presentes para mí. Miradas curiosas intercambie con mi amiga, e indicamos subiese con ellos, pensando se trataba de algún de los jóvenes de la fiesta de la noche anterior. Para sorpresa de ambas, la habitación se lleno de hermosos ramilletes de flores. Tulipanes, rosas blancas, calas y flores de Azahar, todas inundando la habitación y mi rostro de incredulidad, sin comprender quien podría haberse dado el trabajo de seleccionar tan detenidamente cada ramillete cada flor con un significado diferente, Como si tratase de darme un mensaje con cada una de ellas.
Comprendí recién lo que ocurría cuando él mensajero me entrego un pergamino perfumado, perfumado con la misma esencia que uso en mis baños y un mensaje concreto “Princesa, la espero a las 8.30 en el Teatro.” Sin firma, solo aquel mensaje, a lo cual Marianne se rio y yo entre en una especie de paranoia, mezclada con asombro al ver semejante alago. Pero aquello duro el tiempo suficiente que tarde en interrogar al mensajero, quien admitió que un hombre vestido a la usanza árabe le había hecho el encargo.
Por curiosidad decidí asistir aquella noche, admito que llegue antes de la hora citada, unos cinco minutos antes. Habré esperado no más de cuatro minutos y retiré, segura que el no llegaría o que se aburriría de los caprichos de la princesa a quien pretendía desposar.
Pero los intentos no acabaron allí…
Recuerdo bien, una mañana mientras desayunaba junto a Marianne en mi habitación del Hotel, golpearon la puerta, se trataba de uno de los mozos del hotel anunciando que había un mensajero con unos presentes para mí. Miradas curiosas intercambie con mi amiga, e indicamos subiese con ellos, pensando se trataba de algún de los jóvenes de la fiesta de la noche anterior. Para sorpresa de ambas, la habitación se lleno de hermosos ramilletes de flores. Tulipanes, rosas blancas, calas y flores de Azahar, todas inundando la habitación y mi rostro de incredulidad, sin comprender quien podría haberse dado el trabajo de seleccionar tan detenidamente cada ramillete cada flor con un significado diferente, Como si tratase de darme un mensaje con cada una de ellas.
Comprendí recién lo que ocurría cuando él mensajero me entrego un pergamino perfumado, perfumado con la misma esencia que uso en mis baños y un mensaje concreto “Princesa, la espero a las 8.30 en el Teatro.” Sin firma, solo aquel mensaje, a lo cual Marianne se rio y yo entre en una especie de paranoia, mezclada con asombro al ver semejante alago. Pero aquello duro el tiempo suficiente que tarde en interrogar al mensajero, quien admitió que un hombre vestido a la usanza árabe le había hecho el encargo.
Por curiosidad decidí asistir aquella noche, admito que llegue antes de la hora citada, unos cinco minutos antes. Habré esperado no más de cuatro minutos y retiré, segura que el no llegaría o que se aburriría de los caprichos de la princesa a quien pretendía desposar.
Pero los intentos no acabaron allí…
Sin previo aviso el carruaje se detuvo, guarde todo en mi bolso de mano y saque la daga, en el preciso momento en que uno de mis lacayos se asomaba para informarme que era hora de la merienda. Asombrada me percate que el sol se escondía y daba paso a la noche. Asentí, mientras ellos me servían una copa de vino junto a unos frutos secos. Pero algo no lograba de cuadrarme, con cierta desconfianza bebí de mi copa un pequeño sorbo. A los pocos segundos caí en una especie de sopor, mis parpados se volvieron muy pesados y sentí mi cuerpo sin fuerzas, cerré los ojos y sin fuerza para abrirlos, sujete mi bolso y escuche a los guardias moverse a mi alrededor
Última edición por Katra Di Alessandro el Lun Ene 02, 2012 3:16 pm, editado 2 veces
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Alejandría
El jeque camina por los amplios corredores de su palacio, entre joyas y marfil, con pies descalzos, sintiendo la frialdad de la pulida superficie contra la piel, conduciéndose en silencio entre los patios cubiertos cuyos pasillos comunican al edén más grande de toda su ciudad: su propio y personal jardín, con plantas exóticas que por el mismo clima desértico es imposible concebir que crezcan de esa forma tan maravillosa, adornándolo todo de verde y los colores de las flores que se abren para engalonar aún más el hermoso lugar. El perfume de cada capullo es para Kareef uno de sus más secretos caprichos, porque le recuerda a cada una de las mujeres que ha tomado para sí, de su harem, de otros reinos, a su Primera Esposa.
Se detiene con tranquilidad en el céntrico edén, cuyos pilares se elevan sosteniendo una bóveda que en el día, permite a discresión los rayos del sol y en la noche, los de la luna. Evita las tormentas de arena con un intricado sistema de cristales que brillan de forma envidiable, como el mismo cielo plagado de estrellas. Y en la superficie: el jardín, un gran círculo de plantas y flores, en medio del todo teniendo una enorme y preciosa fuente, cuya agua es constante y alimenta el Edén con un complicado sistema de canales, para que cada planta tenga el agua necesaria y ninguna se marchite.
Las odaliscas en ocasiones vienen y arreglan este lugar, las expertas lo hacen crecer y fructificar. Kareef pone especial cuidado en él, porque es ahora, lo único que rinde frutos, su única "herencia viva". Todo en él ha muerto, es estéril y, aunque su familia se reproduzca, después de tantos años existiendo sabe que su sangre es tan diluída en el cuerpo de esos hombres y mujeres, como la miel en el agua al paso de la corriente del río.
Aspira profundamente y aprieta la tela que trae entre las manos, la mira y la lleva a su olfato, para captar ese olor a azahar y - dijo su amigo Ra'hae - Calas. Él no conoce las Calas, sabe que es una flor, pero no su forma y hasta ahora, no su aroma. La prenda es de seda, con algunas aplicaciones en hermoso satín, una capa de color arena, que le hace pensar cómo será su dueña.
Katra Di Alessandro, la historia la tiene como una niña caprichosa a pesar de sus veintiún años, hermosa como las rosas, impetuosa como el mar, rebelde como las yeguas antes de ser domadas, pero también, cariñosa y dulce, como su espía comprobó al paso del año que estuvo en Roma. Una tarea complicada, porque la princesa tiene una guardia impenetrable, pero la experiencia y paciencia del espía rindió frutos y hoy su señor tiene en las manos una hermosa capa que le forja una idea clara sobre su dueña y reafirma la condición de mujer caprichosa que Kareef tiene de ella.
Una yegua a domar...
Y a él le encanta hacer rendir bajo sus piernas a las yeguas retozonas y rezongonas.
Es el momento de ir a por ella.
El jeque camina por los amplios corredores de su palacio, entre joyas y marfil, con pies descalzos, sintiendo la frialdad de la pulida superficie contra la piel, conduciéndose en silencio entre los patios cubiertos cuyos pasillos comunican al edén más grande de toda su ciudad: su propio y personal jardín, con plantas exóticas que por el mismo clima desértico es imposible concebir que crezcan de esa forma tan maravillosa, adornándolo todo de verde y los colores de las flores que se abren para engalonar aún más el hermoso lugar. El perfume de cada capullo es para Kareef uno de sus más secretos caprichos, porque le recuerda a cada una de las mujeres que ha tomado para sí, de su harem, de otros reinos, a su Primera Esposa.
Se detiene con tranquilidad en el céntrico edén, cuyos pilares se elevan sosteniendo una bóveda que en el día, permite a discresión los rayos del sol y en la noche, los de la luna. Evita las tormentas de arena con un intricado sistema de cristales que brillan de forma envidiable, como el mismo cielo plagado de estrellas. Y en la superficie: el jardín, un gran círculo de plantas y flores, en medio del todo teniendo una enorme y preciosa fuente, cuya agua es constante y alimenta el Edén con un complicado sistema de canales, para que cada planta tenga el agua necesaria y ninguna se marchite.
Las odaliscas en ocasiones vienen y arreglan este lugar, las expertas lo hacen crecer y fructificar. Kareef pone especial cuidado en él, porque es ahora, lo único que rinde frutos, su única "herencia viva". Todo en él ha muerto, es estéril y, aunque su familia se reproduzca, después de tantos años existiendo sabe que su sangre es tan diluída en el cuerpo de esos hombres y mujeres, como la miel en el agua al paso de la corriente del río.
Aspira profundamente y aprieta la tela que trae entre las manos, la mira y la lleva a su olfato, para captar ese olor a azahar y - dijo su amigo Ra'hae - Calas. Él no conoce las Calas, sabe que es una flor, pero no su forma y hasta ahora, no su aroma. La prenda es de seda, con algunas aplicaciones en hermoso satín, una capa de color arena, que le hace pensar cómo será su dueña.
Katra Di Alessandro, la historia la tiene como una niña caprichosa a pesar de sus veintiún años, hermosa como las rosas, impetuosa como el mar, rebelde como las yeguas antes de ser domadas, pero también, cariñosa y dulce, como su espía comprobó al paso del año que estuvo en Roma. Una tarea complicada, porque la princesa tiene una guardia impenetrable, pero la experiencia y paciencia del espía rindió frutos y hoy su señor tiene en las manos una hermosa capa que le forja una idea clara sobre su dueña y reafirma la condición de mujer caprichosa que Kareef tiene de ella.
Una yegua a domar...
Y a él le encanta hacer rendir bajo sus piernas a las yeguas retozonas y rezongonas.
Es el momento de ir a por ella.
Roma
La yegua salió soberbia, altanera, orgullosa y petulante, además de los otros méritos que ya su espía le dió. No sólo lo obligó a estar en Roma y ser rechazado en cada uno de sus avances, aceptando los costosos regalos que le envió, si no que se negó a una entrevista con él. Collares de joyas preciosas, brazaletes, esculturas, adornos para el cabello, vestidos de seda de la más alta calidad, zapatos y demás obsequios fueron bien entregados, pero ella nunca apareció. Le dejó una y otra y otra y otra vez esperándole, como si fuera uno más de sus magistrados, de esos ineptos e incompetentes que se sientan en un lugar y fingen hacer las leyes de Roma.
¿Qué saben ellos sobre gobernar a su pueblo? ¿De darles lo que merecen y con mano dura castigarlos en caso de ser necesario? Sin embargo, Kareef está al mismo nivel de todos y cada uno de esos hombres. La Princesa lo puso ahi, haciéndole desplantes, groserías, berrinches... ya vería la señorita como continuara así. Ya empezaría a conocer al Jeque Al'Ramiz. Empezaba a ser ésta una afrenta y como tal, su orgullo árabe le impedía dejar la contienda tan fácilmente. Daría algunas estocadas más y como viera que ella seguía deteniéndolas, entonces utilizaría las artes de su hermano más bruto: el Destructor.
A finales de cuentas, dicen que de vez en cuando cambian papeles.
Éste es un buen tiempo para ello...
Yegua malagradecida...
París
Las andanzas de Katra le han llevado hasta la misma ciudad del Pecado, si sus ancestros lo vieran, se retorcerían en la tierra. Viene y va como le place, sin un marido o padre que la obligue a mantenerse en un lugar fijo, a conducirse con propiedad y, sobre todo, a cumplir con sus compromisos. Esta vez Kareef se dedica un poco más, quizá eso es lo que le falta, los regalos no han sido del todo los adecuados, quiere pensar y se afana en un único obsequio: flores.
Poco conocedor de la gama de increíbles ejemplares, confía en la sabiduría de la dueña de la florería y se empeña en conocer todas las variedades del lugar, sus significados y elige con cuidado, con mucho mimo incluso, mientras piensa que a Sayyidat Di Alessandro, hay que tratarla como una yegua golpeada, que recibió daño y está asustada. Kareef no fue lo más prudente que ella seguramente necesita, por lo que el Jeque se decide, será delicado y suave, como la seda contra el cuerpo de una mujer, que acaricia y llena de halagos y dulzuras. Manda las flores con dos de sus hombres, esperando con una sonrisa en los labios. Esta vez, nada fallará, esta vez, ella responderá. Porque lo ha hecho todo bien.
Sin embargo...
¡Alá maldiga a la yegua tozuda, irreverente, malvenida, cara dura, criminal, testaruda y... y....!
Un bramido se oye en todo el teatro, ha llegado puntual, a las 8:30 y resulta que la mujer, esa engreída se ha largado, se ha ido porque las normas de etiqueta establecen que debe estar cinco minutos antes de la hora convenida y esta... esta... "señorita"... no ha permitido siquiera que dé la hora para tomar del brazo a su amiga e irse de ahí. Kareef, que llegó puntual, se encuentra con que ella no se encuentra aún y pensando que es porque le gusta hacer esperar a las personas - como en Roma hacía a la mayoría que le buscaban - no sospecha nada, así que la espera por diez minutos.
Cuando el tiempo pasa y su guardia empieza a preguntar, es cuando se entera que la yegua corrió lejos, retozando y divirtiéndose porque le canceló y le dejó ahí, completamente descontrolado.
Esa noche, murieron dos. Tanto la mujer de la florería, como el mensajero. Ambos con las gargantas horriblemente cortadas, producto del frenesy rabioso que le había dominado. No destrozaría lo que tantos años le ha costado construir: la Alianza con Roma. No se le echaría encima a la causante de todo ésto, pero alguien tenía que pagar. Y la sangre de la mujer y luego del hombre, fueron aliciente para su Bestia, para su Hambre que en ocasiones se olvidaba de los convenciionalismos y pugnaba en todo momento por ser satisfecha. Gargantas destrozadas, huesos rotos, alaridos en sus oídos, fue lo único que lo relajó. Hasta el paroxismo de la total solución a sus deseos. Dormida la Bestia, la Mente tiene el control. Uno que muchos temen.
Que la yegua deberá temer de ahora en adelante, porque la bondad se la llevó con esa última acción.
¡Alá bendiga a la yegua porque su elegido no tendrá misericordia de ella!
Las andanzas de Katra le han llevado hasta la misma ciudad del Pecado, si sus ancestros lo vieran, se retorcerían en la tierra. Viene y va como le place, sin un marido o padre que la obligue a mantenerse en un lugar fijo, a conducirse con propiedad y, sobre todo, a cumplir con sus compromisos. Esta vez Kareef se dedica un poco más, quizá eso es lo que le falta, los regalos no han sido del todo los adecuados, quiere pensar y se afana en un único obsequio: flores.
Poco conocedor de la gama de increíbles ejemplares, confía en la sabiduría de la dueña de la florería y se empeña en conocer todas las variedades del lugar, sus significados y elige con cuidado, con mucho mimo incluso, mientras piensa que a Sayyidat Di Alessandro, hay que tratarla como una yegua golpeada, que recibió daño y está asustada. Kareef no fue lo más prudente que ella seguramente necesita, por lo que el Jeque se decide, será delicado y suave, como la seda contra el cuerpo de una mujer, que acaricia y llena de halagos y dulzuras. Manda las flores con dos de sus hombres, esperando con una sonrisa en los labios. Esta vez, nada fallará, esta vez, ella responderá. Porque lo ha hecho todo bien.
Sin embargo...
¡Alá maldiga a la yegua tozuda, irreverente, malvenida, cara dura, criminal, testaruda y... y....!
Un bramido se oye en todo el teatro, ha llegado puntual, a las 8:30 y resulta que la mujer, esa engreída se ha largado, se ha ido porque las normas de etiqueta establecen que debe estar cinco minutos antes de la hora convenida y esta... esta... "señorita"... no ha permitido siquiera que dé la hora para tomar del brazo a su amiga e irse de ahí. Kareef, que llegó puntual, se encuentra con que ella no se encuentra aún y pensando que es porque le gusta hacer esperar a las personas - como en Roma hacía a la mayoría que le buscaban - no sospecha nada, así que la espera por diez minutos.
Cuando el tiempo pasa y su guardia empieza a preguntar, es cuando se entera que la yegua corrió lejos, retozando y divirtiéndose porque le canceló y le dejó ahí, completamente descontrolado.
Esa noche, murieron dos. Tanto la mujer de la florería, como el mensajero. Ambos con las gargantas horriblemente cortadas, producto del frenesy rabioso que le había dominado. No destrozaría lo que tantos años le ha costado construir: la Alianza con Roma. No se le echaría encima a la causante de todo ésto, pero alguien tenía que pagar. Y la sangre de la mujer y luego del hombre, fueron aliciente para su Bestia, para su Hambre que en ocasiones se olvidaba de los convenciionalismos y pugnaba en todo momento por ser satisfecha. Gargantas destrozadas, huesos rotos, alaridos en sus oídos, fue lo único que lo relajó. Hasta el paroxismo de la total solución a sus deseos. Dormida la Bestia, la Mente tiene el control. Uno que muchos temen.
Que la yegua deberá temer de ahora en adelante, porque la bondad se la llevó con esa última acción.
¡Alá bendiga a la yegua porque su elegido no tendrá misericordia de ella!
AÑO 1800, MONTES PIRINEOS
La noche cae y con ella, los jinetes vuelven a sus monturas, caballos entrenados para recorrer grandes distancias sin agotarse pronto. Kareef encabeza la persecución, informado en todo momento de lo que acontece en Roma, ahora es el momento de proteger su Alianza y cuidarla para evitar un problema mucho mayor. Su montura relincha mientras atraviesan al galope los inmensos árboles y el bosque que los separa de un puente, tras el cual, la diligencia avanza con mucha menor velocidad que ellos. Es su única oportunidad.
Si sus enemigos atraviesan los Montes con su preciada carga, no habrá forma alguna de alcanzarlos, se les perderán y su Alianza se irá al infierno. Aunque Kareef no entiende aún la magnitud de los hechos que le preocupan tanto. Es una Alianza que puede reafirmarse quizá con la boda del hijo de los Di Alessandro con su propia hija. ¿Por qué le preocupa tanto esa yegua de los demonios? Sin embargo, habría que verlo, avanzando a pasos agigantados por todo el bosque, agachándose y espoleando más el caballo, oculto bajo la enorme capa que cubría tanto su cuerpo como su cabeza. Los músculos en tensión y un inexplicable hueco en el estómago. El Destructor y el Equilibrador se reirían de él. Ra'hae seguramente le vería con curiosidad y qué decir del otro. Maldecido estaba.
¿Por qué? ¿Por qué espoleaba a sus sarracenos? ¿Por qué se cambió las ropas a otras mucho más acordes a la batalla? ¿Por qué mandó a una de sus odaliscas a perseguir de día la carreta, para evitar que Sayyidat Di Alessandro pudiera ser lastimada? ¿Por qué a esa odalisca, experta en toda clase de venenos? Sabía qué se venía, podía evitarlo, pero ¿Por qué quería hacerlo?
Esa sarta de preguntas en su cabeza no tenían respuesta aún. Sentía el movimiento del caballo, que le impulsaba hacia el frente, mientras que cada grito de Kareef era respondido con un apretón de velocidad, entre los árboles que impedían el paso en ocasiones de la luz de luna. Un astro redondo, que anunciaba muchos más problemas de los que seguramente podrían resolver en un instante. Como si no fuera suficiente la guardia de los culpables que enfrentarían, si algún perro o como les decían, hombre-lobo, garou, lycan o demás, se atrevía a atacarlos, Alá los bendijera, porque seguramente tendría más bajas de las que podría contar con sus manos.
No traía a muchos de sus hombres, sólo 8 y con él, 9. Quisiera Alá que fueran los suficientes.
Quisiera Alá bendecirlos.
¡Maldita yegua del demonio!
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Un desagradable hormigueo recorría mis piernas y brazos, una enorme pesadez caía sobre mí, impidiendo cualquier intento mío por moverme. Apenas podía abrir los ojos, en mi boca un sabor agrio y mi olfato inundado por fuerte olor oxidado, sangre. Alrededor mío se estaba desatando una masacre y si no lograba salir de allí, o me darían muerte o me secuestrarían con intenciones de chantajear a mi madre y quitarla del trono. Eso era algo que no permitiría, primero muerta antes que secuestrada.
Mi audición era lo único que aun continuaba funcionando y por fortuna se había agudizado. En total contaba con cinco buenos guerreros, uno era el cochero y junto a él uno de los más altos generales del imperio. Además estaba mi guardia personal constaba de tres experimentados guerreros, de ellos solo pude reconocer a dos, un fuerte golpe en el frontis del carruaje, me hizo suponer que el cochero y el alguien más había caído, mi intuición indicaba que solo quedaban dos de mis escoltas con vida. Y al menos seis o siete enemigos, esperando el momento preciso para sacarme del carruaje. Con la poca movilidad que aun quedaba en mi cuerpo, abrí una trampilla escondida bajo uno de los asientos y me deje car bajo el carruaje, sin soltar mi bolso de mano. Ahogue un grito de dolor al notar que caí sobre una roca, y que mi muslo comenzaba a sangrar.
Mi orgullo y la honra del Imperio no me permitirían dejar que me raptasen y menos que alguno de esos asquerosos me deshonrase, antes que eso muerta. Ni yo misma sabría explicar como conseguí moverme a pesar del veneno que paralizaba mis sentidos y generaba aquel molesto hormigueo en todo mi ser, pero si se que había salido justo a tiempo del carruaje. Mi escolta muerta, y alguien abriendo lanzando una bala precisamente en el sitio donde estaba antes. Suspire hondo y saque la daga de mi bolso y la enterré en mi vientre, poco a poco aquel infierno desparecería - Por el Imperio - susurré antes de caer en un sueño pesado y molesto.
- Princesa Di Alessandro- un voz femenina me llamaba, entre abrí los ojos y vi a una mujer de largo cabello negro, que caía sobre uno de sus hombros - Princesa, resista-
- Juno- susurré el nombre de la reina de las Diosas - Que halago que seas tú quien viene por mí, protege a mi pueblo- pedí casi en un hilo de voz, segura que mi momento había llegado.
- Esta delirando- hablo la mujer en un idioma desconocido - Sidi Al´Ramiz, es urgente darle el contraveneno y sanar es herida o morirá- de aquel idioma solo entendí una palabra, Al’Ramiz, todo era una conspiración de su parte. Nuevamente caí inconsciente
Mi audición era lo único que aun continuaba funcionando y por fortuna se había agudizado. En total contaba con cinco buenos guerreros, uno era el cochero y junto a él uno de los más altos generales del imperio. Además estaba mi guardia personal constaba de tres experimentados guerreros, de ellos solo pude reconocer a dos, un fuerte golpe en el frontis del carruaje, me hizo suponer que el cochero y el alguien más había caído, mi intuición indicaba que solo quedaban dos de mis escoltas con vida. Y al menos seis o siete enemigos, esperando el momento preciso para sacarme del carruaje. Con la poca movilidad que aun quedaba en mi cuerpo, abrí una trampilla escondida bajo uno de los asientos y me deje car bajo el carruaje, sin soltar mi bolso de mano. Ahogue un grito de dolor al notar que caí sobre una roca, y que mi muslo comenzaba a sangrar.
Mi orgullo y la honra del Imperio no me permitirían dejar que me raptasen y menos que alguno de esos asquerosos me deshonrase, antes que eso muerta. Ni yo misma sabría explicar como conseguí moverme a pesar del veneno que paralizaba mis sentidos y generaba aquel molesto hormigueo en todo mi ser, pero si se que había salido justo a tiempo del carruaje. Mi escolta muerta, y alguien abriendo lanzando una bala precisamente en el sitio donde estaba antes. Suspire hondo y saque la daga de mi bolso y la enterré en mi vientre, poco a poco aquel infierno desparecería - Por el Imperio - susurré antes de caer en un sueño pesado y molesto.
Sacro Imperio Romano
Seis meses atrás.
Me encontraba en la biblioteca del Palazzio Imperial, leyendo y estudiando sobre los reinos vecinos, cuando mis padres ingresaron a la habitación, en lo que aprecia ser una discusión sobre la alianza con España, que se concretaría con el matrimonio de Apostolos con Marianne, a fin de cuentas ambos habían consentido al boda. Pero cada vez que se trataba de mí, yo huía del tema, no me interesaba contraer matrimonio con un desconocido y menos que cuartasen mi libertad. Mientras ellos hablaban del tema yo los escuchaba, ellos sabían que yo estaba allí y que en cualquier momento argumentaría en contra de aquel matrimonio arreglado.
Estaba por alzar la voz, cuando un criado anuncio la llegada del famoso jeque árabe, quien venía a verme. Le entrego a mis padres dos cajas con una nota, la cual no leí, pero si vi el contenido de la caja, unos pendientes de oro con esmeraldas y collar y anillo a juegos, y además una tobillera. En la otra caja, un traje de odalisca, verde claro, hecho a mi medida. La expresión de Acheron no cambio, pero si pude suponer que no se encontraba muy conforme al ver aquellos presentes, celos paternales. Mi madre, por su parte no sabía si sentirse alagada por los regalos que me habían enviado u ofendida. Situación que zanjé con una frase muy sencilla que sería la deshonra para él.
- Díganle al Jeque, que la Princesa perdió su pureza con un licántropo - dicho esto salí de la habitación ofendida, ningún hombre me compraría con obsequios costosos, menos aquel, que parecía tener mujeres para coleccionar y menos me convertiría en una mas de la colección. Minutos después regresé ante mis padres cambiando de opinión - Madre, responde la nota e infórmale que dentro de una hora nos reuniéremos en los invernaderos - ciertamente, pensaba decirle aquello en persona, pues sabía que mi padre no me expondría a una deshonra así.
Ciertamente aquel encuentro se me olvido, me quede junto a Marianne revisando unos bocetos, cuando Apostolos entro a mi cuarto sin avisar, alegando que el Jeque estaba furioso, y que si no accedía a aquella boda, el que se tendría casar para formar la alianza era el mismo. Tarde me advirtió, pues la hora del encuentro había pasado, una lastima, me quede con las ganas de decirle un par de cosas en su cara.
Seis meses atrás.
Me encontraba en la biblioteca del Palazzio Imperial, leyendo y estudiando sobre los reinos vecinos, cuando mis padres ingresaron a la habitación, en lo que aprecia ser una discusión sobre la alianza con España, que se concretaría con el matrimonio de Apostolos con Marianne, a fin de cuentas ambos habían consentido al boda. Pero cada vez que se trataba de mí, yo huía del tema, no me interesaba contraer matrimonio con un desconocido y menos que cuartasen mi libertad. Mientras ellos hablaban del tema yo los escuchaba, ellos sabían que yo estaba allí y que en cualquier momento argumentaría en contra de aquel matrimonio arreglado.
Estaba por alzar la voz, cuando un criado anuncio la llegada del famoso jeque árabe, quien venía a verme. Le entrego a mis padres dos cajas con una nota, la cual no leí, pero si vi el contenido de la caja, unos pendientes de oro con esmeraldas y collar y anillo a juegos, y además una tobillera. En la otra caja, un traje de odalisca, verde claro, hecho a mi medida. La expresión de Acheron no cambio, pero si pude suponer que no se encontraba muy conforme al ver aquellos presentes, celos paternales. Mi madre, por su parte no sabía si sentirse alagada por los regalos que me habían enviado u ofendida. Situación que zanjé con una frase muy sencilla que sería la deshonra para él.
- Díganle al Jeque, que la Princesa perdió su pureza con un licántropo - dicho esto salí de la habitación ofendida, ningún hombre me compraría con obsequios costosos, menos aquel, que parecía tener mujeres para coleccionar y menos me convertiría en una mas de la colección. Minutos después regresé ante mis padres cambiando de opinión - Madre, responde la nota e infórmale que dentro de una hora nos reuniéremos en los invernaderos - ciertamente, pensaba decirle aquello en persona, pues sabía que mi padre no me expondría a una deshonra así.
Ciertamente aquel encuentro se me olvido, me quede junto a Marianne revisando unos bocetos, cuando Apostolos entro a mi cuarto sin avisar, alegando que el Jeque estaba furioso, y que si no accedía a aquella boda, el que se tendría casar para formar la alianza era el mismo. Tarde me advirtió, pues la hora del encuentro había pasado, una lastima, me quede con las ganas de decirle un par de cosas en su cara.
- Princesa Di Alessandro- un voz femenina me llamaba, entre abrí los ojos y vi a una mujer de largo cabello negro, que caía sobre uno de sus hombros - Princesa, resista-
- Juno- susurré el nombre de la reina de las Diosas - Que halago que seas tú quien viene por mí, protege a mi pueblo- pedí casi en un hilo de voz, segura que mi momento había llegado.
- Esta delirando- hablo la mujer en un idioma desconocido - Sidi Al´Ramiz, es urgente darle el contraveneno y sanar es herida o morirá- de aquel idioma solo entendí una palabra, Al’Ramiz, todo era una conspiración de su parte. Nuevamente caí inconsciente
Paris, Francia
Tres meses atrás.
Marianne mi compañera fiel se encontraba bebiendo una taza de café conmigo en el centro de aquella ciudad cargada de diversión, cuando un conjunto de odaliscas aparecieron en el café, bailando alrededor de ambas, acaparando la atención de los presentes. Marianne reía a carcajadas y yo buscaba un sitio donde esconderme. Si ese era el modo del jeque de conquistar a una dama, estaba equivocado de cultura y de mujer, pues en mi no producía nada ver a mujeres semidesnudas moverse sensualmente.
Indognada deje unos francos sobre la mesa y salí del lugar, intentando alejarme de aquella aparente demostración de respeto Pero cuando estaba en la calle un hombre con túnica, me tomo del brazo y dejo una nota en mis manos, para luego susurrar -Serás de Al’Ramiz, aunque sea por la fuerza- solo pude ver unos ojos rojos brillantes y percibir el gélido aliento de sus palabras. Aquel jeque estaba dispuesto a todo y la había visto como un trofeo.
Tres meses atrás.
Marianne mi compañera fiel se encontraba bebiendo una taza de café conmigo en el centro de aquella ciudad cargada de diversión, cuando un conjunto de odaliscas aparecieron en el café, bailando alrededor de ambas, acaparando la atención de los presentes. Marianne reía a carcajadas y yo buscaba un sitio donde esconderme. Si ese era el modo del jeque de conquistar a una dama, estaba equivocado de cultura y de mujer, pues en mi no producía nada ver a mujeres semidesnudas moverse sensualmente.
Indognada deje unos francos sobre la mesa y salí del lugar, intentando alejarme de aquella aparente demostración de respeto Pero cuando estaba en la calle un hombre con túnica, me tomo del brazo y dejo una nota en mis manos, para luego susurrar -Serás de Al’Ramiz, aunque sea por la fuerza- solo pude ver unos ojos rojos brillantes y percibir el gélido aliento de sus palabras. Aquel jeque estaba dispuesto a todo y la había visto como un trofeo.
Última edición por Katra Di Alessandro el Sáb Nov 12, 2011 4:45 pm, editado 1 vez
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
No hay tiempo que perder, el camino se bifurca y el jeque detiene su montura, mirando a uno y otro lado, maldiciendo en mil idiomas habidos y por haber. Su caballo se muestra inquieto y relincha, sosteniendo todo el cuerpo en sus dos patas traseras, alzándose, rasgando el aire una y otra vez, mientras su jinete se mantiene sobre él sin el menor esfuerzo, conocedor de los caballos árabes y de su fogosidad que se podía comparar a la del mismísimo Creador.
La mirada aleonada recorre inquieta el lugar, mientras que el córcel da pequeños círculos de impaciencia, esperando la orden para avanzar al galope, es inquieto, porque siente el nerviosismo de su señor, se le contagia y le hace cocear una vez, relinchar y volver a dar vueltas en círculo, ahora del otro lado. Los sarracenos llegan hasta él y uno de ellos baja con prontitud de su caballo y analiza el camino, primero a dirección norponiente y luego a nororiente.
El caballo del jeque se abalanza antes de que el sarraceno diga nada, Kareef le lee la mente y avanza en dirección nororiente, con una velocidad más que impresionante, hasta que la mirada llega a la diligencia. En algún momento se detuvieron y hay algunos cuerpos en el piso. Mala señal, significa que hubo quienes se opusieron a la traición y los liquidaron.
A la luz de la luna, un brillo se alza sobre la mano bronceada, es un fulgor esmeralda, producto de la cimitarra a la cintura que desenfunda. No le esperan, lo cual le da gran ventaja, pero sin embargo, le oyen llegar y se preparan para combatir. El caballo no teme, está acostumbrado a esta clase de nimiedades, por lo que embiste sin dudar a los que se han puesto en guardia y Kareef lanza un grito de guerra a Alá, una plegaria en todo lo alto para pedirle su bendición y sin desmontar, su cimitarra crea círculos de verdor y sangre.
La tierra se mancha con los cuerpos de los traidores, al tiempo que un árabe da justicia por su propia mano y tras él, los sarracenos llegan a proteger a su señor. Las flechas vuelan y algunos caen de sus monturas, otros simplemente las ignoran, pero la tierra se llena de un olor a putrefacción y sanguinolentes miembros que son depositados de forma salvaje sobre su superficie. Cuerpos destrozados sin piedad, gritos en la oscuridad y al paso del tiempo, otros sin vida caen sobre los vivos, devorando sus cuellos y bebiendo en una orgía de sangre y terror.
Un grito de victoria se eleva en honor a Alá, otro surca el bosque con una sola instrucción: que nadie escape con vida. Los sarracenos se dispersan y con velocidad propia de sus cuerpos no vivos, buscan a sus presas para ahogarlas en un abismo de desesperación y un sentimiento de pérdida. Es una masacre, humanos contra vampiros fieramente entrenados, acostumbrados al fulgor de la batalla que por siglos les ha mantenido juntos, pobres hombres que caen uno tras otro, abatidos por la fuerza y la fiereza de sus contrincantes.
Kareef encuentra a la odalisca y tras un intercambio de palabras, buscan con ahínco a la joven princesa. No pueden perder tiempo, aullidos se oyen a la distancia y los guerreros que se habían dispersado, regresan para hacer un perímetro de guardia. Los árboles son sus protectores y al mismo tiempo sus traidores, no hay nada que pueda hacerse si los lobos detectan sus aromas y con la sangre que hay en el lugar, eso no tardará en suceder.
El Jeque no tiene tiempo que perder, con la odalisca se preocupan por buscar a Sayyidat Di Alessandro, hasta que ella da la voz. El árabe suspira de alivio, en parte porque por lo que oye, esa yegua del infierno está bien y por otro lado, porque con ella en su poder, pueden irse con rapidez de ahí y los lobos no podrán emboscarlos. Se acerca con prontitud y su alegría se esfuma al verla, parece demasiado pálida y tras las palabras de su odalisca, gruñe de odio y frustración.
Envenenada, sin duda alguna por los alimentos. La mujer investiga mientras él se preocupa por revisar a la princesa, gruñe cuando sabe que tiene heridas de gravedad, que inmediatamente son atendidas por la odalisca, cortando las hemorragias. Sabe que si pronto no está en un lugar seguro, puede morir, así que cierra sus fosas nasales al olor de la vitae, obligándose a concentrarse y no perderse en su dulce olor y se alista para llevarla consigo. Los aullidos se oyen aún más cerca y Kareef sabe que llegó el momento de irse de una vez por todas. Tras que la odalisca hace beber a la romana de una cantimplora y le hace masticar unas hierbas, el Jeque sube a la joven en su montura, cuidando sus heridas y se prepara para salir a todo galope de ahí.
Que los lobos se hagan cargo del resto de los cuerpos, que los consuman y devoren hasta que no quede nada sobre la faz de la tierra, pero sobre todo...
Que no los persigan.
Quiera Alá protegerlos y nublar la visión y el olfato de esos perros.
El Jeque cubre con su túnica el cuerpo de la pequeña niña, a pesar de sus 21 años, para él aún es una niña. Revisa con una mirada rápida a sus sarracenos, sólo uno tiene heridas de gravedad y tras la sangre que ha consumido, no tardará en regenerarse. Bien, aún son nueve hombres para proteger a dos mujeres, aunque sabe bien que la odalisca no necesita que le cuiden, ha sido entrenada por el Destructor, por lo que rehace la cuenta, diez personas para proteger a Sayyidat Di Alessandro.
El caballo relincha inquieto y cocea un poco, obligando a su jinete a sujetar mejor a la mujer que tiene entre los brazos. El córcel presiente el peligro, oye los gruñidos al mismo tiempo que el Creador lo arrea y avanzan a toda velocidad. Los sarracenos cambian esta vez de posición, dejando a la odalisca tras su señor y rodeando a ambos, para ser la primera defensa en caso de ataque, algo para lo que están entrenados. Morir ellos antes que el Jeque, el padre de su pueblo.
El destino se fijó antes de que ellos empezaran la misión. Atravesar los Pirineos, aunque para ello aún faltan dos días de camino. Los caballos deben ser cambiados en el siguiente punto de encuentro, a no más de 3 horas a galope de ahí. El Jeque sabe que las monturas están cansadas, pero no llegar ahí, significa la muerte segura para todos. La odalisca no podrá proteger a la Princesa y ésta morirá sin cuidados adecuados. Sería tan fácil no mirar atrás y ver al futuro, pero antes de ello, tiene una obligación para su pueblo y para sí mismo.
No puede dejar que la yegua muera, no sin antes arreglar cuentas con ella. Es ese pensamiento el que logra el propósito de continuar y avanzar hasta el siguiente puerto seguro. Los lobos se oyen cada vez más cerca y seguramente en algún punto les encontrarán y atacarán. Mientras tanto, la comitiva tiene la oportunidad de llegar sana y salva. Tres horas después, Kareef da gracias a Alá a solas en su habitación y tras haberse lavado el cuerpo, desterrando cualquier olor de vitae, se permite respirar de nuevo. No sólo han llegado a tiempo, si no que están seguros de que no serán atacados y no hay señales de los lobos, al menos es lo que a primera vista parece. No debe confiarse, seguramente al ver la inminente salida del sol y la pérdida del poder de la luna llena, decidieron replegarse al ver disminuídas sus fuerzas.
Se decía que los hombres lobo avanzaban por el instinto, pero en más de una ocasión Kareef vió lo equivocados que están esos rumores. Hay ciertas manadas que mantienen unos lazos tan profundos, que pueden actuar juntos y causar muchos estragos. Aún rezando, el Creador ruega porque a la siguiente noche puedan llegar al siguiente punto de encuentro aún a salvo y que todos sus sarracenos le acompañen.
Mientras tanto, en otra habitación, Sayyidat Di Alessandro es atendida por la odalisca, quien le proporciona bebida y sustento para que el veneno desaparezca de sus venas con rapidez y atiende sus heridas con premura y perfección. Sabe que esa mujer es un estorbo para la comitiva, a pesar de que Sidi Al'Ramiz diga y persista en la orden de ponerla a salvo, de indicar que es su prioridad. Conoce demasiado a los hombres y ni siquiera el gran Jeque de Jeques puede cambiar su ideología.
El Jeque tiene una fijación con esa mujer tan extraña, voluntariosa y rebelde. Algo lo obliga a cuidarla como se hace con una esposa, a protegerla y perseguirla como se hace con un hermoso ejemplar femenino, en los preliminares de la conquista. ¿Sería acaso que Alá ha oído las súplicas del pueblo de Alejandría y por fin ponía en el camino del Creador una mujer a la cual amar tanto como a la Primera Esposa?
¿Sería Alá tan benévolo de hacerles el milagro?
La mirada aleonada recorre inquieta el lugar, mientras que el córcel da pequeños círculos de impaciencia, esperando la orden para avanzar al galope, es inquieto, porque siente el nerviosismo de su señor, se le contagia y le hace cocear una vez, relinchar y volver a dar vueltas en círculo, ahora del otro lado. Los sarracenos llegan hasta él y uno de ellos baja con prontitud de su caballo y analiza el camino, primero a dirección norponiente y luego a nororiente.
El caballo del jeque se abalanza antes de que el sarraceno diga nada, Kareef le lee la mente y avanza en dirección nororiente, con una velocidad más que impresionante, hasta que la mirada llega a la diligencia. En algún momento se detuvieron y hay algunos cuerpos en el piso. Mala señal, significa que hubo quienes se opusieron a la traición y los liquidaron.
A la luz de la luna, un brillo se alza sobre la mano bronceada, es un fulgor esmeralda, producto de la cimitarra a la cintura que desenfunda. No le esperan, lo cual le da gran ventaja, pero sin embargo, le oyen llegar y se preparan para combatir. El caballo no teme, está acostumbrado a esta clase de nimiedades, por lo que embiste sin dudar a los que se han puesto en guardia y Kareef lanza un grito de guerra a Alá, una plegaria en todo lo alto para pedirle su bendición y sin desmontar, su cimitarra crea círculos de verdor y sangre.
La tierra se mancha con los cuerpos de los traidores, al tiempo que un árabe da justicia por su propia mano y tras él, los sarracenos llegan a proteger a su señor. Las flechas vuelan y algunos caen de sus monturas, otros simplemente las ignoran, pero la tierra se llena de un olor a putrefacción y sanguinolentes miembros que son depositados de forma salvaje sobre su superficie. Cuerpos destrozados sin piedad, gritos en la oscuridad y al paso del tiempo, otros sin vida caen sobre los vivos, devorando sus cuellos y bebiendo en una orgía de sangre y terror.
Un grito de victoria se eleva en honor a Alá, otro surca el bosque con una sola instrucción: que nadie escape con vida. Los sarracenos se dispersan y con velocidad propia de sus cuerpos no vivos, buscan a sus presas para ahogarlas en un abismo de desesperación y un sentimiento de pérdida. Es una masacre, humanos contra vampiros fieramente entrenados, acostumbrados al fulgor de la batalla que por siglos les ha mantenido juntos, pobres hombres que caen uno tras otro, abatidos por la fuerza y la fiereza de sus contrincantes.
Kareef encuentra a la odalisca y tras un intercambio de palabras, buscan con ahínco a la joven princesa. No pueden perder tiempo, aullidos se oyen a la distancia y los guerreros que se habían dispersado, regresan para hacer un perímetro de guardia. Los árboles son sus protectores y al mismo tiempo sus traidores, no hay nada que pueda hacerse si los lobos detectan sus aromas y con la sangre que hay en el lugar, eso no tardará en suceder.
El Jeque no tiene tiempo que perder, con la odalisca se preocupan por buscar a Sayyidat Di Alessandro, hasta que ella da la voz. El árabe suspira de alivio, en parte porque por lo que oye, esa yegua del infierno está bien y por otro lado, porque con ella en su poder, pueden irse con rapidez de ahí y los lobos no podrán emboscarlos. Se acerca con prontitud y su alegría se esfuma al verla, parece demasiado pálida y tras las palabras de su odalisca, gruñe de odio y frustración.
Envenenada, sin duda alguna por los alimentos. La mujer investiga mientras él se preocupa por revisar a la princesa, gruñe cuando sabe que tiene heridas de gravedad, que inmediatamente son atendidas por la odalisca, cortando las hemorragias. Sabe que si pronto no está en un lugar seguro, puede morir, así que cierra sus fosas nasales al olor de la vitae, obligándose a concentrarse y no perderse en su dulce olor y se alista para llevarla consigo. Los aullidos se oyen aún más cerca y Kareef sabe que llegó el momento de irse de una vez por todas. Tras que la odalisca hace beber a la romana de una cantimplora y le hace masticar unas hierbas, el Jeque sube a la joven en su montura, cuidando sus heridas y se prepara para salir a todo galope de ahí.
Que los lobos se hagan cargo del resto de los cuerpos, que los consuman y devoren hasta que no quede nada sobre la faz de la tierra, pero sobre todo...
Que no los persigan.
Quiera Alá protegerlos y nublar la visión y el olfato de esos perros.
El Jeque cubre con su túnica el cuerpo de la pequeña niña, a pesar de sus 21 años, para él aún es una niña. Revisa con una mirada rápida a sus sarracenos, sólo uno tiene heridas de gravedad y tras la sangre que ha consumido, no tardará en regenerarse. Bien, aún son nueve hombres para proteger a dos mujeres, aunque sabe bien que la odalisca no necesita que le cuiden, ha sido entrenada por el Destructor, por lo que rehace la cuenta, diez personas para proteger a Sayyidat Di Alessandro.
El caballo relincha inquieto y cocea un poco, obligando a su jinete a sujetar mejor a la mujer que tiene entre los brazos. El córcel presiente el peligro, oye los gruñidos al mismo tiempo que el Creador lo arrea y avanzan a toda velocidad. Los sarracenos cambian esta vez de posición, dejando a la odalisca tras su señor y rodeando a ambos, para ser la primera defensa en caso de ataque, algo para lo que están entrenados. Morir ellos antes que el Jeque, el padre de su pueblo.
El destino se fijó antes de que ellos empezaran la misión. Atravesar los Pirineos, aunque para ello aún faltan dos días de camino. Los caballos deben ser cambiados en el siguiente punto de encuentro, a no más de 3 horas a galope de ahí. El Jeque sabe que las monturas están cansadas, pero no llegar ahí, significa la muerte segura para todos. La odalisca no podrá proteger a la Princesa y ésta morirá sin cuidados adecuados. Sería tan fácil no mirar atrás y ver al futuro, pero antes de ello, tiene una obligación para su pueblo y para sí mismo.
No puede dejar que la yegua muera, no sin antes arreglar cuentas con ella. Es ese pensamiento el que logra el propósito de continuar y avanzar hasta el siguiente puerto seguro. Los lobos se oyen cada vez más cerca y seguramente en algún punto les encontrarán y atacarán. Mientras tanto, la comitiva tiene la oportunidad de llegar sana y salva. Tres horas después, Kareef da gracias a Alá a solas en su habitación y tras haberse lavado el cuerpo, desterrando cualquier olor de vitae, se permite respirar de nuevo. No sólo han llegado a tiempo, si no que están seguros de que no serán atacados y no hay señales de los lobos, al menos es lo que a primera vista parece. No debe confiarse, seguramente al ver la inminente salida del sol y la pérdida del poder de la luna llena, decidieron replegarse al ver disminuídas sus fuerzas.
Se decía que los hombres lobo avanzaban por el instinto, pero en más de una ocasión Kareef vió lo equivocados que están esos rumores. Hay ciertas manadas que mantienen unos lazos tan profundos, que pueden actuar juntos y causar muchos estragos. Aún rezando, el Creador ruega porque a la siguiente noche puedan llegar al siguiente punto de encuentro aún a salvo y que todos sus sarracenos le acompañen.
Mientras tanto, en otra habitación, Sayyidat Di Alessandro es atendida por la odalisca, quien le proporciona bebida y sustento para que el veneno desaparezca de sus venas con rapidez y atiende sus heridas con premura y perfección. Sabe que esa mujer es un estorbo para la comitiva, a pesar de que Sidi Al'Ramiz diga y persista en la orden de ponerla a salvo, de indicar que es su prioridad. Conoce demasiado a los hombres y ni siquiera el gran Jeque de Jeques puede cambiar su ideología.
El Jeque tiene una fijación con esa mujer tan extraña, voluntariosa y rebelde. Algo lo obliga a cuidarla como se hace con una esposa, a protegerla y perseguirla como se hace con un hermoso ejemplar femenino, en los preliminares de la conquista. ¿Sería acaso que Alá ha oído las súplicas del pueblo de Alejandría y por fin ponía en el camino del Creador una mujer a la cual amar tanto como a la Primera Esposa?
¿Sería Alá tan benévolo de hacerles el milagro?
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
No sé por cuánto tiempo perdí el conocimiento, pero cuando lo recobré solo escuchaba el ruido del galope de los caballos y el viento golpeando mi rostro. El frío calando mis huesos, mi sangre dejando de fluir con normalidad, mi cuerpo temblando incapaz de moverme a voluntad, mis parpados pesados y poco a poco perder los pocos atisbos de conciencia que pudiesen quedar. Lo único que aun podía sentir, era él cálido y húmedo contacto de mi vestido manchado con sangre, solo esperaba que la muerte llegase hasta mi. Cualquier cosa era mejor que caer prisionera de aquel jeque, aquel ser posesivo y obsesivo que estaba dispuesto a todo por llevarme a su lecho y unir su pueblo al mío - Maldito- gemí, siendo consciente que alguien me llevaba en brazos, pero sin tener seguridad de quien se trataba. Un fuerte punzada en mi abdomen, y luego sentí mi cabeza estallar en un dolor que se llevo el ultimo rastro de conciencia.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero el ajetreo a mi alrededor solo era señal de una cosa, seguía con vida - Maldita daga, maldito veneno- reclamé para mis adentros, molesta por no haber tenido la fuerza suficiente para quitarme la vida, furiosa por estar en aquella situación, al borde de entregar mi pueblo, el Imperio que tanto le costó a mis ancestros construir, entregarme ahora a una unión forzada con un hombre por el que no sentía nada más que aberración, en especial por los limites que era capaz de alcanzar como secuestrarme.
Todo a mí alrededor era un caso, podía percibir el malestar de ellos por tener que atenderme, y el empeño de la mujer por sacar de mí el veneno. En mi vientre, una leve tirantes, seguramente por la herida, seña que era superficial y que ya se habían encargado de ella - Infelices curanderos árabes- bufé, mientras me removía inquieta, posibilidad de huir ninguna, ya estaba entre ellos, si deseaba huir tendría que esperar un momento de descuido, me las valdría con una espada apenas me librase de aquel veneno.
Sentí los brazos de una mujer inclinarme hacia adelante y pronunciar unas palabras desconocidas mientras acercaba un vaso a mis labios, pude notar lo sedienta que estaba y la urgencia de beber algún liquido, por eso no me negué a beber lo que me ofrecía. Asqueroso, ese era el sabor, así que rápidamente devolví el líquido y abrí los ojos furiosa - ¡Qué Asco! ¿No les basta con emboscarme, envenenarme y ahora secuestrarme?- bufe incorporando, ignorando el dolor y el vértigo que tenía, empuja do a un lado a odalisca - Exijo agua, agua limpia o vino, pero no esa asquerosidad que me acabas de dar- Fulminé a todos con la mirada, olvidando que no eran mis sirvientes, que no entendían mi idioma y que no tenía obligación de servirme.
Todos se quedar impávidos por mi reacción, era cierto que la mujer a mi cargo era buena, pero al parecer ellos no esperaban que una humana se recobrase tan pronto del veneno que horas atrás me había paralizado. Lo cierto era que aun me temblaba las piernas, la visión se me nublaba y la herida de la daga me dolía, pero era orgullosa como una bestia y no me dejaría ver abatida, menos ante el enemigo- Tu, si que esta junto a esa puerta. Ve donde tu amo y tráelo ante mí, y TODOS salgan de aquí- ordene con voz firme, imponiendo mis reglas en territorio hostil. Pero como esperaba, no obedecieron a todas mis órdenes, simplemente un guardia salió del cuarto. Pero la odalisca insistió en que bebiese aquel brebaje asqueroso.
- ¿Eres sorda? Quiero agua, no tus brebajes que parecen salidos del intestino de un animal- me quejé, furiosa, mientras a trastabillones recorría el lugar, una verdadera pocilga carente de lujos y cualquier cosa que se pudiese esperar para la realeza, realmente aquello parecía una prisión y yo la condenada a muerte, pero no me dejaría abatir y saldría de allí. Con dificultad llegue hasta una mesilla donde había un balde con agua, me sentía sedienta y aturdida, a falta de vaso, con ambas manos lleve agua a mis labios secos y bebí, para luego lavar mi rostro y despejarme, necesitaba pensar con claridad y encontrar una solución a tan escabrosa situación.
Sentí a mis espaldas unas pisadas masculinas y a todos los presentes salir de la habitación en el acto, para luego la puerta cerrarse de golpe. Volteé, con furia aflorando en mí y tome una espada que se encontraba, afortunadamente cerca de mí y lo amenace con ella, poniéndome en posición de ataque, dispuesta a acorralarlo, aunque fuese inútil por tratarse de un vampiro, pero mi orgullo debía defenderse - ¡Al’Ramiz! Altanero, obstinado y ambicioso ¿Con que derecho me traes hasta aqui- comencé con mi serie de recriminaciones mientras acortaba la distancia entre ambos y el filo de mi espada rozaba su cuello - dampnare infelicis miserum- insulte en latin al tiempo que la sangre volvía a brotar de mi herida - ¿Qué esperas conseguir? Mis protectores mataran antes que consigas tu maldita alianza l bramé con fuego en la mirada acorralándolo contra uno de los muros desea pocilga que se hacía llamar refugio.
- Cobarde, que no acepta una negación y envenena a sus trofeos matrimóniales para secuestrarloslreproche sin dejar de sostener la espada, pero notoriamente més débil que al comienzo
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero el ajetreo a mi alrededor solo era señal de una cosa, seguía con vida - Maldita daga, maldito veneno- reclamé para mis adentros, molesta por no haber tenido la fuerza suficiente para quitarme la vida, furiosa por estar en aquella situación, al borde de entregar mi pueblo, el Imperio que tanto le costó a mis ancestros construir, entregarme ahora a una unión forzada con un hombre por el que no sentía nada más que aberración, en especial por los limites que era capaz de alcanzar como secuestrarme.
Todo a mí alrededor era un caso, podía percibir el malestar de ellos por tener que atenderme, y el empeño de la mujer por sacar de mí el veneno. En mi vientre, una leve tirantes, seguramente por la herida, seña que era superficial y que ya se habían encargado de ella - Infelices curanderos árabes- bufé, mientras me removía inquieta, posibilidad de huir ninguna, ya estaba entre ellos, si deseaba huir tendría que esperar un momento de descuido, me las valdría con una espada apenas me librase de aquel veneno.
Sentí los brazos de una mujer inclinarme hacia adelante y pronunciar unas palabras desconocidas mientras acercaba un vaso a mis labios, pude notar lo sedienta que estaba y la urgencia de beber algún liquido, por eso no me negué a beber lo que me ofrecía. Asqueroso, ese era el sabor, así que rápidamente devolví el líquido y abrí los ojos furiosa - ¡Qué Asco! ¿No les basta con emboscarme, envenenarme y ahora secuestrarme?- bufe incorporando, ignorando el dolor y el vértigo que tenía, empuja do a un lado a odalisca - Exijo agua, agua limpia o vino, pero no esa asquerosidad que me acabas de dar- Fulminé a todos con la mirada, olvidando que no eran mis sirvientes, que no entendían mi idioma y que no tenía obligación de servirme.
Todos se quedar impávidos por mi reacción, era cierto que la mujer a mi cargo era buena, pero al parecer ellos no esperaban que una humana se recobrase tan pronto del veneno que horas atrás me había paralizado. Lo cierto era que aun me temblaba las piernas, la visión se me nublaba y la herida de la daga me dolía, pero era orgullosa como una bestia y no me dejaría ver abatida, menos ante el enemigo- Tu, si que esta junto a esa puerta. Ve donde tu amo y tráelo ante mí, y TODOS salgan de aquí- ordene con voz firme, imponiendo mis reglas en territorio hostil. Pero como esperaba, no obedecieron a todas mis órdenes, simplemente un guardia salió del cuarto. Pero la odalisca insistió en que bebiese aquel brebaje asqueroso.
- ¿Eres sorda? Quiero agua, no tus brebajes que parecen salidos del intestino de un animal- me quejé, furiosa, mientras a trastabillones recorría el lugar, una verdadera pocilga carente de lujos y cualquier cosa que se pudiese esperar para la realeza, realmente aquello parecía una prisión y yo la condenada a muerte, pero no me dejaría abatir y saldría de allí. Con dificultad llegue hasta una mesilla donde había un balde con agua, me sentía sedienta y aturdida, a falta de vaso, con ambas manos lleve agua a mis labios secos y bebí, para luego lavar mi rostro y despejarme, necesitaba pensar con claridad y encontrar una solución a tan escabrosa situación.
Sentí a mis espaldas unas pisadas masculinas y a todos los presentes salir de la habitación en el acto, para luego la puerta cerrarse de golpe. Volteé, con furia aflorando en mí y tome una espada que se encontraba, afortunadamente cerca de mí y lo amenace con ella, poniéndome en posición de ataque, dispuesta a acorralarlo, aunque fuese inútil por tratarse de un vampiro, pero mi orgullo debía defenderse - ¡Al’Ramiz! Altanero, obstinado y ambicioso ¿Con que derecho me traes hasta aqui- comencé con mi serie de recriminaciones mientras acortaba la distancia entre ambos y el filo de mi espada rozaba su cuello - dampnare infelicis miserum- insulte en latin al tiempo que la sangre volvía a brotar de mi herida - ¿Qué esperas conseguir? Mis protectores mataran antes que consigas tu maldita alianza l bramé con fuego en la mirada acorralándolo contra uno de los muros desea pocilga que se hacía llamar refugio.
- Cobarde, que no acepta una negación y envenena a sus trofeos matrimóniales para secuestrarloslreproche sin dejar de sostener la espada, pero notoriamente més débil que al comienzo
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Los rezos continuaban en la habitación, en total silencio mientras que los sarracenos se preparaban para la siguiente noche, ocultos en un lugar que era considerado inapropiado para su señor, pero que a finales de cuentas cumplía con la misión básica: tenerlo a salvo. No hay sol que entre por ninguna ventana, todas firmemente tapiadas, los soldados cuidan todas las entradas y salidas, procurando siempre mirar afuera para saber lo que les espera.
Es una prisión inexpugnable y Kareef aspira profundamente para mantener la relajación cuando oye la voz de esa yegua que le empieza a romper la serenidad. Abre los ojos tras un episodio de palabras y regaños que él no está dispuesto a permitir. Quizá en el Sacro Imperio Romano fuera diferente, pero él ama a su pueblo y como tal, le cuida y le protege, así pues, Sayyidat Di Alessandro no va a vejar a las personas que ni él mismo se permite insultar.
Deberá aprender modales y sobre todo, respetar a sus congéneres. Sus pasos son firmes, no trae puesta la camisa y su pecho firme está perfectamente visible, cada músculo se muestra al tiempo que él camina, con los pantalones puestos y los pies descalzos, aunque extraña su palacio, la superficie pulida que es tan deliciosa al tacto, pero sus ropas están lavándose y normalmente le gusta quitarse las botas y caminar un poco para "conectarse" con su yo interno.
Abre la puerta de la recámara de la joven y de inmediato los sarracenos que ayudaban a la odalisca, salen con ella, dejando a su Jeque a solas con la leona que ahora mismo está lamiéndose las heridas y ruge por sentirse ofendida y traicionada. Kareef la observa atentamente, es hermosa, sus cabellos rubios, sus ojos claros, tan raros en su país, pero no por ello dejan de ser subyugantes y atractivos.
Cada improperio, mala palabra que sale por la boca de la joven, es aceptada por Kareef, quien observa su estado físico, el cual es preocupante, llegando incluso a pensar si no será buena idea mantenerse en el lugar hasta que ella tenga un mejor color. Siente el filo de la espada, pero no es algo que le preocupe, no ve una gran amenaza en ella, en ese estado tan lamentable.
Con un movimiento muy rápido, la desarma y la toma entre sus brazos, para llevarla a la cama y, en total silencio, él mismo atiende sus heridas las que se han abierto y las anteriores, asegurándose de que esté mejor.
- Si quisiera su mal, no estaría viva, Sayyidat Di Alessandro, no soy un hombre que busque lastimar para obtener lo que quiero, mejor pregúnteselo al Magistrado que desdeñó hace unos meses, al que dejó en ridículo ante los demás - pasa una tela por la herida y manda llamar a la odalisca, para que vuelva a atenderla - no soy como los hombres que está acostumbrada a tratar, aunque me haya dejado en la misma categoría - se pone en pie - vuelve a atenderla, tendremos que partir al anochecer, los hombres lobo aún tienen dos lunas llena más y me preocupa mucho.
Mira a la joven y hace una reverencia para salir del lugar en total silencio, directo a lavarse el cuerpo y todo aquéllo que oliera a su deliciosa sangre. La garganta le duele del esfuerzo que significa estar a su lado con las heridas abiertas. Alza la cara hacia el techo y traga saliva con dificultad, para mirar al frente y dedicarse mejor a, con una espada, practicar contra un enemigo invisible, para no alterar más a la joven.
Las horas pasan y Kareef reúne a sus sarracenos para ver las estrategias que tomarán esa noche al salir, los licántropos pueden estar cerca, mucho más cerca, pero ellos al menos tienen la ventaja de un entrenamiento de siglos, que se conocen y saben moverse al unísono. Aunque la joven es un problema mayor por la cantidad de olores que despide, el Jeque les hace olvidar el inconveniente asegurándoles que él se hará cargo, que lo único que deben hacer es concentrarse en salir con vida, todos.
Tiene tanto tiempo con su equipo, que le dolería que alguno cayera en esta empresa. Son guerreros curtidos, elegidos entre muchos para cumplir con la obligación más importante: cuidar al Jeque Al'Ramiz y a cualquier mujer que quisiera estar con él.
Aunque la fiera que está en la habitación, parece que tiene un genio de los mil demonios y no está dispuesta a claudicar y estar al lado de su Jeque, es como una tormenta de arena, capaz de arrancar la piel si te quedas en su interior demasiado tiempo.
Igual de letal es.
Es una prisión inexpugnable y Kareef aspira profundamente para mantener la relajación cuando oye la voz de esa yegua que le empieza a romper la serenidad. Abre los ojos tras un episodio de palabras y regaños que él no está dispuesto a permitir. Quizá en el Sacro Imperio Romano fuera diferente, pero él ama a su pueblo y como tal, le cuida y le protege, así pues, Sayyidat Di Alessandro no va a vejar a las personas que ni él mismo se permite insultar.
Deberá aprender modales y sobre todo, respetar a sus congéneres. Sus pasos son firmes, no trae puesta la camisa y su pecho firme está perfectamente visible, cada músculo se muestra al tiempo que él camina, con los pantalones puestos y los pies descalzos, aunque extraña su palacio, la superficie pulida que es tan deliciosa al tacto, pero sus ropas están lavándose y normalmente le gusta quitarse las botas y caminar un poco para "conectarse" con su yo interno.
Abre la puerta de la recámara de la joven y de inmediato los sarracenos que ayudaban a la odalisca, salen con ella, dejando a su Jeque a solas con la leona que ahora mismo está lamiéndose las heridas y ruge por sentirse ofendida y traicionada. Kareef la observa atentamente, es hermosa, sus cabellos rubios, sus ojos claros, tan raros en su país, pero no por ello dejan de ser subyugantes y atractivos.
Cada improperio, mala palabra que sale por la boca de la joven, es aceptada por Kareef, quien observa su estado físico, el cual es preocupante, llegando incluso a pensar si no será buena idea mantenerse en el lugar hasta que ella tenga un mejor color. Siente el filo de la espada, pero no es algo que le preocupe, no ve una gran amenaza en ella, en ese estado tan lamentable.
Con un movimiento muy rápido, la desarma y la toma entre sus brazos, para llevarla a la cama y, en total silencio, él mismo atiende sus heridas las que se han abierto y las anteriores, asegurándose de que esté mejor.
- Si quisiera su mal, no estaría viva, Sayyidat Di Alessandro, no soy un hombre que busque lastimar para obtener lo que quiero, mejor pregúnteselo al Magistrado que desdeñó hace unos meses, al que dejó en ridículo ante los demás - pasa una tela por la herida y manda llamar a la odalisca, para que vuelva a atenderla - no soy como los hombres que está acostumbrada a tratar, aunque me haya dejado en la misma categoría - se pone en pie - vuelve a atenderla, tendremos que partir al anochecer, los hombres lobo aún tienen dos lunas llena más y me preocupa mucho.
Mira a la joven y hace una reverencia para salir del lugar en total silencio, directo a lavarse el cuerpo y todo aquéllo que oliera a su deliciosa sangre. La garganta le duele del esfuerzo que significa estar a su lado con las heridas abiertas. Alza la cara hacia el techo y traga saliva con dificultad, para mirar al frente y dedicarse mejor a, con una espada, practicar contra un enemigo invisible, para no alterar más a la joven.
Las horas pasan y Kareef reúne a sus sarracenos para ver las estrategias que tomarán esa noche al salir, los licántropos pueden estar cerca, mucho más cerca, pero ellos al menos tienen la ventaja de un entrenamiento de siglos, que se conocen y saben moverse al unísono. Aunque la joven es un problema mayor por la cantidad de olores que despide, el Jeque les hace olvidar el inconveniente asegurándoles que él se hará cargo, que lo único que deben hacer es concentrarse en salir con vida, todos.
Tiene tanto tiempo con su equipo, que le dolería que alguno cayera en esta empresa. Son guerreros curtidos, elegidos entre muchos para cumplir con la obligación más importante: cuidar al Jeque Al'Ramiz y a cualquier mujer que quisiera estar con él.
Aunque la fiera que está en la habitación, parece que tiene un genio de los mil demonios y no está dispuesta a claudicar y estar al lado de su Jeque, es como una tormenta de arena, capaz de arrancar la piel si te quedas en su interior demasiado tiempo.
Igual de letal es.
O quizá más.
Tras determinado tiempo, Kareef regresa a la habitación de la joven y la mira dormir, habla por lo bajo con la Odalisca y asiente al saber que la fiebre empieza a remitir, que el veneno fue combatido y eliminado de su organismo y que la herida por fin dejó de sangrar. Asiente complacido y se sienta al lado de la princesa, es hermosa, realmente bella y una mano acaricia suavemente su mejilla.
- Preciosa, Sayyidat Di Alessandro, una pena que sea tan arisca - niega y da órdenes a la odalisca.
Diez minutos después, aún dormida, Katra es subida a un caballo que el Jeque domina perfectamente, la arropa contra sí, ocultándola bajo su gran capa y empiezan la marcha a todo galope, su destino: el cruce final de los pirineos y con ello, dejar a la joven en casa.
En el Sacro Imperio Romano.
Tras determinado tiempo, Kareef regresa a la habitación de la joven y la mira dormir, habla por lo bajo con la Odalisca y asiente al saber que la fiebre empieza a remitir, que el veneno fue combatido y eliminado de su organismo y que la herida por fin dejó de sangrar. Asiente complacido y se sienta al lado de la princesa, es hermosa, realmente bella y una mano acaricia suavemente su mejilla.
- Preciosa, Sayyidat Di Alessandro, una pena que sea tan arisca - niega y da órdenes a la odalisca.
Diez minutos después, aún dormida, Katra es subida a un caballo que el Jeque domina perfectamente, la arropa contra sí, ocultándola bajo su gran capa y empiezan la marcha a todo galope, su destino: el cruce final de los pirineos y con ello, dejar a la joven en casa.
En el Sacro Imperio Romano.
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Ofuscada y alterada como me encontraba, mis reacciones eran de todo menos lógicas, por eso cuando tome el arma dispuesta a defenderme de de mi agresor, de mi secuestrador, del hombre que me había mandado a envenenar, no medí lo torpe de aquel acto. Se trataba no solo de un guerrero con miles de años de entrenamiento más que el mío, sino también de un vampiro, con reflejos y habilidades sobrehumanas, contra las cuales, las que ni siquiera estando en plenas facultades, podía combatir de igual a igual. Y así como si le quitase el dulce a un infante, como si quitase una espina a una rosa, me quito al espada y la dejo sepan los Dioses donde, pues con igual o mayor destreza me deposito en la cama. Mis palabras se las había llevado el viento, al igual que la torpeza de mis actos para librarme de aquel secuestrador.
Maldije mi suerte, al tiempo que rogaba las noticias llegase pronto a oídos del Sacro Imperio, y enviasen una comitiva a mi rescate. Pero mis pensamientos y mis anhelos distaban mucho de la realidad. En el imperio los Magistrados había iniciado una revuelta, alegando que la heredera, había traicionado a su pueblo y pactado en silencio alianza con sus más férreos enemigos. Pero de aquella nada sabía y no lo sabría hasta un buen tiempo más adelante, cuando finalmente pudiese volver a mi tierra.
Solo cuando estuve sobre la cama me percate de mi torpeza, mis heridas se habían abierto, y ahora era el mismo Jeque de Alejandría quien limpiaba mis heridas, con una delicadeza y un esmero poco esperados para un hombre como él. Escuche sus palabras de reproche mientras se preocupada de limpiar cada gota de sangre que brotaba de mi piel, su dedicación y delicadeza, simplemente me dejaron aturdida, junto a la lógica de sus palabras, si era cierto, quizás me hubiese apresurado en juzgarlo o ocurrido y en sentenciarlo culpable, quizás él, por voluntad de los Dioses estaba allí para salvarme. Tomé una de sus manos, o más la roce, atrayendo su mirada hacia la mía y finalmente en un hilo de voz hable - Aliquam, Al’Ramiz*- susurré, antes de caer dormida ante los cuidados de aquella odalisca.
Neuna fata, Neuna dono, Parca Maurtia dono …*
Destino incierto, destino infiel,
que deja en manos de sabias ancianas
los hilos de la vida de los mortales
Destino incierto, destino infiel,
que deja en manos de sabias ancianas
los hilos de la vida de los mortales
Inquietos sueños, velaban mi descanso o mi agonía en aquel lecho, donde las atenciones eran todas para mía, evitando que Maurtia cortase los hilos de mi vida y rogando a Neuna, que siguiese hilando mí destino. Pero mi destino había cambiado desde mucho antes que bebiese aquel veneno, desde antes que pusiese un pie en París, simplemente en aquella batalla se había reafirmado lo que Fata* había planeado desde antes de mi nacimiento, uniendo los hilos de mi vida con lo de aquel hombre cuyo rostro no dejaba de ver en sueños. Cabellos castaños y mirada aleonada, ojos fríos y carentes de sentimientos, pero que al verme denotaban la más sincera preocupación - Al’Ramiz- susurré inquieta en sueños, al percibir un aroma familiar, tan familiar como su rostro invadiendo mis descanso.
Sapiens et spinners crudelis fati …*
Caprichos y azar, armas letales
No más letales que él destino de dos almas perdidas
que se cruzan en la oscuridad de la noche
Caprichos y azar, armas letales
No más letales que él destino de dos almas perdidas
que se cruzan en la oscuridad de la noche
Me removí inquieta al otra que ya no era una cama mi refugio, sino el torso cubierto de seda del aquel hombre a quien me cuestionaba si agradecerle el que hubiere salvado mi vida, o renegar de su ayuda y alegar una conspiración. Pero más allá de mis dudas, cierto era que no deseaba salir de aquel refugio, tan cálido y gélido a la vez. Guardé silencio y simule dormir hasta que las conversaciones entre el Jeque y su guerrero de más alto mando me alertaron cual era nuestro destino el Sacro Imperio - Al Imperio no- pronuncie con voz clara y firme, incorporándome levemente para que mi mirada y la de él quedasen a tan poca distancia, que su aliento se fundía con mis palabras. Difícil resultaba explicar mi reacción, pero mi instinto, a veces demasiado impulsivo y arrebatado clamaba con fuerza, que en el Imperio solo encontraríamos caos y destrucción, pues si había osado envenenarme, harían hasta lo imposible por acallar las acusaciones de traición que se alzarían contra ellos, bajo la furia no solo de los Emperadores, sino también de hombre que había salvado mi vida.
Su aliento golpeo mi rostro aun antes que hablase y la luna ilumino sus facciones, un hombre hermoso y atractivo era el que me cobijaba. Un hombre con miles de años de experiencia y yo una niña mortal, a quien se empecinaba en proteger. Sus facciones duras y frías, su ceño fruncido denotaban preocupación y sus ojos, indescifrables, pero la luz de luna solo hacía que se viese más atractivo que cualquier hombre con quien antes me hubiese cruzado - Al’Ramiz, conozco a esos hombres, querrán guerra antes de reconocer su falta- mis últimas palabras eran serenas, pero con notas cargadas de apremio y suplica, que siguiese mis instintos.
Su aliento golpeo mi rostro aun antes que hablase y la luna ilumino sus facciones, un hombre hermoso y atractivo era el que me cobijaba. Un hombre con miles de años de experiencia y yo una niña mortal, a quien se empecinaba en proteger. Sus facciones duras y frías, su ceño fruncido denotaban preocupación y sus ojos, indescifrables, pero la luz de luna solo hacía que se viese más atractivo que cualquier hombre con quien antes me hubiese cruzado - Al’Ramiz, conozco a esos hombres, querrán guerra antes de reconocer su falta- mis últimas palabras eran serenas, pero con notas cargadas de apremio y suplica, que siguiese mis instintos.
*Gracias Al´Ramiz
*Neuna en el destino, el don de Neuna, cambio el don de Maurtina.
*Destino
*Sabias y Crueles hilanderas del destino
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Le es entregada la joven y la cubre con su capa, ve inquietos a sus sarracenos y su propia montura se mueve de un lado a otro, nerviosa. Kareef sabe que si no hace algo, todos terminarán saltando a la primera liebre que corra entre ellos, serán presa fácil y no puede permitirlo. Nunca lo hará.
- الهدوء، الله معنا ، وسيكون لدينا مشاكل على طول الطريق، ولكن أن تطمئن إلى أن الأول ، سيده ، سيحارب الى جانبه، ويمكن كتفا الى كتف واحد أي فوز. قادمة مع السلع ومرة واحدة في وجهتنا، فإننا سوف تضحك ونصلي الى الله لكونه جيدة جدا وتحمينا من الشر.
Su voz es fuerte y con ella, los sarracenos asienten y se preparan a iniciar el viaje. A un arreo de su montura, el Jeque sale a la cabeza y los demás le siguen, creando una barrera a su alrededor, la Odalisca va tras su señor, preocupada en todo momento, como la pequeña siga sangrando y los sarracenos pierdan demasiada sangre, sin duda alguna buscarán un consuelo y los hombres lobo no son la respuesta. Entonces... sólo quedan la Princesa y ella... conociendo al Jeque, será la propia Odalisca quien cumpla el santo mandato de alimentar a los guardianes de su señor Al'Ramiz. Acepta su sino, pero entonces ¿Quién cuidará de la joven?
Kareef espolea al caballo con intensidad, sujetando con un brazo a su preciada carga, recorriendo los bosques con rapidez, mirando inquieto la luz de la luna de vez en vez, los hombres lobo no han de estar tan lejos... eso le mantiene tenso en todo momento; afortunadamente sus caballos son árabes, prestos para el combate, por lo que ninguno de ellos se echará atrás en caso de ser precisa una pelea. Combatirán al lado de sus amos y crearán la primera destrucción con sus cascos y sus coceos.
Aspira un aire que no necesita y se reprende a sí mismo cuando sus fosas nasales perciben el dulce aroma de la vitae de Di Alessandro. Maldita yegua, pero sólo es una niña a quien nadie supo proteger correctamente. Los Emperadores seguramente estarán furiosos, pero si muere... su propia alianza se irá a los infiernos y eso es algo que jamás permitirá. Aunque una visión al rostro dulce de la joven dormida le hace pensar si realmente es lo que desea... Si fuera así, la alianza está más que asegurada con una de sus hijas y el Príncipe Apostolos...
El camino vuelve a bifurcarse y Kareef detiene a su montura, que relincha y da varias vueltas inquieto, bien dominado por su señor que sostiene con más cuidado a la joven, presionándola contra su pecho que huele a sándalo, cuero e incienso. Unas palabras con su rastreador y le asegura que el camino al Sacro Imperio Romano es a la derecha, bien... asiente y da la orden a los sarracenos, pero una voz le detiene. La mirada aleonada del Jeque se postra sobre la Princesa y sus ojos se entrecierran al oírla. ¿Al Sacro Imperio Romano no? ¿Entonces dónde dejará su preciada carga?
- Alá nos proteja - susurró y miró a sus sarracenos y los reunió... sabía que el tiempo apremiaba, pero explicó en árabe lo que sucedía, una traición mucho más grande podría cernirse sobre ellos y el pueblo de Alejandría podría pagar el precio. Algunos de los suyos se removieron inquietos, señal de su disconformidad de cambiar el camino que habían seguido durante tanto tiempo. ¿A dónde llevarla? Era la pregunta que se presentaba una y otra vez - A los Países Bajos... los reyes, son sus tíos, sabrán qué hacer... no creo que el Sacro Imperio Romano se vaya a la guerra contra los Países Bajos, son parte de su familia y como tal, deberían tener algún respeto - ve a la joven que asiente y él suspira - Vamos pues, Sahid - llama a su rastreador - cambia la ruta, dirige ahora tú... - el sarraceno asiente - los demás, guardia para Sahid, si él no está con nosotros... - no dice más, pero los demás lo entienden. Pueden pasar días y días buscando un refugio y jamás lo encontrarán, mucho menos el camino a los Países Bajos. Kareef sabe que ahora está solo...
Abraza con más fuerza a Katra y ella le ve pasar saliva con dificultad. Ahora sólo depende de su cimitarra para salvarlos a ambos, sabe que en el momento que Sahid y él estén en peligro, los sarracenos protegerán al último y no los culpa. Sobrevivencia, es la primera regla en el desierto y Kareef no puede depender de ellos para salvar su pellejo. Baja la mirada a Katra y en un impulso, besa su frente con mucho sentimiento, cerrando los ojos...
- Mi pequeña - susurra contra su oído - agárrate bien, sujétate a mi cintura... las cosas se han puesto muy negras para ambos, pero quiera Alá, saldremos de ésta - besa su frente de nuevo - ah, pequeña, ojalá hubiera sido diferente, pero el hubiera no existe - toma bien las riendas del caballo y cuando ve que Sahid asiente, se prepara - ahora, Princesa - susurra - ahora veremos si soy merecedor de tu atención, si soy mucho mejor que los Magistrados que te persiguen y... - le miró con la intensidad de esos ojos aleonados, fuertes e inmisericordes, pero que al fijar la vista en ella, eran mucho más agradables de lo que jamás había visto - si soy merecedor de tu respeto... - con esas últimas palabras, da la orden al caballo y salen galopando con velocidades que pueden atemorizar a cualquiera. Han perdido tres horas preciosas y ahora hay que recuperarlas.
Los caballos relinchan y avanzan entre los árboles, sin descuidar la formación, al frente Sahid, pero bien protegido por dos sarracenos, luego, su señor con la joven y tras de él, la Odalisca. Los tres, resguardados por cinco soldados más... pueden ser muchos al contarlos, pero al momento de la refriega, se necesitan siempre manos. Se internan en lo profundo del bosque, con las monturas inquietas y los ojos siempre listos a su alrededor. Los aullidos al sureste les previenen que están siendo perseguidos.
Algunos maldicen, otros oran a Alá, Kareef sólo cierra los ojos un instante y al abrirlos, están llenos de fiera determinación... una mano va a su cinturón y se mantiene ahí; la otra, se preocupa por las riendas y no suelta al caballo, mientras le incita a correr más rápido. Están cerca, los aullidos les previenen y las facciones del Jeque se tornan más duras que nunca. Pasa saliva una vez y aprieta las quijadas mientras mira a su derecha e izquierda una y otra vez.
La tensión del cuerpo masculino se siente en cada músculo que se ensancha, está listo para combatir en el momento justo... voltea a mirar un solo instante a Katra y besa su frente de nuevo, discretamente, mientras sus ojos observan a su alrededor. Siente los vellos de la nuca erizados, como cada vez que entra en combate...
- Están aquí - le susurra - pase lo que pase, no pierdas a Sahid - le mira intensamente - Katra, pase lo que pase, mi pequeña, no dejes de seguir al rastreador, él te llevará a con tu familia, ténlo por seguro. ¿Entendis...
La frase se rompe, se escucha un golpe seco y uno de los guardias cae, gritando a Alá mientras que tiene encima a una bestia, el Jeque gruñe de rabia y con habilidad propia, lanza varias dagas contra el animal que de pronto empieza a gemir de dolor... plata... plata pura es lo que los árabes cargan, acostumbrados a las guerras con los sobrenaturales. Sin embargo, otro más cae y el Jeque no es tan rápido como su montura, queda atrás el sarraceno y sisea mostrando los colmillos con furia mientras que continúa el camino, prometiendo vengarlo. Tiene que estar el mayor tiempo posible sobre la montura si quiere ayudar en algo a la Princesa. Sin él, con la debilidad que la marca, la joven será una presa fácil y seguramente no se mantendrá tanto tiempo en el caballo...
Rechina los dientes y toma las mismas riendas para, con movimientos rápidos, romperlas y con ellas, atar a Katra por la cintura al caballo, que quede bien sujeta en caso de que deba dejar él la montura, que ella pueda abrazar al córcel en tanto él pelea. Otro aullido, éste más cerca, les vienen pisando los talones, pero no han sido idiotas, se han mantenido a lo largo del camino, en posiciones estratégicas para causar más bajas. De pronto, Kareef siente como si le hubieran burlado, como si los lobos supieran que iban a regresar tras sus pasos en pos de los Países Bajos.
Quizá su presencia no sea tan accidental a finales de cuentas. Otro gruñido y logra verlo por el rabillo del ojo, es grande, es fuerte, pero Kareef tiene mayor experiencia. La cimitarra crea un arco mortal y la cabeza de la bestia es partida en dos por el impulso del brazo del vampiro y también, por la inercia del salto hacia ellos, sin contar el filo del arma que ahora gotea sangre... El hombre lobo queda atrás y Kareef continúa su loca carrera hacia los Países Bajos, mirando al frente. Siguen estando 3 sarracenos para cuidarles a la pequeña, a la Odalisca y a él... Sahid tiene a sus dos guardianes bien vivos y listos. Aunque parece ser que la lanza de uno y la cimitarra del otro están ensangrentadas.
Bien, limpios no se iban a ir los hombres lobo... sonríe con un sentimiento de insanidad al pensar que puede ser ésta su última guerra, pero no importa. Aprieta un poco más contra sí la figura femenina y suspira. Alá le ha bendecido. Le ha mandado a alguien que hace vibrar su corazón y a quien le debe más que su vida... le debe el volver a...
Sus pensamientos se interrumpen cuando una bestia le cae tras él y sus garras buscan el tórax. Kareef sabe que si llegan a su destino, no le encontrarán a él, si no el tibio cuerpo de la Princesa. Detiene con determinación la garra con la mano derecha, pero no cuenta con los colmillos del hombre lobo que perforan de forma inmisericorde su hombro izquierdo, haciéndolo gritar de dolor. Se sabe que las heridas de esos sobrenaturales pueden ser mortales para los vampiros, Kareef sisea con los colmillos barridos y suelta las riendas... No le importa su vida, empuja con determinación a Katra contra el cuello del caballo, habiendo levantado previamente la mano del sobrenatural para que no la lastime y se deja caer atrás, para combatir como es debido... Sólo alcanza a enviarle un mensaje a Katra a la mente...
Mientras tanto, se pone en guardia para combatir al hombre lobo, aunque pronto no es uno... son tres... La lucha se torna encarnizada, pero más porque Kareef tiene el hombro izquierdo destrozado. Pareciera que los perros llevan las de ganar, pero él no se acobarda, se planta y pelea como los viejos soldados árabes... los sarracenos de su tierra, de su sangre, de su tribu... Si muere, no lo haría solo, se los llevará con él al infierno. Prometido...
___________________
Off rol: * Tranquilos, Alá está con nosotros, tendremos problemas a lo largo del camino, pero tengan por seguro de que yo, su señor, pelearé a su lado, hombro con hombro y nadie nos podrá vencer. Llegaremos con bien y una vez en nuestro destino, nos reiremos y oraremos a Alá por ser tan bueno y resguardarnos de todo mal.
- الهدوء، الله معنا ، وسيكون لدينا مشاكل على طول الطريق، ولكن أن تطمئن إلى أن الأول ، سيده ، سيحارب الى جانبه، ويمكن كتفا الى كتف واحد أي فوز. قادمة مع السلع ومرة واحدة في وجهتنا، فإننا سوف تضحك ونصلي الى الله لكونه جيدة جدا وتحمينا من الشر.
Su voz es fuerte y con ella, los sarracenos asienten y se preparan a iniciar el viaje. A un arreo de su montura, el Jeque sale a la cabeza y los demás le siguen, creando una barrera a su alrededor, la Odalisca va tras su señor, preocupada en todo momento, como la pequeña siga sangrando y los sarracenos pierdan demasiada sangre, sin duda alguna buscarán un consuelo y los hombres lobo no son la respuesta. Entonces... sólo quedan la Princesa y ella... conociendo al Jeque, será la propia Odalisca quien cumpla el santo mandato de alimentar a los guardianes de su señor Al'Ramiz. Acepta su sino, pero entonces ¿Quién cuidará de la joven?
Kareef espolea al caballo con intensidad, sujetando con un brazo a su preciada carga, recorriendo los bosques con rapidez, mirando inquieto la luz de la luna de vez en vez, los hombres lobo no han de estar tan lejos... eso le mantiene tenso en todo momento; afortunadamente sus caballos son árabes, prestos para el combate, por lo que ninguno de ellos se echará atrás en caso de ser precisa una pelea. Combatirán al lado de sus amos y crearán la primera destrucción con sus cascos y sus coceos.
Aspira un aire que no necesita y se reprende a sí mismo cuando sus fosas nasales perciben el dulce aroma de la vitae de Di Alessandro. Maldita yegua, pero sólo es una niña a quien nadie supo proteger correctamente. Los Emperadores seguramente estarán furiosos, pero si muere... su propia alianza se irá a los infiernos y eso es algo que jamás permitirá. Aunque una visión al rostro dulce de la joven dormida le hace pensar si realmente es lo que desea... Si fuera así, la alianza está más que asegurada con una de sus hijas y el Príncipe Apostolos...
El camino vuelve a bifurcarse y Kareef detiene a su montura, que relincha y da varias vueltas inquieto, bien dominado por su señor que sostiene con más cuidado a la joven, presionándola contra su pecho que huele a sándalo, cuero e incienso. Unas palabras con su rastreador y le asegura que el camino al Sacro Imperio Romano es a la derecha, bien... asiente y da la orden a los sarracenos, pero una voz le detiene. La mirada aleonada del Jeque se postra sobre la Princesa y sus ojos se entrecierran al oírla. ¿Al Sacro Imperio Romano no? ¿Entonces dónde dejará su preciada carga?
- Alá nos proteja - susurró y miró a sus sarracenos y los reunió... sabía que el tiempo apremiaba, pero explicó en árabe lo que sucedía, una traición mucho más grande podría cernirse sobre ellos y el pueblo de Alejandría podría pagar el precio. Algunos de los suyos se removieron inquietos, señal de su disconformidad de cambiar el camino que habían seguido durante tanto tiempo. ¿A dónde llevarla? Era la pregunta que se presentaba una y otra vez - A los Países Bajos... los reyes, son sus tíos, sabrán qué hacer... no creo que el Sacro Imperio Romano se vaya a la guerra contra los Países Bajos, son parte de su familia y como tal, deberían tener algún respeto - ve a la joven que asiente y él suspira - Vamos pues, Sahid - llama a su rastreador - cambia la ruta, dirige ahora tú... - el sarraceno asiente - los demás, guardia para Sahid, si él no está con nosotros... - no dice más, pero los demás lo entienden. Pueden pasar días y días buscando un refugio y jamás lo encontrarán, mucho menos el camino a los Países Bajos. Kareef sabe que ahora está solo...
Abraza con más fuerza a Katra y ella le ve pasar saliva con dificultad. Ahora sólo depende de su cimitarra para salvarlos a ambos, sabe que en el momento que Sahid y él estén en peligro, los sarracenos protegerán al último y no los culpa. Sobrevivencia, es la primera regla en el desierto y Kareef no puede depender de ellos para salvar su pellejo. Baja la mirada a Katra y en un impulso, besa su frente con mucho sentimiento, cerrando los ojos...
- Mi pequeña - susurra contra su oído - agárrate bien, sujétate a mi cintura... las cosas se han puesto muy negras para ambos, pero quiera Alá, saldremos de ésta - besa su frente de nuevo - ah, pequeña, ojalá hubiera sido diferente, pero el hubiera no existe - toma bien las riendas del caballo y cuando ve que Sahid asiente, se prepara - ahora, Princesa - susurra - ahora veremos si soy merecedor de tu atención, si soy mucho mejor que los Magistrados que te persiguen y... - le miró con la intensidad de esos ojos aleonados, fuertes e inmisericordes, pero que al fijar la vista en ella, eran mucho más agradables de lo que jamás había visto - si soy merecedor de tu respeto... - con esas últimas palabras, da la orden al caballo y salen galopando con velocidades que pueden atemorizar a cualquiera. Han perdido tres horas preciosas y ahora hay que recuperarlas.
Los caballos relinchan y avanzan entre los árboles, sin descuidar la formación, al frente Sahid, pero bien protegido por dos sarracenos, luego, su señor con la joven y tras de él, la Odalisca. Los tres, resguardados por cinco soldados más... pueden ser muchos al contarlos, pero al momento de la refriega, se necesitan siempre manos. Se internan en lo profundo del bosque, con las monturas inquietas y los ojos siempre listos a su alrededor. Los aullidos al sureste les previenen que están siendo perseguidos.
Algunos maldicen, otros oran a Alá, Kareef sólo cierra los ojos un instante y al abrirlos, están llenos de fiera determinación... una mano va a su cinturón y se mantiene ahí; la otra, se preocupa por las riendas y no suelta al caballo, mientras le incita a correr más rápido. Están cerca, los aullidos les previenen y las facciones del Jeque se tornan más duras que nunca. Pasa saliva una vez y aprieta las quijadas mientras mira a su derecha e izquierda una y otra vez.
La tensión del cuerpo masculino se siente en cada músculo que se ensancha, está listo para combatir en el momento justo... voltea a mirar un solo instante a Katra y besa su frente de nuevo, discretamente, mientras sus ojos observan a su alrededor. Siente los vellos de la nuca erizados, como cada vez que entra en combate...
- Están aquí - le susurra - pase lo que pase, no pierdas a Sahid - le mira intensamente - Katra, pase lo que pase, mi pequeña, no dejes de seguir al rastreador, él te llevará a con tu familia, ténlo por seguro. ¿Entendis...
La frase se rompe, se escucha un golpe seco y uno de los guardias cae, gritando a Alá mientras que tiene encima a una bestia, el Jeque gruñe de rabia y con habilidad propia, lanza varias dagas contra el animal que de pronto empieza a gemir de dolor... plata... plata pura es lo que los árabes cargan, acostumbrados a las guerras con los sobrenaturales. Sin embargo, otro más cae y el Jeque no es tan rápido como su montura, queda atrás el sarraceno y sisea mostrando los colmillos con furia mientras que continúa el camino, prometiendo vengarlo. Tiene que estar el mayor tiempo posible sobre la montura si quiere ayudar en algo a la Princesa. Sin él, con la debilidad que la marca, la joven será una presa fácil y seguramente no se mantendrá tanto tiempo en el caballo...
Rechina los dientes y toma las mismas riendas para, con movimientos rápidos, romperlas y con ellas, atar a Katra por la cintura al caballo, que quede bien sujeta en caso de que deba dejar él la montura, que ella pueda abrazar al córcel en tanto él pelea. Otro aullido, éste más cerca, les vienen pisando los talones, pero no han sido idiotas, se han mantenido a lo largo del camino, en posiciones estratégicas para causar más bajas. De pronto, Kareef siente como si le hubieran burlado, como si los lobos supieran que iban a regresar tras sus pasos en pos de los Países Bajos.
Quizá su presencia no sea tan accidental a finales de cuentas. Otro gruñido y logra verlo por el rabillo del ojo, es grande, es fuerte, pero Kareef tiene mayor experiencia. La cimitarra crea un arco mortal y la cabeza de la bestia es partida en dos por el impulso del brazo del vampiro y también, por la inercia del salto hacia ellos, sin contar el filo del arma que ahora gotea sangre... El hombre lobo queda atrás y Kareef continúa su loca carrera hacia los Países Bajos, mirando al frente. Siguen estando 3 sarracenos para cuidarles a la pequeña, a la Odalisca y a él... Sahid tiene a sus dos guardianes bien vivos y listos. Aunque parece ser que la lanza de uno y la cimitarra del otro están ensangrentadas.
Bien, limpios no se iban a ir los hombres lobo... sonríe con un sentimiento de insanidad al pensar que puede ser ésta su última guerra, pero no importa. Aprieta un poco más contra sí la figura femenina y suspira. Alá le ha bendecido. Le ha mandado a alguien que hace vibrar su corazón y a quien le debe más que su vida... le debe el volver a...
Sus pensamientos se interrumpen cuando una bestia le cae tras él y sus garras buscan el tórax. Kareef sabe que si llegan a su destino, no le encontrarán a él, si no el tibio cuerpo de la Princesa. Detiene con determinación la garra con la mano derecha, pero no cuenta con los colmillos del hombre lobo que perforan de forma inmisericorde su hombro izquierdo, haciéndolo gritar de dolor. Se sabe que las heridas de esos sobrenaturales pueden ser mortales para los vampiros, Kareef sisea con los colmillos barridos y suelta las riendas... No le importa su vida, empuja con determinación a Katra contra el cuello del caballo, habiendo levantado previamente la mano del sobrenatural para que no la lastime y se deja caer atrás, para combatir como es debido... Sólo alcanza a enviarle un mensaje a Katra a la mente...
"Sigue a Sahid... él te sacará... sigue a Sahid... él te salvará, Habibti...
Sahid, de ahora en adelante, la princesa es tu responsabilidad..."
Sahid, de ahora en adelante, la princesa es tu responsabilidad..."
Mientras tanto, se pone en guardia para combatir al hombre lobo, aunque pronto no es uno... son tres... La lucha se torna encarnizada, pero más porque Kareef tiene el hombro izquierdo destrozado. Pareciera que los perros llevan las de ganar, pero él no se acobarda, se planta y pelea como los viejos soldados árabes... los sarracenos de su tierra, de su sangre, de su tribu... Si muere, no lo haría solo, se los llevará con él al infierno. Prometido...
___________________
Off rol: * Tranquilos, Alá está con nosotros, tendremos problemas a lo largo del camino, pero tengan por seguro de que yo, su señor, pelearé a su lado, hombro con hombro y nadie nos podrá vencer. Llegaremos con bien y una vez en nuestro destino, nos reiremos y oraremos a Alá por ser tan bueno y resguardarnos de todo mal.
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Inconciente seguí el recorrido, entregando mi vida a la única persona en que podía confiar, si no confiaba en Kareef, nadie quedaba de confianza. Todo lo que estaba ocurriendo tenía un tinte extraño, tan extraño que todo se tornaba en una traición aun más amplia que aquellas que podían ver mis ojos. Desconocía cuantas horas o días llevábamos huyendo desde aquella emboscada que casi cobran mi vida, pero si sabía, por los aromas, por los vientos que no estábamos siguiendo la ruta habitual hacia el Imperio.
- Kareef- llamé entre sueños inquieta, insegura, angustiada… ¿Me habría hecho caso?¿Realmente me llevaba a lugar seguro?¿Quien estaba tras aquella traición? Todas esas dudas y más golpeaban mi mente, solo me quedaba entregarme los señores del destino y rogar que alguien de la familia, percibiese lo ocurrido - Alastair- llamé, rogando el pudiese encontrarnos en el camino.
Los caballos, los oí a lo lejos en mi inconsciencia rechinar, percibí el viento cambiar y el cuerpo del jeque tensarse, el panorama no mejoraba. Aullidos a lo lejos, lobos, no cualquier lobo licántropos, les conocía bien, había sido entrenada en tantas artes y una de esas era agudizar mi oído y mi olfato, jamás alcanzaría la destreza que seres sobrenaturales poseían, pero si la suficiente para sobrevivir. El jeque daba órdenes a sus hombres, la preocupación era palpable en su voz aun cuando hablaba en otro idioma, observe sus gestos la tensión y vi venir lo peor- No me dejes- susurré - No me dejes a la suerte del destino- un cálido beso en mi frente y su mirada, señal que todo sería aun más peligroso a partir de ahora y que un cruel destino bailaba sobre nosotros. Acaricie su mejilla, deseaba aliviar su temores, pero el pasado era una condena de la que no podríamos huir invictos, solo restaba entregarse a los dioses para sus vidas fuesen respetadas
Cerré los ojos entregándome a él, a su protección, dándole toda la confianza que en mi podía caber luego de lo ocurrido - Mereces más que mi respeto- pensé mientras espoleaba aun más al caballo. Me aferré a él, como si fuese la orilla que me llevaría a la salvación, si él era mi única salvación…. Pero el panorama cambió, su cuerpo aun más tenso un beso protector en mi frente, con notas de despedida… Le solté y vislumbré, la batalla era inevitable, clave mis ojos en los de él y comprendí lo que tanto me negué a aceptar, le huía, si, e huía por temor a perderme en sus ojos en sus palabras, pera estaba perdida en ellos desde antes de nacer pues los Dioses habían cruzado nuestras vidas desde los anaqueles más antiguos de la creación - Los Dioses protejan los destinos que han entrelazado- Roce sus labios, para luego acomodarme sobre el caballo, dándole la espalda y tomando las riendas del caballo. A la par que él, como si en el momento preciso nuestros movimientos se hubieran sincronizado, sin necesidad de decir palabra. Mientras él empuñaba su arma y comenzaba lo que era una férrea lucha por su vida y por la mía.
Rodeados sin misericordia escuchaba como él alzaba su espada y las cabezas rodaban entre aullidos de desesperación, era diestro muy diestro en combate, los Dioses me habían bendecido con aquel protector, con aquel… con aquel - ¿amor?- la pregunta cruzo mi mente al tiempo que un grito desgarrador de Kareef y él instintivamente obligándome a agacharme, un empujón y obedecí, espolee al caballo y encomendé mi vida, nuestras vidas, a los señores del Olimpo que sin duda habían tomado palco a presenciar la cruenta batalla.
- Maldito seas Al’Ramiz- gruñí, cuando el mensaje llego a mi mente y lo vi caer dispuesto a combatir si fuese necesario cuerpo a cuerpo. Voltee pro unos segundos y le vi rodeado, y sus guardias aun más atareados en la lucha - Perdóname Kareef- pensé, con desesperación, dudando si dar la vuelta o seguir rumbo a los países bajos, necesitábamos refuerzos. Cerré los ojos, rogando una señal divina y un voz familiar me respondió, Alastair, como rogué aparecía en escena. Allí estaba con el rostro ensombrecido, sus camisas rasgadas y seguido de su escolta, nada más, evidentemente ellos eran sobrevivientes de otra batalla aun más cruenta. Cruzamos miradas y comprendí que algo aun mayor se había forjado para derrocar a nuestra familia y que el panorama era sombrío.
Sin decir palabra lanzo dos revólveres hacia mí, los tomé en el aire, los cargados con balas de plata. - Bendito seas y que el manto de Ares nos guie en la batalla- regresé seguida por mi tío y sus refuerzos, por fortuna me había especializado en aquellas armas que podrían ser nuestra única salvación y con el menor enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Sahid con desaprobación siguió mis pasos, pero estaba segura que Alastair algo le dijo telepáticamente, pues le escuche hablar en árabe y ordenar a la odalisca tomase un arma. No, no les daría instrucciones, no era quien para ello, además cuando la vida peligra solo el instinto guía nuestros pasos y si es el hombre a quien debes respeto a quien debes proteger, el objetivo es uno solo.
Dos bestias se alzaron a mitad de camino, nos esperaba, herí a una con un certero tiro, pero la otra se alzo contra Alastair, pero no me importaba me apremiaba retroceder sobre mis pasos y poder ayudar a … mi corazón dio un brinco ante aquella idea, deseaba ayudar a Kareef, no solo por gratitud, sino por…
Otro lobo me regresaba la realidad, cabalgaba desesperadamente y disparaba certeramente a las bestias que intentaban cazarnos. Y allí en el punto donde los deje, estaban aun batallando con todas la de perder, los lobos cuadriplicándolos en número, busque al jeque y le vi cortar la cabeza de uno y a otro dispuesto a … Disparo certero de mi parte, y la bestia se azoto contra el piso aullando de dolor, pero no importaba el hombre a quien debía mi vida y libertad seguía con vida, aunque herido.
Alce la vista al cielo para agradecer a los Dioses por guiar mis tiros, cuando vislumbre a pocos metros más caballos, todo mi cuerpo se tensó, a caso serían enemigos, si así era estábamos perdidos… Las fuerzas no serian suficientes y ya estábamos demasiado diezmados para enfrentar otra batalla.
Busqué a Alastair con desesperación, él podía prever mejor que yo lo que se avecinada. Esperaba fuesen tropas del imperio, pero si así fuese, Alastair hubiera bajado la guardia. Lo observe y por una fracción de segundos le vi sonreír ¿satisfecho? … ¿Quién se acercaba a tal velocidad?
- Ares, bendícenos con las fuerzas necesarias para librar esta batalla- rogué antes ver hacia Kareef, mal herido que lanzaba un gélida mirada hacia mí, le había desobedecido.
- Kareef, no te dejare solo en batalla…. No ahora, menos ahora que el velo de mis ojos se ha caído - pensé, rogando que él comprendiese mi mensaje.
- Kareef- llamé entre sueños inquieta, insegura, angustiada… ¿Me habría hecho caso?¿Realmente me llevaba a lugar seguro?¿Quien estaba tras aquella traición? Todas esas dudas y más golpeaban mi mente, solo me quedaba entregarme los señores del destino y rogar que alguien de la familia, percibiese lo ocurrido - Alastair- llamé, rogando el pudiese encontrarnos en el camino.
Los caballos, los oí a lo lejos en mi inconsciencia rechinar, percibí el viento cambiar y el cuerpo del jeque tensarse, el panorama no mejoraba. Aullidos a lo lejos, lobos, no cualquier lobo licántropos, les conocía bien, había sido entrenada en tantas artes y una de esas era agudizar mi oído y mi olfato, jamás alcanzaría la destreza que seres sobrenaturales poseían, pero si la suficiente para sobrevivir. El jeque daba órdenes a sus hombres, la preocupación era palpable en su voz aun cuando hablaba en otro idioma, observe sus gestos la tensión y vi venir lo peor- No me dejes- susurré - No me dejes a la suerte del destino- un cálido beso en mi frente y su mirada, señal que todo sería aun más peligroso a partir de ahora y que un cruel destino bailaba sobre nosotros. Acaricie su mejilla, deseaba aliviar su temores, pero el pasado era una condena de la que no podríamos huir invictos, solo restaba entregarse a los dioses para sus vidas fuesen respetadas
Cerré los ojos entregándome a él, a su protección, dándole toda la confianza que en mi podía caber luego de lo ocurrido - Mereces más que mi respeto- pensé mientras espoleaba aun más al caballo. Me aferré a él, como si fuese la orilla que me llevaría a la salvación, si él era mi única salvación…. Pero el panorama cambió, su cuerpo aun más tenso un beso protector en mi frente, con notas de despedida… Le solté y vislumbré, la batalla era inevitable, clave mis ojos en los de él y comprendí lo que tanto me negué a aceptar, le huía, si, e huía por temor a perderme en sus ojos en sus palabras, pera estaba perdida en ellos desde antes de nacer pues los Dioses habían cruzado nuestras vidas desde los anaqueles más antiguos de la creación - Los Dioses protejan los destinos que han entrelazado- Roce sus labios, para luego acomodarme sobre el caballo, dándole la espalda y tomando las riendas del caballo. A la par que él, como si en el momento preciso nuestros movimientos se hubieran sincronizado, sin necesidad de decir palabra. Mientras él empuñaba su arma y comenzaba lo que era una férrea lucha por su vida y por la mía.
Rodeados sin misericordia escuchaba como él alzaba su espada y las cabezas rodaban entre aullidos de desesperación, era diestro muy diestro en combate, los Dioses me habían bendecido con aquel protector, con aquel… con aquel - ¿amor?- la pregunta cruzo mi mente al tiempo que un grito desgarrador de Kareef y él instintivamente obligándome a agacharme, un empujón y obedecí, espolee al caballo y encomendé mi vida, nuestras vidas, a los señores del Olimpo que sin duda habían tomado palco a presenciar la cruenta batalla.
- Maldito seas Al’Ramiz- gruñí, cuando el mensaje llego a mi mente y lo vi caer dispuesto a combatir si fuese necesario cuerpo a cuerpo. Voltee pro unos segundos y le vi rodeado, y sus guardias aun más atareados en la lucha - Perdóname Kareef- pensé, con desesperación, dudando si dar la vuelta o seguir rumbo a los países bajos, necesitábamos refuerzos. Cerré los ojos, rogando una señal divina y un voz familiar me respondió, Alastair, como rogué aparecía en escena. Allí estaba con el rostro ensombrecido, sus camisas rasgadas y seguido de su escolta, nada más, evidentemente ellos eran sobrevivientes de otra batalla aun más cruenta. Cruzamos miradas y comprendí que algo aun mayor se había forjado para derrocar a nuestra familia y que el panorama era sombrío.
Sin decir palabra lanzo dos revólveres hacia mí, los tomé en el aire, los cargados con balas de plata. - Bendito seas y que el manto de Ares nos guie en la batalla- regresé seguida por mi tío y sus refuerzos, por fortuna me había especializado en aquellas armas que podrían ser nuestra única salvación y con el menor enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Sahid con desaprobación siguió mis pasos, pero estaba segura que Alastair algo le dijo telepáticamente, pues le escuche hablar en árabe y ordenar a la odalisca tomase un arma. No, no les daría instrucciones, no era quien para ello, además cuando la vida peligra solo el instinto guía nuestros pasos y si es el hombre a quien debes respeto a quien debes proteger, el objetivo es uno solo.
Dos bestias se alzaron a mitad de camino, nos esperaba, herí a una con un certero tiro, pero la otra se alzo contra Alastair, pero no me importaba me apremiaba retroceder sobre mis pasos y poder ayudar a … mi corazón dio un brinco ante aquella idea, deseaba ayudar a Kareef, no solo por gratitud, sino por…
Otro lobo me regresaba la realidad, cabalgaba desesperadamente y disparaba certeramente a las bestias que intentaban cazarnos. Y allí en el punto donde los deje, estaban aun batallando con todas la de perder, los lobos cuadriplicándolos en número, busque al jeque y le vi cortar la cabeza de uno y a otro dispuesto a … Disparo certero de mi parte, y la bestia se azoto contra el piso aullando de dolor, pero no importaba el hombre a quien debía mi vida y libertad seguía con vida, aunque herido.
Alce la vista al cielo para agradecer a los Dioses por guiar mis tiros, cuando vislumbre a pocos metros más caballos, todo mi cuerpo se tensó, a caso serían enemigos, si así era estábamos perdidos… Las fuerzas no serian suficientes y ya estábamos demasiado diezmados para enfrentar otra batalla.
Busqué a Alastair con desesperación, él podía prever mejor que yo lo que se avecinada. Esperaba fuesen tropas del imperio, pero si así fuese, Alastair hubiera bajado la guardia. Lo observe y por una fracción de segundos le vi sonreír ¿satisfecho? … ¿Quién se acercaba a tal velocidad?
- Ares, bendícenos con las fuerzas necesarias para librar esta batalla- rogué antes ver hacia Kareef, mal herido que lanzaba un gélida mirada hacia mí, le había desobedecido.
- Kareef, no te dejare solo en batalla…. No ahora, menos ahora que el velo de mis ojos se ha caído - pensé, rogando que él comprendiese mi mensaje.
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Los últimos rayos de sol se escondieron en el lejano horizonte mientras caminaba inquieto por la reducida sala de aquel refugio, las noticias desde los Paises Bajos no eran alentadoras y aun menos eran las noticias desde el Imperio. Bufé con enfado, antes de pulverizar en mi puño la copa con la vitae que acabamos de beber. Volteé donde mis guardias me miraban con rostro indescifrable, pero bien sabía yo que la preocupación, les carcomía y sobre todo la duda
- ¿Tiene todo listo? - inquirí y como sola respuesta recibí en asentimiento del segundo al mando - Bien, partimos. El tiempo nos apremia. Quemen todo.- Ordené, saliendo del lugar y montando a mi caballo, no les esperé y espoleé en la dirección que debían estar, que esperaba estuviesen.
Largas horas cabalgando en completo silencio y la imagen se hacía más latente en mi mente, estábamos cerca, pero ella no estaba bien, al menos una de ellas la otra no la podía percibir con claridad, la veía lejos aun pero con evidente enfado tensando sus pensamientos y los míos aun más. Las noticias lo eran favorables, o más bien la ausencia de estas y el gran numero de rumores solo conseguían acrecentar mis propios temores y los de mis hombres. Desde aquella carta, solo nos quedaba sospechar lo peor y prepararnos para tiempos difíciles, tal como acabamos de hacer. Ninguna precaución estaba de más, debíamos borrar nuestros rastros, cualquier pista que les indicase nuestro paradero.
Frontera sur, Paises Bajos. días atrás
Me encontraba en uno de los tantos refugios que nuestra familia poseía por la frontera, esperando el anochecer para emprender el viaje hasta el Palacio de Cristal, rumores desde el Vaticano anunciaban una nueva red de confabulaciones y me apremiaba poner al tanto a Urian y Franz II (Acheron), por eso viajaba al Imperio donde sabia se encontraban. Pero ese día, cerca del medio día un mensajero llego al refugio. Lo conocía, solía traer noticias de Jaden, y esta vez no era diferente, le entregue algunas piezas de oro y leí el mensaje, escueto al igual que su remitente.
Detractores del Imperio y cazadores. Estén listos, todos.
J.D.
Lance la carta al fuego y la vi consumirse, mientras mis temores se reafirmaban, una confabulación se forjaba bajo muestras narices, desconocía sus proporciones, pero si nuestro espía en la Inquisición se había arriesgado con aquella nota, no auguraba nada bueno, por el contrarío debía ser más allá de lo imaginable.
Cabalgué dos días rumbo al Imperio, cuando una noticia aun peor me sorprendió, Aranel había sido raptada del Palacio de Cristal y este se había consumido en un incendio devastador, misma suerte aquejo a su prometido, nadie sabía donde ellos estaban. Solo para acrecentar las malas noticias, basto que me adentrase al Imperio, para oír que los emperadores y sus hijos estaban desaparecidos - ¡Maldición!- Exclamé en mi mente para luego decidir qué hacer, podía comenzar al búsqueda por mi cuenta, o simplemente hacerme el desentendido.
Me encontraba en uno de los tantos refugios que nuestra familia poseía por la frontera, esperando el anochecer para emprender el viaje hasta el Palacio de Cristal, rumores desde el Vaticano anunciaban una nueva red de confabulaciones y me apremiaba poner al tanto a Urian y Franz II (Acheron), por eso viajaba al Imperio donde sabia se encontraban. Pero ese día, cerca del medio día un mensajero llego al refugio. Lo conocía, solía traer noticias de Jaden, y esta vez no era diferente, le entregue algunas piezas de oro y leí el mensaje, escueto al igual que su remitente.
Detractores del Imperio y cazadores. Estén listos, todos.
J.D.
Lance la carta al fuego y la vi consumirse, mientras mis temores se reafirmaban, una confabulación se forjaba bajo muestras narices, desconocía sus proporciones, pero si nuestro espía en la Inquisición se había arriesgado con aquella nota, no auguraba nada bueno, por el contrarío debía ser más allá de lo imaginable.
Cabalgué dos días rumbo al Imperio, cuando una noticia aun peor me sorprendió, Aranel había sido raptada del Palacio de Cristal y este se había consumido en un incendio devastador, misma suerte aquejo a su prometido, nadie sabía donde ellos estaban. Solo para acrecentar las malas noticias, basto que me adentrase al Imperio, para oír que los emperadores y sus hijos estaban desaparecidos - ¡Maldición!- Exclamé en mi mente para luego decidir qué hacer, podía comenzar al búsqueda por mi cuenta, o simplemente hacerme el desentendido.
Mi decisión era evidente, sabía que Katra estaba con vida, había abandona el Imperio hace unas semanas y providencialmente su regreso se había retrasado, solo rogaba que aun estuviese en Paris. Llevaba una gargantilla de plata que Katra le entrego cuando lo conocía, alegando que no se olvidase de la familia. Con ella seguí su rastro y la vi, viajaba hacia el sur de Paris, por los Pirineos - ¡Maldición!- Exclamé en mi mente para luego decidir qué hacer, podía comenzar la búsqueda por mi cuenta, o simplemente hacerme el desentendido. No podía dejarla, seguí de cerca cada uno de sus movimientos hasta asegurarme que ella se dirigía a los países pajos, tal como intente ordenarle a distancia. La princesa Di Alessandro había desarrollado aquella habilidad tras tanto tratas con sus padres, y con sus tíos, una habilidad que nos era útil en situaciones como esta.
Finalmente tras cabalgar toda la noche y apenas unas horas que el amanecer cayese sobre nuestras cabezas, las primeras bestias cayeron sobre nosotros, hombre lobos, dispuestos a dar muerte sin importar lo que ocurriese, entrenados para matar, bestias indomables y aun así, tenían el descaro de señalar a los vampiros como los peores sobrenaturales, según nos llamaba la inquisición. Nosotros al menos manteníamos la conciencia, la razón y no nos convertíamos en seres irracionales siempre existía un resquicio de mente fría en nuestro actuar.
No es difícil entrever que aquel enfrentamiento nos cobro más que una par de heridas y ropas rasgadas, pero salimos triunfantes para encontrar un par de millas más adelante a una lánguida princesa, con ropajes ensangrentados y un fuerte olor a cicuta, emanando de su piel. La habían intentado envenenar, pero al menos precia que estaba siendo eliminada de su cuerpo. No se compara con la princesa elegante y altanera, sus cabellos desordenados y su rostro ajado, ahora no era la princesa, sino la joven guerrera que sus padres entrenaron. Sonreí con pesar antes de que mis hombres sacasen las armas cargadas con balas de plata y se las lanzase. Y deje que ella nos guiase, pues conocía mejor que nosotros la situación era pero de lo que pensábamos, él Jeque a quien hace unos meses había visitado, era atacado por cuatro licántropos, mis hombres se lanzaron a una batalla cuerpo a cuerpo, mientras Katra y yo nos dispusimos a dar algunos de plata que desgarraban de dolor a las fieras, pero eso no era suficiente demasiados heridos y aun nos quedaban seres a quienes enfrentar.
Podía oler el miedo de la princesa, sus dudas y su fiereza por defender a aquel hombre, pero mi mente estaba lejos, a unas millas de distancia, con refuerzos venidos en buena hora, pues si el amanecer nos alcanzaba en plena batalla, seriamos calcinados. Sonreí con satisfacción al verla allí liderando a sus hombres, lo le frente en alto y dispuesta dar muerte a quien se le enfrentase.
- ¡Benditos sean los dioses que guiaron sus pasos Sayyidat Al'Ramiz!- dije como todo saludo, Jupiter y el Olimpo estaban de nuestro lado.
Encontrarnos en una ciudad repleta de hostiles
Presentarnos está de más, si de otra vida existes
Si esta vida no nos trató bien, qué puedo hacer
Fue nuestra misión
Llevar solas nuestra ambición
Presentarnos está de más, si de otra vida existes
Si esta vida no nos trató bien, qué puedo hacer
Fue nuestra misión
Llevar solas nuestra ambición
Alastair Parthenopaeus- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Sus manos están firmes en todo momento, sujetando lo único que puede mantenerlo con vida: su cimitarra. Sus ojos miden a todos los que están a su alrededor, que se agazapan y gruñen. Bestias de dos metros de altura o más, con garras que pueden provocar una hemorragia imposible de controlar, pero no es lo único que le preocupa si no su mordida. Letal para un vampiro, aunque ahora mismo ya siente cómo el veneno corre mortal por el hombro izquierdo y más abajo.
Por eso sólo trae una cimitarra en la mano, porque la otra extremidad no le responde y aún así, los mantiene lejos. El combate continúa y Kareef es capaz de evitarlos durante un largo minuto, cortando miembros, logrando cercenar una cabeza, pero siguen llegando. Por un leve instante, se piensa perdido, vencido, derrotado, pero saca fuerzas de su determinación, de su orgullo árabe. Es el Jeque Kareef Al'Ramiz, nadie puede ganarle si él no quiere. Ni siquiera el Destructor, mucho menos estos hombres lobo.
Una bestia se lanza contra él y es recibida con un arco mortal verdáceo que le destroza el cráneo, pero el cuerpo del vampiro se paraliza un segundo al escuchar el salto de otro sobrenatural que, sincronizado con el primero, ha encontrado un hueco en la defensa del árabe, quien cierra los ojos jalando aire, esperando el golpe mortal cuando una detonación rompe los sonidos de la batalla, dejándolo todo en silencio. El sonido seco de un objeto pesado cayendo -presumiblemente el hombre lobo- resuena tras Kareef.
Sus hombres y otros que, reconoce como los de Alastair, se apresuran a desperdigar a las bestias y darle un apoyo que -por Alá- definitivamente necesita. Observa con molestia cómo la Princesa -maldita yegua tozuda, desobediente y valiente- regresa a con refuerzos, sobre su montura y dos pistolas una en cada mano. La escucha en su mente y no puede más que asentir con fatiga.
Los cascos de unos caballos le obligan a separar la mirada de la Princesa, volteando hacia donde ya la polvareda anuncia la llegada de -bendito sea Alá- su hija con ayuda extra. Cierra los ojos descansando su mente un poco ahora que ya parece que el peligro mayor ha pasado, se alegra al ver cómo su hija lanza la daga con una facilidad pasmosa y ésta atraviesa el corazón de una de las bestias que se desploma en el acto, antes de llegar hasta él y su pequeña le sonríe.
- Ibna Kala - acaricia su rostro con una mano ensangrentada y asiente contento al ver el rastro en ella - llegas como siempre, a tiempo - se lame los labios y aspira aire lentamente cuando ve que su hija se descubre el cuello, alzando la barbilla en una franca invitación. Los ojos de Kareef se tornan velados y su mano derecha suelta la cimitarra, para rodear la cintura femenina, su rostro busca la piel y sus colmillos perforan hasta que la vitae mana de forma abundante.
Siente cómo Kala se tensa un leve instante al sentir la primera succión de forma violenta, señal de cuánto necesita el Jeque su vitae... un suspiro lánguido y sensual emana de los labios masculinos, en tanto mantiene el cuerpo de la vampiresa sostenido de la cintura por una sola mano, contra su cuerpo herido, el hombro humeando por la mordida del hombre lobo, en tanto él abarca toda la extensión de la cinturita, mientras que una pequeña gota de sangre se escapa y baja lentamente por el homóplato de la Jequesa como una invitación pagana.
El Jeque entreabre los ojos cuando entre ambos Al'Ramiz se hace una conexión única. Vuelve a cerrarlos y "observa" mentalmente, mientras absorbe esa vitae sabrosa, llena de poder y de sentimientos de cariño, comprensión, libertad, un espíritu guerrero, lo que la identifica y hace única a su hija. Su mente se abre ante la historia que le cuenta la sangre, lentamente va recorriendo su paladar mientras que entiende que el Sacro Imperio Romano ya no es confiable, que han traicionado a sus antiguos gobernantes.
Los Países Bajos también fueron atacados en virtud de las alianzas familiares que tenían con los Emperadores. Sus cabezas perdidas, extraviadas en una oscuridad total, donde nadie puede alcanzarlos si ellos no quieren. Aspira aire profundamente y la vitae baja por su garganta... La Princesa Katra está ahora sola, desprotegida. Y con ella, su tío Alastair no tiene un lugar donde refugiarse.
Kareef aspira de nuevo aire y afianza mejor la mordida, haciendo gemir a su hija de placer en lo que el vampiro piensa las posibles alternativas... si algo tiene de especial el Beso del Jeque es justamente eso: que causa un placer impropio. Un jadeo masculino y un segundo y tercer trago recorren su boca, para huir por su garganta y otra gota carmesí sigue el camino de la primera. Es cuando en la mente del Jeque se oyen las palabras de sus propios sarracenos que empiezan a rodear a la odalisca que les acompañaba hambrientos, necesitados de una vitae que ahora mismo su señor está tomando provocando un olor que sólo les hace perder la cabeza.
- ¡NO! - brama Kareef soltando un momento a su presa, con los labios manchados en vitae olorosa y adictiva, dándole una apariencia salvaje, como pocos lo han visto porque no es un vampiro que se olvide de su cuidado personal, pero ahora mismo la situación lo amerita, enfoca la mirada dura y tensa sobre sus hombres, una expresión agresiva en cada poro de la piel, como un león desértico a punto de atacar - la odalisca no debe ser tocada, la vitae de esa mujer me pertenece y quien quiera - se lamió los labios, evitando que gotas carmesíes se escabuyeran, goloso - desobedecer la orden de que es intocable, entonces que se prepare a un duelo a muerte contra mí.
Dichas las palabras, los sarracenos se alejan de la odalisca quien hace reverencias de gratitud con los ojos llenos de lágrimas puesto que por un momento pensó que su señor a eso la trajo, a ser devorada por sus hombres. Kareef sólo asiente "¿Qué clase de Jeque sería si después de que me has dado tan buen servicio con la Princesa Katra, te dejara morir como un cordero ante los lobos? Te debo mucho y no permitiré que nadie te toque, odalisca" y voltea a ver la herida provocada en la Jequesa que se ha mantenido todo el tiempo sumisa. El Jeque lame la piel femenina con sensualidad y erotismo, el que le produce la vitae... aspira y cierra la herida para besar ahí, donde la había provocado, aunque una pequeñísima sonrisa se le escapa y le da un golpecito en la parte baja de la espalda al ver el último pensamiento de su hija: solicitándole permiso para tener a Alastair en su recámara.
- Ibna, Shokran Gazillan, pero lo otro me lo pensaré - se separa y hace una reverencia muy árabe, en tanto empieza a limpiarse los restos de vitae y mira a sus sarracenos - busquen en las alforjas de los caballos de la Jequesa, seguramente hay vitae suficiente, aliméntense lo necesario para continuar el viaje. Aunque ahora mismo el Sacro Imperio Romano está vedado en unión de los Países Bajos, sólo conozco un refugio tan seguro en el que pueda darles hospitalidad a ambos, Princesa Katra y Sidi Alastair, - suspira al ver correr a los sarracenos en busca del preciado líquido y mira a su hija y luego a Sidi Alastair y a la Princesa Katra, esperando su respuesta - mi propio palacio, es su determinación acompañarme hasta allá o bien, les escoltaremos a donde indiquen.
Se desprende de la túnica rasgada, quedándose sólo en los pantalones, acomoda bien su cinturón y toma su cimitarra, acoplándola contra éste, para sostenerla. Observa a la odalisca y da la voz para que revise a la Princesa, no sin antes darle una mirada de advertencia a la yegua, "No enfrente de mi Ibna, no enfrente de Kala" le advierte con dureza. Una cosa es que a él le trate como se le da la gana y otra muy diferente que Kala acepte que a su padre lo traten así. Hay un gran mundo de distancia y su hija no es de las que lo acorten con palabras dulces, si no con sangre y violencia.
Se va acercando a Alastair, cuando una voz le hace voltear, Kala se acerca con una túnica nueva, de tono negro y se la entrega. Hasta ese momento, Kareef no entiende la magnitud de todo, hasta que la observa, ella también viste de negro, en señal de respeto y luto hacia la Princesa y el Sidi Alastair... lo han perdido todo, se encuentran solos en el mundo. Asiente con un mohín de comprensión y se viste con rapidez, para acercarse completamente a Alastair y extenderle el brazo con la mano abierta.
- Has perdido, Sidi Alastair, a vuestros hermanos y familia. Yo sé qué tan importante es la familia para nosotros. Por lo que esta noche, ante el derramamiento de sangre vertido de propios y extraños, visto que tú y yo hemos sufrido heridas... tú emocionales y yo físicas, te ofrezco mi plena amistad y si lo quieres, considérame un hermano de sangre - le observó - pues así mi mente lo piensa y mi corazón lo pide. Sea pues, Sidi Alastair, que tus metas serán las mías, que tus visiones serán compartidas y tus errores aceptados. Te invito a formar parte de mi familia...
Por eso sólo trae una cimitarra en la mano, porque la otra extremidad no le responde y aún así, los mantiene lejos. El combate continúa y Kareef es capaz de evitarlos durante un largo minuto, cortando miembros, logrando cercenar una cabeza, pero siguen llegando. Por un leve instante, se piensa perdido, vencido, derrotado, pero saca fuerzas de su determinación, de su orgullo árabe. Es el Jeque Kareef Al'Ramiz, nadie puede ganarle si él no quiere. Ni siquiera el Destructor, mucho menos estos hombres lobo.
Una bestia se lanza contra él y es recibida con un arco mortal verdáceo que le destroza el cráneo, pero el cuerpo del vampiro se paraliza un segundo al escuchar el salto de otro sobrenatural que, sincronizado con el primero, ha encontrado un hueco en la defensa del árabe, quien cierra los ojos jalando aire, esperando el golpe mortal cuando una detonación rompe los sonidos de la batalla, dejándolo todo en silencio. El sonido seco de un objeto pesado cayendo -presumiblemente el hombre lobo- resuena tras Kareef.
Sus hombres y otros que, reconoce como los de Alastair, se apresuran a desperdigar a las bestias y darle un apoyo que -por Alá- definitivamente necesita. Observa con molestia cómo la Princesa -maldita yegua tozuda, desobediente y valiente- regresa a con refuerzos, sobre su montura y dos pistolas una en cada mano. La escucha en su mente y no puede más que asentir con fatiga.
Los cascos de unos caballos le obligan a separar la mirada de la Princesa, volteando hacia donde ya la polvareda anuncia la llegada de -bendito sea Alá- su hija con ayuda extra. Cierra los ojos descansando su mente un poco ahora que ya parece que el peligro mayor ha pasado, se alegra al ver cómo su hija lanza la daga con una facilidad pasmosa y ésta atraviesa el corazón de una de las bestias que se desploma en el acto, antes de llegar hasta él y su pequeña le sonríe.
- Ibna Kala - acaricia su rostro con una mano ensangrentada y asiente contento al ver el rastro en ella - llegas como siempre, a tiempo - se lame los labios y aspira aire lentamente cuando ve que su hija se descubre el cuello, alzando la barbilla en una franca invitación. Los ojos de Kareef se tornan velados y su mano derecha suelta la cimitarra, para rodear la cintura femenina, su rostro busca la piel y sus colmillos perforan hasta que la vitae mana de forma abundante.
Siente cómo Kala se tensa un leve instante al sentir la primera succión de forma violenta, señal de cuánto necesita el Jeque su vitae... un suspiro lánguido y sensual emana de los labios masculinos, en tanto mantiene el cuerpo de la vampiresa sostenido de la cintura por una sola mano, contra su cuerpo herido, el hombro humeando por la mordida del hombre lobo, en tanto él abarca toda la extensión de la cinturita, mientras que una pequeña gota de sangre se escapa y baja lentamente por el homóplato de la Jequesa como una invitación pagana.
El Jeque entreabre los ojos cuando entre ambos Al'Ramiz se hace una conexión única. Vuelve a cerrarlos y "observa" mentalmente, mientras absorbe esa vitae sabrosa, llena de poder y de sentimientos de cariño, comprensión, libertad, un espíritu guerrero, lo que la identifica y hace única a su hija. Su mente se abre ante la historia que le cuenta la sangre, lentamente va recorriendo su paladar mientras que entiende que el Sacro Imperio Romano ya no es confiable, que han traicionado a sus antiguos gobernantes.
Los Países Bajos también fueron atacados en virtud de las alianzas familiares que tenían con los Emperadores. Sus cabezas perdidas, extraviadas en una oscuridad total, donde nadie puede alcanzarlos si ellos no quieren. Aspira aire profundamente y la vitae baja por su garganta... La Princesa Katra está ahora sola, desprotegida. Y con ella, su tío Alastair no tiene un lugar donde refugiarse.
Kareef aspira de nuevo aire y afianza mejor la mordida, haciendo gemir a su hija de placer en lo que el vampiro piensa las posibles alternativas... si algo tiene de especial el Beso del Jeque es justamente eso: que causa un placer impropio. Un jadeo masculino y un segundo y tercer trago recorren su boca, para huir por su garganta y otra gota carmesí sigue el camino de la primera. Es cuando en la mente del Jeque se oyen las palabras de sus propios sarracenos que empiezan a rodear a la odalisca que les acompañaba hambrientos, necesitados de una vitae que ahora mismo su señor está tomando provocando un olor que sólo les hace perder la cabeza.
- ¡NO! - brama Kareef soltando un momento a su presa, con los labios manchados en vitae olorosa y adictiva, dándole una apariencia salvaje, como pocos lo han visto porque no es un vampiro que se olvide de su cuidado personal, pero ahora mismo la situación lo amerita, enfoca la mirada dura y tensa sobre sus hombres, una expresión agresiva en cada poro de la piel, como un león desértico a punto de atacar - la odalisca no debe ser tocada, la vitae de esa mujer me pertenece y quien quiera - se lamió los labios, evitando que gotas carmesíes se escabuyeran, goloso - desobedecer la orden de que es intocable, entonces que se prepare a un duelo a muerte contra mí.
Dichas las palabras, los sarracenos se alejan de la odalisca quien hace reverencias de gratitud con los ojos llenos de lágrimas puesto que por un momento pensó que su señor a eso la trajo, a ser devorada por sus hombres. Kareef sólo asiente "¿Qué clase de Jeque sería si después de que me has dado tan buen servicio con la Princesa Katra, te dejara morir como un cordero ante los lobos? Te debo mucho y no permitiré que nadie te toque, odalisca" y voltea a ver la herida provocada en la Jequesa que se ha mantenido todo el tiempo sumisa. El Jeque lame la piel femenina con sensualidad y erotismo, el que le produce la vitae... aspira y cierra la herida para besar ahí, donde la había provocado, aunque una pequeñísima sonrisa se le escapa y le da un golpecito en la parte baja de la espalda al ver el último pensamiento de su hija: solicitándole permiso para tener a Alastair en su recámara.
- Ibna, Shokran Gazillan, pero lo otro me lo pensaré - se separa y hace una reverencia muy árabe, en tanto empieza a limpiarse los restos de vitae y mira a sus sarracenos - busquen en las alforjas de los caballos de la Jequesa, seguramente hay vitae suficiente, aliméntense lo necesario para continuar el viaje. Aunque ahora mismo el Sacro Imperio Romano está vedado en unión de los Países Bajos, sólo conozco un refugio tan seguro en el que pueda darles hospitalidad a ambos, Princesa Katra y Sidi Alastair, - suspira al ver correr a los sarracenos en busca del preciado líquido y mira a su hija y luego a Sidi Alastair y a la Princesa Katra, esperando su respuesta - mi propio palacio, es su determinación acompañarme hasta allá o bien, les escoltaremos a donde indiquen.
Se desprende de la túnica rasgada, quedándose sólo en los pantalones, acomoda bien su cinturón y toma su cimitarra, acoplándola contra éste, para sostenerla. Observa a la odalisca y da la voz para que revise a la Princesa, no sin antes darle una mirada de advertencia a la yegua, "No enfrente de mi Ibna, no enfrente de Kala" le advierte con dureza. Una cosa es que a él le trate como se le da la gana y otra muy diferente que Kala acepte que a su padre lo traten así. Hay un gran mundo de distancia y su hija no es de las que lo acorten con palabras dulces, si no con sangre y violencia.
Se va acercando a Alastair, cuando una voz le hace voltear, Kala se acerca con una túnica nueva, de tono negro y se la entrega. Hasta ese momento, Kareef no entiende la magnitud de todo, hasta que la observa, ella también viste de negro, en señal de respeto y luto hacia la Princesa y el Sidi Alastair... lo han perdido todo, se encuentran solos en el mundo. Asiente con un mohín de comprensión y se viste con rapidez, para acercarse completamente a Alastair y extenderle el brazo con la mano abierta.
- Has perdido, Sidi Alastair, a vuestros hermanos y familia. Yo sé qué tan importante es la familia para nosotros. Por lo que esta noche, ante el derramamiento de sangre vertido de propios y extraños, visto que tú y yo hemos sufrido heridas... tú emocionales y yo físicas, te ofrezco mi plena amistad y si lo quieres, considérame un hermano de sangre - le observó - pues así mi mente lo piensa y mi corazón lo pide. Sea pues, Sidi Alastair, que tus metas serán las mías, que tus visiones serán compartidas y tus errores aceptados. Te invito a formar parte de mi familia...
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/10/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Por fin, la noche cae y corro a subirme a mi montura, espoleándola a toda velocidad en pos del rastro de mi Ab (padre) y su comitiva. Estoy muy nerviosa porque sé que su existencia está en peligro, he descubierto no sólo los planes de traición contra los Emperadores del Sacro Imperio Romano, si no que también los indicios de que la familia Parthenopaeus está en una emboscada mortal. Él es el que más me preocupa de todos ellos, mi infiel, pero confío en su pericia en la pelea, sé que estará bien y ruego a Alá porque me bendiga y sea su instrumento para dar justicia.
Mi rastreador gruñe de felicidad al ver que cambiaron de ruta, no irán al Sacro, pero su dirección es más funesta aún: los Países Bajos y no sólo eso, si no que hay un rastro fresco de hombres lobo. Chasqueo la lengua y me preparo para el mortal combate, agradeciendo tener la precaución de poner las botellas de sangre en hielo en uno de los compartimientos de mi bolsa. Lamo mis labios y tras una orden, partimos a todo galope. Mi cuerpo apenas ataviado por pantalones de varón y túnica larga de color oscuro, en combinación con un turbante del mismo tono, apenas deja vislumbrar que soy una mujer.
Así que de momento, voy camuflajeada por mi gente que preparan las armas al igual que yo. Una larga lanza con punta de plata, lista para atravesar la piel de mi enemigo. Una cimitarra a la cintura, por si pierdo la primera arma y mi daga me quema contra la piel, lista para el combate. Llevo las riendas del caballo con una mano, pero está educado de forma tal, que aún en combate sería el primero en desmantelar la defensiva rival, con sus coceos y sus patadas que ni yo le aguanto.
Es maravilloso el entrenamiento que el Destructor les da a estos corceles, aunque lamento que mi Ab no trajera el suyo ahora mismo. Lo encontré en el otro refugio, lo que significa que lo dejó descansar para tomar uno más fresco. Craso error ahora que estamos en mitad de la batalla, porque su caballo aguanta lo suficiente... por si las dudas, ahora mismo viene tras nosotros, sin jinete, guiado por uno de mis hombres, en caso de que la persecución continúe y necesitemos de una montura más.
Mi fiel caballo se detiene de golpe, parándose en las patas traseras, evitando así el embate de un hombre lobo que me iba a llegar por el costado. El sobrenatural cae contra el piso y es atravesado sin piedad por mi lanza, directo al corazón. El metal se hunde en el pecho como un cuchillo en la mantequilla de tan afilada que está la punta y luego del alarido, no queda más de ese animal. Asi que están atacando en conjunto y de forma sincronizada. Mi Ab estará en peligro si no nos damos prisa.
Mi rastreador es tajante, una montura lleva el doble de peso y tras lo que encontré en el último refugio y la carta bien oculta de la odalisca tal cual le enseñé, mis sospechas son ciertas: mi Ab lleva en su caballo a la Princesa que va herida. Su preocupación por esa Sayyidat me está inquietando, espero que sólo sea por ver la alianza firme y no porque...
Despejo esas ideas de mi mente y tras una orden, continuamos el camino. Cientos de metros después, nos encontramos con una comitiva de hombres lobo que nos esperan. Peleamos aguerridamente y mi lanza perfora a más de uno, pero son demasiados. Sin embargo, no cuentan con que todos somos sobrenaturales como ellos y que les llevamos una ventaja: los caballos que les golpean, pisan y patean sin piedad, impidiendo que se acerquen a nosotros.
Pronto, en el piso no quedan más que cuerpos sin vida de nuestros enemigos y es mi satisfacción decir que ninguno de los míos ha caído aún. Heridos, pero comparto algunas botellas de vitae y es cuando me llama la atención algo. Me dirijo al interior del bosque y encuentro a uno de los hombres de mi padre, ya agonizando. Las heridas a base de la mordida de los perros no son curables ya, por lo que suspiro y le sonrío levemente.
El vástago asiente, pero antes de que le dé una muerte honorable, me avisa de la estrategia de mi padre. Es una buena idea, pero no la óptima el resguardar al rastreador, porque uno de ellos es reemplazable, pero no el Jeque de Jeques. Tras yo misma destruir a mi fiel sirviente para evitar que sufra más, me cambio la túnica por una negra. Señal de luto, por ese sarraceno, por los que ha caído y caerán. Monto al caballo tras una oración a Alá y continuamos el camino.
Con más bríos ahora que hemos visto lo que esos animales han provocado, nos apresuramos a llegar a con nuestro señor, entre sangre sobrenatural, aullidos que son acallados por mi lanza, destrozándole la garganta y taponeándoles el hocico con el mango de mi arma. Flechas, lanzas, cimitarras, todo es usado contra esos infieles e impíos desgraciados que se han atrevido a levantar sus armas y lastimar a nuestro amo y señor.
Como mi Ab tenga una sola herida, me la cobraré sobre todos, en esos malditos del Senado a quienes destrozaré uno por uno sin dejar muñeco con cabeza. El caballo relincha y en mi mente, siento un hormigueo que me hace sonreír; en un acto provocativo, me desprendo de la túnica, quedando en mi top color negro como los pantalones masculinos; el turbante cae y sacudo mi cabello dejándolo libre para ser manejado por el aire que alborota mis rizos. Soy feliz porque sé que mi infiel está vivo, está sano y sin profundizar más en los pensamientos; ante nosotros, se abre la escena de lucha final.
Por el frente, Sidi Alastair con sus hombres y vaya que han tenido una lucha igual a la nuestra, tiene heridas y rasguños, su camisa está rota en varios lugares y a pesar de que me incita, no dudo en lanzar mi arma contra un hombre lobo que parece dispuesto a saltar sobre la que, supongo, ha de ser la Princesa Di Alessandro. La lanza perfora de forma brutal la cabeza del sobrenatural en tanto desmonto y miro la situación, pero ya los hombres del Sidi Parthenopaeus y los míos se están deshaciendo de los enemigos de mi Ab.
El Jeque de Jeques voltea a mirarme con satisfacción, pero hay una sombra que aún lo acecha. Me deshago de ella con un tiro certero de mi daga que cae sobre el corazón de la bestia quien se desploma a espaldas de mi Ab. Suspiro y niego, porque debería tener más cuidado. Sonrío como cuando niña, cuando él pasa su mano por mi rostro y siento la humedad en él, una diestra ensangrentada... necesita vitae, la herida de su hombro es indudablemente una mordida.
Me empiezo a descubrir el cuello, haciendo a un lado mi cabello, mirándole de forma elocuente, incitándolo a beber y para mi fortuna, no necesito insistirle, señal de cuán débil está. El metal de su cimitarra resuena y siento su mano rodear mi cintura, la otra extremidad está demasiado dañada y aprovecho para llevar una mano a ella, haciendo a un lado la túnica para ver el daño. Aunque mi cuerpo se tensa de placer al sentir su mordida, la forma en que sus colmillos perforan la piel y a duras penas me concentro en darle la información que desconoce, para que decida el proceder del grupo.
El placer nubla mi mente, me transporta a un lugar en el que lo verde y lo multicolor gobierna. Allá donde el Edén de mi Ab es un refugio de paz, un remanso de tranquilidad que me permite sentirme en casa por fin. Me hace olvidar todo lo que he vivido y lo que estoy padeciendo. Mi cabeza se mueve y acaricia con suavidad la mejilla de mi Ab quien aún bebe. Mi mano izquierda pasa con dulzura por sus cabellos, con el cariño que le tengo.
Mi mente se sobresalta al oír su negativa, temerosa, un estremecimiento recorre todo mi cuerpo, pero mi Ab no logra reconocerlo, mientras está regañando a sus sarracenos. Con rapidez, bajo la cabeza y controlo el impulso de irme contra mi Ab... un loco deseo que no entiendo, pero que seguramente me hará mucho daño en caso de ejecutarlo con éxito. Por fin y justo a tiempo, logro controlarme. El Jeque de Jeques voltea hacia mí y lame mi herida, sanándola, depositando un tierno beso, como cuando yo era niña. Le volteo a ver y le sonrío con ternura, acariciando su rostro. Y pienso en que si no tienen lugar a donde ir la Princesa y Sidi Alastair, bueno, yo tengo espacio en mi cama para el último.
Río a carcajadas cuando mi Ab me palmea y le veo la sonrisa en sus ojos profundos, le ha hecho gracia, quizá pueda tenerlo... además, ha prometido pensárselo, que es un gran triunfo para él, que es tan celoso y posesivo conmigo. Señal de que Sidi Alastair le ha caído bien. Se desprende de su túnica y recuerdo que aún tengo la que me quité, así que voy por ella y se la ofrezco. Su mirada al darle la prenda lo dice todo, se ha ubicado en el lugar y tiempo, así que se dirige a con Sidi Alastair.
Hago una reverencia a ambos y regreso a con los hombres, que se aseguren que las bolas de pelos estén completamente muertas, que busquen a la guardia de mi padre, para ver si pueden hacer algo por ellos. Soy una Jequesa y me luzco en ello, dando órdenes y siendo competente al dar muerte a un hombre lobo moribundo, con tal frialdad que podría congelar el alma de alguien no acostumbrado a ello.
Es cuando mis ojos se topan con los de la Princesa Katra y alzo una ceja observándola en silencio. Parece fúrica, aunque me pregunto qué la puso así. Me río divertida al ver sus pensamientos. ¡Está celosa! Y para reírme más, me acerco a mi padre y le tomo de la cintura, besándole la comisura de los labios y comportándome melosa. Seguro que el Jeque de Jeques pensará que fue el miedo de perderlo, lo cual es un 45% la verdad, pero el resto...
Es mera diversión, que la chiquilla brame de ira y celos, de furia y locura.
Jajajajajaja, ilusa mocosa.
Mi rastreador gruñe de felicidad al ver que cambiaron de ruta, no irán al Sacro, pero su dirección es más funesta aún: los Países Bajos y no sólo eso, si no que hay un rastro fresco de hombres lobo. Chasqueo la lengua y me preparo para el mortal combate, agradeciendo tener la precaución de poner las botellas de sangre en hielo en uno de los compartimientos de mi bolsa. Lamo mis labios y tras una orden, partimos a todo galope. Mi cuerpo apenas ataviado por pantalones de varón y túnica larga de color oscuro, en combinación con un turbante del mismo tono, apenas deja vislumbrar que soy una mujer.
Así que de momento, voy camuflajeada por mi gente que preparan las armas al igual que yo. Una larga lanza con punta de plata, lista para atravesar la piel de mi enemigo. Una cimitarra a la cintura, por si pierdo la primera arma y mi daga me quema contra la piel, lista para el combate. Llevo las riendas del caballo con una mano, pero está educado de forma tal, que aún en combate sería el primero en desmantelar la defensiva rival, con sus coceos y sus patadas que ni yo le aguanto.
Es maravilloso el entrenamiento que el Destructor les da a estos corceles, aunque lamento que mi Ab no trajera el suyo ahora mismo. Lo encontré en el otro refugio, lo que significa que lo dejó descansar para tomar uno más fresco. Craso error ahora que estamos en mitad de la batalla, porque su caballo aguanta lo suficiente... por si las dudas, ahora mismo viene tras nosotros, sin jinete, guiado por uno de mis hombres, en caso de que la persecución continúe y necesitemos de una montura más.
Mi fiel caballo se detiene de golpe, parándose en las patas traseras, evitando así el embate de un hombre lobo que me iba a llegar por el costado. El sobrenatural cae contra el piso y es atravesado sin piedad por mi lanza, directo al corazón. El metal se hunde en el pecho como un cuchillo en la mantequilla de tan afilada que está la punta y luego del alarido, no queda más de ese animal. Asi que están atacando en conjunto y de forma sincronizada. Mi Ab estará en peligro si no nos damos prisa.
Mi rastreador es tajante, una montura lleva el doble de peso y tras lo que encontré en el último refugio y la carta bien oculta de la odalisca tal cual le enseñé, mis sospechas son ciertas: mi Ab lleva en su caballo a la Princesa que va herida. Su preocupación por esa Sayyidat me está inquietando, espero que sólo sea por ver la alianza firme y no porque...
Despejo esas ideas de mi mente y tras una orden, continuamos el camino. Cientos de metros después, nos encontramos con una comitiva de hombres lobo que nos esperan. Peleamos aguerridamente y mi lanza perfora a más de uno, pero son demasiados. Sin embargo, no cuentan con que todos somos sobrenaturales como ellos y que les llevamos una ventaja: los caballos que les golpean, pisan y patean sin piedad, impidiendo que se acerquen a nosotros.
Pronto, en el piso no quedan más que cuerpos sin vida de nuestros enemigos y es mi satisfacción decir que ninguno de los míos ha caído aún. Heridos, pero comparto algunas botellas de vitae y es cuando me llama la atención algo. Me dirijo al interior del bosque y encuentro a uno de los hombres de mi padre, ya agonizando. Las heridas a base de la mordida de los perros no son curables ya, por lo que suspiro y le sonrío levemente.
El vástago asiente, pero antes de que le dé una muerte honorable, me avisa de la estrategia de mi padre. Es una buena idea, pero no la óptima el resguardar al rastreador, porque uno de ellos es reemplazable, pero no el Jeque de Jeques. Tras yo misma destruir a mi fiel sirviente para evitar que sufra más, me cambio la túnica por una negra. Señal de luto, por ese sarraceno, por los que ha caído y caerán. Monto al caballo tras una oración a Alá y continuamos el camino.
Con más bríos ahora que hemos visto lo que esos animales han provocado, nos apresuramos a llegar a con nuestro señor, entre sangre sobrenatural, aullidos que son acallados por mi lanza, destrozándole la garganta y taponeándoles el hocico con el mango de mi arma. Flechas, lanzas, cimitarras, todo es usado contra esos infieles e impíos desgraciados que se han atrevido a levantar sus armas y lastimar a nuestro amo y señor.
Como mi Ab tenga una sola herida, me la cobraré sobre todos, en esos malditos del Senado a quienes destrozaré uno por uno sin dejar muñeco con cabeza. El caballo relincha y en mi mente, siento un hormigueo que me hace sonreír; en un acto provocativo, me desprendo de la túnica, quedando en mi top color negro como los pantalones masculinos; el turbante cae y sacudo mi cabello dejándolo libre para ser manejado por el aire que alborota mis rizos. Soy feliz porque sé que mi infiel está vivo, está sano y sin profundizar más en los pensamientos; ante nosotros, se abre la escena de lucha final.
Por el frente, Sidi Alastair con sus hombres y vaya que han tenido una lucha igual a la nuestra, tiene heridas y rasguños, su camisa está rota en varios lugares y a pesar de que me incita, no dudo en lanzar mi arma contra un hombre lobo que parece dispuesto a saltar sobre la que, supongo, ha de ser la Princesa Di Alessandro. La lanza perfora de forma brutal la cabeza del sobrenatural en tanto desmonto y miro la situación, pero ya los hombres del Sidi Parthenopaeus y los míos se están deshaciendo de los enemigos de mi Ab.
El Jeque de Jeques voltea a mirarme con satisfacción, pero hay una sombra que aún lo acecha. Me deshago de ella con un tiro certero de mi daga que cae sobre el corazón de la bestia quien se desploma a espaldas de mi Ab. Suspiro y niego, porque debería tener más cuidado. Sonrío como cuando niña, cuando él pasa su mano por mi rostro y siento la humedad en él, una diestra ensangrentada... necesita vitae, la herida de su hombro es indudablemente una mordida.
¡Malditos sean aquéllos que provocaron la ira de la Jequesa Al'Ramiz!
Me empiezo a descubrir el cuello, haciendo a un lado mi cabello, mirándole de forma elocuente, incitándolo a beber y para mi fortuna, no necesito insistirle, señal de cuán débil está. El metal de su cimitarra resuena y siento su mano rodear mi cintura, la otra extremidad está demasiado dañada y aprovecho para llevar una mano a ella, haciendo a un lado la túnica para ver el daño. Aunque mi cuerpo se tensa de placer al sentir su mordida, la forma en que sus colmillos perforan la piel y a duras penas me concentro en darle la información que desconoce, para que decida el proceder del grupo.
El placer nubla mi mente, me transporta a un lugar en el que lo verde y lo multicolor gobierna. Allá donde el Edén de mi Ab es un refugio de paz, un remanso de tranquilidad que me permite sentirme en casa por fin. Me hace olvidar todo lo que he vivido y lo que estoy padeciendo. Mi cabeza se mueve y acaricia con suavidad la mejilla de mi Ab quien aún bebe. Mi mano izquierda pasa con dulzura por sus cabellos, con el cariño que le tengo.
"Te amo, Ab... siempre llegaré a evitarte la muerte... siempre, Ab..."
Mi mente se sobresalta al oír su negativa, temerosa, un estremecimiento recorre todo mi cuerpo, pero mi Ab no logra reconocerlo, mientras está regañando a sus sarracenos. Con rapidez, bajo la cabeza y controlo el impulso de irme contra mi Ab... un loco deseo que no entiendo, pero que seguramente me hará mucho daño en caso de ejecutarlo con éxito. Por fin y justo a tiempo, logro controlarme. El Jeque de Jeques voltea hacia mí y lame mi herida, sanándola, depositando un tierno beso, como cuando yo era niña. Le volteo a ver y le sonrío con ternura, acariciando su rostro. Y pienso en que si no tienen lugar a donde ir la Princesa y Sidi Alastair, bueno, yo tengo espacio en mi cama para el último.
Río a carcajadas cuando mi Ab me palmea y le veo la sonrisa en sus ojos profundos, le ha hecho gracia, quizá pueda tenerlo... además, ha prometido pensárselo, que es un gran triunfo para él, que es tan celoso y posesivo conmigo. Señal de que Sidi Alastair le ha caído bien. Se desprende de su túnica y recuerdo que aún tengo la que me quité, así que voy por ella y se la ofrezco. Su mirada al darle la prenda lo dice todo, se ha ubicado en el lugar y tiempo, así que se dirige a con Sidi Alastair.
Hago una reverencia a ambos y regreso a con los hombres, que se aseguren que las bolas de pelos estén completamente muertas, que busquen a la guardia de mi padre, para ver si pueden hacer algo por ellos. Soy una Jequesa y me luzco en ello, dando órdenes y siendo competente al dar muerte a un hombre lobo moribundo, con tal frialdad que podría congelar el alma de alguien no acostumbrado a ello.
Es cuando mis ojos se topan con los de la Princesa Katra y alzo una ceja observándola en silencio. Parece fúrica, aunque me pregunto qué la puso así. Me río divertida al ver sus pensamientos. ¡Está celosa! Y para reírme más, me acerco a mi padre y le tomo de la cintura, besándole la comisura de los labios y comportándome melosa. Seguro que el Jeque de Jeques pensará que fue el miedo de perderlo, lo cual es un 45% la verdad, pero el resto...
Es mera diversión, que la chiquilla brame de ira y celos, de furia y locura.
Jajajajajaja, ilusa mocosa.
¡¡¡Mi Ab... Kareef Al'Ramiz es mío... y quien quiera tenerlo consigo... que se atenga a las consecuencias...!!!
Kala Nahid Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Busque su mirada, silente y abatida, no perdía su elegancia y menos aun su atractivo, pero el cansancio de la batalla se reflejaba en sus ojos. No pude evitar sentirme culpable, a fin de cuentas todo aquel enfrentamiento era por mí, por mi familia, por mí imperio; bufe para mis adentros con frustración contenida y disparé a un licántropo que se movía con velocidad entre los cadáveres. El estruendo del disparo se sintió en el silencio que caía sobre nosotros, sabíamos bien que algo aun peor se escondía tras aquello, y la desolación se anido en mi. Suspiré segura que este era solo el comienzo del infierno, en un gesto infantil e involuntario, como si esperase la aceptación de Kareef, un refugio en él, y lo encontré en aquel asentimiento que por solo un par de segundos me dio paz - ¿Tiene sentido tanto tiempo huyendo? … No…- me pregunté y respondí a mí misma.
Una lagrima de arrepentimiento rodo por mi mejilla, solo un atisbo salino del doloroso camino que debería recorrer de ahora en adelante, pero aun me encontraba lejos de comprender y sentir el real peso de la batalla, su significado y lo que destino había deparado para nosotros, esto recién comenzaba . Sonreí débilmente, preocupada, nada bueno se esperaba, divise el panorama y la herida del hombre que me había salvado de un catastrófico final. Sangre, necesitaba beber, alimentarse y recuperar su fuerza, lleve delicadamente una mano hasta mi cuello y lo recorrí, meditando aquella idea - Estas herida- me recriminé, como si yo misma fuese mi conciencia. Pero la vitaee era urgente, escrudiñe con la mirada a cada uno de los hombres con que Alastair viajaba, y encontré a quien buscaba.
Salte del caballo y caminé hasta Abdón, un vampiro y gladiador del imperio que ahora estaba bajo las ordenes de mi tío, me acerque a él, me había entrenado y enseñado que la montura de sus caballos se escondía la vitae antes de ir a batalla. En botellas muy bien cerradas, portaban aquel líquido carmesí que mis padres servían para satisfacer su sed sin recurrir a la habitual mordida. Claro aquel brebaje, vitae, sangre y vino, no era tan reconfortante como la sangre sola, pero si lo suficiente para reconfortar a los guerreros, ahora nos quedaba un largo viajes rumbo a un refugio. Con dificultad, sintiendo la herida de mi vientre tirar recorrí los últimos pasos hasta Abdón y sin siquiera preguntar, con completo descaro pase mis manos bajo sus muslos y saque dos botellas - Una por cada hombre- ordené entregándole una a él y dejándome una para mi, esta sería para él.
Con pasos débiles endebles por el dolor que comenzaba a molestar ahora que la adrenalina de batalla había bajado, me voltee para caminar hasta el destinatario de mi entrega, la única atención que podía brindarle en ese momento. Conocía bien el mundo de los vampiros, su alimentación y su regeneración, ideal hubiere sido sangre pura, pero la necesitad tiene cara de hereje, y en aquel momento, al herejía reinaba. Completando la escena como guiados por mis plegarias a Ares, el galope de varios caballos deteniéndose ante nosotros y una hermosa vampiresa liderándolos, me abstrajeron de mi marcha hacia Kareef, cuando le vi me paralice, ignore al licántropo que saltaba sobre mí, ignore el revolver que aun portaba y el peligro de mi vida, pues otro animal se lanzaba ahora sobre -MI jeque- me sorprendí pensando así, cuando el estruendo de una bestia desplomándose y luego otra me regresaron a la realidad. Estaba cansada, herida y evidentemente mi fuerza, sin importar los entrenamientos, era eso, fuerza humana.
Trate de avanzar, pero la visión de ella acercándose a mi salvador me turbo, en especial lo vi a continuación. La caricia que él le propino, la proximidad y el erotismo entre ambos me remordía mi interior, peor que su me hubiesen apuñalado por la espald -¡Por los Dioses! Cuanto anhelaba estar allí- En qué momento surgió esa necesidad, no lo sabía, pero estaba allí carcomiendo por dentro, peor que si mi vida corriese peligro tome el arma entre mis manos, enceguecida por la rabia y por aquel sentimiento que me carcomía. A pocos metros de distancia Alastair desmonto y camino hasta mi, como si el esperase algo, la pregunta era que le alegraba tanto.
Cerré los ojos dos segundos, buscando paz, pero esta paz fue interrumpida por algo peor, un suspiro y un jadeo de placer acompasado de una punzada de… ¿celos? …La botella resbalo entre mis manos y choco contra el suelo, derramándose todo aquel liquido carmesí ante mi estupefacta expresión y la lujuriosa escena que se acaba de dar ante mis ojos - ¡¿Qué rayos?!- reclame para mis adentros, aquel acaso no era el hombre que le persiguió por meses y ahora debía presenciar como prácticamente poseía a aquella mujer en mi presencia, rodeándola por la cintura desnuda.
Gruñí con enfado, a un paso de disparar, cuando una mano se poso en mi hombro, voltee dos segundos, allí estaba Alastaír con el rostro tenso pero intentando ¿contenerme? Acaso me considera una mujer arrebatada que le caería encima a esa … a esa… - ¡¿Quien es ESA?!- pregunté mentalmente a lo solo recibí una respuesta aun peor, Jequesa, ahora Al’Ramiz se desmoronaba ante mis ojos ¿No había prometido desposarme?¿Acaso pretendía compartiese? Deje la botella derramada en el piso e ignore a los hombres de él que ansiaban sangre, no quise ver más y me encamine hasta Abdón y pedí me informase de lo ocurrido en los Países Bajos y en el Imperio, mientras dejaba que Alastair se encargase de hablar con Kareef, labor de hombres o prefería que así fuese.
Las noticias destruyeron la poca integridad que aun quedaba en mi y no pude evitar la urgente necesidad de liberar al furia contenida, por mis padres, por Apostolos, mis tíos, mi imperio… Todo perdido y ahora mismo, daba por perdido al malnacido Jeque, que la quería como segunda. Di la espalda al guerrero para encontrarme con la altanera mirada de la “Jequesa” y un acto que en otro momento hubiese comprendido era para provocarme, pero que en ese momento vi como un ataque certero a mi orgullo, a mi integridad y mis deseos. Guiada por la irracionalidad que solía dominar mis palabras, alcé e arma y disparé rozando la bala por su costado y el del jeque, de inmediato todas las miradas se posaron sobre mí, una burlesca sonrisa afloro en mis labios, como aquellas que dedicaba a mis padres cuando sabia había actuado mal, pero deseaba ocultarlo - ¡Ups! Se me escapo un tiro, lo lamento- se disculpo con evidente falsedad en la voz.
-¡Abdón! - llamó en son de orden - Tu lealtad ahora está conmigo a igual que la de los hombres que lideras, tu fidelidad la debes probar ante mí y Alastair- enfatice, renovando la promesa que hace años habían hecho ante mis padres - Iré en tu montura, debemos contactar a Tobbias. No aceptaré mendigar la protección de personas que acabo de conocer- su orgullo herido no me permitiría ir bajo la protección del hombre, que a mis ojos, me había traicionado con falsas promesas y que ella ilusamente había creído.
Una lagrima de arrepentimiento rodo por mi mejilla, solo un atisbo salino del doloroso camino que debería recorrer de ahora en adelante, pero aun me encontraba lejos de comprender y sentir el real peso de la batalla, su significado y lo que destino había deparado para nosotros, esto recién comenzaba . Sonreí débilmente, preocupada, nada bueno se esperaba, divise el panorama y la herida del hombre que me había salvado de un catastrófico final. Sangre, necesitaba beber, alimentarse y recuperar su fuerza, lleve delicadamente una mano hasta mi cuello y lo recorrí, meditando aquella idea - Estas herida- me recriminé, como si yo misma fuese mi conciencia. Pero la vitaee era urgente, escrudiñe con la mirada a cada uno de los hombres con que Alastair viajaba, y encontré a quien buscaba.
Salte del caballo y caminé hasta Abdón, un vampiro y gladiador del imperio que ahora estaba bajo las ordenes de mi tío, me acerque a él, me había entrenado y enseñado que la montura de sus caballos se escondía la vitae antes de ir a batalla. En botellas muy bien cerradas, portaban aquel líquido carmesí que mis padres servían para satisfacer su sed sin recurrir a la habitual mordida. Claro aquel brebaje, vitae, sangre y vino, no era tan reconfortante como la sangre sola, pero si lo suficiente para reconfortar a los guerreros, ahora nos quedaba un largo viajes rumbo a un refugio. Con dificultad, sintiendo la herida de mi vientre tirar recorrí los últimos pasos hasta Abdón y sin siquiera preguntar, con completo descaro pase mis manos bajo sus muslos y saque dos botellas - Una por cada hombre- ordené entregándole una a él y dejándome una para mi, esta sería para él.
Con pasos débiles endebles por el dolor que comenzaba a molestar ahora que la adrenalina de batalla había bajado, me voltee para caminar hasta el destinatario de mi entrega, la única atención que podía brindarle en ese momento. Conocía bien el mundo de los vampiros, su alimentación y su regeneración, ideal hubiere sido sangre pura, pero la necesitad tiene cara de hereje, y en aquel momento, al herejía reinaba. Completando la escena como guiados por mis plegarias a Ares, el galope de varios caballos deteniéndose ante nosotros y una hermosa vampiresa liderándolos, me abstrajeron de mi marcha hacia Kareef, cuando le vi me paralice, ignore al licántropo que saltaba sobre mí, ignore el revolver que aun portaba y el peligro de mi vida, pues otro animal se lanzaba ahora sobre -MI jeque- me sorprendí pensando así, cuando el estruendo de una bestia desplomándose y luego otra me regresaron a la realidad. Estaba cansada, herida y evidentemente mi fuerza, sin importar los entrenamientos, era eso, fuerza humana.
Trate de avanzar, pero la visión de ella acercándose a mi salvador me turbo, en especial lo vi a continuación. La caricia que él le propino, la proximidad y el erotismo entre ambos me remordía mi interior, peor que su me hubiesen apuñalado por la espald -¡Por los Dioses! Cuanto anhelaba estar allí- En qué momento surgió esa necesidad, no lo sabía, pero estaba allí carcomiendo por dentro, peor que si mi vida corriese peligro tome el arma entre mis manos, enceguecida por la rabia y por aquel sentimiento que me carcomía. A pocos metros de distancia Alastair desmonto y camino hasta mi, como si el esperase algo, la pregunta era que le alegraba tanto.
Cerré los ojos dos segundos, buscando paz, pero esta paz fue interrumpida por algo peor, un suspiro y un jadeo de placer acompasado de una punzada de… ¿celos? …La botella resbalo entre mis manos y choco contra el suelo, derramándose todo aquel liquido carmesí ante mi estupefacta expresión y la lujuriosa escena que se acaba de dar ante mis ojos - ¡¿Qué rayos?!- reclame para mis adentros, aquel acaso no era el hombre que le persiguió por meses y ahora debía presenciar como prácticamente poseía a aquella mujer en mi presencia, rodeándola por la cintura desnuda.
Gruñí con enfado, a un paso de disparar, cuando una mano se poso en mi hombro, voltee dos segundos, allí estaba Alastaír con el rostro tenso pero intentando ¿contenerme? Acaso me considera una mujer arrebatada que le caería encima a esa … a esa… - ¡¿Quien es ESA?!- pregunté mentalmente a lo solo recibí una respuesta aun peor, Jequesa, ahora Al’Ramiz se desmoronaba ante mis ojos ¿No había prometido desposarme?¿Acaso pretendía compartiese? Deje la botella derramada en el piso e ignore a los hombres de él que ansiaban sangre, no quise ver más y me encamine hasta Abdón y pedí me informase de lo ocurrido en los Países Bajos y en el Imperio, mientras dejaba que Alastair se encargase de hablar con Kareef, labor de hombres o prefería que así fuese.
Las noticias destruyeron la poca integridad que aun quedaba en mi y no pude evitar la urgente necesidad de liberar al furia contenida, por mis padres, por Apostolos, mis tíos, mi imperio… Todo perdido y ahora mismo, daba por perdido al malnacido Jeque, que la quería como segunda. Di la espalda al guerrero para encontrarme con la altanera mirada de la “Jequesa” y un acto que en otro momento hubiese comprendido era para provocarme, pero que en ese momento vi como un ataque certero a mi orgullo, a mi integridad y mis deseos. Guiada por la irracionalidad que solía dominar mis palabras, alcé e arma y disparé rozando la bala por su costado y el del jeque, de inmediato todas las miradas se posaron sobre mí, una burlesca sonrisa afloro en mis labios, como aquellas que dedicaba a mis padres cuando sabia había actuado mal, pero deseaba ocultarlo - ¡Ups! Se me escapo un tiro, lo lamento- se disculpo con evidente falsedad en la voz.
-¡Abdón! - llamó en son de orden - Tu lealtad ahora está conmigo a igual que la de los hombres que lideras, tu fidelidad la debes probar ante mí y Alastair- enfatice, renovando la promesa que hace años habían hecho ante mis padres - Iré en tu montura, debemos contactar a Tobbias. No aceptaré mendigar la protección de personas que acabo de conocer- su orgullo herido no me permitiría ir bajo la protección del hombre, que a mis ojos, me había traicionado con falsas promesas y que ella ilusamente había creído.
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Una batalla cruenta se llevo a cabo aquella noche, entre traiciones y errores de los ya caídos, no fue la más sangrienta batalla ni menos aun aquella en que más hombre perdí, pero si fue y la más dolorosa. Desde el momento en que llego a mis manos la nota de nuestro infiltrado, lo vi, no solo su desaparición y muerte, sino la de mi clan, aquellos a quienes tantas veces protegí y que esta noche les falle. Sí, mi error fue no advertir a tiempo sobre los rumores provenientes desde la Inquisición, no obligar a Acheron a tomar las riendas a tiempo antes que el Imperio se descontrolase en su contra, e incluso no advertirle a Urian cuan de cerca seguían sus pasos. Un traición tan bien planeada, tan esperada y a la que no le temimos, si habíamos pecado de arrogancia al creernos superiores que nuestros enemigos, y ahora lamentábamos la segura muerte de Mi familia, un Clan al que pertenecí desde el inicio de mis días y al que había jurado proteger… e irónicamente un error, un falla, la inoportuna entrega de información fue nuestro letal error.
Ahora, tras dar muerte a una veintena de licántropos, de haber borrado todo rastro de mis huellas y de encontrar a una herida princesa a la cual proteger, el cansancio se hacía latente, no en mi cuerpo sino en mi interior. Los días, los meses e inclusive los siglos venideros, estarían cargados por la sombra de esta fatídica noche, pues de ahora en adelante no era el reino de los Países Bajos el que deberíamos reconstruir, no se trataba de retomar el control del Sacro Imperio, si quiera se acercaba a tan mundanos deberes. Si los hechos eran tan crueles como el panorama ante mis ojos, este ataque era solo una advertencia sobre cuanto se habían acercado a nosotros, cuan cerca podía llegar al centro mismo de aquel bien cuidado secreto que mantenían los cinco frentes.
Abatido desde mi montura a metros de la única sobreviviente de mi clan, recorrí con la mirada el campo ensangrentado, una pausa necesaria mientras mi hombres hacían su labor, eran hábiles tanto o más que los hombres lobos a los que se enfrentaban, pero no por ello la batalla se mostraba fácil, Al’Ramiz perdió a algunos de sus mejores hombres y Katra se encontraba sin escolta. Gruñí con pesar, nada de que ocurriese de ahora en adelante sería sencillo, en especial llegar a lugar seguro antes que el alba se presentase y menos aun con la bajas de soldados. La realidad superaba mis provisiones, los heridos requerían aun más vitae que aquella que portábamos, y en cualquier momento caerían en el descontrol propio tras la batalla, querrían alimentarse a como diese lugar. No podíamos darnos aquel lujo, cualquier desmesura de nuestra parte, pondría en evidencia nuestra ubicación.
El sigilo de caballos árabes bien entrenados con sus jinetes trajo esperanza a la desdicha que aquella escena, los Dioses nos bendijeron con refuerzos y sin duda la tan ansiada vitae de la mano de la más fiera hembra que jamás hubiere conocido. Erguida con hidalguía liderando a sus hombres, ella, la única jequesa de los Cinco frentes, vestida completamente de negro, pero del mismo modo sensual en que la recordaba de aquellas noches en que tras destrozar un par de habitaciones nos consumíamos en la pasión, en la obsesión de dominarnos mutuamente, ella con su brutalidad y yo con la calma de un estratega. Sin decir palabra sin mirar a nadie, solo atenta a un hombre en aquel lugar, su padre, dio muerte a quien lo amenazaba y se entrego sin tapujos a la sed de él, despertando en mis los instintos de posesividad, pero no por ello negaría al Jeque de jeque aquello que tanto le urgía.
Agradecí ver a la Jequesa en el campo de batalla con los menesteres necesarios para sobrellevar lo que nos quedaba de noche, pero admito que compartí en parte el sentimiento que embargo a Katra cuando la vi entregar su vitae a su padre, si eran celos o más bien envidia, añoraba a aquella hembra desde que la deje tiempo atrás en su propio palacio, tras interminables noches saciando nuestros más bestiales instintos. Pero yo, a diferencia de mi sobrina, conozco o creo conocer los rituales de aquella jovencita, si porque la vampiresa lo era, se comportaba como una niña encaprichada cuando se lo proponía y ahora, ella estaba marcando su presencia ante la mujer que amenazaba quitarle la atención de su padre.
Si sentí celos y envidia, pues Kala sentía devoción y total entrega por su padre, podía estar seguro que ella era capaz de abandonar su vida para dársela su padre, algo que ella no haría por mí. Esa mujer obsesionaba mis pensamientos desde hace siglos, peor que eso, era el hecho que le había poseído y no era suficiente, mis ansias eran cada vez mayores. Desmonté ignorando aquella escena y preparándome por lo que vendría, pues yo mismo sentía aquella sequedad en mi garganta, y mis colmillos asomarse bajo voluntad propia… la sed de la batalla había acabado y ahora venía una peor, la oleada por la vitae. - Cassius - llamé en lo que era casi un gruñido a uno de los hombres bajo mi mando, era quien más garrafas con liquido carmesí portaba, el asintió comprendiendo el llamado. Una botella para mí, la que bebí a grandes sorbos, buscando el control necesario para no desplantar a Al’Ramiz y beber la sangre de su joya más preciada, Kala., Cassio siguió mis órdenes, raciono el brebaje de todos, del mismo modo en que Abdon seguía las ordenes de una poco medida Katra, pues si, como esperaba se dejo llevar por los celos y derramo aquel sagrado brebaje.
Caminé de regreso a mi caballo cuando Al’Ramiz ponía en orden a los sedientos sacarrenos, para luego alcanzarme con las noticias que tanto me abrumaban desde que deje el refugio. Sus condolencias y su incondicional protección, no era necesario nos dijésemos más, ambos sabíamos lo que ocurriría en torno a nosotros, no solo eran vampiros milenarios los muertos, sino minoicos e hiperbóreanos, asentí en silencio mientras Kala, si la guerra, la hembra que me obsesionaba se acerco con la túnica para su padre, y luego como si no fuera lo suficiente sus provocaciones y sensualidad, lo besa como quien hubiera besado a su amante. Bloquee mis pensamientos y esa envidia, bebiendo lo quedaba de mi botella, aun cuando ella me sonrió de un modo casi burlesco, no respondí, solo le miré severamente, estaba convencido que apenas estuviésemos en lugar seguro, ella misma dejaría en libertad sus instintos. Pero…¿me bastaría solo con instintos aquella noche? Ciertamente, los juegos de ella era algo que podría posponer un tiempo, el tiempo necesario para asegurar la misión que hace ya milenios se me entrego.
Luego una bala que solo consiguió enfurecerme contra quien menos debía hacerlo, la joven e impulsiva hija de mi hermano - Katra Di Alessandro - bramé al tiempo que ordenaba a Abdon ignorase a la jovencita iracunda - Eres apenas una humana entre una jauría de seres que buscan, si tiene suerte, solo tu cabeza como trofeo - exclamé con la furia contenida, sabía que si era capturada no correría mejor suerte que una cortesana o una bruja, menos con la fama que le precedía. Pero ella solo me miro altiva y monto al caballo más cercano, alegando que recuperaría su trono. Arroje la botella contra el suelo, dispuesto a darle alcance, pero la mano de Kareef en mi brazo, fue suficiente señal, el se encargaría. En ese momento recordaba porque siempre Acheron me mantuvo tras los pasos se su hija, poasaba de la calma a la tormenta.
Mientras a mi lado la no muy diferente hija del jeque reía con mirada de un modo casi desquiciado al ver la irracional reacción de mi sobrina. Ambas demasiado encaprichadas para reconocer los dominios de la otra, Katra poco dispuesta a tragarse su orgullo y Kala, muy lejos de aceptar que su padre estaba tras la princesa Di Alessandro.
- Aquella batalla dala por perdida -Sentencie captando la mirada, ahora fúrica, de la mujer que se infiltraba con demasiada facilidad en mis pensamientos. Sabía que aquellos dichos tendrían un costo alto, en la curiosa "relacion, si es que puede llamarse asi, existente entre la Al'Ramiz y yo.
- Ordena a tus hombres marchen rumbo a su palacio Sayiddat Al’Ramiz, yo haré lo mismo con los míos.-Señale subiendo a mi yegua, si mi caballo era una hembra que a diferencia de la otra dominaba sin relinches - Tenemos solo algunas horas antes que el alba nos alcance o ¿quiere convertirse en cenizas? - Ella me miraba incrédula, podría apostar que respondería con alguna brutalidad propia de sus impulsivos actos de niña consentida, la hija única de un hombre que le idolatraba, pero que se veía inevitablemente desplazada por una mujer que le entregaría otros placeres, los placeres que solo una esposa puede entregar.
- Lo que comenzó como obsesión, solo tiene dos finales, o la fatalidad del descontrol o sumisión a un sentimiento aun más profundo. ¿Podrás entender aquello?-
Suelto las cruces y todo el peso
Y las traiciones que tuve que arrastrar
Y ese flagelo y sus heridas
Que alejaron mi única verdad
Ahora estoy solo en el camino
No se cuánta distancia antes de llegar
Pero es ahora lo que me importa
Mañana es lo que pasa cuando respiras
Y las traiciones que tuve que arrastrar
Y ese flagelo y sus heridas
Que alejaron mi única verdad
Ahora estoy solo en el camino
No se cuánta distancia antes de llegar
Pero es ahora lo que me importa
Mañana es lo que pasa cuando respiras
Alastair Parthenopaeus- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Tanto Sidi Parthenopaeus como Sayyidat Di Alessandro se ven agotados, lo cual entiende el Jeque perfectamente, necesitan un lugar dónde descansar, refugiarse y curar las heridas. Esta noche la luna llena está manchada de sangre y el cielo el día de mañana será tan rojo como el líquido derramado. Sidi Parthenopaeus acepta sus condolencias, pero la tensión puede sentirse en cada músculo y más cuando Kareef se entera por completo de toda la escena que se creó para dar el golpe.
¡Por Alá! Minoicos muertos nada más y nada menos. Vitroles con Urian. Abre los ojos con sorpresa, pero mantiene la compostura mientras su mente avanza a toda velocidad colocando las piezas del rompecabezas, viendo la magnitud de lo acontecido. Se enfocó en la Princesa y olvidó lo demás. Sanat Kumara necesitará los datos lo más pronto posible, pero con una carga tan preciada como Sayiddat Di Alessandro no puede darse el lujo de ser poco precavido. Ellos pueden aguantar una emboscada más, con vitae y esperanza de que pronto todo pasará, pero ella aún es una mortal y no sólo eso, está herida.
Su hija se acerca y le abraza la cintura, depositándole un beso en la comisura de los labios que el Jeque agradece, acariciando su cabello, sonriéndole con ternura para dar a su vez un beso casto en la frente. Muchas noches oscuras se aproximan y puede ser que algunos no sigan viviendo para contarlas a la siguiente generación. Aprieta fuerte contra sí a su pequeña preocupado porque ahora más que nunca "Los Cinco Frentes Árabes" tienen un peso sobre los hombros consistente en primero, regresar a casa y en segunda, proteger las puertas que dan acceso a su tesoro subterráneo.
Fija la mirada en Kala sólo un instante, intentando saber qué es lo que tiene pensado. Las alternativas que tenía Kareef se han agotado por completo, por lo que no tiene la más remota idea de cómo proceder y ella le sorprende con el hecho de que no sólo ha venido con refuerzos, con vitae, de forma precisa. No, también tiene un plan de escape, una alternativa. Sonríe con orgullo y satisfacción de saber que puede confiar siempre en ella, que pase lo que pase Kala buscará la forma de ayudarlo. El Jeque puede estar tranquilo en ese aspecto, por lo que acomoda un mechón del cabello de su hija tras la oreja.
El sonido se rompe con un estruendo que le pone en guardia, pero sus ojos se abren como platos incrédulos cuando ve una bala a escasos centímetros de los rostros de ambos Al'Ramiz. Busca el origen del disparo dispuesto a matar, con ese brillo sanguinario en los ojos cuando su mirada se posa en una Katra con una pistola entre las manos y no sólo eso, si no con la desvergüenza de decir que se le ha escapado un tiro. ¿Escapado? La tensión se forma en el rostro del Jeque mientras revisa a su hija para ver si no tiene ninguna herida.
Escucha el bramido de Sidi Parthenopaeus, pero le detiene con una sola mano en el brazo. Las miradas se intercambian y Kareef promete arreglar las cosas. ¿Qué le pasa a esa yegua? ¿Acaso es imposible de controlar? Cuando él cree que las cosas están solucionadas entre ambos, surge algo que la obliga a la tozuda y bruta yegua a ponerlo todo de cabeza. Escarba con intensidad en la mente de la joven, para encontrar la causa de su acción sin sentido, voltea a ver a Kala con la misma intención y lo que encuentra lo hace cerrar los ojos y negar.
- Un día de éstos, tomaré mi caballo y me largaré lejos de aquí y de todos - promete con fastidio acercándose a Sayyidat Di Alessandro, que ignorando su herida monta con bríos en el caballo, pero Kareef es más ágil y monta con ella tras el animal, observando con rabia contenida a la joven, una mirada que podría congelar el mismo infierno. Hastío, rabia contenida, hasta niega mientras toma la cintura de la joven con una mano y las riendas con la otra - ¡Nos veremos a donde dijiste, Kala, no tardes! - da la orden, espoleando al caballo para avanzar a toda velocidad con los hombres que le quedan y a los que se le unen otros cinco de los que su hija traía, junto con la odalisca.
Su rabia puede sentirse en cada músculo rígido, en la forma que aprieta contra sí a Sayyidat Di Alessandro, sin dejarla separarse. Una sola vez que ella lo intenta es suficiente para que él le ruja cual león, con una expresión asesina, como ella nunca antes lo ha visto, demostrándole que está harto de ella, que no le interesan sus ademanes, sus berrinches, sus caprichos y se lo hace saber mentalmente.
"Lo ha logrado Sayyidat Di Alessandro, prefiero mantenerme alejado de usted y le recomiendo de forma superlativa que calle la boca, me deje llevarla a donde deba estar ¿O es que acaso también arriesgará mi vida con sus desplantes infantiles? Pero qué digo" sonríe con socarronería "Ya lo hizo ¿O piensa que soy estúpido para creerme eso de que se le escapó un tiro? Es la primera y única vez que se lo digo: Dice algo, intenta escaparse y la dejaré, me da igual si la alianza se va al demonio, me da igual si me peleo a muerte con Sidi Parthenopaeus. Le prometí que la pondría a salvo, pero nadie está obligado a lo imposible. Se comporta o la dejo en el piso, no voy a perder a ningún sarraceno más por usted que me ha demostrado que sus celos y sus caprichos son mayores a su capacidad de raciocinio y madurez, pudo habérmelo preguntado, pudo hacer muchas cosas y en cambio, su acto infantil me ha demostrado que erré al fijarme en usted. Felicidades, Sayyidat Di Alessandro... Su Majestad... lo logró, no volveré a acercarme a usted una vez la deje a salvo".
No le permite decir nada más, no le da la gana, no quiere oírla, así que le da una orden con el poder de su sangre impidiéndole hablar, pronunciar palabra mientras continúan cabalgando. Aunque en determinado momento, cuando el olor de la vitae llega a sus fosas nasales detiene el caballo, desmonta y la obliga a ella a bajar. Llama a la odalisca y le pide que la atienda rápido, no tienen tiempo que perder mientras él organiza a los hombres. Sólo han cabalgado 800 metros, pero la herida está sangrando abundantemente y ante vampiros tan débiles no es bueno que siga así. La odalisca de inmediato mastica unas hierbas, las coloca en la herida y la venda con rapidez. Asiente, asegurándose de que está bien atendida dentro de lo que cabe en el poco tiempo que tienen. Los ojos de la mujer se posan en los de Katra, duros e impasibles.
- No lo rete, no lo provoque o puede ser que encuentre su muerte... la joven, es su hija... su única hija... entenderá que sea posesiva. No presione al Jeque tanto, Sayyidat, porque puede ser que se arrepienta de por vida cuando él se aleje de usted. Es capaz, tómelo en cuenta, no por nada se alejó de su Primera Esposa. Nadie toca a su familia, nadie levanta la mano contra ella. La ama más que a nada en el mundo. No sea tonta, niña, él está interesado en usted, no lo haga rabiar.
Luego de aconsejarla, la odalisca le informa a su señor que Sayyidat Di Alessandro está lista para seguir el camino tras lo cual Kareef la sienta a la inglesa sobre el caballo y monta tras ella, sujetándola contra su cuerpo para avanzar de nuevo. Sus músculos siguen igual de tensos, no le habla, pero sobre todo, ella no siente la misma forma de tocarla que antes. Ni siquiera cuando le increpó el haberla envenenado se comportó así de frío y distante. Es como si... como si quisiera deshacerse de ella.
Los caballos pronto llegan a la orilla del mar, con relinchos combinados por las voces alegres de los hombres que siguen al Jeque. Ven en el océano no sólo la libertad, si no también la seguridad porque no hay más que un buque navío atracado a lo lejos y en la orilla, a unos cuantos cientos de metros, un bote que los espera. Árabes justamente. Su gente. Los sarracenos empiezan a reír mientras que Kareef continúa cabalgando en silencio, sin negarle a su gente el alivio de las palabras, de las risas. Del saber que volverían al menos a casa.
¡Por Alá! Minoicos muertos nada más y nada menos. Vitroles con Urian. Abre los ojos con sorpresa, pero mantiene la compostura mientras su mente avanza a toda velocidad colocando las piezas del rompecabezas, viendo la magnitud de lo acontecido. Se enfocó en la Princesa y olvidó lo demás. Sanat Kumara necesitará los datos lo más pronto posible, pero con una carga tan preciada como Sayiddat Di Alessandro no puede darse el lujo de ser poco precavido. Ellos pueden aguantar una emboscada más, con vitae y esperanza de que pronto todo pasará, pero ella aún es una mortal y no sólo eso, está herida.
Su hija se acerca y le abraza la cintura, depositándole un beso en la comisura de los labios que el Jeque agradece, acariciando su cabello, sonriéndole con ternura para dar a su vez un beso casto en la frente. Muchas noches oscuras se aproximan y puede ser que algunos no sigan viviendo para contarlas a la siguiente generación. Aprieta fuerte contra sí a su pequeña preocupado porque ahora más que nunca "Los Cinco Frentes Árabes" tienen un peso sobre los hombros consistente en primero, regresar a casa y en segunda, proteger las puertas que dan acceso a su tesoro subterráneo.
Fija la mirada en Kala sólo un instante, intentando saber qué es lo que tiene pensado. Las alternativas que tenía Kareef se han agotado por completo, por lo que no tiene la más remota idea de cómo proceder y ella le sorprende con el hecho de que no sólo ha venido con refuerzos, con vitae, de forma precisa. No, también tiene un plan de escape, una alternativa. Sonríe con orgullo y satisfacción de saber que puede confiar siempre en ella, que pase lo que pase Kala buscará la forma de ayudarlo. El Jeque puede estar tranquilo en ese aspecto, por lo que acomoda un mechón del cabello de su hija tras la oreja.
El sonido se rompe con un estruendo que le pone en guardia, pero sus ojos se abren como platos incrédulos cuando ve una bala a escasos centímetros de los rostros de ambos Al'Ramiz. Busca el origen del disparo dispuesto a matar, con ese brillo sanguinario en los ojos cuando su mirada se posa en una Katra con una pistola entre las manos y no sólo eso, si no con la desvergüenza de decir que se le ha escapado un tiro. ¿Escapado? La tensión se forma en el rostro del Jeque mientras revisa a su hija para ver si no tiene ninguna herida.
Escucha el bramido de Sidi Parthenopaeus, pero le detiene con una sola mano en el brazo. Las miradas se intercambian y Kareef promete arreglar las cosas. ¿Qué le pasa a esa yegua? ¿Acaso es imposible de controlar? Cuando él cree que las cosas están solucionadas entre ambos, surge algo que la obliga a la tozuda y bruta yegua a ponerlo todo de cabeza. Escarba con intensidad en la mente de la joven, para encontrar la causa de su acción sin sentido, voltea a ver a Kala con la misma intención y lo que encuentra lo hace cerrar los ojos y negar.
- Un día de éstos, tomaré mi caballo y me largaré lejos de aquí y de todos - promete con fastidio acercándose a Sayyidat Di Alessandro, que ignorando su herida monta con bríos en el caballo, pero Kareef es más ágil y monta con ella tras el animal, observando con rabia contenida a la joven, una mirada que podría congelar el mismo infierno. Hastío, rabia contenida, hasta niega mientras toma la cintura de la joven con una mano y las riendas con la otra - ¡Nos veremos a donde dijiste, Kala, no tardes! - da la orden, espoleando al caballo para avanzar a toda velocidad con los hombres que le quedan y a los que se le unen otros cinco de los que su hija traía, junto con la odalisca.
Su rabia puede sentirse en cada músculo rígido, en la forma que aprieta contra sí a Sayyidat Di Alessandro, sin dejarla separarse. Una sola vez que ella lo intenta es suficiente para que él le ruja cual león, con una expresión asesina, como ella nunca antes lo ha visto, demostrándole que está harto de ella, que no le interesan sus ademanes, sus berrinches, sus caprichos y se lo hace saber mentalmente.
"Lo ha logrado Sayyidat Di Alessandro, prefiero mantenerme alejado de usted y le recomiendo de forma superlativa que calle la boca, me deje llevarla a donde deba estar ¿O es que acaso también arriesgará mi vida con sus desplantes infantiles? Pero qué digo" sonríe con socarronería "Ya lo hizo ¿O piensa que soy estúpido para creerme eso de que se le escapó un tiro? Es la primera y única vez que se lo digo: Dice algo, intenta escaparse y la dejaré, me da igual si la alianza se va al demonio, me da igual si me peleo a muerte con Sidi Parthenopaeus. Le prometí que la pondría a salvo, pero nadie está obligado a lo imposible. Se comporta o la dejo en el piso, no voy a perder a ningún sarraceno más por usted que me ha demostrado que sus celos y sus caprichos son mayores a su capacidad de raciocinio y madurez, pudo habérmelo preguntado, pudo hacer muchas cosas y en cambio, su acto infantil me ha demostrado que erré al fijarme en usted. Felicidades, Sayyidat Di Alessandro... Su Majestad... lo logró, no volveré a acercarme a usted una vez la deje a salvo".
No le permite decir nada más, no le da la gana, no quiere oírla, así que le da una orden con el poder de su sangre impidiéndole hablar, pronunciar palabra mientras continúan cabalgando. Aunque en determinado momento, cuando el olor de la vitae llega a sus fosas nasales detiene el caballo, desmonta y la obliga a ella a bajar. Llama a la odalisca y le pide que la atienda rápido, no tienen tiempo que perder mientras él organiza a los hombres. Sólo han cabalgado 800 metros, pero la herida está sangrando abundantemente y ante vampiros tan débiles no es bueno que siga así. La odalisca de inmediato mastica unas hierbas, las coloca en la herida y la venda con rapidez. Asiente, asegurándose de que está bien atendida dentro de lo que cabe en el poco tiempo que tienen. Los ojos de la mujer se posan en los de Katra, duros e impasibles.
- No lo rete, no lo provoque o puede ser que encuentre su muerte... la joven, es su hija... su única hija... entenderá que sea posesiva. No presione al Jeque tanto, Sayyidat, porque puede ser que se arrepienta de por vida cuando él se aleje de usted. Es capaz, tómelo en cuenta, no por nada se alejó de su Primera Esposa. Nadie toca a su familia, nadie levanta la mano contra ella. La ama más que a nada en el mundo. No sea tonta, niña, él está interesado en usted, no lo haga rabiar.
Luego de aconsejarla, la odalisca le informa a su señor que Sayyidat Di Alessandro está lista para seguir el camino tras lo cual Kareef la sienta a la inglesa sobre el caballo y monta tras ella, sujetándola contra su cuerpo para avanzar de nuevo. Sus músculos siguen igual de tensos, no le habla, pero sobre todo, ella no siente la misma forma de tocarla que antes. Ni siquiera cuando le increpó el haberla envenenado se comportó así de frío y distante. Es como si... como si quisiera deshacerse de ella.
Los caballos pronto llegan a la orilla del mar, con relinchos combinados por las voces alegres de los hombres que siguen al Jeque. Ven en el océano no sólo la libertad, si no también la seguridad porque no hay más que un buque navío atracado a lo lejos y en la orilla, a unos cuantos cientos de metros, un bote que los espera. Árabes justamente. Su gente. Los sarracenos empiezan a reír mientras que Kareef continúa cabalgando en silencio, sin negarle a su gente el alivio de las palabras, de las risas. Del saber que volverían al menos a casa.
Avanza hasta llegar al bote, habla en árabe con su gente distribuyendo los turnos para abordar el barco. Él mismo baja del caballo y toma en brazos a Sayyidat Di Alessandro, caminando hacia el mar, donde se moja los pantalones y el calzado sin mirar atrás para subir seca a la joven, abordando él posteriormente. La odalisca sigue sus pasos y tres de los sarracenos más heridos. En el barco, Kareef mantiene todo el tiempo en brazos a la Princesa caminando hacia los camarotes que tienen vistas al mar, entre grandes ventanales dando órdenes al Capitán que parece demasiado fiero.
Deposita con cuidado a la Princesa en una habitación, dejándola en la cama para mirar hacia la odalisca y darle instrucciones sobre qué tiene que hacer con ella. Cuidarla, bañarla, alimentarla. Y sin siquiera ver atrás, Kareef sale de la habitación permitiendo que Sayyidat Di Alessandro pueda hablar de nuevo. Quizá sus padres no la educaran, pero al Jeque de Jeques ni a su familia, se les trata así ni una sola vez. Espera que con ésto, Sayyidat lo entienda y se comporte en su palacio. Si no lo hace... bueno, quizá Ra'hae sea más aconsejable para tenerla consigo.
Deposita con cuidado a la Princesa en una habitación, dejándola en la cama para mirar hacia la odalisca y darle instrucciones sobre qué tiene que hacer con ella. Cuidarla, bañarla, alimentarla. Y sin siquiera ver atrás, Kareef sale de la habitación permitiendo que Sayyidat Di Alessandro pueda hablar de nuevo. Quizá sus padres no la educaran, pero al Jeque de Jeques ni a su familia, se les trata así ni una sola vez. Espera que con ésto, Sayyidat lo entienda y se comporte en su palacio. Si no lo hace... bueno, quizá Ra'hae sea más aconsejable para tenerla consigo.
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Aún abrazada de mi padre, miro a Alastair y le sonrío con diversión porque esas ropas le hacen ver bastante atractivo, pero no sólo eso, también me recuerdan las veces que me tomó en las habitaciones que mi padre le entregara en su palacio cerca del Sacro Imperio Romano y en las mías propias. Dejamos un verdadero destrozo a nuestro paso entre coitos intensos, llenos de pasión, jadeos y gemidos que llegaron incluso a escandalizar a más de un sirviente. Sin embargo, dejo de sonreír en el momento que veo su seriedad, su frialdad hacia mi persona. ¿Es que de pronto todos se han vuelto locos? ¿Qué le pasa ahora? ¿Qué hice? E intento escarbar en su mente al tiempo que mi padre llama mi atención, obligándome a dejar de momento mi necesidad por ese infiel y atenderlo.
Así que el Jeque de Jeques no tiene la más remota idea de qué hacer ahora, de verdad ha estado presionado los últimos días porque normalmente es él quien decide lo que tenemos que hacer, quien nos da las órdenes examinando todas las posibilidades teniendo varios planes infalibles. Aunque seguramente la pérdida de dos Minoicos y no sólo eso, si no la total amenaza de Agharta sea más que preocupante para él, sobre todo porque buscaba una alianza por fin entre las familias tras siglos y siglos de pláticas con Urian y Acherón sin ponerse completamente de acuerdo.
Niego para despreocuparlo, llegué en un barco atracado a las orillas del mar a unos diez kilómetros de nuestra actual posición porque mentalmente le he ido dado las órdenes al Capitán para que nos siga conforme vamos avanzando. Porque había pensado justamente en ello, en tenerlo como un segundo plan de escape por si no había forma de llegar a tiempo a un lugar seguro. El sol es inmisericorde, pero más las flamas que crea cuando un vampiro está bajo su luz; aparte de ello tengo otro plan: mandé a uno de mis guías y rastreadores a buscar cuevas en los alrededores y para nuestra fortuna ha encontrado dos lo suficientemente profundas, pero cercanas a nuestra posición para ocultarnos con todo y caballos sin ser encontrados con facilidad, pero sobre todo, en cuyo interior podamos pelear en caso de ser necesario y a donde los rayos del sol jamás podrán alcanzarnos.
Su sonrisa es suficiente para sentirme feliz, la forma en que acomoda un mechón de mi cabello me hace sonreír. Lo que sea porque mi padre sea feliz y no tenga tanto peso sobre los hombros, pero un disparo me deja anonadada. La bala casi le da a mi padre, haciendo que mis colmillos se barran e intente matar a aquél que se atrevió a tanto. ¿Quién ha osado levantar la mano contra mi progenitor? Y no puedo más que alzar una ceja cuando veo a la causante de todo, mi sonrisa se hace mucho más grande al ver a mi padre con ese brillo tan propio de cuando está fúrico.
Ah, mejor no pudo haber sido, ¡Gracias Alá! Esa mocosa no sabe siquiera con quién se ha metido. La miro con autosuficiencia, alzando una ceja socarrona, pero ya escucho el bramido de Alastair y de paso veo la acción de mi padre al ir directamente contra ella. Bien, tendrá su merecido la zorra esa. Que no vuelva acercarse a mi progenitor o... parpadeo al escuchar las palabras de mi padre y me muerdo el labio inferior divertida. No puedo evitarlo, suelto la carcajada al saber que mi padre me dará una tunda cuando estemos a solas. Descubrió mi teatro, por lo que tendré que darle explicaciones. Ninguna satisfactoria para mi desgracia si es que lo conozco bien, pero bueno qué se le va a hacer.
Las palabras que Alastair pronuncia a continuación me dejan azorada, le miro fúrica porque no estoy entendiéndolo, es decir, ¿Qué le molestó para hablarme así? ¿Quién se cree? Le veo montar en su yegua y niego sin que el mecanismo de su forma de pensar llegue del todo a iluminar mi propia mente. Ese hombre es demasiado complicado para la vida que tengo hoy en día, entre encontrar a la Shamballah, entre el Vitrol, entre custodiar la entrada y para variar, venir a defender a los Minoicos para lo cual desgraciadamente llegué tarde y eso de correr a por mi padre, evitar que esa mocosa muera. Ay, mi cabeza. Cierto es que los vampiros no tienen dolores de cabeza, pero el mío está transformándose en migraña y más con una pareja sexual que no sabe la diferencia entre una relación padre e hija y una de amantes.
Sí, ya me metí en su mente, ya saqué todo lo que debo tener para entender lo que su intelecto piensa y la verdad, qué flojera. No estuve tantos siglos cambiando de ciudad con los Jeques para que ahora un niño mimado me salga con que está celoso y por ello mismo me hará pagar por mis atrevimientos de besar a mi padre, de abrazarlo y cuidarlo. Al diablo con él. Monto el caballo de mi padre ahora que veo que ni siquiera se lo llevó, para darle mejor descanso a mi propio córcel y encabezo al grupo para dirigirlo hacia el mar.
- Hay un barco a unos 20 kilómetros de aquí - le informo mientras domino mi cabalgadura - Si al Sidi Parthenopaeus le parece adecuada la protección del Jeque de Alejandría, que me siga... si no, le avisaré a mi padre su determinación - no espero su respuesta, arreo al caballo a toda velocidad hacia donde está el mar con los hombres que aún tengo conmigo: un total de 4 más. La luna aún nos da dos horas más para llegar hasta la embarcación, tiempo más que suficiente. Si quiere jugar al gato y al ratón, bien por él, pero yo prefiero dejar atrás cualquier tipo de relación que podamos tener, me es mejor. Sobre todo, porque dejaré de pensar a cada rato en él, lo que hará que Paulette no esté mirándome de esa forma tan arrogante, como si tuviera siempre la razón.
Sonidos hacen que levante la cabeza. Tengo los sentidos más aguzados que ninguno, puesto que a pesar de la pérdida de vitae, el hecho de que no tenga ninguna herida hace que esté en mejores condiciones que ninguno de ahí. Me detengo al tiempo que mi propia comitiva lo hace, unas cuantas miradas y un mensaje a mi padre. El grupo de Alastair nos alcanza por fin, dedico unos instantes a ver su rostro, sus facciones tensas, su cuerpo que tanto me eriza la piel, aunque niego con la cabeza mirando el cielo estrellado a punto la luna de irse a dormir; quizá tengamos unos 80 minutos más, tiempo suficiente para hacer lo que debo hacer y ruego porque podamos llegar rápido a un refugio si no...
- Vaya, creí que nunca nos alcanzarían, van muy lentos - niego fingiendo molestia - recomendaría fueran más rápidos, el sol no tarda en salir, anden adelántense en lo que yo cambio de caballos, porque ustedes sí que nos atrasarán - mi mente sólo piensa en qué fastidio estarlos esperando... observo a Alastair cuando éste ni siquiera me dirige la mirada, espoleando con fiereza a su pobre yegua y avanza. Es el momento, doy la orden a mis hombres, dos se quedan conmigo "cambiando los caballos", tres de ellos (los más heridos) van tras el Sidi Parthenopaeus.
La estrategia ha funcionado perfectamente, Alastair seguramente llegará sano y salvo al barco, mientras que jalo mi daga y una de las cimitarras para prepararme para el siguiente embate. Así que no eran todos los lycans los que atacaron a mi Ab, sino que quedaron unos cuantos para rematarlos en caso de que salieran sanos y salvos del primer combate. Debo darles el tiempo necesario para que embarquen, para que lejos esté el bote y los hombres lobo no lleguen hasta ellos con la protección de la luna. Si permito que nos alcancen, dudo que Alastair pueda resistir con sus hombres, les falta alimento, están agotados. Aspiro profundamente un aire que no necesito cuando escucho el primer gruñido... A mí, bolas de pelos, veamos de qué son capaces...
Los caballos llegan hasta la orilla del mar, uno de los sarracenos les conduce hasta el bote invitándoles a subir. Toda la comitiva cabe en ese viaje, así que pronto están sobre el barco, pero del grupo de Kala aún parece que tardarán en llegar. Hay tiempo, 30 minutos más. Ese mismo sarraceno se acerca al Jeque Kareef cuando éste sale de los camarotes y hace una reverencia.
- Mi señor - dice humildemente - le informo que la Jequesa Al'Ramiz me ha ordenado que zarpemos de inmediato, no vendrá a con nosotros - traga saliva - porque se ha quedado a contener a una última manada de hombres lobo para que todos pudiéramos llegar con bien hasta acá y recuperar nuestras heridas... me pidió que le informara que buscará un refugio y mañana en cuanto el sol se ponga, regresará a la embarcación - se lamió los labios - Mi señor, también me dijo que... si daba la media noche, regresaran a Alejandría y la perdonara por no obedecer sus órdenes de regresar, pero que Alá le bendecirá en este nuevo matrimonio que tendrá tanto como ella ya le bendice.
Así que el Jeque de Jeques no tiene la más remota idea de qué hacer ahora, de verdad ha estado presionado los últimos días porque normalmente es él quien decide lo que tenemos que hacer, quien nos da las órdenes examinando todas las posibilidades teniendo varios planes infalibles. Aunque seguramente la pérdida de dos Minoicos y no sólo eso, si no la total amenaza de Agharta sea más que preocupante para él, sobre todo porque buscaba una alianza por fin entre las familias tras siglos y siglos de pláticas con Urian y Acherón sin ponerse completamente de acuerdo.
Niego para despreocuparlo, llegué en un barco atracado a las orillas del mar a unos diez kilómetros de nuestra actual posición porque mentalmente le he ido dado las órdenes al Capitán para que nos siga conforme vamos avanzando. Porque había pensado justamente en ello, en tenerlo como un segundo plan de escape por si no había forma de llegar a tiempo a un lugar seguro. El sol es inmisericorde, pero más las flamas que crea cuando un vampiro está bajo su luz; aparte de ello tengo otro plan: mandé a uno de mis guías y rastreadores a buscar cuevas en los alrededores y para nuestra fortuna ha encontrado dos lo suficientemente profundas, pero cercanas a nuestra posición para ocultarnos con todo y caballos sin ser encontrados con facilidad, pero sobre todo, en cuyo interior podamos pelear en caso de ser necesario y a donde los rayos del sol jamás podrán alcanzarnos.
Su sonrisa es suficiente para sentirme feliz, la forma en que acomoda un mechón de mi cabello me hace sonreír. Lo que sea porque mi padre sea feliz y no tenga tanto peso sobre los hombros, pero un disparo me deja anonadada. La bala casi le da a mi padre, haciendo que mis colmillos se barran e intente matar a aquél que se atrevió a tanto. ¿Quién ha osado levantar la mano contra mi progenitor? Y no puedo más que alzar una ceja cuando veo a la causante de todo, mi sonrisa se hace mucho más grande al ver a mi padre con ese brillo tan propio de cuando está fúrico.
Ah, mejor no pudo haber sido, ¡Gracias Alá! Esa mocosa no sabe siquiera con quién se ha metido. La miro con autosuficiencia, alzando una ceja socarrona, pero ya escucho el bramido de Alastair y de paso veo la acción de mi padre al ir directamente contra ella. Bien, tendrá su merecido la zorra esa. Que no vuelva acercarse a mi progenitor o... parpadeo al escuchar las palabras de mi padre y me muerdo el labio inferior divertida. No puedo evitarlo, suelto la carcajada al saber que mi padre me dará una tunda cuando estemos a solas. Descubrió mi teatro, por lo que tendré que darle explicaciones. Ninguna satisfactoria para mi desgracia si es que lo conozco bien, pero bueno qué se le va a hacer.
Las palabras que Alastair pronuncia a continuación me dejan azorada, le miro fúrica porque no estoy entendiéndolo, es decir, ¿Qué le molestó para hablarme así? ¿Quién se cree? Le veo montar en su yegua y niego sin que el mecanismo de su forma de pensar llegue del todo a iluminar mi propia mente. Ese hombre es demasiado complicado para la vida que tengo hoy en día, entre encontrar a la Shamballah, entre el Vitrol, entre custodiar la entrada y para variar, venir a defender a los Minoicos para lo cual desgraciadamente llegué tarde y eso de correr a por mi padre, evitar que esa mocosa muera. Ay, mi cabeza. Cierto es que los vampiros no tienen dolores de cabeza, pero el mío está transformándose en migraña y más con una pareja sexual que no sabe la diferencia entre una relación padre e hija y una de amantes.
Sí, ya me metí en su mente, ya saqué todo lo que debo tener para entender lo que su intelecto piensa y la verdad, qué flojera. No estuve tantos siglos cambiando de ciudad con los Jeques para que ahora un niño mimado me salga con que está celoso y por ello mismo me hará pagar por mis atrevimientos de besar a mi padre, de abrazarlo y cuidarlo. Al diablo con él. Monto el caballo de mi padre ahora que veo que ni siquiera se lo llevó, para darle mejor descanso a mi propio córcel y encabezo al grupo para dirigirlo hacia el mar.
- Hay un barco a unos 20 kilómetros de aquí - le informo mientras domino mi cabalgadura - Si al Sidi Parthenopaeus le parece adecuada la protección del Jeque de Alejandría, que me siga... si no, le avisaré a mi padre su determinación - no espero su respuesta, arreo al caballo a toda velocidad hacia donde está el mar con los hombres que aún tengo conmigo: un total de 4 más. La luna aún nos da dos horas más para llegar hasta la embarcación, tiempo más que suficiente. Si quiere jugar al gato y al ratón, bien por él, pero yo prefiero dejar atrás cualquier tipo de relación que podamos tener, me es mejor. Sobre todo, porque dejaré de pensar a cada rato en él, lo que hará que Paulette no esté mirándome de esa forma tan arrogante, como si tuviera siempre la razón.
Sonidos hacen que levante la cabeza. Tengo los sentidos más aguzados que ninguno, puesto que a pesar de la pérdida de vitae, el hecho de que no tenga ninguna herida hace que esté en mejores condiciones que ninguno de ahí. Me detengo al tiempo que mi propia comitiva lo hace, unas cuantas miradas y un mensaje a mi padre. El grupo de Alastair nos alcanza por fin, dedico unos instantes a ver su rostro, sus facciones tensas, su cuerpo que tanto me eriza la piel, aunque niego con la cabeza mirando el cielo estrellado a punto la luna de irse a dormir; quizá tengamos unos 80 minutos más, tiempo suficiente para hacer lo que debo hacer y ruego porque podamos llegar rápido a un refugio si no...
- Vaya, creí que nunca nos alcanzarían, van muy lentos - niego fingiendo molestia - recomendaría fueran más rápidos, el sol no tarda en salir, anden adelántense en lo que yo cambio de caballos, porque ustedes sí que nos atrasarán - mi mente sólo piensa en qué fastidio estarlos esperando... observo a Alastair cuando éste ni siquiera me dirige la mirada, espoleando con fiereza a su pobre yegua y avanza. Es el momento, doy la orden a mis hombres, dos se quedan conmigo "cambiando los caballos", tres de ellos (los más heridos) van tras el Sidi Parthenopaeus.
La estrategia ha funcionado perfectamente, Alastair seguramente llegará sano y salvo al barco, mientras que jalo mi daga y una de las cimitarras para prepararme para el siguiente embate. Así que no eran todos los lycans los que atacaron a mi Ab, sino que quedaron unos cuantos para rematarlos en caso de que salieran sanos y salvos del primer combate. Debo darles el tiempo necesario para que embarquen, para que lejos esté el bote y los hombres lobo no lleguen hasta ellos con la protección de la luna. Si permito que nos alcancen, dudo que Alastair pueda resistir con sus hombres, les falta alimento, están agotados. Aspiro profundamente un aire que no necesito cuando escucho el primer gruñido... A mí, bolas de pelos, veamos de qué son capaces...
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Los caballos llegan hasta la orilla del mar, uno de los sarracenos les conduce hasta el bote invitándoles a subir. Toda la comitiva cabe en ese viaje, así que pronto están sobre el barco, pero del grupo de Kala aún parece que tardarán en llegar. Hay tiempo, 30 minutos más. Ese mismo sarraceno se acerca al Jeque Kareef cuando éste sale de los camarotes y hace una reverencia.
- Mi señor - dice humildemente - le informo que la Jequesa Al'Ramiz me ha ordenado que zarpemos de inmediato, no vendrá a con nosotros - traga saliva - porque se ha quedado a contener a una última manada de hombres lobo para que todos pudiéramos llegar con bien hasta acá y recuperar nuestras heridas... me pidió que le informara que buscará un refugio y mañana en cuanto el sol se ponga, regresará a la embarcación - se lamió los labios - Mi señor, también me dijo que... si daba la media noche, regresaran a Alejandría y la perdonara por no obedecer sus órdenes de regresar, pero que Alá le bendecirá en este nuevo matrimonio que tendrá tanto como ella ya le bendice.
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Última edición por Kala Nahid Al'Ramiz el Sáb Feb 04, 2012 8:53 am, editado 1 vez
Kala Nahid Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
El cansancio las perdidas resienten mi ser, tan palpable es aquello que olvido que Kala no es mi familia y en ningún sentido me pertenece, ni si quiera en lo físico, no ella no es precisamente una mujer donde pueda encontrar refugio tras esta batalla, es como bien se una guerra, con una mentalidad tan fría como la del más experimentado asesino. Bien supe desde que la conocí que nada de lo que el destino hubiera deparado, nos uniría de un modo distinto al que ahora nos enlazaba, un juego de seducción cuyo único fin era satisfacer nuestros instintos más bajos. Esa era y sería nuestra realidad, aun cuando pudiere sentir celos de su relación con su padre, aquel sentimiento tan humano nada cambiaría la realidad.
Pero si, aunque el abatimiento estuviera sobre mis hombres y necesitas sentir la calidez de ella, no era tiempo de aquello, teníamos que huir de Europa y dirigirnos al único lugar seguro, a aquel mundo subterráneo que representaba mucho más que una utopía, Agharta. Desde que supe de la cacería que la Inquisión llevaba contra los grandes minoicos, comprendí la urgencia de prepara un plan de escape, así cuando la nota de Jaden llego a mis manos, ya había decidido que hacer. Cuando encontré a Katra, supe que mi decisión era la correcta, debíamos alejarnos de la tierra donde se nos buscaba como criminales, al menos un tiempo prudente, el necesario para reorganizarnos y planear la estrategia a seguir… Pronto, muy pronto, habría un gran consejo, de ello no había ninguna duda.
Pero antes de partir, era necesario dejar un claro mensaje a nuestros enemigos, aun cuando mi cabalgata hacia el Mediterráneo comenzó antes que la de la escolta árabe, me entretuve intencionalmente desacelerando la marcha y así, asegurarme de informar a otro de mis hombres sobre los pasos a seguir. Abdón, se quedaría atrás, su objetivo, quemar los cuerpos de los licántropos, una señal que la batalla había terminado, ahora no sabrían quien murió en batalla ni quien sobrevivió, los ojos de “Su Santidad” no pueden estar en todos lados, mucho menos tan lejos de su Divino Trono.
- Abdón, dos noches, antes que culmine la segunda noche zarparemos con quienes lleguen. Asegúrate sobrevivan - Ordené antes de espolear a mi yegua, y así dar alcance a la joven Al’Ramiz, quien me informo de su propio plan de escape, curioso, ambos habíamos llegado a conclusiones muy similares. Aunque a mi ver algún detalle quedo fuera de las precauciones de la jequesa. Por mi parte, el plan era sencillo, como todo estratega supe desde el comienzo que no nos libraríamos todos, que más de alguno necesitaría más vitae de aquella que podíamos portar, y que la muerte se llevaría sin piedad a quien siguiese en su lista. Por eso, y ante la imposibilidad de predecir los planes del destino, e incluso una más compleja, la de nuestro enemigo, envié algunos exploradores con antelación.
Mis hombres bordearon las costas desde un puerto clandestino en Marsella, un día debían tardar lo que les daba tiempo de desembarcar y explorar los bosques, y así eliminar a los licántropos enviados por la inquisición. Aunque era inevitable que existiese un punto muerto, el más inseguro, aquel que ellos no alcanzasen a limpiar y que nos podría costar valiosos minutos perdidos en una batalla que inevitablemente nos llevaría al implacable amanecer. En mi plan, estábamos por caer en una emboscada y mis refuerzos llegarían a tiempo, con tres carruajes, todos muy bien blindados, tal como si fuesen ataúdes con ruedas, que nos trasladarían al bergantín. Solo esperaríamos un máximo de dos noches a los heridos, pues mis hombres combatirían sin mi presencia, pues mi lugar ahora estaba en Agharta.
No le hablé en todo el camino, menos aun seguí su paso, me entretuve intencionalmente atendiendo a los heridos, pero principalmente, enviando mensajes telepáticos a los guerreros que se apostaban entre las sombras, esperando instrucciones. Contaba con su lealtad y ellos librarían la batalla para permitirme llegar al mar ¡¡Por los Dioses!! jamás había huido de un enfrentamiento, y precisamente era aquello lo más sensato en aquel momento.
Miro a Abdón y arreo a mi caballo, así damos alcancé a ella, la mujer que me traían consternado desde hace tantos siglos y quien resultase ser una hembra única e su especie con quien me completaba muy bien en toda clase de batallas, desde aquellas que librábamos en sus aposentos privadas hasta esta que se desata sobre nuestras cabezas, en efecto nuestros planes eran muy similares y a su vez diferentes. Le alcance y sus burlas solo corroboraron mi decisión, por ahora su camino y el mío se separarían - guarda tus palabras, y procura mantenerte sobre la montura -respondí sin mirarle, acelerando la marcha. Si ella actuaba según mis suposiciones, le vendrá bien los refuerzos de mis leales servidores, pues no me quedaría a defenderle y menos aun a explicarle algo.
Finalmente llegamos a la costa, lo heridos subieron a la embarcación árabe y allí me dispuse a charlar con Kareef, me afligía saber de Katra y que pensaba hacer con ella. Le conocía lo suficiente para sabee que mi sobrina le estaba sacando de quicio, no solo por sus arrebatos infantiles, sino porque que él jeque había caído en las tortuosas y poco apacibles aguas de aquel sentimiento que llaman amor. Pero quién era yo para juzgarle, si estaba nadando en las mismas aguas que él, solo que era otra hembra la que me traía al borde del naufragio.
- Las fronteras y los puertos están siendo vigilados - Alcanzo a informarle a Kareef cuando llega el mensaje de mi perdición, Kala, ella debía estarse enfrentando fieramente con los lobos, una sombra paso por los ojos del jeque, normal, su hija podía perecer en aquella noche - Abdón y mis refuerzos están con ella, mi plan de escape le será de ayuda. Carruajes blindados, cual si fuesen ataúdes la traerán de regreso a tu manto protector Al’Ramiz. Pero si deseas partir, ve yo esperaré a mis guerreros como les prometí. Tengo un barco esperándome a poca distancia oculto - le informe en un intento de darle calma - Esperaré dos noches, esta que culmina y la que sigue, no más, sabes bien debemos apresurarnos. Si así lo dispones la llevaré, pero ciertamente es su voluntad tan testaruda la que primara. -un largo suspiro emano de mis labios - Creo que está enfadada, por un par de verdades que se niega a asumir -
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Pero si, aunque el abatimiento estuviera sobre mis hombres y necesitas sentir la calidez de ella, no era tiempo de aquello, teníamos que huir de Europa y dirigirnos al único lugar seguro, a aquel mundo subterráneo que representaba mucho más que una utopía, Agharta. Desde que supe de la cacería que la Inquisión llevaba contra los grandes minoicos, comprendí la urgencia de prepara un plan de escape, así cuando la nota de Jaden llego a mis manos, ya había decidido que hacer. Cuando encontré a Katra, supe que mi decisión era la correcta, debíamos alejarnos de la tierra donde se nos buscaba como criminales, al menos un tiempo prudente, el necesario para reorganizarnos y planear la estrategia a seguir… Pronto, muy pronto, habría un gran consejo, de ello no había ninguna duda.
Pero antes de partir, era necesario dejar un claro mensaje a nuestros enemigos, aun cuando mi cabalgata hacia el Mediterráneo comenzó antes que la de la escolta árabe, me entretuve intencionalmente desacelerando la marcha y así, asegurarme de informar a otro de mis hombres sobre los pasos a seguir. Abdón, se quedaría atrás, su objetivo, quemar los cuerpos de los licántropos, una señal que la batalla había terminado, ahora no sabrían quien murió en batalla ni quien sobrevivió, los ojos de “Su Santidad” no pueden estar en todos lados, mucho menos tan lejos de su Divino Trono.
- Abdón, dos noches, antes que culmine la segunda noche zarparemos con quienes lleguen. Asegúrate sobrevivan - Ordené antes de espolear a mi yegua, y así dar alcance a la joven Al’Ramiz, quien me informo de su propio plan de escape, curioso, ambos habíamos llegado a conclusiones muy similares. Aunque a mi ver algún detalle quedo fuera de las precauciones de la jequesa. Por mi parte, el plan era sencillo, como todo estratega supe desde el comienzo que no nos libraríamos todos, que más de alguno necesitaría más vitae de aquella que podíamos portar, y que la muerte se llevaría sin piedad a quien siguiese en su lista. Por eso, y ante la imposibilidad de predecir los planes del destino, e incluso una más compleja, la de nuestro enemigo, envié algunos exploradores con antelación.
Mis hombres bordearon las costas desde un puerto clandestino en Marsella, un día debían tardar lo que les daba tiempo de desembarcar y explorar los bosques, y así eliminar a los licántropos enviados por la inquisición. Aunque era inevitable que existiese un punto muerto, el más inseguro, aquel que ellos no alcanzasen a limpiar y que nos podría costar valiosos minutos perdidos en una batalla que inevitablemente nos llevaría al implacable amanecer. En mi plan, estábamos por caer en una emboscada y mis refuerzos llegarían a tiempo, con tres carruajes, todos muy bien blindados, tal como si fuesen ataúdes con ruedas, que nos trasladarían al bergantín. Solo esperaríamos un máximo de dos noches a los heridos, pues mis hombres combatirían sin mi presencia, pues mi lugar ahora estaba en Agharta.
No le hablé en todo el camino, menos aun seguí su paso, me entretuve intencionalmente atendiendo a los heridos, pero principalmente, enviando mensajes telepáticos a los guerreros que se apostaban entre las sombras, esperando instrucciones. Contaba con su lealtad y ellos librarían la batalla para permitirme llegar al mar ¡¡Por los Dioses!! jamás había huido de un enfrentamiento, y precisamente era aquello lo más sensato en aquel momento.
Miro a Abdón y arreo a mi caballo, así damos alcancé a ella, la mujer que me traían consternado desde hace tantos siglos y quien resultase ser una hembra única e su especie con quien me completaba muy bien en toda clase de batallas, desde aquellas que librábamos en sus aposentos privadas hasta esta que se desata sobre nuestras cabezas, en efecto nuestros planes eran muy similares y a su vez diferentes. Le alcance y sus burlas solo corroboraron mi decisión, por ahora su camino y el mío se separarían - guarda tus palabras, y procura mantenerte sobre la montura -respondí sin mirarle, acelerando la marcha. Si ella actuaba según mis suposiciones, le vendrá bien los refuerzos de mis leales servidores, pues no me quedaría a defenderle y menos aun a explicarle algo.
Finalmente llegamos a la costa, lo heridos subieron a la embarcación árabe y allí me dispuse a charlar con Kareef, me afligía saber de Katra y que pensaba hacer con ella. Le conocía lo suficiente para sabee que mi sobrina le estaba sacando de quicio, no solo por sus arrebatos infantiles, sino porque que él jeque había caído en las tortuosas y poco apacibles aguas de aquel sentimiento que llaman amor. Pero quién era yo para juzgarle, si estaba nadando en las mismas aguas que él, solo que era otra hembra la que me traía al borde del naufragio.
- Las fronteras y los puertos están siendo vigilados - Alcanzo a informarle a Kareef cuando llega el mensaje de mi perdición, Kala, ella debía estarse enfrentando fieramente con los lobos, una sombra paso por los ojos del jeque, normal, su hija podía perecer en aquella noche - Abdón y mis refuerzos están con ella, mi plan de escape le será de ayuda. Carruajes blindados, cual si fuesen ataúdes la traerán de regreso a tu manto protector Al’Ramiz. Pero si deseas partir, ve yo esperaré a mis guerreros como les prometí. Tengo un barco esperándome a poca distancia oculto - le informe en un intento de darle calma - Esperaré dos noches, esta que culmina y la que sigue, no más, sabes bien debemos apresurarnos. Si así lo dispones la llevaré, pero ciertamente es su voluntad tan testaruda la que primara. -un largo suspiro emano de mis labios - Creo que está enfadada, por un par de verdades que se niega a asumir -
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Última edición por Alastair Parthenopaeus el Jue Feb 23, 2012 8:52 pm, editado 1 vez
Alastair Parthenopaeus- Vampiro Clase Alta
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
Celos y furia guiaban mis actos, presa de aquella irracionalidad que tanto criticaban mis padres, pero para ser sinceros, actuar así era mi modo de mantener la cordura ya la cabeza fría, deseaba venganza, muy capaz era de ir tras aquel maldito líder de la Inquisición, que se hacía llamar su Santidad, pero que de santo siquiera el titulo le queda. A fin de cuentas era bajo sus órdenes que muchos habían muerto, no solo mis padres y quienes intentaron defenderle, sino también aquellos infelices que le servían, traicionándose a si mismo. No, no era solo la provocación infantil de la jequesa la que me descontroló, también aquella nueva realidad, una princesa sin trono, sin un lugar al cual regresar, entregándome a los cuidados de seres a los que apenas conocía.
Mi rabia era contra el mundo, ante cualquier desafortunado que se cruzase en mi camino le caería encima, presa de la rabia y el dolor. Para la jequesa eso fue una niñería, para mí fue una excusa, la razón que necesitaba para liberarme, para alzar las contra quien tensase la cuerda y no correr en una persecución absurda rumbo al Vaticano, pues tal como vocifero Alastair, si llegaba a ser capturada aquel hombre se llevaría lo único de lo cual aun podía disponer, el ultimo rastro de niñez.
Apenas monte al animal, con el dolor clavándose, dificultando mi respiración, si tan se tratase de la puñalada que yo misma me propine, pero era mi orgullo y mis sentimientos los que sangraban. Tome aire, en el preciso instante en que una mano masculina me aprisiona y tomo el control, tal brutalidad y tensión en sus actos que aumento el dolor, gemí en un vano intento de alejarme de escapar de sus brazos y sus recriminaciones que tarde o temprano romperían lo poco que aun quedaba de mí. Sin importar cuanto lo negase aquella noche, sería la última noche que la niña caprichosa se permitiese aquellos arranques, de ahora en adelante, debía crecer, prepararme para la más difícil de las batallas, recuperar lo que fuese mío.
Pero como si la realidad no fuese lo suficientemente cruel, las palabras de aquel jeque calan hondo en mí, y aunque deseaba responderle, gritarle que me dejase sola con mis pesares. Decirle cuan errado estaba al juzgarme, que no estaba frente a una niña encaprichada, sino frente a una niña herida que debía aprender a ser mujer, pero no hubo voluntad que me permitiese hablar, el no deseaba oírme - No tiene derecho a juzgarme, pues si usted perdió a sus guerreros, yo perdí una vida- argumente en mi mente, aunque para ser sinceros, no esperaba que él se molestase a leer aquel pensamiento, no comprendía porque se tomaba tantas molestias por mi causa - ¡¡Quien se cree!! Solo porqué apareció en el momento oportuno y me salvo de los enemigos, actúa como si le debiese algo más que “gratitud” - refunfuñé para mis adentros a medida que la tensión en mi cintura aumentaba, del mismo modo en que una nueva oleada de dolor me embargaba.
La realidad cayó contra mí, con tal brutalidad, que ignore la herida sangrante. Se acabaron los tiempos de gloria en que ella, la Princesa Di Alessandro era precedida por los nombres de sus padres, no quedaban más que recuerdos de aquel pasado, estaba sola, bajo el alero de un hombre que podía robarme en un solo suspiro su corazón, pero que le despreciaba por considerarla una “niña berrinchuda”. Y allí entre mi dolor y las lágrimas que emanaban silenciosas de mis ojos, su respiración innecesaria acariciando a ratos mi mejilla, su cuerpo rígido como si fuese una estatua. Por los dioses, cuanto necesitaba de un cálido refugio para mi alma herida, pero era imposible siquiera imaginar que aquel hombre, Kareef, me refugiase, pues bien claro dijo que prefería dejarme en medio de la nada… O al menos así lo quise entender.
Un extraño cansancio me embargo cuando la marcha se detuvo, apenas abrí los ojos, me sentía como prisionera de guerra, obligada marchar en la montura de un extraño, sepan dioses para qué designio aquel hombre se la llevaba, si ni le hablaba. Me negué a bajar, ¿acaso tenía algún sentido atender a la prisionera?, ¿para qué negarse a la invitación de la muerte? Ahora que la realidad golpeaba mi rostro, no había esperanza ni deseos de seguir luchando, al final, aquel hombre me despreciaba y mi familia estaba reducida a polvo. ¿Cuándo paso el Jeque a ser prioridad en mis pensamientos? No lo sé, pero no importaba, sus movimientos fríos y bruscos, solo conseguían que mi alma se trisase aun más, donde estaba Marianne para hundirme en su regazo a llorar, donde estaría Apóstolos para regresarme a la realidad …Muerto las palabras surgieron solas en mi mente, golpeándome mientras la odalisca se empeñaba en ausentar el fantasma de la muerte.
- ¡Shh! ¡Deja mujer! - intenté detenerla, pero aun no conseguía pronunciar palabra alguna, solo mirarla hacer su trabajo y que sus palabras llegasen a mis oídos, no eran regaños, no eran las palabras de una madre ni mucho menos la voz de un amante rogándole que resistiese… Era la voz de una mujer que poseía la experiencia de la eternidad, la sabiduría de quien conoce bien los designios del impetuoso destino. Caí nuevamente en un letárgico estado con sus palabras latentes, golpeando mi sueño… ...la joven, es su hija…… - ¿Por qué un hija actuaría tan lujuriosamente con su padre? - me cuestioné entre sueños, en aquella tortuosa carrera por librarnos del amanecer.
La ama más que a nada en el mundo. … otra frase que danza en mi mente - ¿Acaso es eso aquel dolor en mi pecho - me cuestioné, era amor lo que empezaba a sentir por mi acosador y ahora salvador, será que él corresponde a los sentimientos tan puros que se anidan en mí. No, su frialdad no puede ser un signo de amor, al menos no era amor profesado hacia mi ¿O sí? .. él está interesado en usted… Puede que sí, sino que fin tenía haberle salvado la vida… - Su capricho, uno muy caro - Yo misma respondí a mis preguntas entre sueños, saboteando cualquier esperanza que se anidase en mi …no lo haga rabiar… No por nada se alejó de su Primera Esposa… Una esposa, una mujer antes que ella, a quien amo o al menos eso creyó, una sombra que opacaba cualquier diferencia que pudiese haber entre el pasado de Kareef y yo, la mujer a quien por meses acoso.
No estoy muy segura, pero sospecho que fue en brazos de Kareef que llegué a esta habitación en la cual desperté siendo atendida por la misma mujer que me salvo la vida la primera vez, y la segunda en que me arrebato de aquella entrega total que tenía hacia la muerte. Le miré en silencio, desconocía cuanto tiempo llevaba allí, las tupidas cortinas impedían el paso de cualquier conexión con lo que sea hubiere afuera, me incorporé notando la camisola que llevaba puesta y los vendajes sobre mi abdomen. Miré a mi costado, un jarro con agua y una serie de ungüentos, hierbas y mezclas con las que seguramente fui atendida, tome un vaso de agua, un largo sorbo, mi boca amarga y seca se refresco antes de hablar nuevamente - Lamento haberte gritado - susurré con voz rasposa, acaparando su atención y una mirada curiosa - En el refugio, cuando intentabas ayudarme mujer - desconocía su nombre, desconocía si ella entendía mi idioma, pero por su expresión de satisfacción comprendí si lo hacía.
- Gracias por tus cuidados, aunque no debe haber sido sencillo - Susurré, bajando los pies de la cama incorporándome con dificultad - Pero ahora necesito tu ayuda, consígueme algo de comida… porfavor - pedí con amabilidad, ciertamente me había comportado mal, y de algún modo debía enmendar aquello. Cuando salió baje de la cama, examinando el lugar con cierta incomodidad, Aquella tela se translucía, no eran mis ropas, no era mi cama y aun menos mi cuarto… Abrí una cajonera y descubrí eran ropas de varón, una bocanada con su olor me golpeo, era la habitación de Kareef. Suspiré y calcule la odalisca aun tardaría, abrí otro cajón y nada que pudiese usar, pero si encontré una caja que acaparó mi curiosidad. No pude evitar el impulso de ver su contenido, una tela color arena con bordados azules, unos que conocía muy bien…
- ¡Por Jupiter! Mi… mi capa - tartamudeé, confusa y aturdida, él la tuvo en su poder todo este tiempo, acaso era verdad… Solo un enamorado atesora algo así con tanto cuidado, medité, convenciéndome de una verdad tan latente, que solo podía ignorarla, por temor a descubrir el mismo sentimiento en mis. Me apremíaba ver a aquel hombre. Cerré la caja y la guardé tal como estaba y regrese a la cama en el mismo instante en que la mujer regresaba con una bandeja, seguramente noto algo, pero nada dijo se limito a sus labores.
- Gracias - fueron mis palabras mientras comía algo, frutos secos, pan y unos bocados dulces, no era nada muy elaborado pero mi estomago agradeció la merienda, que devoré en muy poco tiempo - Se que no he sido fácil, pero necesito de tus servicios una vez más - me miró y asintió en silencio a mi petición, en menos de veinte minutos ella me puso al corriente de lo ocurrido mientras dormía. Me proporcionó ropas, aunque de estilo árabe, pero era mejor que la camisola translucida, me vistió y consintió lo que parecía un torpe arrebato, pero estaba todo en mi mente muy bien planeado… creo.
Resulto ser que la jequesa no estaba en el barco y Kareef descansaba en el cuarto que ella usaría, ya estábamos en la segunda noche de navegación, y se esperaba arribásemos en la siguiente noche en territorio árabe. Suspiré, me arme de valor y recorrí la distancia existente entre ambas habitaciones, estaban en extremos opuestos, según la odalisca fue la misma Kala quien así lo pidiese pues solía hacer demasiado ruido cuando Sidi Parthenopaeus le visitaba, en otra ocasión hubiere reparado en aquellos, pero los nervios me carcomían. Sin golpear entre en esa habitación, mordiendo mi labio inferior, allí sentado en una especie de butaca estaba el hombre al cual buscaba, con los ojos cerrados como quien meditase o esperase algo.
Caminé hasta él, segura ya había notado mi presencia allí, pero me estaba ignorando, cuando estuve frente a él suspiré profundo y me arrodillé ante él - Kareef - llamé, pero nada, parecía ignorarme - Sidi Al’Ramiz, he venido a presentarle mis disculpas…y mis más sentidos respetos por … por… - Ahora él clavaba su mirada aleonada en mi mis ojos azules, quebrándome por dentro, como ningún hombre antes lo hubiere hecho, descubriéndome a mi misma de rodillas ante él, esperando sepan los dioses que - por… mis arrebatos… por ser un manojo de caprichos… - me sentía tan insignificante ante su mirada.
- Por arriesgar tu vida, la de tu familia y la de tus hombres… - un largo suspiró emano de mis labios enrojecidos por todas las veces que los mordí antes de decidirme a hablar - Por no valorar tu sinceridad al arriesgar a tu pueblo al proteger a un la niñata que murió hace dos noches…- culminé a la espera el entendiese mis disculpas. Con su mirada clavada sobre mí, sin duda esa debió ser una escena que jamás olvidará, con un traje de odalisca en colores marfil, una serie de velos cubriendo mi piel y mis cabellos sueltos.
- Ciega fui al no verte, y ahora que te veo sé que no le temía a ello, sino a caer presa de tu mirada… a enamorarme de ti- pensé, sin comprender su mirada… intimidada como nunca antes… rendida por él.
Mi rabia era contra el mundo, ante cualquier desafortunado que se cruzase en mi camino le caería encima, presa de la rabia y el dolor. Para la jequesa eso fue una niñería, para mí fue una excusa, la razón que necesitaba para liberarme, para alzar las contra quien tensase la cuerda y no correr en una persecución absurda rumbo al Vaticano, pues tal como vocifero Alastair, si llegaba a ser capturada aquel hombre se llevaría lo único de lo cual aun podía disponer, el ultimo rastro de niñez.
Apenas monte al animal, con el dolor clavándose, dificultando mi respiración, si tan se tratase de la puñalada que yo misma me propine, pero era mi orgullo y mis sentimientos los que sangraban. Tome aire, en el preciso instante en que una mano masculina me aprisiona y tomo el control, tal brutalidad y tensión en sus actos que aumento el dolor, gemí en un vano intento de alejarme de escapar de sus brazos y sus recriminaciones que tarde o temprano romperían lo poco que aun quedaba de mí. Sin importar cuanto lo negase aquella noche, sería la última noche que la niña caprichosa se permitiese aquellos arranques, de ahora en adelante, debía crecer, prepararme para la más difícil de las batallas, recuperar lo que fuese mío.
Pero como si la realidad no fuese lo suficientemente cruel, las palabras de aquel jeque calan hondo en mí, y aunque deseaba responderle, gritarle que me dejase sola con mis pesares. Decirle cuan errado estaba al juzgarme, que no estaba frente a una niña encaprichada, sino frente a una niña herida que debía aprender a ser mujer, pero no hubo voluntad que me permitiese hablar, el no deseaba oírme - No tiene derecho a juzgarme, pues si usted perdió a sus guerreros, yo perdí una vida- argumente en mi mente, aunque para ser sinceros, no esperaba que él se molestase a leer aquel pensamiento, no comprendía porque se tomaba tantas molestias por mi causa - ¡¡Quien se cree!! Solo porqué apareció en el momento oportuno y me salvo de los enemigos, actúa como si le debiese algo más que “gratitud” - refunfuñé para mis adentros a medida que la tensión en mi cintura aumentaba, del mismo modo en que una nueva oleada de dolor me embargaba.
La realidad cayó contra mí, con tal brutalidad, que ignore la herida sangrante. Se acabaron los tiempos de gloria en que ella, la Princesa Di Alessandro era precedida por los nombres de sus padres, no quedaban más que recuerdos de aquel pasado, estaba sola, bajo el alero de un hombre que podía robarme en un solo suspiro su corazón, pero que le despreciaba por considerarla una “niña berrinchuda”. Y allí entre mi dolor y las lágrimas que emanaban silenciosas de mis ojos, su respiración innecesaria acariciando a ratos mi mejilla, su cuerpo rígido como si fuese una estatua. Por los dioses, cuanto necesitaba de un cálido refugio para mi alma herida, pero era imposible siquiera imaginar que aquel hombre, Kareef, me refugiase, pues bien claro dijo que prefería dejarme en medio de la nada… O al menos así lo quise entender.
Un extraño cansancio me embargo cuando la marcha se detuvo, apenas abrí los ojos, me sentía como prisionera de guerra, obligada marchar en la montura de un extraño, sepan dioses para qué designio aquel hombre se la llevaba, si ni le hablaba. Me negué a bajar, ¿acaso tenía algún sentido atender a la prisionera?, ¿para qué negarse a la invitación de la muerte? Ahora que la realidad golpeaba mi rostro, no había esperanza ni deseos de seguir luchando, al final, aquel hombre me despreciaba y mi familia estaba reducida a polvo. ¿Cuándo paso el Jeque a ser prioridad en mis pensamientos? No lo sé, pero no importaba, sus movimientos fríos y bruscos, solo conseguían que mi alma se trisase aun más, donde estaba Marianne para hundirme en su regazo a llorar, donde estaría Apóstolos para regresarme a la realidad …Muerto las palabras surgieron solas en mi mente, golpeándome mientras la odalisca se empeñaba en ausentar el fantasma de la muerte.
- ¡Shh! ¡Deja mujer! - intenté detenerla, pero aun no conseguía pronunciar palabra alguna, solo mirarla hacer su trabajo y que sus palabras llegasen a mis oídos, no eran regaños, no eran las palabras de una madre ni mucho menos la voz de un amante rogándole que resistiese… Era la voz de una mujer que poseía la experiencia de la eternidad, la sabiduría de quien conoce bien los designios del impetuoso destino. Caí nuevamente en un letárgico estado con sus palabras latentes, golpeando mi sueño… ...la joven, es su hija…… - ¿Por qué un hija actuaría tan lujuriosamente con su padre? - me cuestioné entre sueños, en aquella tortuosa carrera por librarnos del amanecer.
La ama más que a nada en el mundo. … otra frase que danza en mi mente - ¿Acaso es eso aquel dolor en mi pecho - me cuestioné, era amor lo que empezaba a sentir por mi acosador y ahora salvador, será que él corresponde a los sentimientos tan puros que se anidan en mí. No, su frialdad no puede ser un signo de amor, al menos no era amor profesado hacia mi ¿O sí? .. él está interesado en usted… Puede que sí, sino que fin tenía haberle salvado la vida… - Su capricho, uno muy caro - Yo misma respondí a mis preguntas entre sueños, saboteando cualquier esperanza que se anidase en mi …no lo haga rabiar… No por nada se alejó de su Primera Esposa… Una esposa, una mujer antes que ella, a quien amo o al menos eso creyó, una sombra que opacaba cualquier diferencia que pudiese haber entre el pasado de Kareef y yo, la mujer a quien por meses acoso.
No estoy muy segura, pero sospecho que fue en brazos de Kareef que llegué a esta habitación en la cual desperté siendo atendida por la misma mujer que me salvo la vida la primera vez, y la segunda en que me arrebato de aquella entrega total que tenía hacia la muerte. Le miré en silencio, desconocía cuanto tiempo llevaba allí, las tupidas cortinas impedían el paso de cualquier conexión con lo que sea hubiere afuera, me incorporé notando la camisola que llevaba puesta y los vendajes sobre mi abdomen. Miré a mi costado, un jarro con agua y una serie de ungüentos, hierbas y mezclas con las que seguramente fui atendida, tome un vaso de agua, un largo sorbo, mi boca amarga y seca se refresco antes de hablar nuevamente - Lamento haberte gritado - susurré con voz rasposa, acaparando su atención y una mirada curiosa - En el refugio, cuando intentabas ayudarme mujer - desconocía su nombre, desconocía si ella entendía mi idioma, pero por su expresión de satisfacción comprendí si lo hacía.
- Gracias por tus cuidados, aunque no debe haber sido sencillo - Susurré, bajando los pies de la cama incorporándome con dificultad - Pero ahora necesito tu ayuda, consígueme algo de comida… porfavor - pedí con amabilidad, ciertamente me había comportado mal, y de algún modo debía enmendar aquello. Cuando salió baje de la cama, examinando el lugar con cierta incomodidad, Aquella tela se translucía, no eran mis ropas, no era mi cama y aun menos mi cuarto… Abrí una cajonera y descubrí eran ropas de varón, una bocanada con su olor me golpeo, era la habitación de Kareef. Suspiré y calcule la odalisca aun tardaría, abrí otro cajón y nada que pudiese usar, pero si encontré una caja que acaparó mi curiosidad. No pude evitar el impulso de ver su contenido, una tela color arena con bordados azules, unos que conocía muy bien…
- ¡Por Jupiter! Mi… mi capa - tartamudeé, confusa y aturdida, él la tuvo en su poder todo este tiempo, acaso era verdad… Solo un enamorado atesora algo así con tanto cuidado, medité, convenciéndome de una verdad tan latente, que solo podía ignorarla, por temor a descubrir el mismo sentimiento en mis. Me apremíaba ver a aquel hombre. Cerré la caja y la guardé tal como estaba y regrese a la cama en el mismo instante en que la mujer regresaba con una bandeja, seguramente noto algo, pero nada dijo se limito a sus labores.
- Gracias - fueron mis palabras mientras comía algo, frutos secos, pan y unos bocados dulces, no era nada muy elaborado pero mi estomago agradeció la merienda, que devoré en muy poco tiempo - Se que no he sido fácil, pero necesito de tus servicios una vez más - me miró y asintió en silencio a mi petición, en menos de veinte minutos ella me puso al corriente de lo ocurrido mientras dormía. Me proporcionó ropas, aunque de estilo árabe, pero era mejor que la camisola translucida, me vistió y consintió lo que parecía un torpe arrebato, pero estaba todo en mi mente muy bien planeado… creo.
Resulto ser que la jequesa no estaba en el barco y Kareef descansaba en el cuarto que ella usaría, ya estábamos en la segunda noche de navegación, y se esperaba arribásemos en la siguiente noche en territorio árabe. Suspiré, me arme de valor y recorrí la distancia existente entre ambas habitaciones, estaban en extremos opuestos, según la odalisca fue la misma Kala quien así lo pidiese pues solía hacer demasiado ruido cuando Sidi Parthenopaeus le visitaba, en otra ocasión hubiere reparado en aquellos, pero los nervios me carcomían. Sin golpear entre en esa habitación, mordiendo mi labio inferior, allí sentado en una especie de butaca estaba el hombre al cual buscaba, con los ojos cerrados como quien meditase o esperase algo.
Caminé hasta él, segura ya había notado mi presencia allí, pero me estaba ignorando, cuando estuve frente a él suspiré profundo y me arrodillé ante él - Kareef - llamé, pero nada, parecía ignorarme - Sidi Al’Ramiz, he venido a presentarle mis disculpas…y mis más sentidos respetos por … por… - Ahora él clavaba su mirada aleonada en mi mis ojos azules, quebrándome por dentro, como ningún hombre antes lo hubiere hecho, descubriéndome a mi misma de rodillas ante él, esperando sepan los dioses que - por… mis arrebatos… por ser un manojo de caprichos… - me sentía tan insignificante ante su mirada.
- Por arriesgar tu vida, la de tu familia y la de tus hombres… - un largo suspiró emano de mis labios enrojecidos por todas las veces que los mordí antes de decidirme a hablar - Por no valorar tu sinceridad al arriesgar a tu pueblo al proteger a un la niñata que murió hace dos noches…- culminé a la espera el entendiese mis disculpas. Con su mirada clavada sobre mí, sin duda esa debió ser una escena que jamás olvidará, con un traje de odalisca en colores marfil, una serie de velos cubriendo mi piel y mis cabellos sueltos.
- Ciega fui al no verte, y ahora que te veo sé que no le temía a ello, sino a caer presa de tu mirada… a enamorarme de ti- pensé, sin comprender su mirada… intimidada como nunca antes… rendida por él.
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
¿En qué momento se salió todo de control? Estaban bien, siguiéndose para ir a descansar en el barco que Kala preparó. Y de pronto, hélo ahí, escuchando a uno de los sirvientes de su hija, su alocada y caótica cría, diciendo que se quedó, que está luchando para procurar que llegaran bien todos los heridos y agotados personajes a quien ella juró proteger. A él. A Sidi Alastair. No sólo eso, si no que su mensaje es una de sus típicas ocurrencias. Golpear y ocultar la mano para luego pedir una disculpa con una sonrisa tierna. Así fue en su niñez Kala. Así sigue siendo hoy en día en sus arranques de inmadurez que inexplicablemente le daban muy frecuentes tras su estancia en el Alamut por instrucciones de la Shamballah.
La presencia de Sidi Alastair lo relaja un poco, aunque estoy tenso por la situación de Kala, el saber que él tiene un plan de contingencia es algo que agradezco, realmente todo ésto me tiene superado y tengo que reconocer que entiendo ahora a Valerius, hoy Francoise, al elegir a este vampiro como parte de sus Minoicos. Por unos meses estuve intranquilo por saber que alguien más estaba aconsejándolo, pero la situación cambió radicalmente.
- Sea pues, Sidi Alastair que vuestra mente viajó más rápido que la mía, que desconocía absolutamente la magnitud de lo que nos estaba rodeando - se dirige a uno de los camarotes, para tomar asiento alrededor de una mesa en la cual se puede ver un mapa de todo el Mar Mediterráneo. Toma una botella de vino y le sirve en una copa, repitiendo para sí. Vitae con un pequeño toque de algo que quizá Alastair reconozca: una mezcla que la Shamballah hace en Agharta para mantenerla fresca, olorosa, tibia... El hechizo está en la botella, no en el líquido. Por eso pocos son los que tienen algo así, sólo cercanos al Sanat Kumara o a la misma Líder en Tiempos de Paz - Tiene razón al decir que el tiempo vale oro, que no debemos atrasarnos, pero mi Ibna Kala no es alguien a quien derroten tan fácilmente. Regresará y como dice, no de buenas maneras si descubre que la hemos dejado atrás. Pienso que es una lección a vivir, así que déle ésto -se dedica a escribir un papiro en árabe, son unas cuantas órdenes y disposiciones, al terminar, lo cierra, echa la cera y con su anillo, lo lacra para entregárselo a Alastair - Poco es lo que puedo hacer por ustedes, sé que su relación apenas empieza. Fuerza y determinación es lo que necesita para alcanzarla y hacerla a su vera y manera. Téngalo en cuenta, es una berrinchuda, una testaruda, una desquiciada rebelde con causa y sin ella, brutal, violenta, agresiva, pero en el fondo... en su verdadera esencia, es mejor que mi amigo Ra'hae. Amorosa, dulce, sabia... pero muy en el fondo - concede con un suspiro de resignación.
Camina hacia donde el ventanal muestra cómo el cielo en una hora dará paso al sol, aún tienen tiempo, poco, pero tienen. Kareef bebe de la copa de vitae pensativo, para voltear y colocar una mano sobre el hombro de Alastair, sonriéndole. Es un magnífico vampiro, igual de bruto que su hija, violento en el campo de batalla, pero si Francoise le ha dado el beneficio de la duda ¿Quién es Kareef para negárselo?
- Tienes mi bendición, aunque sé que no la necesitas. Ve a con ella, llévatela y por favor, hagan lo que yo intentaré con Sayyidat Katra: no hundan el barco - se permite la broma, pero también lo dice en serio. En su palacio destruyeron dos habitaciones, valiosas estatuas, mesas, incluso macetas. Son parecidos a Kareef y Su Primera Esposa, pero afortunadamente no iguales, porque si no, se habrían matado esa misma noche. Aún tienen oportunidades, esperanzas. Espera con el tiempo, puedan acoplarse. Sidi Parthenopaeus es un gran partido para Kala, sólo ruega a Alá que su hija sea lo suficientemente sabia para verlo también.
Los barcos se encuentran en altamar, con el tiempo justo para que Sidi Parthenopaeus aborde sin ningún problema y se resguarde del astro sol. Dadas las órdenes, Kareef se encarga de ir a donde Sayyidat Katra, para observarla dormir. El sueño no es algo que el Jeque necesite, por lo que asegurado de que ninguna luz del sol penetrará, iluminado con la luz de las velas el camarote, se dedica a velar el de la Princesa, contemplándola con dulzura y al mismo tiempo pensando qué debe hacer con ella. Cómo proceder, qué evitar, hacia dónde mover las piezas del tablero para que ella acepte que su relación puede funcionar, que su atracción a ojos vista y comprobada tras el episodio de Kala (se pregunta si realmente no fue ése el último fin de su hija de actuar así: hacer notar a la Di Alessandro lo que siente por el Jeque)... que fructifique.
Aprovecha el resto del tiempo, en la habitación de su hija Kala, para planificar las defensas de las ciudades árabes, metido siempre en el mismo camarote, revisando todos los escenarios. Ya falló una vez, dos nunca. Se asegura de que todo esté perfecto, que no falte nada en sus ataques imaginarios y las formas en que podrían evitarlos. Si hay guerra, entonces puede darse la posibilidad de que lleguen a Agharta -quiera Alá que no-. Dos días después, la odalisca le informa que Sayyidat Di Alessandro despertó y no sólo eso, parece que ha reflexionado, conduciéndose de la forma que una dama de su alcurnia debe hacerlo.
El Jeque asiente, toma su copa para acomodarse en un sillón bastante cómodo, con los ojos cerrados, la cara orientada al techo. Su oído fino es el que le advierte de la presencia de alguien, su nariz de la personalidad que le visita. La hermosa Katra, ¿Qué querrá ahora? Mientras piensa en ello, la escucha acercarse y, para su sorpresa, hincarse ante él. Las primeras palabras hacen que el Minoico abra los ojos y fije su mirada en ella, disfrutando de su bello rostro, de sus cabellos de oro, sus ojos de cielo. No pronuncia palabra, la catarsis le sirve más a ella que a él, pero sobre todo, le da una comprensión total de la criatura que tiene a sus pies. Parpadea con las últimas palabras, lento, como en un sueño. Deja la copa en la mesa a su lado para tomar en brazos, delicada y suavemente a la mujer y sentarla en su regazo.
Su mirada aleonada recorre su faz, su cuerpo enfundado de la forma más sensual posible, rodeándola de esa manera que al Jeque agrada. La odalisca ha sido bastante inteligente al tomar esas prendas, tan exótica se ve la Princesa, que Kareef por un instante no sabe qué hacer, cómo proceder o reaccionar y lo único que decide, es dejarse llevar. Sus brazos la arropan en silencio, con ternura y suavidad, su voz eleva una plegaria en forma de un cántico profano a ojos inexpertos, intenso y lleno de matices inexplicables que cimbran el cuerpo, estremecen la piel hasta hacerla insoportable al tacto, aspirando un aire levemente enrarecido por las especies, el incienso, las velas que rodean al hombre más poderoso de Alejandría.
La voz se eleva un poco más, acomodándola mejor, refugiándola, haciendo vibrar su tórax conforme cada nota emerge, golpeando las barreras que están a su alrededor hasta derrumbarlas dejando el dique de los sentimientos libre de desplegar las olas del mar que todo lo borran y arrastran a su paso. El timbre barítono mece la figura femenina, llevándose el raciocinio y dejando simplemente el corazón. El alma. El intenso sentir de formas bravas que confrontan la realidad con los recuerdos, haciendo una divisón entre ambos como si el pasado no fuera suficiente y Kareef tuviera que hacerle ver a Katra su realidad. Una isla en medio del mar, eso es el Minoico. El océano llamado soledad. Donde él la refugiará por y para siempre.
La presencia de Sidi Alastair lo relaja un poco, aunque estoy tenso por la situación de Kala, el saber que él tiene un plan de contingencia es algo que agradezco, realmente todo ésto me tiene superado y tengo que reconocer que entiendo ahora a Valerius, hoy Francoise, al elegir a este vampiro como parte de sus Minoicos. Por unos meses estuve intranquilo por saber que alguien más estaba aconsejándolo, pero la situación cambió radicalmente.
- Sea pues, Sidi Alastair que vuestra mente viajó más rápido que la mía, que desconocía absolutamente la magnitud de lo que nos estaba rodeando - se dirige a uno de los camarotes, para tomar asiento alrededor de una mesa en la cual se puede ver un mapa de todo el Mar Mediterráneo. Toma una botella de vino y le sirve en una copa, repitiendo para sí. Vitae con un pequeño toque de algo que quizá Alastair reconozca: una mezcla que la Shamballah hace en Agharta para mantenerla fresca, olorosa, tibia... El hechizo está en la botella, no en el líquido. Por eso pocos son los que tienen algo así, sólo cercanos al Sanat Kumara o a la misma Líder en Tiempos de Paz - Tiene razón al decir que el tiempo vale oro, que no debemos atrasarnos, pero mi Ibna Kala no es alguien a quien derroten tan fácilmente. Regresará y como dice, no de buenas maneras si descubre que la hemos dejado atrás. Pienso que es una lección a vivir, así que déle ésto -se dedica a escribir un papiro en árabe, son unas cuantas órdenes y disposiciones, al terminar, lo cierra, echa la cera y con su anillo, lo lacra para entregárselo a Alastair - Poco es lo que puedo hacer por ustedes, sé que su relación apenas empieza. Fuerza y determinación es lo que necesita para alcanzarla y hacerla a su vera y manera. Téngalo en cuenta, es una berrinchuda, una testaruda, una desquiciada rebelde con causa y sin ella, brutal, violenta, agresiva, pero en el fondo... en su verdadera esencia, es mejor que mi amigo Ra'hae. Amorosa, dulce, sabia... pero muy en el fondo - concede con un suspiro de resignación.
Camina hacia donde el ventanal muestra cómo el cielo en una hora dará paso al sol, aún tienen tiempo, poco, pero tienen. Kareef bebe de la copa de vitae pensativo, para voltear y colocar una mano sobre el hombro de Alastair, sonriéndole. Es un magnífico vampiro, igual de bruto que su hija, violento en el campo de batalla, pero si Francoise le ha dado el beneficio de la duda ¿Quién es Kareef para negárselo?
- Tienes mi bendición, aunque sé que no la necesitas. Ve a con ella, llévatela y por favor, hagan lo que yo intentaré con Sayyidat Katra: no hundan el barco - se permite la broma, pero también lo dice en serio. En su palacio destruyeron dos habitaciones, valiosas estatuas, mesas, incluso macetas. Son parecidos a Kareef y Su Primera Esposa, pero afortunadamente no iguales, porque si no, se habrían matado esa misma noche. Aún tienen oportunidades, esperanzas. Espera con el tiempo, puedan acoplarse. Sidi Parthenopaeus es un gran partido para Kala, sólo ruega a Alá que su hija sea lo suficientemente sabia para verlo también.
Los barcos se encuentran en altamar, con el tiempo justo para que Sidi Parthenopaeus aborde sin ningún problema y se resguarde del astro sol. Dadas las órdenes, Kareef se encarga de ir a donde Sayyidat Katra, para observarla dormir. El sueño no es algo que el Jeque necesite, por lo que asegurado de que ninguna luz del sol penetrará, iluminado con la luz de las velas el camarote, se dedica a velar el de la Princesa, contemplándola con dulzura y al mismo tiempo pensando qué debe hacer con ella. Cómo proceder, qué evitar, hacia dónde mover las piezas del tablero para que ella acepte que su relación puede funcionar, que su atracción a ojos vista y comprobada tras el episodio de Kala (se pregunta si realmente no fue ése el último fin de su hija de actuar así: hacer notar a la Di Alessandro lo que siente por el Jeque)... que fructifique.
Aprovecha el resto del tiempo, en la habitación de su hija Kala, para planificar las defensas de las ciudades árabes, metido siempre en el mismo camarote, revisando todos los escenarios. Ya falló una vez, dos nunca. Se asegura de que todo esté perfecto, que no falte nada en sus ataques imaginarios y las formas en que podrían evitarlos. Si hay guerra, entonces puede darse la posibilidad de que lleguen a Agharta -quiera Alá que no-. Dos días después, la odalisca le informa que Sayyidat Di Alessandro despertó y no sólo eso, parece que ha reflexionado, conduciéndose de la forma que una dama de su alcurnia debe hacerlo.
El Jeque asiente, toma su copa para acomodarse en un sillón bastante cómodo, con los ojos cerrados, la cara orientada al techo. Su oído fino es el que le advierte de la presencia de alguien, su nariz de la personalidad que le visita. La hermosa Katra, ¿Qué querrá ahora? Mientras piensa en ello, la escucha acercarse y, para su sorpresa, hincarse ante él. Las primeras palabras hacen que el Minoico abra los ojos y fije su mirada en ella, disfrutando de su bello rostro, de sus cabellos de oro, sus ojos de cielo. No pronuncia palabra, la catarsis le sirve más a ella que a él, pero sobre todo, le da una comprensión total de la criatura que tiene a sus pies. Parpadea con las últimas palabras, lento, como en un sueño. Deja la copa en la mesa a su lado para tomar en brazos, delicada y suavemente a la mujer y sentarla en su regazo.
Su mirada aleonada recorre su faz, su cuerpo enfundado de la forma más sensual posible, rodeándola de esa manera que al Jeque agrada. La odalisca ha sido bastante inteligente al tomar esas prendas, tan exótica se ve la Princesa, que Kareef por un instante no sabe qué hacer, cómo proceder o reaccionar y lo único que decide, es dejarse llevar. Sus brazos la arropan en silencio, con ternura y suavidad, su voz eleva una plegaria en forma de un cántico profano a ojos inexpertos, intenso y lleno de matices inexplicables que cimbran el cuerpo, estremecen la piel hasta hacerla insoportable al tacto, aspirando un aire levemente enrarecido por las especies, el incienso, las velas que rodean al hombre más poderoso de Alejandría.
La voz se eleva un poco más, acomodándola mejor, refugiándola, haciendo vibrar su tórax conforme cada nota emerge, golpeando las barreras que están a su alrededor hasta derrumbarlas dejando el dique de los sentimientos libre de desplegar las olas del mar que todo lo borran y arrastran a su paso. El timbre barítono mece la figura femenina, llevándose el raciocinio y dejando simplemente el corazón. El alma. El intenso sentir de formas bravas que confrontan la realidad con los recuerdos, haciendo una divisón entre ambos como si el pasado no fuera suficiente y Kareef tuviera que hacerle ver a Katra su realidad. Una isla en medio del mar, eso es el Minoico. El océano llamado soledad. Donde él la refugiará por y para siempre.
Kareef Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/10/2011
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Re: Emboscada al anochecer [Kareef Al'Ramiz - Katra Di Alessandro - Kala Al'Ramiz - Alastair Parthenopaeus]
…Quiero ser, una palabra serena y clara
Quiero ser, un alma libre, de madrugada…
Quiero ser, un alma libre, de madrugada…
…Quiero ser una emigrante, de tu boca delirante,
De deseos que una noche convertiste en mi dolor...
De deseos que una noche convertiste en mi dolor...
Educada para ser la sucesora al trono, como hija de emperadores, altiva orgullosa arrogante, el fiel reflejo de mi madre, solía mirar al mundo como inferiores. Por el contrario de mi padre herede sabiduría, aun cuando nuestro trato era distante él fue quien me enseño a medir mis actos antes de actuar, aunque cuando las emociones desbordaban a mi racionalidad, caía en ataques de irracionalidad, como aquel en que dispare a la hija del Jeque. Si era en aquellos momentos en que las lecciones de mi padre se tornaban útiles, recapacitar sobre mis errores y no solo reconocerlos, sino también presentar las correspondientes disculpas.
Pero de todos los errores que cometí antes, este era el que más contradicciones generaba en mí. El peso de mi nueva realidad se hacía a cada segundo más latente, descubrirme de un momento a otro sin hogar al cual regresar, exiliada del territorio que nací para gobernar, sin el manto protector de dos grandes clanes, los Di Alessandro y los Phartenopaeus, extintos. Hace dos noches, si no hubiese sido por la aparición del árabe y sus hombres, hubiese sido apresada o en el mejor de los casos muerta en manos de los revolucionarios. Si, la muerte rondaba demasiado cerca, burlándose a cada segundo, pues el mismo Al’Ramiz, casi cae ante los lycans que atacaron como parte de la emboscada.
…Quiero creer, quiero saber,
que dormiré a la verita tuya…
que dormiré a la verita tuya…
…Quiero esconderme de miedo y mirar de una vez
Los ojos que tiene la luna…
Los ojos que tiene la luna…
Ahora, me encontraba ante la persona que en cuestión de horas, y tras largos meses resistiéndome, se torno en el centro de mi vida. Sus constantes halagos, sus sutiles gestos, su perseverancia e incluso esa manera de tolerar mis desplantes, consiguieron derrotarme, conquistarme hasta ahora estar frente él, de rodillas, pidiendo su perdón, por un arranque de irracionalidad, celos y rabia contenida ante el peso de la realidad. Confesaba mi error y mis sentimientos hacia él, dudando si acaso el Jeque aceptaría mis disculpas, o se encontraba aun enfadado conmigo. Me sentía aun más avergonzada que si fuese una niña pequeña confesando que rompió una valiosa estatua de cinco mil años de antigüedad, temerosa como quien espera oír su condena a muerte, ansiosa tal si acaso de su aprobación pendiese mi existencia.
Aun así, nada de lo que sentía en ese momento se comparaba con el hueco en mi estomago, ese incontrolable hormigueo, que se debatía entre quedarme prendada de su mirada o salir huyendo y no oír su sentencia. Mordí mi labio inferior, nerviosa mientras el cerraba los ojos con una calma única, para luego dejar a un lado la copa de vitae, su pasividad supero cualquier expectativa, sus brazos firmes y delicados me rodearon hasta acomodarme en su regazo, acunándome en un cantico propio de su tierra. Me deje llevar por él, por aquella ternura profesada hacia mí, ese afecto que tanto necesitaba en aquellos momentos. Lagrimas rodaron por mis mejillas, silenciosas, aquel hombre logro lo que ninguno consiguió antes, romper mi coraza para ser él quien me protegiese con su manto.
…Quiero cantar a la libertad,
y caminar cerca del mar, amarradita siempre a tu cintura,
que esta locura de amarte no puede acabar…
y caminar cerca del mar, amarradita siempre a tu cintura,
que esta locura de amarte no puede acabar…
…por mucho que te entren las dudas
de si eres tú el que me hace tan feliz.…
de si eres tú el que me hace tan feliz.…
Mi respiración se acompaso a la de él, poco a poco los sentimientos contenidos terminar de aflorar, lagrimas silenciosas empapando mi rostro y una melancólica sonrisa bailando en mis labios. Cruel destino, que juega con la vida de los hombres, siempre puso todo a mis pies, súbditos e iguales rindiendo pleitesías a mi persona, mi vida rodeada de personas. Pero ahora que la tempestad se desataba, ninguno de aquellos que antes besaban la arena por la que caminaba estaba allí para mi, solo podía confiar en dos personas, mi entrañable amiga Marianne y Ludwig, de quienes sabia aun contaba con su lealtad. Ahora, en los brazos de un hombre al que humille y desprecie, encontraba consuelo, un refugio donde aguardar que la tormenta pasase, donde rearmarme poco a poco.
- Al’R… Kare… - en un hilo de voz intenté llamarle, dudando sobre cómo tratarle - Kareef-/ susurré finalmente, jugando con el borde de su túnica, antes de alzar el rostro, para contemplar sus rasgos varoniles - Te juzgué mal, a ti y a los tuyos -reconocí con hidalguía heredara de mi padre - huí en vano de ti -tomaba aire entre cada palabra, cada idea suelta sin dejar de verle, de embriagarme de su aroma tan propio de él, de su tierra, sándalo y mirra. Era como estar en mi propio templo, un lugar de adoración y culto.
Bordee la costura de la túnica con una de mis manos, delicados movimientos que me llevaron finalmente a su cuello, a su mejilla, una caricia simple y emotiva - Prometo, jamás agredir a tu pueblo, a tus guerreros y servidores… - un suspiro interrumpe mis palabras - Menos aun a tu.. hija- Culminé con dificultad, sintiéndome torpe al recordar mis celos por ella - Aunque… - me callé, estaba por decir una estupidez, como si el tuviese algún compromiso conmigo, pero la idea que el tuviese un harem propio, me atormentaba desde el momento que supe él me cortejaba. Tal vez no necesitase expresar aquello, quizás el escarbase en mis pensamientos y lo descubriese.
Su mirada ahora clavada en la mía, esos ojos profundos, doblegándome, no porque usase alguna habilidad sobre mí, simplemente él, era él motivo suficiente para que me sintiese pequeña y a su vez grande. Mis sentimientos se revelaban solos ante él, mis temores se volvían visibles, pero a su vez me sentía tan especial, tan resguardada, que podía jurar que la inmortalidad de él también era mía. Sin dejar de mirarle, delinee su rostro, cada facción de su perfección, aspiré su aliento mientras sus labios eran dibujados por la yema de mis dedos. Los velos de las vestimentas de su tierra, siguieron mis movimientos, en una danza sutil, pero no por ello menos sensual, nos encontrábamos en un místico universo paralelo solos los dos. Con el poco valor que aun quedaba en mi, deposite un tímido beso en los labios de él, un fugaz roce, tal cual si hiciese un travesura.
…Quiero ser, la que te jure amor eterno.
Quiero ser, una parada en la estación que lleva tu nombre.…
Quiero ser, una parada en la estación que lleva tu nombre.…
…Quiero ser el verbo fuego,
quiero andarme sin rodeos,
confesarte que una tarde empecé a morir por ti.…
quiero andarme sin rodeos,
confesarte que una tarde empecé a morir por ti.…
La avasalladora princesa Di Alessandro, se encontraba sometida, hipnotizada por él, temerosa del rechazo, temerosa de haber perdido su oportunidad por sus desmanes. Me aparte con rapidez, hasta esconder mi rostro en su cuello - Huí de ti para caer finalmente en una emboscada del destino que me trajo a tus brazos… -admití lo evidente - … caí rendida, enamorada sin deseos de oponer más resistencia. -
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
- Mensajes : 42
Fecha de inscripción : 12/10/2011
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