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Corriendo los velos del Destino  +18 [Kala Al'Ramiz & Alastair Parthenopaeus] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Sáb Nov 12, 2011 10:09 am

Ser el ermitaño de la familia, o quizás el menos sociable de ellos, para muchos podrá sonar sencillo o demasiado común, pero en una familia donde la voluntad es de hierro, la obstinación reina junto al mal carácter, y todos estamos manchados por sangre, es un merito tener el peor carácter de tener y ser el más sanguinario. Aunque a simple vista parezca un patán arrogante y engreído, que se lleva a las hembras a la cama solo para saciar su deseo animal, lo que es cierto, tampoco deja de ser meritorio que este ermitaño arrogante, se haya convertido en el mejor representante de los monarcas de los Países Bajos. Hijo de un Rey que dejó mucho que desear como líder, mis hermanos cuando asumieron la corona, mejoraron la imagen de la familia y me dieron un lugar entre ellos, no como un hijo bastardo, sino como príncipe.

Pues sí, aun cuando rechace el titulo, ellos insistieron en que sería tratado como el príncipe que se supone que soy, aunque cumpliría mis funciones lejos de un trono y lejos del palacio, mi función sería mantener las alianzas del reino y las buenas relaciones diplomáticas. He allí mi apodo, Príncipe Errante, idea de Aranel, quien acostumbraba reclamar que solo asomaba la nariz por el reino una vez cada 500 años, no estaba lejos de la realidad, no me agradaba la idea de regresar al lugar donde toda mi furia contenida se había desatado en aquel que el destino quiso fuese mi padre, su esposa y su sequito. Pocas veces me dejaba llevar por emociones tan humanas y bajas como las de aquella noche, iracundo y ciego, asesine a sangre fría, sin siquiera presentarme ante mis hermanos, solo fue años después, un buen par de años, que me presente ante Acheron y confesé mi crimen, y mis orígenes, secreto que compartíamos ambos, por la unión de la familia.

Pero de aquello, solo quedaban sombras de un pasado carente de significado. Seguía siendo el ermitaño y errante Parthenopaeus, un desgraciado en muchos aspectos, un infeliz hijo de su madre, según me grito alguna vez una hembra furiosa cuando la trate de odalisca de tercera clase. De aquello ya un par de siglos habían transcurrido, pero el recuerdo jamás se le había borrado, estaba tan latente como aquella noche.



Etiopía, 800 años atrás

Me podía considerar un vampiro joven e impetuoso, lo suficiente para transgredir las reglas y comportarme como un patán. Me gustaba la buena vida y los lujos pero lejos de las normas de protocolo. En aquel tiempo si quiera había cobrado la hidalgía de regresar al palacio y presentarme a mis hermanos, aquello lo haría tiempo después. Pero aquella noche me encontraba en una especie de taberna de estilo arabesco, donde las mujerzuelas eran odaliscas que se dedicaban a seducir a los hombres moviendo sus caderas insinuantes. Un deleíte para la vista, espectáculo que estaba disfrutando, llevarme a una para saciar mis deseos. Si poseerla en todo sentido, beber su sangre y recorrer su cuerpo en una noche de lujuria y pasión.

Y allí estaba ella, vestida con delicadas telas a la usanza árabe, bombachas y peto, color turquesa, su cuerpo un bocado para mis ojos hambrientos entre tanta mujer voluptuosa, ella era una escultura hecha a mano, sentada en un rincón observando todo silente. Con su rostro cubierto, lo único que podía ver eran esos ojos felinos color pardo, ausentes, pero que instaban a entrar al peligroso juego de la seducción. Sonreí socarronamente antes de encaminarme hasta ella y tomar asiento. Se debía tratar de una especie de cortesana, al menos eso pensé, una mujer destinada a seducir y que encantado llevaría mí lecho.
- ¿Cuanto he de pagar por verte bailar así - cuestione sentándome a su lado acariciando su mejilla, hasta tomarla por el mentón por sobre el velo, obligándola a verme - Pero quiero un danza privada - insistí sin ni una pisca de caballerosidad.

Como resultado ella saco una daga y puso en mi cuello, comenzó a insultarme en su lengua, la que por supuesto no entendí. Tras ello se marcho, con una serie de insultos y sin duda una amenaza de muerte, a lo que solo pude responder preso de la furia por el rechazo - ¡Vete al carajo! Odalisca de Tercera clase - Palabras que siguieron de una daga egipcia que certeramente ella lanzo para que cayese en mi pecho, pero que ataje en el aire.



A fueras Sacro Imperio Romano, presente

Sonreí mientras bajaba del caballo y uno de los sirvientes del jeque me recibía, estaba allí en uno de los palacios que el jeque de Alejandría poseía en las cercanías del Sacro Imperio, como muestar de sus intenciones de unir a su pueblo con él con romano. Y mi misión con él era aquella, tratar asuntos de los Países Bajos, y ser parte de aquella empresa imperialista que la esposa de Acheron poseía. Aunque no me interesaba del todo aquella reunión, no podía rechazar la invitación a de disfrutar de los honores de aquella cultura me intrigaba, pues seguramente los bailes serían parte de la cena diplomática que aquella noche tendríamos. Curioso era llamarla cena, pues tanto el Jeque como yo, nos alimentábamos de sangre, pero era un modo elegante de decir que nos reuniríamos.

Los aromas, colores y la música de aquel lugar no ayudaron a borrar la imagen que durante mi cabalgata evoque, borrar la sonrisa de mi rostro no se borraba ante aquel recuerdo de aquella provocativa mujer que hace ya unos cuantos siglos atrás me rechazo, no había jamás podido borrar aquel recuerdo de mi mente, esa mirada y su altanería. Un hembra que me complacería en dominar si la volviese encontrar, era una mujer con carácter de aquellas que pocas veces se encuentran. Por eso como capricho personal, me deje la daga y la portaba al cinto como un tesoro, un trofeo de guerra perdida.

El jeque e esperaba en uno de los patios interiores, allí un fuente de agua corría como hermosa muestra de la arquitectura de aquel pueblo. En el piso, unos finos almohadones para el jeque y los invitados de aquella noche. Salude a todos con una educada reverencia y acepte la invitación a tomar asiento frente al jeque. La noche transcurrió rápido, él deseaba aliados, y mi reino estaba estratégicamente bien ubicado. Se sabía que prontamente estaríamos unidos con el Sacro Imperio y aquello le interesaba aun más. El objetivo uno solo, formar un gran imperio y para ello lo mejor eran alianzas estratégicas en puntos clave, ara luego proceder a dominar aquellos territorios intermedios que se negaban a tan ambicioso plan. Cuando los acuerdos estuvieron claros, el Jeque dio la orden y con dos palmadas, un sequito de hermosas hembras entro danzando provocativamente, un deleite para todos mis sentidos. La alegre y seductora música y las delicadas telas moviéndose entre nosotros instaban a tomar a una y poseerla, el aroma de sus sangre me embriagaba, y me hizo recordar que llevaba un rato sin alimentarme.

Gruñí, con la duda si acaso sería mal visto que me alimentase de una de ellas, cuando la música cambio y entro una hermosa mujer vestida de rojo y blanco, la más bella y seductora de las odaliscas, cuyo aroma embriago del todo mis sentidos al verla moverse con tal destreza. Una mujer exuberante y exótica, como los aromas que de ella emanaban. La deseaba ella, tanto como a la mujer que siglso atrás conocí. Un sonrisa cruzo por mis labios, cuando sus ojos se fijaron en los míos, tan gélidos y místicos, tan insinuantes y seductores. Una mirada que podía matar a cualquier hombre, solo una mujer podía mirar de ese modo y seguir siento tan seductora..era ella-- …tu… - susurré, ante el caprichoso destino que los había llevado a aquel tardío segundo encuentro.




Última edición por Alastair Parthenopaeus el Lun Ene 02, 2012 3:08 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Sáb Nov 12, 2011 6:14 pm

El caballo se mantiene erguido mientras lo monto como la amazona que soy y miro hacia donde está el pueblo infiel del Sacro Imperio Romano; tanto tiempo mi pueblo ha sido presa de los occidentales y ahora mismo mi padre y Jeque está dispuesto a crear una Alianza en pos de una paz que necesita nuestro pueblo. Una estabilidad que nos ayudará para erigir las defensas contra los ataques de las manadas de sobrenaturales que pululan en el desierto y atacan a las caravanas de forma constante. Nuestras caravanas, nuestra gente.

Alzo la barbilla, bajo el velo que oculta todo mi rostro con excepción de mis ojos profundos y misteriosos a los que los sarracenos han aprendido a temer y, al mismo tiempo, a respetar. Soy una mujer, un estrato social inferior a todos, conforme mi cultura, pero aún así, me he impuesto hasta con lujo de violencia en los casos extremos, dejando a los soldados de mi padre minados en su orgullo, pero bajando la cabeza ante el paso de la Jequesa Al'Ramiz.

Esa es mi herencia, esa soy, no sólo la hija del Jeque de Jeques, señor de Alejandría y Padre de nuestro pueblo; si no, una de sus manos derechas, un miembro más de los Cinco Frentes Árabes y como tal, todos me deben respeto y también, reverencia. A quien no le gusta, un combate cuerpo a cuerpo le hace meditarlo de nuevo y obedecer.

Mi padre, el Jeque Kareef desmonta y como siempre, me ayuda a hacer lo propio, para caminar hacia el enorme palacio que tiene en las inmediaciones y límites del Sacro Imperio Romano. Un gusto y un lujo que quizá pudiera sernos contraproducente, pero no está en mi intención el hacerle ver lo peligroso que es todo ésto, si no el cuidarle y mantenerle protegido todo el tiempo, de acuerdo a las instrucciones del Destructor y del mismo Equilibrador.

Sea pues, tras un intercambio de planes y palabras, me retiro a descansar para prepararme para la siguiente noche. Aunque duermo poco, porque se me levanta para engalonarme para la venida del Embajador de los Países Bajos; lo que significa un aseo a conciencia y el cuidar de que mi cuerpo esté perfecto. De acuerdo a la petición de mi padre y conociendo mis antecedentes como danzante, se me ha solicitado que agasaje al invitado con una demostración de lo que las mujeres árabes somos capaces de hacer aparte de estar metidas en un harem.

Me aseguro de que todo quede impecable, no seré la que cause el deshonor de mi padre después de tantos años de cuidarlo. Una vez terminado mi aseo, las ropas son elegidas, aunque no tengo que pensarlo demasiado, había mandado hacer un diseño apropiado para la ocasión que ahora mismo desenvuelven mis esclavas. Blanco y rojo, sonrío pensando que mi padre me verá raro, son los colores que uso para enloquecer al Destructor o bien, para seducir al Equilibrador.

Consideré prudente en su momento, que esos colores le dan a mi piel una vista soberbia, el blanco de los pantalones y el peto siempre permite, por la tela tan delicada, que algo de mi piel se vislumbre y el rojo de mis velos, hace la fantasía de ocultar lo entregado a la vista de forma sublime. Así, el deseo que el baile desata, se mantiene a flote, sin apagarse.

Estoy atenta en todo momento, cuidando de mis sandalias, mi peinado y joyas, de que los velos estén magníficamente puestos para que la danza sea impecable. Mi padre confía en mí y no voy a defraudarlo. Por fin, las palmadas dan inicio a un baile suculento en colores, en aromas y seducción que envuelve al espectador en un velo de seda, acariciándole en todo momento y manteniendo su excitación en un nivel adecuado para que, después, pueda gozar de los placeres de la carne con la odalisca que elija.

Sin embargo, en este caso, aunque mi padre ha decidido entregarle a una odalisca como muestra de agradecimiento por los pactos que pudieron darse con anterioridad, sé que el Jeque de Jeques espera que el baile sea tan abrumador, que el Embajador se vaya tan contento y la alianza pueda darse sin el menor de los problemas. Le adula, le da para recibir, astuto es pues, mi padre y estoy dispuesta a ayudarle en ello, a crear un ambiente tal, que el Embajador sólo piense en tomar a la odalisca para sí, utilizando una de las habitaciones de palacio para desfogar sus ansias carnales.

Sé que es un vampiro, por eso es que mi padre me ha elegido como la Danzante principal, sabiendo de antemano la fama que tengo en nuestras tierras y que ningún sobrenatural es capaz de resistirse a ninguno de mis bailes. Así es como hemos forjado muchas alianzas, aunque puedo estar tranquila, sé que mi padre no me entregará a menos que yo se lo proponga.

Y eso será cuando el desierto se convierta completamente en un oasis, porque odio a los infieles, a esos occidentales, sobre todo desde ese día, hace ya tantos siglos, en Etiopía. Por culpa de ese infeliz perdí a mi presa, por su barbarie y mi propia pérdida de mis cabales y no sólo eso, hasta mi daga favorita la que mi padre me obsequiase tras mi transformación. Fue imperdonable, aún sigo buscándolo, aunque sin éxito, quizá tras esta reunión, me pierda unos días por el Sacro Imperio Romano y vea si está ese sujeto por ahí.

Mi momento se acerca, aspiro profundamente el sándalo que nos rodea, cierro los ojos y dejo que la música entre por mi cuerpo, entre mis venas, moviéndome lentamente al compás de ella. Es mi melodía favorita y pronto, encuentro el ritmo en mi alma, tan adiestrada a ello; aún con los ojos cerrados, entro en el salon y siento las miradas en mí, sonrío bajo el velo y mi cuerpo se mueve por sí mismo, creando ilusiones de tonos rojos, mientras las curvas son dejadas a la vista y al mismo tiempo, cubiertas con la maestría que sólo dan los siglos.

Mis manos crean olas, mis pies los círculos por los cuales mi propio ser se une con la música en forma seductora y sensual, coqueteando con ella y dejándome llevar al paroxismo de la satisfacción que culmina en un baile delicioso. En el punto más álgido del baile, mis ojos recorren las figuras que disfrutan del espectáculo, la expresión de mi padre lo dice todo: ha llegado a un buen acuerdo y su plan se ejecuta a la perfección. Lo veo asentir imperceptiblemente, así que sonrío para mí y la danza se transforma.

Las miradas son envueltas en giros y movimientos sublimes, elegantes y eróticos al dar algunos pases sobre mi cuerpo apenas cubierto por esas sedas que pueden ser fácilmente desgarradas. Les dejo que su cabeza sueñe con tenerme entre sus brazos, bajo su cuerpo, entre besos y gemidos intermitentes, llenos de ardor. Me gusta saberme observada, despertar líbidos y virilidades que, aunque algunas muertas, siguen siendo firmes al llegar al lecho pasional.

Es entonces cuando mis ojos reparan en el Embajador, su figura que luce ropajes occidentales, pero son sus ojos, un brillo caprichoso y sí, altanero lo que me hace recordar mientras la danza continúa. Un giro, un movimiento de caderas provocativo y que incita a tomarlas, a colocarlas sobre una superficie para separar los muslos y...

Otro pequeño compás, un movimiento más que estudiado y practicado, sabiendo que podría ser el causante de un dolor en la entrepierna por la forma tan provocativa de hacer lucir mi cuerpo. Sé que soy hermosa, que Alá me ha dado una figura envidiable, netamente femenina desde cualquier ángulo. Curiosa, vuelvo a observar al Embajador y un brillo a la luz de las velas me hace apretar las mandíbulas y crea una pequeña tensión en mis hombros.

La he visto, MI DAGA, la que mi padre me regaló hace tantos siglos, le observo con más detenimiento y la sangre se me congela, aunque no pierdo el paso. Es él... ÉL... el Embajador es justamente el infiel que tanta desgracia me ocasionó ese día y no sólo eso, él aún la tiene... mi regalo... Entrecierro los ojos y al mismo tiempo, mis labios se fruncen, pensando en la forma de reobtenerla. Quizá debiera...

No, no podría arriesgarme tanto... ¿o si? Quizá, cuando mi padre le propusiera al bastardo elegir a una odalisca... Sí, me pondré en la fila, él aún piensa que sólo soy eso, una odalisca de tercera categoría.

Mis dientes rechinan y el movimiento luce levemente tenso, pero logro terminar la danza entre vítores y la sonrisa satisfactoria de mi padre. Mis ojos se fijan en los masculinos del infiel, en un leve reto que espero, tome personal. Alzo una ceja con altanería y arrogancia provocándolo, incitándolo. Mi daga debe regresar a mis arcas, entre mis tesoros, donde jamás debió salir.

Sólo espero que mi padre capte mi plan, todo él. Lo veo listo para ofrecerle al Embajador una Odalisca por lo que al extender la mano, todas las que estuvieron en el baile forman una línea. Ahí es donde me coloco.

"¿Qué haces?" siento en mi mente su exigencia.

"Lo que tengo que hacer, por favor, confía en mí, jamás te he fallado" mi mente retumba en la de mi Jeque y tras un momento de indecisión, le veo voltear hacia el Embajador.

- Elija por favor, la mujer que atenderá todas y cada una de sus necesidades personales mientras esté bajo mi protección en este palacio, Embajador - dice con una voz que, noto de inmediato, está tensa. Sé que me dejará salirme con la mía, pero luego, cuando las consecuencias aparezcan, se hará a un lado y me dejará sola.

No importa, ahora sí haré justicia, no le mataré, no echaré a perder su alianza, pero esa daga regresa a mi poder así sea lo último que haga...

Y no estoy dispuesta a morir ahora...



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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Sáb Nov 12, 2011 8:56 pm


Los aromas perturbadores, la música insinuante y el juego de velos, toda una estrategia de seducción y placeres para los sentidos, sin importar cuán carente de emociones humanas sea el hombre, era imposible no dejarse embriagar por tan perfecto juego. Había visto odaliscas bailar, se había dejado seducir por más de alguna, pero jamás una igualó a los hermosos ojos que danzaban en su recuerdo, tal como si estuviese hechizado por aquella mujer. Y ahora el destino caprichoso, danzante sin pies, se encargaba de ponerla frente a él, cumpliendo aquello que hace siglos le pidió y cuya negativa fu tan enfática y rotunda, que jamás espero ver aquel deseo concretarse. Una sonrisa surco mis labios, débil, pero clara muestra de la satisfacción que en ese momento sentía, ahora podía entender porque jamás pudo ubicar a aquella mujer por medio de su clarividencia, ella debía ser una vampiresa tanto más antigua que él.

Miré a uno de mis asesores, no me agradaba la idea, pero a estas reuniones siempre llevaba dos personas que me apoyasen con aquellos antecedentes que pudiesen escapar de mi alcance, como este. -¿Quién es?- formule mentalmente la pregunta a uno de ellos, el era más cercano al mundo árabe que yo, por tanto me guiaría en los asuntos que pudiesen ser delicados, como este. La respuesta fue clara, al parecer no era solo una hermosa odalisca, sino una de las preferidas del jeque. Y así lo confirmo mi asesor - La favorita de los cinco jeques - sus palabras resonaron claras, mientras en mi interior una carcajada resonaba, sin haberlo planeado ofendí a uno de los tesoros de Alejandría.

Si, podría sonar osado, pero aquello jamás le había importado, por siglos había pensado en encontrar a aquella mujer, devolver la daga y obtener su danza. Y ahora la tenía frente a él, danzando, luciéndose en todo su esplendor, sensual y erótica, y quizás al oportunidad se extendiese a una mucho mayor, poseerla, pero aquello podría poner en riesgo la alianza. Bufé ante la idea de hacer aquello que la diplomacia me permitía y hacer lo que mis deseos anhelaban. Con aquel debate en mi mente, culmino la danza y mi ansiedad por tenerla cerca de mí aumento. Aplaudí ante tales halagos, convencido que la diplomacia tenía una perspectiva mejor si se veía entre los velos de la danza.

Y allí estaba el jeque, el Gran Jeque, ofreciéndome a la odalisca que yo desease para agasajarme y yo sin estar seguro sobre si seguir el protocolo o actuar con el ímpetu de mis años de libertad - Sidi Al’Ramiz, permítame elogiar a sus harem, todas y cada una de ellas son una gema del desierto, única y muy bien cuidadas- Elogié con voz pausada y segura, mientras clavaba mi mirada en él, e ignoraban la gran cantidad de féminas que tenía para deleitarme -Sin duda, su oferta es del todo tentadora, pero sospecho que mi elección tal vez sea la gema más preciada de usted. Y no me gustaría arruinar los acuerdos ya tomados- especifique con cautela, cruzando la mirada con aquel hombre, a la espera de su asentimiento, fue solo cuando vislumbre un leve gesto de aprobación que continué - La más bella gema de este harem es la odalisca principal. Cuanta belleza es difícil de ignorar al igual que su gracia al bailar- Mi elección estaba hecha, ella sería mi compañía aquella noche, todos comprendieron mis intenciones y el jeque realizo una seña para que nos guiasen a habitaciones privadas, esto era aun más curioso que ir a un burdel y pedir cita con la más codiciada de las hembras.

La habitación era sin duda un lujo más de todo el palacio, arcos y velos, una fantasía para cualquier hombre, la mujer entro a la habitación junto a mí, cerrando la puerta a nuestras espaldas dejando al mundo fuera de lo que pudiese ocurrir entre aquellos muros. Acaricie su mejilla, tal como hace siglos atrás, tome su mentón y pude ver su rostro, un rostro hermoso sensual y seductor, unos labios que instaban a ser besados y unos ojos tan desafiantes como ella misma. Sin duda no era una odalisca más, no era tan solo la odalisca más preciada del harem y tampoco era la esposa del jeque, era alguien más.

- Si hubiera sabido que para ver bailar a tan hermosa mujer, solo debía ostentar un título de nobleza, lo hubiera dicho antes - me mofé si apartar la mirada de los ojos de ella - Pero el destino es travieso y me trajo a los pies de aquella odalisca de tercera clase, que hubiera pagado por ver bailar- Arqueé una ceja a la espera de su respuesta, la que sin duda sería tan altanera como la de aquel primer encuentro, me incline para hablarle al oído -supongo que me equivoque cuando te llame de tercera clase, pero sospecho que eres de primera… no, no de primera… Eres de clase real, aunque me cuestiono si eres odalisca o algo más- siseé rozando el lóbulo de su oreja, mientras la tomaba por la cintura.


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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Dom Nov 20, 2011 4:31 pm

Aunque sé cuál sería su reacción, que me elegirá, sonrío bajo el velo al comprobar que aún sigue esclavizado a sus deseos, a sus ansias de humano, a pesar de los siglos que han pasado, aún se excita, es como mi padre a pesar de los miles de años que le han pesado bajo el cuerpo. Sin embargo, comparar a este infiel con el Jeque de Jeques es una blasfemia, así que le daré una lección que nunca olvidará.

"No cometas una tontería, recuerda que del pacto depende nuestro pueblo".

Mi padre es enfático, la orden llega a mi mente con fuerza y sólo bajo la cabeza en total silencio cuando por fin, nos van conduciendo a las habitaciones, recorriendo pasillos decorados de forma soberbia, entre colores blancos y joyas incrustadas en algunas paredes, con motivos tallados en algunas otras, pintados en tonos azules, con arcos impresionantes, esculpidos de tal forma, que parecen estalactitas creadas por el agua, pero nada más falso, porque parecieran ciudades talladas en el cielo, denotando el trabajo y el tiempo que les costó crear tal palacio.

Las alfombras persas, hechas a mano todas y cada una, contrastan contra los colores pálidos de las paredes, techos y arcos; las telas de tan vibrantes colores dan una atmósfera distinta conforme van avanzando. Él adelante, yo atrás, conforme a la usanza árabe y en total silencio yo, aunque ya me preparo para darle una lección a su tamaño y vaya que es alto. Mido 1.65 metros y tengo que verle hacia arriba en todo momento porque él es todo un grandullón. Una sonrisa cínica y morbosa aparece en mis labios, ocultos por el velo rojo, mientras pienso en si es cierto lo que dicen las bárbaras de la proporcionalidad entre la altura y la virilidad de un hombre. A mi padre lo había conocido, pero él no mide más de 1.80, en cambio, este infiel es muchísimo más alto que él por fácil, unos 10, 15 centímetros, si no es que más.

Por eso había ganado aquélla vez, porque no había calculado bien la distancia, la altura contrastada con su agilidad. Tontamente le había creído un humano y al lanzar la daga, no había contemplado que tuviera una mejor velocidad que el arma y mi error había resultado caro. Ahora, él tiene bajo su cinturón mi daga y no sólo eso, si no que había tenido que regresar derrotada y eso casi me cuesta la vida unos siglos después cuando mi presa había retornado con mayor fuerza y determinación. Dura había sido la lucha y al final, por poco, la gané. Aunque aprendo de mis errores, éste es uno que no fácilmente se me olvidará.

Sonrío cuando por fin llegamos a la habitación preparada para el Embajador, curioso, ni siquiera sé su nombre, mucho menos realmente qué hacía tan lejos de casa como Etiopía en aquélla época. Abro la puerta y le permito el acceso al dormitorio, una enorme cama cubierta por sábanas de seda y mantas en colores rojos y amarillos le espera a mitad de la habitación, dominándolo casi todo, con velos ex-profeso creados para dar una mayor intimidad, permitiendo el acceso de los sirvientes y esclavos para deleitar a sus señores.

Un hermoso mueble para guardar la ropa con incrustaciones de oro y rubí está empotrado al lado derecho de la habitación. Abierto y permitiendo ver que en su interior, están ya dobladas unas y colgadas en perchas, las ropas que el Embajador trae para esta visita. Cerca de él, una pequeña salita, con tres sillones individuales rodeando una mesa de centro, como cortesía para el infiel, porque en Arabia eso no se usa; se prefieren los cojines, mucho más cómodos y menos ostentosos. Además de que ocupan menos espacio.

Del lado izquierdo, lo que parece ser un pequeño despacho: con un escritorio, silla, papel, tinta, lo que necesite para hacer su estancia mucho más agradable. Cierro tras de mí con seguro y sonrío. Bien, la presa está encerrada y ahora es el momento de actuar, pero primero, tengo que tantear el terreno, ya he fallado una vez, no me daré el lujo de una segunda. Volteo a verlo y permito el roce sobre mi mejilla, tan suave su piel, una lástima porque pronto se quedará sin esa mano. No me tomo a bien que me toquen, mucho menos que se vayan tan campantes, por más que mi padre me hubiera entregado, no está en mis planes quedarme a complacer los caprichos carnales de este... infiel.

El velo es desprendido permitiéndole el acceso que sólo los Cinco Jeques han tenido a un rostro tan hermoso como exquisito que se muestra ante él, con una piel que no tiene imperfecciones, que es soberbia, con una suavidad indescriptible; mi olor a especies y un toque de sándalo intoxica y envuelve; mis ojos enigmáticos, llenos de misterios y promesas se fijan en él... esos labios gruesos, son rojos como las mismas fresas y pareciera no usar carmín, por lo que es un color natural.

No contesto a su primera incitación, ni siquiera un título de nobleza bastaría para que le diera un espectáculo así. Hay muchos Jeques en Arabia que aún esperan que les conceda un baile. Sólo danzo cuando mi padre o alguien de los Cinco Frentes me lo pide... o bien, cuando lo deseo. Nadie más tiene el placer de verme; esta vez porque era especial, hablaban con infieles y dudaban que sus pláticas fueran suficientes para salir avante en las negociaciones, por lo que mi padre se había decidido por algo más... convincente.

Aprieto los dientes, Odalisca de Tercera Clase, ya le daré su Odalisca de Tercera Clase, estoy controlándome, esperando el momento, fingiendo de forma espectacular, para no echar a perder mi paciencia. Dejo que me bese la oreja, que siga divagando sobre el lugar que tiene, no puede ser más ingenuo, una odalisca... ¡Yo! ¡La Jequesa Al'Ramiz! Ya le haré pagar cara su osadía.

Le oigo sisear, está casi listo y cierro los ojos, al abrirlos, paso mis manos por su torax, acariciando la dura piel bajo la camisa, no está mal, tiene un buen cuerpo, aunque su musculatura podría no compararse a la del Destructor, pero es más que comprensible, cuando el Jeque es uno de los más fieros en el campo de batalla, un soldado sin mirar más allá. En un duelo, este pobre infiel no lograría tomar la espada antes de que el Jeque lo hubiera destripado. Ahhh, el olor de la vitae... paso la nariz por el cuello del infiel y me pregunto si mi padre no se enojará si tomara de él... si bebiera.

¿Lo idiota es contagioso?

Es un pensamiento que surca mi mente, porque sí me preocupa, este sujeto está tan tranquilo, dejando que le bese la piel, que acaricie hasta que, tomando la camisa con ambas manos, desgarro la tela de abajo a arriba, dejando a la vista un cuerpo sí, interesante. Con ojos velados, paso una mano por su abdomen... le miro al rostro y sonrío seductora, antes de que mis dedos se apropien de la parte trasera de la camisa y repita el proceso de destrucción de la tela. La prenda cae por los brazos del vampiro en total silencio y sensualidad, mientras me quedo observándolo en silencio, deleitándome en la... ¡Oh Alá! Belleza del extranjero.

- Interesante - digo y llevo una mano por su abdomen, mientras doy una vuelta alrededor de él, no he hablado y mi voz resulta ser mucho más erótica que mis propias acciones, que como él me recuerda de hace siglos... me pongo de puntitas y calculo la distancia, llevo mis manos al tórax y mi cuerpo se recarga contra la espalda del infiel, dejándole sentir mis senos plenos, redondos y bien formados, mi cintura, mis caderas contra el trasero, para besar suavemente su hombro, mucho más pequeña sí, pero no por eso, menos apasionada. Mis manos bajan desde el abdomen y más abajo, hasta rozar la virilidad que encuentra, justamente, endurecida... sonrío... - el placer, a veces es mortal - digo contra su oído, al tiempo que hago dos acciones rápidas, la primera, saltar rodeándole la cintura con las piernas sujetándole fieramente, para que no pueda soltárseme con facilidad, al tiempo que mi mano va a por la daga que tantas veces he utilizado, así que soy experta en ella... el corte iba a ser completamente sádico, contra su cuello, un corte horizontal, sin piedad alguna, pero él me retiene con una mano, así que la hoja sólo roza la piel masculina con el mortal filo que, ahora conoce Alastair, tiene tan inofensiva arma dejando que un poco de su vitae mane.

Eso no me aminala, mi rugido y el siseo pone alerta a Alastair, pero quizá no tan rápido como desea. Mis colmillos perforan la piel del cuello con dureza, bajo la oreja, sobre la yugular, escuchándose en la habitación el sonido de un desquiciado "Crack" que la piel hace al contacto con esas mortales armas de las que, tras perforar, ahora mantengo dentro, ocupándome de succionar una, dos... y hasta tres intensas veces, causando un dolor desquiciante. Lo había jurado... le iba a matar y eso mismo haré...

¡Que se vaya al infierno la alianza!




Última edición por Kala Nahid Al'Ramiz el Lun Nov 21, 2011 1:13 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Dom Nov 20, 2011 7:51 pm

Como esperaba la odalisca no respondió mi cuestionamiento, pero tampoco se aparto al roce de mis labios, curioso, aun cuando todo en ella parecía intentar seducirme, era un juego para ver quien dominaba a quien, interesante tal como me gustaba. No solo era vampiresa de inusual belleza, sino también de un carácter único, fabuloso, fría indiferente y sensual, que hombre no ansiaría tenerla entre sus brazo, no, no solo entre sus brazos, también entre sus sabanas piel con piel. Gruñí ante aquella idea bajando mis manos por sus caderas, rozando la piel sobre la seda, la deseaba con fiereza, aquella misma fiereza que ella demostraba tras sus gélidos ojos.

La deje hacer acariciando y recorriendo, me causaba demasiada curiosidad su modo de seducir, su desplante, la dejaría actuar con libertad para así conocer sus movimientos y poder responder a ellos, antes de poseerla, aunque quizás solo se limitase a probar su sangre, pues su aroma no solo despertaba su apetito sexual sino también el animal, la bestia interna que llevaba unos días sin alimentarse, ansiaba comprobar el sabor de ella. Aunque ciertamente, si me hubiera alimentado, estaba tentado de probar aquel líquido carmesí que fluía en ella y que embriagaba los sentidos, y lo probaría con o sin hambre, porque en ese momento mi apetito estaba antojado, y no de cualquier sangre, la de ella.

Desagarro la tela con avidez y me dejo sin camisa, un sonrisa socarrona bailo en mis labios, seguramente ella planeaba algo, pero no se dejaría embaucar tan fácil. Y Así mientras sus pensamientos se racionalizaba, ella prosiguió con las caricias provocando al vampiro, que si bien podía llevar siglos convertido, disfrutaba de los deseos carnales con lujuria, no perdía oportunidad alguna, menos una como esta. Ahora, su voz, sensual, aun más que sus caricias, solo oír aquella voz lo llevaba a las más fabulosas fantasías. Por los Dioses! Aquella mujer podía enloquecer al más fuerte de los hombres, ahora comprendía porque era la favorita de los Jeques.

Se trepo en mi espalda como una experta luchadora, mientras sus manos recorrían mi toras, hasta llegar a mi miembro endurecido por el deseo, fue solo un roce y luego palabras amenazadoras, traía algo entre manos. Pero mientras ella se trepaba en mí, yo no perdí oportunidad de mover mis manos hacia atrás y masajear sus firmes muslos. Todo fue rápido, pero no tanto para un vampiro experimentado y bien entrenado, desde joven había entrenado con diferentes tribus y sabía defenderme de ataques tan ruines como ese, ella tomo la daga dispuesta a cortar mi cuello, pero antes que eso ocurriese, la detuve con una de mis manos, presionado con fuerza su muñeca hasta que la daga cayó al piso dejando tan solo un leve corte en mi cuello. Bufe con enfado, no me molestaba sangrar, aquel corte sanaría, pero ella era una víbora a quien debería poner en su lugar.

Perfecto, antes que pudiese hacer algo, ella clavo sus colmillos en mi cuello, dispuesta a alimentarse de mí y a darme muerte con aquel acto. Bebía descontroladamente, pero aquello aparte de enfadarme, me exitaba, gruñí más fuerte que ella, y me movía hasta la cama donde la arroje, no sin antes aprisionar una e sus muñecas y clavar mis colmillos en ella. Succione con exigencia, para así recuperar lo que ella había usurpado. Me acomode rápidamente sobre ella como un depredador sobre su presa, una pierna a cada lado. Ella estaba desconcertada ante aquel movimiento, deje de beber de su muñeca, y ahora atrapaba sus muñecas contra las sabanas de seda.

Subí, besando y mordiendo la tersa piel que estaba al alcance de mis labios, dejando un dulce camino con la sangre de ella. Si, así era, dulce, excitante, afrodisiaca y delirio a sus sentidos, a sus instintos, a su racionalidad. Un ensueño, beso el contorno de su bien formados pechos, antes de llegar a su cuello, el que bese despacio, sacando gemidos de ella, lo que me éxito aun más. Era consciente que mi virilidad rozaba la pelvis de ella, mostrándole todo el deseo contenido y las ansias de poseerla en todo sentido. Me moví sobre su cuerpo, rozando nuestras pieles, disfrutando su cuerpo retorcerse bajo el mío - Tan mortal como una daga - susurré en su oído, antes de clavar mis colmillos en el cuello de ella y seguir bebiendo de su sangre, solo una poco más, un poco más, antes de apoderarme de sus labios, con la fiereza de la bestia interna. Saboreando ahora no solo su sangre, sino sus labios, y nuestras sangres mezclándose en el un beso pasional y exigente, un beso contenido hace siglos.

Cuando finalmente abandone sus labios y solté sus muñecas para recorrer el contorno del cuerpo femenino, clave mi mirada en los ojos de ella, unos ojos cargados de furia por sentirse agredida, pero llenos de deseo. - Eres un delirio para los mortales, la perdición de los inmortales. Un hembra que hace perder el control al más fuerte - gruño consumido por el placer, y conteniéndose para no poseerla a la fuerza y arruinar la alianza entre ambos pueblos.

- Digna hija de Sidi Al’Ramiz, - añadió, ahora seguro que estaba frente la jequesa de quien tantos hombres hablaban y con quien tantos se excitaban solo de oír su nombre - Kala Nahid Al'Ramiz- Susurro antes de soltarla y alejarse de la cama en dirección a la sala contigua y beber en silencio una copa de vino - Haz lo que quieras, no romperé la alianza. - Dijo con voz gélida, sin voltear a mirarla - Tu daga, llévatela, siempre pensé en devolvértela- sentencio a lo lejos, buscando serenar sus insistimos



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Lun Nov 21, 2011 2:06 pm

La vitae es lo que me distrae, un cúmulo de sensaciones nunca antes experimentadas, llenas de sensualidad, erotismo, pero con una fuerza increíble y desconocida hasta el momento. El Destructor es pura adrenalina, violencia, pasión. El Equilibrador es sensualidad, dureza y potencia. Sin embargo, este Embajador, su sangre es deliciosa, embota mis sentidos, los hace desvanecerse en la realidad. Sensualidad, Seducción, Lujuria, Erotismo, todo eso se conjuga y al mismo tiempo, la Libertad de la que nunca he gozado, la Fuerza, la Fiereza, lo Exótico... es tan contradictorio y al mismo tiempo, su sangre lo hace tan especial... y tiene muchas más notas que no logro identificar, porque mis propios sentidos me juegan una mala pasada al aislarme de todo, sin escuchar, sin ver, sin oler algo más que no sea ese delicioso líquido rojo.

Abro los ojos sin comprender, cuando soy echada a la cama, entre almohadones y las sedas que acarician mi piel y la sensibilizan aún más; aunque no me di cuenta de cómo llegué hasta ahí y jadeo cuando él atrapa mi mano y muerde mi muñeca. La carne cede con facilidad a sus colmillos y aún con el sabor de su vitae en mi boca, cierro los ojos, estremeciéndome ante las succiones que, lejos de ser tan violentas como las mías, preparan mi ser para el momento de la cópula. ¿Para qué negarlo y darle otro nombre? Quiero un coito con ese maldito infiel. Él bebe de mi sangre y sólo atino a suspirar y a tensar mi cuerpo que lo anhela, lo desea sobre mí.

Y Alá oye mis plegarias, porque el vampiro me monta, una pierna a cada lado de mis caderas, toma mis manos y las eleva hacia los almohadones, permitiéndome sentir la seda bajo mi cuerpo, aunque me siento sola en el momento que deja mi muñeca, cuando se aleja y luego, yo misma trago un poco de su vitae, lamiéndome los labios, aún regodeándome con el sabor, temblando cuando él empieza a besar mi cuerpo, haciéndome anhelarlo, su pelvis contra la mía me hace saber que me necesita tanto o más que yo. Si fuera mortal, me sonrojaría de anhelo. Sin embargo, él sigue con sus besos, yo sólo atino a lamerme los labios gruñendo aún con el sabor de su esencia.

Su olor, el de su vitae, me excita y me lleva a cimas insospechadas, sus caricias aumentan esa sensación, que me quema en el momento que él besa mi cuello, la Bestia se revuelve, ansiando ser sometida y un gemido tras otro emanan de mi garganta, aumentados por el hecho de sentir su cuerpo, sus caderas presionándose contra las mías, haciendo latente el deseo y la excitación que ambos sentimos.

Esa misma lujuria se dispara cuando muerde mi cuello y empieza a beber... la pasión se desboca y jadeo arqueando todo mi cuerpo, acomodándolo contra el suyo y gruño de insatisfacción y sorpresa, porque encajo perfectamente en él. Con el Destructor siempre hay uno que otro hueso que, en mis ratos de rabia, trituro para que no me lastime, pero con este infiel.


¡Alá me proteja!

Su beso lleva mi mente a otras alturas insospechadas, ¿Qué me sucede? ¿Qué me pasa? Aspiro con profundidad y saboreo su vitae entremezclada con la mía, ah, puro maná, agridulce ambrosía destinada a los dioses paganos, quiera Alá perdonarme por ansiar ésto siempre, todas las noches y días de mi existencia, porque me embota los sentidos, me hace ansiar más y me pierde en las profundidades de los enormes abismos de Arabia...

Sin embargo, mi conciencia, quizá mi orgullo recupera el control ¿Qué hago? ¿Me entrego a un infiel? Tantos años defendiéndome mi pueblo, mi padre, hermanos de sangre, para perderme con un sujeto de esta calaña... No, no puedo, aspiro y me obligo a separarme, lentamente, mirándole mitad enrabietada, mitad anhelante, porque mi cuerpo desea el contacto más íntimo de todos, la penetración, dos sexos que se unan en uno solo y llegar a las cotas más altas del placer juntos, entrelazados...

Le oigo decir algo, pero no lo escucho, sólo estoy atenta al propio placer de su cuerpo, a sus ojos cargados de deseo, su fisionomía tensa, a punto de tomarme para sí, pero obligándose a no hacerlo. Se aleja, ¡Me deja! Y la Bestia se apodera de mí, levantándome de un solo movimiento ¡Maldito! Su voz acerca de mi daga, me hace voltear a verla, paso a paso, lentamente, con sensualidad, bajo de la cama y me acerco al arma.

Empuño con facilidad ese apéndice que tantas veces me fue útil y la observo en silencio, dándole vueltas, antes de soltarla con rapidez, contra el mismo vampiro que me ha desdeñado, esta vez da en el blanco, ahí, donde él eleva la copa, atravesándole la mano que sostenía el envase que cae, rompiéndose y derramando su contenido de forma irregular contra la alfombra persa. Sonreí. Estaba lista para el combate de nuevo, esta vez no cedería hasta que uno de los dos hubiera muerto.

Cada golpe sería medido, él no era el único educado en combate y yo tenía un entrenamiento con los Assasin que duró mil años, así que inocente no soy. Sin embargo, él es más grande, más fuerte, más agresivo y seguramente me costará esquivarlo o detenerle los golpes, pero no importa. Le demostraré que no puede dejarme así, a la deriva.


No tras haber probado sus besos y sus caricias.

- ¿Qué, sorprendido? - sonrío maliciosa - Tengo mejor puntería y créeme cuando te digo que ésto es sólo el inicio... - tomo una caja de metal y se la aviento en la cabeza, a duras penas logra esquivarla - ¡Anda, cobarde! - mi adrenalina está al tope y tomo ahora una mesa, mi fuerza es mayor, por lo que el encontronazo con su cuerpo crea un enorme sonido que me hace reír, con la mirada, busco otra cosa que aventarle, llenándome los ojos de una maceta, sí, por qué no, quiero guerra, ya una vez perdí, ya otra vez fui desdeñada, esta vez... será diferente... mi orgullo está herido, voy a restaurarlo, eso es lo que me mueve a actuar así. El ser humillada dos veces.


"Lo siento, padre, pero una ofensa debe lavarse con sangre y si pierdo, no rompas la Alianza, sólo considera que fui demasiado incapaz de perdonar"


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Jue Nov 24, 2011 10:20 pm

Esperaba que se fuese, ingenuamente esperaba se quedase tranquila por un momento, no iba poseerla contra su voluntad y arriesgar nada por una noche de lujuria. Podía ser muy intempestivo, pero las alianzas de su reino eran algo que no permitiría se perdiese porque él ansiaba poseer la hija de del Jeque. Pero olvide, fuera de mis cálculos estaba que ella se enfureciese aun más por que la dejase en la cama y no la poseyese, contrario a lo esperado ella lanzo su daga contra mí, con tal rapidez, que se clavo en mi mano. Voltee a verla incrédulo, con la mano sangrando, un rasguño, pues la regeneración fue inmediata. La sangre de la vampiresa era un elixir muy poderoso, sonreí socarronamente ante la incredulidad de la escena, tome la daga y la guarde en mí cinto - lo tomaré como un regalo por tu ofensa - respondí con serenidad en mi voz, pero mis palabras solo sirvieron para enfurecerla aun más. Una caja paso por mi costado, si por mi costado porque alcance a esquivarla, sino me hubiera dado de frente a mí y no contra el ventanal, arrasando con las cortinas a su paso.

- Desquiciada, hembra- siseé divertido por la escena, ya que ella estaba empeñada en aventar contra mi todo lo que estuviese a su alcance, como la mesa que ahora mismo lanzaba hacia mí, suspiré cuando esta se encontraba escasos centímetros de mí, y la risa esquizofrénica de la mujer resonaba en la habitación, no pude evitar cuestionarme si aquel escándalo ya había llegado a oído del Jeque, pero no me importaba, él debía conocer mejor que nadie los arrebatos de su hija. En fin, mientras me replicaba aquello, me lance al piso evitando la mesa diese contra mí, pero si contra la estatua decorativa que estaba a mis espaldas.

La vi buscar con desesperación que más lanzar y decidí que no le permitiría hacer aquello, jamás respondería el golpe a una dama , pero acaso ella se comportaba como una, difícil decisión. No la golpearía, no si tenía la oportunidad de hacer algo más. Quizás debiese salir del cuarto y dejarla con su escándalo, pero era su territorio, y perfectamente me acusaría de haberla deshonrado, y para enfrentar una acusación falsa, prefería darle fundamento. En su distracción la acorralé contra uno de los muros, asegurándome que la daga estuviese fuera del alcance de sus manos. Manos que tome entre las mías y aprisione contra el muro - Estas loca- siseé en su oído, pegando mi cuerpo al de ella,



- Si la locura es un cierto placer que sólo el loco conoce.
Tu eres el placer donde comienza la locura-



Si la había abandonado en la cama, pero eso no implicaba que no la siguiese deseando, que mi cuerpo no la pidiese y que sus arrebatos no provocasen más ansias de dominarla. Besé su cuello con fiereza, jadeando de deseo, anhelando que ella correspondiese y sino, estaba dispuesto a poseerla por la fuerza, a fin de cuentas, lo acusaría por deshonra de cualquier forma. - Indómita mujer, tantos siglos tantos hombres y aun ninguno te controla - siseé en su oído, mientras juntaba las manos de ella por sobe su cabeza y para tomarlas con solo una de las mias y con la mano libre, recorría el camino desde su mentón hasta el origen de su escote, donde acaricie sus erotizados pechos.

Luego busque la daga en el cinto, mientras mis labios exigentes se apoderaban de los de ella, mordiendo despacio hasta hacer una pequeña incisión y beber de su boca aquellos dulces tintes salvajes de su sangre. Recorrí con la daga desde el vientre de ella hasta su mentón - Estoy tentado a darte muerte, tentado por ti, tentado a beber tu sangre, tentado a hacerte mía- mis palabras eran dichas en sus labios, mientras con el filo de aquella daga, rasgaba la tela de aquel delicado peto que cubrís aquel busto que ansiaba recorrer. Listo aquello con su piel a mi disposición, lance la daga al techo, clavándose esta en la parte mas alta, lejos del alcance de ambos. - No me interesa la daga, pero no te la daré- sentencia, antes de bajar con mis labios a besar sus pezones, lamiendo y mordisqueando con ansiedad contenida.

Buscaba seducirla, erizar toda su piel y escuchar de ella lo que faltaba para decidirme a poseerla, baje mis manos hasta sus muslos, acariciándolos con exigentes masajes, hasta que ella enrosco sus piernas a mi espalda y la mantuve allí contra el muro, moviendo mi pelvis lentamente mientras los jadeos femeninos aumentaban. Ahora mis labios estaban en su cuello, debatiéndose entre besar y morder, gruñí en su oído ansioso - Deseo poserte Kala Nahid Al'Ramiz- mi voz ronca en su oído mientras mi cuerpo demostraba lo mis palabras expresaban, mi sexo presionando contra el de ella por sobre la tela, mi pelvis provocando las caderas de ella que se movían ansiosas como yo - Dilo-exigí, cuando ella lanzo un jadeo cargado de deseo - Dilo, y te haré sentir el placer que tanto reniegas- insistí, tomando su nuca para volver a besar aquellos labios carmín



- La pasión es aquel sentimiento que cuando quema se vuelve brusco
y cuando se ama se vuelve suave.

¿Dónde irá dar esta locura de pasión?-



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Dom Nov 27, 2011 6:40 pm

Estoy perdiendo mi toque, la daga dio en el blanco, pero no la caja y mucho menos la mesa. La miro caer hacia abajo rogando porque mi padre no se entere... aunque a estas alturas claro que lo sabe, río divertida porque nunca había hecho un disparate así, siempre he sido la mujer relajada, correcta, una asesina silenciosa. Por fin, encuentro la maceta aún alegre, cuando me atrapa, me acorrala entre su cuerpo y la pared. El sentirle contra mí, me hace suspirar no una, si no dos veces y le miro a los ojos, me hechiza, me hipnotiza como un encantador a la serpiente. Soy un áspid y él mi hechicero infiel.

¿Son sus ojos los que me provocan actuar como una odalisca inexperta? ¿Es su voz la que me hace sentir tan subyugada? ¿Es su sonrisa la que arrebata mi raciocinio? ¿Es su cuerpo el que me obliga a anhelarlo? ¿Qué es? ¿Qué del todo es? Porque he vivido durante tantos años, que no puedo recordar una sola vez que me haya sentido así. Le observo y permito que sus manos tomen las mías, que me deje indefensa y que susurre en mi oído, con esa voz barítona cuyo acento extranjero derrite mis defensas más férreas. Sonrío, no puedo evitarlo, río divertida porque nunca antes me han tenido que dominar.

Siempre he sido sumisa, a pesar de levantar los líbidos del Destructor o del Equilibrador. Aún con ello, no han tenido que obligarme a tener un coito con ellos, si los he buscado o ellos a mí, es por mutuo acuerdo y jamás las armas han visto el brillo y mucho menos, la sangre del compañero, sí, un hueso roto porque nuestros cuerpos no empalman correctamente o una mordida por allí o por allá, pero no esta clase de violencia. ¿Por qué este infiel despierta mis más recónditos anhelos de rebeldía? ¿Por qué me transforma completamente? Su cuerpo pegado al mío sólo es un indicador de cuánto le deseo, de cuánto le anhelo y de que él siente lo mismo.

¿Por qué buscar la satisfacción de una hermosa relación sexual por medio de constantes ataques? Mi ego ha sido golpeado sí, pero realmente, si debo analizarlo, es una banalidad completa el estar peleándome porque me ha dicho Odalisca de Tercera Categoría y me haya quitado la daga. El perder la pelea fue por mi propia culpa, aquélla noche, por estar... sí, pensando en él... ¿Qué tiene este infiel que no tenga el Destructor o el Equilibrador? ¿Qué?

El siseo en mi oído me saca de mis cavilaciones, haciéndome jadear y reír, mi lengua pasa por mis labios con innata sensualidad, observándole, siento cómo mi propio ser corresponde las atenciones del Embajador, mis ojos se clavan en los suyos y anhelo mucho más de él... sí, nadie me ha controlado, pero porque no necesitaban hacerlo. Sin embargo, ante este hombre, los lazos que contenían a mi rebeldía se han roto, se han ido a un lugar que desconozco para hacerme mucho más violenta y agresiva. Toda una bestia indómita, a su merced para domarla.

Su caricia se antoja apasionada, pero no por ello agresiva... mi barbilla, mi cuello, mi pecho son atendidos mientras él sujeta mis muñecas con una mano. ¿Acaso cree que no puedo soltarme? Quizá sea positiva la respuesta, pero realmente no lo hago porque no lo deseo, estoy a gusto así, con él, mientras él ahora toma mis senos y los roza. Arqueo la columna, erotizada, es mucho más alto que yo, apenas mi cabeza llega a su pecho, pero quiero sentirle completamente.

En cambio, sus besos son mi aliciente, jadeo y correspondo a éste, mientras que aspiro profundamente un aire que no necesito, pero que mi cuerpo requiere, sus labios son veneno, adictivo, delicioso néctar que embriaga, que seduce a mis sentidos. Jadeo ante la incisión y cuando la vitae mana, la comparto sin dudas... mi padre dará el grito en el cielo si se entera del intercambio de vitae, pero no es algo que me preocupe... mucho menos cuando mi fiel daga acaricia con su filo mi cuerpo, dejando un leve recorrido que no deja marca, pero que erotiza aún más mi piel.

Abro los ojos y observo los verdáceos de ese infiel, sonrío al sentir el aire por mi busto, que se ofrece ante él sensualmente, ansioso de sentir sus besos, sus caricias... esos labios que me matan, haciéndome ver el cielo y muchas cosas más. Sonrió divertida al ver incrustada mi daga en la parte más alta de la habitación... Ahhh, tan fácil que es recuperarla. Como si no hubiera saltado distancias más grandes en el pasado. Cuando se tiene una edad decente, muchas cosas se hacen sólo por el mero gusto de cumplir caprichos y la obtención de mi daga es uno que definitivamente satisfaceré.

Aunque de momento, su boca, sus labios... su lengua hacen las delicias en mis pezones que responden erotizados, jadeo no una, si no muchas veces conforme él me acaricia, me estimula para sentirle, para una cópula que sí, por Alá, deseo más que nada en esta maldita existencia. Un pecado mortal para los ojos de unos, pero para mí, algo sin lo cual no me quedaré con las ganas. Esas grandes manos acarician ahora mis muslos y decido tenerlo más cerca. De un salto, envuelvo su cintura con mis piernas y le jalo hacia mí, la altura se compensa, las caderas se unen y puedo por fin...

Por fin... tras un ronroneo de placer, siento su virilidad, su cuerpo masculino completamente contra el mío, a pesar de la diferencia de alturas. Es un hombre demasiado grande, quiero tenerlo en mi cama, entre mis sábanas y no soltarle jamás. Le miro a los ojos mientras él inicia un movimiento tan antiguo como el tiempo. Los roces son a veces insoportables y me regodeo en el placer de tener entre mis brazos a un varón que sabe lo que hace, que toca donde debe hacerlo. Que no duda...

Sus palabras erotizan aún más mi cuerpo, siento la pesadez de mi busto, los roces de su tórax contra los pezones, jadeo y gimo una vez... otra más y arqueo el cuerpo sin poderlo evitar, buscando aún más las caricias, anhelo a este hombre, a este vampiro y su beso me enloquece completamente. Mi lengua busca la suya y se entrelaza con un bufido que nace de mi garganta. Debo tenerlo para mí, debo ser suya... Sin embargo, alcanzo a distinguir voces, mi mente busca y encuentra.

¿Debo destruir algo que puede darse con otro cariz? ¿Seré tan banal como para permitir que él pague por lo que yo he iniciado? ¿Quiero meterle en ese problema? No, no quiero. Si tengo que empezar de nuevo, lo haré. Entendido que no ha sido él quien ha provocado mi antiguo fracaso en Etiopía y que el deseo entre ambos es mayor a nuestras obligaciones para contraer un pacto entre países. Es mi deber hacer las cosas bien. Él ha sido coherente, consciente, ahora es mi turno. Debo detenerlo todo, para dar paso a la nueva era... Sea pues...

- Alastair - susurro por vez primera su nombre, separando los labios, mirando esos orbes verdáceos que tanto me apasionan - Lamentablemente no es el momento - me lamo los labios dejando que la saliva pase por mi garganta con dificultad y mis piernas lentamente van abandonando la cintura del vampiro, mis manos pronto se liberan y le observo en silencio, con total calma - no es el momento, tienes que esperar - me le escurro entre los brazos, con esa facilidad que dan los siglos y el entrenamiento entre los Assasin... aspiro aire profundamente y miro la daga en el techo...

Hago el cálculo del tiempo que tardarán los guardias, decidiéndome que aún faltan dos minutos y que no quiero responder preguntas incómodas en ese lapsus, me decanto por alcanzar mi daga... entrecierro los ojos revisando la distancia y doy varios saltos, de pared a columna, en zig zag, de una forma soberbia; así, logro al final, con un gran brinco, tomar la maldita daga y doy un giro para caer en el piso con las piernas flexionadas, aguantando todo el impacto... suspiro mirando mi arma y la dejo sobre la mesa incrustándola, en el instante que se abren las puertas y varios sarracenos aparecen dispuestos a cumplir sus órdenes, mirando amenazadoramente al Embajador... aunque hábilmente con los velos cubro mi pecho descubierto y les miro con intensidad...

- Váyanse, díganle al Jeque de Jeques que el Embajador y su hija decidieron jugar al tiro al blanco con algunos objetos decorativos... - sonrío y al verlos dudar, mis ojos brillan de rabia - ¿Qué no oyeron que se retiren? - no dudan más, se alejan, aunque uno que otro mira con intensidad a Alastair, seguramente irán a con el Jeque a decirles cómo les han encontrado, pero no es algo que me preocupe. Suspiro cuando por fin, estamos solos y se ha cerrado la puerta. Camino hacia la cama, para sentarme en ella y mirarle largamente - sí, te deseo... - digo con la mayor de las calmas - te anhelo... - me lamo los labios - y no, - hago una mueca - no soy tan vil como para decir que me has deshonrado. No cuando yo quiero que lo hagas - aspiro aire - y si me separé, es porque escuché que venían... no te iba a dejar en una mala posición, no cuando me he divertido tanto - sonrío tomando un almohadón y abrazándolo contra mi tórax desnudo, apoyando la barbilla sobre él... - ahora que lo sabes ¿Qué vas a hacer?

He hecho muchas cosas a lo largo de los siglos, pero sigo siendo una Jequesa, una señora que sabe cuándo ser una chiquilla y cuándo sus modales han ido tan lejos como para lastimar a alguien. Esta vez, acepto mi error, entiendo que ese infiel me atrae más que a nadie en este momento. Que le deseo en mi cama, sobre mi cuerpo, dentro de mí, pero sé que las circunstancias no han sido las debidas. Me he comportado como una odalisca inexperta, aunque algo divertido ha sido, es imperdonable...

La pregunta es... ¿Lo entenderá él?




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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Dom Dic 18, 2011 12:55 pm



- Tienes que comprender que no puse tus miedos
donde están guardados
y que no podre quitártelos
si al hacerlo me desgarras-

Bufé cuando ella se alejo y me dejo allí, a punto de hacerla mía, se escabullo con experticia entre mis brazos, escalo para recuperar su daga y apenas acomodo sus ropas justo a tiempo en que entraban los guardias. - Entrometidos - pensé arqueando una ceja con enfado, sin siquiera intentar el bulto que se hacía notar entre mis pantalones, una erección muy bien ganada por ella y que me moría porque ella sintiese en su interior. Pero los guardias, parecían aun más entrometidos de lo debido, pasando al vista de ella hacia mí, como si la respuesta a toda su sarta de preguntas absurdas que no se atrevían a formular… Claro tenían sus razones, pero si la joven Al’Ramiz nada había ordenado, nada tenían ellos que hacer ahí, interrumpiendo una escena de pasión desenfrenada… y la palabras que tanto espera oír de tan exquisita y exótica mujer, para dejar fluir el deseo que me carcomía.

Pero la hembra, por muy desquiciada que pareciese, actuó con una destreza propia de ella y ordeno se fuesen, aun cuando dudaron obedecieron, sin duda cualquier desobediencia les costaría más que un simple castigo. Y así como se demorasen, yo mismo les cortaría el cuello, solo por haber cometido el error de interrumpir. Siglos esperando y ahora una tropa de entrometidos aparecían solo para ir donde el Jeque a decirle que el embajador estaba evidentemente preso de un juego desequilibrado de la jequesa, pues la escena vista desde cualquier ángulo era eso, un juego donde ambos jugábamos a agredirnos y ofendernos, antes de reconocer cuanto nos deseábamos. Aquello era algo me enloquecía aun más, pero a mí, pues evidentemente los guardias lo reprochaban…y Y envidiaban - ¿Cuántos habrían deseado estar en su lugar? - me cuestioné divertido mientras la puerta finalmente se cerraba.

Regresé mi vista a la mujer y la vi alejarse, caminando con tal gracilidad que me hipnotizaba el suave bamboneo de sus caderas acompasado con los velos - ¡Por Dioses del Olimpo! - jamás en mis siglos de vida vi a una mujer tan apetecible, tan grácil por sí sola, que esos velos solo hacían perdiese la poca cordura que aun me quedaba. La vi sentarse insinuante en la cama que hace ya un rato habíamos abandonado, cruzando las piernas e inclinándose hacia atrás, apoyando sus manos en la cama, dejando entrever la piel bajo la tela rasgada. Sonreí hambriento de ella, deseoso de poseerla de beber de ella y hacerla mía, tal como mi cuerpo clamaba.

Y allí, cuando dudaba si lanzarme encima ella pronuncio las palabras que tanto ansiaba oír, un deseo compartido que ambos anhelábamos liberar tal como nuestros instintos animales nos ordenaban. Caminé hasta ella con paso seguro, siendo consciente de cuan excitada estaba mi virilidad entre mis piernas. Como si su belleza no fuese suficiente, su voz erotizada y calmada me atraía, tal cual lo hacia el canto de las sirenas con los navegantes. - Heme aquí embrujado por una hembra- pensé mientras ella tomaba un almohadón y se cubría, bufé parado frente a ella, añorado ver toda su piel descubierta entre las sabanas de seda. Y ella ahora preguntaba, como si fuese necesario que pensaba hacer, solo tenía una cosa en mente, desnudarla y hacerla sentir en el más ruin infierno, por dejar que este infiel la poseyese.

Con una delicadeza que antes no se había vislumbrado entre ellos, me incline frente a ella y apoye mis manos en su regazo, contemplando la perfección de su rostro, guarde silencio sin apartar mi mirada de de ella, mientras quitaba el almohadón de por medio - No cubras tu belleza, nadie te la robará. Simplemente deja que te admiré.- mi voz ronca resonó en la habitación, mientras retiraba los restos de tela que quedaban de sus ropajes rasgados y luego, solté su cabello para que cayese pos su espalda como una hermosa cascada. Cuando la tuve así al natural sin armaduras de irracionalidad, bese sus labios con calma, saboreando finalmente aquellos labios carmesí, disfrutando cada centímetro de sus labios y cada respiración compartida. La había besado antes, pero no con la calma de aquel momento, disfrutando y saboreando, como si estuviese catando al fino de lo s vinos

- Te deseo Kala, como la más salvaje bestia puede anhelar. Pero te poseeré con el ritual más calmo que el deseo me permita, sin dañarte, simplemente admirándote y enalteciendo tu perfección.- susurre en sus labios, mientras la aprisionaba con mi cuerpo contra la cama, delineando sus curvas, sus firmes pechos erotizados del mismo modo que en que me encontraba yo, excitado en todo sentido - Te deseo desde hace siglos, quiero hacerte mía… pero será de manera que jamás de olvides de este encuentro.- sentencie antes de apoderarme de sus labios con mas exigencia y delirio.

Demasiado tiempo conteniendo las ansias, demasiado descontrol en aquella habitación, todo para ocultar que ambos cuerpos clamaban, ahora tan cerca, tan unidos el uno del otro, pero podía ser aun más y ambos se quemarían en el infierno, si es que acaso este existía. Pero de ser así, se quemarían juntos presos del deseo. Posó una de sus manos en la cadera de ella y la otra acaricio los firmes muslos, masajeándolos en círculos, incitándola para que le recibiese, pero ese no era el momento aun, primero la llevaría por todas las etapas de la pasión antes de caer en el más delicioso y delirante éxtasis.

Abandono sus labios entre delicados mordiscos que le permitían saborear la sangre femenina, la vitae que tanto le enloquecía. Beso su mentón y bajo por el sendero de sus pechos detediendose allí…a besar a recorrer a excitar ese cuerpo, en apariencia frágil y frio, a esa hembra indómita e indolente. Beso, lamio y succiono aquellos pechos de ambos por igual. Mientras sus manos se apoderaban de los muslos de ella, con caricias delicadas y exigentes a su vez, un equilibrio perfecto antes de que se perdiesen en la locura de la pasión.

Tenía ante mí a las arenas del desierto que podían verse calmas e inofensivas, pero capaces de llevar a cualquier hombre a la locura, sedientos, buscando un oasis en medio del sol que purgaba sus almas. Desierto que al caer la noche se volvía frio y daba espacio a silenciosas criaturas de la noche, capaces de envenenar al incauto, pero estaba preparado para perderme en aquel desierto llamado Kala, y delirar en el deseo.

- Estamos solos en la selva
nadie puede venir a rescatarnos
estoy muriendome de sed
y es tu propia piel
la que me hace sentir este infierno
te llevare hasta el extremo-



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Jue Dic 29, 2011 2:23 pm

Las aguas turbulentas lentamente van apaciguándose conforme lo miraba actuar, pero otra presa está a punto de romper sus contenedores para permitir que el líquido mane de forma abundante, salvaje, arrastrándolo todo a su paso, la cordura, los temores, los tabúes... Con la inclinación del cuerpo masculino, me veo sobrepasada por lo que mi cuerpo siente y mi mente no acaba de entender; lentamente se deshace de sus problemas, para permitir que sean las sensaciones la dueñas de las acciones que ahora se desencadenarán.

Sus ojos me hipnotizan, pero no es la primera vez; sin embargo, sí es el momento para dejarme llevar por esos orbes verdáceos que tanto están intentando llegar a mí, que se esfuerzan. El almohadón deja de cubrir mi cuerpo y éste parece responder, endureciendo mis pezones, haciéndome sentir una opresión de la que no puedo deshacerme con facilidad. Dejar que me admire, es algo tan fácil y al mismo tiempo mis manos extrañamente quieren cubrir mi cuerpo sintiéndome indefensa ante él.

Como si él fuera el elegido para derribar todas mis defensas, quien supiera tocar cada una de las cuerdas de mi cuerpo para organizar una armonía y complacer al público con ella, empezando por mí misma. La tela cayó ante los avances de sus manos y luego, mi cabello sedoso, oscuro, se deslizó contra mi cuerpo, acariciándolo y erotizándolo de forma pagana.



¡Oh Alá, me dejas a merced de mi seductor!


Sus labios contra los míos, un beso tan dulce como traicionero porque mis sentimientos van implícitos en cada movimiento, espera... ¿Sentimientos? Ah, Kala, olvídate de eso, concéntrate sólo en sentir, no en pensar. Olvídate de todo lo demás. Soy tratada como un objeto precioso, con ternura y dulzura. Conozco la sensualidad, el erotismo, pero esta forma de amar es completamente nueva. Tiemblo ante su contacto, ante su aliento que me obliga a jadear y a desviar la mirada con sus siguientes palabras.

Un ritual calmo... ¿Aún más que el esperar tantos siglos? Sí, está lista para él desde hace tiempo, pero sus palabras la hacen consciente de que un mero instante tan rápido como las estrellas fugaces, no la complacerá tanto como lo que él mismo ha decidido: Una unión lenta, disfrutar de sus cuerpos, del placer compartido, gemidos, suspiros...

Silenció cualquier palabra que pudo salir de mi boca con sus labios, con su sabor y esa lengua que buscaba en mi interior y era acariciada a su vez por la mía, jadeando y pegando mi cuerpo al masculino, sintiendo su excitación inocultable, una que yo provocaba y por unos instantes, me sentí demasiado feliz, exultante. Jadeé contra su oído, ante la exigencia de sus caricias, ante la forma de hacerme y que me encanta, tengo que reconocer. Un gemido más y niego, no puedo contenerme mucho tiempo y mis labios buscan su mejilla, su cuello, pero él tiene otra idea en mente.

Mis labios permiten que mi vitae forme pequeñas gotas carmesíes que el toma para sí, en un desquiciante recorrido hacia el sur entre besos y caricias... me lamo las heridas sanándolas mientras él examina mi busto, antes de atormentarlo entre besos, con su lengua, entre succiones que arquean mi cadera y mis gemidos inundan la habitación.

Mis manos hormiguean inquietas, tras un instante de indecisión les doy lo que buscan. El cuerpo masculino bajo ellas es puro músculo, una frialdad deliciosa, su espalda es recorrida a cada palmo, lentamente, con inquietud, pero un deseo de exploración en tanto él continúa martirizando mis pezones, mis senos que están más que pesados al paso del tiempo, producto de sus atenciones y caricias. Es suficiente, gimoteo y arqueo el cuerpo, revolviéndome en la cama, quedando a horcajadas sobre su cadera, entre los almohadones y las sábanas de seda.

- Suficiente - susurro aspirando algo de aire, gruñendo cuando él lleva sus manos a mis senos, erotizándolos aún más, arqueándome por la forma en que lo hace, en que me toma para nuestra satisfacción y placer - ¡Basta! - río divertida y tomo sus manos, llevándolas a ambos lados de su cara - Por favor - susurro un par de palabras que no me creí capaz jamás de decir, pero es que él me está haciendo perder la locura y no niego que me gusta, recorro el contorno de su rostro con mi dedo índice, hasta llegar a sus labios y soy yo quien ahora lo besa, dulce, cariñosamente.

Aspiro un aire que no sé que me falta en el instante en que él corresponde, pero sabiendo que quiero dominar al menos unos segundos... beso su mejilla, la comisura de su labio y bajo por su mentón, entre besos y lamidas cortas, sexys, con las caderas moviéndose de forma lenta y torturándonos a ambos, contra su virilidad. Gimo ante el placer de encontrar su yugular y la beso una vez, antes de encajar los colmillos y jadear ante su sabor, uno que me embota la cabeza. Por unos instantes me quedo ahí, hasta que un apretón de las manos masculinas contra mis caderas, me hace consciente de lo que hago.

Me lamo los labios impregnados con su vitae y lamo la herida para sanarla, apresurándome a pasar la lengua con sensualidad por las gotas que se escapan, acariciando su vientre musculoso, suspirando una sola vez y bajando más al sur, entre gemidos suaves y sonidos dulces. Acariciando una de sus tetillas con dientes y el músculo bucal que está inquieto, saboreando su esencia y gruñendo al escucharlo gemir. Mis besos van mucho más abajo, hasta toparme con sus pantalones.

Él no me tendrá piedad, así que sonrío divertida, con mano experta le desnudo y gruño de anticipación al verlo, mordiéndome el labio inferior lo monto, para sentir contra la delicada tela de seda que cubre mi femineidad ese testigo del placer y del anhelo que sentimos el uno por la otra... le miro a los ojos, los míos llenos de promesas y anhelos. Un infiel, uno que su religión no acepta, pero que me ha demostrado tener tanto honor como mi Ab. Cordura y sabiduría. Un hombre al cual seguir.

- Alastair - susurro suavemente - te siento tan bien... tan... - jadeo - bien... - me arqueo mirando al techo, ofreciéndole paganamente mi cuerpo, que lo tome, lo acaricie como quiera, pero que no me quite de ahí, se siente tan maravillosamente bien, que me encantaría tenerlo ya dentro, pero sé que aún falta... sonrío sabiendo que él querrá alargar el momento y por eso, está colándose muy rápido en mi corazón.

Qué me importa si no es devoto de mi religión, que no haya nacido en mi país, que no sea digno a ojos de muchos. Que su sonrisa sea sarcástica, que tenga un cuerpo de tentación, que sus besos sean una obsesión latente, que su voz erice los corazones más duros. Ante mí, ya ganó la batalla más importante de todas: tiene mi respeto.

Pocos son los que pueden enorgullecerse de ello... Muy pocos...


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Lun Ene 09, 2012 3:45 pm



~ Tus labios son la fe que mueve todo en mi interior
Y es que no hay nadie más que tu
Que tenga tanta luz~


Una hembra exuberante en cualquier sentido, que con solo verla instaba los más bajos instintos de todo hombre, me enloquece con solo verla. Recordar el sabor de sus labios aprisionados con pasión no era nada comparado con el placer de besarlos con calma, saborear cada jadeo. Su vitae emana gota a gota, una simple degustación del delicioso sabor de aquella indómita. Una mujer que ansiaba recorrer, tal como hacía ahora con la pasividad de quien recorre por vez primera un territorio desconocido, un territorio que me pertenece hace siglos, pero que el destino me ha negado, hasta hoy… hasta este preciso momento, en que ella se entregaba con naturalidad.

Paladee su piel desde sus suculentos labios, que sangraban sutilmente marcando el camino a seguir, saboree aquel elixir en el inicio del delirio, su propia boca fue solo el comienzo del delirio. El suero carmín rodó por su barbilla hasta su cuello, el sabor de su piel mezclado con su vitae, impregnándose en mis sentidos, en mi olfato y en mi boca. De ella emanan líquidos sacros que hipnotizan mis sentidos de solo recordarlos, y que a nuevo beso y lamida por su piel, aumentan mi afán de ella aun así me controlo, más allá de mis ansias me interesaba que se sintiese única. Bien sabia no ser el primero y que ella no sería la primera, pero mayor era la urgencia de hacerla sentir única, como ningún hombre le hubiere hecho sentir.

El camino carmesí me guio hasta el inicio de sus senos, firmes erotizados e insinuantes para ser besados, tal como me dispongo a hacer. Posé una de mis manos en el interior de su muslo, abriendo sus piernas para acoplar mi cuerpo al de ella, solo para hacerla sentir mi propio deseo. La misma mano recorrió la tersa piel de su pierna sus delicados tobillos hasta sus caderas, robando gemidos que no acalle, pues mi interés estaba en los pezones de la vampiresa, mordiendo con ahínco, succionando, no sin antes rasgar su piel con mis colmillos. Cuan dulce podía ser la sangre de una hembra tan incontrolable como ella - Mmm..Deliciosa- relamí mis labios - Podría pasar la noche entera solo degustando- pensé, seguro que ella escucharía mis pensamientos.


~ Entre el cielo y el delirio
Cada paso dentro de ti
Voy persiguiendo el paraíso~


Me divierto en sus danzantes senos hasta saciar mi sed, hasta que sus manos responden a aquel juego de seducción, si piel gélida clamaba por mi del mismo modo en que mi ser la añoraba, gruñí de satisfacción cuando sus manos recorrieron mi tórax y mis brazos, en la medida que mis manos recorrían sus piernas, desde el sur hasta el norte, demostrándole que la tenía rodeada en todos los frentes, dominando desde el centro de ella hasta el exterior, y ella rendida ante mí, por mí. Sonrió con satisfacción, abandonando sus senos para subir nuevamente por el sendero que me llevará a sus labios, pero no sin antes marcar mi presencia allí, en esas delicadas dunas del desierto que era ella, amoldándolas entre mis manos, endureciendo sus pezones mientras ella se retuerce del más puro placer, antes de invertir la situación y acomodarse sobre mí.


~Por los Dioses que vista más placentera de la belleza femenina~


Sus palabras claras, pidiendo que detuviese, como quien pide clemencia del enemigo, ella mostraba su rendición divertida, disfrutando aquella intimidad - ¿Pides clemencia?- me burlo cerca de sus labios ella, cuando ella vuelve a pedir que me detenga, tomando mis manos y la dejo hacer - La Jequesa pide compasión- rió contra sus labios, complacido de verla entregada al momento, sin peros, le dejo tener aquel control que tanto disfruta ella tener. Suave delicada, como estaba segura nadie antes la había disfrutado, me agrada todo en ella, es innegable ladeo el rostro al momento que sus manos recorren mis facciones para concluir en el más cálido beso que jamás hubiere recibido y que sin duda ella jamás hubiere dado.

Sin pactos, sin rendiciones, sin más palabras le entrego el control a ella, solo el tiempo necesario para mantener el equilibrio entre aquellas sabanas. Ambos igual de dominantes, no solo en nuestras vidas, con nuestras tropas, con nuestro pueblo, posesivos ante todo, pero en aquel momento, poco me importaba quien invadía a quien, pues estaba del todo convencido que en algún punto de nuestra tortuosa guerra de egos, ambos seriamos uno, como siempre debió haber sido.

Sus labios recorriendo con la experticia de una guerrera, una estratega que sabe muy bien cómo reducir a su enemigo, gruño de satisfacción, del más puro placer cuando sus lamidas y besos se instalan en mi yugular, rasgando la piel para succionar cuanta vitae desee, no la detengo, el placer de sus labios contra mi piel llevándose aquel liquido vital que tanto ansiábamos. Sus caderas insinuantes solo consiguen que la desee aun más, que esperara con mayor urgencia el momento más pleno de aquel juego de conquista en que nos estabas envolviendo. Masajeo sus caderas gruñendo por cada succión de ella, hasta el momento en que percibo a tensión de su cuerpo, se estaba perdiendo en beber, aprisiono sus caderas para que ella regrese a la realidad - Con calma o no quedara nada para allá bajo- me burlo, señalando la erección entre risas.


~ Pero en ti yo encontré mi salvación
Tu voz es como un manto que me calma el corazón
Es que en tu vientre encuentro paz~


Pero ella sonrió burlesca, masajee sus muslos y le di su tiempo bajo sus reglas, robándose jadeos y gemidos de mis labios, entre caricias y lamidas de ella, mis manos surcando sus espalda, cada recoveco de su piel erotizada al igual que la mía, me incline para verla sacar mis pantalones y acomodarse sobre mí con completa sensualidad. Contorneé su silueta, desde sus muslos pasando por sus caderas y cintura, rocé sus pezones antes de regresar con aquel mismo recorrido mientras ella se arquea para que la contemple, una obra de los dioses que me enloquecía - Una Oda a la perfección- la elogie antes de rasgar la tela que cubría su sexo y recorrer aquel inicio al erotismo.

Tomé sus muslos entre mis manos acariciando, desde el exterior hasta su interior, rozando con ambos pulgares su ya humedecida entrada, robándole nuevos jadeos y movimientos más exigentes. No conforme con eso rozo su entrada con mi propio deseo, hasta finalmente ver caer en un descontrol más erótico que aquel que finamente nos había llevado a la cama. Introduje con calma mi índice y pulgar, reconociendo los puntos de placer a cada centímetro que avanzaba, hasta verla retorcerse sobre mí, mover sus caderas con ímpetu y sentir sus manos arañando mi piel. Cuando sus jadeos fueron delirantes, y la opresión aumentaba entre mis piernas, la tomé de sus caderas y aprisione contra las sabanas.

Sus manos a ambos lados aprisionadas por las mías, y sus piernas instándome a poseerla finalmente, a conquistar del todo a aquella indómita hembra que se había robado mis pensamientos desde el primer momento en que la vi - Serás mía Kala Al’Ramiz- sentencie con voz ronca mientras la penetraba con lentitud, y ella enroscaba sus piernas contra mi espalda. Si, hubiera sido de esperar que dos seres como nosotros cayésemos en la más bestial de las pasiones, pero no. La calma era algo que imperaba para poder recordar aquella conquista, finalmente nuestra tormenta inicial había dado paso a una calma placentera. Embestidas lentas, acompasadas a los sensuales movimientos de sus caderas, pidiéndome del mismo modo en que yo la pedía a ella.


~ Voy persiguiendo el paraíso
Y me pierdo dentro de ti
Tras de mi dulce destino~


Recorrí sus labios besando al mismo ritmo que aquella danza final de batalla y perfección, donde dos territorios, dos cuerpos se unían en un solo presos del mismo fin. Complacerse mutuamente, demostrarse cuan perfecta podía ser aquella unión. Vaivenes suaves, perfectos mientras delineaba sus labios con mi lengua antes de comenzar una danza paralela, en su boca, sometiéndola, del mismo modo que a la árabe.


~ Aquello apenas estaba solo comenzando ~



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Sáb Ene 28, 2012 10:58 pm

La última prenda cayó, aunque en realidad fue rasgada. Tanto que me cuesta que las confeccionen y él no sólo la desestima, si no que... que... mis pensamientos se van de vacaciones cuando siento la forma en que me acaricia, que me observa extasiado, erotizado. Eso es de fácil comprobación, sólo un poco de roce contra su máximo deseo, algo que después me reprocho porque me hace estremecer de palmo a palmo. Sus manos expertas viajan por mi cuerpo, al tiempo que jadeo por necesidad, por una satisfacción que pronto será mía, lo sé.

Sus caricias se internan a mi parte más secreta y que ahora mismo se transforma de árida a un oasis donde antes pudo haber vida, pero ahora sólo puede apagar las llamas del deseo que nos gobiernan a ambos. Los roces son sublimes y me concentro sólo en permitir que sus soldados invadan el territorio enemigo que lentamente va tornándose a amigo, conforme demuestran su experiencia, su increíble forma de mantener a una mujer en el martirio del límite entre la satisfacción y la frustración por no alcanzar la primera.

Me muevo inquieta, exigiéndole una exploración mayor, un embate de un general que haga a un lado a los soldados para tomar el territorio y proclamarlo a los cuatro vientos como suyo. Sin embargo, aún me hace renegar, jadeo y jalo aire de nuevo, arqueando todo mi cuerpo, al tiempo que siento por fin lo erótico de un elemento que sabe lo que hace, que nació para ésto y del cual mi propia trinchera está dispuesta a permitir que la invada y no sólo eso, si no que le espera impaciente, dejando algunos surcos rojos sobre el cuerpo del batallón que ahora mismo no es más interesante que el propio estratega que me hace gemir.

Por fin, parece que el territorio enemigo postra el físico en las deliciosas sábanas cuyo fin es sensibilizar mis fibras más delicadas, abro los ojos para no perderme ese momento, permitiendo que mis manos sean atrapadas y sostenidas, mirando el rostro de aquél que me ha robado más que una daga, la razón, el anhelo por tener de nuevo todo lo que en su oportunidad perdí con el ataque de una vampiresa desquiciada. Jadeo al escuchar sus palabras. ¿Seré suya? Soy suya desde el momento en que nos vimos. Porque mi mente jamás pudo desterrarlo.

Por fin, el sueño de tenerlo conmigo, de ser una con él, de que se convierta en mi amante, es culminado en el instante que nuestros cuerpos se acoplan completamente. Le rodeo la cintura con las piernas, en un abrazo que no quiero que termine nunca. Alzo un poco las caderas, permitiendo la unión total, sin ningún recoveco por explorar. Los labios me tiemblan, de mi boca emerge un jadeo erótico, sensual... desconozco mi propia voz al compás de la forma en que él empieza el vaivén. Tan preocupado por mí, por la satisfacción de ambos que se vuelve tan imprescindible como la forma de poseerme por completo. No es cuestión de tener un coito simple y banal. Pareciera que para él es un asunto personal.

Que deseara dejarme una marca, una completa convicción de que él es el único a quien debí entregarme y con quien puedo ser yo misma. Permitir que me domine y me lleve a alturas insospechadas. Un jadeo y cubro mi boca con la mano, pero él la hace a un lado sustituyéndola con sus labios, con su lengua que saboreo con la mía, en una caricia que imita el movimiento de nuestros cuerpos y al mismo tiempo, el sentimiento. Me toma para sí, llamándome y al mismo tiempo, aceptando que yo disfrute a su lado.

Nunca conocí a un hombre tal, uno cuyo cuerpo me hiciera ansiarlo, que se acoplara tan bien, oh Alá... todo él, recargándose contra mí, erotizando mis pezones con su piel, mientras la posesión se vuelve un poco más firme, la suavidad se va perdiendo conforme ambos disfrutamos y vamos escalando los niveles en pos del nirvana. Aún así me encuentro con que no hay nada mejor que el sabor de su piel, la sensación de sus labios contra los míos, nuestras lenguas consintiéndose mutuamente.

Antes, no lo experimenté así, era la pasión, la excitación combinada con movimientos bruscos hasta terminar en inquietantes orgasmos que se robaban toda mi energía. Hoy, la tengo toda, en este momento enfocada en hacerle disfrutar, besar su mejilla, el cuello mientras que alzo la cadera y jadeo al sentir mi interior completamente lleno, sin arrepentirme, rozando nuestros cuerpos en una danza jamás interpretada por mí. Quisiera que para él fuera igual, jadeo contra su piel, lamiendo la clavícula antes de morderla y beber su vitae.

Esa acción catapulta a mil todo mi deseo, mis caderas son más inquietas, pero él no parece tener prisa, todo lo contrario. Se separa de mí a pesar de que reniego, ríe contra mi oído y muerde mi lóbulo sin hacerme sangre para colocarme de lado, escurriéndose a mis espaldas y tomar mis caderas, juntándolas a las suyas. Le observo por encima de mi hombro levemente tímida, no porque jamás haya estado en esa posición, si no porque me siento vulnerable cada vez que...

Nuestros cuerpos se unen de nuevo, al tiempo que él mantiene mi muslo sobre el suyo, acariciándolo con una mano. La otra recorre mi rostro, mi cuello, instalándose en mis senos para tomarlos entre sus dedos, al tiempo que oigo su gemido cuando mi trinchera se torna mucho más activa y reduce el espacio entre el general y las paredes... le arrebato un jadeo y siento cómo besa mi hombro, para luego mordelo bebiendo mi sangre.

El placer ciega mi mente, es magnífica la forma en que se conduce, que me hace suya; me trata con tanta parsimonia arrancándome más que gemidos, anhelos de continuar así por siempre, sin que nada pueda alejarnos el uno de la otra. Su mano que hasta hace unos instantes acariciaba mis muslos, viaja hasta el mismísimo centro de mi batallón para manipularlo haciéndome temblar violentamente. No necesito más y al mismo tiempo, me sorprendo cuando el orgasmo no llega aún.

Sus manos, su cuerpo, su voz contra mi oído me llevan a otro nivel álgido, delicioso e increíble. A donde sólo con el clímax puedo alcanzar, pero él hace increíble el instante. Volteo buscando su mirada, al tiempo que niego de nuevo, abrazando una almohada, mordiéndola con fuerza ante lo vivido.


- Alastair, no puedo más, por favor... dámelo ya... dámelo, habibi...


Si me he de perder, que sea, pero en sus brazos...


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Lun Feb 13, 2012 10:22 pm

Pocos hombres podrán decir que han recorrido a semejante mujer , que han logrado acallar la furia de tan inaccesible desierto en medio de una tormenta, muchos podrán alardear que han poseído a una odalisca y otros pocos dirán que aquella odalisca es de sangre real. Los otros jeques podrán decir que han compartido lecho con la Jequesa de los cinco frentes, pero ninguno de ellos, en esto apuesto mi vida, podrá decir que ella pidió clemencia como lo hace eneste preciso instante.

Bajo un juego cargado de agresividad comenzamos lo que pudo haber terminado en un sanguinario y masoquista encuentro, pero que con las palabras apropiadas, las caricias indicadas y la más certera estrategia, transforme en un acto de dominación, aun más, un acto de entrega y sumisión. Explorando las curvas de las arenas que son su cuerpo, incursionando en cada recoveco de su piel, hasta sentirla jadear. Moldear no solo con mis manos, sino también con mis labios esas perfectas montañas que son sus senos, hasta endurecerlos por el deseo.

Procurar que todo aquel territorio conquistado ardiese a mi voluntad, con oleadas de fuego encendidas con el roce de nuestros cuerpos, así, tal como lo hiciese en antaño con grandes reinos a los sometí, lo hice con ella. Acorralada entre las finas sabanas y mi cuerpo clamando por ella, la convertí en un pueblo sometido, sediento ante las llamaradas que lo envolvía, donde la única manera de calmar esa necesidad estaba en un solo acto. Mis incursiones, se enfocaban en aquellas napas subterráneas, donde brotaría aquel preciado brebaje, si, poco a poco la humedad e anunciaba la presencia de aquel tesoro.

Una nueva exploración más profunda, única, un puente entre su territorio y mis tropas, la invasión se concretaba poco a poco, con ella pidiendo ser invadida y yo, tomando un tiempo valioso para que aquella toma de posesión fuese no solo del territorio, sino también del pueblo que es ella, Kala Nahid. Rio, ante la expectativa de la gloria, ante el sabor del triunfo anticipado, si un triunfo que sabe a su sangre, un elixir que los Dioses matarían por poseer pero a los cuales me adelante. Su piel rasgada bajo mis colmillos, ella pidiendo más, yo tomando mi tiempo, presionando sus inquietas caderas contra la cama mientras penetro con calma cuantas veces me apetece, cuantas veces sea necesario para que ella jamás olvide quien moldeo tal camino.

Sus gemidos, sus piernas crispadas, sus caderas descontroladas, no sol suficiente para mi urgencia de poseerla en plenitud, necesito algo que alimente mi vanidad la confianza que aquella noche, no solo su cuerpo su entrego, sino que también ella, la mujer que se esconde tras los velos de exóticos bailes, la que se refleja en la fiereza de su sable. Lo consigo con total satisfacción gane la primera de muchas batallas, la primera gran oleada de placer, que estremece no solo la fortaleza de Al’Ramiz, sino también derrumba las ultimas defensas.

No me conformo con aquello, la quiero completa, destruida ante mi presencia para ser yo quien la construya, no en una o dos noches, sino en innumerables encuentro aun más satisfactorios que este. La acomodo de lado, acaricio su pierna desde sus esculturales pantorrillas hasta aquel sensual muslo, la entrada al panteón. La acomodo ante un mirada cautivadora de ella, y penetro por la retaguardia, dejándola indefensa ante nuevas embestidas que pretenden ella conozca a gloria de su cuerpo unido al mío, la grandeza de una alianza, sus territorio y el mío, su desierto y mis pastizales, formanto un oasis perfecto entre dos seres de orígenes tan distintos. Ella, una fiel representante de los calidos y exóticos territorios árabes, yo el estratega de Creta, un equilibrado territorio.

Saboreo su sangre, mientras una de mis manos baja desde su vientre al monte de venus, acariciando, anunciando mi presencia en plenitud, que no hay espacio que no haya sido invadido por mí, que ya no tiene escapatoria, está rodeada. Sosteniendo sus caderas entre mis manos penetro, robado sus gemidos, conteniendo el orgasmo hasta oí su rendición - Mmm..Habibi, me gusta cómo suena ¿quieres que lo sea?- susurro contra su oído antes de embestir con mas insistencia, haciéndola temblar. Una de mis manos sube hasta sus pezones, pellizco uno de ellos hasta que ella vuelve a pedir compasión - ¿Qué deseas?- mi voz grave contra su oído, antes de aumentar el vaivén de mi cuerpo contra el de ella.

Aquello estaba en un punto grato para mí, donde deseaba llevarla, a una rendición, si bien no absoluta, al menos parcial. Un gemido de ella, mi cuerpo pegado a ella hasta llevarla a la segunda oleada de placer, tanto así que su almohadón quedo convertido en añicos, con plumas regadas. Pero conseguí que llegase más allá del Olimpo entre penetraciones y caricias, en el punto de inflexión en que dos amantes se encuentran cuando sus cuerpos se unen. Reí contra su oído, una risa jovial y amena, al ver desastre que dejamos en la cama, al sentirla temblar por cada rastro de la pasión.

Bese su cuello para luego detenerme en sus labios, girar su cuerpo entre mis brazos, y acunarla sin dejar sus labios. Besos calmos y placenteros que duraron largos minutos, con ella arropada entre mis brazos, en su cuerpo huellas del éxtasis alcanzado, pero acaso finalmente ¿alcance su alma? Tras dejar sus labios, y depositar un dulce beso en las huellas que dejaron mis colmillos hable con voz grave, profunda, tal como esperaba fuese lo vivido - ¿Complacida? - un pregunta que pudiese sonar a vanidad, pero que su respuesta tiene muchas interpretaciones para mi



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Dom Mar 04, 2012 5:14 pm


Sus brazos mi adicción completa, sus manos mi obsesión, sus colmillos mi más grande placer, su voz mi perdición. Todo él, su cuerpo, esa altura que es mucho más grande que la mía, me siento cual muñequita entre sus brazos, ansiándole, deseándole entre tanto él realiza movimientos que me incitan a perderme en las sensaciones, aún con el almohadón entre las manos me rehúso o más bien, intento hacerlo, porque es tan bueno en ésto. No niego que de sexo a lo largo de los siglos he aprendido demasiado, pero no de esta forma, no con él. Me declaro inexperta en las sensaciones que él produce en mi ser, en el gozo que mi cuerpo siente ante su invasión que se torna adictiva.

Trago saliva en tanto él acaricia mi cuerpo, como si pareciera adorarlo, los susurros en mi oído me hacen consciente de cuánto le estoy entregando, pero en estos momentos, en este instante me da igual, me viene importando nada lo que estoy haciendo por su ego, con que él siga es suficiente. Una parte de mi mente intenta hablar, pero es acallada a gritos por la que sólo piensa en Alastair, en sus caricias que ahora mismo recorren mi piel erotizándola aún más si cabe, en sus caderas que son una imparable ofensiva que derriba mis defensas dejándome a su merced, entre sus palabras, las caricias sobre mi busto, en las cimas más sensibles que son tomadas sin pudor, pero carentes de toda agresividad.

Busca desarmar mi ejército y lo peor es que... lo está logrando. Me derrito contra él, gimoteo abrazando una almohada que pronto es mi único pilar, el que me detiene de caer en las profundidades de una enorme catarata de agua, una corriente tan fuerte que es imposible detenerla y cae al vacío al tiempo que yo destrozo lo único que me detenía de ser arrastrada por la corriente y entre un gemido que podría parecer un aullido me dejo hundir por completo. Que gane, que triunfe, que venza, no me interesa más que no me deje ir... no me suelte, no se aleje, no me abandone.

Me da igual las advertencias de la Princesa del Alamut, dejo atrás todos mis tabúes cuales piedras que cargo en el camino, me olvido de todo que no sea él, que no sean sus brazos, sus caricias, sus besos, su risa, sus jadeos... me interesa él, sólo él, nadie más que él. Sus besos me obligan junto con sus brazos a voltear y pegarme a él, jadeando, aspirando aire, suspirando por fin. Acariciando sus cabellos, paladeando sus labios, sintiendo toda su superficie contra los míos, oyendo su risa que provoca la mía. ¿Quién lo iba a decir?

¿Que sería suya? ¿Que me excitaría como pocos? ¿Que su estrategia funcionó porque no pensé en nadie que no fuera él? ¿Que aún deseo sus besos? ¿Que me muero porque me vuelva a tocar? ¿Que me obsesiona? ¿Que me atrae tanto como me repele? ¿Que su risa es lo mejor que he oído en toda mi existencia? ¿Que su voz me embrutece? ¿Que estoy tan enamora...?

Mis ojos se abren con sorpresa, como si hubiera recibido una bofetada y no propiamente por sus palabras dichas con esa voz profunda. ¿Es que acaso lo ha dudado? Se lo puedo decir sin tabúes: sí, sexo, rico, estupendo, erótico, excitante, orgasmeante... pero él no puede saber lo que siento, conocer lo que pienso, lo que estuve a punto de... ¿A quién engaño? ¿Debería aceptarlo? No. No debo. No puedo. No... ¿quiero? ¡Claro que quiero! No debo que es diferente. Su cuerpo contra el mío causa escalofríos, me hace sentir... ¿En casa? Trago saliva y tras un instane de indecisión me levanto con rapidez, alejándome.

- Bueno, ya tuviste a la odalisca, espero que estés a gusto, pero si me disculpas o aunque no lo hagas, yo me largo de aquí, ya cumplí con mi obligación - digo con voz dura, agresiva, que no note cuánto me ha tocado, que no sepa cuánto me ha gustado... que no lo conozca. Herirlo es la mejor forma de que me permita huir, de que su ego se sienta mancillado y por no pisotearlo más de lo que ya lo hago, permanezca ahí. No quiero que me siga mientras tomo una de las sábanas de la cama y envuelvo con maestría mi cuerpo en ella, dejando una parte de la misma arrastrando tras de mi figura.

¿Me importa? No, es una tela, además de que tengo que alejarme ya de él, que no note la fisura en mi armadura. Demasiado peligroso es este sujeto. Me acuerdo de mi daga y voy a por ella, la tomo y de reojo le observo, quieto, paralizado por mis palabras, seguramente un balde de agua tras la pasión vivida, pero ¿Qué le digo? ¿Tengo miedo de lo que pueda sentir por tí porque una princesa me dijo que...? ¿Me haces sentir tan bien que temo enamorarme de tí? Pero ¿Qué crees? ¡Que ya lo estoy, oh sorpresa! ¿Me gustas tanto que no quiero separarme de tí, pero tú sólo buscas una odalisca para tener sexo? Qué buen sexo por cierto...

No, no soy mujer de palabras, de verdad que la oratoria no es para mí, por eso soy el Enigma, no tengo que hablar, eso se le da al Equilibrador, a mi padre, al inútil de Ra'hae, pero no a mí. Soy como el Destructor, parcos, sólo hablamos para estallar bombas o dejarlas caer. No para resolver conflictos. Por Alá. Salgo de la habitación dirigiéndome a la mía, acariciándome la frente. Para mi fortuna no me encuentro más que unos sirvientes con lo que, reconozco, con copas de sangre. Tomo una sin que puedan evitarlo, que vayan a por otras de donde las trajeron y bebo. Hago una mueca porque nada se comparará ahora con la vitae de ese infiel.

Sí, tengo que reconocerlo. Ese líquido carmesí se torna tan delicioso conforme recorre mi garganta y me hace adicta a él. No, todo él me hace adicta, me obsesiona. Cierro los ojos al llegar a mi habitación recargándome en ella, mirando el techo. Dejo mi daga entre mis armas y me meto al baño árabe que mi padre preparó para cada recámara como la mía. De lujo, para los invitados especiales y la familia. Me sumerjo cerrando los ojos relajándome. Me apoyo contra la orilla del baño, flotando un tanto, despejando de mi mente lo acontecido. Rogando por tener la fuerza para negarme una vez más a sus deseos.


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Miér Mar 07, 2012 8:53 pm


~ “El control, es solo un reflejo del descontrol que teme ser descubierto”~

No recuerdo en mis largos milenios de vida una mujer a quien desease no solo complacer en sus más carnales deseos, sino que también alcanzar esa delicada fibra del alma, los sentimientos y las emociones. Eso es lo que esperaba conseguir en la joven Al’Ramiz, complaciéndonos mutuamente en el juego de la seducción y la pasión, una estrategia de guerra, esa es la mejor analogía para la batalla que se llevo a cabo entre sabanas de seda. Cada movimiento que realice pretendía no solo invadir el territorio que es su cuerpo, sino que también doblegarla ante un sentimiento aun más profundo y duradero, uno que superase los embistes pasionales que deja huellas en su alma. Los besos que prosiguieron al acto pretendían, demostrarle que era más que una odalisca a mis ojos, de ella no esperaba más que un asentimiento. Pero lo que sucedió después supero mis expectativas, la subestime, si bien no esperaba que ella hablase de sentimientos, al menos esperaba un gesto de humanidad.

La mantuve abrazada contra mi cuerpo, con su respiración innecesaria acelerada, sus ojos cerrados, su rostro una mixtura de emociones palpables a las caricias que propinaba sobre su mejilla, parecía tan complacida como sorprendida, pero no fue hasta que abrió sus ojos que vi la realidad de aquello que surcaba su mente. Sus profundos ojos oscuros como el ónix se clavaron escasos segundos en los míos, antes que ella se apartase, como si una realidad aterradora la hubiese golpeado. Impávido escuche sus palabras y la vi salir de la habitación, ¿Qué si debí haber hecho algo? Claro que debí, retenerla, someterla como antes, aprisionar sus curvas al descubierto con mi propio cuerpo, atrapándola nuevamente entre las sabanas, enseñarle a esa niña indómita que no está frente a cualquier hombre, pero no, la deje salir de allí envuelta en aquella maldita sabana que cubre las huellas que deje en su cuerpo.

¿Cuánto tiempo me quede allí? Ni la más maldita idea, solo sé que cuando despegué mi vista de la sombra de sus pisadas, desvaneciéndose tras a puerta, me incorpore y fui por mis pantalones. No, no haría la escena de ella de salir solo con una sabana, ella era la anfitriona y yo el invitado, aquello aun era un hecho ante los guardias que sin duda estaban atentos al escándalo. Con los pantalones puestos y tras mojar mi rostro y cabello con abundante agua, para despejar mi mente salí del cuarto. ¿Si me encontré con alguien? Seguro, al mismo Jeque, quien hizo un amago de hablarme, o más bien lanzo una pregunta innecesaria, pero que evadí con un ademán y un mensaje mental conciso - Le enseño a perder una batalla - si comprendió o no mis palabras, allá él, pero no me detuvo, tanto tiempo encontrándonos en Agharta, intercambiando opiniones, que ahora no era momento de cuestionar los métodos de ninguno. Si él Jeque no se había puesto los pantalones con la hija de mi hermano, cosa de él, en lo que a mí respecta la jequesa merece un tunda bien dada.

Finalmente tras librarme de unos cuantos guardias, de un sirviente con copas de vitae y una que otra odalisca, llegue al ala del palacio destinado a la mujer que me dejo sin habla la primera vez que la vi, y que tras llevarla al mismo cielo del placer, me lanzo un maldito balde de agua fría.. No, fría no, congelada, si fue agua congelada la que lanzo contra mi cuerpo que seguía clamando por ella. Uso mis habilidades para que ella no note mi presencia, así de par en par abro la puerta doble conduce al cuarto, no necesito indicaciones, siquiera buscarla en el cuarto, sé que no está allí. Esta donde quiero, y del modo en que la busco, tal como los dioses la crearon, en el baño.

Es inevitable pensar en lo placentero de recorrer su piel húmeda a besos, beber de su sangre entre las aguas de rosas con que empapa su piel, e invadirla en el centro de su fortaleza, en el sitio donde ella pretende ocultarse de mí. Una sonrisa de medio lado se dibuja en mis labios cuando la imagen que se dibujo en mi mente se hace real ante mis ojos, a pocos pasos de mí. Su curvilínea figura dibujada contra el agua, ella flotando en esa piscina marmolada con delicados pétalos cubriendo todo menos su cuerpo, sus cabellos azabaches flotando sobre el agua. Si acaso hubo mujer o escena en la cual Botticelli se inspiro para pintar El Nacimiento de Venus, fue una como la que ante mis ojos se dibuja, una adoración a los dioses, al dueña de la ambrosia que ansiaba beber de mil maneras diferentes.

La observo en silencio, hasta que ella se incorpora levemente, lo suficiente para sentarse al borde la orilla. Cual cazador al asecho, cual general a la espera de iniciar el ataque sigo sus movimientos desde el umbral. Ella hace ademan de acomodar su cabello a un costado, movimiento que me da ventaja de atrapar sus manos, mientras me siento a sus espaldas, pasando mis piernas una por cada costado. Esta vez sin piedad, dejo que mis colmillos rasquen su piel y bebo de su sangre paladeándome, mientras ella forcejea hasta rendirse con sensuales gemidos, rio contra su piel al sentir que se relaja.

Rodeo su cintura con mi diestra mientras mi siniestra aun afirma esas manos delicadas que bien saben marcar la piel de un hombre, manos que espero exploren como antes lo hiciese. Pues si ella quiere solo sexo, se lo daría aquella noche hasta que rogase detenerme, o tal vez rogase más. Su vitae, un liquido semejante a la ambrosia, delicioso, cálido y reconfortante para un hombre que no solo tiene hambre y sed, sino deseo ansioso por ser saciado. Siento su piel erotizarse a cada segundo del mismo modo en que mi cuerpo se excita por sus gemidos. Gruño cuando ella se mueve inquieta, en un intento tal vez por liberarse o tomar el control. No la, dejo la giro hasta dejarla frente a mí, pegada a mi cuerpo y que sienta aquello que mi cuerpo clama, el deseo por ella.

- Huye si quieres, pero será luego del alba, cuando mi visita acá haya culminado. -sentencio antes de apoderarme de sus labios con insistencia, invadiendo, recorriendo ante una mujer sorprendida no solo por mí, sino por sus propios deseos, si buscaba que al tratasen como a una odalisca, eso haría, al amanecer me marcharía con mis hombres, en transportes blindados que nos acercarían a un refugio cerca de los Países Bajos.

Si reclamo no lo note, pero aproveche esos momentos de perplejidad femeninos, para que sus piernas rodeasen mi cintura y darle un fuerte nalgada, si de aquellas que seguramente nadie antes le había dado, pero que a estas alturas a mi ver, se tiene más que merecidas. Se queja en aquel segundo que mis labios abandonan los de ella para besar su mentón, tomarla y girar, ahora al tengo donde quiero, recostada contra el mármol, con su cuerpo desnudo bajo el mío, y sus manos expertas tomando el camino del deseo.

- No habrá vencedores esta noche - susurro contra su oído. Al tiempo mis manos suben desde sus muslos, contorneando su en apariencia delicado cuerpo, pellizcando a su paso, dejando marcas que se borraran en minutos. Así, aprisiono sus manos a los costados para que mi boca haga su trabajo con sus pezones firmes, excitados del mismo modo en que ella debe estar, muerdo y beso por igual, deteniéndome a momentos solo para que ella se retuerza al sentir mi respiración agitada, rio contra su pie hasta pasar el límite de su abdomen, allí donde su fortaleza flaquea, donde ya antes encontré el acceso a esas napas subterráneas cargadas de una humedad que puede saciar mi sed de ella.

Mis colmillos barren esos límites, con la presión exacta para que ella sienta el doloroso placer, sus caderas pidan más de aquello que por el momento pienso entregarle. Rio, antes que mi lengua juegue con aquella humedad, provocando oleadas de placer que ella jamás antes experimento, la urgencia de algo más que por el momento le negaré. Jadeo, mientras exploro con mis labios, hasta encontrar la fuente del placer, allí donde el elixir de la vida brota sin pudores. Soy consciente del desenfreno de sus caderas, pero no, no tendré piedad hasta obtener su rendición total, aquella que sea más que gemidos, sino que provenga de ese recóndito lugar donde la mujer se esconde y se disfraza de la guerrera.

~ “No provoques, no juegues, no tientes, sino sabes aquello con lo que te enfrentaras” ~



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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Sáb Mar 10, 2012 4:23 pm

El agua está tan llena de flores como me gusta, así me agrada bañarme, entre sales aromáticas a sándalo y pétalos que de vez en cuando acarician mi piel mientras estoy flotando. Con los oídos llenos de agua, me es imposible escuchar lo que afuera acontece. Perfecto para el momento que estoy viviendo porque me preocupa mucho la situación y más que mi cuerpo esté tan satisfecho y al mismo tiempo ansíe más de él. Mis manos pasan por mis muslos y en medio de ellos, por mis senos pesados mientras pienso en la forma que me tomó, que me hizo suya sin que pudiera hacer nada para remediarlo. Es todo un garañón, un hombre como pocos he conocido y sobre todo, que me excitó de una forma sin precedentes.

No, no debo continuar por esa vereda, no debo pensar en él ni ansiarlo, no debo detenerme en todo lo que me hizo sentir durante nuestro primero y único -espero- encuentro sexual. No puedo darle tanto poder sobre mí. No debo, no debo. Mis ojos se abren mirando el techo, esas hermosas formas que mi padre ordenara crear como un recuerdo de nuestra patria, colores blancos y azules entremezclados de una forma tan soberbia en pequeñas estalactitas pulidas por manos expertas hasta formar pilares pequeños y llenos de vida cuando se iluminan. Vuelvo a cerrar mis ojos y tras un largo instante, en que mi cuerpo fue mecido de forma dulce, como si estuviera de nuevo entre los brazos de mi madre, decidí que era el momento de regresar a mi recámara, a mi solitaria cama.

Hago una mueca en tanto me pongo en pie en el baño y luego, con las manos apoyadas en el borde, me impulso para sentarme mirando mis muslos húmedos y mi cuerpo más satisfecho en la relajación tras el encuentro sexual. Aunque si tengo que ser sincera, no debí quitarme sus besos de mi piel. Me habría encantado dormir con su aroma en mi cama. Aunque es poco lo que "duermo" es más fácil decir que entro en letargo. Otra consecuencia de mi estancia en el Alamut. De vez en cuando, tengo que introducirme en un sueño tan profundo que muchos piensan que estoy muerta. Me lamo los labios y llevo la mano hacia mi cabello para hacerlo a un lado, es cuando me recrimino por mi estupidez.

La mano es más rápida que las mías que son detenidas sin que pueda hacer nada para escapar y no sólo eso, lo siento tras de mí, todo su cuerpo sentado y sus piernas enfundadas en su pantalón a cada lado de mi figura. Aprecio la desnudez de su tórax y recuerdo que fui yo la que rompió su camisa en aquella ansiedad por probarlo. Gruño removiéndome con intensidad, pero es imposible desprenderme de sus manos que me tienen sujeta por ambas muñecas. Jalo hacia mí una y otra vez para desubicarlo, pero de pronto no pienso en nada más al instante que sus colmillos rasgan mi piel y lo siento beber.

Trago saliva cerrando los ojos, jadeando en primera instancia porque se siente delicioso, su forma de absorber mi vitae lento, pero no por ello sin sensualidad, con un gemido gutural que me indica cuánto le agrada el sabor de mi vitalidad. Jadeo de nuevo apretando los dientes, temblando de ansiedad. Un gemido persigue a otro que a su vez es el guía de uno más. Me toma de la cintura en un mohín posesivo, soy suya, sin duda alguna, totalmente suya... Apoyo la cabeza contra la suya sin darme cuenta, aspirando aire mientras él sigue bebiendo de mí. Los pezones se tornan muy duros y erectos, mis senos pesados, mi vagina se torna inquieta ansiando algo más que de momento siento contra mis glúteos. Esa virilidad que me hace consciente de que él no es inmune a mis encantos. Le escucho reír y gruño sin del todo separarme, sólo forcejeando con sus manos en un movimiento inútil porque sé que no quiero alejarme de él, anhelo que continúe hasta que su general entierre su espada en lo profundo de mi territorio.

La situación cambia, la estrategia de pronto me saca de balance y me encuentro frente a él, sentada sobre su cuerpo, jadeo ante las sensaciones porque mi cuerpo está que arde a pesar de que la vitae está corriendo con rapidez. Le observo sorprendida ante sus palabras, sintiendo su erección bien firme, lista para profanar mi templo. ¿Qué digo? Para poseerlo de nuevo. Nuestros labios se unen y paladeo la rabia que él siente, lo frustrado que está, mi actitud sólo lo exasperó en lugar de obligarlo a permanecer ahí. ¡Qué hombre! Pocos son los que me encaran, que vienen a buscarme tras que digo la última palabra porque soy así: Yo soy la que termina todo, nadie me dice qué hacer. Soy la hija de Kareef Al'Ramiz, la Jequesa de Jeddah y como tal, todos me respetan y quien no, se gana una paliza a su tamaño.

Y sin embargo, con Alastair no puedo más que gemir sorprendida ante sus besos, permitiendo que siga teniendo el control, que lleve mis piernas alrededor de su cintura, juntando las pelvis en un movimiento que me erotiza mucho más. Muevo las caderas ansiosa de tenerlo de nuevo tan profundamente que no sepamos dónde termina uno e inicia el otro, pero me hace renegar y gruñir cuando me nalguea. ¿Quién se ha creído? Aunque no hago nada de momento puesto que su virilidad da algunos roces contra mi ansiosa femineidad que me erotizan y excitan por igual. Mis senos se aplastan contra su tórax jadeando por la sensación deliciosa de sentirlo, de apretarme contra su constitución física.

Otro cambio y puedo sentir el mármol del piso de mi baño contra la espalda, la frialdad me corta la respiración haciéndome gimotear por las sensaciones, por tenerle encima y que me excite con sus movimientos sexuales que sólo me enloquecen más y más. Sus palabras sólo me obligan a reconocerle que es un hombre que quiero tener de nuevo, que me tome para sí, que me haga lo que quiera y jadeo intenso. Sus manos dejan un camino lleno de erotismo a su paso, me revuelvo inquieta, pero no puedo aún soltarme y además, no lo deseo, no lo quiero. Él está tan excitado como yo, lo siento en su respiración, en su forma de bajar a tomar mis pezones, de hacerlos suyos entre besos, mordidas y succiones. Lo siento reemprender el camino y abro los ojos sorprendida... no, no lo hará ¿O sí?

- ¡ALASTAIR! - pierdo el control en el instante que sus colmillos profanan mi intimidad, esa femineidad que sólo puede responderle a él de esa manera que me enloquece y me hace perder el control. Mi intento de zafarme es mayor, pero su presión lo impide una y otra vez. Mis caderas le buscan en tanto gimo su nombre y lo remeo una y otra vez, anhelante, ansiosa, erotizada, excitada - Al - jadeo intentando controlar el placer, pero es imposible, mi ser está tan sensibilizado y responde sólo a sus caricias de esa forma tan intensa y vibrante - ¡AL! - no puedo evitarlo y pronto siento la opresión, estoy por caer en el abismo y es en ese momento cuando logro zafarme, revolviéndome hasta tenerlo a él boca arriba, jadeando y gruñendo, con un par de gotas carmesíes bajando sensualmente desde la herida hasta la punta de mi pezón.

Trago saliva antes de tomarle igual de las manos y sin dudarlo, llevar los colmillos a su cuerpo, mordiendo ahí, donde su corazón debiera estar rasgando la piel sin misericordia para beber, en contraste, muy lento, mientras mi cuerpo se revuelve y se restriegan las caderas contra las masculinas. El aroma de su vitae se mezcla con la mía, un elixir que me embrutece los sentidos, obligándome a gimotear ante su sabor, soltándole las manos sin proponérmelo, urgida porque mis dedos desabrochen el pantalón y es en mi excitación y el sabor de su vitae, que suelto un rugido y rompo la prenda que me impide lo que tanto busco y encuentro con rapidez:

La penetración es fuerte, ansiosa, excitada... caigo una y otra vez contra su virilidad, absorbiéndola sin tapujos ni lindezas, no hay nada más que la pasión que siento por él, mientras bebo de su vitae... las sensaciones son intensas, arrebatan mi razón y pronto estoy arqueando todo el cuerpo en el instante que el orgasmo me lleva a la plenitud total... mi boca está manchada de su vitae pues algunas gotas vagan por mi barbilla resbalando por mi cuello arqueado. Mis manos están bien sujetas de su musculado abdomen en tanto el vaivén continúa. Me ha conquistado, me ha derrotado, soy adicta a su sabor, a las sensaciones que me causa con cada movimiento de caderas, con su general llenando con su presencia mi templo.

- ALASTAIR - mi voz resuena ansiosa, anhelante de él, de romper las barreras que me cubren y lento lo van logrando... el chapoteo de nuestros cuerpos contra el agua del baño y la fría loza del mármol es testigo de la forma en que él ha conquistado mi ser, mi corazón. Abro los ojos cuando todo va remitiendo y le observo... siento un estremecimiento que me recorre toda al tiempo que trago su vitae alargando la mano para acariciar su rostro. El siguiente movimiento ni yo lo espero, puesto que beso su boca con los sentimientos que ha despertado, dándole el poder que no quería darle: haciéndole saber cuán importante es para mí.


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Mensaje por Alastair Parthenopaeus Dom Mayo 13, 2012 11:52 pm





Cuando llegué al palacio que el Jeque de jeques mandase a construir a las afueras del Sacro Imperio, poco esperaba de aquello que ocurrirse durante mi estadía, he de admitir que en primer momento la presencia de la odalisca que siglos atrás me cautivase me desconcertó pero aun más fue lo que ocurrió en habitación. Un encuentro de pasión, donde dos seres intentan dominarse, por honor y orgullo, una batalla en la que ninguno de los dos se puede dar por vencedor, pero en que si se pueden sentir derrotados. Las pasiones desatan muchas cosas, entre ellas los delirios más grandes, como aquel en que ahora me encontraba envuelto. La urgencia de demostrarle a la jequesa Al’Ramiz que no era ella ahora dueña de su voluntad, sino que esta misma me pertenece a mí, mientras sean sus deseos aquellos que yo he de controlar.

Me propuse enseñarle a perder una batalla, pero no cualquiera, sino una guerra de egos, una que hemos de luchar cuerpo a cuerpo si fuese necesario. Tal como ahora ocurriese mientras ella lucha por honor, pero no por voluntad, pues se bien que lucha contra mí solo para no admitir que se encuentra derrotada desde antes, es ese frenesís que muestra en gemidos, sus jadeos y sus movimientos, la evidencia misma que se quema en el deseo del mismo modo en que ello lo hago. Un posesión rítmica, en una lucha donde el mayor premio es el placer, un placer ella alcanza a cada nuevo embiste de su cuerpo contra el mío, uno que yo encuentro al ver sus cuerpo erotizado. Su piel temblorosa entre mis manos, ardiendo entre la humedad de los vapores que emana de aquel baño, tersa, deliciosa y sobretodo cautivante, a pesar del salvajismo en que cayésemos, es señal de cual cerca esta de alcanzar la cima del placer, el clímax de un encuentro al borde de lo animal.

Mi virilidad en ella, en los lindes de una pasión irracional que supera la comprensión de ambos. Mis manos no dejan de recorrer su cuerpo una y otra vez, marcando por algunos segundos esa piel bronceada que sabe a gloria, dejando caminos secretos que llevan al mismo templo del placer que es ella, uno que alcanzamos al mismo tiempo el plenitud máxima. No puedo evitar reír al saber el descontrol de ella, al saber que no es solo mi deseo, sino el de ella perpetuar aquellos encuentros. Un encuentro que hubiésemos concretado la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, pero que una certera daga se encargo de rasgar el telar del destino donde nuestros caminos se cruzaban.

Cuando finalmente ella exclama mi nombre en la cúspide de un desenfreno delirante, la sonrisa se ensancha en mis labios para abrazarla y atraer ese cuerpo tembloroso al mío. Finalmente, tenía razón, esa noche no habría ganadores, solo dos personas entregándose los instintos más puros. Enredo mis dedos en sus cabellos, mientras mi otra mano rodea su cintura, acomodándola sobre mi cuerpo, la cercanía tras un encuentro tan brutal puede ser desconcertante, pero es aquello lo que busco que ella sienta la contrariedad en todo su ser. Un beso calmo roza mis labios, y respondo de igual forma saboreando esa caricia intima.

Mientras la beso, la abrazo y recorro lentamente todo su cuerpo, no provocándola, sino como si desnudase pétalo a pétalo una flor, para encontrar a la verdadera mujer que esta tras la apariencia de guerrera. La tomo en brazo sin detener el beso, para depositar su cuerpo contra la cama, las sedas acarician su piel desnuda con la misma suavidad con que mis manos delinean su cuerpo. No solo las caricias cambian de ritmo, pasan a ser tan delicadas como las manos de un alfarero que está formando una nueva obra, una pieza, una que espera sea única. Los besos son parte de aquel proceso, no solo sus labios, sino que sus facciones, su nariz e incluso su barbilla. ¿Qué busco? conseguir que ella note la diferencia entre un encuentro brutal y un encuentro calmo, ahora no deseo brutal, solo caricias de reconocimiento, despojando lentamente las corazas que ella misma se ha encargado de poner.

- Entre las sedas no habrá ganadores. - susurro contra su oído - Solo tú y yo, Kala y Alastair, sin títulos ni cargos a los que responder. - concluye antes de besa el lóbulo de su oreja y acunarla. Prontamente los ojos de ella se cerraron, y los míos se perdieron en contemplar aquel sueño, sus facciones, y su respiración acompasada, si realmente durmió, lo desconozco.

Yo no dormí me perdí en memorizar los detalles de un cuerpo tan perfecto, una mujer delirante, pero que mas allá de la frialdad que demuestra, es una niña a quien mantengo en mi memoria. Los días siguientes bajo la hospitalidad del Jeque de jeque, las horas en que no estaba en conversaciones con Kareef, las pase entre la habitación de ella y la mía, repitiendo los ritmos del amor, cambiando de estrategias, pero siempre acabando entre las sedas, ella en un sueño ligero, y yo perdido en sus pliegues, contemplándolos. Finalmente el tiempo tardaría en volver a encontrarnos, un capricho de ellos que no puedo evitar.

Así fue como tras largas horas de uno de nuestros encuentros, la deje como la primera vez en su cama y espere a que serrase los ojos, para despedirme con un beso delicado en sus labios. Una despedida que podía significar meses sin encontrarnos, pero que era preferible, el tiempo para que ella notase el real peso de lo ocurrido en esos días.

- Quiera el destino que nuestro próximo encuentro sea para que hilemos juntos un nuevo presente. - susurro contra sus labios antes de besar sus labios carmín y dejarla allí, desnuda entre las sabanas de su cama, con sus negros cabello tiñendo los almohadones, sus labios entreabiertos señal de su letargo, de cuan complacida se encuentro.

Un despedida que es necesaria, pues aun las moiras juegan con sus hilos para lograr remediar los estragos que en el pasado arruinasen lo que pudo ser una gran historia.


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Mensaje por Kala Nahid Al'Ramiz Jue Jun 14, 2012 10:26 pm

Puedo recordar esos días, esas noches entre sus brazos tras la primera en la que perdí por completo el control y me ofrendé como lo que era en ese momento: una tormenta en medio de la nada, sin sentido, sin un propósito y ante él, entendí cuál era mi lugar, dónde podría estar y cómo. Decir que su ausencia no me dolió sería mentir, pero sobre todo, engañarme. Fingí durante mucho tiempo hasta que volví a reencontrarlo, pero las noches en solitario fueron lo más difícil que tuve que sobrellevar. Tras ese encuentro en mi baño donde caí contra su cuerpo y él me recibió de esa forma tan tierna y dulce, algo que jamás tuve, me descubrí de pronto obsesionada con él. No podía sacarlo de mi mente, mucho menos tras el instante en que él se mantuvo conmigo abrazándome hasta que me dormí. Curioso pues, porque jamás en mi vida tras estar esa temporada en el Alamut pude descansar. Simple y sencillamente me recostaba para perderme en la profundidad de la noche, de esa oscuridad que me arrebataba la razón y me impedía por todos los medios tener un sueño donde al despertar me sintiera como nueva. Y con él... todas las noches que compartimos... fue así...

¿Qué poder tiene sobre mí? Sé que es el que yo le doy, pero entre sus brazos cuando iba a por mí, entre caricias y besos, susurros eróticos y sensuales, no encontré más que una presencia masculina que me arrebatara las ganas de pelear o bien, la racionalidad para convertirme sólo en una simple y sencilla mujer. El fuego entre nuestros cuerpos consumió mi alma, mi ser y tatuó su nombre incontables veces en mi piel. Sus ojos se grabaron en mi mente para no desaparecer ya más, su risa arrebataba la mía y me sentía plena y satisfecha aunque sólo acabara él de llegar y me hiciera una pregunta o una broma. ¿Qué es ésto que siento entonces? Cerraré los ojos y como con el Destructor y el Equilibrador le dejaré pasar, me envolveré en una coraza de metal para evitar que pueda introducirse hasta las fibras más sensibles de mi ser. Soy cobarde e intenté que no me afectara, incluso hubo noches en que me adentré en mis ocupaciones para llegar con el tiempo justo para meterme a mis habitaciones, sólo para descubrirme dando vueltas en la cama vacía, ansiándole al saberle tan cerca.

Soy una mujer débil, caí seducida una y otra vez por el olor que en mis mantas permanecía, me obligué más de una vez a no ceder, pero fue imposible. En todas las ocasiones me levanté y a pesar del riesgo que implicaba que el sol me alcanzara, fue más mi anhelo y me colé en su recámara para ser recibida entre sus brazos, sus besos que desarmaban mi mente y sus caricias que me preparaban para la unión de nuestros mundos. Ansiosa y deseosa siempre estuve durante toda su estancia hasta que una noche desperté y no lo encontré a mi lado... sabía que se iría al siguiente día, pero esperaba que al menos me lo dijera y no fue así. No tuvo el ¿Valor? De encararme. Aún ahora siento la desesperación y la frustración por... por no haberle besado una última vez, que su sabor quedara en mis labios. Y me exaspero porque sé que no son las sensaciones que debía tener una Jequesa, los pensamientos que debieran poblar mi mente, pero sin embargo están ahí. ¿Cuándo le volveré a ver? Quizá nunca. Es el Minoico del Sanat Kumara, me lo ha dicho mi padre cuando estuvimos a solas. Es uno de sus compañeros, pero sobre todo, es el Errante. El que jamás se queda en un lugar.

Eso le dio otra vertiente a mi realidad, él no sólo estaba prohibido por mi sino, también por lo que él implicaba para el Sanat Kiumara: su espía y yo, una sedentaria. Agua y aceite éramos. El saber que él aún conservaba mi daga y lo que significaba no fue suficiente para decidirme perseguirlo. Era más mi miedo a saber que viéndolo, no querría separarme de él. Quizá algún día lo vuelva a ver y tenga la fortaleza para no echármele encima. Que sepa disimular de forma adecuada cuánto me hace sentir y lo que puede ser en mi vida. No, imposible son los derroteros que toma mi mente. Sencillamente no puede ser, no debo hacerlo. Una vida con él a mi lado es sencillamente una ilusión. Algo que jamás sucederá no porque no empatemos en la cama o quizá en el campo de batalla, si no porque no deberíamos. Vamos Kala, no te obsesiones. Sólo vélo como lo que ha sido hasta el día de hoy: Una conquista, una relación fugaz. Un hombre a quien encamar cuando le veas, pero hasta ahí. No combines los sentimientos porque eso hará que te destruyas al completo. Cierto es, porque no importa cuánto lo desée, nuestros velos del destino están obligados a separarse.


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