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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Katra Di Alessandro Dom Oct 30, 2011 6:48 am

Recuerdo del primer mensaje :

Paris Francia, 1800

Llevo cerca de un mes en Francia, y ciertamente ha resultado más divertido de lo esperado. No solo por la gran cantidad de fiestas y eventos sociales a los que asistí en compañía de Marianne, sino también por los innumerables nuevos diseños que llevo para mí, todos diseños exclusivos con los que me luciré en el Imperio, frente a la gran cantidad magistrados decrépitos que fantasean con llevarme a su cama… ¡Uf! Son un verdadero fastidio, pues se han encargado de difamarme cuanto han podido entre sí. Solo porque tuve la poca acertada idea de encapricharme con uno, hasta dejarlo al borde del deseo más carnal y luego irme, para que aprendiese que no es llegar y querer tener una aventura conmigo.

Lo más suave que se ha dicho de mí es que soy vanidosa, si claro que lo soy, a más no poder, y como no serlo si basta con que mueva un hilo y esos decrépitos rinden pleitesías a mis pies. No negaré que tengo cientos de defectos tan humanos que es imposible creer que todos recaigan en una sola persona. Pero acaso como podía ser distinto, si soy hija de la mismísima Sabrina Di Alessandro, una de las mujeres más temidas en Europa y de Acheron, que por muy sereno que aparente ser, tiene una fama latente como domador de fieras.

He allí mi orgullo y arrogancia, por eso, apenas llegaron los rumores que uno de los cinco jeques andaba tras mis pasos, o más bien tras mi mano, saque a relucir mis más altaneros modales. No aceptaría bajo ningún argumento, ser la esposa de un Jeque, que no solo tendría una sino cuantas esposa se le antojase tener, ello sin contar el harem de odaliscas. Y con menor razón me casaría para ser un trofeo símbolo de una alianza, entre Alejandría y el Sacro Imperio, ello ni en los mejores sueños de aquel dichoso Jeque ni en mis peores pesadillas. Y aun que fuese por cansancio me libraría de sus pretensiones….

El suave golpe en la puerta de mi recamará, me llevo a guardar el diario y la pluma con prontitud en un pequeño bolso de mano, en que llevaba lo imprescindible. Una botella de perfume, unos cuantos francos, una daga egipcia y mi diario, un breve registro de mis días y aventura más interesantes. Nadie sabía de la existencia de este, a excepción de mi madre y Marianne mi confidente más próximo, justo a tiempo guardé todo. Pues mi lacayo, más bien uno de mis guardaespaldas humanos, ingresaba a la habitación, como era su costumbre sin esperar respuesta

- Su Majestad, el carruaje la espera para que regresemos al Imperio- Asentí al anuncio de mi escolta, y fui por mi capa nueva. Se trataba de un diseño de terciopelo que serviría de abrigo cuando cruzásemos las Montañas Pirineos, la capa era negra y con capucha, especial para esconder mi rostro y evitar que algún enemigo del Sacro Imperio me reconociese e intentase atentar contra mi vida. Mi vestido de un color marmolado, entre gazas y satín, corte imperio se ajustaba en mi busto, pero bajo este caía suelo, dejando ver en cada movimiento mis curvas.

Cuando estuve lista salí del cuarto, donde me esperaban los faltantes guardias miembros de mi escolta. Eran cerca del medio día, lo que significaba que al anochecer estaríamos cruzando las montañas rumbo al Sacro Imperio, era allí donde mayor cuidado debíamos temer. Subí en silencio y me acomode para el viaje, solo cuando ya estábamos nuevamente en marcha saqué mi diario para continuar escribiendo.


… Cansancio, si esa fue la formula que ocupé y dio resultados pues luego de más de diez fallidos encuentros, dejo de enviarme invitaciones y obsequios. Lo que he de admitir me defraudo un poco, pensé que el Jeque sería más perseverante. Su retirada del juego me dejo confundida, pues pensé no me dejaría tranquila hasta que accediese a hablar con él y a escuchar su oferta. Lo que nunca ocurrió, pues lo deje plantado en cientos de ocasiones.

Recuerdo bien, una mañana mientras desayunaba junto a Marianne en mi habitación del Hotel, golpearon la puerta, se trataba de uno de los mozos del hotel anunciando que había un mensajero con unos presentes para mí. Miradas curiosas intercambie con mi amiga, e indicamos subiese con ellos, pensando se trataba de algún de los jóvenes de la fiesta de la noche anterior. Para sorpresa de ambas, la habitación se lleno de hermosos ramilletes de flores. Tulipanes, rosas blancas, calas y flores de Azahar, todas inundando la habitación y mi rostro de incredulidad, sin comprender quien podría haberse dado el trabajo de seleccionar tan detenidamente cada ramillete cada flor con un significado diferente, Como si tratase de darme un mensaje con cada una de ellas.

Comprendí recién lo que ocurría cuando él mensajero me entrego un pergamino perfumado, perfumado con la misma esencia que uso en mis baños y un mensaje concreto “Princesa, la espero a las 8.30 en el Teatro.” Sin firma, solo aquel mensaje, a lo cual Marianne se rio y yo entre en una especie de paranoia, mezclada con asombro al ver semejante alago. Pero aquello duro el tiempo suficiente que tarde en interrogar al mensajero, quien admitió que un hombre vestido a la usanza árabe le había hecho el encargo.

Por curiosidad decidí asistir aquella noche, admito que llegue antes de la hora citada, unos cinco minutos antes. Habré esperado no más de cuatro minutos y retiré, segura que el no llegaría o que se aburriría de los caprichos de la princesa a quien pretendía desposar.

Pero los intentos no acabaron allí…

Sin previo aviso el carruaje se detuvo, guarde todo en mi bolso de mano y saque la daga, en el preciso momento en que uno de mis lacayos se asomaba para informarme que era hora de la merienda. Asombrada me percate que el sol se escondía y daba paso a la noche. Asentí, mientras ellos me servían una copa de vino junto a unos frutos secos. Pero algo no lograba de cuadrarme, con cierta desconfianza bebí de mi copa un pequeño sorbo. A los pocos segundos caí en una especie de sopor, mis parpados se volvieron muy pesados y sentí mi cuerpo sin fuerzas, cerré los ojos y sin fuerza para abrirlos, sujete mi bolso y escuche a los guardias moverse a mi alrededor



Última edición por Katra Di Alessandro el Lun Ene 02, 2012 3:16 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Vie Feb 03, 2012 12:09 am

La paz de su interior llega hasta la pequeña mujer que está en sus brazos recargada contra su cuerpo aspirando su aroma a sándalo y mirra. Invoca a los espíritus de sus antepasados quienes podrán ofrendar la tranquilidad que la princesa necesita. Su respiración a pesar de ser un vampiro, es acompasada, el corazón late de forma rítmica arrullándola. Su voz continúa vibrando las fibras más íntimas y sensibles de la dama que está en sus brazos.

¿Por qué lo hace? ¿Por qué es tan importante para él? Demostró ser una mujer inestable, pero ¿Quién no lo sería tras enterarse que todo lo ha perdido? Su familia, su hogar, su posición... Mientras la tiene entre sus brazos medita todo ésto y mucho más. Además, Kala siempre se ha caracterizado por ser una mujer caprichosa, capaz de realizar un acto tan vil como darle celos a Sayyidat Di Alessandro. Celos. Curiosa palabra en un ambiente como el que los rodea.

¿Acaso por fin tocó su corazón? Ese frío órgano que parece no ser conmovido con nada. Durante mucho tiempo, meses, estuvo rondándola, buscando un hueco por el cual penetrar hasta sus sentimientos para mostrarle su realidad, quién es el Jeque de Alejandría, que el estar a su lado no es nada despreciable, todo lo contrario. Es un ser que lo entrega todo sin dudarlo, pero pide lo mismo. Equilibrador, comprensivo, pero ella simplemente lo despreció. Se alejó de él en todo momento, evitando que pudiera demostrarle la realidad, lo que es. Y no sólo eso, si no humillándolo cada vez, con sus desplantes, sus faltas de etiqueta, sus conductas impropias para una dama de su status.

Aspira profundamente escuchándola llorar. Si pudiera lo daría todo por devolverle la felicidad, lo perdido. Sin embargo, los años y milenios le han demostrado que el simple acto de ansiar no es suficiente para que el tiempo regrese a las épocas en que todo era felicidad. Inútiles son los anhelos por lo que ya se llevaron las arenas. El desierto es desolador, pero más terco es quien no busca un nuevo oasis y espera que Sayyidat Di Alessandro tenga la entereza para mirar al frente, atesorando los recuerdos, pero no viviendo de ellos.

Las palabras llegan tarde para sus oídos, porque esos hombres que cayeron para defenderla, confiando en su líder que les guió a la victoria, son irremplazables. Vidas que no brillarán más en el cielo que se posa sobre Arabia; se oirán historias en los consejos y en las cenas familiares. Se les recordará, pero nada más allá de eso podrá hacerse. Memorias cual perlas de mar se atesorarán en los baúles de la mente, de los corazones. Algunos son afortunados, pues tuvieron vidas fructíferas. Sus transformaciones se dieron hace siglos, por lo que sus familias más cercanas han desaparecido con el paso del tiempo. Otros, apenas estaban aprendiendo a mirar a sus seres queridos desde lejos, protegiéndolos con discresión. Jóvenes pues, comparados con el Jeque de Jeques.

Eso es lo que no consuela al corazón del árabe porque él los vio nacer, crecer, dio el permiso para que les transformaran. Los entrenó, permitió que le protegieran, que le cuidaran y peleó con ellos hombro con hombro contra los sobrenaturales que deseaban la destrucción de sus ciudades. Contra los hombres que ansiaban la destrucción de todo en pos de la expansión. Lograron tantas cosas y ahora sólo le quedan los recuerdos. Cierra los ojos y su canto termina in crescendo, como una alabanza a todos ellos. Los que lograron regresar y los que no.

Una tibia piel contra la suya le devuelve a la realidad sacándole de sus pensamientos para admirar a la dama entre sus brazos. Sus palabras no reconfortan su corazón, no logran... fija la mirada en los orbes femeninos, no deja de admirarla... es hermosa, sus facciones, la deliciosa manera en que todo está confeccionado por la misma divinidad para que su corazón, uno que creía marchito desde hace ya siglos, volviera a latir. El vampiro no es ciego pues sabe que la belleza no lo es todo. Si no hay una personalidad que vaya en concordancia con el físico, sólo es un cascarón vacío.



¿Quién es realmente Sayyidat Di Alessandro? ¿La niña que juega con fuego al tentar a los senadores? ¿La mujer capaz de aceptar sus errores? ¿La dama que le lleva vitae a los guerreros? ¿La indómita yegua que se opone a ser domada? ¿Quién es? ¿Quién? Pues al tiempo que las preguntas se forman en la mente del Jeque, ella acaricia sus facciones. Kareef medita si debe llevar a esta mujer hacia su ciudad, Alejandría. ¿Debe permitir que ella vuelva a hacerle daño a los suyos con sus ofensas, desplantes y altanería? ¿Debe dejarse llevar por los sentimientos y no por la cabeza?

En un punto de no retorno Kareef se siente superado por primera vez, ni siquiera el roce de la mujer que una noche ansió tener a su lado al aspirar ese aroma que ahora tiene envuelto entre sus brazos es capaz de sacarlo de ese instante de total añoranza. ¿Valdrá la pena estar con una mujer así? ¿Será acaso conveniente para su pueblo y su familia tenerla como consorte? Una vez permitió que sus sentimientos se antepusieran a sus deberes y Kala fue la que sufrió las consecuencias. Mentira, todos lo hicieron porque hasta la fecha su hermosa hija es incapaz de volver a amar de la forma en que antes lo hacía. Ya no lo mira con ese cariño tan vibrante e intenso, tan palpable.

Se estremece pensando en que no debe tener a Sayyidat Di Alessandro consigo, ya no... El momento preciso para hacerla a su vera, ha pasado. Le demostró que sólo es una pequeña niña que necesita ser mimada, ser el centro de atención y protegida. Cierra los ojos al mismo tiempo que ella toma su rostro y le entrega un beso que casi lo hizo reír con cinismo. ¿Cuántas veces no lo ansió mientras la perseguía a todos lados que quería llevarle? ¿Cuántas veces no se arrastró ante ella y fue ignorado, humillado? Una lágrima resbaló por la mejilla del hombre más poderoso de Alejandría... mudo testigo de su martirio mental.

Su voz tan cerca del oído, el afán de ocultarse, sus palabras... sólo hacen que la sonrisa sea más amarga. La estrecha entre sus brazos manteniéndola en silencio contra él. Saboreando lo que ya no puede tener, anteponiendo la necesidad de su pueblo a la suya. Su propio anhelo resbala al tiempo que una lágrima cae en el rostro de la joven. Acaricia su cintura con un nudo en la garganta para negar con la cabeza. Los ojos se abren y observan al frente, apretándola más contra su físico. No encuentra la forma de que ambos convivan: deber y deseo. Rivales, enemigos, extremos opuestos de la cuerda que jamás se unirá.

- Sayyidat Di Alessandro - susurra con voz ronca, al tiempo que una lágrima se escapa y resbala por su cuello, hasta desaparecer dentro de su túnica - una vez... creí que sería usted mi oasis... el refugio en el que me encontraría y descansaría tras largas batallas. El aroma de su cuerpo sólo me hacía consciente de la hermosura que podía haber en usted - sus ojos se fijan en los de la joven - sin embargo, usted fue más sabia al rechazarme una y otra vez... - acaricia su rostro con dedos que ansían retener esa sensación por siempre - Ya no puedo darle más prerrogativas. Ya no debo ser débil ante usted. Es libre, a pesar de todo lo que dijo, es libre. Puede ser que sus palabras sean una consecuencia de su propia pérdida, pero le puedo asegurar que en mí, tendrá un guardián, un consejero, un pilar en el cual sostenerse. No puedo ser más... no le puedo dar más. Ya no - traga saliva - Sea pues, Sayyidat Di Alessandro, Princesa del Sacro Imperio Romano, que retiro mis intenciones para con su persona. Ya no tiene por qué mentir o huir - besa su frente aspirando su aroma, para conservarlo en los días de soledad - no es necesario ya que finja. Entendí bien el mensaje, aunque tardé en hacerlo - se pone en pie con ella en brazos, para depositarla con suavidad en el asiento, alejándose de ella.

Se acerca al escritorio para acariciar la superficie pulida en silencio, sabiendo que será más doloroso alejarla de su vera ahora que después. Porque al menos después, sabría lo que es tenerla de compañera y más difícil sería la resignación. Es sólo una niña confundida que ha perdido a toda su familia, que se refugia en él como tabla de salvación, pero sobre todo... una infante que aún no ha madurado y de la que Kareef alejará de su pueblo como sea. Es doloroso sepultar el anhelo por ella, la ilusión de tenerla consigo, el deseo de amarla y la desesperación de volver a estar solo. Aún así, sus ojos se fijan en una vieja joya sobre la mesa. Kala Nahid Al'Ramiz se perdió por su debilidad. Nadie más lo hará.

Una lágrima es testigo del dolor que le ocasiona esta determinación, pero alza la cabeza mirando al frente con resolución. Lo que hace duele más que mil carbones ardiendo, más que el sol contra la piel, pero perder a alguien más por su propio egoísmo es mucho más cruel y despiadado. Mucho menos fácil de solucionar. Cierra los ojos y al abrirlos toma aire para enfrentar su nueva realidad, dejando atrás a la Cala que una vez deseara para sí. Dejándola libre.




**** La luna ilumina mi sendero, dejando atrás las arenas que llenaron mi pasado ****


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Mensaje por Katra Di Alessandro Sáb Feb 11, 2012 2:34 pm

Pocas veces dejo a un lado el titulo, me olvido del protocolo y de las apariencias, me criaron no para ser hija, no para ser mujer, aun menos para ser esposa, por el contrario mi deber no era ser la compañera de nadie, sino ser la Emperatriz del Sacro Imperio. Un líder de carácter, decidida, autoritaria e incluso arrogante, por lo mismo mi única libertad eran mis caprichos, caprichos inventados por mi misma para alejar de su lado a quien osase acercarse, No había hombre en el Imperio que no hubiese intentado complacerme, pero mis exigencia eran cada vez mas irreales inalcanzables para cualquier mortal, acertijos que jamás descubrirían.

Así, yendo en contra de la crianza, de la princesa inexpresiva o arrogante, deje salir a la niña frágil, aquella que acaba de recapacitar acerca de mis errores, disculpándose y sincerándose por vez primera ante alguien que no fuese mi gran amiga Marianne. ¿Mis motivos? Kareef al’Ramiz se gano con una paciencia impresionante mi confianza y mi corazón, su perseverancia calo en mí, no porque consintiese a mis berrinches, todo lo contrario. Al hombre ante mí jamás le pedí nada, pero él puso el mundo ante mi todo por consentirme para alagarme o conseguir un poco de atención.

Cerré los ojos con dolor ante la nueva distancia que nos separaba, no eran mis desdenes sino el desprecio de él aquella nueva barrera. Mis ojos se volvieron a humedecer en la medida que él hablaba, espere que dijese todo lo necesario, meditando las palabras preparando mi respuesta tal como solía hacer ante el senado. Alejándome de la escena, viendo con la mayor altura de miras los sucesos de las noches anteriores, intentando descubrir cuál fue el punto de la real inflexión entre ambos. ¿Donde fue que el jeque perdió aquel interés? ¿Cuándo fue que decidió abandonar aquella batalla? ¿Qué lleva a un hombre a rendirse cuando esta por ganar?

Con la mayor entereza que pude hallar en mí, me incorporé del sitio donde me dejo, sacando fuerzas de mi orgullo ahora herido, me estaba acusando de mentir sobre lo único que jamás podría mentir. Me había enamorado de él, con cada intento por de él conquistarme aunque el temor de ser solo un objeto un, trofeo supero mis sentimientos, todo antes de ser dañada. Un largo suspiro acompaño mis palabras, guardando la distancia, mientras que distraída mente jugaba con la copa que había dejado a un lado - ¿Para quién son esas palabras Sidi Al’Ramiz? ¿Se intenta convencer a usted? ¿O se dirige a la Princesa Di Alessandro?- Mi voz serena, levemente quebrada, se escucho en la habitación, donde la tensión se palpaba a cada milímetro.

Lleva la copa a mi rostro, tasta tocar el borde con la punta de mi nariz, vitae, aquel aroma me recordaba a mis padres, siempre con una copa a mano antes de una sesión del Senado - Tiene razón en una cosa, la Princesa Di Alessandro miente, manipula, y es caprichosa. Demás está decir que a momentos es arrebatada e irracional. Aquello se lo concedo, piense afirme y si así desea publíquelo ante su pueblo. - Deje la copa donde estaba antes, y camine hacia la dirección opuesta donde estaba é, me detuve frente a lo que se supone era un retrato de Alejandría, una ciudad hermosa al atardecer . - Finalmente esa princesa no existe más. ¿Qué trono ha de ocupar? ¿Qué pueblo ha de liderar? … Ahora solo queda, aquello para lo que jamás la educaron, ser mujer- Ella podía ser todo, pero se había quedado siempre bajo el manto de sus padres, bajo el halo de los emperadores ¿Ser mujer? Además de las banalidades de las corte, no había tenido instancia para ser solo eso, ser Katra.

- Pero ahora Sidi Al’Ramiz, me cuestiono ¿A quien Juzga?... ¿A la princesa? Los dioses saben que ella vivió a la defensiva cuidando sus espaldas, manteniendo a todo el mundo a límite, a distancia. ¿Cuántos senadores habrán intentado lo que solo usted consiguió? - Una amarga sonrisa con su notas de tristeza en su voz - ¿Cuántos senadores alardeando haber compartido lecho con ella? No tenga el descaro de negar que escucho aquello. - mis dedos delinearon cada tallado de una elegante mesa de arrimo, un gesto distraído en apariencia pero que intentaba darme la entereza que se quebraba a cada palabra, finalmente fue entre aquellas víboras que aprendí a ser arrogante y despectiva.

- Alguna vez se ha preguntado, solo por curiosidad y su inmensa sabiduría, ¿Cuántos hombre debí sacar de encima? Espadas, arrebatos, sangre derramada, e incluso si lo que ellos llamaban mis caprichos. ¿Qué manipule? Si lo hice y lo haría nuevamente, si pudiese recobrar mi pueblo. ¿Qué soy caprichosa? Si eso se refiere a no dejar me pongan un dedo encima, lo soy. - las palabras brotaban solas de mis labios - ¿Cree acaso que le rechace por capricho? Que así sea, es libre de creer lo que guste de mí. Mis testigos son los dioses, si ellos saben que solo intentaba una cosa. No deseaba ser la mujer trofeo de ningún hombre, menos de un desconocido que desde tierras lejanas aparece a pedir mi mano - voltee finalmente a verle, sincerándome, el fin, ninguno. Solo buscaba liberarme de aquella carga.

-Torpeza la de Katra, que se enamoro y solo lo comprendió cuando su mundo se desmorono - Pase mi mano derecha por mi rostro y luego por mi cabello, señal de mi cansancio. Las vidas de sus hombres, la de su familia y la de él, demasiadas sangre perdidas aquella noche, todo porque él se propuso conquistarme. - Lamento, sinceramente lo digo Kareef - por primera vez desde que comencé a hablar volví a usar su nombre - Lamento que hayas basado tus impresiones de mi, en solo lo que la Princesa aparentaba, y no hayas conocido a la mujer.-

Tome de la mesilla una flor de loto, de cristal la que observe con suma atención viendo cada arista, cda nuevo color -Le juzgue mal, mi error. Pero..¿Acaso el Jeque de jeques, el líder de los cinco frentes, se dejará abatir y presenta su rendición justamente cuando he decidido bajar las defensas? - un largo suspiro, otra mas ¿Cuántos iban ya en esa noche? ¿Cuántas lagrima derramadas por la princesa infranqueable?

-¿Por quién se rinde? ¿Por usted? ¿Por su pueblo? ¿O su familia? -
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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Sáb Feb 11, 2012 6:25 pm

El silencio guarda todo lo que él no puede expresar con palabras so pena de flaquear y entregarse al anhelo de tenerla entre sus brazos, de que por fin ella esté a su lado, con la risa penetrando sus oídos llegando hasta donde un órgano hace mucho que no late y sólo ella puede lograr el milagro de traerlo a la vida entre miradas enigmáticas, sensuales, llenas de promesas que Kareef un día anheló tener para sí.

Peleó por ella durante mucho tiempo y ahora es el momento de entender lo que ya no es posible retener a su lado. Es algo iluso pensar que ella puede con la obligación que carga tras sus espaldas. Es un hombre que dará todo por su pueblo, por su gente y ella parece estar cegada en su encaprichamiento de niña consentida y carente de sentido común para tratar a las personas como se debe y no como se le antoja.

Se pasa la mano por los párpados, en una caricia que se antoja exasperada, tensa, indeseada. Levanta el rostro hacia el techo, observando la madera como quien busca en ese simple acto la respuesta a todas las preguntas que se forman una tras otra y que decidirán el destino de su vida. La orientación que el barco a la deriva debe tomar para llegar a buen puerto. ¿Por qué no tiene dos dedos de frente? Sentido común le falta a la joven y no por ello arriesgará a toda su gente.

¿Que para quién eran esas palabras? Claro que para... en un instante Kareef ya no sabe qué es lo que sucede, está perdiendo el norte y eso es más preocupante aún que el ataque hacia Agharta y sus miembros. Si él también se descoloca ¿Qué le queda? Eleva la mano izquierda, colocando el dedo pulgar en su sien y el anular en el otro extremo de su cabeza en tanto su mano contraria sirve de apoyo al codo izquierdo. Se lame los labios mordiéndose el inferior esperando que la vitae y el dolor sean los que le den un brillo a su vida, al camino que debe seguir ahora, pero no tiene éxito.

La Princesa Di Alessandro da la imagen que justo a Kareef enerva, hace renegar y es la causante de su decisión de dejarla en libertad. Una mujer así no la desea en su vida, ni en la de su pueblo. Prefiere mil veces abstenerse de estar con ella que permitir que su gente sufra bajo su liderazgo. Aunque la visión que le da de la mujer es justo lo que le hace gruñir aún más. Su instinto le obliga a protegerla, un impulso irracional de estar con ella, de cuidarla, de conquistarla y tenerla a su vera. Definitiva es su obsesión por ella, su anhelo, su deseo.

Aún así no debe ser tan ciego, tan falto de sabiduría y de entendimiento. Las razones vertidas por la voz femenina, cual su conciencia son las que fortalecen sus diques. Si Sayyidat Di Alessandro no sabe ser una mujer entonces ¿Qué es lo que le queda? ¿Habrá alguien que se arriesgue a enseñarle? ¿Es sólo cuestión de aprendizaje? ¿Tendría solución realmente?

Aspira de nuevo caminando hacia la mesa observando el mapa donde todo está trazado: un nuevo plan en marcha, una esperanza, una estrategia imparable. Si todo es parte del destino, de la vida que da oportunidades y de Alá que da bendiciones, ¿Quién es Kareef para oponerse a ello? Cierra los ojos escuchando lo que quizá es la mayor verdad de todas: jamás conoció a la mujer y en cambio, se dejó deslumbrar por la Princesa. Buscó una y otra vez a la que siempre le rechazó y en cambio, jamás encontró a la que ahora se desnudaba ante él.

Sus palabras, todas ellas tienen una sabiduría que él desconocía de la Sayyidat Di Alessandro y que ahora llegan como preciosas gemas de incalculable valor. Entorna los ojos recordando unas palabras que jamás entendió, vertidas por el mismo Sanat Kumara cuando apenas se conocieran en tanto caminaran por los pasillos de la hermosa Agharta, después de que el Líder en Tiempos de Guerra hablara con la Shamballah a quien se habían encontrado sin proponérselo. El brillo en los ojos de ambos en cuanto sus miradas se entrelazaron, las sonrisas cómplices a pesar de que ella estaba con muchas figuras a su alrededor.

Sólo un instante bastó para que Kareef entendiera que una comprensión de esa naturaleza y un amor de esa amplitud, jamás lo sintió ni con su Primera Esposa. Las palabras de Valerius referentes a que una esposa no era un adorno más, ni un complemento del alma, si no de la vida, del pensamiento, de los momentos más necesitados fueron entendidos a medias. Su Primera Esposa era su otra mitad y al mismo tiempo había partes donde no embonaban el uno en la otra. Algo faltaba y durante mucho tiempo el León de Alejandría se negó a verlo.

Ahora, entiende las palabras de Valerius quien exaltaba a la Shamballah entre sonrisas de felicidad, orgullo y complicidad. La forma en que ambos en sus mentes terminaban la frase del otro cuando estaban juntos o bien, las miradas en búsqueda de apoyo cuando uno de ellos decidía algo, eran el pan de cada día cuando Astrea estaba aún en Agharta. Con Katra a sus espaldas llenando los huecos del pensamiento que tanto había analizado se da cuenta de cuál importante era la Shamballah para el Sanat Kumara y por qué él ahora se siente perdido.

Qué forma de presentarse ante él la claridad del entendimiento de una relación que ahora mismo siente con la Princesa. Muchas cosas se escapan de su comprensión, pero ella las pone ante él en un complemento cuasi perfecto. Como si ella es ahora la voz de su inconsciente que dormía durante tantos años. ¿Realmente es Sayyidat Di Alessandro la mujer para él? ¿Está negándose de nuevo y cegándose? Esas preguntas no tienen respuesta, pero a Kareef lasceran tanto como el sol en la piel. ¿Cómo responderlas? ¿Su pueblo merece sufrir de nuevo?

Gruñe golpeando la mesa al tiempo que su mente vuelve a ser un caos al momento de analizar y decidir el proceder con el cual ha de sellar el futuro no sólo de Alejandría, sino de Agharta. Si es débil y acepta a esta mujer a su lado equivocándose de nueva cuenta, su cabeza será la que se perderá para siempre. Sabe que no tendrá la fuerza de seguir avante en caso de que su instinto elija el camino equivocado.

El suspiro masculino inunda toda la habitación en el momento que ella termina la pregunta, una a la que tampoco tiene respuesta... Rechina los dientes dejando que los colmillos se barran... Está tan confundido porque la ansía tanto a su lado y al mismo tiempo le aterroriza que permanezca así. No puede pensar, todo se le cierra por lo que da media vuelta hacia la salida, hacia la puerta, sintiéndose ahogar y al mismo tiempo busca lo que a últimas fechas le relaja.

No sabe cómo, pero cuando su mente sale de la inconsciencia que sólo duraría unos segundos, quizá 10, quizá 20, Kareef tiene entre sus brazos a la única que puede darle la paz que necesita, el aroma que le relaja, que le hace pensar con frialdad. La arropa con su cuerpo, llevándola sin pensarlo hacia el único lugar donde sentirá tranquilidad y paz... la recuesta en el lecho buscándola, abrazándola, cubriéndola con las mantas para quedarse así, en total silencio.

- Este olor es el único que me ha dado paz tras milenios de caminar en el desierto - susurra acurrucándola contra su pecho, besando sus cabellos en silencio aspirando su aroma, casi anhelando que se introduzca entre sus poros hasta llegar a lo más profundo de su ser. Kareef sabe que no le queda nada más que eso, que nadie más le interesa en el mundo, que no tiene a nadie para él, para sí. Desea a Katra más que a nada en el universo - sé mía, no me queda nada, no tengo a nadie para mí, que esté a mi lado todo el tiempo y a quien le interese en realidad. Sé mía, Katra y te prometo que nada, ni nadie hará que vea a otra persona que no seas tú, porque sólo tú eres mi sostén, el pilar en el que me sostengo, mi refugio, pero no te asustes... por favor, lo digo porque tu olor es mío desde hace demasiado tiempo en forma de una de tus capas que un espía me trajo... por eso es que te busqué, quería olerte de nuevo y saber que ese aroma era el de una mujer que me daría lo que necesito: un amor que perdure... un único amor sólo para mí como yo seré sólo para tí.

Es el momento decisivo, quizá ella se vengue por haberla despreciado, pero si sus palabras son ciertas, toda la carne está en el asador y Kareef es el que más tiene que perder...




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Mensaje por Katra Di Alessandro Vie Feb 17, 2012 9:28 pm

Cada tonalidad que daba aquel magnifico cristal en que fue tallada la flor de loto, demostraba cuantos matices posee la vida, que todo depende de quién mire. Me mantuve allí, abstraída en su elegancia, su belleza, una irónica analogía de mis palabras, aquella creación era perfecta, única, encantadora… tal como muchos llegaron a definirme. Esa pieza de arte, aquella decoración se parecía tanto a mí, pero era a su vez tan diferente, carente de sentimientos creada solo para deslumbrar con su belleza. Por mi parte, yo no era solo apariencias, no, yo poseo sentimientos y pensamientos. Si el Jeque se quedo solo la imagen decorativa, bien podría guardarse sus ofertas, pues no me quedaría como una más de su colección. Con aquella idea firme, deje la flor en su lugar, esperando sus palabras su respuesta.

El semblante abatido de él, su actitud derrotada e incluso sus gruñidos eran señal de una sola cosa, esta contrariado del mismo modo en que yo. Una lagrima baja por mi mejilla cuando le veo caminar raudo hacia la puerta, a pocos centímetros de mi, como si el alma se fuese y el corriese por alcanzarla. ¿Acaso esa era su decisión? - Kareef - Susurré herida, sin las apariencias que acostumbraba usar, simplemente dejando la realidad aparecer. Cerré los ojos, dispuesta a dejar todo allí, que él se rindiese y yo, sin intenciones de ir contra la corriente… no ahora… no hoy… Ciertamente creí que con aquel hombre, podría encontrar un futuro, sincerarme y amarle, como hace cuestión de días me descubrí amándole, atrapada por sus incondicionales halagos, por su entereza. Pero ahora e mismo desistía de un batalla que apenas había dado inicio. Yo misma, no me creí capaz de enfrentarme a nada más, no mientras aun estuviese asimilando las traiciones del Imperio… El con un pie fuera del cuarto, yo con mi alma herida, él contrariado yo buscando un norte…¿Qué ocurrirá ahora? ¿Qué depara el destino ahora?

Fue en mi resignación, en mis segundos de abandono total que todo dio un vuelco inesperado, en que me parecía una jugarreta de mi imaginación, un momento de debilidad ante mis anhelos mas íntimos, sentí su suave y místico aroma embriagarme. Sus brazos firmes en mi cintura, acunándome como lo hiciese tantas veces desde que mi vida peligrase por tan cruel traición, pero esta vez no era contra la montura del caballo, sino una superficie acogedora, cómoda, acolchada, si acaso era un sueño pues no deseaba despertar jamás… Con mi rostro en su tórax, sus músculos palpables por sobre la tela, espacio que dispuse para recorrer delinearlos en lo que parecía un sueño. Un profundo suspiro acompaño mi respiración antes de ladear mi cabeza hasta verle a los ojos. Si estaba despierta o no, no me importaba, estaba en la gloria aun cuando fuese en mi imaginación, sonreí con una timidez pocas veces vista en mí. El hombre a mi lado recita las palabras que tantas veces intento decir, aquellas que pensé no escucharía jamás luego de mis desdenes, pero solo pude hacer una cosa… acariciar su rostro, cuantas veces fuese necesario antes de asegurarme que él estaba allí, que era real.

¿Cómo llegamos a la cama? ¿Cuándo cambio de parecer? ¿Qué lo llevo a retomar la batalla?
Sepan los dioses que fue, pero en ese momento mi interés estaba en una sola cosa… Estaba allí para mí, del mismo modo en que yo estaba dispuesta a estar allí para él. Incondicional, eterna, completa y absolutamente a sus pies… Quizás no fuese jamás una mujer sumisa, ni menos aun alguien que mantuviese el bajo perfil, podría tardar en seguir sus costumbres… Pero si él estaba dispuesto a aceptar aquello, me entregaría sin reparos, como su compañera el tiempo que se me permitiese como mortal, luego los dioses decidirán.

- Todo eso y más quiero ser, ser tu refugio, tu consuelo y tu guía, cuando tu norte se pierda - hable en un hilo de voz que no por ser tal le quitaba fuerza y convicción a mis, palabras. Yo, la indómita KatraDi Alessandro, estaba en la cama con un hombre casi desconocido para mí, jurándole mi amor y entrega, convencida de lo acertada de mi decisión pero con cada partícula de mi ser erizada. No podía negar mis nervios, nunca antes me permití tal proximidad con un hombre, ni una proximidad física ni emocional, menos aun una como la de ese momento en que mis sentimientos se encontraban con mis deseos. Deseaba huir ya su vez refugiarme en sus brazos, que jamás me dejase arrancar de mis sentimientos o esconderme tras las apariencias, solo ser una mujer para él.

Me senté a su lado con la delicadeza necesaria para que el no pensase huiría de él, o le haría un desplante, con las rodillas dobladas, inclinada hacia su costado, cubriendo escasamente mi piel con los velos de la ropa árabe, mis cabellos cayendo hacia un costado, cubriendo como cascadas las ropas de él, mis mejillas sonrojadas por las lagrimas anteriores y mis nervios, mis ojos ilusionados perdidos en los de él. El se encontraba recostado entre almohadones, levemente inclinado cortando mi respiración con sus ojos aleonados, sus manos posadas en mi cintura descubierta, acariciando levemente. Entre abrí los labios ahogando un jadeo que opaco las palabras que estaba por pronunciar, reduciéndolas a dos susurros - Te amo -Cerré los ojos, saboreando ese momento la calidez de la escena.

Las velas antes en su totalidad encendidas, se habían apagado, ahora solo algunas pocas llamas nos alumbraban, estire mis manos hasta acariciar su rostro, tomarlos entre mis manos y traerla hasta mí. Un gesto tímido, delicado y a su vez tan intimo, perfecto para mi alma herida y mi mente aturdida. Con su rostro entre mis manos deposite un cálido beso en sus labios, probar sus labios por segundas vez aquella noche era algo que jamás hubiese imaginado, pero que finalmente ocurría y no en cualquier sitio, sino que en una recamara - Kareef, Te amo-susurré contra sus labios rozando apenas temerosa antes que curiosa mi lengua se abriese paso y jugase con sus colmillos, un movimiento sensual e insinuante, delicioso para mis sentidos que se encontraban perceptivos a todo lo que proviniese de él… Me aleje con un jadeo temeroso, cuando él se incorporo pegándome a su cuerpo, gruñendo seductoramente, tomándome con exigencia entre sus brazos, aquella exigencia la que desconocía como responder.

- Mi Kareef, quiero ser tu compañera. - exprese mi voluntad con los nervios apremiando en mi vientre, tal como si las olas del mar se ajetreasen en mi interior, y las estrellas se instalasen en mis ojos, en los de él, iluminando nuestras decisiones. Sus labios mi puerto seguro, su cuerpo la tierra firme donde ansiaba arrimarme para no salir jamás. Baje mis manos desde su rostro hasta llegar por su cuello hasta su tórax, el camino hacia un universo desconocido para mi. Baje la mirada avergonzada por las palabras que iba a decir, pero segura que aquella era mi voluntad- Hazme tu mujer, bajo tus leyes -



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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Lun Feb 20, 2012 10:11 pm

Un lecho que no es suyo es el lugar donde sus cuerpos mantienen la tranquilidad que les faltaba haciendo que Kareef se recueste relajado al tiempo que lleva una mano hacia el rostro femenino acariciando su frente, esos enormes ojos que destacan de esa faz, sus labios que ansía probar de nuevo, la barbilla y las hebras doradas que enmarcan la figura femenina de manera que le estremece e incita a proteger a la fémina que ahora reposa a su lado.

El delicado cuerpo que entre sus brazos se antoja frágil, una humana que puede ser lastimada con demasiada facilidad tanto física como emocionalmente lo cual complica mucho la situación, pero el Jeque de Jeques está dispuesto a correr el riesgo, a protegerla, resguardarla, darle todo para que sea feliz a su vera. Quizá no sea su Primera Esposa como su religión manda, pero sí será la única de ahora en adelante. Los ojos aleonados brillan al tiempo que una sonrisa se forma en su rostro acariciando el de Katra con delicadeza no exenta de emoción y cierta ansiedad. Besa su frente con ternura aspirando ese aroma que le relaja y le permite vislumbrar más allá con frialdad.

Su norte, su refugio, su consuelo, su guía... sabias palabras de una pequeña que sólo busca crecer y ser una mariposa a la cual Kareef no deje de halagar, orgulloso de tenerla a su lado, ansioso de escuchar sus consejos, de yacer con ella como ahora mismo lo hacen entre sedas, almohadones, sábanas y ropas que, en su momento, serán por completo innecesarias. No importa qué tan lleno de preocupaciones, en medio de muchas personas, excesivas complicaciones esté en el futuro; un sólo roce, una sonrisa, una mirada serán más que suficientes para entender que puede transformarse en el león de Alejandría, sin oponente que pueda vencerle. Así se siente, se piensa...

Sólo con tenerla entre sus brazos puede acariciar el sueño de que sea su pareja, mirándola sentarse, admirando su cuerpo enfundado entre sedas que muestran menos de lo que ocultan entre sensualidades que incitan al Jeque habituado a las costumbres y vestimentas de su cultura, pero que en Sayyidat Di Alessandro, tan extranjera como él con ropas francesas y a diferencia de su propia figura masculina al espejo, la visión de la joven con los atuendos árabes es erotizante.

Aspira profundo acariciando la piel femenina en un mohín que busca satisfacer un capricho por saber cómo es su tacto y al alcanzarla sonríe con satisfacción: suave, cálido, sedoso... ella no alcanza a vislumbrar cómo de incitante es esta posición, cómo su busto es favorecido por las sedas, su cintura estrecha, las caderas que se antojan tomar y acomodar contra sí. Sonríe en un mohín divertido al pensar qué diría ella de una intimidad tan marcada. Ir paso a paso es lo que debe hacer, no asustarla con una fogosidad y pasión propias del león a puerta cerrada. Es joven, inexperta quizá, inocente lo duda porque ésta se pierde cuando alguien insiste demasiado y los oriundos del Sacro Imperio Romano fueron muy persistentes en ese tema.

Las palabras amorosas son las que rompen el dique de los sentimientos y la bestia aleonada salta al desierto en pos de su compañera aunque justo a tiempo su domador, esa mente siempre dispuesta a no hacer daño a los suyos, la contiene lo suficiente para que la joven bese los labios masculinos, es esa racionalidad la que reprime y permite al mismo tiempo que Sayyidat incite a la bestia sin que ésta se la coma en el proceso. Kareef sonríe contento al sentir su atrevimiento, besando a su vez, acariciando la cintura femenina pues no puede quitarle las manos de encima descubre con una sonrisa. Culpable mil veces. Acaricia la cabellera femenina ansiando que el beso jamás termine, los labios le tiemblan cuando ella juega con el fuego de sus colmillos.

Se aleja y la bestia gruñe al tiempo que como un resorte tenso, el cuerpo de Kareef va en pos de aquélla que no puede dejar ir acomodándola contra sí, pegándola para sentir la seda de su cuerpo cubierto y sobre todo, el calor que éste emana haciendo que su bestia emita un rugido de total ansiedad, deseo, embrujo... sí, se declara total e irremediablemente embrujado por esta mujer de ojos tan azules como el cielo, cuya cabellera causa estragos en el Jeque de Jeques y las palabras vertidas no ayudan a que el domador mantenga quieto al león. Instinto y cordura. Sentimientos versus Pensamientos. ¿A quién permitiría Kareef ganar?

Su mano vaga por el rostro femenino en un mohín tierno mientras sus ojos se tornan intensos, pero sensibles al vislumbrar el objeto de su adoración, una mujer que pronto será su obsesión, a quien cuidará contra las arenas con su cimitarra, con sus sarracenos. Sonríe emocionado para besar su nariz, su mejilla derecha, la izquierda, su frente y al final, el mejor manjar de todos: sus labios de forma delicada, beso a beso, paladeando, rozando, incitando. Recibiendo una respuesta femenina, la mayor rendición de todas.

- Katra Di Alessandro - susurra bajo para que sólo ella, en medio de las sombras que le dan a su piel un nuevo brillo, escuche - Mi prometida... - le mira a los ojos acariciando su mejilla, acomodando sus cabellos tras las orejas con ambas manos - no me pidas algo que no debo hacer aún. En Alejandría, ante los míos y tu tío, haremos la ceremonia en la que te convertirás en mi esposa - besó su mejilla hasta llegar al lóbulo de la oreja - ahí, en mi tierra, mi dominio, mi lecho, dejarás de ser Katra Di Alessandro para convertirte en Katra Al'Ramiz... mi única esposa - lo dice convencido de sus palabras, absolutamente nada le impedirá transformarla en lo que quiere de ella, pero sobre todo, de la mano la convertirá en su igual...

Kareef es un hombre cabal, jamás permitirá que ella llegue deshonrada al altar, su cultura se lo impide y más cuando ella se casará por vez primera. Con Kala hace una excepción, pues no puede exigirle algo que ella no quiera, además de que es lo suficientemente grandecita para decidir qué hacer con su vida, pero con Katra... Él hará lo imposible porque todo sea como Alá manda. Aunque para ello tenga que darse demasiadas duchas de agua helada.





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Mensaje por Katra Di Alessandro Jue Mar 08, 2012 9:39 pm

Admito, y eso es algo que jamás me permitiré negar, que a pesar de comportarme como una mujer dominante y una princesa domara de fieras, estoy lejos de ser una mujer con todas sus letras. Si bien no soy inocente, no caigo en la ignorancia cuando se trata del encuentro de dos amantes que buscan saciarse mutuamente con besos y caricias, sigo siendo una niña inexperta, en esas incursiones, pues solo conozco la teoría de aquella pasión carnal. No he llegado a experimentar aquel desenfreno con ningún hombre, pues si bien he besado a algunos hombres entre ellos mi hermano Apóstolos, presa de arrebatos infantiles y de las mismas provocaciones del momento, no fueron más que besos, el roce de mis labios contra otros… ¿si los disfrute? Claro, no soy tan desvergonzada de negar que aquellos momentos… Pero nada de mi pasado se compara con la calidez y el deseo que siento por aquel hombre de quien rehuí por meses.

Luego de huir, finalmente sucumbí ante él, ante sus insistencia y perseverancia, sus miles de halagos, desde llenar mi habitación de flores hasta las joyas más hermosas de Europa, para él no existía limite al momento de agasajarme, al punto de arriesgar su vida y la de sus hombres. Kareef Al’Ramiz, no solo puso el mundo a mis pies, también bajo las estrellas y con ellas ilumino mi vida en la noche más oscura, me conquisto con la simpleza de una sonrisa y con la ferocidad de su espada, si acaso había un hombre al que jamás intentaría pasar por encima era él, alguien que supiese llevar el ritmo de mis arrebatos, tomarme con la fuerza para regresarme al centro… ese era él. Me lo demostró todo en las pocas horas que me mantuvo a su lado, cuidándome, protegiéndome para mantenerme con vida… Si lo amaba, no podía negarlo.

Mis labios recorren los de él y mis manos acarician su tórax por sobre la túnica, buscando ese contacto intimo, rogando que él me acepte como su mujer, su compañera por la eternidad, o … si ese es un detalle importante, no puedo olvidar que soy humana y el vampiro, el paso del dios del tiempo es diferente para ambos. ¿La verdad? No me importa, si él decide convertirme, será solo un sello mas en mi destino, aquel que se forjo al ser fruto del amor de dos vampiros que me concibieron gracias a un peligroso sortilegio… siempre supe que mi destino estaba lacrado con sangre, mi sangre que se entregaría como sacrificio para la inmortalidad. Le pido me convierta en su mujer, poco me importan los ritos, pero sé que para él las tradiciones son sagradas así que espero su asentimiento, acurrucándome en su cuello, impregnándome de su aroma, jugando entre besos sugerentes y temerosos, a los que el responde acariciando mi piel descubierta, incitándome del mismo modo en que lo hago con mis besos…. Pero siento sus dudas, casi imperceptibles, pero ese debate entre complacer mi capricho o seguir la tradición.

Finalmente me toma por la cintura con aquellas manos firmes, deliciosas al tacto, muerdo mi labio inferior intimidada por esos ojos que me comen con la mirada, esas caricias tiernas en mi rostro, un mohín tan familiar y dulce, que me estremece, clavo mis ojos en los de él, un enigmático brillo en su mirada al que respondo de igual modo, lenguaje que solo dos personas enamoradas comparten una comprensión más allá de leer de la mente o de la comprensión humana, siseo su nombre antes de romper esa conexión para encontrarme con una aun mejor… Sus labios contra mi piel un roce en mi nariz que roba una risa nerviosa, luego mi mejilla y ladeo mi rostro como un gato, mi frente y un ronroneo sugerente, finalmente sus labios contra los mío un suspiro de complacencia seguido de un gemido de reclamo al ver como se aleja. Tal cual si fuese una niña pequeña hago un puchero al ver como se aleja unos centímetros al tiempo que mis manos se enrosca en su cuello, reteniendolo muy cerca de mi rostro.

Lo que vino después, si bien no era lo que esperaba, no se asemeja a las caricias de su piel contra mi piel, me demostró la hidalguía del hombre a quien acepte como prometido y compañero. La tradición primo sobre la carnalidad, lo que no niego me dio un respiro, lo ansiaba con todo mí ser, pero deseaba que ese momento fuese perfecto, ser única para él, que me viese con los atavíos propios de mi pueblo, impregnada por perfumes y esencias en un rito de seducción en parte planeado, pero mayoritariamente instintivo. Sonrió débilmente ante sus palabras, para luego depositar un cálido beso su mejilla - Cada gesto, cada segundo, cada palabras… Rectifica aquello que no deseaba ver - hablo contra su mejilla, mi voz suave contribuye a la intima escena que las velas y nuestra cercanía construyen.

- Eres mi destino, deseo ser tu destino - concluyo acunándome contra él, sentándome a su costado sin soltar su cuello, besando su cuello, besos breves y tímidos antes de un largo suspiro en su yugular. Cierro los ojos acunándome antes de caer en la ensoñación más prefecta, imaginando nuestra vida en su tierra, lejos de las trampas del Sacro Imperio, momentos como este adornando cada mañana y cada atardecer, antes de entregarnos a la fuerza de la pasión, esa que nos carcome por dentro.

- Mmm Kareef … - le llamo tras largos minutos en silencio, intentando evocar lo que sería el futuro, haciéndome consciente cuan poco se de él, de su pueblo y de aquello que defiende con tanta vehemencia - Se que debiese descansar…-le escucho emitir algo similar a un gruñido de reproche - … pero …pero, ya perdí demasiado el tiempo y no quiero regresar a un lecho vacio - explico antes que él proceda a regañarme - Quiero saber de Alejandría, de aquello que defiendes con tu vida… - miro el cuadro que acaparo mi atención antes de vernos envueltos en las finas sabanas… - Tu tienes ventaja, sabes de mi vida cosas que ni yo misma recuerdo… Pero… Pero, yo apenas se de ti, que eres el Jeque de Alejandría y que tu hija… - bufo antes de continuar, sabiendo que quizá mis palabras le desagraden - Que tu hija .. bueno, ella me detesta-


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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Sáb Mar 10, 2012 11:39 am

"Mirar los ojos de la mujer de tus anhelos no es comparable a tenerla entre tus brazos". Alguna vez alguien profesó tal frase y Kareef no puede estar más de acuerdo con él. El que esos rubios cabellos estén recostados en la cama, entre los finos almohadones que no le hacen justicia a esa cabeza delicada, de facciones tan hermosas, arrebatan el corazón del león que sonríe con alegría mirando esos enormes ojos azules que a cada rato le roban la inspiración y le sumergen en un estado de ensoñación que es imposible escapar de ella. Es tan sólo una joven, no debería mancillarla con pensamientos inadecuados, pero no puede negar su deseo por ella, ese que le obliga a cerrar los ojos ante cada beso y caricia de su ahora prometida.

Intenta contener al león, que no emerja, pero es tan difícil y ella no le brinda ayuda, su aroma, sus miradas, sus palabras le obligan a perder cada vez más un poco de control sobre el felino que camina enjaulado, ansioso de desfogar sus instintos sobre esa figura estilizada, esos hombros que se antojan para besar y degustar, su cuello de cisne, esos labios gruesos que... le inspiran una ansiedad y fogosidad que no puede contener y lo peor no es eso, si no que no desea detener. Preciosa mujer cuyos cabellos guardan su aroma que tanto le ha obsesionado desde que tuvo en sus manos la capa femenina. Tan suya y tan lejos.

¿Debería olvidarse de sus tabúes? ¿De sus promesas? No, no debe hacerlo, pero es que la necesita tanto. Y su aliento en la yugular obliga a sus colmillos a emerger desesperado por tomarla para sí, por hundir sus labios en la piel, perforar con sus caricias la coraza para llegar a su corazón. Dominarla con una mirada, poseerla con los colmillos que rasguen su piel hasta probar el delicioso líquido que sonroja sus mejillas y esos labios que le envuelven en pensamientos pecaminosos que sólo lo orillan a anhelarlos en su piel, en esa parte suya del pecho que tanto le excita. Al tiempo que sus manos recorren la redondez de sus senos, de sus caderas que un día tomará para detener un movimiento y provocar otro mucho más apasionado y erotizante. Uno que ella jamás ha conocido. Uno que él desea enseñarle y convertirla en su pupila para el día que obligue a la yegua a cabalgar al garañón.

Ríe ante esas ideas, intentando distraerse en tanto ella dice que es su destino y quiere ser el de Kareef. ¿Desea? ¡Ya lo es! Y por ello y sus siguientes palabras que caen en el pozo del olvido porque es más importante deleitarse en su siguiente movimiento, es que se apoderó de sus labios, esos carnosos pliegues que se mueven contra los suyos en tanto la posee de esa forma. Es un león y lo demuestra marcando a esta dama como suya, acariciando su cadera en tanto gruñe por la ansiedad de su virilidad de sentirla mucho mejor. Se obliga a hacer a un lado ese anhelo en tanto sus labios recorren la boca femenina y su lengua penetra sus pliegues para encontrar un sabor tan delicioso como intoxicante. La explora con dedicación, con mucha paciencia, sin dejar un solo lugar por conocer, haciéndola saber que así será cuando estén en la cama. Bajará centímetro por centímetro de su piel hasta que toda ella sea de Kareef, del Jeque que hará suya a la futura Jequesa de Alejandría.

Su pareja, su amante, su odalisca, su Única Esposa. Eso será Katra para él, el refugio donde se protegerá de todo lo que le preocupe. La delirante humedad de sus besos, su sudor que degustará paso a paso hasta que ella no sea más que un oasis de humedad que recibirá a su esposo sin fantasmas hasta llevar a ambos al delicioso paroxismo del orgasmo. Gruñe ante sus ideas, eso le ha provocado una erección imposible de ignorar. Cae a su lado cerrando los ojos, intentando controlarse, pero Katra insiste, le persigue y un beso rompe el dique. El Jeque se olvida de todo, gruñe con fuerza, como un león liberado y besa apasionado como jamás antes los labios femeninos, con manos apoderándose de las caderas femeninas, recostándola en la cama, con él buscándole, encima de ella, pero con la fuerza suficiente para no sofocarla bajo su peso.

Le impide separarse, la besa de una forma tal que pronto le corta el aire, hasta que su instinto le informa de ello cuando ella jadea, se contiene y permite que ella respire, pero él no da tregua, baja por su mejilla hacia su oído para reír en él, jadear un poco y soplar, antes de besar su lóbulo y succionarlo. Su cuerpo está igual de ansioso y lento, pero seguro, pega su tórax contra los senos femeninos, gimiendo ante la sensación de sus pezones contra su piel, que a pesar de las sedas y la túnica masculina, son bastante perceptibles para los sentidos desarrollados del vampiro. Sus labios bajan en un recorrido descendente por su cuello, permitiendo que su lengua acaricie la piel, deleitándose en su sabor, en el pequeño sudor que va creándose en tanto las manos se deslizan una por la cintura rodeándola, la otra por sus muslos, obligando a separarlos y poco a poco las caderas masculinas bajan hasta...

Su virilidad se deja sentir, firme, ansiosa por ella, el león ruge de satisfacción en el instante que ese deseo es apresado entre las caderas de ambos, succiona la piel sin hacerle daño, denostando cómo lo incitaba esa joven que accedió a sus anhelos de convertirla en su esposa, que aceptó el compromiso y ahora mismo conoce en todo su esplendor al hombre que es Kareef. El vampiro jadea alzando el rostro, buscando la mirada de Katra con inquietud no exenta de la pasión que siente, los ojos brillantes que buscan devorarla.

- Habibti, creo que no llegaré a Alejandría, aléjate de una vez - sacando fuerzas de flaqueza se aleja de ella, obligando a la bestia a ser encarcelada quien gruñe y ruge de insatisfacción, pero mil veces eso a mancillarla. Se sienta en la orilla de la cama hundiendo la cabeza entre las manos, aún ansioso, aún excitado y se levanta con rapidez, buscando lo que antes se autorecetara: el agua fría de una tisana. Toma el líquido y se lo echa al rostro que, de ser mortal, estaría más que sonrojado y caliente por el erótico momento.

Eleva el rostro mojado al techo, dejando que gotas de agua recorran su piel hasta caer al piso en tanto se obliga a contar hasta quién sabe qué número para alejar la pasión que siente por ella. Es la tentación hecha mujer, su Primera Esposa le descontrolaba, pero no era con esta pasión... ella era destrucción y con Katra jamás sería así. Su deliciosa humana era incitante, pero jamás le perdería de una forma tal que buscara hacerle daño físicamente, aunque -sonríe- eso no significa que no desee darle tanto placer que duela hasta que el orgasmo sea lo único que pueda aliviarla... Pero mientras tanto, casi se pierde... casi...





**** La luna ilumina mi sendero, dejando atrás las arenas que llenaron mi pasado ****


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Mensaje por Katra Di Alessandro Jue Mar 15, 2012 8:14 pm

Bufo en mi interior buscando contenerme y respetar aquella decisión que pocos hombres son capaces de tomar, respetar la tradición y guardar aquel primer encuentro para la que sería nuestra primera noche como compañeros eternos. Asiento a su voluntad, limitándome a hacer preguntas triviales, sobre su vida en Alejandría y su familia, aunque en ese momento mis deseos indicaban otra cosa, se que necesito conocer al hombre con quien compartiré mi vida. El guarda un largo silencio mientras enreda sus manos entre las mías, segundos largos en los que el parecía no prestar real atención a mis palabras, respeto aquel silencio esperando llegar a comprenderle…tiempo al tiempo…

Le miro recostado a mi lado, sus ojos cerrados y su respiración intentando serenarse, me demuestran que recurre a todo su autocontrol, asiento en silencio, limitándome a acomodar mi rostro en su torso, se que deseo mas del, pero cuanto, no lo sé, desconozco el límite de mis anhelos. Me quedo quieta allí, segundos que parecen horas antes de incorporarme para clavar mis ojos azules en sus facciones, esos rasgos fríos y cálidos a momentos, esa sonrisa de medio lado que me gusta tanto, en especial cuando se dirige a mí. No pongo resistencia a mi deseo, uno simple, deposito suaves y fugaces besos en su mejilla, para luego susurrar a su oído el más puro sentimiento - Kareef Al’Ramiz te amo – mis palabras suenan con notas más ásperas que la primera vez que lo dije, escondiendo aquello que mi cuerpo grita en cada poro de mi piel, Deseo, aquello es lo que me carcome.

Me esfuerzo por no pensar en aquello, me alejo unos centímetros, buscando lo mismo que él, serenar esos galopantes caballos de fuego que me invaden. Estiro mi mano para entrelazarla a la de Kareef, pero él es más rápido y antes que puedo tomar aliento su cuerpo me aprisiona contra la cama y sus labios se apoderan de los míos, sin darme oportunidad de oponer resistencia… aunque no ç, no deseo resistirme, estoy totalmente sometida a su voluntad, a ese capricho que se tiño de amor, para embriagaros a ambos de la más completa irracionalidad. - Habibi – le llamo en su idioma en un escaso segundo que tuve para respirar antes que sus manos recorriesen todo mi contorno, delineando y provocando a los ya desbocados corceles de fuego que galopan por todo mi cuerpo. Mis manos incursionan por sobre la tela, delineando sus músculos con apremio. Me desespera la tela, me noto impaciente, más de lo que suelo ser, no sé cómo pero rasgo la túnica hasta dejar la piel de él a la merced de mis manos incursionando.

Me acomodo bajo él, para pegar mis caderas a su pelvis, resultados.. mis caderas se inquietan al notar la virilidad masculina preparada, ruego a los dioses que tanta urgencia de él, que mi sed por sus caricias sea saciada. Lo atraigo hacia mí, con urgencia y atrevimiento, no me intimido fácil cuando se trata de enfrentar mis deseos. Me siento inconfundiblemente nerviosa y si, porque negarlo, excitada ante la idea de recorrer los músculos de mi ahora prometido, de besar sus labios y porque no, su piel… Jadeo contra sus labios presionando mi cuerpo contra el de él, jadeando, erotizada y anhelante. Gimo antes de atreverme a morder su labio inferior atrayéndolo más hacia mí, con mis manos aferradas a su espalda.
Mis senos apenas cubiertos por la tela se endurecen ante la calidez de su tórax rozándolos, siento el carro de fuego de Apolo apoderarse de mí, llevarse mi razón mientras ruego que él me saque todo aquello que nos separa, la inapropiada seda que poco oculta mi excitación. Rio nerviosa, excitada y feliz cuando sus labios incursionan mi piel, y sus manos - Ahh…Kar.. –gimo sorprendida cuando sus manos incursionan en mis muslos, acomodándose aun mejor, en aquel punto donde el rio de desborda causa de la pasión, el sitio que clama por su llegada para complacer cada uno de mis instintos y anhelos. Lo rodeo con mis piernas, un acto instintivo para retenerlo contra mí, que no se aleje…

Tarde. sus palabras me regresan a la realidad aun más que su violenta separación, ¿Qué ocurrió?enrede mis dedos en mi cabellos alborotándolo aun más, recorro mis labios con mi lengua mientras mi mente repasa todo. ¿Acaso me estaba rechazando? Un nudo en la boca de mi estomago ensombrece mi mirada ante esa idea, cierro los ojos, mientras llevo un mano a mi vientre y me incorporo, en un intento de decidir qué hacer, no me rechaza, solo esta demostrando su hidalguía. Intento no presionarlo, simplemente mantengo ese silencio que lo acompaña desde hace largos minutos, ese silencio por un profundo suspiro que emano de mis labios mi respiración agitada en sobremanera, mis mejillas sonrojadas y mis labios entreabiertos son señales claras de cuanto le correspondo, aun más de lo que me atrevo a confesar.

Me quedo allí medio sentada en la cama cuando lo veo lanzar toda el agua sobre su rostro, lo que contrario a calmar consiguió una sola cosa. Que mi cuerpo clamase por ir tras esos labios y recorrer esa piel. Segundos tardo en imaginarme con el bajo la lluvia, besándolo hasta que no queden palabras, con nuestras ropas estilando, y esa urgente necesidad de .. de.. si .. de desnudarnos. Muerdo mi labio inferior, ansiándolo aun más, pero al mismo tiempo me recrimino, el tiene sus razones, razones honorables las que no me atrevo a contradecir, solo imaginarme lo que serian las noches a su lado, el amanecer entre sus brazos…


Reniego antes de incorporarme de la cama, guiada por un instinto, necesito abrazarlo, y eso hago, lo rodeo por la espalda apoyando mi rostro en su omóplato, siguiendo el compas de su respiración agitada - Lo siento – susurro, comprendiendo sus palabras y sintiéndome culpable por no haber salido de allí la primera ve en que la razón fuese vencida por la pasión. Un suspiro profundo emana de mis labios antes de besar su espalda y finalmente hablar - Regresare a tu cuarto. – aseguro con pesar, deseaba todo menos estar lejos de él, pero su tradición es algo que he de aprender a respetar aunque mis ansias de entregarme a él superan los límites del capricho - Así llegaremos ante tu gente sin romper la tradición.– Expreso mi decisión, la que no refleja mi voluntad, pues mis brazos no dejan de abrazarlo - Tu gente querrá presenciar la boda... – añado con pesar, no niego que me encanta la idea de una boda bajo las leyes de Kareef, con esos ropajes exóticos, pero aquello no pesa tanto como mi deseo de entregarme a él cada noche, cada mañana en la penumbra de la habitación del vampiro… o cada vez que nos encontremos a solas.

- Habibi – murmure aun sin soltarlo, la verdad no deseaba hacerlo, la voluntad y el sentido del deber flaqueaban ante él - Me iré, pero no lo deseo. – afirmo aferrada a él, como una niña pequeña que no desea irse a dormir aun cuando sabe que es lo correcto.



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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Lun Mar 19, 2012 11:17 am

Necesita controlarse, no hay otra forma de resolver esta disyuntiva que pensarla con la cabeza fría, pero jamás ha sido algo tan difícil como ésto. Saberla tan cerca, olerla, escucharla. Su pequeña mortal, adorable, rebelde, increíblemente sensual con esas túnicas y con las ropas árabes irresistibles. No entiende cómo lo está logrando mientras sus manos se aprietan contra la superficie de la mesa que sostiene el recipiente que se ha echado al rostro y que aún no parece funcionar del todo.

Y mucho menos cuando ella se acerca, permitiendo que su aroma penetre aún más sus fosas nasales, que le incite y vuelva más intolerante al control que ejerce sobre sí mismo para evitar hacer una real tontería y mancillar el honor de ambos. ¿Qué hacer? Aunque sus pensamientos se van de paseo en el instante que ella le abraza la espalda desnuda. Cómo le hace disminuir cada vez más el control. Está desquiciándolo y pronto en lo único que pensará será en tomarla entre sus brazos, beber de sus labios, respirar por su piel saboreando cada parte de ese ser que lo obsesiona.

Y luego de todo... en ese momento... ¡No! No puede, no debe. Se cubre el rostro con las manos frustrado, sintiéndose a punto, bien a punto de que su tolerancia se rompa y viaje hacia donde no vuelva hasta que pueda descansar con ella entre sus brazos. Tras satisfacer las pasiones y los instintos. Recuperar entonces ese pedazo de sí mismo, pero sabe que entonces el remordimiento vendrá a él. ¿Qué hacer?

Gruñe cuando le susurra lo que no desea hacer. ¿Acaso piensa que él quiere que se aleje de su lado? Aprieta los ojos con violencia para apretar los dientes aspirando aire para relajarse, una y otra vez. Se lame los labios y voltear a mirarla con intensidad, cuando cierra las fosas nasales para no olerla, cerrando su percepción para sólo concentrarse en decir esas palabras que tanto le rasgan el estómago sin entenderlo del todo.

- Habibti, es mejor que te retires a descansar, no me incites más, hermosa mujer de ojos de rubí, no me castigues más de lo que ya hiciste. Tu amor, tu pasión y tu anhelo son insoportables ahora mismo, sobre todo para mi honorabilidad, mi ansiedad por ser mucho más que un simple hombre en tu vida me rompe - besa su frente, acaricia sus hombros sobre las sedas, qué difícil es. Le gruñe y la lleva él mismo a la puerta, para que salga - vete antes de que mi fuerza de voluntad esté intacta... vete ahora que te estoy respetando, por favor. Lo último que quiero es mancillar el recuerdo de tus padres y la confianza de tu tío tomándote para mí - ruega mirándola a los ojos - no lo malinterpretes - pide - me duele más dejarte ir, no te rechazo simplemente no quiero que te arrepientas. No puedo aguantar a no tenerte y debo hacerlo.

Cierra la puerta en cuanto ella se retira y gruñe para ir hacia donde el baño que le esperaba, desnudándose para meterse en él y hundir la cabeza en el agua helada a ver si así se olvida de los conflictos que está a punto de provocar con su ansiedad por la joven Di Alessandro. Es tan complicado, tan difícil. Abre los ojos mirando el techo y una imagen se instala en su mente al ver una sombra en la superficie del barco. ¿Y si...? De inmediato sale de la tina para secarse con rapidez, colocándose la túnica negra que tiene para ocasiones especiales, en cuyo bolsillo oculta un objeto que pensaba entregar hasta Alejandría. Se acicala con rapidez y mira la habitación. No, no es lugar para ella. Sonríe saliendo de su camarote, para encontrar a uno de sus hombres y tras hablar con él durante unos minutos, se arma la revolución en el barco.

Kareef camina hacia una habitación que siempre está bajo llave y la abre, dirigiéndose a un armario para sacar un cofre y revisar su contenido. Todo está dentro. Asiente y va a donde un marinero para darle la indicación de que le entregue a la odalisca que cuida a su prometida el contenido del objeto y de que prepare a Sayyidat Di Alessandro para el Hamman. El hombre lo mira sorprendido, pero Kareef no duda, le ordena que lo haga y lo apresura. Una vez se retira el hombre, el Jeque sonríe para vigilar los preparativos de la celebración. Está emocionado y seguramente tardarán un día en tenerlo todo listo. La odalisca tiene la suficiente habilidad para colocar la Hena.

Aplaude una sola vez complacido, si todo sale bien, Sayyidat Di Alessandro pronto estará unida a él. Mientras, la odalisca lleva ante Katra el cofre con una sonrisa, explicándole que el Jeque ha pedido que realice el Hamman con ella, que es un baño árabe para que pueda relajarse y eliminar las impurezas del cuerpo, aunque por no tener un sauna, sería algo diferente y tendrían que acoplarse a la situación. La odalisca está feliz, sabe que eso significa que el Jeque tomará como esposa a Sayyidat Di Alessandro. Alá por fin escuchó las plegarias del pueblo de Alejandría. Por fin.

- Una vez terminado el Hamman, su cuerpo será pintado con Hena, son los preparativos para una boda árabe - le indica para que sepa qué está pasando. El cofre no contiene más que su traje de boda. Uno que Kareef mandara confeccionar hace mucho tiempo, tras la primera vez que la vio a lo lejos.





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Mensaje por Katra Di Alessandro Lun Abr 09, 2012 12:20 am

Las palabras de Kareef calan hondo en mi mente ausente, aquella busca una intimidad única con él y que ha dejado de actuar para dar paso a los instintos, es simplemente un deseo que el libera con su cercanía, con su imponente presencia que me cautiva. Meses negándome y ahora rendida ante él, pidiendo, rogando que me tome para él, que se olvide del honor y del protocolo, que me haga su mujer, su compañera… Las piezas del tablero se han invertido a favor de él, ahora es él quien tiene la decisión en sus manos y no yo, pues me rendí a sus halagos, a sus intentos por conquistarme y me deje seducir por esa galante caballerosidad.

Katra Di Alessandro, la princesa indomable, se dejo dominar por el Jeque de los Cinco Frentes, esa es la verdad una que sin duda regocijaría mi padre de enterarse que al fin alguien me mantendría en mi lugar. Una que llenase de satisfacción a mi madre si hubiese tenido la dicha de presenciarlo, pues sus dominios se extenderían más allá del Sacro Imperio. Una que aliviará a Alastair, pues ya no tendrá que protegerme en ausencia de mis extintos padres, si pues no tengo esperanza que ellos hayan sobrevivido a la traición que se ungió en nuestras narices. Pero nada de eso tiene real importancia ahora que el hombre, vampiro, que conquistase mi corazón me pide distancia para mantener su palabra por respeto a mi familia, a la propia y a su pueblo, no me queda más que hacer, solo asentir y dejar que me guíe fuera del cuarto.

Minutos tarde en decidirme a qué hacer, parada frente a esa delicada puerta tallada con grabados árabes, memorizándolos mientras mis pensamientos se enfrentan con el corazón, dos titanes que nunca antes en mi se vieron tan enaltecidos en un lucha de voluntades, todo por un hombre que consiguió arrancar de mi vertientes desconocidas de pensamiento y voluntad. Extendí mi mano para tomar el pómulo de la puerta, así, a escasos centímetros la mantuve insegura hasta que me resigne.

- No puedes recuperar en unas horas aquello que por meses evitaste- me repetí mentalmente al tiempo que mi mano se cierra en el aire, empuñándose antes de caer a mi lado y que mis pies me encaminasen rumbo a la recamara que me recibiese tras ser herida y rescatada por él, sonrió con amargura al entrar a la habitación, ahora desierta, sin la odalisca que antes me hubiese cuidado, soledad que saboree con pesar.

Lentamente camine hasta el espejo de cuerpo completo enmarcado en madera de ébano, con la yema de mis dedos delinee los tallados para luego pasar mi vista de ellos a mi reflejo, uno que desconocí entre los velos de aquellas ropas extranjeras y que no pude evitar fijar mi vista en cada detalle de la mujer que parece esconderse entre la seda, cual mariposa que sale de su capullo. Al parecer es tiempo de cambios en mi vida, donde todo lo antes vivido quedase en el pasado para iniciar una nueva vida, cargada de concesiones, aunque aquello es algo que descubriré con el paso del tiempo o quizás no tanto tiempo.

Entre las sedas aun se vislumbra la marca que dejase la herida que yo misma me propinase al ver la muerte tan cercana, prefería morir bajo mi ley que bajo aquella que mis enemigos impusiesen, jamás dejaría mi voluntad a merced de las arpías que venden su alma por sacar los ojos de mi familia. Aunque al parecer el pacto les favoreció. Sigo esa línea, para descubrir que dejara una cicatriz de esta nueva vida, una que comenzaré a construir en Alejandría, pero que en algún momento me llevara de regreso al imperio, no siempre podre ocultarme. Sonrió ausente reconociéndome entre el dolor de la perdida y la alegría de lo ganado, esa noche perdí una familia y gane otra, perdí un imperio y gane un pueblo; no solo si apariencia era diferente con las ropas de odalisca, sino que una parte muy importante de mi ha cambiado en los últimos días, tanto que lo único que aun conservo de la antigua Katra son los rubios y rizados cabellos, y el tono azul de mis ojos, pues su expresión también es diferente.

Con mi mano derecha delineo mis facciones con lentitud al tiempo que tras de mí la puerta se abre y da paso a la mujer en quien recayese mi cuidado desde que fui rescatada, la misma que me aconsejo respecto a Kareef y que ahora cargaba un caja de madera de sándalo. Apenas giro a verla, pero puedo notar cierta satisfacción al presentarse ante mí, para luego sorprenderme con nuevas palabras, unas que por unos segundos me dejaron aturdida, pero que luego comprendí para encontrarme ante la idea que en algunas horas sería la mujer del Jeque de Jeques, el Jeque de Alejandría el Líder de los Cinco Frentes Árabes.

El Hamman, se realizó en una habitación dedicada a la oración por parte de la embarcación, la que fue preparada entre inciensos y vasijas con agua altas temperaturas, fui conducida hasta allí por la joven odalisca, quien me entregase una bata de seda en la cual me envolví. Allí pase largas horas en un ritual de purificación, parte de la costumbre del hombre con el cual me desposaría. Cuando los vapores y los canticos se llevaron todo aquello de mi pasado que pudiese deshonrar la futura unión, fui conducida a otra habitación donde la misma mujer, la única en la embarcación aparte de mi, procurase seguir al pie de la letra la tradición, aun cuando las condiciones, evidentemente eran muy precarias.

La curiosidad me consume en la medida que ella llena mi cuerpo de diversos dibujos de henna, un tinte natural usado para tatuar el cuerpo y como maquillaje de las jóvenes odaliscas, todo con un sentido ceremonial. Allí la mujer me explica que la bata de seda es un caftán, y que lo que restase de aquella noche y parte del día siguiente serían utilizados para alistarme para la ceremonia. Miw preguntas son demasiadas pero ella las responde con un sonrisa, el hamman, me explica, suele realizarse por siete noches en los cuales se elevan “yu-yus” para obtener el beneplácito de los yenun, lo que en mi tradición seria la gracia de los dioses. Aun cuando son dos culturas tan diferentes, sé que mis creencias son compatibles con las de él, y que las bendiciones del destino, de los genios o los dioses, ya recaen sobre nosotros desde el momento en que lo guiaron a rescatar en los pirineos.

No dejo de sorprenderme ante la solemnidad de todo, pues aun cuando se realizara una ceremonia abreviada, todo es muy riguroso. La dejo hacer entre mis preguntas, en la medida que ella explica cada paso, lava mis manos con henna y leche, mientras que los inciensos y aceites de flores flotan en el aire. Todo un proceso de transformación, donde la novia deja atrás su pasado para madurar y convertirse en esposa, un rito donde se invoca la belleza y se purifica. Cuan significativo resulta aquello en estos momentos donde nada de mi pasado queda en pie.

Finalmente, tras concluir un día de esta metamorfosis física y espiritual, cuando los últimos rayos del sol se esconden, la mujer termina de alistarme. Mi cabello en una coleta alta que deja caer algunos rizos enmarcando mi rostro prodigiosamente maquillado, relucen mis facciones y me otorga un nuevo porte, altivo pero jovial, sonrió antes de fijarme en los dibujos de mis manos y pies. Aquellos fueron la etapa culmine del ritual, pues la mujer creo en mis manos y pies un tatuaje a base de arabescos, caligrafías y signos simbólicos surgidos de la inspiración divina, donde parecía respetar un idioma u origen secreto. Sonrió al verme nuevamente en el espejo de ébano, que fue trasladado desde el cuarto de Kareef hasta esta habitación ornamentada para seguir con los ritos, tan diferente a mi imagen la noche anterior, joyas de oro engalanan mi figura artes, pulseras y collares que tintinean con gracia ante mis movimientos. Pero aun queda algo más, usar el vestido que Kareef me enviase.

Ella me viste, la odalisca, que a pesar de su exhaustivo trabajo no deja de sonreír y de atender a mis peticiones, sobre todo a mi curiosidad. Contrario a lo que esperaba ver, el vestido no era de la misma línea que los trajes tradicionales de las mujeres árabes, se trataba de un vestido de corte romano, un diseño que mi amiga Marianne diseñase hace años alegando que sería mi vestido de bodas. Rio nerviosa al verlo allí ante mí, perfecto, con bordados dorados y algunos violáceos, apenas alcanzo vislumbrar como me veo con conjunto completo cuando los dos hombres de confianza de Kareef entran al cuarto y sacan de allí en compañía de la odalisca para llevarme por los pasillos de la embarcación hasta la puerta del cuarto principal, aquel donde antes descansase, sin saber que tenía más de una entrada… Allí donde el Jeque de Jeques me recibe con oraciones en árabe para luego descubrir mi rostro y depositar un delicado beso en la frente…

- Gracias-pienso abrumada ante todo, feliz, pero sorprendida ante la hidalguía de de él, sus ropajes y los lujos de con que todo se está realizando a pesar de lo inesperado y la prisa con que se alistase todo - Sidi Al’Ramiz… mi… Habibi sea a tu voluntad- pienso, dándole a tender cual es mi deseo, el mismo que él… ser su compañera.






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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Lun Abr 30, 2012 3:40 pm

Quien diga que es fácil casarse, miente. Que no le ganan los nervios, mucho más. Y que es algo divertido.. ¡Falacia, falacia! Es lo más complicado que Kareef ha hecho jamás y eso que no es la primera vez que contrae nupcias. Mucho peor cuando se quiere hacer en un barco con recursos demasiado limitados donde tiene que brillar la novia y no sólo eso, si no que al menos más de la mitad de los arreglos queden al gusto de ésta. Imposible cuando el gusto de la novia es el de una romana, algo completamente diferente a la tradición árabe. El Jeque gruñe por enésima vez y se acaricia la frente pensativo en tanto observa todos los decorados árabes entremezclados con los romanos que adornan la habitación que será en la que intercambien los votos. Rechina los dientes para mirar al techo y pedir a Alá que por favor les ayude. Es que entre los marineros nerviosos, el propio vampiro inquieto y las olas del mar que a veces le juegan malas pasadas están todos hastiados de esta situación y eso que apenas llevan un día en ello y que no tardará lo que toda boda árabe de estar en tierra firme.

Vuelve a tronarse el cuello por la tensión que se le acumula para ponerse en pie y revisarlo todo. Las alfombras, los muebles de la mejor calidad, incluso ordenó hacer a sus sarracenos una nueva cama, pero el colchón ahí sí ha tenido que reciclarse del lecho de Kareef. A menos que... no, sería pedirles demasiado que confeccionaran nuevos almohadones y cojines, además de que no tienen suficiente plumas de ganso o bien algodón y que de seguro no son buenos con la aguja y el hilo. Destierra la idea y vuelve a observar el altar. Faltan flores. Oh, por Alá. Y falta más color en la habitación, más lujo, más toques romanos, más... ¿De verdad se va a casar en estas condiciones tan precarias? Sayyidat Di Alessandro dará el grito en el cielo seguramente en cuanto entre y más porque los tripulantes del barco no tienen galas con qué adecentarse de forma correcta para la unión. Así que muchos tienen suficiente con la indicación de que hay que darse un baño como los toreros: cabeza, orejas y rabo si es que quieren estar en la boda.

Y para su ¿Fortuna? Todos obedecen, así que el incienso no llega a ocultar del todo el olor a hombre que despliegan algunos. Es el día de la novia, la transformación de una jovencita hija de padres a una mujer, esposa del Jeque. Y Kareef duda que ella acepte tomarlo como esposo tras esta pobre demostración de sus habilidades de organización y administración. Mira a Rafiq, el que hizo milagros con lo poco que se le entregó, con las sutiles, pero fieras indicaciones de cómo tenía que quedar y que logró lo imposible. El Jeque le susurra si debe cancelar la boda y éste de inmediato le tranquiliza con una idea mejor: hacerle una celebración por todo lo alto en cuanto lleguen a Alejandría, darle a Sayiddat Di Alessandro lo que merece en tierra firme, pero por ahora, que pueda deleitarse en privado de ser la jequesa Al'Ramiz, además de que han hecho tanto que detener la celebración haría que decayera el ánimo de muchos de los participantes.

Jequesa Al'Ramiz. Sonríe al pensar en ello, le queda tan bien y al mismo tiempo sabe que es tan indomable que quizá al ver su precaria decoración brame, gruña y haga todo un despliegue digno de su estirpe y no tome su apellido en retribución. Eso le disgustaría, tanto el que desprecie el trabajo de tantas personas como el que no cumpla con la tradición de ser una Al'Ramiz. Es tan difícil y complicado tenerla a su lado y al mismo tiempo no echársele encima y morder ese cuello tan puro y virginal para beber de su vitae hasta que ella gima intensamente. Por eso debe casarse, porque si no, la va a deshonrar y preferiría ver el sol antes de hacer semejante atrocidad. Mira de nuevo todo el lugar y cierra fuerte los ojos. Le faltaron algunos adornos que tiene en Alejandría, aunque el Corán es impoluto, señal de que el capitán del barco lo lee con sumo cuidado, así que sólo es cuestión de concentrarse en los pasajes que leerá y en lo que se intercambiarán y todo saldrá bien.

Aunque ruega porque ella tenga la paciencia para no decir nada, que pueda remediarlo todo en Alejandría como dice Rafiq, que no le desaire enfrente de toda la tripulación, que sea consciente de la situación, que... de pronto, ante su aparición todo se va al infierno. No importa nada que no sea la hermosa figura de blanco que se acerca a él. Kareef reacciona apenas leyendo los pasajes del Corán con determinación y convicción al tiempo que mira sus ojos, está preciosa y al acercarse, termina de rezar y besa con sumo deleite su frente aspirando su aroma, sonriendo con alegría e impaciencia de tenerla para sí, de disfrutarla el tiempo que Alá se la deje. ¿Acaso sería capaz de transformarla? Tras su Primera Esposa, lo duda mucho. Mas sin embargo, la ama tanto que puede hacer a un lado su trastorno y obedecer a sus instintos.

El resto de la celebración es una bruma en la mente de Kareef quien se esfuerza en decirlo y hacerlo todo con la perfección que no pudo brindarle respecto del lugar, de la decoración, de todo lo que le faltó. No puede fallar en eso y se aboca a hacerlo sublime. Incluso en el instante de intercambiar objetos, sus ojos aleonados se fijan en los de la romana para recitar las palabras con una fuerza que le haga pensar a la joven que no importa lo que pase, siempre contará con él. Incluso si ella misma decide algún día terminar su matrimonio. Los sentimientos del Jeque son tan bastos, que a pesar del dolor que pudiera sentir por verla con otra persona, es capaz de protegerla a capa y espada. Incluso de sí mismo. Cuando la ceremonia termina, Kareef detiene a Katra para sonreírle.

- Éste es el momento que más esperé... en mis tiempos, no se llevaban a cabo así las ceremonias, era mucho más sencillo que todo ésto... así que repite tras de mí: Yo, Kareef Al'Ramiz, Te desposo a tí, Katra Di Alessandro - susurró con devoción mirándola a los ojos, esperando que ella lo imitara. Cuando lo hizo colocando a la perfección los nombres como era, él besó su frente y sacó de su bolsillo un objeto que brilló a la luz de las velas, colocándoselo contra el cuello, era pesado una vez que lo tuvo atado a su nuca, sobre su pecho, la fina joya en forma decollar colgaba sobre él.. en la parte trasera de la alhaja estaba incrustado en su interior unas palabras - es árabe, amor mío... te enseñaré a pronunciarlo, un hechizo para que podamos comunicarnos a pesar de la distancia, sólo con que dejes caer una sola gota de tu sangre en su interior sabré qué te ocurre, así, mi vida, yo te desposo, señora Katra Al'Ramiz. Jequesa de Alejandría - busca sus labios para ofrendarle un delicado beso, es la joya más preciosa que jamás le han entregado. Quiera Alá bendecirle, porque la cuidará con su propia vida.




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Mensaje por Katra Di Alessandro Dom Mayo 13, 2012 2:53 pm

De los más seis meses que conozco a Kareef cortejándome incansablemente, siempre lo considere un hombre capaz de todo para conseguir lo que deseaba. Un hombre que no se rinde ante adversidad e incluso, capaz de esperar pacientemente hasta que la las circunstancias se volteasen favorables. Por eso mientras camino hasta él, mi mirada aunque fija en esos ojos aleonados no pierde detalle de las maravillas que se consiguieron en tan precarias condiciones, pues aunque estábamos en un barco destinado a la guerra, rodeados de hombres y con todo en contra para efectuar un festín, pero aun así a mis ojos e ve esplendido. Y aun que sé, faltan detalles, flores e incluso el lujo que se espera para la boda de alguien de mi estirpe o la de Kareef, sé que todo se compensará. Además he de ser consecuente, mi familia ha muerto hace apenas unos días, debo respetar el luto de ellos, su memoria y elevar esta alianza en su nombre, se que la voluntad de mi padre está siendo cumplida aun cuando yo me negase a aceptarla por meses y el jamás me revelase en que concluyo esa primera reunión ente el jeque de Alejandría y el Emperador del Sacro Imperio.

Palacio Imperial, Sacro Imperio Romano Gemanico
Seis meses atras


La noticia sobre un visitante extranjero recorrió el palacio con la misma celeridad que los rumores de una pronto boda imperial, no hubo en palacio quien no comentase aquello, excepto ella, la principal involucrada y supuesta novia. Ella siempre esquiva, guardo silencio, se limito a tomar su caballo y perderse a galope por las extensas sendas del imperio, si acaso osaban casarla sin su consentimiento, ella sería la caprichosa y engreída princesa, y haría de las suyas como era de esperar. Por eso jamás se entero de lo realmente ocurrió esa noche en el despacho privado de Acheron, su padre…

Dos hombres en apariencias tan diferentes, uno vestido a la usanza árabe y otro al estilo europeo de la época, cruzaban miradas mientras copas mientras una botella de vitae era servida por una de mas mucamas. Las copas de plata con incrustaciones de ámbar, eran rellenadas por tercera vez desde que los saludos protocolares acabasen y se ordenase no ser interrumpidos por nadie, ni por la Emperatriz ni mucho menos por alguno de sus hijos. La joven que los atendía, sería borrada su memoria, para que no quedasen testigos de un conversación que por sí sola era la comidilla de todo el imperio.

- Me temo, Sidi Al’ Ramiz, que desconoce las reales dimensiones de lo que me pide - respondió con semblante serio el Emperador Franz II, su nombre tras asumir el trono - No hablo de los alcances políticos, pues bien podría usted casar a su hija con Apotolos mi heredero o con Alastair, mi hermano. - sugirió para luego beber un largo trago de su copa para que su visitante midiese lo que propone, aunque sabe bien que la fama de jequesa Al’Ramiz es aun más temible que la de su propia hija - Desafortunadamente para usted, se que esta petición va más allá de una alianza, sospecho que usted como mucho ha caído ante los innegables atributos de mi hija. -guardo silencio recordando cuantas veces se enfrentase a escenas similares, pretendientes de Katra que serían devueltos a sus tierras con todo con lo que llegaron, menos su dignidad, pues la heredera la pisotearía antes que ellos pudiesen decir algo - Lastima que sus encantos, no se reflejan siempre en sus actos. ¿Sabe cuántos ya han pedido su mano?- un significativa mirada de asentimiento fue suficiente respuesta - Tal vez me arrepienta de la decisión que he de tomar, pero me prometí siempre respetar la voluntad de Katra, aunque debiese darle un par de palmadas cada vez que hace berrinche.- un largos suspiro antecede sus siguientes palabras.

- Sidi Al’Ramiz, usted no busca la alianza, usted busca el corazón de mi hija. Eso es algo de lo cual no puedo disponer.- cierra los ojos, cuanta verdad en esas palabras - Aunque confió en la voluntad de los dioses, y en firmeza de su voluntad, por eso no puedo desatender su petición - toma un trozo de pergamino y escribe unas líneas, cuando la tinta se seca se la entrega en un sobre lacrado - Os entrego la mano de mi hija, pero bajo dos condiciones. La primera es la que más os debe importar, la segunda la enteras con el tiempo - ríe amargamente, cuanto sospecha que el destino cobrara finalmente su pago por entregarle a dos inmortales el don de la vida con dos hijos herederos - Tienes mi consentimiento de desposar a mi hija, solo él día que ella acepte entregarse como la mujer que debe ser a tu lado, cuando ella entregue su corazón ante ti. Tu deber, protegerla y conquistarla, mantenerla feliz, aun entre la adversidad. Esta es mi primera condición, y la más difícil, ganarte el amor de Katra. La segunda, entregar este mensaje a ella, el día en el destino juegue sus cartas.- dichas estas palabras ambos hombres sellaron un pacto que superará las barreras de lo humano.

Kareef me recibe y lo siguiente que ocurrió fue un mar de confusiones para mi, pues si bien entiendo el árabe, me cuesta seguir el hilo de la ceremonia y más aun traducir en mi mente todo aquello que esta ocurriendo. Mi mirada, mi concentración y todo mi ser, abocados a él, el hombre que se robo mi alma para convertirme en su esposa, cuando las palabras árabes dejan de abrumarme y la mirada de Kareef me llena de dicha, regreso segundos escasos a la realidad para seguir la ceremonia con mis votos - Solo tu voluntad ha conseguido este momento, entre los mares de sangre que antecedente este momento has traído dicha a mi corazón, un amor que desborda… -sonrio al saberme correspondida - Yo, Katra Di Alessandro. Te desposo a tí, Kareef Al'Ramiz - sonreí entre a escaza iluminación de las velas a la espera de que los ritos terminase, que poco sabia de los ritos árabes, cuan difícil seria adaptarme a las nuevas costumbres.

El intercambio de objetos me desconcertó, no sabía de aquello y menos aún tenía en mente algo que intercambiar con él, a quien desde ahora sería mi esposo. Lleve la mano a mi cuello para tocar a cadena que él me entregase, y busque entre, cuan incomodo resultaba no tener nada que ofrecerle. Pero allí pendiendo de mi cuello otro collar, uno que portase conmigo desde hace ya demasiado tiempo, uno que me perteneciese desde mi nacimiento. Un águila en cuyas garras porta una pequeña esfera de turmalina negra, una piedra difícil de encontrar, que dicen tiene las cualidades de ver más allá de los ojos mortales. Paso la delicada cadena de donde pende el colgante por cuello, para luego enlazarla en el de él, le sonrío a conciencia que los nervios nos consumen a ambos.

- Te amo Kareef Al'Ramiz - pienso cuando sus labios rozan delicadamente los míos - Desde hoy, y para la eternidad, tu mujer. -


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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Vie Jun 01, 2012 11:23 pm

Los votos son entregados, las almas unidas, los hilos del destino se trenzan en una danza cuyo fin será cuando uno de los dos deje de existir en esta vida y aún así las almas podrán encontrarse a lo largo de la vereda de la inmortalidad hasta, si quieren, volver a compartir otra existencia. Kareef no se siente para nada preocupado por las circunstancias que le rodean al enlazarse con ella, pero sí le intimida algo: las consecuencias que puede degenerar el simple hecho de que algún día, alguna noche la pequeña mujer suya, la joven tozuda, la yegua indómita, decida que es el momento de transformarse en una vampiresa. Es una Al'Ramiz, no sólo eso, ya es una jequesa y no cualquiera, la esposa del Jeque de Jeques... tiene un poder que si sabe utilizar, puede obligar hasta a la misma Kala a obtener el don del vampirismo sin que Kareef pueda evitarlo.

Aunque de pronto se queda descolocado, las palabras de su ahora única esposa le sacan de esa incertidumbre y decide que atravesará el puente cuando deba hacerlo, mientras tanto se preocupará de una cosa: hacerla feliz. La abraza fuerte y besa su frente para sonreírle y asentir, ante las felicitaciones de sus hombres, del propio capitán, todo fluye con rapidez por sus ojos, un brindis por la felicidad de la pareja, bailes en su honor mientras él se afana en que Katra lo disfrute, pero sobre todo que entienda que pronto estarán solos y eso que Kareef evitara antes en su camarote, ahora será una realidad. Besa su mano, su frente y la mantiene contra él, riendo ante algunos pasos complicados y alabando a sus hombres cuando un atrevido hace una danza con dagas y fuego que pone los pelos de punta al propio Jeque temiendo por el barco y su seguridad.

Entre risas y algarabías, el árabe mantiene consentida a la Princesa, acurrucada a veces contra su cuerpo diciéndole al oído lo que ella no entiende, explicándoselo o traduciéndole las palabras de alguno que otro. Lo puede hacer mentalmente, pero quiere disfrutar de tenerla así, pegada a él, de oler el aroma de su cabello, sentir su piel contra la nariz, el latido de su corazón que le arrulla. Besa su cuello en más de una ocasión, su mejilla, el dorso de su mano. La mima, le hace ternuras demostrándole el amor que le tiene. Por fin es su mujer, pero no por ello será un bruto que se precipite sobre ella, todo tiene su tiempo, como diría la Shamballah y ahora mismo, es de disfrutar su fiesta. Cuando el sol amenaza con salir, es cuando todos se empiezan a despedir y el mismo Jeque agradece a los presentes por todo el esfuerzo puesto para complacer a la Jequesa Al'Ramiz, por ser comprensivos y sobre todo, por sus deseos.

Una vez pasan los abrazos, Kareef toma en brazos a una, supone, agotada Katra y la lleva con mucho mimo a la recámara, conduciéndola así hasta la cama donde la deposita con mucho cuidado y ternura besándole la frente. Sonríe ladino al tiempo que se aleja de ella ignorando su protesta y cierra la puerta asegurándose que nadie pueda abrirla, recorre las cortinas no sin antes encender varias velas que iluminan la habitación aseada, con muchos almohadones en colores claros, ninguna flor puesto que no es fácil conseguirlas en altamar, si no que imposible. El Jeque se preocupa de que ningún rayo de sol pueda entrar a la habitación, por su propia seguridad y luego de ello, se acerca a una mesa, de la que extrae un pergamino que observa en silencio para caminar lento hacia donde Katra y extenderlo.

- Algún día, un Emperador me dio sus condiciones para acercarme a su hija, hoy que he logrado que ella me ame y me complazca con ser mi esposa, cumplo la única petición que me falta... y es entregarte ésto. Es de tu padre, así que mi amor, léelo con detenimiento, son las últimas palabras que él te dirá... - se lo pone en las manos y la abraza contra él, no para leer la misiva, si no para darle el apoyo que, sabe, ella necesita.




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Mensaje por Katra Di Alessandro Dom Jun 03, 2012 7:47 pm

De tantas fiestas a las que he asistido, de tantas que se han oficiado en mi honor, sin duda alguna, es esta aquella en la contrariedad de sentimientos se hace más latente, una gran dicha inunda mi corazón y mi alma, pero la alegría no necesariamente borra el dolor del lut0. La blanca tela que cubre mi cuerpo es símbolo de los festejos por el paso de niña a mujer, pero aunque mis ojos brillan ilusionados y en mis labios se dibuja una sonrisa, en mi interior las cosas son muy diferentes. Un negro velo cubre los recuerdos de mis padres y las innumerables veces que los contrarié, cuantas veces ellos complacieron mis caprichos y berrinches e incluso, aceptaron mis desplantes ante todo el imperio. Si acaso alguna vez me regañaron, he de decir que lo recuerdo, Acheron mi padre siempre fue condescendiente con mis errores, mientras mi madre solía caer en la bipolaridad y contradecirse. Todo aquello ronda mi mente, como un fantasma del pasado que estoy dejando atrás.

Sentada muy cerca de Kareef mientras algunos de los hombres presentes bailan y ríen jocosos al ritmo araba en compañía de la odalisca que se convirtiese en algo así como mi dama de honor, sonrío hipnotizada con la delicadeza de, mí ahora esposo, la calma con que me explica todo lo que mi alrededor ocurre. No me alejo en ningún momento de su lado, excepto cuando la odalisca me saca al centro y con paciencia enseña algunos pasos, los que por fortuna no son tan distintos aquellos que aprendiese en el imperio. Un fiesta dedicada a mí donde la alegría abunda en los rostros de los hombres del jeque de Alejandría. Tal parece que la boda es esperada desde hace ya mucho tiempo y que sin proponérmelo me convertí en su protagonista.

Finalmente los festejos cesan, y el sol amenaza con salir, es tiempo de retirarnos todos, en especial nosotros. En brazos de Kareef, algo agotada soy traslada la recamara de él, la misma en que pasase mis primeros días en el barco. Una que ahora ha sido remodelada con algunos muebles nuevos, y un toque algo más femenino. ¿Cuántas cosas es capaz de hacer el jeque para complacerme? Aquello debería tenerlo claro, pero sé que nunca será suficiente el tiempo para asimilar la devoción que él siente por mí. Le sonrió desde la cama a su espera, mientras sus palabras me sorprenden, quizá mi presentimiento sobre un acuerdo previo entre mis padres y Kareef, fuese cierto, pero esta vez la idea no me molesta, solo me causa curiosidad.

Tomo la carta mientras me acuno en sus brazos para leer las palabras de mi padre…






Palacio Imperial, Sacro Imperio Romano Germanico

Mi adorada Katra:

Los designios del destino suelen ser muchas veces nebulosos, pero aquellos hilos con que escribió tu destino y el de tu hermano, siempre fue demasiado claro. La bendición con que los Pharthenapeus y los Di Alessandro pudimos prolongar nuestro linaje fue bajo la condición de entregar vida por vida. El tiempo de pagar el precio se acerca y sin duda si hoy lees estas líneas es porque se ha pagado lo prometido. Demasiada sangra ya ha sido derramada y serás tú quien mantenga la grandeza del linaje.

Lagrimas no habrá en tus ojos en estos momentos, pues se que has perdido toda una familia para ganar otra. Tuve la fortuna de ver el telar del destino y conocer aquello que se preparo para ti, sé que junto a los Al’Ramiz serás la gran mujer que se necesita como jequesa. Condiciones puse para que el enlace que celebran se concretase, un hombre honorable es tu esposo. El te escogió aun sobre las alianzas, pues opciones siempre tuvo para enlazar los Cinco Frentes al Sacro imperio, pero ante todo el pidió el corazón del tesoro germánico. A ti pequeña Katra, la más preciada joya, a quien muchos han codiciado, pero que uno solo es capaz de ganar.

Kareef, no escogería a una mujer por capricho, por eso acepte cuando acudió ante mí, por eso se que a su lado aprenderás los secretos subterráneos. “Tiempo al tiempo”, ahora ambos sabrán el peso de aquellas palabras que una reconocida vampiresa llamada Sirat tanto usase cuando aconsejaba a sus fieles.

Pequeña, tu transformación apenas comienza. Procura ser feliz.

Acheron Pharthenopaeus





Leer a mi padre apenas unos días después de muerto, es el algo que no me esperaba del todo aunque la sabiduría de sus palabras si fueron del todo reconocida para mi, una ligera lagrima rueda por mis mejillas. Muchas cosas quedan aun fuera de mi comprensión, pero sé que al lado del Jeque de jeques poco a poco aquello que mi padre viese sobre el futuro, los secretos que se esconden bajo el apellido que porto. - Tiempo al tiempo- susurro reclinada contra Kareef, el comienzo de una nueva vida.

- Mi padre confiaba demasiado en ti Habibi- susurro buscando lentamente sus labios - Tanto que no dudo que llegaría a ser tu esposa sonrió contra sus labios, esta vez con los nervios carcomiéndome por sobre la ansiedad de convertirme completamente en su mujer.


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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Dom Jun 03, 2012 9:01 pm

Las palabras no son lo que le interesa de lo que está en el pergamino si no las reacciones que puedan provocar en una joven tan impetuosa como el mar que ahora mismo los transporta a un lugar idílico: Alejandría y tras ella, Agharta. Sus brazos sostienen la joya más hermosa de todo lo que ahora liderea; para su gente, es la persona que puede hacerles el milagro de devolver la alegría de su Jeque. Para Kareef es la única que conmueve su corazón y doblega su mente y voluntad, a la que le entregaría todo, pero aún con reservas propias de aquél que amó con toda el alma y fue traicionado y golpeado en la parte más importante de sí: su familia. ¿Será acaso esta diablesa con cabellos de ángel la que pueda darle a él la paz que tanto ha buscado? Su Primera Esposa fue eso durante el tiempo que fue mortal y al transformarla absolutamente todo cambió. ¿Acaso sucederá lo mismo con Katra? Sombras del pasado se plantan ahora ante él y le hacen suspirar aspirando el olor de esos rizos dorados. Besa su cabeza en tanto ella sigue leyendo con los ojos cerrados. El colgante que ella le entregara luce alrededor de su muñeca como un talismán al que pronto le dará un nuevo uso.

Solicitará que le incrusten tal joya en el mango de la cimitarra de piedras verdáceas. Puede ser que no combine, pero eso es algo que al Jeque le tiene sin cuidado. Para él, esa prenda es muy importante... es la que indica el inicio de su relación como esposos y la que será la determinante en caso de que termine... de que ella la quiera de regreso, así que a pesar del honor que siempre ha tenido para todos los que le rodean, no será tan fácil para Katra. Para divorciarse de él, tendría que pedirle la gema, pero si la tiene en la daga, tendría por todos los medios que pedir que la desincorporen a la llave, por lo que poseerá tiempo bastante para hacerla cambiar de parecer, seducirla inclusive en ese caso. Aunque para ello tendría que... su mirada fue demasiado elocuente cuando le miró el rostro y vagó por los finos ropajes que él mismo eligió para ella, algo que ahora le hace tragar y siente cómo se le seca la boca de la anticipación que significa tenerla para sí y poder... hacerle... t-o-d-o...

Suelta un suspiro de forma audible recuperando el control en el momento justo, la frase de la Shamballah queda en el aire de una manera que puede helar los huesos del Minoico. Su mirada baja al pergamino queriendo saber por qué ahora su esposa la pronuncia. Sus dudas quedan aclaradas y se pregunta realmente quién fue Acheron... Sabrina era en definitiva una de las pupilas del Sanat si no es que una compañera de armas, pero Acheron siempre fue un gran misterio. Uno que jamás desentrañará. Se acaricia la sien pensativo en tanto que la jequesa de Alejandría toma lo que por derecho ahora le corresponde. El beso está plagado de sentimientos contradictorios, pero no por ello faltos de intensidad. Es el león de Alejandría quien la toma y aprieta contra sus brazos no queriendo dejarla ir, son los pliegues de su boca los que se mueven lento contra los de la humana haciéndola consciente de que una vez empezado, el juego erótico tendrá un final y será aquél donde el jeque tome como esposa a una mujer indómita y llena de bríos.

- Habibti, puede ser que vuestro padre tuviera una comprensión del mundo propia de un Minoico, pero si de algo debes estar segura es del amor que siento por tí, que es inquebrantable, indubitable, indebatible, nadie jamás me separará de tí, pero tú también debes entender que para que ésto sea una alianza entre nosotros, deberás darme tu confianza. Soy vuestro esposo, no tu enemigo. Buscaré el bien común, pero si tengo que dar un grito, lo daré sin duda. No soy en mi tierra aquél que mangoneaste en el Sacro Imperio, en París o en los Pirineos... deberás respetarme como yo lo haré contigo, de lo contrario mi esposa, no serás la Única Esposa que tenga... suficiente tuve ya con una serpiente como para que una yegua retozona quiera darme de coces... ¿Entendido? - de una vez dejarlo todo claro, que ella no tenga dudas de a dónde se mete. Si no está de acuerdo, Kareef no tendrá otra opción que romper el vínculo matrimonial, no sin antes hablarlo con el propio Alastair, que de seguro tiene su propia lucha en su bergantín. Su hija no es cualquier hembra y si la conoce como sabe que es, le dará pelea al Parthenopaeus todo el tiempo. Quiera Alá que la pequeña Katra lo entienda y acepte, pero sobre todo, se comporte. Si no, tendrá el León demasiados rivales buscando su lugar.




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Mensaje por Katra Di Alessandro Dom Jun 24, 2012 12:54 pm


Con aquella seguridad que me caracteriza hago posesión de los labios que tanto renegué, aquellos que desprecié, no una sino mil veces antes de llegar al presente. Un presente que se esfuma a cada segundo que paso a su lado, un presente en el que sus labios son un refugio donde quiero anidarme por cuánto tiempo dure la eternidad, o tal vez antes si acaso jamás me convirtiese en un vampiro. Pero esta madrugada, luego de tan sencilla y simbólica ceremonia donde me desposase, solo puedo pensar en el ahora, en el dulce sabor de aquellos labios que recorro calmadamente con una de mis manos en su mejilla y la otra sobre su hombro. Kareef, no es el primer hombre a quien besase, pero si es el primero y el único a quien me entregaré, con quien compartiré el lecho y mis ansias. Un nudo en mi vientre es señal de mis nervios, los deseos de salir de aquella recamara son reflejo de mi temor, tantas mujeres en su tierra, tantas a quienes pudo desposar, pero fue tras de mí, no una, sino cientos de veces. Entre sus brazos me puedo sentir especial, por lo mismo las expectativas del Jeque de Alejandría me atemorizan, si acaso busca una mujer experta en las artes de la seducción, en mi encontrara inexperiencia y pudor, la Princesa del Imperio es una, pero la mujer que está entre los brazos de Kareef es otra, los títulos se quedaron fuera de aquella habitación.

Muevo mis labios contra los masculinos reconociendo el dulce sabor de ellos, la ternura con que se desenvuelve, y porque no, una especie de devoción que no aplaca el cosquilleo de mis piel, el rubor de mis mejillas, el estremecimiento que me recorre cuando él me apega a su cuerpo. Un gesto posesivo que comprendo, un intento por retenerme, tal cual si temiese huyese de ahí. Ganas no me faltan, no porque no lo desee, sino porque estoy atemorizada, todo lo que ocurrirá a partir de esta madrugada es un mar por descubrir, un desierto que explorar. Un suspiro emana desde mi alma, entregándose a disfrutar de sus caricias, poco a poco dejo que mis sentidos de autoprotección se nublen y que la razón se duerma, será el momento en que deje fluir todo lo que el vampiro remueve en mí. Fue en ese jadeo que la pausa fue puesta por él, palabras ciertas sobre nuestra historia, una que se remonta meses atrás, una a la cual yo misma por mis errores estuve por dar final sin pasar siquiera del prologo, un final totalmente diferente a lo que hoy espero de nuestra historia, una vida en común donde las primeras líneas del primer capítulo hoy se escribe.

- Habibi, fui educada para ser un líder- aclaro mientras tomo un poco de distancia, para clavar mis ojos en los de él - Mi padre, se esmero en que recibiese la mejor educación, una que hoy comprendo tras leer aquellas líneas que te encomendase a ti- transmito parte de lo mencionado en la carta de Acheron, no tengo nada que ocultar así que mientras hablo dejo ver en mi mente lo anteriormente leído - Me enseño a gobernar, a tratar a mis enemigos, pero sobre todo el arte de liderar.

Sé que mi actuar no fue el apropiado en estos meses, admito mi error, pues mucho tarde en aceptar aquello que en mi remueves. Sé bien que el pasado no me avala, así como también sé que eres un hombre respetado en tu tierra, que tu pueblo de venera y que tus enemigos temen. Por lo mismo no seré yo, ni mis caprichos los que mancillen al líder -
Tomo una de su manos entre las mías antes de proseguir con mis palabras - Habibi, no soy sumisa, lo sabes bien y no pretendo serlo, pero sé que cuando so personas unen sus vidas por amor, el respeto es la base de todo. No seré una mujer a quien le des órdenes, sino quien debas darle razones, así como yo usaré mi labia antes que las humillaciones. Seré tu consorte, tu consejera, tu compañera - beso sus manos para luego brindarle una sonrisa.

- Tu mujer en todo sentido, bajo tus leyes y las mías, la señora en tu tierra y tu mi señor en la mía. No dudes de mi respeto, pues jamás discutiré contigo en público… espero que ni siquiera lleguemos a discutir, pero si ocurriese serán las palabras de la mano de la razón las primeras en fluir, para alcanzar el entendimiento- cuan necesario era aclarar aquello entre los dos, en especial tras los episodios de antaño.


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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Dom Jul 08, 2012 10:38 pm

Bendito Acheron con la forma en que la educó, porque para Kareef es más fácil hablar con una dama de ese calibre a la cual puede hacer cambiar de parecer o mutuamente aconsejarse, que lidiar con una leona enfurecida que está lista para dar el zarpazo a todo aquél que quiera meterse con ella. Eso sí es mucho más difícil de controlar y de soportar. Si él era un león, Katra ha demostrado muchas veces que es perfecta para el papel de leona aunque para él signifiquen dolores de cabeza, aunque si ella dice que puede ser tal cual sus palabras forman la imagen, entonces todo es perfecto. Besa su frente contento y la pega a su cuerpo para sonreír más que satisfecho. Por fin parece que sus aguas llegan a las orillas de la isla inexplorada que es la joven. La arropa con las mantas tras desprenderse de los zapatos y hacer lo propio con ella, besando sus pies con sensualidad, acariciando cada parte de ellos para darle confort y relajarla para que no esté nerviosa, aunque sabe bien que el simple hecho de compartir la cama es suficiente para que el estrés esté con una virgen, porque sabe que lo es, se lo ha demostrado una y otra vez aunque no con hechos firmes, pero sí pequeños datos vertidos de algunas formas.

Le acaricia el cabello cuando termina de darle el masaje y besa su frente de nuevo con una devoción y ternura que sólo ella le inspira. No quisiera asustarla, pero tiene demasiadas ganas de ella, besa su mejilla concentrándose en su olor que le pierde, en su piel que le parece tan dulce y suave, deliciosa al tacto, entre sus labios que reparten ósculos delicados en la base de su cuello, en la clavícula y baja un poco a saborear la cremosidad de sus hombros sujetándole la espalda con una mano para acercarla a sí y con la otra que se posa con posesivo mohín en su cadera. La tela le impide sentir a la perfección su piel, pero no el hacerla sentir su pasión dejando sus dientes muerdan sin causar daño la redondez de la unión de la clavícula con el brazo. Sonríe y regresa para dejar que su nariz pase por toda la curvatura de su cuello hasta llegar a su barbilla envolviéndola con los labios y succionándola sin pudores, sensuales arrebatos, delirios de pasión.

- Deliciosa odalisca de fantástica constitución, andar delicioso que quita la respiración, mi esposa, mi jequesa, mi señora - besa sus labios con esa ansiedad de poseerla, pero se contiene, aspira de nuevo su aroma en tanto sus pliegues lento avanzan contra los femeninos, su lengua se permite regodearse en el sabor del interior de la boca de su esposa, encontrando a su pareja, danzando alegre contra ella mientras que sus manos acarician las caderas femeninas y su cuerpo empieza a acomodarse sobre el de ella. Ansioso está por hacerla suya, pero al mismo tiempo se siente lleno de ternura y alegría porque por fin ella está a su lado y nada pareciera capaz de arrebatársela más que los mismos arrebatos de la mujer. Algo con lo que vivirá, pero que jamás se amedrentará. No es un hombre que fácil ceda a las amenazas o peligros y ninguna romana vendrá a enseñarle cómo tratar a su esposa, mucho menos ella misma.

Ríe acomodándola contra su cuerpo, sobre él justamente para besarle los labios de nuevo, acariciando las caderas femeninas con suavidad, llevando las manos hacia la espalda para apretar los puntos que conoce la relajarán por completo, la dejarán tan a gusto que no se fijará en lo que está sucediendo y se permitirá llevar. Vuelve a su cuello para que su lengua recorra lento y sinuoso un camino que le lleve a las clavículas, la toma de la cabeza y la obliga a arquearse para recorrer con sus dientes cuyos colmillos van emergiendo cada vez más la superficie de éste, quedándose quietos en la yugular, escuchando atento tanto la respiración de la joven como el tintineo del pulso en esa delicada parte. Un colmillo roza suave la piel sin lastimarla, un siseo y el Jeque abre por completo la boca en un rugido parecido al de un león en tanto acerca rápido la cabeza a esa vena, pero se detiene para dar, al final, el más respetado ósculo sobre la piel. Suya es, pero sabe que no debe aprovecharse de ello. La cordialidad es mucho mejor que la subordinación entre una pareja. Sube besando la piel hasta sus labios para robarle el siguiente beso de forma romántica y galante, colocando una mano bajo su nuca cual almohada y otra alrededor de su cintura para hacerla recostar a su vera, con él casi encima, pero sin echarle todo su peso, que sienta su tórax pegado al suyo y sus piernas encima de las caderas masculinas cuya dureza no puede ser ignorada del todo. Está deseándola, pero irá lento, calmo, a su paso...




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Mensaje por Katra Di Alessandro Lun Jul 23, 2012 10:11 pm

Los prejuicios fueron por meses las represas que contuvieron el amor que hoy se desborda ante este hombre que con tanta ternura me trata, quien diría que el rugiente león de Alejandría, aquel que amedrenta solo con la mirada es capaz de tratar a una mujer con semejante calma, solo para no asustarla… o más el modo en que me trata para que no salga huyendo. Pues sí, la fama del Jeque de jeques es conocida por mí, se bien cuantas odaliscas posee en su harem, cuáles son sus preferidas e incluso, detalles un poco más íntimos… mis razones, está de sobra explicarla pues se anidan en la curiosidad misma que el produjo en mi cuando los rumores de su petición de matrimonio llegaron al imperio. Lo cierto es que nunca espere ser del gusto de él, soy todo lo contrario a una mujer árabe, mi tez blanca contrasta con las bronceadas pieles de ellas, mi ojos reflejo del cielo de medio día mientras que los de ellas el reflejo de media noche, y que decir mis cabellos …¿Cuándo hubiese esperado ser del gusto de él?...

Por fortuna no aposte cuando Marianne afirmo que las intenciones de él eran serias y que acabaría así con él, pues habría perdido con creces aquella apuesta. Muerdo mi labio cuando él me acomoda entre las colchas entre besos perfectos, una complicidad deliciosa de caricias que me roban el aliento y tiñen de carmín mis mejillas… ¡¡Por los dioses!!… Apenas esta besando mis pies y mis tobillos y yo ya me siento azorada por su causa, nerviosa al punto que las lisas sabanas son un remolino entre mis dedos que se aferran a ellas. En mi estomago es el centro de tantas sensaciones, que solo puedo sentir un ir y venir oleadas de calor que van invadiendo todo mi cuerpo, con la urgencia de tenerlo aun más cerca. Un gemido se escapa e mis labios cuando él los invade con tanta perfección, una danza única donde dos compañeros se encuentran tras un solitario andar, ansiosos por el encuentro - Ka.. - no pude terminar la frase pues lo siguiente me dejo perpleja, su cuerpo contra él mío, todo su peso y el deseo de él latentes, un mi piel se eriza y una risa nerviosa brota de mis labios… será acaso que debo decirle…


Pierdo el hilo de mis pensamientos cuando mis caderas deciden tomar su propio ritmo, moviéndose insinuantes contra el jeque, no hay lecciones que preparen a una dama para este momento, pero si la hubiesen sin duda no sería más que una sombra de aquello que realmente se experimenta. Mi pierna izquierda se dobla, y la tela se resbala por mi piel, dejando al descubierto mi muslo el mismo con que intento acortar aun más aquella distancia. Rio nerviosa cuando sus manos exploran mis cuervas por sobre la tela, si este momento fuese un sueño, ruego a Morfeo jamás me libere de sus brazos. Con mis dedos dibujo su rostro, uno que quiero grabar en mi memoria para los tiempos futuros, pues si algún día él se aburre de mi, quiero que cada parte de mi recuerde este primer encuentro. Lentamente abandono su rostro y bajo hasta su cuello, allí donde está el borde de su túnica, temerosa taneo la piel del líder, sin decidirme a bajar más mis manos.

Cuando mas temerosa me encuentro sus labios marcan un camino tan erotizante que reaccionan partes de mi cuerpo inexploradas. Mi bajo vientre se siente pesado y mis pezones se endurecen, será acaso que mi cuerpo lo reconoce a él como su otra mitad, sepan los dioses que es así, que es Kareef Al’Ramiz a quien entregare mi virtud en la noche de nuestra boda, es el Jeque de Alejandría quien conquisto a la indómita princesa Germánica. Mis dedos se crispan al sentir sus labios en mi clavícula, hombro y … - ah… Ka… yo… - imposible formar una frase complete cuando sus colmillos insinuantes rasgan mi piel con una suavidad insospechada, incapaz de dañarme pero si de provocarme y una duda asalta mi mente al recordar los rumores que escuchase… ¿Será? Podrá realmente la mordida de aquel vampiro ser la cima del placer… la sola idea me pone ansiosa y nerviosa por comprobarlo, quiero experimentarlo todo en brazos de él, entre sus sabanas, pero por sobre todo entre esos brazos que me envuelven.

Erotizada mí espalda se arquea entre sus caricias, me encuentro ansiosa de él, envuelta del todo con el encanto del amor que él me profesa, el mismo que siento yo por él. Ahora mi cuerpo pide algo mas, con mis manos aun en el cuello de su túnica, siento la necesidad de su piel de recorrer aquel torso perfecto - ¿Pu... ¿Pue... ¿Puedo? - susurro nerviosa, sin atreverme a sacar la tela de por medio, por primera vez me encuentro pidiendo consentimiento para hacer algo que deseo.


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Mensaje por Kareef Al'Ramiz Mar Jul 24, 2012 9:51 pm

Es la belleza expresada en la forma más mística de todas la que arrebata los últimos resquicios del corazón de Kareef para ser entregado por completo a las manos de la joven que entre sus brazos se encuentra. Detenta una sonrisa contenta al tiempo que su lengua pasa por la herida creada en la piel para retrasar el momento de tomarla para sí, su aroma enloquece los sentidos de un ente en su interior que brama por poseerla, mas aún su mente domina a su instinto. Sonríe al ver que la indómita princesa, la imparable, la inconquistable, la rebelde Katra Di Alessandro ha perdido el habla. No logra concebir más de dos sílabas juntas lo que le complace. Virgen, no tiene la menor duda, cada gemido, cada mirada sorprendida, cada jadeo lo define y lo confirma. Toda para sí. Ríe sin saber de pronto qué hacer, complaciéndose sólo en colocar su codo en la cama para apoyarse en él y de lado mirarla embelesado. Coloca un mechón de cabello tras la oreja y decide que de momento, se está bien así.

Es ella la que logra conectar por fin a sus neuronas, aunque sea dos, para pedirle permiso. El vampiro asiente y le ayuda a desprenderse de la túnica para echarla con descuido a un lado. No hay nada más importante que la joven entre sus brazos, en su lecho, que le pertenece en alma, en corazón, aunque faltará su cuerpo no es algo que le apresure poseer. Se tomará el tiempo necesario para que al final, Katra no piense en nadie que no sea él. Que se recrimine y mortifique por no tenerle con ella desde antes como una malvada venganza. Incluso dos que tres veces le presionará por ahí con la intención de sacarla de sus casillas, de hacerla sonrojar si eso se puede. Besa su nariz permitiendo que le explore con la tranquilidad de traer puestos los pantalones y saber que ella estará de momento descubriendo todo un nuevo universo. El de ser una esposa. Una jequesa. La mujer de Kareef Al´Ramiz.

Decide ayudarla a sentirse más relajada, así que lento va desprendiendo las horquillas de su cabello, liberando los rizos en tanto ella está explorándole. Algunos de ellos son llevados a su nariz para deleitarse en su aroma. Oh Alá, deliciosa tentación hecha mujer y toda para él. Ríe besando la coronilla de su cabeza al tiempo que continúa con su labor. Mechón tras mechón caen sobre la espalda de la romana hasta que no queda nada más que quitar y entonces el Jeque se incorpora hasta quedar sentado para voltearse y dejar sobre un mueble al lado de la cama los pasadores dejando a la vista su espalda, los amplios hombros, antes de volver a ella con una sonrisa y buscar sus labios, apoderarse de ellos durante largos instantes en los que la obliga a recostarse en la almohada. Sus ojos brillan cuando el beso termina y la observa con fascinación.

- Alá me ha bendecido, me ha entregado a la mujer que deseaba tener a mi lado, me ha permitido hacerla mi esposa y que sus hermosos cabellos de sol ocupen mi almohada, que su cuerpo deleitable me haga el honor de recostarse en mi cama y que sus labios deliciosos y obsesivos me regalen los besos que quiero. He de haber hecho algo bien, habibti porque es irreal que de verdad estés aquí, conmigo... - su rostro se esconde en su cuello, su nariz regresa a donde la yugular y se le hace agua la boca de la ansia por probar su vitae, pero se contiene. Lento, deposita beso tras beso en ese lugar, atormentando a ambos hasta que la toma por la cintura y la sube sobre su cuerpo, asombrándose por lo liviana que es. Una de sus manos rodea la cintura femenina en tanto la otra sujeta la nuca y la baja para besarla de nuevo. Es tan fácil estar así con ella, que no sabe qué hará cuando regrese a la realidad llamada Alejandría.




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Mensaje por Katra Di Alessandro Dom Ago 19, 2012 10:10 pm

Con su ayuda y evidente nerviosismo desprendo la túnica que cubre el torso de Kareef, el jeque de Alejandría que se propuso conquistarme y finamente lo consiguiese, quebrantando así mi voluntad y la armadura con que suelo enfrentar el mundo. Fuera de aquella habitación quedo la princesa del imperio germánico, para dar lugar a … un largo suspiro emana de mis labios… simplemente para darme espacio a mí. Una niña temerosa de mostrarse ante el hombre que ahora tiene toda potestad sobre ella, es decir sobre mí, ahora soy la mujer del jeque de Alejandría. Me acomodo entre los almohadones con una sonrisa curvándose tímidamente en mis labios, los mismos que muerdo unos segundos hipnotizada por la grave sinfonía que resulta su risa , ciertamente aquella escena es algo vetado, un secreto entre dos, pues nuestra imagen como líderes se ha perdido. Kareef relajado entre las sabanas riendo con tanta … ¿complacencia?... una risa profunda y yo, muda sin saber qué hacer, simplemente dejando que el tome el control.

Le observo en silencio mientras desprende de cada horquilla de mi cabello, tan delicado que es difícil pensar en él como un guerrero, tan atento a los detalles que llego a comprender como consiguió saber todo de mi antes de iniciar el juego de conquista. La tenue luz de las velas es nuestra única cómplice en aquella escena cargada de risas, nervios y pudores, pues si es pudor el que tengo en ese momento, un pudor que lucha los deseos de dejarme hacer por él. Cuando se incorpora a dejar las horquillas en la mesa de noche, su espalda desnuda me insta a tocarla, extiendo la mano y acaricio unos segundos antes de ser aprisionada por él. Sus besos contra mi piel y mi risa se une a la sinfonía, suave y delicada contra su oído. Me dejo guiar, sin oponerle, tanto que no me percato cuando quedo sobre él, besando sus labios con ansias sedienta de él, se sus caricias de su piel, la misma que poco a poco recorro - Kareef - susurro contra sus labios antes de tomar un poco de distancia e incorporarme levemente, ladeo sin proponérmelo mi rostro hacia un costado y dejo caer mi cabello sobre mi hombro - Kareef… - llamo nuevamente - … hay algo que debes saber- prosigo cuando obtengo su atención.

En ese momento podría decir miles de cosas, pero ninguna parece apropiada, absolutamente nada. ¿Hacer? Todo lo imaginable entre dos almas que ansían fundirse en una, dos seres que se cruzaron en los caminos de la vida, un hombre que lleva miles de años forjando un camino y yo, una niña, apenas una mujer que se anima a crecer, alguien que parece haber nacido para él, aun cuando paso meses negándose. Mis ojos se cruzan con los de él y un sutil destello se refleja en su mirada, espejo de los míos, pues en ellos logro ver las mismas inquietudes que se albergan en mí. De dos en dos, avanzan mis dedos desde los pectorales de él, marcando una senda invisible que me lleva a sus labios, poso mi índice en ellos en el preciso momento en que el jeque intenta hablar - … shh- le ruego que calle , mi mano se extiende desde su s labios por su mejilla, en una caricia delicada.

- Primero...- muerdo el borde de mi labio inferior - … tendrás que enseñare muchas cosas - confieso con un hilo de voz mientras el rubor tiñe mis mejillas - no a la princesa, sino a la esposa…. - con ambas manos acaricio su rostro para luego pasarlas por el mío y luego enredar mis dedos en mis risos alborotándolos - … Por los Dioses!... Mi virtud está intacta- expreso finalmente como si con ello me quitase un peso de encima - … serás el primero .. y el único…- el silencio se cuela entre nosotros cuando las velas se apagan producto de una fuerte ráfaga de ciento, instante que tomo a mi favor para inclinarme sobre él y rozar sus labios en un mimo tímido y sugerente - … lo segundo, y más importante… - siseo entremezclando nuestros alientos - … es que te amo- una risa nerviosa se escapa de mis labios - … Te amo- repito antes de escabullirme de la cama adquiriendo un nuevo aire de jovialidad y de confianza.

Busco sobre la mesa las cerillas y enciendo algunas de las velas que anteriormente se apagasen, tres de ellas, las suficientes para iluminar el lugar en que me ubico, sé, sin necesidad de verle, que sigue cada uno de mis pasos. Mis rubios cabellos se mueven con el movimiento de mi cuerpo, un bambolear tenue y elegante. Me detengo frente al espejo de ébano, aquel que es de cuerpo completo, cruzo mi mirada con él y parte del valor de la princesa sale a flote, una mirada desafiante e insinuante, aquellas reservadas para algunos, ahora solo uno, él, su jeque. Una sonrisa de medio lado, coqueta sin reparos, mis neuronas comienzan a funcionar y de paso mis ansias toman parte de las riendas. Volteo y le doy la espalda, ladeo mi rostro quedando de medio perfil observándole por el rabillo del ojo. Mi cabello rizado cae por dos afluentes, uno cubriendo parcialmente mi espala y él otro bazo dorado cae por sobre mi hombro izquierdo. Extiendo mis manos hacia atrás, allí donde el vestido se ciñe a mi figura con las amarras diseñadas para eso, lentamente las suelto. Mi brazo izquierdo pasa por mi busto hasta que mi mano se posa en el hombro derecho, saco el broche que sostiene parte del vestido, lentamente dejo que la tela se deslice por mi piel, repito el mismo gesto con el hombro contrario. Dejo que la tela siga su camino, directo hasta el piso y dejo que mi piel se muestre pulcra ante él, mi marido, solo unas bragas se mantiene allí, mi busto cubierto por mis cabellos y uno de mis brazos.

- Tercero… - vuelvo a hablar, con suavidad - … quiero mi primera lección- y el rubor se apodero de mi rostro a la espera de su respuesta.


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