AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
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Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
Gli odori della notte
Era una apacible noche de aquel inicio de primavera, en ese, al parecer, poco interesante año de mil ochocientos, donde mucho debía suceder, pero poco hecho remarcable quería quedar asegurado para el futuro. La luna, creciente, reinaba sobre un cielo que no era sino una vasta extensión oscura marcada por un sinfín de pequeños impactos luminosos, aparentemente inamovibles, como si fueran conscientes de la superioridad que poseían, de su inmortalidad frente a la mundana desesperación de esos mortales, día a día sumidos hacia un cierto final.
El carruaje, que por aquel instante entraba a París por la ”place du Trône”, llevaba un recorrido casi constante desde Troyes, parada en el camino desde la Borgoña. Sin embargo, aquel que se sentase en el mullido asiento, que a duras penas podía paliar el traqueteo del viaje, procedía de un lugar más alejado. Al sureste de la antigua monarquía franca se extendía uno de los múltiples países italianos, el Reino de Piamonte-Cerdeña, del cual era oriundo él. Su familia habitaba Turín desde antes de que ésta se volviera capital y allí era donde habían cosechado un éxito al convertirse en los más prestigiosos perfumistas de la llanura padana y unos de los más reconocidos de toda Europa.
El vehículo casi frenó en seco. Llenando sus pulmones, el hombre se levantó sin prisa y abrió la puerta para contemplar esa apacible plaza que llamaban ”des Vosges” y en la cual apoyó firmemente sus pies. Cuando se enteró de que llegaban a la ciudad de noche, casi se llevó una desilusión, pues era consciente de que el lugar parecería muerto y que la primera impresión que recibiría le haría sentirse decepcionado, por no hablar del peligro que era el andar a aquellas horas. Sin embargo, la tranquila belleza que contemplaban sus ojos distaba de ese calificativo falto de vida, pues tenían una, más frívola, pero nada desdeñable, una que invitaba a pasear por aquellos jardines olvidando cualquier rasgo de preocupación. Por desgracia, él no podía darse en ese momento a esos deleites, pero casi se prometió hacerlo en cuanto tuviera la ocasión.
¿Y ahora qué hacer? No podía ir a buscar las llaves del departamento que había rentado, pues era demasiado tarde, así que sus pertenencias quedarían hoy en el interior del coche, vigiladas por el propio conductor del mismo. Él, por su parte, debiera buscar un alojamiento, pero era la primera vez que se encontraba en la capital gala y no parecía haber nadie para ayudarlo. Inhalando de nuevo ese aire que soltó en un suspiro, procedió a andar para alejarse de aquel cuidado vergel y adentrarse en aquel cúmulo de enrevesadas calles que era París. ¿Qué podía depararle su osadía? Aún no lo sabía, pero, ya que tenía que cometerla, era mejor arriesgarse sin espacio para la duda.
El carruaje, que por aquel instante entraba a París por la ”place du Trône”, llevaba un recorrido casi constante desde Troyes, parada en el camino desde la Borgoña. Sin embargo, aquel que se sentase en el mullido asiento, que a duras penas podía paliar el traqueteo del viaje, procedía de un lugar más alejado. Al sureste de la antigua monarquía franca se extendía uno de los múltiples países italianos, el Reino de Piamonte-Cerdeña, del cual era oriundo él. Su familia habitaba Turín desde antes de que ésta se volviera capital y allí era donde habían cosechado un éxito al convertirse en los más prestigiosos perfumistas de la llanura padana y unos de los más reconocidos de toda Europa.
El vehículo casi frenó en seco. Llenando sus pulmones, el hombre se levantó sin prisa y abrió la puerta para contemplar esa apacible plaza que llamaban ”des Vosges” y en la cual apoyó firmemente sus pies. Cuando se enteró de que llegaban a la ciudad de noche, casi se llevó una desilusión, pues era consciente de que el lugar parecería muerto y que la primera impresión que recibiría le haría sentirse decepcionado, por no hablar del peligro que era el andar a aquellas horas. Sin embargo, la tranquila belleza que contemplaban sus ojos distaba de ese calificativo falto de vida, pues tenían una, más frívola, pero nada desdeñable, una que invitaba a pasear por aquellos jardines olvidando cualquier rasgo de preocupación. Por desgracia, él no podía darse en ese momento a esos deleites, pero casi se prometió hacerlo en cuanto tuviera la ocasión.
¿Y ahora qué hacer? No podía ir a buscar las llaves del departamento que había rentado, pues era demasiado tarde, así que sus pertenencias quedarían hoy en el interior del coche, vigiladas por el propio conductor del mismo. Él, por su parte, debiera buscar un alojamiento, pero era la primera vez que se encontraba en la capital gala y no parecía haber nadie para ayudarlo. Inhalando de nuevo ese aire que soltó en un suspiro, procedió a andar para alejarse de aquel cuidado vergel y adentrarse en aquel cúmulo de enrevesadas calles que era París. ¿Qué podía depararle su osadía? Aún no lo sabía, pero, ya que tenía que cometerla, era mejor arriesgarse sin espacio para la duda.
Matteo Giacobetti- Humano Clase Alta
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Re: Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
Cansado del alegre griterío de la cantina y algo agobiado del ambiente excesivamente cargado por el humo del tabaco y el alcohol derramado, Soren decidió abandonar el local y salir a tomar el aire. En realidad no fue una decisión muy acertada, porque las empedradas calles de París eran canales de agua estancada y desperdicios por doquier, mientras que su aire estaba cargado de los aromas de la podredumbre, ya fueran los restos del mercado o los cadáveres de la fosa común.
A los ojos de Soren, el tiempo era un millar de granos de arena que arañaban sin piedad el cuerpo y el alma de mortales, valles, montañas y torreones por igual, reduciéndolos con el tiempo a un miserable montón de arena en la que germinaban siempre nuevas formas cuyo único destino era seguir el mismo camino recorrido por sus antepasados. Y sin embargo, París, ciudad en la que había estado de paso hacía más de ochocientos años atrás,- casi al inicio de su periplo inmortal- solo se había limitado a crecer y añadir algunos edificios y plazas. Solo unos pocos habían sido destruidos durante la Revolución y el Imperio ya se había preocupado en restaurar las zonas más importantes.
París se resistía al tiempo que le correspondía. Y le gustaría aquel detalle, si no fuera porque apestaba como un cadáver.
No obstante, sabían cómo ocultar aquel enfermizo rostro tras maquillajes en polvo, fragancias exquisitas, bebidas alucinógenas, drogas asiáticas, exótica prostitución, magníficos palacios y maravillosos jardines. Los parisinos eran auténticos artistas, sobretodo en el arte de la hipocresía.
Era en aquellas cosas en las que Soren pensaba mientras caminaba tranquilamente por las sucias y empedradas calles de París, con la vista perdida en la luna creciente y el oscuro manto celeste tachonado de brillantes. Aquello le recordaba a las cúpulas de los palacios de Persia y le inspiraba joyas que podrían adornar la cabellera de una mujer. Era típico del viejo vampiro de cara infantil perderse en sus recuerdos y cavilaciones y olvidar que caminaba por el mundo real, y era precisamente esa la causa de muchos de sus accidentes...
-¡Disculpe, señor!- Respondió en un acto reflejo al sentir que chocaba contra otra persona.
...Pero también fue la causa que originó mucha de sus amistades.
A los ojos de Soren, el tiempo era un millar de granos de arena que arañaban sin piedad el cuerpo y el alma de mortales, valles, montañas y torreones por igual, reduciéndolos con el tiempo a un miserable montón de arena en la que germinaban siempre nuevas formas cuyo único destino era seguir el mismo camino recorrido por sus antepasados. Y sin embargo, París, ciudad en la que había estado de paso hacía más de ochocientos años atrás,- casi al inicio de su periplo inmortal- solo se había limitado a crecer y añadir algunos edificios y plazas. Solo unos pocos habían sido destruidos durante la Revolución y el Imperio ya se había preocupado en restaurar las zonas más importantes.
París se resistía al tiempo que le correspondía. Y le gustaría aquel detalle, si no fuera porque apestaba como un cadáver.
No obstante, sabían cómo ocultar aquel enfermizo rostro tras maquillajes en polvo, fragancias exquisitas, bebidas alucinógenas, drogas asiáticas, exótica prostitución, magníficos palacios y maravillosos jardines. Los parisinos eran auténticos artistas, sobretodo en el arte de la hipocresía.
Era en aquellas cosas en las que Soren pensaba mientras caminaba tranquilamente por las sucias y empedradas calles de París, con la vista perdida en la luna creciente y el oscuro manto celeste tachonado de brillantes. Aquello le recordaba a las cúpulas de los palacios de Persia y le inspiraba joyas que podrían adornar la cabellera de una mujer. Era típico del viejo vampiro de cara infantil perderse en sus recuerdos y cavilaciones y olvidar que caminaba por el mundo real, y era precisamente esa la causa de muchos de sus accidentes...
-¡Disculpe, señor!- Respondió en un acto reflejo al sentir que chocaba contra otra persona.
...Pero también fue la causa que originó mucha de sus amistades.
Soren Makelyne- Vampiro Clase Media
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Re: Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
El hombre de nariz ligeramente cóncava, decidido, dirigía sus firmes pasos marcando la breve estela de su devenir sobre el enrevesado mapa de París. Sin embargo, esto era de manera vana, pues no había destino fijado e incluso el camino era completamente nuevo para él. Edificios de varios pisos de altura le amenazaban ocultando la blancuzca luz de la luna en esas ya de por sí ya angostas callejuelas, ya que tildarlas de calle hubiera resultado una exageración de sus propiedades. Así era que, no contentos con la lubricidad del lugar, la insalubridad era plausible a cada zancada que se atrevía a realizar. Si ya de por sí ese riachuelo de inmundicias, que recorría el centro de la vía en un estéril intento de dotar a la ciudad de una eficiente conducción de residuos, le dificultaba horriblemente el tránsito y afectaba a ese olfato agudizado por los años de entrenamiento, al efecto se le sumaban los deshechos que se acumulaban en montañas apoyadas contra sendos laterales, algunas de ellas derrumbadas hasta fusionarse con el descuidado riachuelo, haciendo imposible la circulación sin echar a perder el calzado.
Pese a todo ello, pese al fuerte hedor, la suciedad y lo violento de la escena en general, su ánimo no era del todo malo, aferrándose a la idea de que se encontraba en aquella urbe que parecía ser el centro de ese viejo mundo y, por lo tanto, de todo lo que era conocido para él hasta ese momento. Guardaba también el pensamiento de recorrer pronto todos esos grandes monumentos que eran indispensables en cualquier guía de arte, deseando no decepcionarse al encontrarse todo en ese estado que dejaba tanto que desear. Sea como fuere, suponía que la tarde siguiente sería más conveniente para evaluar sus opciones que esa noche o la mañana que pensaba pasar ocupando un mullido lecho.
No era que hubiera mucha gente en la calle, lo cual confería un aspecto silencioso y alarmante a la villa; de hecho, no se encontró a más que un par de personas que procedió a evitar, pues prefería eludir cualquier problema topándose con maleantes. Fue precisamente esa la primera y principal razón de que se sorprendiera cuando su torso chocó con cierto elemento de fuerte aguante, pero consistencia parcialmente mullida.
No contestó al instante, pues la turbación que le había asaltado no pudo desaparecer al momento. Sus azules ojos quedaron prendados por unos instantes por aquellos que resultaron ser aún más claros que, pese a la oscuridad, lograron arrebatarle su raciocinio por unos instantes. Olvidó el choque, olvidó el lugar y hubiera olvidado hasta su propio nombre de no ser porque se lo tenía bien aprendido. ”Matteo” se reprendió internamente, pretendiendo recuperar la lucidez de su mente.
- No se disculpe; fue mi error por no prestar atención – sonrió con una cordial sonrisa a juego a sus corteses palabras. Debió desear una buena noche al caballero y proceder con su paseo improvisado, pero no fue capaz de despegar las suelas de sus zapatos del adoquinado, por lo que, azorado, se vio obligado a forzar una improvisada excusa -. Perdone si le molesto, pero… ¿no sabrá por casualidad algún sitio donde pasar la noche? – su respiración comenzó a ser ligeramente más trabajosa, sólo por el esfuerzo que le estaba costando tranquilizarse ante aquel pequeño inconveniente que le había robado el dominio de su cuerpo.
Pese a todo ello, pese al fuerte hedor, la suciedad y lo violento de la escena en general, su ánimo no era del todo malo, aferrándose a la idea de que se encontraba en aquella urbe que parecía ser el centro de ese viejo mundo y, por lo tanto, de todo lo que era conocido para él hasta ese momento. Guardaba también el pensamiento de recorrer pronto todos esos grandes monumentos que eran indispensables en cualquier guía de arte, deseando no decepcionarse al encontrarse todo en ese estado que dejaba tanto que desear. Sea como fuere, suponía que la tarde siguiente sería más conveniente para evaluar sus opciones que esa noche o la mañana que pensaba pasar ocupando un mullido lecho.
No era que hubiera mucha gente en la calle, lo cual confería un aspecto silencioso y alarmante a la villa; de hecho, no se encontró a más que un par de personas que procedió a evitar, pues prefería eludir cualquier problema topándose con maleantes. Fue precisamente esa la primera y principal razón de que se sorprendiera cuando su torso chocó con cierto elemento de fuerte aguante, pero consistencia parcialmente mullida.
No contestó al instante, pues la turbación que le había asaltado no pudo desaparecer al momento. Sus azules ojos quedaron prendados por unos instantes por aquellos que resultaron ser aún más claros que, pese a la oscuridad, lograron arrebatarle su raciocinio por unos instantes. Olvidó el choque, olvidó el lugar y hubiera olvidado hasta su propio nombre de no ser porque se lo tenía bien aprendido. ”Matteo” se reprendió internamente, pretendiendo recuperar la lucidez de su mente.
- No se disculpe; fue mi error por no prestar atención – sonrió con una cordial sonrisa a juego a sus corteses palabras. Debió desear una buena noche al caballero y proceder con su paseo improvisado, pero no fue capaz de despegar las suelas de sus zapatos del adoquinado, por lo que, azorado, se vio obligado a forzar una improvisada excusa -. Perdone si le molesto, pero… ¿no sabrá por casualidad algún sitio donde pasar la noche? – su respiración comenzó a ser ligeramente más trabajosa, sólo por el esfuerzo que le estaba costando tranquilizarse ante aquel pequeño inconveniente que le había robado el dominio de su cuerpo.
Matteo Giacobetti- Humano Clase Alta
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Re: Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
Bajó la mirada hacia el desconocido.
Lo último que se esperaba era encontrarse con aquellos dos brillantes ojos azules en mitad del vertedero que era una calle cualquiera de París; pero por otro lado, era una curiosidad de aquella ciudad a la que no le importaría acostumbrarse. Era un hombre de rasgos suaves, no era de los que provocaba en Soren un inmediato descontrol de su lascivo carácter, pero guardaba algo en su sonrisa de delgados labios o puede que en el brillo de su mirada, que captó la atención del vampiro. Además era un hombre grande, más alto que Soren y también más ancho. Cuando se detuvo a observar las ropas se dio cuenta de que estaba impecablemente vestido, y lo que era más importante, parecía un hombre corpulento y musculoso.
-No se disculpe; fue mi error por no prestar atención.- Estaba nervioso. No fue algo que notó en su voz, que era clara y tenía presencia, pero al fijarse más detenidamente en el individuo el detalle no pasó desapercibido.- Perdone si le molesto, pero… ¿no sabrá por casualidad algún sitio donde pasar la noche?
-Lo... lo siento.- Respondió, fingiendo un cierto grado de vergüenza infantil en sus palabras mientras apartaba la mirada a su pecho intencionadamente, dando un paso atrás y juntando los pies a la par que cruzaba sobre su vientre las manos.- Yo... hace muy poco que llegué a París, señor, y apenas conozco la ciudad.- Alzó la mirada lentamente, a la vez que devolvía soltura a su lengua.- Ojalá pudiera ayudarle, señor.
Podía haberse limitado a negar y olvidar al individuo, pero una vez visto el brillo y calor de sus ojos ya no pudo evitar sentir curiosidad. Era arriesgado intentar alimentarse de un desconocido de alta alcurnia y tampoco estaba entre sus pretensiones ponerse en peligro, pero el anhelo de conocer y aprender que lo impulsaba era tan fuerte que, comprendió, no podría evitar separarse sin más de él.
-Pero... si me lo permite y no tiene ninguna objeción al respecto, por supuesto,- Añadió solícito y cortés, dedicándole una amable sonrisa.- no me importaría acompañarle en un paseo nocturno. Al menos hasta que encuentre un lugar donde pasar la noche. Es mejor que caminar solo de noche por ciertas calles de París.
Lo último que se esperaba era encontrarse con aquellos dos brillantes ojos azules en mitad del vertedero que era una calle cualquiera de París; pero por otro lado, era una curiosidad de aquella ciudad a la que no le importaría acostumbrarse. Era un hombre de rasgos suaves, no era de los que provocaba en Soren un inmediato descontrol de su lascivo carácter, pero guardaba algo en su sonrisa de delgados labios o puede que en el brillo de su mirada, que captó la atención del vampiro. Además era un hombre grande, más alto que Soren y también más ancho. Cuando se detuvo a observar las ropas se dio cuenta de que estaba impecablemente vestido, y lo que era más importante, parecía un hombre corpulento y musculoso.
-No se disculpe; fue mi error por no prestar atención.- Estaba nervioso. No fue algo que notó en su voz, que era clara y tenía presencia, pero al fijarse más detenidamente en el individuo el detalle no pasó desapercibido.- Perdone si le molesto, pero… ¿no sabrá por casualidad algún sitio donde pasar la noche?
-Lo... lo siento.- Respondió, fingiendo un cierto grado de vergüenza infantil en sus palabras mientras apartaba la mirada a su pecho intencionadamente, dando un paso atrás y juntando los pies a la par que cruzaba sobre su vientre las manos.- Yo... hace muy poco que llegué a París, señor, y apenas conozco la ciudad.- Alzó la mirada lentamente, a la vez que devolvía soltura a su lengua.- Ojalá pudiera ayudarle, señor.
Podía haberse limitado a negar y olvidar al individuo, pero una vez visto el brillo y calor de sus ojos ya no pudo evitar sentir curiosidad. Era arriesgado intentar alimentarse de un desconocido de alta alcurnia y tampoco estaba entre sus pretensiones ponerse en peligro, pero el anhelo de conocer y aprender que lo impulsaba era tan fuerte que, comprendió, no podría evitar separarse sin más de él.
-Pero... si me lo permite y no tiene ninguna objeción al respecto, por supuesto,- Añadió solícito y cortés, dedicándole una amable sonrisa.- no me importaría acompañarle en un paseo nocturno. Al menos hasta que encuentre un lugar donde pasar la noche. Es mejor que caminar solo de noche por ciertas calles de París.
Soren Makelyne- Vampiro Clase Media
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Re: Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
La contestación a su incógnita no tardó en llegar, pero lo hizo de una forma que sólo sirvió para acelerar el inevitable momento en el que se percatase de la apariencia real que la oscuridad se había obcecado en ocultar.
-Lo... lo siento. Yo... hace muy poco que llegué a París, señor, y apenas conozco la ciudad - aquella voz que marcara el francés era aún joven, no tanto como para ser considerado realmente un niño, pero no en el cénit de su maduración - Ojalá pudiera ayudarle, señor.
Resultó ser indudable el arrepentimiento del piamontés cuando su cuerpo chocara contra aquel, el contrario, así como fue su turbación al encontrarse con el rostro que portara el dueño de éste, algo que afortunadamente, no consiguió hacerle parecer excesivamente necio. Y, sin embargo, aquellos sentimientos quedaron atrás, olvidados, en el preciso instante en el que un tímido arranque de ternura le comenzara a invadir a causa de la timidez en las palabras del muchacho y en el retirar de su mirar. Fue imposible prevenir que las comisuras de sus labios hicieran fuerza para tensarse en disimulada, pero ineludible, sonrisa, que sólo quedó eclipsada cuando la proposición que llegara a continuación se propusiera insistir en su sorpresa.
-Pero... si me lo permite y no tiene ninguna objeción al respecto, por supuesto,- añadió el mismo - no me importaría acompañarle en un paseo nocturno. Al menos hasta que encuentre un lugar donde pasar la noche. Es mejor que caminar solo de noche por ciertas calles de París.
Sintiendo ya cierta confianza, que se había establecido con la ingenua seguridad que le confería saberse años más experto que él, pudo reaccionar complaciente y firme ante a la oferta que se le presentaba, por mucho que su respuesta se dilatara un par de segundos en los que fingió calibrar unas opciones que, omitiendo la intrascendente parte racional de su ser, ya había sentenciado.
- Creo que he tenido suficiente soledad por una noche – Giacobetti aceptó, con un más que cortés gesto impreso en su rostro -. Estoy seguro que estar en compañía no me hará mal. Si gusta de marcar el camino, estoy seguro de que, pese a todo, sabrá un poco más que yo – extendió su brazo, desde el frente hasta el lateral de su torso, indicando las posibilidades entre los varios callejones que se abrían un poco más allá.
Quizás fuera arriesgada la temeridad de realizar aquello, con un desconocido y en tal momento nocturno, negando la voluntad de sus pasos para otorgársela a los ajenos, pero la ciega confianza que le había invadido le imposibilitaba el mostrarse lo precavido que debiera.
-Lo... lo siento. Yo... hace muy poco que llegué a París, señor, y apenas conozco la ciudad - aquella voz que marcara el francés era aún joven, no tanto como para ser considerado realmente un niño, pero no en el cénit de su maduración - Ojalá pudiera ayudarle, señor.
Resultó ser indudable el arrepentimiento del piamontés cuando su cuerpo chocara contra aquel, el contrario, así como fue su turbación al encontrarse con el rostro que portara el dueño de éste, algo que afortunadamente, no consiguió hacerle parecer excesivamente necio. Y, sin embargo, aquellos sentimientos quedaron atrás, olvidados, en el preciso instante en el que un tímido arranque de ternura le comenzara a invadir a causa de la timidez en las palabras del muchacho y en el retirar de su mirar. Fue imposible prevenir que las comisuras de sus labios hicieran fuerza para tensarse en disimulada, pero ineludible, sonrisa, que sólo quedó eclipsada cuando la proposición que llegara a continuación se propusiera insistir en su sorpresa.
-Pero... si me lo permite y no tiene ninguna objeción al respecto, por supuesto,- añadió el mismo - no me importaría acompañarle en un paseo nocturno. Al menos hasta que encuentre un lugar donde pasar la noche. Es mejor que caminar solo de noche por ciertas calles de París.
Sintiendo ya cierta confianza, que se había establecido con la ingenua seguridad que le confería saberse años más experto que él, pudo reaccionar complaciente y firme ante a la oferta que se le presentaba, por mucho que su respuesta se dilatara un par de segundos en los que fingió calibrar unas opciones que, omitiendo la intrascendente parte racional de su ser, ya había sentenciado.
- Creo que he tenido suficiente soledad por una noche – Giacobetti aceptó, con un más que cortés gesto impreso en su rostro -. Estoy seguro que estar en compañía no me hará mal. Si gusta de marcar el camino, estoy seguro de que, pese a todo, sabrá un poco más que yo – extendió su brazo, desde el frente hasta el lateral de su torso, indicando las posibilidades entre los varios callejones que se abrían un poco más allá.
Quizás fuera arriesgada la temeridad de realizar aquello, con un desconocido y en tal momento nocturno, negando la voluntad de sus pasos para otorgársela a los ajenos, pero la ciega confianza que le había invadido le imposibilitaba el mostrarse lo precavido que debiera.
Matteo Giacobetti- Humano Clase Alta
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Re: Gli odori della notte (Matteo Giacobetti | Soren Makelyne)
Soren se giró en la dirección que marcaba el brazo del desconocido y con una tonta sonrisa y una mirada confusa en los ojos, encogió los hombros.
-Como le dije, no conozco mejor que usted esta ciudad, milord, pero si insiste...
Eligió una calle al azar. O eso era lo que realmente debía parecer, en realidad había seguido varios factores importantes, como el espacio entre las paredes, la cantidad de gente que la cruzaba y la limpieza del adoquinado entre otros: No quería que el extraño se sintiera agobiado en su compañía, quería reforzar la confianza que había empezado a mostrarle; por eso la calle era amplia, pero no tanto como la anterior, y pocas personas iban y venían, las suficientes para mantener una conversación privada sin sentirse solo y a la merced de un desconocido. En cuanto a la higiene... era París, una calle limpia era una avenida de entrada a un palacio real, pero dentro de lo habitual, se podía caminar con tranquilidad.
Por supuesto, también había contado con que la calle estuviera bien iluminada, pero que ninguna luz llegara directa a su pálida piel ligeramente maquillada.
-Usted es muy... muy educado, señor. Después de todo, creo que ha sido un placer chocar contra usted.- Bromeó, sobreponiéndose a su "timidez". Luego le tendió la mano enguantada.- Por cierto, me... me llamo Soren.
-Como le dije, no conozco mejor que usted esta ciudad, milord, pero si insiste...
Eligió una calle al azar. O eso era lo que realmente debía parecer, en realidad había seguido varios factores importantes, como el espacio entre las paredes, la cantidad de gente que la cruzaba y la limpieza del adoquinado entre otros: No quería que el extraño se sintiera agobiado en su compañía, quería reforzar la confianza que había empezado a mostrarle; por eso la calle era amplia, pero no tanto como la anterior, y pocas personas iban y venían, las suficientes para mantener una conversación privada sin sentirse solo y a la merced de un desconocido. En cuanto a la higiene... era París, una calle limpia era una avenida de entrada a un palacio real, pero dentro de lo habitual, se podía caminar con tranquilidad.
Por supuesto, también había contado con que la calle estuviera bien iluminada, pero que ninguna luz llegara directa a su pálida piel ligeramente maquillada.
-Usted es muy... muy educado, señor. Después de todo, creo que ha sido un placer chocar contra usted.- Bromeó, sobreponiéndose a su "timidez". Luego le tendió la mano enguantada.- Por cierto, me... me llamo Soren.
Soren Makelyne- Vampiro Clase Media
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