The eroticism not only for women[Privado][+18]

Paris ♦ Burdel ♦ Lucca Battista Ferrandi

◄► Gabrielle era hermosa chica de ojos claros y cabello rubio perfecto, hermosos pómulos y extremidades largas, parecía una diosa que tenía que pintarse para poder captar aquella belleza inexplicable que en ella existía, sus vestimenta siempre tenían un toque exquisito y teatral, aun así no era exagerado ni inoportuno, sabia moverse entre las personas, hablar con sutileza y educación, parecía la dama que muchos caballeros parisinos deseaban.

Todo estaba en la palabra “parecía”, aquella chica era hermosa ¿no? Pues esa hermosa dama se llamaba en realidad Glenn y además de ser un hombre, es mi persona, es decir, que les estoy hablando en primera persona y no en tercera como parecía. En fin, eso ya no tiene importancia. Era una especie de fetiche verme como Gabrielle, también por simple trabajo, era simplemente divertido en algunas noches convertirme en otra persona, aunque Gabrielle y yo en realidad no teníamos muchas diferencias, tal vez nada. Las chicas del burdel parecían de alguna forma celosas al verme en aquellos vestidos hermosos, que tal vez ellas deseaban en su interior y que en sus ojos se notaban, yo lo único que hacía era sonreír pícaramente mientras notaba aquellas miradas de los hombres que se posaban en mis carnes, simplemente me hacían reír, ¿acaso no se daban cuenta? Parecía que no y tampoco me molestaba, al contrario me divertía aun más teniéndolos en aquel lugar embobados con mis movimientos y que pensaran que era una mujer, era simplemente divertido.

Ya varios clientes me habían ofrecido estar con ellos, pero no estaba interesado en personas corrientes, deseaba algo interesante para poder jugar, bueno ¿tendría alguna oportunidad?, al parecer sí. Ante mis ojos apareció un joven alto, fornido, ya lo había visto varias veces, pues trabajaba en ese lugar como lo hacía yo, era de cabellos claros, tenía una barba desaliñada, pero en vez de hacerlo repulsivo, lo volvía más atractivo. Técnicamente me emocione, parecía un reto llamar la atención, habían ya varias cortesanas habían mostrado su interés, eso era un reto, las jóvenes eran hermosas, pero… ha… yo podía llamar su atención, esa era mi misión esa noche, sabía que no era un cliente potencial, pues lo dos sabíamos cómo movernos en ese ámbito, pero sería divertido ahuyentar a todas las demás damas para yo quedarme con el premio.

Me acerque a ellos tranquilamente, ya había unas tres chicas rodeándole -Monsieur que popular sois- susurre suavemente, manteniendo una voz aterciopelada y prácticamente femenina, se podía sentir algo extraño, pero apenas se mostraría, ya que, muchos no prestaban atención, mis dos redondos y falsos pezones eran ocultados por un poco de tela y la larga peluca rubia que parecía mi cabello. Algunas de las chicas me miraron con una rabia en sus ojos, buscaron apartar la vista de aquel chico que ya posaba sus ojos a los míos, sonreí de medio lado mientras le hacia una leve reverencia-Tal vez no pueda competir con las hermosuras con la que está rodeado, pero tengo pequeñas sorpresas que ellas no le pueden ofrecer- comente con una picardía en mis ojos, bueno eso ya era normal, debía verme mas embustero de lo que era, debía buscar lo que aquel hombre deseaba oír y explotarlo al máximo, mentir, mentir, eso era lo más fácil que se le daba, en ese momento mentía diciendo que Gabrielle existía y que era una mujer completa. Gracias a las mentiras había llegado a vivir hasta ese día, era ya una parte de mi oficio y como el venderme, mentir también me gustaba. Volví a mirarlo para sonreír y darme media vuelta-Lastima…- susurre buscando un punto de partida en donde pudiera unir a estos dos personajes.

@Poximaker para Source Code

- ¿Me has entendido? – la voz del comandante de la Garde Nationale se impuso en la sala por unos instantes. Su voz era firme, con ese corte castrense que debiera de haber aprendido en los años de aprendizaje militar. Su respuesta fue el asentimiento de Lucca, que portaba un rostro lo suficientemente serio como para encajar con la situación – Bien, ahora vete.

Todo había comenzado hacía cuatro noches, en el burdel en el que él trabajaba, después de haber satisfecho junto con una compañera los ambiguos deseos de un cliente. Éste había intentado regatear el precio a posteriori, pues, a su opinión, éste era desorbitado para lo que había literalmente recibido. A consecuencia, la sangre del corso había hervido en sus venas de tal manera que acabó perdiendo el control y, gracias a su fornido cuerpo, dándole una buena tunda. El hombre juró vengarse y no le debió costar mucho conseguirlo. A la mañana siguiente, varios guardias le sacaron a rastras del lecho y le llevaron al calabozo, a la espera de que su sentencia fuera revisada. Sus cargos eran haber agredido a un ciudadano indiscriminadamente y robarle un abrigo de piel, clara falacia que no costó ser confirmada pues, bien por error, bien intencionadamente, la prenda había quedado olvidada en el cuarto del prostituto. ¿Cómo podría librarse de aquella? Su palabra, la de un miembro de la baja sociedad poco tenía que hacer contra la de un distinguido comerciante asaltado en plena calle, y, por sí mismo, no tenía nada que hacer. Sin embargo, el mismo motivo por el que había viajado a París fue el que le resolvió la situación.

El grupo de los standitus había logrado hacerse hueco en varios campos de la administración francesa y uno de ellos, Luciano Annoni, se encontraba entre los altos puestos militares. Fue él el que se había enterado de que uno de sus compatriotas había acabado en prisión y, queriendo ayudar y consciente de que toda ayuda a su causa era poca, debió interceder. Sin embargo, había exigido algo a cambio: el hombre debía dejar de vender su cuerpo, pues era una ocupación ciertamente peligrosa, en especial para un corso, grupo que comenzaba a ser visto con tanto miedo como odio, al ser los responsables de los atentados que estaban azotando varias ciudades de Francia y, en especial, su capital. Él había tenido que aceptar que era el movimiento más lógico e inteligente.

Tras abandonar la cárcel, se dirigió directamente al edificio donde trabajaba, queriendo dar por concluido todo con la mayor premura posible, aprovechando que tenía resolución suficiente como para hacerlo y queriendo poder salir de allí antes de que le surgiesen las dudas. Según le había comunicado Annoni, se quedaría en la residencia de un compañero con el que había trabajado varias veces hasta que lograra encontrar un nuevo empleo y un apartamento que rentar, por lo que, teniendo donde ir, tododenería ser más fácil. Y, sin embargo, no logró evitar la discusión con la madame, que sabía lo popular que era el italiano, como erróneamente le llamaban, entre los desviados sexuales y las muy escasas mujeres que requerían aquel tipo de servicios. Sin embargo, gracias a ese reducido porcentaje de actividad, el problema no se presentó como tan catastrófico y no alcanzó el grado de escándalo. Después, se dirigió a su habitación, comenzando a sacar sus no muy numerosas pertenencias de los escasos muebles y a colocarlas ordenadamente sobre la cama. Necesitaba algo en lo que transportarlo y, como no había dormido correctamente en las pasadas jornadas, no podía pensar con total claridad. Por lo tanto, salió a buscar la ayuda de alguna de sus ya antiguas camaradas, que no tardaron en acercarse a él, inquiriéndole por su ausencia y recibiendo como respuesta la noticia de su partida. Ninguna de ellas pareció poder ayudarle, pues decían estar ocupadas con su trabajo, algo que no sabía si tildar del todo como cierto. Fue otra, la que se apareció después, la que sí pudiera ayudarle.

- Popular, quizás, pero no por mucho más tiempo. – comentó a esa joven rubia con la que nunca en esos largos meses se había encontrado – Dejo esta profesión. – mentó él, alzando ambas cejas cuando continuó hablando. ¿Se le estaba proponiendo? Ciertamente no estaba en su completo juicio si pensaba que él iba a pagar por tener contacto físico y, sinceramente, él no pensaba que una prostituta iba a darlo sin nada a cambio. De todas formas, lo que más llamó su atención fue un leve deje en la voz, que le hizo sospechar, por mucho que no supiera de qué exactamente – Yo también tengo sorpresas que otros no, pero parece que ya no habrá más clientes que las disfruten. – sonrió, casi con añoranza, totalmente satisfecho con la cualidad a la que se refería, relacionada con sus dimensiones.