No existe una combinación de sucesos que la inteligencia de un hombre no sea capaz de explicar (Carmmine Von Misson)

por **Sherlock Holmes** Mar Jun 05, 2012 11:05 am

Hermosa y fría noche en París... mientras que yo caminaba entre caminos de piedras y cesped, ¿que buscaba?, la pieza faltante que pudiera dar fin a la estancia prolongada que había tenido en esta tierra, que de igual manera solo salía cuando me venía en gana, cuando no tenía los efectos de mi cocaina o simplemente cuando encontraba algo interesante aquí afuera.
-A este paso yo también me creeré dentro de poco un vampiro- me dije a mi mismo sarcasticamente, pues solo salá de noche tratando de atar los cabos sueltos de mi caso.
No muy a lo lejos encontre una famosa plaza ubicada en el centro de Paris, había gente por doquier, niños, adultos, ancianos, jovenes, todos disfrutando de lo que su patria podía ofrecer en en fin de ssemana cualquiera -¡Genial Holmes!- trate de imaginar que eso sería lo que Watson -¡Llegaste aun lugar donde todos son sospechos, bravo esperaré aquí hasta que termines!- y que se quedaría sentado en una de esas bancas cruzado de brazos, eperando que le diera alguna contestación sublime y única, como extrañaba a mi compañero, era al único que podía robarle sus trajes, hacerlo enfadar, espantar a sus pacientes y hacerlo desatinar, si definitivamente lo extrañaba, hechaba de menos hacerle maldades, pensé todo esto mientras veía esa banca tan peculiar de decorado fino y de color aperlado cuando me fije a mi costado un joven estaba casí dominado por un extraño hechizo de atracción, dirigi mi mirada hacia su misma dirección y encontré a una hermosa y despampanante mujer de cabello rizado, de intenso color rojiso.
-Al fin te encontré- murmuré, viendola con cautela -Joyas y antiguedades son tu especialidad- pusé la mano en la barbilla -robos que no todos pueden llegar a cometer por sus limitaciones humanas pero si por fuerzas desconocidas, crimenes que llevan impresos la elegancia de una mujer y la crotesía de los años pasados- pronuncié las palabras que días antes le había dicho a la policia parisina tras el asalto a una joyería en el centro mismo de París.
Esta mujer poseía todo cuanto estaba escrito en los libros que había encontrado sobre esos monstruos creados por el miedo humano a lo desconocido, lo más probable es que solo fuera una joven adinerada jugando a ser una vampiresa como me había pasado a lo largo de este caso.
Empuje al joven y fui en dirección de la bella dama que estaba sorriente y atenta a mis movimiento mientras que en la mente solo tenía presente que esta joven tampoco era un vampiro, como hombre de ciencia aun me niego a creer.

por **Carmmine Von Misson** Sáb Jun 09, 2012 7:43 pm

Una gran desesperación me había acongojado en los momentos previos a la hora de la inconsciencia, y es que aun en los lujos que representaba mi habitación me agobiaba la sensación de que algo faltaba, que algo estaba fuera de lugar, solo que no sabía exactamente qué era. Me di tantas vueltas en la cama, que solo perdí la cuenta cuando el trinar de las aves en el jardín anunciaba la madrugada, avisando también con ello que aunque no quisiera era momento de cerrar los ojos. Cosa que en parte agradecía, porque en ese profundo sueño toda sensación de intranquilidad se disolvería al menos hasta que el manto de la noche comenzara a arreciar sobre París.

No quería tener razón esta vez, pero lamentablemente así seguían las cosas. En cuanto mi cuerpo por instinto se enteró de que ya era seguro despertar, esa sensación de vacío volvió a cargarme de malestar – Vaya forma de despertar – bufé al tiempo que me acercaba al tocador para arreglar aquellos rizados cabellos que todos los días me causaban problemas al despertar. En eso estaba, sumida en mi completa rutina hasta que caí en cuenta de qué era lo que faltaba, haciendo que mi corazón diese un inútil vuelco en mi pecho – ¡El anillo! – exclamé en voz alta, aunque sin llegar al pánico.

El dichoso anillo que el sujeto que se hacía llamar Victorio dijo que me había obsequiado, palabras que no podía creerle del todo, pero que parecían ser ciertas. Porque hasta donde recordaba, aquel anillo incluso me había acompañado en mi pequeña aventura en Alemania, llegando incluso a bañarse en la sangre de mi familia. Nunca me lo había quitado. Y la última vez que conscientemente lo sentí fue… ¿Ese día en la plaza? ¡Maldición! Con todo lo que había pasado durante ese altercado el día anterior, apenas y me había dado cuenta de nada más, todo debido a esa expansión de conocimiento que significaba conocer la existencia de aquellos seres en los que yo jamás podría convertirme… ¿Por qué quien puede ser alma sin cuerpo, sin tener lo primero?

Agitada me vestí con vistosas ropas, de forma que distaran mucho de las sencillas que llevaba en la visita anterior, de forma de hacerme irreconocible en caso de que alguien me hubiese visto antes, además, lógicamente pensé que si alguno de esos vagos que a veces dormitaba ahí encontraba el anillo me veía así, trataría de revendérmelo a un precio escandaloso aprovechándose de mi supuesta fragilidad.

Así fue como acabé de nuevo con ese conjunto de zafiro al que yo le había atribuido la maldición de recordarme al ser que había cometido el error de convertirme en lo que ahora soy. Un perfecto y equilibrado conjunto que claramente tenían el estilo de las famosas Joyerías Taylor en Londres, aunque claro, estas reliquias seguramente tendrías más edad que yo misma, razón por las que no estaban a la venta… y eso no viene al caso ahora.

El asunto es que ahora me encontraba nuevamente en la Plaza Tertre, tratando de ser embaucada tal y como lo había previsto. El solo hecho de saber que había puesto sus manos en mi preciada joya me molestó, y también, solo por eso habría de pagar con su vida, acción que sería relativamente fácil si le pedía que me acompañara a otro sitio más apartado para realizar el pago. O ese era el plan, porque en cuanto pude arrebatarle el objeto de obsesión, y antes de que pudiese llevarme al sujeto también, otro humano, un poco mayor, sin saberlo habría remplazado su sitio como sacrificio.

- ¿Disculpe? – dije tratando de mantener la sonrisa de antes, aunque estaba obviamente molesta – El señor y yo teníamos asuntos… muy importantes que atender – agregué señalándolo, aunque demasiado tarde, porque a tropezones se alejó de mis garras. Acaricié por unos instantes el rubí del anillo de Victorio, que claramente desencajaba con el resto de los accesorios, y volví a ponerlo en su sitio, pudiendo por fin respirar aliviada, o eso creía… porque aquel interés que mostraba el sujeto no parecía sano en absoluto.

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