AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre un Carménère y un Pinot
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Entre un Carménère y un Pinot
Luego de aquella noche de cacería, de verdades reveladas y de haber decidido contraer nupcias con Juliet, lo que ocurriese en la ciudad luz es un misterio a la luz de los inquisidores que pudiesen haberse cruzado en nuestro camino. Ella, se hospedo en la casa de campo mientras yo alistaba lo necesario para viajar a mi hacienda en Florencia. No solo debíamos esperar el regreso del padre Augusto, un antiguo conocido de la familia Lombardi, a quien pediría oficiase una ceremonia intima donde constase el acta de nuestro matrimonio. Sino que además debía procurar que le fuesen llevados nuevos vestidos a quien oficialmente seria mi mujer dentro de unos días. Detalles que sin duda, debieron tardar meses en estar listos, pero que con las influencias correctas se pueden alistar en menos de un mes.
Así finalmente entre noches incansables acompañándonos y prometiéndonos la eternidad, Juliet se recupero de sus heridas y ya varias encomiendas viajaban hasta la residencia familiar donde los mejores vinos son producidos. Comenzamos el viaje al caer la noche, un carruaje ligero que nos permitió estar en tiempo record entre los altos bosques del norte de Italia, un recorrido que tantas veces antes realice, pero que ahora enseño a quien será oficialmente dentro de algunos días mi esposa. Tres días de viaje entre las heladas del invierno europeo, un viaje apacible y sin novedades, solo extensas conversaciones sobre la vida de cada cual desde antes de conocernos, de aquello que los expedientes de la Suma Inquisición no recopilan.
Si acaso cabía alguna duda de mi decisión se enlazar mi vida a la cambiaformas esta se esfumo en el viaje a mi hogar, uno que ansiaba conociese y apreciase como propio, un lugar donde se sintiese libre lejos de la mano opresora de Alejandro Borgia. Beso la frente de Juliet mientras descorro una de las cortinas, una ligera lluvia cae sobre las praderas en compañía de un sol que anuncia pronto despejara. - Cara mía - llamo para que junto a mí se deleite con el paisaje de mis tierras, con las plantaciones que rodean el acceso a la finca y que es apenas una porción de todo lo que la familia Lombardi posee - Buen día - rozo sus labios para luego enseñarle donde estamos - Bienvenida a nuestro hogar - la abrazo por la cintura dando tiempo para que ella se deleite con los parajes de la tierra en que crecí.
Aspiro el aroma de sus cabellos entremezclado con aquel aroma del amanecer, la tierra húmeda y los viñedos, una fragancia embriagante para quien luego de extensos tres años regresa a casa. Sin importar cuánto tiempo lleve asentado en el Vaticano, mi hogar sigue estando en Florencia, en la viña que por generaciones ha pertenecido a los Lombardi - En algunos minutos estaremos en la mansión - señalo al reconocer el camino privado que une los predios con casona, un verdadero palacete entre las plantaciones, lejos de la ajetreada vida del centro de Florencia - Esta todo dispuesto para nuestra llegada, así que luego de desayunar y cambiarnos ropas te enseñare el lugar bella ragazza- acaricio su mejilla antes de besar sus cabellos, un nuevo comienzo para ambos, aun cuando la inquisición no es algo que se puede dejar a un lado, dejará de ser la prioridad, para enfocarnos en nosotros. Aunque nada indica que será algo sencillo de conseguir, es algo que amerita el esfuerzo intentarlo.
Así finalmente entre noches incansables acompañándonos y prometiéndonos la eternidad, Juliet se recupero de sus heridas y ya varias encomiendas viajaban hasta la residencia familiar donde los mejores vinos son producidos. Comenzamos el viaje al caer la noche, un carruaje ligero que nos permitió estar en tiempo record entre los altos bosques del norte de Italia, un recorrido que tantas veces antes realice, pero que ahora enseño a quien será oficialmente dentro de algunos días mi esposa. Tres días de viaje entre las heladas del invierno europeo, un viaje apacible y sin novedades, solo extensas conversaciones sobre la vida de cada cual desde antes de conocernos, de aquello que los expedientes de la Suma Inquisición no recopilan.
Si acaso cabía alguna duda de mi decisión se enlazar mi vida a la cambiaformas esta se esfumo en el viaje a mi hogar, uno que ansiaba conociese y apreciase como propio, un lugar donde se sintiese libre lejos de la mano opresora de Alejandro Borgia. Beso la frente de Juliet mientras descorro una de las cortinas, una ligera lluvia cae sobre las praderas en compañía de un sol que anuncia pronto despejara. - Cara mía - llamo para que junto a mí se deleite con el paisaje de mis tierras, con las plantaciones que rodean el acceso a la finca y que es apenas una porción de todo lo que la familia Lombardi posee - Buen día - rozo sus labios para luego enseñarle donde estamos - Bienvenida a nuestro hogar - la abrazo por la cintura dando tiempo para que ella se deleite con los parajes de la tierra en que crecí.
Aspiro el aroma de sus cabellos entremezclado con aquel aroma del amanecer, la tierra húmeda y los viñedos, una fragancia embriagante para quien luego de extensos tres años regresa a casa. Sin importar cuánto tiempo lleve asentado en el Vaticano, mi hogar sigue estando en Florencia, en la viña que por generaciones ha pertenecido a los Lombardi - En algunos minutos estaremos en la mansión - señalo al reconocer el camino privado que une los predios con casona, un verdadero palacete entre las plantaciones, lejos de la ajetreada vida del centro de Florencia - Esta todo dispuesto para nuestra llegada, así que luego de desayunar y cambiarnos ropas te enseñare el lugar bella ragazza- acaricio su mejilla antes de besar sus cabellos, un nuevo comienzo para ambos, aun cuando la inquisición no es algo que se puede dejar a un lado, dejará de ser la prioridad, para enfocarnos en nosotros. Aunque nada indica que será algo sencillo de conseguir, es algo que amerita el esfuerzo intentarlo.
Lorenzo Lombardi- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2011
Localización : Ciudad de Vaticano
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Re: Entre un Carménère y un Pinot
No importa quién soy en realidad,
importa quién soy cuando estoy contigo.
importa quién soy cuando estoy contigo.
Mirar a Lorenzo fuera de la Inquisición era un gozo. Desde verlo levantarse temprano para arreglar los detalles del viaje, hasta casi correr tras los mensajeros investigando sobre ese sacerdote que oficiará la boda entre ellos, incluso inmiscuirse en la entrega de los vestidos confeccionados para Juliet; siempre atento, sin dejarse un solo detalle, ni enojarse y mucho menos tratarla mal o a cualquier otro... todo eso la hacía sonreír y sentir que la vida tenía un mejor sentido que el sólo ir a la Santa Sede y discutir, espiar a los sobrenaturales, combatirlos, llevar los reportes e inclusive, soportar a su padre todo el tiempo. En ocasiones, a pesar de verlo siempre activo, se llegaba y le robaba un beso de los labios o bien, de la mejilla... inclusive, hubo días en que le llevó regaliz (cómo se enteró que le fascinaba, era un misterio). La consentía, la cuidaba, la procuraba. ¿Cómo no amar a semejante hombre?
Y empezó el martirio de buscarle un regalo que fuera tan importante para él como para ella eran sus atenciones. Así que mientras él iba de un lado a otro arreglándolo todo, ella hacía lo propio en sus pesquizas, pero nada. No encontró un buen obsequio y gruñó toda. Irascible se le vio dos que tres veces antes de que él llegara, lo solucionara todo entre sus brazos y esos maravillosos besos que la noqueaban y la llevaban al paraíso. Incluso alguna que otra vez se dispuso a espiarlo en su forma de gato para ver si lograba obtener el dato de ese regalo que le gustara, pero ni así. Su colmo vino un día que él la atrapó y se puso a darle caricias... se quedó pegada a sus brazos todo el tiempo ronronée que ronronée... aunque claro, para su fortuna él jamás supo que era ella, puesto que la dejó irse antes de que él llegara a donde estaban viviendo, lo que le dio el tiempo justo para llegar y cambiarse.
Se prometió hacerlo en Florencia, de seguro ahí alguien podría ayudarle, así que se subió al carruaje que le llevaría a Italia con una sonrisa y al ver que iban tan rápido no pudo más que alegrarse y aprovechar el tiempo a solas con Lorenzo, su futuro esposo de forma oficial mientras sus cuerpos estaban cubiertos por mantas y pieles, a veces sentados, a veces acostados en el piso del carruaje acolchado por lo que habían cargado para ello, entre sus brazos, besándose y en ocasiones sólo disfrutando de la cercanía del otro hablaron de muchas cosas, pero ella calló lo de su hermana, no sabía por qué, pero sentía que no era el momento ni el lugar. En ocasiones pararon para comer en las fondas que había al efecto a lo largo del camino, otras más para ir a los servicios o incluso en el mismo bosque, atentos a lo que se oía a la distancia, siempre listos para cualquier eventualidad, Inquisidores que eran...
La noche a su llegada despertaron en la madrugada y se sentaron envueltos en las mantas, ella acostumbraba estar sin zapatos con los pies sólo cubiertos por una mullida frazada, calentita y muy suavecita con la que ronroneaba de pura felicidad. Un obsequio de Lorenzo, por supuesto que la hacía sentirse especial. Dormitaba entre sus brazos, oculta su cara en el cuello del Inquisidor hasta que el beso cayó sobre su frente y la hizo abrir los ojos lento, aún negándose a separarse de él, porque se sentía realmente maravillada. Bostezó y se talló los ojos para mirar afuera con una sonrisa, era precioso todo lo que veía, esos viñedos que de seguro en verano producían tanta uva que podría alguien atragantarse y jamás acabárselas. Rió y besó los labios de su adorado Lorenzo, para seguir observando.
El palacete era magnífico, incluso cual niña sacó la cabeza para admirar los caminos, la construcción al fondo y rió al sentir su beso en los cabellos y regresar dentro, soltando un pequeño estornudo al que le quitó importancia con un mohín de la mano y acurrucarse contra él, divertida como nunca, escuchando cada palabra y asintiendo pensando en lo que era para ella: una vida por fin... eso le ofrecía Lorenzo: vivir. Tener algo decente como un hogar, una familia, un refugio. Tragó saliva y su cabeza se movió de forma afirmativa intentando controlar las lágrimas y mordiéndose el labio inferior para ayudar a esa negativa que su mente tenía para su cuerpo.
- Sí... y mientras me enseñas tu hogar, yo te contaré algo de mi pasado que no te dije, no es nada de qué preocuparse, pero es necesario que lo sepas antes de que vayamos al Vaticano, eso hará que entiendas por qué no puedo separarme de Borgia - su mirada se dirigió a donde ahora el carruaje mostraba el delicioso inmueble que era la casa ancestral de los Lombardi... su hogar de ahora en adelante, puesto que en la casa de campo se transformó en la señora de Lorenzo y en una capilla se convirtió en una Lombardi... sonrió con alegría y sentimientos encontrados... por fin... ¡Por fin! Aunque ¿Cuánto duraría? Sacudió su cabeza y no quiso pensar en ello, porque no importaba, si no sólo la felicidad que le daría a Lorenzo durante ese tiempo.
Y empezó el martirio de buscarle un regalo que fuera tan importante para él como para ella eran sus atenciones. Así que mientras él iba de un lado a otro arreglándolo todo, ella hacía lo propio en sus pesquizas, pero nada. No encontró un buen obsequio y gruñó toda. Irascible se le vio dos que tres veces antes de que él llegara, lo solucionara todo entre sus brazos y esos maravillosos besos que la noqueaban y la llevaban al paraíso. Incluso alguna que otra vez se dispuso a espiarlo en su forma de gato para ver si lograba obtener el dato de ese regalo que le gustara, pero ni así. Su colmo vino un día que él la atrapó y se puso a darle caricias... se quedó pegada a sus brazos todo el tiempo ronronée que ronronée... aunque claro, para su fortuna él jamás supo que era ella, puesto que la dejó irse antes de que él llegara a donde estaban viviendo, lo que le dio el tiempo justo para llegar y cambiarse.
Se prometió hacerlo en Florencia, de seguro ahí alguien podría ayudarle, así que se subió al carruaje que le llevaría a Italia con una sonrisa y al ver que iban tan rápido no pudo más que alegrarse y aprovechar el tiempo a solas con Lorenzo, su futuro esposo de forma oficial mientras sus cuerpos estaban cubiertos por mantas y pieles, a veces sentados, a veces acostados en el piso del carruaje acolchado por lo que habían cargado para ello, entre sus brazos, besándose y en ocasiones sólo disfrutando de la cercanía del otro hablaron de muchas cosas, pero ella calló lo de su hermana, no sabía por qué, pero sentía que no era el momento ni el lugar. En ocasiones pararon para comer en las fondas que había al efecto a lo largo del camino, otras más para ir a los servicios o incluso en el mismo bosque, atentos a lo que se oía a la distancia, siempre listos para cualquier eventualidad, Inquisidores que eran...
La noche a su llegada despertaron en la madrugada y se sentaron envueltos en las mantas, ella acostumbraba estar sin zapatos con los pies sólo cubiertos por una mullida frazada, calentita y muy suavecita con la que ronroneaba de pura felicidad. Un obsequio de Lorenzo, por supuesto que la hacía sentirse especial. Dormitaba entre sus brazos, oculta su cara en el cuello del Inquisidor hasta que el beso cayó sobre su frente y la hizo abrir los ojos lento, aún negándose a separarse de él, porque se sentía realmente maravillada. Bostezó y se talló los ojos para mirar afuera con una sonrisa, era precioso todo lo que veía, esos viñedos que de seguro en verano producían tanta uva que podría alguien atragantarse y jamás acabárselas. Rió y besó los labios de su adorado Lorenzo, para seguir observando.
El palacete era magnífico, incluso cual niña sacó la cabeza para admirar los caminos, la construcción al fondo y rió al sentir su beso en los cabellos y regresar dentro, soltando un pequeño estornudo al que le quitó importancia con un mohín de la mano y acurrucarse contra él, divertida como nunca, escuchando cada palabra y asintiendo pensando en lo que era para ella: una vida por fin... eso le ofrecía Lorenzo: vivir. Tener algo decente como un hogar, una familia, un refugio. Tragó saliva y su cabeza se movió de forma afirmativa intentando controlar las lágrimas y mordiéndose el labio inferior para ayudar a esa negativa que su mente tenía para su cuerpo.
- Sí... y mientras me enseñas tu hogar, yo te contaré algo de mi pasado que no te dije, no es nada de qué preocuparse, pero es necesario que lo sepas antes de que vayamos al Vaticano, eso hará que entiendas por qué no puedo separarme de Borgia - su mirada se dirigió a donde ahora el carruaje mostraba el delicioso inmueble que era la casa ancestral de los Lombardi... su hogar de ahora en adelante, puesto que en la casa de campo se transformó en la señora de Lorenzo y en una capilla se convirtió en una Lombardi... sonrió con alegría y sentimientos encontrados... por fin... ¡Por fin! Aunque ¿Cuánto duraría? Sacudió su cabeza y no quiso pensar en ello, porque no importaba, si no sólo la felicidad que le daría a Lorenzo durante ese tiempo.
Tamina Juliet Borgia- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Re: Entre un Carménère y un Pinot
Desde que me mudase a Ciudad de Vaticano, a cumplir mi misión como inquisidor y Líder de la primera facción, aquello que más añoro es ver el amanecer en los viñedos Lombardi, nada se compara con la gratificación de tener a tus pies aquello que tu familia ha cultivado por años y que en tus manos a prosperado. Quizá si hubiese decidido enfocarme a los viñedos en vez de a la inquisición, mi vida hubiese sido mucho más serena de lo que hasta la fecha ha sido, pero cuando se trata de convicciones es difícil dejarlas a un lado. Es en la inquisición, donde mis ideales se ven resguardados, aun cuando suelo discrepar con Alejandro Borgia, se que él es solo un arribista, que no representa realmente a la institución que lidera. Sonrió con pesar al recordar aquello, es inevitable saber que lucho contra la voluntad de un hombre rodeado de artimañas, y que ahora tendrá más razones para manipular mis acciones. La razón mi esposa, la joven Borgia, hija del Sumo Pontífice y la mujer que me robase el corazón, la mayor gratificación que la inquisición me pudiese dar tras férreos años de servicio.
La abrazo en silencio, ignorando sus palabras, ciertamente no se que pueda decirme ya que me pueda sorprender. Su condición de cambiaformas si me sorprendió, pero no lo suficiente para cambiar en algo lo que siento por ella, simplemente admiración y comprensión se sumaron al cariño ya existente, un amor que sin proponérmelo anide en mi. Tomo su barbilla lentamente para depositar un suave beso en la comisura de sus labios - calla - ordeno antes de profundizar lentamente el beso, recorriendo esos pliegues rosáceos en los cuales me embeleso cada segundo, una caricia intima en la que podría pasar horas, sino fuera porque pronto el aliento nos falta - no debes preocuparte de nada… siquiera de tu padre - afirmo al final el beso justo en el momento en que el carruaje se detiene frente a la residencia, donde una escalinata marmolada da paso una amplia puerta de roble donde el ama llaves nos espera en compañía del capataz, el matrimonio a cargo de mantener las viñas.
De inmediato el cochero se acerco para ayudarnos a bajar, un magnifico amanecer en Florencia, el suave murmullo de las hojas meciéndose con el suave viento, mientras una delicada llovizna roza nuestros rostros. La humedad de la tierra invade con aroma mezclándose con las rosas que rodean la casa - Bienvenida a nuestro hogar - digo al oído de Juliet mientras le ofrezco el brazo y subo con ella la escalinata, su paso ligero se acompasa al mío, como si siempre hubiésemos caminado uno junto al otro. Al llegar al descanso me alejo de mi joven esposa para tomar la mano que desde ya extiende el hombre que por años ha sido mis ojos, oídos e incluso mi voz, cuando se ha tratado de dirigir el patrimonio familiar; el fuerte apretón de manos antecede lo que es un caluroso abrazo, acompañado de risas jocosas - ¡Alfonso! Qué alegría - exclamo antes de regresar al lado de mi mujer - Juliet, Cara mia, Alfonso y Justina son quienes cuidan de la casa en mi ausencia. Alfonso se encarga de las viñas, un gran capataz, y su esposa es la mejor ama de llaves que puedas encontrar. - expreso con evidente dicha de estar de regreso en mi hogar - Mis leales amigos, ella es Juliet Borgia, mi esposa tal como les mencione en la última misiva - con ellos no había secretos, pues a pesar de ser trabajadores la relación de confianza es tal, que son parte de mi familia.
- Cara mía, Justina se ha encargado de todo lo necesario para tener una real fiesta de bodas. Incluso, podría apostar, que ya mando a alistar nuestra alcoba. - Señalo mientras nos adentramos en la residencia. Un amplio recibidor con un espejo de medio cuerpo, ornamentado con elegantes rosas blancas y rojas, en el mismo sitio una escalera que dirige hacia el segundo piso. A la derecha una puerta que da hacia la biblioteca y a la izquierda el salón con amplios ventanales, es allí donde nos dirigimos para poder conversar más cómodamente.
La abrazo en silencio, ignorando sus palabras, ciertamente no se que pueda decirme ya que me pueda sorprender. Su condición de cambiaformas si me sorprendió, pero no lo suficiente para cambiar en algo lo que siento por ella, simplemente admiración y comprensión se sumaron al cariño ya existente, un amor que sin proponérmelo anide en mi. Tomo su barbilla lentamente para depositar un suave beso en la comisura de sus labios - calla - ordeno antes de profundizar lentamente el beso, recorriendo esos pliegues rosáceos en los cuales me embeleso cada segundo, una caricia intima en la que podría pasar horas, sino fuera porque pronto el aliento nos falta - no debes preocuparte de nada… siquiera de tu padre - afirmo al final el beso justo en el momento en que el carruaje se detiene frente a la residencia, donde una escalinata marmolada da paso una amplia puerta de roble donde el ama llaves nos espera en compañía del capataz, el matrimonio a cargo de mantener las viñas.
De inmediato el cochero se acerco para ayudarnos a bajar, un magnifico amanecer en Florencia, el suave murmullo de las hojas meciéndose con el suave viento, mientras una delicada llovizna roza nuestros rostros. La humedad de la tierra invade con aroma mezclándose con las rosas que rodean la casa - Bienvenida a nuestro hogar - digo al oído de Juliet mientras le ofrezco el brazo y subo con ella la escalinata, su paso ligero se acompasa al mío, como si siempre hubiésemos caminado uno junto al otro. Al llegar al descanso me alejo de mi joven esposa para tomar la mano que desde ya extiende el hombre que por años ha sido mis ojos, oídos e incluso mi voz, cuando se ha tratado de dirigir el patrimonio familiar; el fuerte apretón de manos antecede lo que es un caluroso abrazo, acompañado de risas jocosas - ¡Alfonso! Qué alegría - exclamo antes de regresar al lado de mi mujer - Juliet, Cara mia, Alfonso y Justina son quienes cuidan de la casa en mi ausencia. Alfonso se encarga de las viñas, un gran capataz, y su esposa es la mejor ama de llaves que puedas encontrar. - expreso con evidente dicha de estar de regreso en mi hogar - Mis leales amigos, ella es Juliet Borgia, mi esposa tal como les mencione en la última misiva - con ellos no había secretos, pues a pesar de ser trabajadores la relación de confianza es tal, que son parte de mi familia.
- Cara mía, Justina se ha encargado de todo lo necesario para tener una real fiesta de bodas. Incluso, podría apostar, que ya mando a alistar nuestra alcoba. - Señalo mientras nos adentramos en la residencia. Un amplio recibidor con un espejo de medio cuerpo, ornamentado con elegantes rosas blancas y rojas, en el mismo sitio una escalera que dirige hacia el segundo piso. A la derecha una puerta que da hacia la biblioteca y a la izquierda el salón con amplios ventanales, es allí donde nos dirigimos para poder conversar más cómodamente.
Lorenzo Lombardi- Inquisidor Clase Alta
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Re: Entre un Carménère y un Pinot
¿La servidumbre? En ocasiones, ella es la más importante en tu vida.
Rió cual pequeña en el instante que él besó sus labios pidiéndole callar, pero la risa se perdió o fundió no supo realmente qué, cuando él la guió en la caricia más dulce que jamás hubiera sentido. Ese beso entre ellos era tan especial como el hombre al que abrazaba mientras continuaban sus labios explorándose, sus alientos entremezclándose y sus gemidos apagándose en el otro. Aspiró aire fuerte tras que él terminó la ternura y le miró a los ojos, su mano acarició su rostro con dulzura, con ese sentimiento que él había ganado a base de esfuerzo, perseverancia y como producto de su trato tan agradable, tan conquistador. Se llevó su corazón y lo mantiene preso entre sus manos. Y ella no pudo haber encontrado alguien mejor para ello. Acarició su nariz contra la suya antes de que él decidiera que era el momento de salir. Se puso con rapidez las zapatillas y arregló su vestido, su cabello para tomar la capa y colocársela sin echarse el gorro encima. Quería sentir el agua en el rostro, en el cabello para oler sin problema alguno lo que era Florencia.
Florencia era todo lo que había pensado y más. Sólo una vez había estado ahí años atrás y ahora que lo veía todo de nuevo sonreía al pensar que no pudo encontrar algo más hermoso que ésto para vivir. Su paso se acopló al del Inquisidor con facilidad, la de una mujer que podía y sabía danzar en brazos de su amante. Cuánta razón tenían las viejas que hablaban de que quienes eran realmente una pareja se podían notar en los bailes, en la forma que el hombre llevaba a su mujer y ésta le correspondía dejándose conducir sin exigirse, sin presionarse, sin titubear. Y en el paso de una pareja, lo mismo. Ellos tenían tal conexión que era curiosa la forma en que uno se movía para que al otro le bastara y en consecuencia le acompañara. Era como una copa que permitía que el vino tuviera su espacio, pero siempre dentro de ella. Así era Lorenzo, no exigía, no presionaba, pero le indicaba hacia dónde moverse y Juliet en consecuencia, tras aprender a seguirlo en el acto más íntimo de todos, entre sábanas de lino y algodón, actuaba a su lado. Su esposa, eso gritaban sus actos, sus pasos, sus sonrisas incluso, el mero hecho de mirar a su derecha hacia donde se veía el jardín muy arreglado y no perder el paso a pesar de subir las escaleras.
Hasta que el final de sus movimientos le hicieron voltear para sonreír al ver a Lorenzo feliz, relajado como pocas veces le viera en la Inquisición, abrazando a aquél que fuera más que un amigo, considerado de la familia le había contado. Y volteó a ver a Justina que la miraba con reservas algo que no le extrañaba. Su fama como "La perra de los Borgia" la seguía a donde iba. Sí, era una mujer temida, el látigo de la justicia del Papa, en pocos lugares francamente bien recibida. Todos bajaban la cabeza ante su presencia para evitar que encontrara algo que pudiera hacerles caer en desgracia. No pudo decir más cuando Lorenzo la presentó, se limitó a sonreír, a inclinar la cabeza y saludarlos. Sabía que tenía que romper defensas para que la aceptaran, para que comprendieran que la Inquisidora se había quedado en el Vaticano y que ahí sólo era una mujer, una recién casada que buscaba complacer a su marido. Sonrió con franqueza intentando ganárselos aunque tenía que hacerlo poco a poco, pero su sonrisa sí que era sincera lo que generó en los rostros de ambos, sobre todo de Justina, ciertas dudas y sobre todo, una mirada que podría competir con el más versado miembro del Santo Oficio que la traspasaba queriendo saber en realidad qué planeaba, qué iba a hacer.
Aún así, Juliet caminó dentro de la casa, mirando arrobada todos los detalles insignificantes, pero que hablaban mucho de la personalidad de Lorenzo. Incluso quiso acercarse al espejo para ver más de cerca esas rosas cuando él la guió hacia donde el salón cuyas ventanas la llamaron como si fuera una flauta hechizándola. No dudó y quizá de forma grosera, se acercó y observó todo con ojos enormes y llenos de vitalidad. El sol estaba oculto, pero no dudaba que en los días soleados todo eso se convertiría en una oda de colores y olores tan deliciosos que dudaba poderse contener y no pasear en su forma felina. Hizo una mueca, pero le ganó más el entusiasmo. Rió y se acercó a su amado para besarle sin el menor de los tapujos la mejilla.
- Me dijiste que este lugar era maravilloso, pero te quedaste corto, mi amor. Gracias a la señora Justina por tenerlo así, pero tendrá que ayudarme. Soy muy buena disparando armas, pero tiendo a romper todos los platos cuando me toca fregarlos - era un intento por romper el hielo con la mujer, que la viera como ella quería: como la esposa de Lorenzo y no como la rival a la que tenía que contrarrestar. Era una cuerda que echaba para que la señora la tomara y viera que no tenía qué temer. Que ella procuraría siempre escucharla, atenderla, pero sobre todo le daría su lugar como la amiga de la casa que era. De la familia Lombardi, una que, esperaba, creciera aún más.
Florencia era todo lo que había pensado y más. Sólo una vez había estado ahí años atrás y ahora que lo veía todo de nuevo sonreía al pensar que no pudo encontrar algo más hermoso que ésto para vivir. Su paso se acopló al del Inquisidor con facilidad, la de una mujer que podía y sabía danzar en brazos de su amante. Cuánta razón tenían las viejas que hablaban de que quienes eran realmente una pareja se podían notar en los bailes, en la forma que el hombre llevaba a su mujer y ésta le correspondía dejándose conducir sin exigirse, sin presionarse, sin titubear. Y en el paso de una pareja, lo mismo. Ellos tenían tal conexión que era curiosa la forma en que uno se movía para que al otro le bastara y en consecuencia le acompañara. Era como una copa que permitía que el vino tuviera su espacio, pero siempre dentro de ella. Así era Lorenzo, no exigía, no presionaba, pero le indicaba hacia dónde moverse y Juliet en consecuencia, tras aprender a seguirlo en el acto más íntimo de todos, entre sábanas de lino y algodón, actuaba a su lado. Su esposa, eso gritaban sus actos, sus pasos, sus sonrisas incluso, el mero hecho de mirar a su derecha hacia donde se veía el jardín muy arreglado y no perder el paso a pesar de subir las escaleras.
Hasta que el final de sus movimientos le hicieron voltear para sonreír al ver a Lorenzo feliz, relajado como pocas veces le viera en la Inquisición, abrazando a aquél que fuera más que un amigo, considerado de la familia le había contado. Y volteó a ver a Justina que la miraba con reservas algo que no le extrañaba. Su fama como "La perra de los Borgia" la seguía a donde iba. Sí, era una mujer temida, el látigo de la justicia del Papa, en pocos lugares francamente bien recibida. Todos bajaban la cabeza ante su presencia para evitar que encontrara algo que pudiera hacerles caer en desgracia. No pudo decir más cuando Lorenzo la presentó, se limitó a sonreír, a inclinar la cabeza y saludarlos. Sabía que tenía que romper defensas para que la aceptaran, para que comprendieran que la Inquisidora se había quedado en el Vaticano y que ahí sólo era una mujer, una recién casada que buscaba complacer a su marido. Sonrió con franqueza intentando ganárselos aunque tenía que hacerlo poco a poco, pero su sonrisa sí que era sincera lo que generó en los rostros de ambos, sobre todo de Justina, ciertas dudas y sobre todo, una mirada que podría competir con el más versado miembro del Santo Oficio que la traspasaba queriendo saber en realidad qué planeaba, qué iba a hacer.
Aún así, Juliet caminó dentro de la casa, mirando arrobada todos los detalles insignificantes, pero que hablaban mucho de la personalidad de Lorenzo. Incluso quiso acercarse al espejo para ver más de cerca esas rosas cuando él la guió hacia donde el salón cuyas ventanas la llamaron como si fuera una flauta hechizándola. No dudó y quizá de forma grosera, se acercó y observó todo con ojos enormes y llenos de vitalidad. El sol estaba oculto, pero no dudaba que en los días soleados todo eso se convertiría en una oda de colores y olores tan deliciosos que dudaba poderse contener y no pasear en su forma felina. Hizo una mueca, pero le ganó más el entusiasmo. Rió y se acercó a su amado para besarle sin el menor de los tapujos la mejilla.
- Me dijiste que este lugar era maravilloso, pero te quedaste corto, mi amor. Gracias a la señora Justina por tenerlo así, pero tendrá que ayudarme. Soy muy buena disparando armas, pero tiendo a romper todos los platos cuando me toca fregarlos - era un intento por romper el hielo con la mujer, que la viera como ella quería: como la esposa de Lorenzo y no como la rival a la que tenía que contrarrestar. Era una cuerda que echaba para que la señora la tomara y viera que no tenía qué temer. Que ella procuraría siempre escucharla, atenderla, pero sobre todo le daría su lugar como la amiga de la casa que era. De la familia Lombardi, una que, esperaba, creciera aún más.
Tamina Juliet Borgia- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/09/2011
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