AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre bambalinas
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Entre bambalinas
Había finalizado la primera interpretación de la noche en el Teatro y ahora disfrutaba de los momentos de descanso previos a la siguiente obra que tocaba aquella noche. En aquél primer pase de la obra Fausto se habían llegado a agotar todas las localidades, de modo que se optó por cancelar la programación habitual por tal de ofrecer de nuevo el mismo espectáculo para todos aquellos que no pudieron asistir.
El elenco de artistas había sido, cuanto menos, excepcional. Había varios actores bien capaces de encarnar al caprichoso individuo que resultaba ser Mephistopheles, y, sin embargo, ese papel había recaído sobre Noah. Que éste lo aceptara fue la decisión más apropiada, puesto que sólo había que escuchar las críticas de los entendidos, que opinaban que ponerse en la piel de semejante encarnación del mal y la tentación estaba sólo al alcance de muy pocos virtuosos de ese arte.
En realidad el actor admiraba la figura del doctor por encima de la del ángel caído, pero había tenido que cargar con la cruz que representaba ser el reflejo de la tentación debido a una apuesta con sus camaradas actores y actrices, que querían comprobar in situ qué tal se adaptaba su “nueva incorporación” a semejantes roles.
Y no quedaron decepcionados. Por eso les sugirió que otra persona ocupase su lugar en la siguiente obra que se interpretase, pues Noah tenía la intuición que la pieza, no sólo por su actuación, sino por la de todo el reparto, iba a encandilar al público hasta tal punto que se repetiría la actuación.
Debido a eso, relajándose en su camerino, ya se había deshecho de su atuendo de ángel malicioso y vestía una sencilla camisa de franela sin abotonar, que dejaba entrever su piel, unos pantalones oscuros y un calzado a juego con ellos; unas vestiduras que no le hacían destacar en demasía, pues tenía la intención de observar, o más bien espiar, a sus compañeros de reparto, como si fuera uno más entre el público.
Se disponía a emprender el camino hacia las escaleras que lo llevarían hasta el pasillo central cuando, apenas después de salir de su camerino, su oído captó unos sonidos que indicaban que había alguien más cerca. Recurrió a su aguzado olfato para identificar la presencia y todo lo que pudo discernir con claridad, debido a la gran variedad de olores que había en aquél recinto, era que se trataba de personal ajeno al teatro. Este hecho no molestó al actor, más bien le incitó curiosidad para conocer más detalles sobre quien se había desorientado en aquellas instalaciones.
− ¿Hay alguien ahí? No tema, tan sólo quisiera poder ayudarle si es que ha perdido su camino –dijo con voz amable, confiando en que la persona extraviada no se amedrentaría.
El elenco de artistas había sido, cuanto menos, excepcional. Había varios actores bien capaces de encarnar al caprichoso individuo que resultaba ser Mephistopheles, y, sin embargo, ese papel había recaído sobre Noah. Que éste lo aceptara fue la decisión más apropiada, puesto que sólo había que escuchar las críticas de los entendidos, que opinaban que ponerse en la piel de semejante encarnación del mal y la tentación estaba sólo al alcance de muy pocos virtuosos de ese arte.
En realidad el actor admiraba la figura del doctor por encima de la del ángel caído, pero había tenido que cargar con la cruz que representaba ser el reflejo de la tentación debido a una apuesta con sus camaradas actores y actrices, que querían comprobar in situ qué tal se adaptaba su “nueva incorporación” a semejantes roles.
Y no quedaron decepcionados. Por eso les sugirió que otra persona ocupase su lugar en la siguiente obra que se interpretase, pues Noah tenía la intuición que la pieza, no sólo por su actuación, sino por la de todo el reparto, iba a encandilar al público hasta tal punto que se repetiría la actuación.
Debido a eso, relajándose en su camerino, ya se había deshecho de su atuendo de ángel malicioso y vestía una sencilla camisa de franela sin abotonar, que dejaba entrever su piel, unos pantalones oscuros y un calzado a juego con ellos; unas vestiduras que no le hacían destacar en demasía, pues tenía la intención de observar, o más bien espiar, a sus compañeros de reparto, como si fuera uno más entre el público.
Se disponía a emprender el camino hacia las escaleras que lo llevarían hasta el pasillo central cuando, apenas después de salir de su camerino, su oído captó unos sonidos que indicaban que había alguien más cerca. Recurrió a su aguzado olfato para identificar la presencia y todo lo que pudo discernir con claridad, debido a la gran variedad de olores que había en aquél recinto, era que se trataba de personal ajeno al teatro. Este hecho no molestó al actor, más bien le incitó curiosidad para conocer más detalles sobre quien se había desorientado en aquellas instalaciones.
− ¿Hay alguien ahí? No tema, tan sólo quisiera poder ayudarle si es que ha perdido su camino –dijo con voz amable, confiando en que la persona extraviada no se amedrentaría.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Sérène miró la pequeña bolsita que sostenía suavemente entre sus manos, en cuyo interior descansaban unas monedas. Las contempló unos instantes hasta que su propio suspiro la devolvió a la cruda realidad. Malhumorada, volvió a cerrar con un fuerte lazo la pequeña bolsa para después arrojarla hacia el interior del bolso que había usado para guardad sus pocas pertenencias.
Se volvió hacia la ventana, que daba a un callejón, el cristal de la misma le devolvía su propio reflejo: el oscuro y largo cabello permanecía bien sujeto por un sencillo y elegante moño aunque sin ningún sombrero que adornase el peinado. Sérène bajó la mirada, topando con el vestido azul que había usado durante el viaje, que era el único que había podido llevar, y volvió a suspirar, la joven hechicera decidió que no quería ser víctima de su propia compasión.
Se puso los zapatos negros, cogió la capa, que descansaba sobre la cama, y salió a la calle sigilosamente, no quería emplear tan seguidamente el encandilamiento con el propietario. Caminó mientras pensaba en su precaria situación, sintiéndose culpable por usar sus dones en algo tan ruin.
Y sin darse cuenta había llegado a las puertas del teatro, observó salir a las elegantes damas acompañadas de sus distinguidas parejas, cómo la miraban curiosos al pasar por su lado. Les ignoró dirigiéndose a la taquilla y preguntando el precio de la entrada, evidentemente era demasiado cara para ella, al menos de momento. Comenzó a alejarse del edificio, en verdad lo rodeó, hasta que vislumbró la entrada por la cual los actores accedían al interior del edificio. Miró a ambos lados, cerciorándose de que nadie podría verla, y entró. No necesitó emplear ninguna de sus habilidades, los artistas estaban tan sumidos en los preparativos de la siguiente representación que no repararon en la extraña. Observó cómo se maquillaban, los vestidos que emplearían, cómo reían de las bromas de unos y otros. El ambiente era tan cálido y familiar…
Vislumbró unas escaleras que ascendían, y mientras se preguntaba si conducirían al escenario, las subió poco a poco, procurando hacer el menor ruido posible. Al llegar al umbral comprobó que se trataba de un largo pasillo, al parecer el principal, y que otra escalera se perdía hacia el piso de arriba. La curiosidad pudo a la prudencia, y en vez de regresar a las calles decidió continuar subiendo. Mientras llegaba al final de las escaleras, escuchó el sonido de una puerta al cerrarse, lo que le provocó que quedase congelada entre peldaño y peldaño, su respiración se tornó más rápida; aunque desapareció casi antes de aparecer.
Aunque la afable voz no le dio tiempo a desaparecer. Tragó saliva, se volvió y terminó de subir los pocos escalones que faltaban hasta llegar al siguiente piso. Apareció con elegancia y se enfrentó al origen de la voz. Antes de hablar realizó una reverencia y entrelazó nerviosamente las manos.
− No me he extraviado, monsieur. Si no me delata, me iré por donde he venido y esta embarazosa situación quedará en la descuidada actitud de alguien que posee demasiada curiosidad… −solicitó con voz sosegada.
Miró al joven y un calor subió desde la boca del estómago, posándose sobre sus mejillas. Esperaba encontrar a un guarda con uniforme manchado, canas y barriga mal cuidada, no a un joven caballero bien plantado y con el torso vagamente cubierto. Desvió la mirada incómoda.
Se volvió hacia la ventana, que daba a un callejón, el cristal de la misma le devolvía su propio reflejo: el oscuro y largo cabello permanecía bien sujeto por un sencillo y elegante moño aunque sin ningún sombrero que adornase el peinado. Sérène bajó la mirada, topando con el vestido azul que había usado durante el viaje, que era el único que había podido llevar, y volvió a suspirar, la joven hechicera decidió que no quería ser víctima de su propia compasión.
Se puso los zapatos negros, cogió la capa, que descansaba sobre la cama, y salió a la calle sigilosamente, no quería emplear tan seguidamente el encandilamiento con el propietario. Caminó mientras pensaba en su precaria situación, sintiéndose culpable por usar sus dones en algo tan ruin.
Y sin darse cuenta había llegado a las puertas del teatro, observó salir a las elegantes damas acompañadas de sus distinguidas parejas, cómo la miraban curiosos al pasar por su lado. Les ignoró dirigiéndose a la taquilla y preguntando el precio de la entrada, evidentemente era demasiado cara para ella, al menos de momento. Comenzó a alejarse del edificio, en verdad lo rodeó, hasta que vislumbró la entrada por la cual los actores accedían al interior del edificio. Miró a ambos lados, cerciorándose de que nadie podría verla, y entró. No necesitó emplear ninguna de sus habilidades, los artistas estaban tan sumidos en los preparativos de la siguiente representación que no repararon en la extraña. Observó cómo se maquillaban, los vestidos que emplearían, cómo reían de las bromas de unos y otros. El ambiente era tan cálido y familiar…
Vislumbró unas escaleras que ascendían, y mientras se preguntaba si conducirían al escenario, las subió poco a poco, procurando hacer el menor ruido posible. Al llegar al umbral comprobó que se trataba de un largo pasillo, al parecer el principal, y que otra escalera se perdía hacia el piso de arriba. La curiosidad pudo a la prudencia, y en vez de regresar a las calles decidió continuar subiendo. Mientras llegaba al final de las escaleras, escuchó el sonido de una puerta al cerrarse, lo que le provocó que quedase congelada entre peldaño y peldaño, su respiración se tornó más rápida; aunque desapareció casi antes de aparecer.
Aunque la afable voz no le dio tiempo a desaparecer. Tragó saliva, se volvió y terminó de subir los pocos escalones que faltaban hasta llegar al siguiente piso. Apareció con elegancia y se enfrentó al origen de la voz. Antes de hablar realizó una reverencia y entrelazó nerviosamente las manos.
− No me he extraviado, monsieur. Si no me delata, me iré por donde he venido y esta embarazosa situación quedará en la descuidada actitud de alguien que posee demasiada curiosidad… −solicitó con voz sosegada.
Miró al joven y un calor subió desde la boca del estómago, posándose sobre sus mejillas. Esperaba encontrar a un guarda con uniforme manchado, canas y barriga mal cuidada, no a un joven caballero bien plantado y con el torso vagamente cubierto. Desvió la mirada incómoda.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Entre bambalinas
A decir verdad, desconocía por completo a quién podía esperar encontrarse en esa zona. El hecho de estar tan lejos de la parte principal del auditorio no hacía que fuera más fácil diferenciar los leves matices que distinguía una esencia de otra. La experiencia de haber desarrollado ciertas facultades durante tantos años no podía servir a nadie, fuera de la raza que fuera, para poder clasificar con claridad, y sin tener que hacer un esfuerzo sobrehumano, un aroma de la amplia gama que parecía residir en el anfiteatro.
Para alguien como Noah, estar expuesto a semejante trampa podía llegar a ser un auténtico suplicio.
Una damisela entró en su campo de visión con elegancia. Sus cabellos eran oscuros, recogidos juguetonamente en un rodete como las olas del mar rodearían una roca; sus rasgos parecían haber sido perfilados por el más caprichoso de los escultores, un trabajo realizado sobre una radiante piel jaspeada; sus ojos, del color de la madreselva, se le antojaron curiosos y cautivadores, propios de alguien que lo había pasado mal en la vida pero que no se dejaba amilanar por los giros del destino.
Sin ningún lugar a dudas, era una de las más bellas estampas que había alcanzado a vislumbrar en muchísimo tiempo. Tenía cierto aire exótico sin llegar a ser un factor tan marcado como en las doncellas que venían de los países del oriente: lo suficiente como para determinar que su ascendencia no había sido originaria de Francia. Este detalle, imperceptible para muchos, sólo se podía localizar con relativa facilidad si se compartía esos orígenes extranjeros.
No alcanzó a quedarse boquiabierto, si bien le sorprendió y le agradó, por partes iguales, que irradiara tanta belleza. Carecía de la altanería propia e innata en las clases altas, y sin embargo, su presencia parecía emanar una confianza y seguridad que no se hallaban entre la clase baja. En cierto modo, le recordaba un poco a él mismo.
Debido a eso, tardó unos segundos en devolverle una educada reverencia a la intrusa, aunque ya no estaba seguro de pensar en ella de ese modo. Por las palabras de la joven, se podía apreciar que poseía una gran personalidad y que no se arrepentía de su voluntaria expedición hasta aquél rincón.
− ¿Embarazosa? – repitió, asimilando a su manera las palabras de la joven − ¡Oh, entiendo! Mis más humildes disculpas, menuda visión más vulgar le he ofrecido…
Bajó la mirada y procedió a abrocharse algunos botones de su camisa, pero eso no significaba que hubiera desviado la atención de su interlocutora. Así se lo hizo saber con la siguiente pregunta, formulada con un cariz amable que despuntaba una nota de picardía.
− No tengo derecho a ello, pero me interesaría saber cuál había sido su propósito al acudir aquí. ¿Quién sabe? Tal vez pueda ayudarla en algo.
Para alguien como Noah, estar expuesto a semejante trampa podía llegar a ser un auténtico suplicio.
Una damisela entró en su campo de visión con elegancia. Sus cabellos eran oscuros, recogidos juguetonamente en un rodete como las olas del mar rodearían una roca; sus rasgos parecían haber sido perfilados por el más caprichoso de los escultores, un trabajo realizado sobre una radiante piel jaspeada; sus ojos, del color de la madreselva, se le antojaron curiosos y cautivadores, propios de alguien que lo había pasado mal en la vida pero que no se dejaba amilanar por los giros del destino.
Sin ningún lugar a dudas, era una de las más bellas estampas que había alcanzado a vislumbrar en muchísimo tiempo. Tenía cierto aire exótico sin llegar a ser un factor tan marcado como en las doncellas que venían de los países del oriente: lo suficiente como para determinar que su ascendencia no había sido originaria de Francia. Este detalle, imperceptible para muchos, sólo se podía localizar con relativa facilidad si se compartía esos orígenes extranjeros.
No alcanzó a quedarse boquiabierto, si bien le sorprendió y le agradó, por partes iguales, que irradiara tanta belleza. Carecía de la altanería propia e innata en las clases altas, y sin embargo, su presencia parecía emanar una confianza y seguridad que no se hallaban entre la clase baja. En cierto modo, le recordaba un poco a él mismo.
Debido a eso, tardó unos segundos en devolverle una educada reverencia a la intrusa, aunque ya no estaba seguro de pensar en ella de ese modo. Por las palabras de la joven, se podía apreciar que poseía una gran personalidad y que no se arrepentía de su voluntaria expedición hasta aquél rincón.
− ¿Embarazosa? – repitió, asimilando a su manera las palabras de la joven − ¡Oh, entiendo! Mis más humildes disculpas, menuda visión más vulgar le he ofrecido…
Bajó la mirada y procedió a abrocharse algunos botones de su camisa, pero eso no significaba que hubiera desviado la atención de su interlocutora. Así se lo hizo saber con la siguiente pregunta, formulada con un cariz amable que despuntaba una nota de picardía.
− No tengo derecho a ello, pero me interesaría saber cuál había sido su propósito al acudir aquí. ¿Quién sabe? Tal vez pueda ayudarla en algo.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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Re: Entre bambalinas
Permaneció con la mirada fija en un punto inconexo de la pared, aunque eso no le impidió, cómo iba a hacerlo, que la suave melodía de su profunda voz alcanzaba sus oídos. Realmente no había comprendido las palabras de Sérène o, tal vez, el osado monsieur intentó hacer una broma que la joven no fue capaz de comprender. Ante la duda, prefirió no hacer nada al respecto salvo dedicarle una sonrisa afable.
Por el rabillo del ojo pudo comprobar cómo el joven fue abrochándose los botones de la camisa, al tiempo que el joven le preguntaba con claro deje de picardía. Posó, todavía algo ruborizada, su mirada de jade en la desconcertante de él, pues no sabría distinguir si el color era azul o verde, mirada del desconocido y, de paso, recrearse en las decididas facciones. De mandíbula fuerte, finos labios que dibujaban la travesura que había transmitido su voz, nariz que encajaba perfectamente con el resto de líneas y cabellos rebeldes de ébano que caían desordenadamente y que, para su sorpresa, eran salpicados por dos mechones carmesíes como la sangre, la perilla, curiosamente tonos más clara que los cabellos, le daba un toque final a un rostro digno de ser dibujado para la posteridad.
Sérène no se atrevió a bajar la mirada hacia el resto del cuerpo, tampoco lo necesitó puesto que los abdominales semidesnudos se habían grabado a fuego en su retina. Permaneció tranquila, pues se aseguró de que el desconocido monsieur no se percatase absolutamente de nada. Uno de los dones que poseían las mujeres era su arte por enmascarar todo acto impropio o inadecuado, algo que llevaban todas en la sangre por pura necesidad.
Por un momento iba a contarle los motivos por el cual se habían encontrado en el piso que daba a los camerinos, lo tremendamente sola que se sintió en su pequeña habitación, el impulso que inconscientemente la guió hacia el gran y esplendoroso teatro. Recorrió el pasillo mientras meditaba si debía hacerlo y cuando volvió su mirada de vuelta con la de él una sonrisa se había dibujado en su rostro iluminado también su mirada.
− ¿Y cuál es el motivo por el que debería saciar su curiosidad… monsieur…? –el tono divertido fue realmente palpable al tiempo que cruzaba sus manos tras la espalda con la clara intención de hacer que pareciese una niña con cuerpo adulto.
Por el rabillo del ojo pudo comprobar cómo el joven fue abrochándose los botones de la camisa, al tiempo que el joven le preguntaba con claro deje de picardía. Posó, todavía algo ruborizada, su mirada de jade en la desconcertante de él, pues no sabría distinguir si el color era azul o verde, mirada del desconocido y, de paso, recrearse en las decididas facciones. De mandíbula fuerte, finos labios que dibujaban la travesura que había transmitido su voz, nariz que encajaba perfectamente con el resto de líneas y cabellos rebeldes de ébano que caían desordenadamente y que, para su sorpresa, eran salpicados por dos mechones carmesíes como la sangre, la perilla, curiosamente tonos más clara que los cabellos, le daba un toque final a un rostro digno de ser dibujado para la posteridad.
Sérène no se atrevió a bajar la mirada hacia el resto del cuerpo, tampoco lo necesitó puesto que los abdominales semidesnudos se habían grabado a fuego en su retina. Permaneció tranquila, pues se aseguró de que el desconocido monsieur no se percatase absolutamente de nada. Uno de los dones que poseían las mujeres era su arte por enmascarar todo acto impropio o inadecuado, algo que llevaban todas en la sangre por pura necesidad.
Por un momento iba a contarle los motivos por el cual se habían encontrado en el piso que daba a los camerinos, lo tremendamente sola que se sintió en su pequeña habitación, el impulso que inconscientemente la guió hacia el gran y esplendoroso teatro. Recorrió el pasillo mientras meditaba si debía hacerlo y cuando volvió su mirada de vuelta con la de él una sonrisa se había dibujado en su rostro iluminado también su mirada.
− ¿Y cuál es el motivo por el que debería saciar su curiosidad… monsieur…? –el tono divertido fue realmente palpable al tiempo que cruzaba sus manos tras la espalda con la clara intención de hacer que pareciese una niña con cuerpo adulto.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Una red de pensamientos comenzó a tomar forma en la mente del joven, hilvanando ideas entre sí para concebir una imagen más nítida de aquello que comenzaba a tener intención de hacer. La intrusión de la damisela, que había quedado suficientemente claro que no se trataba de un involuntario extravío, supondría una cadena de acontecimientos que, en caso de que la joven no se desdijera, le garantizaría una velada cuando menos entretenida.
Terminó de abrocharse la camisa, pero dejó algunos botones de los extremos de la prenda sin hacerlo, teniendo de este modo un aire más provocativo. Cabe decir que no tenía intención alguna de dar una imagen equivocada de sí mismo, pero no era culpa suya que pecara de naturalidad cuando se hallaba cerca de gente que le resultaba simpática.
Se sorprendió a sí mismo devolviéndole a la dama una espontánea sonrisa, análoga a la que ella lucía en sus carnosos labios. En su mirada, se podía entrever, misteriosamente, la sombra de una idea.
− Mucho me temo que aún no puedo revelarle nada. Es posible que luego me arrepienta… −dijo con voz melodiosa y traviesa mientras se acercaba a ella con decisión.
Y sin darle apenas tiempo a reaccionar, la cogió del antebrazo y, prácticamente, la arrastró en contra de su voluntad. Sin embargo, la presa no era demasiado fuerte, por lo que ella se podía desasir si así lo deseaba. La llevó hasta la puerta de su camerino, unos pocos pasos más allá de donde se encontraban. Entonces la soltó antes de que pudiera asimilar lo que había hecho, ya que había jugado con la ventaja de tomarla por sorpresa.
En la puerta había una modesta placa que mostraba un nombre escrito en ella. El joven hizo aparecer como por arte de magia una discreta llave y tras un breve instante de manipulación de la cerradura, la puerta cedió con un apagado chasquido.
− No tengo intención de hacerme responsable de lo que acontezca, pero tiene derecho a retractarse en cualquier momento, si así lo desea –admitió con una tonalidad amable, sin rastro de malicia, para que ella supiera que no estaba bromeando.
Terminó de abrocharse la camisa, pero dejó algunos botones de los extremos de la prenda sin hacerlo, teniendo de este modo un aire más provocativo. Cabe decir que no tenía intención alguna de dar una imagen equivocada de sí mismo, pero no era culpa suya que pecara de naturalidad cuando se hallaba cerca de gente que le resultaba simpática.
Se sorprendió a sí mismo devolviéndole a la dama una espontánea sonrisa, análoga a la que ella lucía en sus carnosos labios. En su mirada, se podía entrever, misteriosamente, la sombra de una idea.
− Mucho me temo que aún no puedo revelarle nada. Es posible que luego me arrepienta… −dijo con voz melodiosa y traviesa mientras se acercaba a ella con decisión.
Y sin darle apenas tiempo a reaccionar, la cogió del antebrazo y, prácticamente, la arrastró en contra de su voluntad. Sin embargo, la presa no era demasiado fuerte, por lo que ella se podía desasir si así lo deseaba. La llevó hasta la puerta de su camerino, unos pocos pasos más allá de donde se encontraban. Entonces la soltó antes de que pudiera asimilar lo que había hecho, ya que había jugado con la ventaja de tomarla por sorpresa.
En la puerta había una modesta placa que mostraba un nombre escrito en ella. El joven hizo aparecer como por arte de magia una discreta llave y tras un breve instante de manipulación de la cerradura, la puerta cedió con un apagado chasquido.
− No tengo intención de hacerme responsable de lo que acontezca, pero tiene derecho a retractarse en cualquier momento, si así lo desea –admitió con una tonalidad amable, sin rastro de malicia, para que ella supiera que no estaba bromeando.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
La extraña mirada que el joven le dedicó produjo una controversia de sentimientos en la muchacha; por un lado deseaba salir cuanto antes de aquel lugar: puesto que no era apropiado para una dama permanecer a solas con un apuesto joven, aunque, por otro lado, la intuición le indicaba que, si bien aquella situación era absolutamente una desfachatez, podía confiar en el hombre que tenía ante sí.
El primer comentario inclinó la balanza de la decisión que iba a tomar hacia la de huir de aquel fascinante lugar, demasiado tarde. El joven la agarró del antebrazo antes de poder volverse siquiera para iniciar el descenso, atrayéndola hacia su fibroso cuerpo pasillo adentro, conduciéndola con delicadeza hasta una de las puertas cerradas del lugar.
Cuando la soltó se percató de que, mientras era ineludiblemente guiada, hubiese podido librarse de aquel amarre de haberlo querido, no tal solo porque había sido demasiado flojo, sino porque hubiese podido emplear uno de sus hechizos. No lo hizo, algo en aquel gesto le indicó que podía permanecer tranquila, al menos de momento.
Sérène pudo observar en la puerta una humilde lámina que indicaba el poseedor de aquella estancia: Noah Dómine. Entonces, pensó la joven hechicera, el osado monsieur la estaba llevando hacia los aposentos de algún actor. La prudencia brillaba por su ausencia; si alguno de los actores, o el dueño del camerino, subiera a buscar cualquier cosa que necesitase les encontrarían a los dos, a solas, a saber qué pensarían y, peor aún, la reputación que tendría a partir de entonces la joven hechicera.
Y aún a sabiendas, confiaba en aquel hombre. Solo deseó no tener que arrepentirse y tener que retractarse, como bien acabó de pronunciarse el desconocido. Se giró, sintiendo el cuerpo del desvergonzado monsieur embarazosamente cerca, para mirarle a los azulinos ojos con la sinceridad reflejada en los suyos.
− Es una imprudencia, solo espero no arrepentirme de hacer caso a un desconocido insolente –y aunque dijo lo que realmente pensaba, sus palabras no estaban cargadas de ponzoñas, sino de un claro toque divertido.
El primer comentario inclinó la balanza de la decisión que iba a tomar hacia la de huir de aquel fascinante lugar, demasiado tarde. El joven la agarró del antebrazo antes de poder volverse siquiera para iniciar el descenso, atrayéndola hacia su fibroso cuerpo pasillo adentro, conduciéndola con delicadeza hasta una de las puertas cerradas del lugar.
Cuando la soltó se percató de que, mientras era ineludiblemente guiada, hubiese podido librarse de aquel amarre de haberlo querido, no tal solo porque había sido demasiado flojo, sino porque hubiese podido emplear uno de sus hechizos. No lo hizo, algo en aquel gesto le indicó que podía permanecer tranquila, al menos de momento.
Sérène pudo observar en la puerta una humilde lámina que indicaba el poseedor de aquella estancia: Noah Dómine. Entonces, pensó la joven hechicera, el osado monsieur la estaba llevando hacia los aposentos de algún actor. La prudencia brillaba por su ausencia; si alguno de los actores, o el dueño del camerino, subiera a buscar cualquier cosa que necesitase les encontrarían a los dos, a solas, a saber qué pensarían y, peor aún, la reputación que tendría a partir de entonces la joven hechicera.
Y aún a sabiendas, confiaba en aquel hombre. Solo deseó no tener que arrepentirse y tener que retractarse, como bien acabó de pronunciarse el desconocido. Se giró, sintiendo el cuerpo del desvergonzado monsieur embarazosamente cerca, para mirarle a los azulinos ojos con la sinceridad reflejada en los suyos.
− Es una imprudencia, solo espero no arrepentirme de hacer caso a un desconocido insolente –y aunque dijo lo que realmente pensaba, sus palabras no estaban cargadas de ponzoñas, sino de un claro toque divertido.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Era claramente consciente que su acompañante se había dejado arrastrar, pues no se había alejado por el pasillo una vez que hubo soltado su presa. El joven, embriagado por la imagen que, por momentos, se iba consolidando en su mente, podía detener ese curso de acción y desechar aquél plan espontáneo en el mismo instante en que ella se lo dijera.
Le reconfortó saber que, al menos hasta ese momento, la damisela confiaba en él. La actitud del varón ponía en jaque, en ocasiones, a otras personas; dependía de la persona con quién se encontrara en ese preciso instante. Cuanta más afinidad captara con el sujeto con el que se hallase, menos tediosos se desarrollaban los sucesos.
Cuando sus oídos captaron aquellas divertidas palabras, del todo libres de presunción, no pudo evitar que buscara inconscientemente su mirada esmeralda, al tiempo que una sonrisa pícara aparecía en sus labios. Si él hubiera sido una araña, tejiendo su red brillante para atrapar una presa, ella sería una grácil mariposa que desafiaría la ley de la naturaleza, vagamente consciente de que la araña tuviera otros objetivos en mente.
Definitivamente, aquella actitud, en apariencia dócil y al mismo tiempo, rebelde por naturaleza, le agradaba de sobremanera. Durante un instante, y por vez primera desde que había recorrido otras ciudades de París, sintió que no le deseaban ningún mal y que podía disfrutar del momento sin temor a represalias.
Con un gesto algo cómico pero sin pretender ser un bufón, abrió la puerta con una leve presión de su mano diestra para, posteriormente, hacer una reverencia antes de ceder el paso a su acompañante.
− ¡Bienvenida al comienzo de su noche mágica! –exclamó divertido y sin pedantería, incorporándose de nuevo y aguardando a que la joven se decidiera a pasar− Esta noche seré su guía… ¡Noah Dómine, a su servicio!
Cabía destacar que no había olvidado el interrogante que previamente ella había formulado, y no se le había ocurrido otra forma más natural de hacerlo que improvisando. Aunque temía que ella no pudiera tomarlo en serio y pensara que estaban irrumpiendo en un recinto al que no tenían acceso.
Pero aquél era su camerino. No era la suite del mejor de los hoteles, pero se sentía orgulloso de tenerlo en tan buen estado.
Dispuestos por toda la estancia, había varias arcas enormes que contenían multitud de ropajes variados: tan amplio y versátil era el vestuario de los actores y actrices. En ellos habían prendas tanto masculinas como femeninas (para algunas sátiras u obras cómicas se precisaban estos extraños detalles), de tallas variadas. Aquí y allá, en perfecto estado de revista y pulcramente ordenados, yacían todo tipo de attrezzos*, desde los más comunes y clásicos hasta los más variopintos. Una larga butaca negra adornaba el extremo de la habitación, aunque no había rastro alguno de un camastro.
En varios percheros lacados en negro colgaban, inertes, atavíos que parecían enfocados a ocultar la identidad de su portador: sombreros de copa y otros modelos de terciopelo; también había foulards e incluso abrigos y chaquetas elegantes. La decoración, en cambio, pecaba de austera, sin excesivos detalles aparte de la tenue iluminación de las candelas que hacía resaltar las paredes de color pastel: en realidad, faltaba ornamentación, pero es bien sabido que un buen actor tiene todos sus disfraces en su interior.
Le reconfortó saber que, al menos hasta ese momento, la damisela confiaba en él. La actitud del varón ponía en jaque, en ocasiones, a otras personas; dependía de la persona con quién se encontrara en ese preciso instante. Cuanta más afinidad captara con el sujeto con el que se hallase, menos tediosos se desarrollaban los sucesos.
Cuando sus oídos captaron aquellas divertidas palabras, del todo libres de presunción, no pudo evitar que buscara inconscientemente su mirada esmeralda, al tiempo que una sonrisa pícara aparecía en sus labios. Si él hubiera sido una araña, tejiendo su red brillante para atrapar una presa, ella sería una grácil mariposa que desafiaría la ley de la naturaleza, vagamente consciente de que la araña tuviera otros objetivos en mente.
Definitivamente, aquella actitud, en apariencia dócil y al mismo tiempo, rebelde por naturaleza, le agradaba de sobremanera. Durante un instante, y por vez primera desde que había recorrido otras ciudades de París, sintió que no le deseaban ningún mal y que podía disfrutar del momento sin temor a represalias.
Con un gesto algo cómico pero sin pretender ser un bufón, abrió la puerta con una leve presión de su mano diestra para, posteriormente, hacer una reverencia antes de ceder el paso a su acompañante.
− ¡Bienvenida al comienzo de su noche mágica! –exclamó divertido y sin pedantería, incorporándose de nuevo y aguardando a que la joven se decidiera a pasar− Esta noche seré su guía… ¡Noah Dómine, a su servicio!
Cabía destacar que no había olvidado el interrogante que previamente ella había formulado, y no se le había ocurrido otra forma más natural de hacerlo que improvisando. Aunque temía que ella no pudiera tomarlo en serio y pensara que estaban irrumpiendo en un recinto al que no tenían acceso.
Pero aquél era su camerino. No era la suite del mejor de los hoteles, pero se sentía orgulloso de tenerlo en tan buen estado.
Dispuestos por toda la estancia, había varias arcas enormes que contenían multitud de ropajes variados: tan amplio y versátil era el vestuario de los actores y actrices. En ellos habían prendas tanto masculinas como femeninas (para algunas sátiras u obras cómicas se precisaban estos extraños detalles), de tallas variadas. Aquí y allá, en perfecto estado de revista y pulcramente ordenados, yacían todo tipo de attrezzos*, desde los más comunes y clásicos hasta los más variopintos. Una larga butaca negra adornaba el extremo de la habitación, aunque no había rastro alguno de un camastro.
En varios percheros lacados en negro colgaban, inertes, atavíos que parecían enfocados a ocultar la identidad de su portador: sombreros de copa y otros modelos de terciopelo; también había foulards e incluso abrigos y chaquetas elegantes. La decoración, en cambio, pecaba de austera, sin excesivos detalles aparte de la tenue iluminación de las candelas que hacía resaltar las paredes de color pastel: en realidad, faltaba ornamentación, pero es bien sabido que un buen actor tiene todos sus disfraces en su interior.
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- Nota: Attrezzo, en una grafia italiana es el conjunto de utensilios, muebles y otras cosas que se emplean en una representación teatral.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
En el contacto visual podía palparse cómo la complicidad comenzaba a surgir como las primeras lluvias de abril. La traviesa sonrisa hubiera embelesado a cualquier muchacha joven, pero no a ella; no se trataba de una persona fácil de cautivar, así que el muchacho debería esforzarse más.
Le observó hacer la reverencia, la precisión de los gestos podía ser comparada con el miembro más galán de la nobleza, detalle al que la joven hechicera no le dio importancia. Cuando sintió que el joven abría la puerta, Sérène se volvió para enfrentarse a lo que fuera que hubiese en el interior de la habitación.
La sombra de la extrañeza cruzó la cristalina mirada de la joven al escuchar el nombre del hombre de oscuros cabellos, y los cabos comenzaron enlazarse por sí mismos. El motivo por el cual se mostraba tan relajado y presuntuoso, sin temor a que nadie pudiera descubrirlos y dar la voz de alarma; debería haberse dado cuenta cuando el joven sacó la llave, sin saber exactamente de dónde, y abría el paso hacia aquella estancia. Él era propietario de aquella cueva de los tesoros y lo que era más importante, era actor. Y entonces más cabos fueron atados. Los cristalinos ojos de Sérène mostraron tan solo un atisbo de sorpresa, al fin y al cabo era lógico que se hubiese cruzado con un miembro de la compañía teatral, tal vez se hubiese rezagado o tal vez tenía descanso.
A no ser que fuese un ladrón que tratase de impresionarla para hacerla cómplice sin que ella se percatara. Desechó la idea tan rápido como ésta fue creada en su mente.
Avanzó hasta situarse aproximadamente en el centro del camerino y observó con curiosidad los baúles dispersados por el lugar, preguntándose si en su interior habría, como cabría esperar, ropajes de las obras representadas. Desvió la mirada de una de las arcas más próximas a la sibila para posarla sobre uno de los percheros, donde vislumbró un sencillo sombrero de terciopelo oscuro que llamó su atención; adornado con un lazo azul oscuro. Según la moda francesa, una dama que se preciase debería tener un sombrero parecido a aquél.
La imagen le hizo recordar la pésima situación que estaba pasando aquellos días. Para no sufrir un ataque de histeria o peor, de pesimismo, continuó recorriendo con la mirada el resto de la habitación. Se permitió unos instantes de reflexión: aquella estancia se asemejaba a una tienda de muebles de un gusto cuanto menos extraño y se preguntó en cuántas representaciones habrían estado en escena.
− Vaya −murmuró−, ¿estos son los secretos de un artista?
Siguió contemplando los objetos que la rodeaban, un enorme espejo volvió a reclamar su atención, más alto que ella, con una preciosa e inmaculada madera color caoba. Entre detalles y detalles olvidó presentarse ante monsieur Dómine.
Le observó hacer la reverencia, la precisión de los gestos podía ser comparada con el miembro más galán de la nobleza, detalle al que la joven hechicera no le dio importancia. Cuando sintió que el joven abría la puerta, Sérène se volvió para enfrentarse a lo que fuera que hubiese en el interior de la habitación.
La sombra de la extrañeza cruzó la cristalina mirada de la joven al escuchar el nombre del hombre de oscuros cabellos, y los cabos comenzaron enlazarse por sí mismos. El motivo por el cual se mostraba tan relajado y presuntuoso, sin temor a que nadie pudiera descubrirlos y dar la voz de alarma; debería haberse dado cuenta cuando el joven sacó la llave, sin saber exactamente de dónde, y abría el paso hacia aquella estancia. Él era propietario de aquella cueva de los tesoros y lo que era más importante, era actor. Y entonces más cabos fueron atados. Los cristalinos ojos de Sérène mostraron tan solo un atisbo de sorpresa, al fin y al cabo era lógico que se hubiese cruzado con un miembro de la compañía teatral, tal vez se hubiese rezagado o tal vez tenía descanso.
A no ser que fuese un ladrón que tratase de impresionarla para hacerla cómplice sin que ella se percatara. Desechó la idea tan rápido como ésta fue creada en su mente.
Avanzó hasta situarse aproximadamente en el centro del camerino y observó con curiosidad los baúles dispersados por el lugar, preguntándose si en su interior habría, como cabría esperar, ropajes de las obras representadas. Desvió la mirada de una de las arcas más próximas a la sibila para posarla sobre uno de los percheros, donde vislumbró un sencillo sombrero de terciopelo oscuro que llamó su atención; adornado con un lazo azul oscuro. Según la moda francesa, una dama que se preciase debería tener un sombrero parecido a aquél.
La imagen le hizo recordar la pésima situación que estaba pasando aquellos días. Para no sufrir un ataque de histeria o peor, de pesimismo, continuó recorriendo con la mirada el resto de la habitación. Se permitió unos instantes de reflexión: aquella estancia se asemejaba a una tienda de muebles de un gusto cuanto menos extraño y se preguntó en cuántas representaciones habrían estado en escena.
− Vaya −murmuró−, ¿estos son los secretos de un artista?
Siguió contemplando los objetos que la rodeaban, un enorme espejo volvió a reclamar su atención, más alto que ella, con una preciosa e inmaculada madera color caoba. Entre detalles y detalles olvidó presentarse ante monsieur Dómine.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Aguardó paciente a que su invitada entrara en la estancia, y mientras ella era absorbida por aquella curiosa guarida de pensamientos confusos y entrelazados, se movió con presteza y fue recorriendo la habitación en veloces círculos, mientras intentaba recordar en qué lugar había qué, y qué prendas podrían necesitar para la velada que su astuta mente le había sugestionado.
No se le escapó un leve detalle en el comportamiento de la dama: observó que posaba su atención sobre un modelo concreto de sombrero. Se anotó mentalmente que, más tarde y sólo si tenía la certeza que él no pudiera ser tachado de indiscreto, le preguntaría acerca de su vida; tal vez la prenda había despertado algún recuerdo desagradable, o por lo contrario, había logrado aparecer sentimientos de añoranza.
Se detuvo ante un cofre, lo abrió y rebuscó en su interior; negando con la cabeza cerró el baúl y se levantó para dirigirse hacia el arca que se encontraba en el bando opuesto de la sala. Se lo pensó mejor, retrocedió unos pasos y, casi rozando a la damisela, cambió el destino de su rumbo para revisar unas vestiduras pulcramente colocadas en el reposabrazos de la butaca. El actor se asemejaba a un torbellino en movimiento, si bien sus pasos se podían seguir fácilmente pues no iba a emplear sus dotes habituales en su raza en un espacio que reconocía a la perfección.
¿Por qué entonces, ese día, en ese preciso instante, no encontraba nada en su lugar? Parecía como si un avieso duende le hubiera estado cambiando sus pertenencias de sitio. Maldijo en silencio su suerte y su memoria, en otras ocasiones aguzada, que ahora parecía jugarle la peor de las pasadas. El Mnemonismo, una de las extrañas cualidades que poseía el varón y que le permitía retener multitud de detalles, actuaba de forma caprichosa y no siempre era benevolente.
De nuevo, volvió sobre sus pasos para detenerse al lado de la joven, mostrando una encandiladora sonrisa mientras ella contemplaba su reflejo en el espejo: una de las piezas que seguramente habría aparecido en más de una obra, anterior a su llegada a la ciudad. Cesó, por breves segundos, la búsqueda de las vestiduras que estaban destinadas a ocultar la identidad de ambos, puesto que las prendas se le resistían con vehemencia.
− Me temo que el mundo de los artistas carece de secretos –admitió con voz divertida mientras la observaba con una mirada cortés−. Y, a todo ello, le he revelado mi nombre y no tengo conocimiento del suyo…
La diosa fortuna lo había decidido así, pero a Noah no le importaría si la damisela quería seguir permaneciendo en el anonimato o si le ofrecía un nombre falso; respetaría su voluntad y acataría su decisión, fuera cual fuera esta.
No se le escapó un leve detalle en el comportamiento de la dama: observó que posaba su atención sobre un modelo concreto de sombrero. Se anotó mentalmente que, más tarde y sólo si tenía la certeza que él no pudiera ser tachado de indiscreto, le preguntaría acerca de su vida; tal vez la prenda había despertado algún recuerdo desagradable, o por lo contrario, había logrado aparecer sentimientos de añoranza.
Se detuvo ante un cofre, lo abrió y rebuscó en su interior; negando con la cabeza cerró el baúl y se levantó para dirigirse hacia el arca que se encontraba en el bando opuesto de la sala. Se lo pensó mejor, retrocedió unos pasos y, casi rozando a la damisela, cambió el destino de su rumbo para revisar unas vestiduras pulcramente colocadas en el reposabrazos de la butaca. El actor se asemejaba a un torbellino en movimiento, si bien sus pasos se podían seguir fácilmente pues no iba a emplear sus dotes habituales en su raza en un espacio que reconocía a la perfección.
¿Por qué entonces, ese día, en ese preciso instante, no encontraba nada en su lugar? Parecía como si un avieso duende le hubiera estado cambiando sus pertenencias de sitio. Maldijo en silencio su suerte y su memoria, en otras ocasiones aguzada, que ahora parecía jugarle la peor de las pasadas. El Mnemonismo, una de las extrañas cualidades que poseía el varón y que le permitía retener multitud de detalles, actuaba de forma caprichosa y no siempre era benevolente.
De nuevo, volvió sobre sus pasos para detenerse al lado de la joven, mostrando una encandiladora sonrisa mientras ella contemplaba su reflejo en el espejo: una de las piezas que seguramente habría aparecido en más de una obra, anterior a su llegada a la ciudad. Cesó, por breves segundos, la búsqueda de las vestiduras que estaban destinadas a ocultar la identidad de ambos, puesto que las prendas se le resistían con vehemencia.
− Me temo que el mundo de los artistas carece de secretos –admitió con voz divertida mientras la observaba con una mirada cortés−. Y, a todo ello, le he revelado mi nombre y no tengo conocimiento del suyo…
La diosa fortuna lo había decidido así, pero a Noah no le importaría si la damisela quería seguir permaneciendo en el anonimato o si le ofrecía un nombre falso; respetaría su voluntad y acataría su decisión, fuera cual fuera esta.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Fue absorbida por la estancia, si, pero no cegada. Cada vez que el excéntrico hombre pasaba por delante de su campo de visión no conseguía remediar seguirle con la mirada para extasiar su curiosidad sobre qué estaba haciendo, aunque pronto volvía a desviar la mirada, no quería ser descortés o inmiscuirse en asuntos ajenos.
En más de una ocasión las palabras a punto estuvieron de ser pronunciadas, preparando todo su cuerpo para gesticular de acorde con sus pensamientos no expresados en voz alta. Quería ofrecer su ayuda, aunque no estaba segura de poder hacer demasiado y creyó que sería más un estorbo que una ayuda.
Monsieur Dómine seguía danzando a su alrededor, yendo de un lado a otro buscando algo entre todo el material teatral desperdigado de forma ordenada por toda la habitación. El enérgico joven pasaba cada vez más cerca de ella, por lo que pudo observar la frustración reflejada en cada músculo de cara y cuello, tan concentrado estaba que en otro de los vaivenes rozó su larga capa de viaje más el vestido y arrastrando pocos pasos las telas antes de que Sérène las sujetara con firmeza. Rió suavemente, no de vergüenza sino de diversión; era como contemplar a un lindo cachorro perseguirse el rabito mientras daba vueltas sobre sí mismo.
Y luego apareció el espejo. Algunos magos los usaban para hacer magia, aparecer y desaparecer tras un fino y frágil cristal. Su figura era reflejada con tal realismo que parecía que la imagen fuera a moverse sola y mostrar a una hermana gemela que Sérène nunca había tenido. Las damas lo empleaban para conseguir la mejor imagen, que no necesariamente real. Y otros lo usaban para representar obras de teatro.
Observó su propia imagen, cómo sus dedos estaban descansadamente entrelazados entre sí, haciendo que los brazos estuviesen ligeramente flexionados. Subía la mirada hasta el cuello, casi escuálido, cuando a su lado apareció la imagen del joven actor. Le contempló a través del cristal igual que hacía él, y vio su sonrisa reflejada con tal realidad que no necesitaba volverse para saber que el espejo no la engañaba. Nuevamente sonrió, una sonrisa sincera que también fue reflejada en su esmeralda mirada que por poco se desvaneció al ser recordada por su desvergüenza y falta de educación.
Se volvió hacia monsieur Dómine y realizó una lenta y bien efectuada reverencia, antes de disculparse.
− Disculpe mis modales y falta de atención… mi nombre es Sérène Cécéreu −su voz reflejaba el remordimiento transmitido también con el gesto.
En más de una ocasión las palabras a punto estuvieron de ser pronunciadas, preparando todo su cuerpo para gesticular de acorde con sus pensamientos no expresados en voz alta. Quería ofrecer su ayuda, aunque no estaba segura de poder hacer demasiado y creyó que sería más un estorbo que una ayuda.
Monsieur Dómine seguía danzando a su alrededor, yendo de un lado a otro buscando algo entre todo el material teatral desperdigado de forma ordenada por toda la habitación. El enérgico joven pasaba cada vez más cerca de ella, por lo que pudo observar la frustración reflejada en cada músculo de cara y cuello, tan concentrado estaba que en otro de los vaivenes rozó su larga capa de viaje más el vestido y arrastrando pocos pasos las telas antes de que Sérène las sujetara con firmeza. Rió suavemente, no de vergüenza sino de diversión; era como contemplar a un lindo cachorro perseguirse el rabito mientras daba vueltas sobre sí mismo.
Y luego apareció el espejo. Algunos magos los usaban para hacer magia, aparecer y desaparecer tras un fino y frágil cristal. Su figura era reflejada con tal realismo que parecía que la imagen fuera a moverse sola y mostrar a una hermana gemela que Sérène nunca había tenido. Las damas lo empleaban para conseguir la mejor imagen, que no necesariamente real. Y otros lo usaban para representar obras de teatro.
Observó su propia imagen, cómo sus dedos estaban descansadamente entrelazados entre sí, haciendo que los brazos estuviesen ligeramente flexionados. Subía la mirada hasta el cuello, casi escuálido, cuando a su lado apareció la imagen del joven actor. Le contempló a través del cristal igual que hacía él, y vio su sonrisa reflejada con tal realidad que no necesitaba volverse para saber que el espejo no la engañaba. Nuevamente sonrió, una sonrisa sincera que también fue reflejada en su esmeralda mirada que por poco se desvaneció al ser recordada por su desvergüenza y falta de educación.
Se volvió hacia monsieur Dómine y realizó una lenta y bien efectuada reverencia, antes de disculparse.
− Disculpe mis modales y falta de atención… mi nombre es Sérène Cécéreu −su voz reflejaba el remordimiento transmitido también con el gesto.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Debía de confesar que su intención había sido intentar incomodarla, más que nada para observar cómo iba a reaccionar, si bien no buscaba expresamente que ella pudiera sentirse como lo haría una persona maleducada. Le devolvió la reverencia y mientras se incorporaba, con su mano diestra tomó la análoga de la joven para, posteriormente, depositar en su dorso un gentil beso.
− Enchanté, mademoiselle –pronunció con cortesía antes de soltarle la mano con comedida lentitud.
Su tono dulce dejaba bien presente que la dama no debía disculparse. Después de todo, él era quién la había arrastrado a aquella vorágine de sucesos. Pero no tenía pensado disculparse por el momento, puesto que no la había expuesto a ninguna situación precaria. Aún no.
Inmediatamente después, reanudó su infructuosa búsqueda que abarcaba toda la estancia. Prosiguió con la odisea en sus propios aposentos, pero a diferencia del resultado que tuvo lugar momentos antes, esta vez sí que fue hallando algo para que se pudieran camuflar sin demasiados problemas.
Para él, había conseguido localizar unos calcetines largos a juego con la camisa blanca que ya lucía; una levita negra con bordados exquisitos y unas polainas que hacían juego con la parte superior de los ropajes: así como un pañuelo de seda y un lazo, destinados a cubrir su cuello con distinción y elegancia. No tendría los encajes que sobresaldrían por las mangas de la chaqueta, algo que era típico en esos trajes tan elegantes, pero sí tenía un jubón que encajaba a la perfección por sus colores: esta prenda pertenecía al actor, pues la adquirió en otra ciudad con el dinero que había ganado.
Para la damisela que respondía al nombre de Sérène, encontró en uno de los baúles un conjunto de vestir consistente en un corpiño de una pálida tonalidad verde, cuyo escote cuadrado no invitaba en exceso las miradas ajenas; la tela que cubría el corpiño y la parte superior, con mangas estrechas hasta el codo y ensanchándose a partir de ahí hasta las muñecas, era de raso de china, de color esmeralda, formado por urdimbre de seda con floreados de oro. Las faldas, cuyos pliegues desdibujaban sus bordados estivos con motivos florales, mantenían la coloración brillante de todo el conjunto; si bien cabía destacar que el corsé lucía una coloración más traslúcida que el resto del vestido. Aunque no se podía apreciar, debajo de la falda había un leve miriñaque para dotar a la prenda aquella característica forma que dictaba la moda de la época.
El conjunto parecía realzar los ojos madreselva de Sérène; por ese mismo motivo lo había elegido el actor para ser el vestido de la damisela esa noche.
En un último pensamiento, había recogido del reposabrazos de la butaca un par de máscaras: una era negra como el azabache y la otra dorada, ambas con pequeños cristales cuyos fulgores hacían difícil que alguien pudiera resistirse a mirarlos.
Reunidos todos los accesorios, se encaminó hacia Sérène, para tenderle los dorados ropajes destinados a ocultar la identidad de la joven dama.
− Confío en que sean de su agrado −admitió el varón mientras aguardaba a que ella tomara las prendas−. Me cambiaré en la pequeña habitación contigua del camerino que sirve como almacén, de modo que podrá cambiarse sin reparos y sin comprometer su intimidad, si no tiene nada que objetar...
− Enchanté, mademoiselle –pronunció con cortesía antes de soltarle la mano con comedida lentitud.
Su tono dulce dejaba bien presente que la dama no debía disculparse. Después de todo, él era quién la había arrastrado a aquella vorágine de sucesos. Pero no tenía pensado disculparse por el momento, puesto que no la había expuesto a ninguna situación precaria. Aún no.
Inmediatamente después, reanudó su infructuosa búsqueda que abarcaba toda la estancia. Prosiguió con la odisea en sus propios aposentos, pero a diferencia del resultado que tuvo lugar momentos antes, esta vez sí que fue hallando algo para que se pudieran camuflar sin demasiados problemas.
Para él, había conseguido localizar unos calcetines largos a juego con la camisa blanca que ya lucía; una levita negra con bordados exquisitos y unas polainas que hacían juego con la parte superior de los ropajes: así como un pañuelo de seda y un lazo, destinados a cubrir su cuello con distinción y elegancia. No tendría los encajes que sobresaldrían por las mangas de la chaqueta, algo que era típico en esos trajes tan elegantes, pero sí tenía un jubón que encajaba a la perfección por sus colores: esta prenda pertenecía al actor, pues la adquirió en otra ciudad con el dinero que había ganado.
Para la damisela que respondía al nombre de Sérène, encontró en uno de los baúles un conjunto de vestir consistente en un corpiño de una pálida tonalidad verde, cuyo escote cuadrado no invitaba en exceso las miradas ajenas; la tela que cubría el corpiño y la parte superior, con mangas estrechas hasta el codo y ensanchándose a partir de ahí hasta las muñecas, era de raso de china, de color esmeralda, formado por urdimbre de seda con floreados de oro. Las faldas, cuyos pliegues desdibujaban sus bordados estivos con motivos florales, mantenían la coloración brillante de todo el conjunto; si bien cabía destacar que el corsé lucía una coloración más traslúcida que el resto del vestido. Aunque no se podía apreciar, debajo de la falda había un leve miriñaque para dotar a la prenda aquella característica forma que dictaba la moda de la época.
El conjunto parecía realzar los ojos madreselva de Sérène; por ese mismo motivo lo había elegido el actor para ser el vestido de la damisela esa noche.
En un último pensamiento, había recogido del reposabrazos de la butaca un par de máscaras: una era negra como el azabache y la otra dorada, ambas con pequeños cristales cuyos fulgores hacían difícil que alguien pudiera resistirse a mirarlos.
Reunidos todos los accesorios, se encaminó hacia Sérène, para tenderle los dorados ropajes destinados a ocultar la identidad de la joven dama.
− Confío en que sean de su agrado −admitió el varón mientras aguardaba a que ella tomara las prendas−. Me cambiaré en la pequeña habitación contigua del camerino que sirve como almacén, de modo que podrá cambiarse sin reparos y sin comprometer su intimidad, si no tiene nada que objetar...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
El contacto de los finos labios de monsieur Dómine sobre la pálida mano de la joven fue breve y suave, quizás demasiado breve pensó para sí mientras otro suave rubor iluminaba sus mejillas. Alguien de su clase y posición no estaba acostumbrada a recibir semejante trato, y sus hermanos no podían entrar en ese círculo por el mero hecho de compartir lazos sanguíneos. Mas Sérène percibió que el hombre demoraba a propósito el fin de la unión entre ambas manos, consiguiendo que ella se sintiese alabada e incómoda a partes iguales.
Tiempo tuvo Sérène de adecentarse y volver a tener la apariencia de una muchacha intrigada, que observaba cómo el llamativo actor revoloteaba de nuevo a su alrededor. Parecía que había recordado dónde estaba aquello o aquellos objetos que deseaba encontrar a toda costa aunque persistía en no pronunciarse acerca de a qué o con qué fin rebuscaba entre sus cosas con tanto ahínco.
Observó como comenzaba a amontonar, con la gracia de un gran equilibrista, las prendas que iba seleccionando sobre su brazo mientras con el otro continuaba escogiendo cuidadosamente. Y cuando por fin monsieur Dómine concluyó la búsqueda, el rostro de la sibila mostró todo el desconcierto que sintió cuando el hombre le tendía un conjunto completo realmente fascinante, de tonalidades verdes y toques dorados. Sérène no supo cómo interpretar las palabras que el actor le dedicó; ¿el vestido era un regalo o un mero préstamo? Préstamo que de seguro costaba el doble de los ahorros que descansaban ocultos en su bolsa de viaje, en la habitación del hostal.
Cuando la hechicera cogió con sumo cuidado los ropajes, notó cuán suaves y livianos eran al tacto. Con el mismo cuidado tomó la máscara, exquisitamente elegida para encajar con el resto del conjunto. No se creía merecedora siquiera de poder vestir aquel bello vestido.
− ¿Realmente pretende que vista este traje tan valioso? Demasiada desfachatez que lo sostenga con estas humildes manos… −murmuró con la sencillez característica de su persona.
Tiempo tuvo Sérène de adecentarse y volver a tener la apariencia de una muchacha intrigada, que observaba cómo el llamativo actor revoloteaba de nuevo a su alrededor. Parecía que había recordado dónde estaba aquello o aquellos objetos que deseaba encontrar a toda costa aunque persistía en no pronunciarse acerca de a qué o con qué fin rebuscaba entre sus cosas con tanto ahínco.
Observó como comenzaba a amontonar, con la gracia de un gran equilibrista, las prendas que iba seleccionando sobre su brazo mientras con el otro continuaba escogiendo cuidadosamente. Y cuando por fin monsieur Dómine concluyó la búsqueda, el rostro de la sibila mostró todo el desconcierto que sintió cuando el hombre le tendía un conjunto completo realmente fascinante, de tonalidades verdes y toques dorados. Sérène no supo cómo interpretar las palabras que el actor le dedicó; ¿el vestido era un regalo o un mero préstamo? Préstamo que de seguro costaba el doble de los ahorros que descansaban ocultos en su bolsa de viaje, en la habitación del hostal.
Cuando la hechicera cogió con sumo cuidado los ropajes, notó cuán suaves y livianos eran al tacto. Con el mismo cuidado tomó la máscara, exquisitamente elegida para encajar con el resto del conjunto. No se creía merecedora siquiera de poder vestir aquel bello vestido.
− ¿Realmente pretende que vista este traje tan valioso? Demasiada desfachatez que lo sostenga con estas humildes manos… −murmuró con la sencillez característica de su persona.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
No pudo evitar sonreír cuando tuvo ocasión de observar la expresión de la damisela. Ese pequeño gesto, por discreto que pudiera ser, decía mucho de la joven. Como, por ejemplo, que no dispondría de demasiado efectivo para permitirse no un capricho, sino un nuevo atuendo. Algo que Noah entendía perfectamente, pues sabía muy bien lo que era tener escasez de recursos. Por eso mismo la sonrisa no fue burlona, sino que se trataba de una empatía que sentía hacia ella.
Se fijó, sin excesivos detalles, en cómo la dama sostenía las prendas que le había ofrecido. Por la forma en que los sujetaba, el actor podía asegurar que no sólo complacían el sentido de la vista, sino que el tacto también era de su agrado. Pero lo que también pudo adivinar era el significado de esa expresión. Le recordaba a la época en que él contemplaba al resto del mundo y creía que todo le iba demasiado grande.
La risa que aquél inocente comentario causó en su garganta fue natural y encantadora. Sí, desde luego que le agradaba la personalidad de aquella cándida mujer.
− ¿No insinuará, tal vez, que un servidor vista tan maravillosas prendas? Mucho me temo que mis vulgares ojos no están a la altura de los suyos, pues con estas prendas su brillo se realza… –la alabó sin rastro alguno de malicia.
Resultaba evidente ver que el joven estaba bromeando; sin duda, lo que pretendía era que la damisela no se sintiera incómoda. ¿O tal vez aquél malestar se debía a que la idea comenzara a resultar, para su agrado, de mal gusto? Confiaba en su intuición y casi podría asegurar que aún no había hecho ni dicho nada que pudiera poner en guardia a su acompañante.
Debía de admitir que sentía curiosidad en ver cómo le quedaría el traje, pero ahora el joven se había intrigado en cuanto a las dudas que la bella Sérène parecía albergar. Así que optó por jugar otra carta; una idea que recién le había venido en mente. Aunque, sinceramente, creía que ella se podría negar. Sólo confiaba en que ella no malinterpretara el gesto y pensara, erróneamente, que estuviera compadeciéndose.
− Debe de ser difícil adaptarse a una vida independiente –reflexionó mientras le sostenía de forma discreta la mirada.
Intentaba romper esa barrera de hielo que hacía nacer la incomodidad. Y de paso, recordarle a su dulce acompañante, de una forma no verbal, que podían dejar aquello en cualquier momento; dejarle presente que, si se terciaba, podía confiar en él aunque sólo fuera por una vez.
Se fijó, sin excesivos detalles, en cómo la dama sostenía las prendas que le había ofrecido. Por la forma en que los sujetaba, el actor podía asegurar que no sólo complacían el sentido de la vista, sino que el tacto también era de su agrado. Pero lo que también pudo adivinar era el significado de esa expresión. Le recordaba a la época en que él contemplaba al resto del mundo y creía que todo le iba demasiado grande.
La risa que aquél inocente comentario causó en su garganta fue natural y encantadora. Sí, desde luego que le agradaba la personalidad de aquella cándida mujer.
− ¿No insinuará, tal vez, que un servidor vista tan maravillosas prendas? Mucho me temo que mis vulgares ojos no están a la altura de los suyos, pues con estas prendas su brillo se realza… –la alabó sin rastro alguno de malicia.
Resultaba evidente ver que el joven estaba bromeando; sin duda, lo que pretendía era que la damisela no se sintiera incómoda. ¿O tal vez aquél malestar se debía a que la idea comenzara a resultar, para su agrado, de mal gusto? Confiaba en su intuición y casi podría asegurar que aún no había hecho ni dicho nada que pudiera poner en guardia a su acompañante.
Debía de admitir que sentía curiosidad en ver cómo le quedaría el traje, pero ahora el joven se había intrigado en cuanto a las dudas que la bella Sérène parecía albergar. Así que optó por jugar otra carta; una idea que recién le había venido en mente. Aunque, sinceramente, creía que ella se podría negar. Sólo confiaba en que ella no malinterpretara el gesto y pensara, erróneamente, que estuviera compadeciéndose.
− Debe de ser difícil adaptarse a una vida independiente –reflexionó mientras le sostenía de forma discreta la mirada.
Intentaba romper esa barrera de hielo que hacía nacer la incomodidad. Y de paso, recordarle a su dulce acompañante, de una forma no verbal, que podían dejar aquello en cualquier momento; dejarle presente que, si se terciaba, podía confiar en él aunque sólo fuera por una vez.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Toda la serie de sonrisas y acciones del actor eran tan naturales, sinceras y amables que comenzaron a derretir poco a poco el hielo incrustado en que se había convertido la timidez de Sérène. Pequeños detalles que no pudo más que agradecer, primero devolviendo las sonrisas.
Y luego riendo abiertamente por el comentario, se imaginó a monsieur Dómine, de larga melena y ojos índigos con el vestido. Obviamente la sola idea fue lo que le provocó un ataque de risa sin sentido, más tuvo la entereza de tener sumo cuidado de que las prendas no cayeran al suelo, sería una verdadera lástima si sucediese.
Sérène se tranquilizó en cuanto su cerebro absorbió el halago, nada disimulado, sin saber qué hacer o decir exactamente; así que le miró y le dedicó una reluciente sonrisa nuevamente. No disminuyó al escuchar la certera reflexión, tampoco al retener la mirada de él. Algo en lo profundo de su ser le decía que podía encontrar en el joven actor, la guía para sobrevivir en París; quizás, con el tiempo, alguien en que confiar.
− Difícil es darse cuenta que con ilusión y ahorros no se llega muy lejos… −su voz era serena, con la entereza de una mujer consciente de su situación y que aun así no se achicaba.
Por suerte al ser una hechicera adiestrada, además de una muchacha con recursos, había hecho que pudiese dormir bajo un techo, aunque fuese a base de encandilar al desdichado dueño del hostal. Toda su vida había sido consciente de lo agradecida que debía estar por tener una familia y un hogar modesto y acogedor. Creció sabiendo que los principies nunca tendrían ojos para una muchacha humilde, que las princesas la mirarían con repulsión.
Bajó la mirada madreselva hacia el vestido que comenzaba a entumecer los brazos, a causa de la rigidez por el gesto en que sujetaba los ropajes, para luego volver a posarla en los orbes de monsieur Dómine, a la espera de que le dijese qué hacer o, al menos, dónde dejar la vestimenta mientas proseguían con la charla que, intuía la sibila, se avecinaba.
Y luego riendo abiertamente por el comentario, se imaginó a monsieur Dómine, de larga melena y ojos índigos con el vestido. Obviamente la sola idea fue lo que le provocó un ataque de risa sin sentido, más tuvo la entereza de tener sumo cuidado de que las prendas no cayeran al suelo, sería una verdadera lástima si sucediese.
Sérène se tranquilizó en cuanto su cerebro absorbió el halago, nada disimulado, sin saber qué hacer o decir exactamente; así que le miró y le dedicó una reluciente sonrisa nuevamente. No disminuyó al escuchar la certera reflexión, tampoco al retener la mirada de él. Algo en lo profundo de su ser le decía que podía encontrar en el joven actor, la guía para sobrevivir en París; quizás, con el tiempo, alguien en que confiar.
− Difícil es darse cuenta que con ilusión y ahorros no se llega muy lejos… −su voz era serena, con la entereza de una mujer consciente de su situación y que aun así no se achicaba.
Por suerte al ser una hechicera adiestrada, además de una muchacha con recursos, había hecho que pudiese dormir bajo un techo, aunque fuese a base de encandilar al desdichado dueño del hostal. Toda su vida había sido consciente de lo agradecida que debía estar por tener una familia y un hogar modesto y acogedor. Creció sabiendo que los principies nunca tendrían ojos para una muchacha humilde, que las princesas la mirarían con repulsión.
Bajó la mirada madreselva hacia el vestido que comenzaba a entumecer los brazos, a causa de la rigidez por el gesto en que sujetaba los ropajes, para luego volver a posarla en los orbes de monsieur Dómine, a la espera de que le dijese qué hacer o, al menos, dónde dejar la vestimenta mientas proseguían con la charla que, intuía la sibila, se avecinaba.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Contemplar como la joven estallaba a carcajadas de forma tan abierta, disipando la incomodidad que parecía haberse apoderado de ella, hizo que Noah se sintiera más animado. No pretendía, de ninguno de los modos, darle una imagen equivocada, pero opinaba que por el mero hecho de haberla hecho reír de esa forma, ya había conseguido que aquella noche hubiera merecido la pena.
El actor no era el tipo de personas que considerasen que se podía conquistar la benevolencia de los demás sólo con ingenio y palabras halagadoras, pero sí que creía que podían ser un modo de darse a conocer a otras personas. Al menos, si para obrar tal hazaña uno era fiel a sus creencias y su forma de ser; de modo que poco serviría fingir o pretender ser alguien que no se era en realidad.
Si algo le agradaba de sobremanera de aquella joven, era la actitud tan positiva que mostraba frente a las adversidades que le proporcionaba la vida. Pero entonces reparó en que todavía tenían que cambiarse y la estaba entreteniendo.
− Qué descuido el mío –confesó reparando en el error mientras retrocedía unos pasos−. Voy a ir a la pequeña sala contigua para cambiar de vestuario. No se preocupe, mi intención no es espiarla. Cuando termine de cambiarse el atuendo, avíseme. Puede confiar en que no intentaré nada imprudente.
Dijo con una encantadora sonrisa que daba a entender que ni por todo el oro del mundo el joven actor pensaba abrir la puerta excepto que mademoiselle Sérène le avisara previamente. Se llevó consigo sus vestiduras y, pasando a su lado, se encaminó a espaldas de la joven, donde estaba la puerta que daba al almacén, para posteriormente entrar en la sala y cerrar con suavidad la puerta detrás de sí.
El actor no era el tipo de personas que considerasen que se podía conquistar la benevolencia de los demás sólo con ingenio y palabras halagadoras, pero sí que creía que podían ser un modo de darse a conocer a otras personas. Al menos, si para obrar tal hazaña uno era fiel a sus creencias y su forma de ser; de modo que poco serviría fingir o pretender ser alguien que no se era en realidad.
Si algo le agradaba de sobremanera de aquella joven, era la actitud tan positiva que mostraba frente a las adversidades que le proporcionaba la vida. Pero entonces reparó en que todavía tenían que cambiarse y la estaba entreteniendo.
− Qué descuido el mío –confesó reparando en el error mientras retrocedía unos pasos−. Voy a ir a la pequeña sala contigua para cambiar de vestuario. No se preocupe, mi intención no es espiarla. Cuando termine de cambiarse el atuendo, avíseme. Puede confiar en que no intentaré nada imprudente.
Dijo con una encantadora sonrisa que daba a entender que ni por todo el oro del mundo el joven actor pensaba abrir la puerta excepto que mademoiselle Sérène le avisara previamente. Se llevó consigo sus vestiduras y, pasando a su lado, se encaminó a espaldas de la joven, donde estaba la puerta que daba al almacén, para posteriormente entrar en la sala y cerrar con suavidad la puerta detrás de sí.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Sérène iba a pronunciar unas palabras para restarle importancia a la distracción ya que los dos habían pecado de ello; aunque tuvo que conformarse con sonreír, al no tener ocasión de responder, mientras observaba teniendo que girar todo su cuerpo sobre sí misma para poder seguirle con la mirada, cómo monsieur Dómine desaparecía tras la puerta indicada. En tan solo unos cuantos parpadeos se había quedado sola en el camerino, con el precioso vestido posando entre sus brazos. Suspiró suavemente, claramente divertida, preguntándose cómo se había dejado embaucar sin tener una sola explicación por parte del apuesto actor.
Miró exhaustivamente a su alrededor, buscando el lugar más apropiado donde dejar los vestido sin que éste pudiera mancharse. Visualizó un elegante sofá, elaborado por unas manos bien diestras, que bien podría acoger a dos personas cómodamente. El creador del mueble había puesto mucho cariño en cada detalle; la madera de roble, tallada en tres redondos vaivenes, semejantes al dibujo del oleaje de un mar bravo, para el respaldo con motivos botánicos cincelados. A Sérène le pareció que la tela, rosa y con dibujos acordes con los de la madera, era tan suave al tacto como el vestido que en aquellos momentos ya descansaba en el reposabrazos del inmueble.
La sibila miró de reojo hacia la puerta que, por supuesto, permanecía firmemente cerrada. El nerviosismo fue ganando intensidad conforme deshacía lentamente los cordones que mantenía sujeta las telas de su propio vestido, deslizó cuidadosamente la prenda que no cayó al suelo sino que lo dejó sobre el sofá, debía cuidar su único traje. Lo siguiente que hizo fue desabrocharse el anticuado pannier, dejándolo sobre el sofá mientras que con la otra mano, recogía la bata para, posteriormente, cubrir el pannier y así ocultarlo de la vista.
Asió el miriñaque y lo ató ajustadamente alrededor de su cintura, y sin más demora, acomodó los delgados brazos a las estrechas mangas y luego recogió la mayor cantidad de tela posible para pasar la cabeza por el escote cuadrado de su nueva y prestada indumentaria, acompañando la tela en su inevitable descenso. Concluyó el proceso apretando los cordeles del corpiño dejándolos bien sujetos por un gracioso lazo.
− Cuando guste puede entrar –gritó aproximándose a la puerta.
Mientras esperaba, Sérène se dirigió hacia el espejo para comprobar cómo le quedaba la prenda y al instante comprendió porqué monsieur Dómine había escogido precisamente ese vestido, realmente esa tonalidad verdosa le realzaba el color de los ojos. Bajó su mirada hacia la falda al tiempo que separaba los brazos de su torso y daba vueltas sobre sí misma, cual niña pequeña, disfrutando del ondeo de los pliegues, y sin poder evitar que se le escapara una tenue risa. La joven hechicera por un momento dejó de pensar en todo, dejándose llevar por el júbilo, disfrutando de las sensaciones de llevar un vestido así, lo que seguro sería tomado por una locura para quien la viese.
Miró exhaustivamente a su alrededor, buscando el lugar más apropiado donde dejar los vestido sin que éste pudiera mancharse. Visualizó un elegante sofá, elaborado por unas manos bien diestras, que bien podría acoger a dos personas cómodamente. El creador del mueble había puesto mucho cariño en cada detalle; la madera de roble, tallada en tres redondos vaivenes, semejantes al dibujo del oleaje de un mar bravo, para el respaldo con motivos botánicos cincelados. A Sérène le pareció que la tela, rosa y con dibujos acordes con los de la madera, era tan suave al tacto como el vestido que en aquellos momentos ya descansaba en el reposabrazos del inmueble.
La sibila miró de reojo hacia la puerta que, por supuesto, permanecía firmemente cerrada. El nerviosismo fue ganando intensidad conforme deshacía lentamente los cordones que mantenía sujeta las telas de su propio vestido, deslizó cuidadosamente la prenda que no cayó al suelo sino que lo dejó sobre el sofá, debía cuidar su único traje. Lo siguiente que hizo fue desabrocharse el anticuado pannier, dejándolo sobre el sofá mientras que con la otra mano, recogía la bata para, posteriormente, cubrir el pannier y así ocultarlo de la vista.
Asió el miriñaque y lo ató ajustadamente alrededor de su cintura, y sin más demora, acomodó los delgados brazos a las estrechas mangas y luego recogió la mayor cantidad de tela posible para pasar la cabeza por el escote cuadrado de su nueva y prestada indumentaria, acompañando la tela en su inevitable descenso. Concluyó el proceso apretando los cordeles del corpiño dejándolos bien sujetos por un gracioso lazo.
− Cuando guste puede entrar –gritó aproximándose a la puerta.
Mientras esperaba, Sérène se dirigió hacia el espejo para comprobar cómo le quedaba la prenda y al instante comprendió porqué monsieur Dómine había escogido precisamente ese vestido, realmente esa tonalidad verdosa le realzaba el color de los ojos. Bajó su mirada hacia la falda al tiempo que separaba los brazos de su torso y daba vueltas sobre sí misma, cual niña pequeña, disfrutando del ondeo de los pliegues, y sin poder evitar que se le escapara una tenue risa. La joven hechicera por un momento dejó de pensar en todo, dejándose llevar por el júbilo, disfrutando de las sensaciones de llevar un vestido así, lo que seguro sería tomado por una locura para quien la viese.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Una vez que se halló en el estrecho habitáculo que suponía el armario, una tímida sonrisa apareció en los labios del varón. En ningún momento pensaba acometer ninguna diablura: a un hombre se le medía por sus palabras y sus juramentos, fueran expresados verbalmente o no, y él no pronunciaba las palabras en vano.
La breve sonrisa que había brotado desde lo más profundo de su ser se debía, en principio, al hecho que consideraba que estaba bajando la guardia en compañía de esa joven. En muy contadas ocasiones, el joven abrazaba la sensación de calma y sosiego de aquellos momentos en que no tenía nada que temer, y todavía eran menos en las que sentía que podía llegar a confiar en alguien con quien hubiera compartido poco más que unos escasos momentos.
Bajó la mirada para contemplar en silencio las vestiduras que había elegido para él. En el mundo de arte, los atuendos no representaban la clase social, ni las creencias… sólo eran significado de la vida, del arte y de la dedicación; eran sinónimos de entregarse voluntariamente al abrazo del poderoso conocimiento sobre otras materias. Ideas, vagos pensamientos que se fundían bajo la secreta tutela de los escenarios.
Se dispuso a vestirse con inusitada calma, puesto que no quería acabar demasiado rápido para así dar tiempo a que se cambiara su invitada. Se desprendió de sus pantalones, si bien no se deshizo de la camisa pues, aun careciendo de los encajes cuyas mangas deberían de lucir para realzar su levita, era elegante y cómoda. Al menos, ahora procedió a abrocharse todos los botones de la prenda. Encima, se ató con experto manejo el lazo, y posteriormente se vistió con calcetines blancos y las polainas, cuyos delicados bordados lucían a la par con los que adornaban la levita que luego cubrió sus brazos y su torso.
Con él se había llevado, también, la máscara de alabastro, en cuyo extremo derecho lucía un delgado mástil que ayudaría a mantenerle el rostro oculto, puesto que esa máscara no se podía mantener sujeta. No obstante, opinaba que no le hacía demasiada falta, ya que como buen actor que era, no le resultaba necesario ocultar sus facciones ni su semblante; lo había considerado apropiado teniendo en cuenta el disfraz de la damisela.
Entonces escuchó cómo la joven le daba permiso para regresar al amplio camerino. Aguardó unos instantes por precaución y luego abrió suavemente la puerta, todavía colocándose correctamente la levita y allanando las pocas arrugas que se hicieron en la prenda cuando se la colocó encima.
Alzó la mirada hacia la figura esmeralda mientras ella danzaba frente al espejo, visiblemente disfrutando de la magnificencia sin igual de aquél conjunto que él le había elegido.
− Me imaginaba que las prendas la embellecerían –dijo con una traviesa sonrisa mientras bajaba al suelo la mirada, para no incomodarla−. Empero, sinceramente, es usted quién realza la beldad de las vestiduras, tal y como lo haría una diosa con su velo.
La breve sonrisa que había brotado desde lo más profundo de su ser se debía, en principio, al hecho que consideraba que estaba bajando la guardia en compañía de esa joven. En muy contadas ocasiones, el joven abrazaba la sensación de calma y sosiego de aquellos momentos en que no tenía nada que temer, y todavía eran menos en las que sentía que podía llegar a confiar en alguien con quien hubiera compartido poco más que unos escasos momentos.
Bajó la mirada para contemplar en silencio las vestiduras que había elegido para él. En el mundo de arte, los atuendos no representaban la clase social, ni las creencias… sólo eran significado de la vida, del arte y de la dedicación; eran sinónimos de entregarse voluntariamente al abrazo del poderoso conocimiento sobre otras materias. Ideas, vagos pensamientos que se fundían bajo la secreta tutela de los escenarios.
Se dispuso a vestirse con inusitada calma, puesto que no quería acabar demasiado rápido para así dar tiempo a que se cambiara su invitada. Se desprendió de sus pantalones, si bien no se deshizo de la camisa pues, aun careciendo de los encajes cuyas mangas deberían de lucir para realzar su levita, era elegante y cómoda. Al menos, ahora procedió a abrocharse todos los botones de la prenda. Encima, se ató con experto manejo el lazo, y posteriormente se vistió con calcetines blancos y las polainas, cuyos delicados bordados lucían a la par con los que adornaban la levita que luego cubrió sus brazos y su torso.
Con él se había llevado, también, la máscara de alabastro, en cuyo extremo derecho lucía un delgado mástil que ayudaría a mantenerle el rostro oculto, puesto que esa máscara no se podía mantener sujeta. No obstante, opinaba que no le hacía demasiada falta, ya que como buen actor que era, no le resultaba necesario ocultar sus facciones ni su semblante; lo había considerado apropiado teniendo en cuenta el disfraz de la damisela.
Entonces escuchó cómo la joven le daba permiso para regresar al amplio camerino. Aguardó unos instantes por precaución y luego abrió suavemente la puerta, todavía colocándose correctamente la levita y allanando las pocas arrugas que se hicieron en la prenda cuando se la colocó encima.
Alzó la mirada hacia la figura esmeralda mientras ella danzaba frente al espejo, visiblemente disfrutando de la magnificencia sin igual de aquél conjunto que él le había elegido.
− Me imaginaba que las prendas la embellecerían –dijo con una traviesa sonrisa mientras bajaba al suelo la mirada, para no incomodarla−. Empero, sinceramente, es usted quién realza la beldad de las vestiduras, tal y como lo haría una diosa con su velo.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Dejó de dar vueltas en cuanto la melodiosa voz de monsieur Dómine llegó a sus oídos. Sus mejillas hubiesen adquirido un ya acostumbrado tono rojizo, de no ser que porque no distinguía donde acababa el suelo y donde empezaba el techo, el característico desagradable cosquilleo comenzó a recorrer todo su cuerpo, haciéndola trastabillar. Aunque en seguida se repuso ya que no quería continuar dañando su ya perjudicada reputación. Cuando estuvo completamente repuesta se volvió hacia el actor, pudiendo contemplar cuán bien le sentaba el traje de ónice y cómo le realzaba la traviesa mirada cobalto.
− Me halagáis, monsieur –susurró sonriente−. Vos parecéis salido de un cuadro pintado con caprichosa gracia.
Bajó la mirada hasta las manos del joven donde en una de ellas sostenía la máscara negra como una noche sin estrellas, reparó entonces en que la que debía portar ella continuaba descansando en el reposabrazos del sofá, así que se dirigió hacia ella y la cogió con cariño. Le encantaban aquellas máscaras; aunque había oído que las venecianas eran las más asombrosas. La que el apuesto joven había escogido para Sérène era sencilla, del mismo dorado que las flores del vestido, y pequeños fulgores que la hacían brillar a la luz de las velas. Dos finas tiras, cosidas a ambos lados de la máscara, servirían para colocarse la máscara, ocultando su identidad.
Sérène continuaba observando el antifaz mientras se aproximaba lentamente a monsieur Dómine. La duda se reflejó en las bellas facciones de la muchacha, pues caminaba en la oscuridad de los planes del actor, preguntándose en qué momento debía la sibila ponerse la dorada máscara. Al llegar junto a él, desvió la mirada del complemento hacia los ojos de color índigo.
− Ando confusa con los detalles que está teniendo conmigo. No sé que pretende… y agradecería una explicación… −quiso ser directa si bien no grosera, por lo que su voz se mostró firme y sutil a partes iguales.
Comenzaba a impacientarse con tanta incertidumbre y así deseaba hacérselo saber a Monsieur Dómine. Solo tenía clara una idea; que no continuaría complaciendo al caballero hasta no saber qué intenciones tenía respecto a los futuros acontecimientos.
− Me halagáis, monsieur –susurró sonriente−. Vos parecéis salido de un cuadro pintado con caprichosa gracia.
Bajó la mirada hasta las manos del joven donde en una de ellas sostenía la máscara negra como una noche sin estrellas, reparó entonces en que la que debía portar ella continuaba descansando en el reposabrazos del sofá, así que se dirigió hacia ella y la cogió con cariño. Le encantaban aquellas máscaras; aunque había oído que las venecianas eran las más asombrosas. La que el apuesto joven había escogido para Sérène era sencilla, del mismo dorado que las flores del vestido, y pequeños fulgores que la hacían brillar a la luz de las velas. Dos finas tiras, cosidas a ambos lados de la máscara, servirían para colocarse la máscara, ocultando su identidad.
Sérène continuaba observando el antifaz mientras se aproximaba lentamente a monsieur Dómine. La duda se reflejó en las bellas facciones de la muchacha, pues caminaba en la oscuridad de los planes del actor, preguntándose en qué momento debía la sibila ponerse la dorada máscara. Al llegar junto a él, desvió la mirada del complemento hacia los ojos de color índigo.
− Ando confusa con los detalles que está teniendo conmigo. No sé que pretende… y agradecería una explicación… −quiso ser directa si bien no grosera, por lo que su voz se mostró firme y sutil a partes iguales.
Comenzaba a impacientarse con tanta incertidumbre y así deseaba hacérselo saber a Monsieur Dómine. Solo tenía clara una idea; que no continuaría complaciendo al caballero hasta no saber qué intenciones tenía respecto a los futuros acontecimientos.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Lamentó que su regreso a la parte principal de la sala supusiera el fin de aquella danza tan hermosa, pues no pretendía importunarla. Apenas le dio tiempo a socorrerla cuando a su acompañante le sobrevino el desvanecimiento, pero por fortuna mademoiselle Sérène recuperó la compostura, de modo que aquello quedó sólo en un susto, si bien el ahora bien vestido actor se había acercado demasiado con intención de asistirla, así que retrocedió algunos pasos al ver que no le había hecho falta ayuda.
El actor sonrió con ternura y cierta timidez ante el halago de la joven. Al contrario de lo que podría decirse, era completamente normal recibir alabanzas por el trabajo bien desempeñado, pero no solía ser común que se recibieran en cuanto al aspecto, o los disfraces, que lucían los actores.
Y Noah no estaba muy acostumbrado a que le halagasen, si bien pudo contener el azoramiento para que no se propagara por su rostro como un fuego devoraría la hierba seca.
No obstante, no podía imaginarse qué podría pasar por la mente de la dama cuando se le acercó con templanza; de ningún modo consideraba que pudiera tramar algo indecoroso, pues comenzaba a hacerse una idea de la psique que poseía aquella damisela.
Le sorprendió que le inquiriera acerca del tema, pero era un hecho del todo comprensible, debido a que demasiado se había dejado ella arrastrar, y además por un desconocido. Como respuesta a su comentario, alzó la mano con la que sujetaba el mástil de la oscura máscara, ocultando parcialmente sus facciones, aunque todavía se distinguían perfectamente tanto sus labios como su mirada añil. Al hablar, su voz era tan sensual como misteriosa.
− Pretendo llevarla a ver la obra de teatro, aunque sólo sea una porción de la misma para no correr riesgos…
El actor sonrió con ternura y cierta timidez ante el halago de la joven. Al contrario de lo que podría decirse, era completamente normal recibir alabanzas por el trabajo bien desempeñado, pero no solía ser común que se recibieran en cuanto al aspecto, o los disfraces, que lucían los actores.
Y Noah no estaba muy acostumbrado a que le halagasen, si bien pudo contener el azoramiento para que no se propagara por su rostro como un fuego devoraría la hierba seca.
No obstante, no podía imaginarse qué podría pasar por la mente de la dama cuando se le acercó con templanza; de ningún modo consideraba que pudiera tramar algo indecoroso, pues comenzaba a hacerse una idea de la psique que poseía aquella damisela.
Le sorprendió que le inquiriera acerca del tema, pero era un hecho del todo comprensible, debido a que demasiado se había dejado ella arrastrar, y además por un desconocido. Como respuesta a su comentario, alzó la mano con la que sujetaba el mástil de la oscura máscara, ocultando parcialmente sus facciones, aunque todavía se distinguían perfectamente tanto sus labios como su mirada añil. Al hablar, su voz era tan sensual como misteriosa.
− Pretendo llevarla a ver la obra de teatro, aunque sólo sea una porción de la misma para no correr riesgos…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Los ojos de monsieur Dómine, que eran el color de las aguas tranquilas de un precioso océano bañado por el sol, quedaban hermosamente enmarcados con la máscara de ónice, que además ocultaba gran parte de su bello rostro. El aura misteriosa y mística que envolvía al hombre se tornó más palpable y atrayente si cabía y sólo sus orbes lo mostraron junto a la pícara sonrisa.
Sérène fue absorbiendo las palabras que acababa de escuchar, creyendo que habían sido imaginaciones suyas y que en verdad el apuesto actor le había murmurado algo totalmente distinto. La sibila contempló detenidamente la mirada de monsieur Dómine, tratando de descifrar lo que le rondaba por la mente al tiempo que cercioraba si iba en serio o no respecto a la proposición. Una radiante sonrisa de ilusión iluminó el pálido y sereno rostro de Sérène, realmente la intención del artista era llevarla a ver una obra de teatro.
Nunca había tenido la oportunidad de presenciar el milagro que supone la transformación de las palabras de los guiones, escritos por los más ilustres prosistas, a las representaciones de los actores que dejaban de ser ellos mismos para convertirse en los protagonistas de las palabras. Sérène siempre había querido ir a una, aunque las circunstancias hasta entonces no habían sido las propicias y debía conformarse con asistir a los espectáculos de marionetas. De pequeña contaba los días con gran ilusión para poder escuchar y ver sus cuentos favoritos a trabes de aquellas mágicas telas, disfrutando junto a los demás niños, sufriendo, emocionándose y llorando cuando la historia se dirigía hacia una u otra dirección.
− Me encantará poder asistir a la representación de la obra con vos –su sonrisa no se desvanecía, Sérène era incapaz de hacerla desaparecer, tal era su dicha.
Si alguien le hubiese vaticinado, cuando estaba sentada en su cama del hostal deprimida por su mala suerte, de que el transcurso de los acontecimientos llegarían hasta la proposición de monsieur Dómine, no le habría creído. Sostenía suavemente la mirada del joven, a la espera de las siguientes instrucciones, al tiempo que se preguntaba cuales serían los motivos que guiaban al actor a hacer todos aquellos gestos con ella, ya eran dos completos desconocidos que se habían encontrado en los interiores del teatro y lo más sensato habría sido denunciarla ante las autoridades competentes por allanamiento en una propiedad privada.
Sérène fue absorbiendo las palabras que acababa de escuchar, creyendo que habían sido imaginaciones suyas y que en verdad el apuesto actor le había murmurado algo totalmente distinto. La sibila contempló detenidamente la mirada de monsieur Dómine, tratando de descifrar lo que le rondaba por la mente al tiempo que cercioraba si iba en serio o no respecto a la proposición. Una radiante sonrisa de ilusión iluminó el pálido y sereno rostro de Sérène, realmente la intención del artista era llevarla a ver una obra de teatro.
Nunca había tenido la oportunidad de presenciar el milagro que supone la transformación de las palabras de los guiones, escritos por los más ilustres prosistas, a las representaciones de los actores que dejaban de ser ellos mismos para convertirse en los protagonistas de las palabras. Sérène siempre había querido ir a una, aunque las circunstancias hasta entonces no habían sido las propicias y debía conformarse con asistir a los espectáculos de marionetas. De pequeña contaba los días con gran ilusión para poder escuchar y ver sus cuentos favoritos a trabes de aquellas mágicas telas, disfrutando junto a los demás niños, sufriendo, emocionándose y llorando cuando la historia se dirigía hacia una u otra dirección.
− Me encantará poder asistir a la representación de la obra con vos –su sonrisa no se desvanecía, Sérène era incapaz de hacerla desaparecer, tal era su dicha.
Si alguien le hubiese vaticinado, cuando estaba sentada en su cama del hostal deprimida por su mala suerte, de que el transcurso de los acontecimientos llegarían hasta la proposición de monsieur Dómine, no le habría creído. Sostenía suavemente la mirada del joven, a la espera de las siguientes instrucciones, al tiempo que se preguntaba cuales serían los motivos que guiaban al actor a hacer todos aquellos gestos con ella, ya eran dos completos desconocidos que se habían encontrado en los interiores del teatro y lo más sensato habría sido denunciarla ante las autoridades competentes por allanamiento en una propiedad privada.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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