AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Tras bambalinas [Odette Demouy]
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Tras bambalinas [Odette Demouy]
El traqueteo del viaje fue como un sueño reparador para Grey, mientras Arthur Pyte sostenía el paquete entre sus brazos.
La despedida de aquella librería había sido como mínimo inusual. Por una parte Arthur salió con un libro que no era el que buscaba, en un coche que no era con el que llegó y con un destino que no había previsto. Por otro lado, la compañía de Odette Demouy cada vez le agradaba más. Si de verdad su biblioteca privada era digna de llamarse como tal, podría ser que en un futuro visitara con más frecuencia a la señorita, incluso confiriéndole algún que otro regalo como muestra de gratitud. Dichos regalos podrían tomar la forma de lomos duros y páginas únicas, tales como la letra y escritura del autor.
Pero eso sería si Arthur Pyte siguiera vivo al final del día, cosa que Sloan Cromwell dudaba horrores.
La idea estaba clara para Grey: llegar a la mansión de los Demouy, encontrar la biblioteca y los mapas que buscaba así como cualquier tipo de información sobre París que le fuera útil. Y si en la mansión surgiera la mínima oportunidad de aprovecharse de la señorita Demouy, lo haría. Arthur seguía pensando en las promesas de libros viejos y nuevos mientras Grey observaba a través del ojo y el parche el paquete que Odette había encargado que envolvieran.
La amabilidad con que se mostraba Arthur era comparable al engaño que suponía ser Arthur Pyte. Ayudando a la señorita Demouy tanto a subir al carro como en librarse de aquel tal Vincent estaban sin duda colocando los peldaños de su camino hacia su confianza. Que llevara un total desconocido a su mansión era prueba de ello. En cierto sentido no podría sentirse más cómodo bajo la piel de un Arthur Pyte tan... amable. Por otro lado se inquietaba por su dolencia.
El viaje se había hecho largo a causa de algunos cruces en la ciudad que se colapsaron por tiendas derrumbadas y comerciantes que reclamaban la fruta perdida. El vendaval que se había levantado de repente hacía estragos en la ciudad y contra el coche. No fue una sino dos las veces que Arthur se vio levantado de su asiento y arrojado con fuerza sobre el regazo de la mujer.
- Mil perdones. - El tiempo no favorecía ni su camino ni su estado mental: tanto ajetreo y él sin poder calmar sus ansias con uno de sus pitillos. El último se lo había acabado en la librería y no podría tener más hasta volver a su refugio. Esperaba que en la mansión Demouy hubiera algún placebo para poder controlarse, o temía que todo su plan se fuera al garete...
... Aunque, por otro lado, ¿cuándo había formulado un plan con cimientos y no con palabras y brisa?
Llegaron al fin al hogar de la dama, y bajando primero del coche abrió la puerta del lado de la mujer y la ayudó a bajar, aun con el presente bajo su otro brazo. Observó su hogar y enmudeció, esperando palabras y acciones por parte de su anfitriona.
La despedida de aquella librería había sido como mínimo inusual. Por una parte Arthur salió con un libro que no era el que buscaba, en un coche que no era con el que llegó y con un destino que no había previsto. Por otro lado, la compañía de Odette Demouy cada vez le agradaba más. Si de verdad su biblioteca privada era digna de llamarse como tal, podría ser que en un futuro visitara con más frecuencia a la señorita, incluso confiriéndole algún que otro regalo como muestra de gratitud. Dichos regalos podrían tomar la forma de lomos duros y páginas únicas, tales como la letra y escritura del autor.
Pero eso sería si Arthur Pyte siguiera vivo al final del día, cosa que Sloan Cromwell dudaba horrores.
La idea estaba clara para Grey: llegar a la mansión de los Demouy, encontrar la biblioteca y los mapas que buscaba así como cualquier tipo de información sobre París que le fuera útil. Y si en la mansión surgiera la mínima oportunidad de aprovecharse de la señorita Demouy, lo haría. Arthur seguía pensando en las promesas de libros viejos y nuevos mientras Grey observaba a través del ojo y el parche el paquete que Odette había encargado que envolvieran.
La amabilidad con que se mostraba Arthur era comparable al engaño que suponía ser Arthur Pyte. Ayudando a la señorita Demouy tanto a subir al carro como en librarse de aquel tal Vincent estaban sin duda colocando los peldaños de su camino hacia su confianza. Que llevara un total desconocido a su mansión era prueba de ello. En cierto sentido no podría sentirse más cómodo bajo la piel de un Arthur Pyte tan... amable. Por otro lado se inquietaba por su dolencia.
El viaje se había hecho largo a causa de algunos cruces en la ciudad que se colapsaron por tiendas derrumbadas y comerciantes que reclamaban la fruta perdida. El vendaval que se había levantado de repente hacía estragos en la ciudad y contra el coche. No fue una sino dos las veces que Arthur se vio levantado de su asiento y arrojado con fuerza sobre el regazo de la mujer.
- Mil perdones. - El tiempo no favorecía ni su camino ni su estado mental: tanto ajetreo y él sin poder calmar sus ansias con uno de sus pitillos. El último se lo había acabado en la librería y no podría tener más hasta volver a su refugio. Esperaba que en la mansión Demouy hubiera algún placebo para poder controlarse, o temía que todo su plan se fuera al garete...
... Aunque, por otro lado, ¿cuándo había formulado un plan con cimientos y no con palabras y brisa?
Llegaron al fin al hogar de la dama, y bajando primero del coche abrió la puerta del lado de la mujer y la ayudó a bajar, aun con el presente bajo su otro brazo. Observó su hogar y enmudeció, esperando palabras y acciones por parte de su anfitriona.
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
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Re: Tras bambalinas [Odette Demouy]
El viaje de regreso fue, por mucho, menos placido. El clima cambió drásticamente mientras se desplazaban por la ciudad acarreando un sinfín de problemas a los parisinos y retrasando considerablemente la marcha del coche. No hablaron mayor cosa durante el trayecto pero si hubo algún tipo de contacto físico debido a los fuertes bamboleos, nada que le importunara en demasía pero en realidad hubiese preferido un regreso pacifico que le permitiera charlar tranquilamente con el escritor en lugar de estar preocupada por sostenerse con fuerza para no ser ella quien resultara siendo arrojada sobre el canto de su acompañante.
Finalmente arribaron a su hogar y mientras el hombre se apresuraba a abrir la puerta ella aprovecho para organizar un poco su cabello. – Lamento mucho que haya tenido usted que soportar semejante trayecto solo por contemplar algunos libros – comentó mientras descendía sosteniéndose del amable soporte que él le ofrecía. Si se tratase de un engreído noble como aquellos que ella conocía, probablemente hubiese esperado hasta que el cochero, o algún otro miembro de la servidumbre, se encargara de esa tarea. Pero él se había apresurado a ayudarle caballerosamente y eso le agradó.
Se tomó un momento para observarle mientras él, a su vez, observaba su hogar. Se trataba de una mansión en piedra tallada y rustica. Contaba con dos pisos, numerosos y alargados ventanales rematados en forma de medio círculo, dos plantas y tejados triangulares que se alzaban hacia el cielo. En algunas oportunidades había considerado la opción de pintar las paredes exteriores pero abandonaba la idea al contemplar con tranquilidad la belleza de los bloques de piedra. Una tímida enredadera se alzaba por una de las paredes, aferrándose a la vida aunque el invierno entrante se transformara en una misiva de su prematura aniquilación. La construcción se encontraba flanqueada por un cuidado y pequeño bosquecito y, lo que en primavera era un frondoso y cuidado jardín, daba la bienvenida a los residentes e invitados. Un jardín de mayores proporciones se extendía por la parte posterior de la propiedad pero era imposible apreciarlo desde el punto en el cual se encontraban. Todo el conjunto ostentaba la clase a la cual pertenecía la familia Demouy. A Odette siempre le había gustado la estética de aquella mansión y le enorgullecía saber que, a pesar de dirigirla sola, la había mantenido en perfectas condiciones.
Ahora que se encontraba en las puertas de hogar descubrió que se encontraba ligeramente aprensiva. El encuentro con Vincent la distrajo lo suficiente como para que olvidara sus recelos a llevar a un extraño hasta las entrañas de su casa pero ahora ya era demasiado tarde para arrepentirse. En todo caso el escritor había demostrado ser un autentico caballero. – Madame… Monsieur – su ama de llaves se acercó rápidamente a dar la bienvenida a la señora de la casa y a su invitado. Odette no pudo evitar notar la mirada reprobatoria que la mujer le lanzó al escritor. – ¿Dónde está Paul? – le preguntó curiosa de que fuese ella quien hubiese salido a darles la bienvenida pues se trataba de un papel que su mayordomo se tomaba muy a pecho y del cual nunca se escabullía. La mujer le explicó que Paul había salido por provisiones y que regresaría en algunas horas. Odette miró casualmente al escritor antes de sonreírle. Contaba con la presencia de su mayordomo durante la visita pero ahora tendría que apañárselas sola.
– Bien Monsieur Pyte, considérese usted bienvenido a mi hogar. Ahora, si fuese tan amable de seguirme – dio inicio a la marcha mientras daba algunas órdenes vagas al ama de llaves. Debía, como primera medida, recibir el paquete el hombre aún cargaba, luego avisar a la servidumbre que había un visitante en la mansión y, por último, llevarles un tentempié a la biblioteca. La mujer asintió con la cabeza, tomó el paquete de las manos del escritor y desapareció en cuestión de segundos.
El sol se ocultaba rápidamente en el horizonte y las sombras características de la noche crecían a una velocidad pasmosa. En el interior de la casa dos jóvenes corrían presurosas encendiendo velas y candelabros que iluminaban y conferían, al mismo tiempo, una sensación de confort. Odette guió a su invitado por medio de un enorme salón, decorado con costosos y enormes sillones sobre los cuales pendía una pesada y florida lámpara de techo, hasta una puerta doble tras la cual se encontraba la biblioteca. – Después de usted Monsieur – le invitó cediéndole el paso.
Se trataba de una habitación que no discutía, en lo absoluto, su denominación. Las paredes estaban tapizadas por estantes de oscura madera que contenían centenares de libros. Existían solo dos puntos de interrupción para las repisas: una chimenea en la cual ardía un vigoroso fuego y un enorme ventanal con vista al jardín anterior. Frente a la chimenea descansaban dos mullidas poltronas entre las cuales se observaba una mesita de café. En el otro extremo de la habitación había un escritorio con pergamino, pluma y tinta. Al alzar la vista se podía observar que el techo del recinto se elevaba muy por encima de la altura de un piso promedio. En derredor a las repisas, en el lugar donde el techo normal debería estar ubicado, se veía una lámina de madera, lo suficientemente delgada como para que un hombre pudiese andar por ella sin reparo pero sin obstruir ni la vista ni la iluminación. A partir de allí, por supuesto, continuaban las hileras de libros hasta el techo. Dos finas escaleras de madera, las cuales tenían por objeto dar acceso a la segunda planta de estanterías, descansaban a cada lado del ventanal. Su estructura resultaba tan armonizada que casi se mimetizaban con el entorno en general.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: Tras bambalinas [Odette Demouy]
- Por favor, no se disculpe: el trayecto es tan importante como el encuentro con el amado premio. - "Premio. Ni que fuera una aventura o una carrera".
Aquel "hogar" como se había imaginado era un derroche de bien estar. Si él hubiera pasado su infancia en un caserón como aquel, la tortura constante que padecía desde su "adoctrinamiento" jamás lo habría encontrado, escondido en algún rincón perdido entre una puerta y una esquina demasiado húmeda y oscura como para tenerla en cuenta. Podría haberse escondido incluso de su padre y su "destino". Podría haber vivido por sus propios medios y a su propia vera sin nadie que lo encontrara ni nadie a quien odiar o temer de perder. Habría sido todo tan diferente que en parte, la tristeza lo embargaba por pensar en tener una vida que no era la que ya compartía con el señor Arthur Pyte. "Si todo fuera distinto, mi vida también lo sería. Es mejor dejarla tal y como está. Carpe Diem".
Tras el encuentro con su ama de llaves y su para nada amable mirada, Arthur sonrió a la mujer encarándola con un saludo de sombrero y sonrisa, siguiendo la estela de la señorita Demouy. Ya sin el paquete entre sus manos y libre de su peso, Arthur se centró más en los pequeños detalles que poblaban el caserón. Se quitó el sombrero como bien marcaban los buenos modales y empezó a dudar de que la señorita Demouy fuera señorita y no señora. De estar sus padres en casa habría anunciado su presencia a los mismos, o al menos habría preguntado por ellos a la ama de llaves. Lo cual le hizo pensar que tal vez hubiera un marido en casa pues que una mujer poseyera una casa así... y si fuera viuda se habría enterado: no son muchas las viudas que siéndolo no se pregona por toda la ciudad. Incluso un recién llegado como él se habría enterado.
Al fin estaban frente a la biblioteca y Odette le brindó el placer de abrir las dobles puertas. Al tocar la madera una sensación punzante cruzó su cabeza. "Mierda... ahora no...no ahora..." Conocía de sobras esa sensación: demasiado tiempo sin llevarse un calmante a la boca. Demasiado tiempo sin una paz que acallara su tormento y cerrara por un tiempo la boca del pozo negro. Apretó los dientes bajo su sonrisa, disfrazándola de expectación. Era lo único que podía hacer... por ahora...
Una vez dentro, la vista se le fue. Arthur Pyte emergió con toda su pasión, acallando cualquier aflicción que pudiera estar sufriendo el inquilino de aquel cuerpo, y su ojo brilló de emoción cuando se encontró cara a cara con aquella maravilla del mundo. Sus manos temblaron e instintivamente fueron pasando hojas y hojas de libros que no existían y que no estaba tocando. Sin duda alguna aquella era la biblioteca privada más grande que jamás había visto, y su ojo dejó escapar una lágrima de emoción.
- Esto es... oh, señorita Demouy, esto es... más de lo que esperaba - Se acercó a la primera hilera de libros, señalándolos uno a uno con el dedo, pasando de un lomo a otro leyendo sus inscripciones bien definidas. - Por Dios, incluso tiene un ejemplar de este libro: creí que se habría perdido para siempre pero aquí está... ¡Y mire! De este otro tan solo se mantienen tres ediciones en todo el mundo. Que maravilla... - El escritor se sentía como un niño pequeño rodeado de juguetes. No dejaba de sonreír y cuando se dio cuenta de su comportamiento paró, carraspeó levemente y volvió a su porte. - Temo que voy a tardar en encontrar el libro que busco. ¿Le importaría decirle a su ama de llaves que mi te sea con una infusión extra? Temo que mi pobre cabeza no aguante tanto... ajetreo - No era la palabra que buscaba pero era la que más se asemejaba. Y sin esperar respuesta alguna se metió de lleno en la búsqueda, leyendo lomo tras lomo, buscando la joya que se escondía tras semejante tesoro.
Aquel "hogar" como se había imaginado era un derroche de bien estar. Si él hubiera pasado su infancia en un caserón como aquel, la tortura constante que padecía desde su "adoctrinamiento" jamás lo habría encontrado, escondido en algún rincón perdido entre una puerta y una esquina demasiado húmeda y oscura como para tenerla en cuenta. Podría haberse escondido incluso de su padre y su "destino". Podría haber vivido por sus propios medios y a su propia vera sin nadie que lo encontrara ni nadie a quien odiar o temer de perder. Habría sido todo tan diferente que en parte, la tristeza lo embargaba por pensar en tener una vida que no era la que ya compartía con el señor Arthur Pyte. "Si todo fuera distinto, mi vida también lo sería. Es mejor dejarla tal y como está. Carpe Diem".
Tras el encuentro con su ama de llaves y su para nada amable mirada, Arthur sonrió a la mujer encarándola con un saludo de sombrero y sonrisa, siguiendo la estela de la señorita Demouy. Ya sin el paquete entre sus manos y libre de su peso, Arthur se centró más en los pequeños detalles que poblaban el caserón. Se quitó el sombrero como bien marcaban los buenos modales y empezó a dudar de que la señorita Demouy fuera señorita y no señora. De estar sus padres en casa habría anunciado su presencia a los mismos, o al menos habría preguntado por ellos a la ama de llaves. Lo cual le hizo pensar que tal vez hubiera un marido en casa pues que una mujer poseyera una casa así... y si fuera viuda se habría enterado: no son muchas las viudas que siéndolo no se pregona por toda la ciudad. Incluso un recién llegado como él se habría enterado.
Al fin estaban frente a la biblioteca y Odette le brindó el placer de abrir las dobles puertas. Al tocar la madera una sensación punzante cruzó su cabeza. "Mierda... ahora no...no ahora..." Conocía de sobras esa sensación: demasiado tiempo sin llevarse un calmante a la boca. Demasiado tiempo sin una paz que acallara su tormento y cerrara por un tiempo la boca del pozo negro. Apretó los dientes bajo su sonrisa, disfrazándola de expectación. Era lo único que podía hacer... por ahora...
Una vez dentro, la vista se le fue. Arthur Pyte emergió con toda su pasión, acallando cualquier aflicción que pudiera estar sufriendo el inquilino de aquel cuerpo, y su ojo brilló de emoción cuando se encontró cara a cara con aquella maravilla del mundo. Sus manos temblaron e instintivamente fueron pasando hojas y hojas de libros que no existían y que no estaba tocando. Sin duda alguna aquella era la biblioteca privada más grande que jamás había visto, y su ojo dejó escapar una lágrima de emoción.
- Esto es... oh, señorita Demouy, esto es... más de lo que esperaba - Se acercó a la primera hilera de libros, señalándolos uno a uno con el dedo, pasando de un lomo a otro leyendo sus inscripciones bien definidas. - Por Dios, incluso tiene un ejemplar de este libro: creí que se habría perdido para siempre pero aquí está... ¡Y mire! De este otro tan solo se mantienen tres ediciones en todo el mundo. Que maravilla... - El escritor se sentía como un niño pequeño rodeado de juguetes. No dejaba de sonreír y cuando se dio cuenta de su comportamiento paró, carraspeó levemente y volvió a su porte. - Temo que voy a tardar en encontrar el libro que busco. ¿Le importaría decirle a su ama de llaves que mi te sea con una infusión extra? Temo que mi pobre cabeza no aguante tanto... ajetreo - No era la palabra que buscaba pero era la que más se asemejaba. Y sin esperar respuesta alguna se metió de lleno en la búsqueda, leyendo lomo tras lomo, buscando la joya que se escondía tras semejante tesoro.
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
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Re: Tras bambalinas [Odette Demouy]
Odette observó extasiada la expresión de asombro de su invitado ante la vista de la biblioteca y no se le escapo aquella lágrima solitaria. Solo un escritor podría emocionarse tanto ante pilas y pilas de hojas. Ella amaba los libros y reconocía la belleza y el potencial de esa biblioteca, pero jamás había sentido una emoción similar a la de él. Eso le transmitió una punzada de culpabilidad. Tal vez tendría que plantearse el que hacer con todo lo que allí estaba almacenado. Muy probablemente habría quien diera un mejor uso que solo ordenar a la servidumbre que los limpiaran continuamente. Ni siquiera conocía todos los títulos, su paso por el lugar se había limitado a algunas obras que llamaban su atención pero sin que la curiosidad la aguijoneara a revisar escrupulosamente todos los volúmenes apiñados.
– Me alegra saberlo Monsieur – respondió al primer comentario y no pudo menos que reír al ver como el contemplaba y opinaba sobre algunos de los libros. – Por supuesto, por favor siéntase como en casa. Tiene usted acceso completo a la colección y creo que sobra decirle que los trate con cariño ¿verdad? – bromeó mientras pasaba su dedo índice por el lomo del libro más cercano. – Ahora, si me disculpa hablaré en la cocina para que su té esté lo suficientemente cargado y temo que debo pedirle que me excuse algunos minutos más mientras arreglo un poco este desastre - señaló el vestido que, desde que salieran de la librería, se encontraba completamente cubierto de polvo. No podía darse el lujo de permanecer en tales fachas ni ante el escritor ni ante su servidumbre. Movió la mano con suavidad como barriendo la totalidad de las estanterías, en un gesto claro de invitación, luego inclinó ligeramente la cabeza y dando media vuelta desapareció por la puerta abierta.
Mientras caminaba hacia la cocina notó que la genuina reacción del escritor ante la biblioteca había disipado las dudas que pudiese albergar. Ya no le parecía tan importante que el mayordomo se diera prisa, confiaba en no tener ningún contratiempo con su invitado. Dio las indicaciones apropiadas y se tardó algunos minutos tranquilizando a su ama de llaves, quien le manifestó abiertamente que le preocupaba la presencia del hombre en la mansión. Finalmente consiguió que la mujer se tranquilizara asegurándole que no creía que existiere ningún peligro pero también alentándola a permanecer atenta. Valía más la seguridad y al parecer eso bastó para que le dejaran continuar con su camino hasta la habitación.
Una vez allí se tomó su tiempo en cambiar su vestido por uno de tela ligera y de un color beige, y en arreglar su cabellera. Intentó recogerla de dos o tres maneras distintas pero, finalmente se decidió por dejarla suelta. Acababa de depositar el cepillo del cabello sobre la mesa frente a ella cuando sintió como los vellos de su nuca se erizaban. Alguien la observaba a pesar de que se encontraba a solas en la habitación y con la puerta cerrada. Empezó a cantar por lo bajo en un intento por disipar la incómoda sensación y se apresuró a abandonar la habitación. No era la primera vez que ocurría algo así y sabia que no sería tampoco la ultima.
Camino a la biblioteca se encontró con una de las mucamas más jóvenes quien andaba despacio y con cuidado llevando entre sus manos una bandeja de plata con una tetera, dos tazas y algunas galletas. - ¿Se encuentra usted bien madame? – preguntó preocupada la joven al notarla nerviosa y extremadamente pálida. Se hallaban a algunos pasos de la biblioteca y muy seguramente sus voces ya serian fácilmente oídas – No es nada, solo necesito un poco de ese magnífico té que llevas ahí – contestó sin querer entrar en los detalles sobre su nerviosismo ante un extraño.
- ¿Ha encontrado usted algo interesante, Monsieur Pyte? – preguntó en tono amable al llegar a la puerta pero con la mirada fija en la bandeja que la joven llevaba y en la forma en cómo la tetera se movía, expectante al momento en el que la misma resbalara pero confiando, al mismo tiempo, en que eso no fuese a ocurrir.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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