AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nuestra Historia en Un Lienzo [Odette Demouy]
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Nuestra Historia en Un Lienzo [Odette Demouy]
Era una noche de gala que provocaba el ajetreo entre los parisinos aficionados al arte por lo que mucha gente de la clase alta aprovechaba para engalanarse con sus mejores atavíos y de esa manera acudir a la apertura de una nueva exhibición de pinturas en el área del museo que se dedicaba a ese objetivo, encontrándose ubicada en el extremo sur de la misma, ya que en el resto del lugar era común encontrar las pinturas más antiguas de reconocida notoriedad por pertenecer a afamados pintores.
A alguna de esas mentes que suelen escasear por la presentación de ideas nuevas se le había cruzado la posibilidad de dedicar una noche del mes a la exhibición de renombrados artistas aún vivientes que visitaban el país, los cuales no escaseaban en la época, aunque había que admitir que no todos eran tan excelentes como se pregonaba, pero el arte siempre llamaba la atención de las masas y en un entorno social en el que se brindaba atención e importancia a las celebridades no podía pasarse por alto la posibilidad de codearse de cerca con una de ellas. Esta era la razón por la que el 80% de los concurrentes de la noche asistiesen más por motivos de banalidad que por verdadero interés en las pinturas desplegadas en las paredes y que tan sólo el 20 % restante tuviese real conocimiento del tema o al menos deseos de aprender al respecto.
No faltaban por supuesto los millonarios que deseaban llevar a casa alguna de las pinturas en exhibición, otra vez, más por vanidad y deseos de poseer algo que los demás codiciarían, o por que por ese medio se aseguraban el aparecer nombrados en las páginas sociales del periódico y por supuesto fotografiados junto al artista, pues sería de pésima educación que este no aceptase inmortalizar su imagen junto a quien acababa de engrosar sus bolsillos aunque tampoco podías obligarle a permanecer junto al público demasiado tiempo si este no lo deseaba. A la mayoría de los artistas se les catalogaba de quisquillosos, huraños o excéntricos pero esa imagen encajaba perfectamente con lo que se esperaba de alguien que plasmase sus sentimientos en un lienzo por lo que el gentío pasaba las singularidades de ese carácter por alto.
Tomaba en ese preciso momento una copa burbujeante de champaña de una bandeja que un inmaculado y pulcro camarero vestido de traje a blanco y negro extendía en mi dirección. Apuré un largo trago y miré a mi alrededor. Llevaba puesto un elegante vestido de color azul, con mi cabello oscuro recogido discretamente, unos largos guantes de color blanco y zapatos de taco alto, adornándome un collar que fuese herencia de mi madre y que hacía juego con mis aretes y el único anillo que llevaba en mi dedo anular. Esta noche era la apertura de la exhibición por lo que se encontraba mucho más concurrida que las que le seguirían. A mis manos había llegado una invitación la semana anterior. Como pintora que era no era nada de extrañar, en los medios se me conocía de sobra a pesar de ser yo otra tantas de las hurañas que no gustaba de hablar de si misma, y lo irónico de todo era que de haberse sabido la verdad de mi naturaleza esta probablemente me habría catapultado muy pronto a un estrellato que a decir verdad distaba mucho de ser lo que yo deseaba. No me apetecía encontrarme en las manos de la Inquisición o sufrir un destino aún peor si se llegaba a hacer pública mi condición de licántropa.
Mi humor esta noche no estaba del todo definido, faltando un par de semanas para la luna llena mi nivel de tolerancia e irritabilidad tendían a llegar a los extremos por lo que no resultaba precisamente la compañía más grata. Pero no todo era negativo, también mi apasionamiento salía a la luz por lo que eran en esas semanas cercanas a mi conversión cuando más me encerraba en mi taller de pintura buscando crear algo nuevo con mi pincel, aunque los resultados eran impredecibles y siendo mi mayor crítica en ocasiones mi frustración al no lograr lo que quería esta hacia que lanzase todo por los aires. Entonces mis sirvientes que se encontraban perfectamente alertados de que bajo ninguna circunstancia debían interrumpirme se abstenían de hacerlo ya que mi frustración no solo se manifestaba en palabras. Mi temperamento de loba podía causar estragos físicos cuando menos se le esperaba y con resultados letales.
Siempre recordaba a François, aunque no le mencionase jamás y casi nadie supiese o recordase su existencia. Para mi él se encontraba aún vivo en cada una de las cosas que yo hacía, fuesen para bien o para mal y era por él que buscaba la perfección en mi arte. Deseaba honrar su memoria de alguna manera mientras la fuerza de su recuerdo me llevaba a proseguir en los momentos en que pensé que no podría conservar mi cordura.
Saboreé el espumoso líquido que descendió por mi garganta lentamente y me dispuse a observar la primera pintura a la cual me pude acercar poco a poco ya que no era la única que deseaba hacerlo, pero al posar mi mirada en el lienzo cada color cobró vida y no pude más que maravillarme en lo que veía. Una lenta sonrisa se dibujó en mi rostro mientras los pensamientos y las emociones volaban por mi mente sustituyendo estas las voces de la multitud que ahora eran silenciadas, como si en el mundo solo existiésemos yo y lo que estaba observando.
A alguna de esas mentes que suelen escasear por la presentación de ideas nuevas se le había cruzado la posibilidad de dedicar una noche del mes a la exhibición de renombrados artistas aún vivientes que visitaban el país, los cuales no escaseaban en la época, aunque había que admitir que no todos eran tan excelentes como se pregonaba, pero el arte siempre llamaba la atención de las masas y en un entorno social en el que se brindaba atención e importancia a las celebridades no podía pasarse por alto la posibilidad de codearse de cerca con una de ellas. Esta era la razón por la que el 80% de los concurrentes de la noche asistiesen más por motivos de banalidad que por verdadero interés en las pinturas desplegadas en las paredes y que tan sólo el 20 % restante tuviese real conocimiento del tema o al menos deseos de aprender al respecto.
No faltaban por supuesto los millonarios que deseaban llevar a casa alguna de las pinturas en exhibición, otra vez, más por vanidad y deseos de poseer algo que los demás codiciarían, o por que por ese medio se aseguraban el aparecer nombrados en las páginas sociales del periódico y por supuesto fotografiados junto al artista, pues sería de pésima educación que este no aceptase inmortalizar su imagen junto a quien acababa de engrosar sus bolsillos aunque tampoco podías obligarle a permanecer junto al público demasiado tiempo si este no lo deseaba. A la mayoría de los artistas se les catalogaba de quisquillosos, huraños o excéntricos pero esa imagen encajaba perfectamente con lo que se esperaba de alguien que plasmase sus sentimientos en un lienzo por lo que el gentío pasaba las singularidades de ese carácter por alto.
Tomaba en ese preciso momento una copa burbujeante de champaña de una bandeja que un inmaculado y pulcro camarero vestido de traje a blanco y negro extendía en mi dirección. Apuré un largo trago y miré a mi alrededor. Llevaba puesto un elegante vestido de color azul, con mi cabello oscuro recogido discretamente, unos largos guantes de color blanco y zapatos de taco alto, adornándome un collar que fuese herencia de mi madre y que hacía juego con mis aretes y el único anillo que llevaba en mi dedo anular. Esta noche era la apertura de la exhibición por lo que se encontraba mucho más concurrida que las que le seguirían. A mis manos había llegado una invitación la semana anterior. Como pintora que era no era nada de extrañar, en los medios se me conocía de sobra a pesar de ser yo otra tantas de las hurañas que no gustaba de hablar de si misma, y lo irónico de todo era que de haberse sabido la verdad de mi naturaleza esta probablemente me habría catapultado muy pronto a un estrellato que a decir verdad distaba mucho de ser lo que yo deseaba. No me apetecía encontrarme en las manos de la Inquisición o sufrir un destino aún peor si se llegaba a hacer pública mi condición de licántropa.
Mi humor esta noche no estaba del todo definido, faltando un par de semanas para la luna llena mi nivel de tolerancia e irritabilidad tendían a llegar a los extremos por lo que no resultaba precisamente la compañía más grata. Pero no todo era negativo, también mi apasionamiento salía a la luz por lo que eran en esas semanas cercanas a mi conversión cuando más me encerraba en mi taller de pintura buscando crear algo nuevo con mi pincel, aunque los resultados eran impredecibles y siendo mi mayor crítica en ocasiones mi frustración al no lograr lo que quería esta hacia que lanzase todo por los aires. Entonces mis sirvientes que se encontraban perfectamente alertados de que bajo ninguna circunstancia debían interrumpirme se abstenían de hacerlo ya que mi frustración no solo se manifestaba en palabras. Mi temperamento de loba podía causar estragos físicos cuando menos se le esperaba y con resultados letales.
Siempre recordaba a François, aunque no le mencionase jamás y casi nadie supiese o recordase su existencia. Para mi él se encontraba aún vivo en cada una de las cosas que yo hacía, fuesen para bien o para mal y era por él que buscaba la perfección en mi arte. Deseaba honrar su memoria de alguna manera mientras la fuerza de su recuerdo me llevaba a proseguir en los momentos en que pensé que no podría conservar mi cordura.
Saboreé el espumoso líquido que descendió por mi garganta lentamente y me dispuse a observar la primera pintura a la cual me pude acercar poco a poco ya que no era la única que deseaba hacerlo, pero al posar mi mirada en el lienzo cada color cobró vida y no pude más que maravillarme en lo que veía. Una lenta sonrisa se dibujó en mi rostro mientras los pensamientos y las emociones volaban por mi mente sustituyendo estas las voces de la multitud que ahora eran silenciadas, como si en el mundo solo existiésemos yo y lo que estaba observando.
Última edición por Taylor De Winter el Miér Mayo 28, 2014 1:15 am, editado 9 veces (Razón : u)
Taylor De Winter- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/10/2013
Re: Nuestra Historia en Un Lienzo [Odette Demouy]
Hastío. Era justo el término que buscaba para definir su semana aunque también podría aplicar a esa parte específica de su vida. Se encontraba estancada, atrapada en un vértice que no le permitía salir pero que tampoco terminaba por absorberla. Un estado de suspensión inanimada que pugnaba por acabar con sus todas fuerzas. Nada le agradaba, nada le apetecía y lo poco que por alguna extraña razón le resultase mínimamente interesante, desaparecía tan rápido como había llegado. Caminaba por las calles de la ciudad, meditando sobre su existencia y la valía de la misma, acompañada por una de sus sirvientes y sin mirar en realidad hacia ninguna parte. Su brazo, el que había resultado lastimado unas pocas semanas atrás debido a un infortunado incidente en las escaleras de su mansión, se encontraba mucho mejor y el su médico de cabecera le había permitido por fin abandonar el vergonzoso cabestrillo. El dolor continuaba latente, algunas veces más fuerte que otras, en especial cuando olvidaba que no debía forzar en demasía la extremidad lastimada. Cualquiera supondría que, dada su recuperación, ya podría salir sin acompañante, pero, por una vez cedió ante la razón y prefirió sacrificar la libertad de andar a sus anchas antes que tener que vivir un momento bochornoso por culpa de una mano que no le funcionaba del todo bien.
- ¿Qué ocurre hoy en el museo? – cuestionó en voz alta a su acompañante quien caminaba dos pasos detrás – Hasta donde tengo entendido una exposición de pinturas, Madame – contestó la joven acercándose ligeramente a la altiva mujer. Su temperamento frio y reservado solía generar una barrera entre ella y sus trabajadores. No le importaba, lo prefería así. Algo que nunca le había interesado en demasía era abrirse emocionalmente con quienes dependían monetariamente de ella. Sabía que el día en que, por alguna razón no pudiese continuar con ellos, de inmediato media ciudad conocería sus confidencias, era un riesgo que no estaba dispuesta a correr. Pero retornando al presente, los ojos de Odette recorrieron rápidamente los fastuosos coches y las elegantes vestiduras de quienes llegaban y se disponían a entrar al lugar. Se trataba, al parecer, de un evento de grandes proporciones al cual había sido convidada la clase más alta parisina. Ella, por supuesto, no estaba enterada. Después de todo este tipo de sucesos se conocían también de boca en boca y actualmente era muy pocos con quienes mantenía conversación. Deteniéndose un segundó observó su propia indumentaria. Esa noche llevaba un elegante vestido estampado en tonos violetas y blancos, ceñido en el torso y libre y voluminoso a la altura de las piernas, justo como la moda dictaba. Guantes y zapatos a juego, joyas enormes y costosas y el cabello recogido en un moño simple pero funcional. Si, la indumentaria no sería un problema. – Vamos – ordenó antes de avanzar hacia la multitud que charlaba animadamente en la entrada del museo.
Algunos ojos le siguieron, otros muchos solo le ignoraron. Pronto empezarían los murmullos pero ella estaba aprendiendo, poco a poco, a ignorarles. Con deliberada lentitud se abrió paso, sin sonreír pero mostrando un semblante sereno. Inclinando la cabeza a forma de saludo cuando era necesario y evitando entrar en contacto visual con cualquiera. No estaba segura del porque de su decisión de ingresar. Nunca le había llamado especial atención las pinturas. Es verdad que algunos cuadros le resultaban muy atractivos pero nada más allá que colores y formas que atraían su atención por solo unos segundos. Sabía poco o nada sobre artistas, técnicas o filosofías tras los lienzos y, personalmente, prefería pasar horas escuchando los suaves acordes de un pianoforte que observando al frente intentando sacar conclusiones que a la larga jamás llegarían. Pero allí bullía la multitud, el sonido, la alegría. Razones poderosas para un alma que se encontraba buscando un ancla, un poco de satisfacción y una razón para continuar abriendo los ojos día tras día. Con eso se tendría que conformar.
El interior del recinto estaba bellamente iluminado y cada pocos metros se encontraban con amables sirvientes que les indicaban la dirección en donde se llevaba a cabo la exposición. Nadie le hablo, nadie le importunó. La joven que venía con ella continuaba caminando detrás, con la cabeza un poco baja, seguramente por sentirse fuera de lugar, pero atenta a las necesidades de su ama. Finalmente llegaron al ala sur y en ese punto Odette despidió a la joven permitiendo que se retirara hasta que ella estuviese lista para partir. Un joven y apuesto mesero le ofreció una copa que ella aceptó agradecida. Luego dio inicio a la lenta caminata en derredor, deteniéndose un poco ante cada pintura, observando y escuchando los comentarios de los demás. Buscando también algún rostro conocido y amable, y evitando aquellos que le resultaban conocidos pero que sabia solo buscaban regodearse en su dramática historia. ¿era posible que su destino fuese permanecer sola? Se negaba a creerlo. Recordó al actor con el que se había reencontrado después de años de no verle y de todas las cosas que de él había aprendido antes de que desapareciera una vez más de su vida.
Se encontraba ahora junto a una hermosa joven (la cual llevaba un vestido azul muy elegante) y de frente a una pintura… otra entre tantas. Una composición que al parecer resultaba hermosa a muchos de los ojos que la rodeaban pero que para ella no resaltaba en lo absoluto. Dio un sorbo a la copa que tenía en sus manos e inclinó ligeramente la cabeza antes de que se le escapara un bufido despectivo que no fue bien recibido por los estirados que la rodeaban.
- ¿Qué ocurre hoy en el museo? – cuestionó en voz alta a su acompañante quien caminaba dos pasos detrás – Hasta donde tengo entendido una exposición de pinturas, Madame – contestó la joven acercándose ligeramente a la altiva mujer. Su temperamento frio y reservado solía generar una barrera entre ella y sus trabajadores. No le importaba, lo prefería así. Algo que nunca le había interesado en demasía era abrirse emocionalmente con quienes dependían monetariamente de ella. Sabía que el día en que, por alguna razón no pudiese continuar con ellos, de inmediato media ciudad conocería sus confidencias, era un riesgo que no estaba dispuesta a correr. Pero retornando al presente, los ojos de Odette recorrieron rápidamente los fastuosos coches y las elegantes vestiduras de quienes llegaban y se disponían a entrar al lugar. Se trataba, al parecer, de un evento de grandes proporciones al cual había sido convidada la clase más alta parisina. Ella, por supuesto, no estaba enterada. Después de todo este tipo de sucesos se conocían también de boca en boca y actualmente era muy pocos con quienes mantenía conversación. Deteniéndose un segundó observó su propia indumentaria. Esa noche llevaba un elegante vestido estampado en tonos violetas y blancos, ceñido en el torso y libre y voluminoso a la altura de las piernas, justo como la moda dictaba. Guantes y zapatos a juego, joyas enormes y costosas y el cabello recogido en un moño simple pero funcional. Si, la indumentaria no sería un problema. – Vamos – ordenó antes de avanzar hacia la multitud que charlaba animadamente en la entrada del museo.
Algunos ojos le siguieron, otros muchos solo le ignoraron. Pronto empezarían los murmullos pero ella estaba aprendiendo, poco a poco, a ignorarles. Con deliberada lentitud se abrió paso, sin sonreír pero mostrando un semblante sereno. Inclinando la cabeza a forma de saludo cuando era necesario y evitando entrar en contacto visual con cualquiera. No estaba segura del porque de su decisión de ingresar. Nunca le había llamado especial atención las pinturas. Es verdad que algunos cuadros le resultaban muy atractivos pero nada más allá que colores y formas que atraían su atención por solo unos segundos. Sabía poco o nada sobre artistas, técnicas o filosofías tras los lienzos y, personalmente, prefería pasar horas escuchando los suaves acordes de un pianoforte que observando al frente intentando sacar conclusiones que a la larga jamás llegarían. Pero allí bullía la multitud, el sonido, la alegría. Razones poderosas para un alma que se encontraba buscando un ancla, un poco de satisfacción y una razón para continuar abriendo los ojos día tras día. Con eso se tendría que conformar.
El interior del recinto estaba bellamente iluminado y cada pocos metros se encontraban con amables sirvientes que les indicaban la dirección en donde se llevaba a cabo la exposición. Nadie le hablo, nadie le importunó. La joven que venía con ella continuaba caminando detrás, con la cabeza un poco baja, seguramente por sentirse fuera de lugar, pero atenta a las necesidades de su ama. Finalmente llegaron al ala sur y en ese punto Odette despidió a la joven permitiendo que se retirara hasta que ella estuviese lista para partir. Un joven y apuesto mesero le ofreció una copa que ella aceptó agradecida. Luego dio inicio a la lenta caminata en derredor, deteniéndose un poco ante cada pintura, observando y escuchando los comentarios de los demás. Buscando también algún rostro conocido y amable, y evitando aquellos que le resultaban conocidos pero que sabia solo buscaban regodearse en su dramática historia. ¿era posible que su destino fuese permanecer sola? Se negaba a creerlo. Recordó al actor con el que se había reencontrado después de años de no verle y de todas las cosas que de él había aprendido antes de que desapareciera una vez más de su vida.
Se encontraba ahora junto a una hermosa joven (la cual llevaba un vestido azul muy elegante) y de frente a una pintura… otra entre tantas. Una composición que al parecer resultaba hermosa a muchos de los ojos que la rodeaban pero que para ella no resaltaba en lo absoluto. Dio un sorbo a la copa que tenía en sus manos e inclinó ligeramente la cabeza antes de que se le escapara un bufido despectivo que no fue bien recibido por los estirados que la rodeaban.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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