AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre bambalinas
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Entre bambalinas
Recuerdo del primer mensaje :
Había finalizado la primera interpretación de la noche en el Teatro y ahora disfrutaba de los momentos de descanso previos a la siguiente obra que tocaba aquella noche. En aquél primer pase de la obra Fausto se habían llegado a agotar todas las localidades, de modo que se optó por cancelar la programación habitual por tal de ofrecer de nuevo el mismo espectáculo para todos aquellos que no pudieron asistir.
El elenco de artistas había sido, cuanto menos, excepcional. Había varios actores bien capaces de encarnar al caprichoso individuo que resultaba ser Mephistopheles, y, sin embargo, ese papel había recaído sobre Noah. Que éste lo aceptara fue la decisión más apropiada, puesto que sólo había que escuchar las críticas de los entendidos, que opinaban que ponerse en la piel de semejante encarnación del mal y la tentación estaba sólo al alcance de muy pocos virtuosos de ese arte.
En realidad el actor admiraba la figura del doctor por encima de la del ángel caído, pero había tenido que cargar con la cruz que representaba ser el reflejo de la tentación debido a una apuesta con sus camaradas actores y actrices, que querían comprobar in situ qué tal se adaptaba su “nueva incorporación” a semejantes roles.
Y no quedaron decepcionados. Por eso les sugirió que otra persona ocupase su lugar en la siguiente obra que se interpretase, pues Noah tenía la intuición que la pieza, no sólo por su actuación, sino por la de todo el reparto, iba a encandilar al público hasta tal punto que se repetiría la actuación.
Debido a eso, relajándose en su camerino, ya se había deshecho de su atuendo de ángel malicioso y vestía una sencilla camisa de franela sin abotonar, que dejaba entrever su piel, unos pantalones oscuros y un calzado a juego con ellos; unas vestiduras que no le hacían destacar en demasía, pues tenía la intención de observar, o más bien espiar, a sus compañeros de reparto, como si fuera uno más entre el público.
Se disponía a emprender el camino hacia las escaleras que lo llevarían hasta el pasillo central cuando, apenas después de salir de su camerino, su oído captó unos sonidos que indicaban que había alguien más cerca. Recurrió a su aguzado olfato para identificar la presencia y todo lo que pudo discernir con claridad, debido a la gran variedad de olores que había en aquél recinto, era que se trataba de personal ajeno al teatro. Este hecho no molestó al actor, más bien le incitó curiosidad para conocer más detalles sobre quien se había desorientado en aquellas instalaciones.
− ¿Hay alguien ahí? No tema, tan sólo quisiera poder ayudarle si es que ha perdido su camino –dijo con voz amable, confiando en que la persona extraviada no se amedrentaría.
El elenco de artistas había sido, cuanto menos, excepcional. Había varios actores bien capaces de encarnar al caprichoso individuo que resultaba ser Mephistopheles, y, sin embargo, ese papel había recaído sobre Noah. Que éste lo aceptara fue la decisión más apropiada, puesto que sólo había que escuchar las críticas de los entendidos, que opinaban que ponerse en la piel de semejante encarnación del mal y la tentación estaba sólo al alcance de muy pocos virtuosos de ese arte.
En realidad el actor admiraba la figura del doctor por encima de la del ángel caído, pero había tenido que cargar con la cruz que representaba ser el reflejo de la tentación debido a una apuesta con sus camaradas actores y actrices, que querían comprobar in situ qué tal se adaptaba su “nueva incorporación” a semejantes roles.
Y no quedaron decepcionados. Por eso les sugirió que otra persona ocupase su lugar en la siguiente obra que se interpretase, pues Noah tenía la intuición que la pieza, no sólo por su actuación, sino por la de todo el reparto, iba a encandilar al público hasta tal punto que se repetiría la actuación.
Debido a eso, relajándose en su camerino, ya se había deshecho de su atuendo de ángel malicioso y vestía una sencilla camisa de franela sin abotonar, que dejaba entrever su piel, unos pantalones oscuros y un calzado a juego con ellos; unas vestiduras que no le hacían destacar en demasía, pues tenía la intención de observar, o más bien espiar, a sus compañeros de reparto, como si fuera uno más entre el público.
Se disponía a emprender el camino hacia las escaleras que lo llevarían hasta el pasillo central cuando, apenas después de salir de su camerino, su oído captó unos sonidos que indicaban que había alguien más cerca. Recurrió a su aguzado olfato para identificar la presencia y todo lo que pudo discernir con claridad, debido a la gran variedad de olores que había en aquél recinto, era que se trataba de personal ajeno al teatro. Este hecho no molestó al actor, más bien le incitó curiosidad para conocer más detalles sobre quien se había desorientado en aquellas instalaciones.
− ¿Hay alguien ahí? No tema, tan sólo quisiera poder ayudarle si es que ha perdido su camino –dijo con voz amable, confiando en que la persona extraviada no se amedrentaría.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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Re: Entre bambalinas
Durante un leve instante, su conciencia se había desvanecido, y al volver a asomarse a la realidad desde la ventana de sus ojos añiles, se descubrió a sí mismo en la superficie del palco y con el rostro más que angustiado, consecuencia de la preocupación, de mademoiselle Sérène. Parpadeó lentamente, con la confusión reflejada en sus ojos al tiempo que, en silencio, contemplaba a la sibila con expresión un poco impotente mientras ella le desplazaba uno de sus mechones para examinar que no hubiera sufrido daños visibles, expresión que se tornó dulcemente interrogativa cuando el tacto sedoso de las yemas de los dedos de la doncella acariciaron sus mejillas. El rostro de Noah no albergaba señal alguna de rechazo, pues de haber sido ella quién padeciera un colapso, habría actuado de modo parecido. Quizás se le podría haber adelantado, incluso, gracias a sus dones, aunque ello significara revelar de forma fortuita y poco natural su condición.
Claro que al final él había resultado ser el desvalido, y ella quién hiciera frente a la adversidad. Era el mundo al revés.
Sin duda, la diosa Fortuna debía de estar sonriéndole esa noche, ya que su cuerpo no se precipitó, inerte, balconada abajo, además del hecho que podía disfrutar de la magnífica visión que suponía contemplar los ojos de la joven desde tan escasa distancia. Su respiración todavía seguía siendo trabajosa, sumado al dolor que iba ascendiendo por sus… ¿posaderas?
Menuda caída más falta de gracia que debió presenciar su acompañante para estar sufriendo semejantes molestias, cuando había estado medio incorporado en la barandilla y la altura no era excesiva.
El tono extremadamente pálido de su piel fue regresando a su cauce a medida que el tiempo seguía su curso. Para que luego se atrevieran a decir los licántropos que el Mnemonismo, una peculiar facultad de retención informativa que actuaba de forma más antojadiza que la más soberbia de las princesas, no conllevaba riesgos para quienes la poseían. Hasta ese momento no había descubierto lo peligrosa que podía llegar a ser si eran proporcionados ciertos estímulos, pero al mismo tiempo, podía garantizar la recuperación parcial de recuerdos enterrados por una mente que no estaba preparada para esas sobrecargas de información.
El actor esperaba que, en ocasiones futuras, la manifestación de su capacidad retentiva no fuera tan dolorosa como esa primera vez. A fin de cuentas, había conseguido eliminar una barrera erigida en su interior. Hallaría el modo de poder acceder con más paciencia a esos recuerdos sepultados que rodean la laguna mental que supone, para el varón, el momento de su conversión.
Observó con la cabeza más lúcida cómo la joven dama comprobaba minuciosamente que no hubiera padecido dolencias graves debida a su desfallecimiento. Internamente, sentía un hormigueo que le advertía del resentimiento de su cuerpo, y de que uno de sus dones malditos ya estaba actuando para reparar el daño posible. En el preciso instante en que el tacto frío de los dedos de mademoiselle Sérène contactaron con la presa que lo mantenía sujeto a la barandilla del palco, el lícano sintió como se deshacía el incómodo agarre de forma involuntaria, cediendo inconscientemente a la suavidad y los cuidados de sus gestos.
Si aún iba a tardar algunos minutos en sobreponerse a la caída, era únicamente debido a la inesperada exposición de sus confusos recuerdos. Lo que había sucedido había cogido a Noah de improviso, con la guardia baja, y eso era algo que ninguna de sus cualidades podía ayudar a reparar con tanta facilidad.
No obstante, al oír las palabras que salieron de los labios de la joven, no pudo evitar que apareciera un torpe intento de sonrisa picarona en sus labios.
– Procuraré tenerlo bien presente, Sérène, aunque admito que estos cuidados serían una excusa perfecta… –susurró con un hilo de voz que terminó truncándose por tal de ahogar un leve gemido.
Una regeneración celular rápida no garantizaba que el proceso pudiera ser indoloro. Además, en el brazo que se había mantenido aferrado a la baranda comenzaba a sentir pinchazos debido a la fuerza que había empleado en sujetarse, pero el tenue contacto de la mano de mademoiselle Sérène aliviaba paulatinamente las molestias en esa zona.
No hizo mención del cambio de trato, aunque él le había respondido en igualdad de términos. Así, sutilmente, no la iba a incomodar porque ya no fuera presente un trato de usted. Pero si ella pretendía volver a ese género de conversación, él no se opondría; no quería incomodarla más de lo que ya había hecho en toda la velada.
Lamentó para sus adentros que la doncella se desprendiera del contacto, aun cuando era para coger la máscara dorada que complementaba su vestimenta y la usara a modo de abanico improvisado para proporcionarle un soplo de brisa que le ayudara a avivar sus sentidos.
Dudaba que alguien acudiera porque los guardias estaban a cierta distancia y no habrían podido oír el golpe. No pasaría demasiado tiempo hasta que pudiera volver a ponerse en pie, pero seguramente su acompañante ya estaría notando los efectos de su recuperación. Entre este hecho y el atisbo de las imágenes que ella hubiera podido vislumbrar previamente, atar cabos no resultaría muy complicado para una mente tan despierta como la que poseía mademoiselle Sérène.
Claro que al final él había resultado ser el desvalido, y ella quién hiciera frente a la adversidad. Era el mundo al revés.
Sin duda, la diosa Fortuna debía de estar sonriéndole esa noche, ya que su cuerpo no se precipitó, inerte, balconada abajo, además del hecho que podía disfrutar de la magnífica visión que suponía contemplar los ojos de la joven desde tan escasa distancia. Su respiración todavía seguía siendo trabajosa, sumado al dolor que iba ascendiendo por sus… ¿posaderas?
Menuda caída más falta de gracia que debió presenciar su acompañante para estar sufriendo semejantes molestias, cuando había estado medio incorporado en la barandilla y la altura no era excesiva.
El tono extremadamente pálido de su piel fue regresando a su cauce a medida que el tiempo seguía su curso. Para que luego se atrevieran a decir los licántropos que el Mnemonismo, una peculiar facultad de retención informativa que actuaba de forma más antojadiza que la más soberbia de las princesas, no conllevaba riesgos para quienes la poseían. Hasta ese momento no había descubierto lo peligrosa que podía llegar a ser si eran proporcionados ciertos estímulos, pero al mismo tiempo, podía garantizar la recuperación parcial de recuerdos enterrados por una mente que no estaba preparada para esas sobrecargas de información.
El actor esperaba que, en ocasiones futuras, la manifestación de su capacidad retentiva no fuera tan dolorosa como esa primera vez. A fin de cuentas, había conseguido eliminar una barrera erigida en su interior. Hallaría el modo de poder acceder con más paciencia a esos recuerdos sepultados que rodean la laguna mental que supone, para el varón, el momento de su conversión.
Observó con la cabeza más lúcida cómo la joven dama comprobaba minuciosamente que no hubiera padecido dolencias graves debida a su desfallecimiento. Internamente, sentía un hormigueo que le advertía del resentimiento de su cuerpo, y de que uno de sus dones malditos ya estaba actuando para reparar el daño posible. En el preciso instante en que el tacto frío de los dedos de mademoiselle Sérène contactaron con la presa que lo mantenía sujeto a la barandilla del palco, el lícano sintió como se deshacía el incómodo agarre de forma involuntaria, cediendo inconscientemente a la suavidad y los cuidados de sus gestos.
Si aún iba a tardar algunos minutos en sobreponerse a la caída, era únicamente debido a la inesperada exposición de sus confusos recuerdos. Lo que había sucedido había cogido a Noah de improviso, con la guardia baja, y eso era algo que ninguna de sus cualidades podía ayudar a reparar con tanta facilidad.
No obstante, al oír las palabras que salieron de los labios de la joven, no pudo evitar que apareciera un torpe intento de sonrisa picarona en sus labios.
– Procuraré tenerlo bien presente, Sérène, aunque admito que estos cuidados serían una excusa perfecta… –susurró con un hilo de voz que terminó truncándose por tal de ahogar un leve gemido.
Una regeneración celular rápida no garantizaba que el proceso pudiera ser indoloro. Además, en el brazo que se había mantenido aferrado a la baranda comenzaba a sentir pinchazos debido a la fuerza que había empleado en sujetarse, pero el tenue contacto de la mano de mademoiselle Sérène aliviaba paulatinamente las molestias en esa zona.
No hizo mención del cambio de trato, aunque él le había respondido en igualdad de términos. Así, sutilmente, no la iba a incomodar porque ya no fuera presente un trato de usted. Pero si ella pretendía volver a ese género de conversación, él no se opondría; no quería incomodarla más de lo que ya había hecho en toda la velada.
Lamentó para sus adentros que la doncella se desprendiera del contacto, aun cuando era para coger la máscara dorada que complementaba su vestimenta y la usara a modo de abanico improvisado para proporcionarle un soplo de brisa que le ayudara a avivar sus sentidos.
Dudaba que alguien acudiera porque los guardias estaban a cierta distancia y no habrían podido oír el golpe. No pasaría demasiado tiempo hasta que pudiera volver a ponerse en pie, pero seguramente su acompañante ya estaría notando los efectos de su recuperación. Entre este hecho y el atisbo de las imágenes que ella hubiera podido vislumbrar previamente, atar cabos no resultaría muy complicado para una mente tan despierta como la que poseía mademoiselle Sérène.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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Re: Entre bambalinas
Cuando el rostro, ya de por sí pálido, de monsieur Dómine adquirió su color natural, de la misma manera que el nerviosismo aglomerado por todo el esbelto cuerpo de la hechicera fue desvaneciéndose, además, la sibila cesó en su labor de abanicar al actor. Dejó sobre su regazo la máscara dorada, no sin antes acomodarse, apoyando su cansada espalda contra la baranda y doblando las piernas contra su pecho con el cuidado necesario para no pisar los bajos del vestido al tiempo que procuraba que la máscara no cayera al suelo.
– De seguro tiene más damas dispuestas a asistirle en caso de necesidad –comentó reemplazando la preocupación por picardía–, así que no creo conveniente que vuelva a asustarme de ese modo.
No pasó por alto el gemido que el joven había procurado ocultar y Sérène le miró con la intensidad necesaria para que el caballero se percatase de ello. Si quería hacerse el hombre era libre de hacerlo, pero ella no era tan tonta y sabía que al intérprete le dolía todo el cuerpo. Por otra parte, una reacción diferente hubiera sido sospechosa así que no le dio más importancia de la que tenía.
Si su cuerpo no le obligaba en demasía a descansar, daría un pequeño paseo por los bosques que rodeaban la ciudad de París en busca de los ingredientes necesarios para el brebaje que monsieur Dómine debía beber para que el dolor se desvaneciera antes de lo previsto. Si requerían sus dotes artísticas para el día siguiente, debía estar en perfectas sombras para que su público se deleitase con su actuación. A Sérène le gustaba la idea de estar entre aquellos afortunados que verían al actor en plena acción. Ahora que había pasado lo peor, pudo permitirse unos instantes de imaginación en las que procuró adivinar qué papel representaba el apuesto joven.
En cualquier caso, las chicas seguro esperaban a las puertas del teatro a que él saliese, a la espera de que las citase para algún día venidero. Aquella idea la hizo sonreír y por ello había pronunciado aquellas palabras.
Se miró las manos, tenían pequeñas cicatrices de cortar ramas que apenas se notaban por los cuidados que se administraba a sí misma. No pretendía engañar a nadie, haciéndoles creer de una posición más elevada de la suya, pero le gustaba tener las manos suaves y limpias. Las contempló apenas unos segundos y un calor nació en su vientre, había tocado sin su permiso el rostro suave de monsieur Dómine y éste, lejos de recriminarla, la había halagado por ello. Notó como su mente comenzaba a nublarse, después de que la adrenalina fuera diluyéndose como lo había hecho antes la magia. Sus pensamientos no corrían en el orden y momento adecuados.
Volvió su rostro hacía monsieur Dómine, buscando su mirada azul. Se sentía extrañamente cómoda con él, aún a sabiendas de que prácticamente eran dos desconocidos que habían compartido una excepcional velada juntos, pero no era decoroso que estuvieran todavía en el teatro, juntos, solos. No se atrevió a comentárselo al actor, aunque él también parecía cansado. De hecho, desde que sus mentes se habían entrelazado, las facciones de monsieur Dómine mostraban agotamiento. Él necesitaba descansar, al igual que ella.
– De seguro tiene más damas dispuestas a asistirle en caso de necesidad –comentó reemplazando la preocupación por picardía–, así que no creo conveniente que vuelva a asustarme de ese modo.
No pasó por alto el gemido que el joven había procurado ocultar y Sérène le miró con la intensidad necesaria para que el caballero se percatase de ello. Si quería hacerse el hombre era libre de hacerlo, pero ella no era tan tonta y sabía que al intérprete le dolía todo el cuerpo. Por otra parte, una reacción diferente hubiera sido sospechosa así que no le dio más importancia de la que tenía.
Si su cuerpo no le obligaba en demasía a descansar, daría un pequeño paseo por los bosques que rodeaban la ciudad de París en busca de los ingredientes necesarios para el brebaje que monsieur Dómine debía beber para que el dolor se desvaneciera antes de lo previsto. Si requerían sus dotes artísticas para el día siguiente, debía estar en perfectas sombras para que su público se deleitase con su actuación. A Sérène le gustaba la idea de estar entre aquellos afortunados que verían al actor en plena acción. Ahora que había pasado lo peor, pudo permitirse unos instantes de imaginación en las que procuró adivinar qué papel representaba el apuesto joven.
En cualquier caso, las chicas seguro esperaban a las puertas del teatro a que él saliese, a la espera de que las citase para algún día venidero. Aquella idea la hizo sonreír y por ello había pronunciado aquellas palabras.
Se miró las manos, tenían pequeñas cicatrices de cortar ramas que apenas se notaban por los cuidados que se administraba a sí misma. No pretendía engañar a nadie, haciéndoles creer de una posición más elevada de la suya, pero le gustaba tener las manos suaves y limpias. Las contempló apenas unos segundos y un calor nació en su vientre, había tocado sin su permiso el rostro suave de monsieur Dómine y éste, lejos de recriminarla, la había halagado por ello. Notó como su mente comenzaba a nublarse, después de que la adrenalina fuera diluyéndose como lo había hecho antes la magia. Sus pensamientos no corrían en el orden y momento adecuados.
Volvió su rostro hacía monsieur Dómine, buscando su mirada azul. Se sentía extrañamente cómoda con él, aún a sabiendas de que prácticamente eran dos desconocidos que habían compartido una excepcional velada juntos, pero no era decoroso que estuvieran todavía en el teatro, juntos, solos. No se atrevió a comentárselo al actor, aunque él también parecía cansado. De hecho, desde que sus mentes se habían entrelazado, las facciones de monsieur Dómine mostraban agotamiento. Él necesitaba descansar, al igual que ella.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Entre bambalinas
El soplo de aire que le proporcionaba mademoiselle Sérène con aquél improvisado abanico le fue devolviendo la poca claridad de la que aún carecía. Sus orbes de cobalto observaron cómo ella cesaba en su gesto, a medida que el cuerpo del actor fue denotando claros indicios de recuperación, para luego colocarse de una forma más cómoda y a la misma altura que el varón, teniendo especial cuidado para no lastimar, en modo alguno, el vestido que horas antes le había proporcionado a la damisela.
Ante la sagaz reflexión de la joven, la sonrisa rota que lucía en sus labios se ensanchó, proporcionándole de nuevo ese toque de belleza extravagante que tan bien encajaba en las facciones del actor. De haber tenido fuerzas, habría prorrumpido a carcajadas de buen grado.
– ¿Por qué iban a sentirse tentadas a probar un fruto sin saber si sería de su agrado? Probablemente le darían un mordisco y luego lo arrojarían lejos de sí…–
Su respuesta no era ninguna chanza jactanciosa, más bien era un reflejo… no, un resumen, de sus anteriores encuentros con el género femenino. Cierto era que el actor no tenía una vasta experiencia en ello, pero abundaban las ocasiones en que se habían aprovechado de él con fines egoístas. Si se mencionaban, por otra parte, aquellos encuentros en que no requerían de los servicios, o habilidades, del lícano, apenas había un par que se podían catalogar de medianamente interesantes.
Noah era bien consciente que también había damiselas que fueran dignas merecedoras de su atención pese a que no era oro todo lo que relucía. Hacía algo de tiempo que casi había perdido la esperanza de encontrar a alguna dama que pudiera ver más allá de la superficie de su piel y que no guardara instancias de aprovecharse a su costa.
Hasta esa noche. Conocer a la joven damisela le había alegrado la jornada y, además, suscitaba el interés del actor. Sentía que podía confiar en ella y veía esa misma sensación en los orbes de esmeralda de su portadora.
Observó con cierta curiosidad cómo su acompañante miraba durante unos instantes sus manos, que se le antojaron interminables al actor; no cabía duda que guardaban una historia sugestiva, pero tuvo que resistir al impulso de ver a través de la mirada de su dueña legítima. No sólo porque supusiera una transgresión de su intimidad, sino porque le provocaría molestias indecibles en sus propios ojos. Se cuestionó internamente que estaría pasando por la mente de mademoiselle Sérène y por ese motivo no fue consciente del peso de la mirada de ella hasta que no pasaron unos segundos.
La expresión que yacía en las facciones del rostro de la damisela era apremiante. Sin duda se estaba haciendo tarde. Demasiado tarde.
– Veo que está cansada, mademoiselle. Confío en que me consienta acompañarla hasta su residencia pese a mi estado. Me encuentro algo mejor, y no sería propio de mí permitir que paseara sola por la calle a tan altas horas del a noche…– le dijo con un tono de voz dulce.
En realidad, no admitiría la declinación de esa oferta. Aunque no dudaba que la joven dama podía cuidarse por sí sola, no veía apropiado abandonarla a su suerte en las oscuras calles de París. Además, en caso que él fuera una persona normal, aquél reposo le habría bastado para que recuperase las fuerzas suficientes para poder realizar esa empresa, así que su acompañante no se preocuparía en exceso por su estado.
Ante la sagaz reflexión de la joven, la sonrisa rota que lucía en sus labios se ensanchó, proporcionándole de nuevo ese toque de belleza extravagante que tan bien encajaba en las facciones del actor. De haber tenido fuerzas, habría prorrumpido a carcajadas de buen grado.
– ¿Por qué iban a sentirse tentadas a probar un fruto sin saber si sería de su agrado? Probablemente le darían un mordisco y luego lo arrojarían lejos de sí…–
Su respuesta no era ninguna chanza jactanciosa, más bien era un reflejo… no, un resumen, de sus anteriores encuentros con el género femenino. Cierto era que el actor no tenía una vasta experiencia en ello, pero abundaban las ocasiones en que se habían aprovechado de él con fines egoístas. Si se mencionaban, por otra parte, aquellos encuentros en que no requerían de los servicios, o habilidades, del lícano, apenas había un par que se podían catalogar de medianamente interesantes.
Noah era bien consciente que también había damiselas que fueran dignas merecedoras de su atención pese a que no era oro todo lo que relucía. Hacía algo de tiempo que casi había perdido la esperanza de encontrar a alguna dama que pudiera ver más allá de la superficie de su piel y que no guardara instancias de aprovecharse a su costa.
Hasta esa noche. Conocer a la joven damisela le había alegrado la jornada y, además, suscitaba el interés del actor. Sentía que podía confiar en ella y veía esa misma sensación en los orbes de esmeralda de su portadora.
Observó con cierta curiosidad cómo su acompañante miraba durante unos instantes sus manos, que se le antojaron interminables al actor; no cabía duda que guardaban una historia sugestiva, pero tuvo que resistir al impulso de ver a través de la mirada de su dueña legítima. No sólo porque supusiera una transgresión de su intimidad, sino porque le provocaría molestias indecibles en sus propios ojos. Se cuestionó internamente que estaría pasando por la mente de mademoiselle Sérène y por ese motivo no fue consciente del peso de la mirada de ella hasta que no pasaron unos segundos.
La expresión que yacía en las facciones del rostro de la damisela era apremiante. Sin duda se estaba haciendo tarde. Demasiado tarde.
– Veo que está cansada, mademoiselle. Confío en que me consienta acompañarla hasta su residencia pese a mi estado. Me encuentro algo mejor, y no sería propio de mí permitir que paseara sola por la calle a tan altas horas del a noche…– le dijo con un tono de voz dulce.
En realidad, no admitiría la declinación de esa oferta. Aunque no dudaba que la joven dama podía cuidarse por sí sola, no veía apropiado abandonarla a su suerte en las oscuras calles de París. Además, en caso que él fuera una persona normal, aquél reposo le habría bastado para que recuperase las fuerzas suficientes para poder realizar esa empresa, así que su acompañante no se preocuparía en exceso por su estado.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Entre bambalinas
Había esperado algún comentario sagaz o divertido tras su patético intento de ser graciosa, pero lo que Sérène no esperó fue oír unas palabras tan amargas con semejante dulce tono de voz. Los orbes de color esmeralda de la hechicera se tornaron algunos tonos más oscuros al escucharlas, ya que en éstas se apreciaba el toque amargo de aquél que sufre de mal de amores; no era necesario gozar de gran inteligencia para captarlo. El actor debía tener una gran historia tras de sí para no tener más de unos treinta años, la sombra del misterio le envolvía sin descanso, realzando las ya de por sí enigmáticas facciones.
Al contrario que Sérène. Ella solo mentía. Igual que su familia, igual que todos los de su condición. No había nada interesante en su vida excepto su don, y lo que ello conllevaba. Tenía experiencia con sus dones desde que tenía uso de razón, tenía conocimientos más que sobrantes respecto a las plantas y los efectos que cada una de ellas causaba, aunque respecto a los asuntos amorosos apenas sabía cómo actuar. Alguna mirada, algún roce discreto, nada más lejos de lo decoroso.
Cuando el actor volvió su mirada de cobalto hacia la de Sérène, ésta descubrió que la mirada de monsieur Dómine ocultaba muchas cosas, demasiadas. Podría ser una persona peligrosa y ocultarse tras esa máscara de impasibilidad igual que podía ser un niño en el cuerpo de un adulto que lloraba en la oscuridad de su corazón.
Al parecer, su propia expresión delató el cansancio que, a través de sus venas, alcanzaba con todas sus extremidades, emplear la magia, que aunque de forma involuntaria había nacido desde lo más profundo de su ser más la contención del encandilamiento, que ya de por si absorbía fuerzas del cuerpo de Sérène. Por lo que, en su fuero interno, agradeció la amabilidad de monsieur Dómine, aunque no sin antes sopesar la idea de volver sola al destartalado hostal. No podía compararse el camerino del actor con la pequeña habitación. Aunque deambular sola por las calles parisinas siendo noche cerrada no era buena idea. La sibila era de sobras conocedora de los seres nocturnos que deambulaban aprovechando las sombras que la luna creciente no lograba iluminar. No es que ella les temiese, sino que quería evitar en la medida de lo posible tales peligros aunque, por suerte, los hombres lobo no serían uno de aquellos peligros, aún faltaban noches para la luna llena. Claro que había otros peligros que aguardaban en la penumbra, además de semejantes seres.
– Agradezco su ofrecimiento, monsieur, aunque no debería acompañarme en tales condiciones –murmuró al tiempo que se ponía lenta y elegantemente en pie, teniendo sumo cuidado de que la máscara no cayera.
De nuevo la dejó sobre la mesa, para luego volverse hacia el actor y ofrecerle la ayuda que de seguro necesitaría para levantarse. Reparó entonces en un nuevo inconveniente: las ropas que tan gentil caballero le había obsequiado al comienzo de la velada, preguntándose si el actor le ofrecería el tiempo suficiente para volver a cambiarse de ropa. Le miró con la duda reflejando su cristalina mirada.
Al contrario que Sérène. Ella solo mentía. Igual que su familia, igual que todos los de su condición. No había nada interesante en su vida excepto su don, y lo que ello conllevaba. Tenía experiencia con sus dones desde que tenía uso de razón, tenía conocimientos más que sobrantes respecto a las plantas y los efectos que cada una de ellas causaba, aunque respecto a los asuntos amorosos apenas sabía cómo actuar. Alguna mirada, algún roce discreto, nada más lejos de lo decoroso.
Cuando el actor volvió su mirada de cobalto hacia la de Sérène, ésta descubrió que la mirada de monsieur Dómine ocultaba muchas cosas, demasiadas. Podría ser una persona peligrosa y ocultarse tras esa máscara de impasibilidad igual que podía ser un niño en el cuerpo de un adulto que lloraba en la oscuridad de su corazón.
Al parecer, su propia expresión delató el cansancio que, a través de sus venas, alcanzaba con todas sus extremidades, emplear la magia, que aunque de forma involuntaria había nacido desde lo más profundo de su ser más la contención del encandilamiento, que ya de por si absorbía fuerzas del cuerpo de Sérène. Por lo que, en su fuero interno, agradeció la amabilidad de monsieur Dómine, aunque no sin antes sopesar la idea de volver sola al destartalado hostal. No podía compararse el camerino del actor con la pequeña habitación. Aunque deambular sola por las calles parisinas siendo noche cerrada no era buena idea. La sibila era de sobras conocedora de los seres nocturnos que deambulaban aprovechando las sombras que la luna creciente no lograba iluminar. No es que ella les temiese, sino que quería evitar en la medida de lo posible tales peligros aunque, por suerte, los hombres lobo no serían uno de aquellos peligros, aún faltaban noches para la luna llena. Claro que había otros peligros que aguardaban en la penumbra, además de semejantes seres.
– Agradezco su ofrecimiento, monsieur, aunque no debería acompañarme en tales condiciones –murmuró al tiempo que se ponía lenta y elegantemente en pie, teniendo sumo cuidado de que la máscara no cayera.
De nuevo la dejó sobre la mesa, para luego volverse hacia el actor y ofrecerle la ayuda que de seguro necesitaría para levantarse. Reparó entonces en un nuevo inconveniente: las ropas que tan gentil caballero le había obsequiado al comienzo de la velada, preguntándose si el actor le ofrecería el tiempo suficiente para volver a cambiarse de ropa. Le miró con la duda reflejando su cristalina mirada.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Entre bambalinas
Resultaba irónico. Dos personas prácticamente desconocidas, cuyas vidas aun seguían siendo ocultas la para ambos, que compartían sin reparos una atmósfera casi cordial y un trato cómplice debido a aquella velada. Quizá las diferencias que los separaban eran tan vastas que no podrían llegar a entenderse nunca. Tal vez estaban destinados a convertirse, con el tiempo, en enemigos acérrimos. O, probablemente, no ocurriría nada por el estilo.
La respuesta, sólo la conocía el azaroso destino. Pero una cosa había quedado clara: aquella noche, los hados les sonreían a los dos, haciéndoles entrega de una tranquilidad que evitaba que se preocupasen demasiado por desmerecedoras cavilaciones.
Noah reprimió una carcajada al oír el murmullo de la joven. No se debía a que estuviera haciendo mofa de ella, o de su propio estado. En realidad, se debía a la facilidad con la que le había negado el ofrecimiento. Desconocía si eso podía ser causa de orgullo, por parte de la damisela, o si podía ser fruto de la debilidad que mantenía de forma aparente.
No había engaño alguno en presuponer que el actor había gozado, en otras situaciones, de una mejor disposición. Por una parte, temía que mientras acompañase a mademoiselle Sérène a su morada de reposo, se arriesgaba a que sus capacidades de sanación restañasen el daño concebido por su caída antes de tiempo, de modo que tendría que actuar para no revelar, de una forma imprudente, su auténtica naturaleza. Tampoco es que estuviera preparado para ello, puesto que en muy raras ocasiones se había encontrado con sujetos capaces de adaptarse a la revelación.
¿Cómo se lo tomaría ella, de saber qué tipo de ser era él en realidad?
Gracias a la ayuda de la sibila, pudo incorporarse sin muchas dificultades, soltándose con lentitud al estar completamente de pie. Al contemplar el rostro de la joven, comprendió la inquietud de su mirada y la pregunta no formulada que le estaba formulando.
– Este atuendo, que tanto le favorece, es un obsequio por mi parte. Para agradecerle la paciencia que ha mostrado haciéndome compañía –susurró, invitando a la dama a que caminase con un gesto. Prosiguió hablando, sin dejarle tiempo a que pudiera pensar una negativa–. Por su otro vestido, me encargaré personalmente que se lo hagan llegar por la mañana. Puesto que no estoy dispuesto a permitir que vague sola por las calles de la ciudad a estas horas, así podré tomar nota de la dirección a la que tendré que enviarle las prendas.
Aguardó a que la dama recogiera la máscara que completaba sus vestiduras y luego, él hizo lo propio con su máscara de alabastro. Después, ofreció su brazo a su acompañante, y juntos desanduvieron parte del recorrido que habían realizado para llegar hasta el palco superior. Apenas unos minutos después, ambos salían del recinto y la noche los envolvió en su manto. Los guardias, que antes custodiaban el acceso a los palcos, se habían desplazado a la entrada del recinto. Despidieron a la pareja con una reverencia, cerrando la puerta principal del Teatro a sus espaldas.
Noah buscó la mirada de mademoiselle Sérène, puesto que a partir de ese punto, debería ser ella quién guiara el camino.
La respuesta, sólo la conocía el azaroso destino. Pero una cosa había quedado clara: aquella noche, los hados les sonreían a los dos, haciéndoles entrega de una tranquilidad que evitaba que se preocupasen demasiado por desmerecedoras cavilaciones.
Noah reprimió una carcajada al oír el murmullo de la joven. No se debía a que estuviera haciendo mofa de ella, o de su propio estado. En realidad, se debía a la facilidad con la que le había negado el ofrecimiento. Desconocía si eso podía ser causa de orgullo, por parte de la damisela, o si podía ser fruto de la debilidad que mantenía de forma aparente.
No había engaño alguno en presuponer que el actor había gozado, en otras situaciones, de una mejor disposición. Por una parte, temía que mientras acompañase a mademoiselle Sérène a su morada de reposo, se arriesgaba a que sus capacidades de sanación restañasen el daño concebido por su caída antes de tiempo, de modo que tendría que actuar para no revelar, de una forma imprudente, su auténtica naturaleza. Tampoco es que estuviera preparado para ello, puesto que en muy raras ocasiones se había encontrado con sujetos capaces de adaptarse a la revelación.
¿Cómo se lo tomaría ella, de saber qué tipo de ser era él en realidad?
Gracias a la ayuda de la sibila, pudo incorporarse sin muchas dificultades, soltándose con lentitud al estar completamente de pie. Al contemplar el rostro de la joven, comprendió la inquietud de su mirada y la pregunta no formulada que le estaba formulando.
– Este atuendo, que tanto le favorece, es un obsequio por mi parte. Para agradecerle la paciencia que ha mostrado haciéndome compañía –susurró, invitando a la dama a que caminase con un gesto. Prosiguió hablando, sin dejarle tiempo a que pudiera pensar una negativa–. Por su otro vestido, me encargaré personalmente que se lo hagan llegar por la mañana. Puesto que no estoy dispuesto a permitir que vague sola por las calles de la ciudad a estas horas, así podré tomar nota de la dirección a la que tendré que enviarle las prendas.
Aguardó a que la dama recogiera la máscara que completaba sus vestiduras y luego, él hizo lo propio con su máscara de alabastro. Después, ofreció su brazo a su acompañante, y juntos desanduvieron parte del recorrido que habían realizado para llegar hasta el palco superior. Apenas unos minutos después, ambos salían del recinto y la noche los envolvió en su manto. Los guardias, que antes custodiaban el acceso a los palcos, se habían desplazado a la entrada del recinto. Despidieron a la pareja con una reverencia, cerrando la puerta principal del Teatro a sus espaldas.
Noah buscó la mirada de mademoiselle Sérène, puesto que a partir de ese punto, debería ser ella quién guiara el camino.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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