Entre bambalinas

Había finalizado la primera interpretación de la noche en el Teatro y ahora disfrutaba de los momentos de descanso previos a la siguiente obra que tocaba aquella noche. En aquél primer pase de la obra Fausto se habían llegado a agotar todas las localidades, de modo que se optó por cancelar la programación habitual por tal de ofrecer de nuevo el mismo espectáculo para todos aquellos que no pudieron asistir.

El elenco de artistas había sido, cuanto menos, excepcional. Había varios actores bien capaces de encarnar al caprichoso individuo que resultaba ser Mephistopheles, y, sin embargo, ese papel había recaído sobre Noah. Que éste lo aceptara fue la decisión más apropiada, puesto que sólo había que escuchar las críticas de los entendidos, que opinaban que ponerse en la piel de semejante encarnación del mal y la tentación estaba sólo al alcance de muy pocos virtuosos de ese arte.

En realidad el actor admiraba la figura del doctor por encima de la del ángel caído, pero había tenido que cargar con la cruz que representaba ser el reflejo de la tentación debido a una apuesta con sus camaradas actores y actrices, que querían comprobar in situ qué tal se adaptaba su “nueva incorporación” a semejantes roles.

Y no quedaron decepcionados. Por eso les sugirió que otra persona ocupase su lugar en la siguiente obra que se interpretase, pues Noah tenía la intuición que la pieza, no sólo por su actuación, sino por la de todo el reparto, iba a encandilar al público hasta tal punto que se repetiría la actuación.

Debido a eso, relajándose en su camerino, ya se había deshecho de su atuendo de ángel malicioso y vestía una sencilla camisa de franela sin abotonar, que dejaba entrever su piel, unos pantalones oscuros y un calzado a juego con ellos; unas vestiduras que no le hacían destacar en demasía, pues tenía la intención de observar, o más bien espiar, a sus compañeros de reparto, como si fuera uno más entre el público.

Se disponía a emprender el camino hacia las escaleras que lo llevarían hasta el pasillo central cuando, apenas después de salir de su camerino, su oído captó unos sonidos que indicaban que había alguien más cerca. Recurrió a su aguzado olfato para identificar la presencia y todo lo que pudo discernir con claridad, debido a la gran variedad de olores que había en aquél recinto, era que se trataba de personal ajeno al teatro. Este hecho no molestó al actor, más bien le incitó curiosidad para conocer más detalles sobre quien se había desorientado en aquellas instalaciones.

− ¿Hay alguien ahí? No tema, tan sólo quisiera poder ayudarle si es que ha perdido su camino –dijo con voz amable, confiando en que la persona extraviada no se amedrentaría.

Cabía destacar que Noah era un verdadero genio en lo que se refería a enmascarar sus propios pensamientos, pero en aquella ocasión, el actor era como una cristalera completamente transparente. ¿Por qué motivo habría de mentir a alguien que empezaba a tener en estima? Y, aún sucediendo la poco probable situación que ella no tuviera, al finalizar la velada, intención de volver a verle, el varón ya estaba consiguiendo, por las expresiones que mademoiselle Sérène le iba “regalando”, que mereciera la pena todo aquello.

Además, no le costaba en absoluto ser amable con ella. Como si pudiera evitar que aquella natural espontaneidad surgiera de su interior, pues intuía que su situación económica no era muy favorable; algo que pudo ver gracias al casi presente brillo en sus ojos esmeraldas desde que entró al camerino.

Se preguntaba qué pensaría ella si, más tarde, él le daba a elegir entre algún que otro ropaje para que fuera propiedad de la dama. Desechó la idea de planteárselo por ahora, ya que ella podría considerar que la estuviera dando un trato por compasión, y no era lo que él sentía. Sencillamente, era de la opinión que una damisela debería de tener al menos un vestido que fuera digno de llevarlo, y eso no significaba que las vestiduras con las que la vio por primera vez fueran menos hermosas.

− Espero que la obra sea de su agrado. Se va a representar Fausto, de Goethe, pero confío en que disfrutará del espectáculo −le dijo en respuesta, mientras se acercaba a mademoiselle Sérène con paso lento, observándola con sus orbes de cobalto y una dulce sonrisa−.Si ya está preparada, sería hora de que fuéramos camino al vestíbulo principal. ¿O tal vez me he dejado algo en el tintero? No quisiera que se sintiera forzada, no si se tiene en cuenta cómo la he tratado hasta ahora…

Noah debía de admitir que, hasta el momento, no había sido precisamente un buen anfitrión aun contando los detalles que estaba teniendo, y notaba en la mirada de su acompañante que su mente albergaba preguntas que podían requerir respuesta.

Y, además, aún disponían de cierto tiempo de margen para que el telón ascendiera y dejara paso, con elegancia y cierta magia, a la historia que se iba a narrar en el anfiteatro.

Sérène notaba, mientras intercambiaba una larga y apacible mirada con monsieur Dómine, una extraña calidez que recorría todo su cuerpo, abrigándola cual manta en una noche fría; una sensación que solo puede notarse cuando se lleva varios días sin sentirse protegida. Era deliciosamente gratificante volver a sentir aquel agradable calor y recibir un trato amable sin que el actor recibiera nada a cambio, pues no llevaba ningún objeto de valor con ella a parte de sus anticuadas ropas.

Detrás de la dulce sonrisa, y de un modo que a la sibila se le antojó sumamente extraño, podía percibir un trazo de duda y eso llamó su atención; no creía que monsieur Dómine fuera de aquellos hombres capaces de albergar tan siquiera un atisbo de duda. Tentada estuvo Sérène de conjurar uno de sus dones, el actor sentiría poco más que un cosquilleo viéndose atrapado en una transparente red que le atraería hacía la joven hechicera, permitiendo que ella entrase en su mente con simples palabras susurradas con incitación. Pero no sería justo para él y la sibila se sentiría sucia y despreciable por haber usado, nuevamente, uno de sus dones para causas totalmente egoístas.

Al oír el nombre del célebre autor alemán cayó en la cuenta de por qué la desilusión había cubierto el ánimo, generalmente alegre y optimista de una joven llena de vida y esperanza. Desde que supo de la adaptación de la tragedia de Eurípides llamada “Ifigenia entre los tauros”, había querido asistir casi fanáticamente a una representación de las obras de Johann Wolfgang von Goethe.

− De seguro lo será, monsieur −trató de ocultar la impaciencia que sentía por poder sentarse en uno de los asientos que formaban la platea−. Le aseguro que de sentirme forzada no estaría compartiendo con usted esta extravagante velada.

Estaba tan contenta por poder asistir como espectadora a la obra, que la sonrisa no llegaba nunca a borrarse de su angelical rostro y la gratitud crecía, abriendo sus enormes pétalos a cada minuto que pasaba junto a monsieur Dómine. Si alguna vez confiaban tanto el uno del otro como para revelarle que Sérène era una hechicera y que con sus manos podía crear pócimas de casi cualquier tipo, le pediría al joven actor que le concediese la oportunidad de pagar la entrada al teatro con el brebaje que quisiese, y si no tenía los conocimientos necesarios los adquiriría.

A Noah no le costaba apenas mostrar simpatía hacia la joven, que por su preciosa mirada y su encantadora sonrisa debía de conseguir, con suma facilidad, el corazón y el aprecio de todos cuantos la pudieran rodear. Casi podía notar que había algo más en ella, pero precisamente él no se caracterizaba por ser el tipo de individuo que estuviera continuamente analizando a quién tuvieran a su lado.

Sólo se dejaba llevar por el momento; a veces, incluso sin que le importaran las consecuencias.

Le supuso un gran esfuerzo no estallar en carcajadas al ver reflejado en la mirada de mademoiselle Sérène la inquietud que hacía crecer en ella el hecho de asistir a una obra de teatro. No fue porque dudara que ella se lo pudiera permitir (de hecho, daba por supuesto que, con la naturalidad con la que se había infiltrado en las instalaciones, habría visitado un anfiteatro en más de una ocasión), sino porque, sin tapujos ni rodeos, había afirmado que encontraba aquella idea un tanto estrafalaria.

− No sabe cuánto me tranquiliza que opine así –confesó con tono divertido, pero sin pretender sonar demasiado gracioso.

Acortó la escasa distancia que le separaba de la joven y le ofreció, con elegancia y porte caballeresco, el brazo para que ella pudiera asirse de él.

− Vamos… nuestro palco nos está esperando –le dijo con suavidad y dulzura, aguardando para salir del camerino y dirigirse al lugar desde donde tendrían una más que maravillosa vista de la obra.

Su respiración se agitó cuando monsieur Dómine redujo a poco más de un palmo la distancia que les separaba, tenerle tan cerca alteraba sus sentidos. Puede que a haber tenido días de completa soledad le hubiera trastornado su capacidad de percepción o eso intentaba convencerse, no había otra opción. O tal vez es que desde su llegada a París, sentía o veía seres sobrenaturales donde no los había. Incluso podía ser un cúmulo de todo ello y más. En cualquier caso, las palabras de monsieur Dómine la apartaron de su ensimismamiento.

Sérène sonrió complacida por saber que sus palabras habían tranquilizado al actor; no deseaba más que instigarle confianza además de, aunque de un modo oculto, ofrecerle su aprobación ante las siguientes infracciones.

Aquel hombre podría ser comparado perfectamente con uno de los baúles colocados por todo el camerino, ya que de él no se podía esperar más que inesperadas sorpresas. No solo le había ofrecido el vestido, que en aquellos momentos Sérène lucía con modestia, sino que además pretendía llevarla a un palco. Parecía que monsieur Dómine era amigo, o al menos conocía, al dueño del teatro o, por lo menos, conocía a los guardas adecuados para poder andar a sus anchas por la enorme instalación. Eran conjeturas que pasaron por su mente mientras se dejaba guiar por el interior del teatro.

− Le sigo, monsieur –aceptó encantada al tiempo que entrelazaba su brazo con el que gentilmente le ofrecía el caballero, a sabiendas que en tan solo unos pasos deberían volver a separarse: la puerta del camerino no era lo suficientemente ancha para que ambos cupieran a la vez.

Tal y como se podía suponer, el espacio que los distanciaba de la puerta del camerino era más que minúscula, pero el actor no había podido evitar que un gesto tan natural aflorara en la superficie. Así pues, se soltó delicadamente del brazo de la joven para, con una elegante reverencia, cederle el paso.

− Si me concede el honor, mademoiselle −pronunció con suma dulzura, aguardando a que la joven se adelantara y procediera a salir del camerino.

Tras observar como la dama, de forma elegante, abandonaba el camerino, él siguió sus pasos y dio media vuelta para cerrar la habitación con llave. Realizó este pequeño gesto con rapidez, puesto que no pretendía dejar esperando a mademoiselle Sérène más tiempo del que fuera estrictamente necesario.

Nuevamente, le ofreció su brazo a su acompañante, para que volviera a aferrarse a él antes de que ambos se encaminaran hacia su destino.

Recorrieron el pasillo en dirección hacia el lugar donde se habían encontrado por primera vez apenas unos minutos antes. Pero en esta ocasión, en lugar de descender por las escaleras por las que, comprendió el actor, habría ascendido la damisela, ascendieron por las que estaban justo al lado. Así, se dirigieron a una de las plantas superiores, donde se hallaban los palcos principales del anfiteatro. De entre las varias plantas de palcos de las que disponía el recinto, esos en concreto denotaban clase y elegancia, e incluso su acceso estaba salvaguardado por un par de vigilantes, de modo que no había modo posible de poder escabullirse de su mirada supervisora.

Estando aún lejos de su campo de visión, atrajo lentamente a mademoiselle Sérène hacia él y se acercó de forma peligrosa a su rostro, si bien en todo momento su intención sólo era acercar sus labios al oído de la dama.

− No se preocupe por los vigilantes, confíe en mí y no flaquee –le susurró dulcemente pero con picardía contenida.
Era más que obvio que Noah disfrutaba con aquello y esperaba que ella pudiera disfrutar tanto como él.

Recuperó su posición original con presteza, lamentando el hecho de no poder contemplar la expresión que luciría su prístino rostro. En sus labios asomó una sonrisa traviesa y seductora al tiempo que alzaba la mano libre y con la que sujetaba la máscara de ónice, de modo que ésta cubrió sus facciones y sólo mostraba sus ojos de color índigo y su sonrisa. No importaba si ella decidía ocultar su rostro o no, pero si él usaba el antifaz no era porque necesitara precauciones: siendo un actor más, tenía entradas de sobras por si quería invitar a otra gente a las obras. Y había reservado el palco en un impulso, si bien no creía que le iba a sacar una utilidad cuando lo hizo varias horas antes, incluso, de la primera hora.

Si había decidido ocultar su rostro con la máscara era para interpretar mejor el papel de cliente especial. Una divertida travesura por parte del actor.

Enseñó la entrada a uno de los guardas, que la recogió y tras examinarla con detenimiento, asintió en dirección a la pareja y les cedieron el acceso al palco. Subieron unos pequeños escalones y de nuevo se soltó del brazo de la joven para abrirle la puerta que les permitía entrar al palco.


− Adelante, siéntase como en casa −hizo una reverencia, mostrando de nuevo su rostro ya que con ambas manos la invitaba a pasar.

Spoiler:

Dieron pocos pasos antes de que monsieur Dómine rompiera suavemente el lazo en el que estaban unidos, para justo después indicarle con una graciosa reverencia que cedía el paso a la hechicera. Le sonrió divertida, acompañando el gesto con un leve asentimiento de agradecimiento, mientras pasaba por su lado y atravesaba la puerta, con un paso deliberadamente lento.

Apenas tuvo tiempo de observar el resto de puertas cerradas, intentando leer los nombres grabados en las placas gastadas por el tiempo y el descuido de sus respectivos camerinos. Sérène escuchó el suave sonido que produjo la llave al accionar el mecanismo que impedirá que se pueda abrir la estancia sin la llave adecuada. Y de seguida el actor volvió a reclamar su atención ofreciéndole el brazo, que Sérène aceptó gratamente pues comenzaba a gustarle el poder disfrutar de las atenciones de un hombre galán.

Siguió el ritmo de los pasos marcado por monsieur Dómine sin ningún esfuerzo; andaba cómodamente gracias a la nueva vestimenta que era más holgada, suave y ligera que sus propios ropajes. Sérène sintió la irremediable aproximación del atractivo actor hacia sí, provocando que toda la piel de las extremidades de la hechicera se granulase causando una nerviosa inquietud general lejos de llegar a ser una molestia. Las palabras susurradas por el joven, hicieron que se le erizase todavía más la piel; si bien la reacción natural ante dichas palabras hubiese sido la pura ansiedad ante el riesgo de verse sorprendida en plena intrusión, la joven sonrió a monsieur Dómine con la confianza iluminando su mirada. En cualquier momento podía hacer florecer el encandilamiento, innato en sus artes mágicas, para embaucar a los guardias con una simple y tímida sonrisa, para que éstos les permitieran el paso.

Sérène observó cómplice cómo su acompañante se ajustaba la máscara de ónice mientras mostraba la sonrisa más traviesa y seductora que había visto la joven hasta entonces. Aunque ella no fue menos. Se liberó momentáneamente del lazo en que estaba sujeta para atar firmemente los lazos que mantendrían oculto parcialmente su rostro con la ostentosa máscara. Los guardas les detuvieron el paso nada más verlos, acatando así su deber; y mientras monsieur Dómine mostraba el pequeño pero valioso papel, grabado con negras letras atentamente delineadas, la joven hechicera recitaba mentalmente el salmo del encandilamiento. Por fortuna no fue necesario concluir el hechizo, los guardas les cedieron el paso y Sérène obtuvo como recompensa un molesto hormigueo por haber forzado su cuerpo a acumular una energía mágica desaprovechada.

A medida que iban adentrándose en la zona pública más elevada del teatro, tras haber ascendido las escaleras conjuntas por las que Sérène había aparecido, la decoración se tornaba más lujosa. Las llamas de los candelabros concienzudamente lustrosos, titilaban al son sus los pasos además, cuadros de indescriptible belleza posaban en las paredes de madera, invitando a los visitantes que parasen algunos segundos a contemplarlos,

Sérène comenzaba a preguntarse cuánto más camino les quedaba por recorrer cuando monsieur Dómine la guió hacia una pequeña escalera que les conducía hacia una puerta, que el actor abrió después de deshacerse suavemente del gesto que les unía. Le sonrió ampliamente sabedora del honor o, dependiendo de cómo se mire, suerte que estaba teniendo y la alegría que sentía por poder estar presente en una de las representaciones de la obra de Goethe.

− Gracias, monsieur –susurró, temerosa de romper la magia que envolvía el lugar.

Atravesó solemnemente el umbral de la puerta sin saber a ciencia cierta qué iba a encontrarse justo después. Y lo que vio la impresionó agradablemente; unas cómodas butacas de terciopelo rojo y madera caoba estaban situadas frente a una pequeña balconera que, tras rodear los asientos y asomarse respetuosamente por ella con sumo cuidado y poder contemplarlo con sus propios ojos, estaba situada justo por encima y a un lado del escenario. Sérène se volvió hacia el interior del palco con una expresión nada disimulada de dicha; reparando en una pequeña mesa de caoba, situada entre los sillones, en cuya superficie descansaban dos copas de fino cristal y una cubitera en el que permanecía frio lo que parecía una elegante botella del espumoso y dorado vino francés. Luego buscó la mirada lapislázuli de monsieur Dómine sin saber qué decirle.

Le sorprendió ver que ella se hacía cómplice tanto de la sonrisa como del ocultamiento que previamente habían –o mejor dicho, que él había– planeado, y por eso no tuvo ningún reparo en que ella se deshiciera del contacto de sus brazos para enmascarar aquél elegante rostro que la damisela poseía.

Si bien cuando estuvieron tratando con los guardias, hubo un leve instante en el que pudo percibir, de algún modo, la sutil pero intensa concentración de energías arcanas en el cuerpo de su acompañante. Más que notarlo, el aroma puro de la esencia penetró en sus fosas nasales, invadiendo sus sentidos de forma dolorosa, pero por suerte, esa noche Noah no tenía dificultades para dejar a un lado recuerdos desagradables.

Aquél iba a ser el punto amargo de la noche para el joven actor. Admitía que no tenía problema alguno con los individuos que manipulaban, para bien o para mal, las energías místicas, pero que alguien decidiera utilizar magia cerca de él, normalmente le ponía los pelos como escarpias y hacía que se mostrase malhumorado.
No obstante, aun sin conocer en demasía a la joven damisela Sérène, confiaba en que, si había reunido esas energías, sería por algún buen motivo: de ningún modo la veía capaz de causarle ningún daño sin que tuviera motivo, y contaba con que no había hecho nada, hasta ese momento, que pudiera hacer que ella pretendiera reprenderle mediante esas vías poco ortodoxas. Por eso su comportamiento no varió lo más mínimo, ya que no consideraba que ella supusiera una amenaza para él cuando Noah tampoco ostentaba peligro alguno para la integridad de la dama.

Pero al final no se produjo ningún suceso extraño, algo que no inquietó demasiado al lícano. Prácticamente desconocía el funcionamiento de la magia, y los pocos conocimientos, por así decirlo, que tenía acerca de esa temática tenían que ver con su pasado y, además, estaban relacionados con el uso de las artes negras. Entendió que su acompañante no poseía habilidades referentes a una modalidad oscura de la hechicería, pero comprendió que de algún modo le pasaría factura a la joven el hecho de no haber recurrido finalmente a un conjuro tras haber reunido la esencia necesaria. Si, de algún modo, el cuerpo de la dama sufrió alguna alteración, por ínfima que fuese, el actor no percibió cambio alguno en sus facciones.

Cuando, posteriormente, accedieron al palco, no pudo sino deleitarse con la expresión que lucía el rostro de la damisela; sólo por ver aquél brillo en sus ojos de jade, la velada ya había merecido la pena.
Con presteza, giró sobre sí mismo para despachar con palabras amables al sirviente que se disponía a acomodarles mejor en la estancia, para luego entrar, ahora sí, al palco y cerrar la puerta detrás de sí.

El actor admiró en silencio la soberbia de la zona en la que se hallaban, e incluso se permitió la osadía de contemplar el elegante traje de mademoiselle Sérène durante unos instantes, y sin pretender disimularlo debido a que no era una mirada indecorosa ni impertinente. Sólo confiaba en que la joven no tomara una opinión errónea de él: era un hecho que ella estuviera radiante, si bien el lícano culpaba a sus sentidos por no poder desviar la mirada de ella, aunque no cometía el arrogante error de fijarse en zonas del cuerpo inapropiadas.

Decir que está hermosa no bastaría para hacer justicia de la belleza que irradia, se corrigió mentalmente el joven actor.

Al tiempo en que ella se dio la vuelta hacia él, buscando su mirada, el joven depositó su máscara en la mesa de caoba que residía entre los dos sillones para, acto seguido, tomar entre sus manos la delicada botella de champagne para servirla con lentitud en sendas copas, procurando no llenarlas más de la mitad.

− ¿Ha podido observar si hay mucho aforo, mademoiselle Sérène? –preguntó con una curiosa sonrisa en los labios y tratándola con sumo respeto.

No le había pasado por alto el hecho que ella se había asomado por la balconera, por lo que podría haber observado este detalle. Tampoco es que esperase que lo hubiera hecho, pues admirar las magníficas vistas que desde allí se podían contemplar, podían causar que uno se olvidara por completo de la otra gente.
Aguardó con expectación, de todos modos, la respuesta, siendo su intención el proponer un brindis por los dos y por la divertida velada que estaban teniendo, pero desconocía si la damisela rechazaría tal proposición, ya fuera porque pudiera parecerle grosero e insolente, o bien porque la bebida no fuera santo de su devoción.

Sérène observó, firmemente apoyada en la baja barandilla que la separaba de una caída irremediablemente dolorosa y mortal, cómo monsieur Dómine realizaba suaves movimientos para coger la delicada botella, procurando no moverla en demasía para evitar agitar su contenido. Con cuidado, el actor fue retirando el envoltorio que guardaba el sistema de apertura de aquellas botellas para proceder, después de haberlo colocado sobre la mesa, a desenredar con sumo cuidado el alambre que sujeta el corcho, con el dedo índice apoyado sobre el cierre para evitar que éste saliese disparado sin control. Una vez hubo retirado el alambre, sujetó el corcho y comenzó a girarlo lentamente, en el sentido de las agujas del reloj, sin llegar a soltarlo para proceder a la apertura de la botella.

Un suave “puf” fue el indicador de que el aire entraba en la botella y que comenzaba a salir un borbotón de la bebida sin control pocos segundos, los rápidos reflejos de monsieur Dómine evitaron que se desperdiciase gran cantidad del espumoso líquido. Llenó las copas hasta la mitad, tal y como el protocolo marcaba, y sin perder más tiempo volvió a tapar la botella, evitando la pérdida de gas, para luego sumergirla en la cubeta repleta de hielo.

En el rostro de la hechicera se dibujó una radiante sonrisa de diversión tras escuchar la pregunta del joven, sin extrañarle la curiosidad que éste sentía por el gentío que había acudido al teatro aquella suave noche de primavera. Giró su rostro hacia el público que ocupaba la mayor parte de los asientos disponibles, permanecían pacientemente sentados a la espera de que los actores salieran a escena.

– En efecto, pocos son los asientos que permanecen libres, parece que la obra es del agrado de París –comentó sonriente, volviendo a posar su mirada esmeralda en la de monsieur Dómine.

Sérène recorrió imperceptiblemente el cuerpo musculoso del actor, grácilmente encubierto tras las elegantes ropas prestadas de su propio camerino. El negro realmente le sentaba bien, provocaba un extraño efecto óptico que hacía que la sibila no distinguiese dónde acaban los cabellos color ónice de monsieur Dómine, además, realzaba su profunda mirada azul como los radiantes días de verano.
Antes de que su mirada delatara los pensamientos que recorrían veloces por su cabeza, la desvió hacia las pequeñas y finas burbujas que subían incansablemente hasta su irremisible desaparición al final del alcoholizado líquido. En muy pocas ocasiones el humilde paladar de Sérène había tenido la oportunidad de saborear champagne, únicamente cuando la ocasión era tan especial que solamente podría disfrutarse verdaderamente de la celebración con tan dulcemente amargo vino espumoso. Pero la calidad no podía ser comparada, la hechicera no era una entendida de licores pero su convicción ante tal afirmación era inamovible, aunque si bien no acostumbraba beber alcohol, le apetecía un sorbo para comprobar si estaba en lo cierto.

Sonrió al escuchar la confirmación de la damisela acerca de la previsión de espectadores que asistían al segundo y último pase, al menos durante ese día, de la obra que representaban. Parecía que ese tipo de representaciones eran bien acogidas por el público, pese a haber recibido críticas en el momento de publicarse debido a su contenido claramente contrario a las viejas tradiciones de la fe.

Apenas tuvo que fijarse en el leve examen visual al que le sometió mademoiselle Sérène en cuanto decidió regalar, de nuevo, la vista del joven actor con su cuerpo femenino encarado hacia el de él. De ningún modo ese hecho le importunaba, más bien al contrario, pues le resultaba halagador que la mera visión de su presencia fuera agradable para otras personas. Confiaba en que la damisela, si bien había sido ignorante del discreto escrutinio que realizó el joven actor, vislumbrara en su mirada un sutil destello que pudiera indicarle que ella irradiaba absoluta belleza.
Quedaba claro que no había nada mejor que la buena compañía para contemplar y disfrutar de una magistral obra de teatro.

Al captar su mirada hacia donde dirigía su atención la damisela, entendió al instante el silencioso pensamiento que habría cruzado por la mente de su acompañante, por lo que cogió ambas copas, que contenían aquél espumoso y embriagador líquido, y acercándose un par de pasos hacia ella, le tendió la copa que sujetaba en su mano izquierda. Aguardó pacientemente a que ella se acercara, con su porte galán y majestuosamente sensual; una auténtica delicia para los sentidos. Luego, una vez que ella cogió la copa con decisión pero con cuidado, alzó la copa que él mismo sujetaba a tan sólo un tercio de la altura de su brazo, en un clásico gesto de brindis.

− Brindo por haber tenido la suerte de haberla encontrado esta noche, mademoiselle Sérène –dijo con una pícara sonrisa y voz dulce.

Se mantuvo a la espera de que la joven dama respondiera a la invitación del chinchín, por lo que no haría amago de beber el preciado líquido hasta que ella no se hubiera pronunciado también. De otro modo, estaría siendo descortés para con ella.

Spoiler:

Sérène no se ruborizó por verse desenmascarada durante la admiración visual al que había sometido al joven actor, ya que tan solo había durado unos segundos y ese gesto era tan inocente que Monsieur Dómine podría pensar cualquier cosa de ella, todas ellas con las mejores intenciones, por supuesto. Y mientras, con suaves movimientos, deshacía el nudo que mantenía firmemente sujeta la dorada máscara alrededor de su rostro, notó la mirada color índigo recorriendo la figura de la hechicera con sumo esmero provocando que una extraña sensación de curiosidad, mezclada con la complacencia por sentirse admirada, recorriera todo su cuerpo.

Las sensaciones se fueron tan rápido como habían venido cuando Sérène desvió la mirada de la burbujeante bebida, ya que observó de reojo cómo su atractivo acompañante aferraba suavemente las copas de cristal tendiéndole justo después una de ellas a Sérène, no sin antes acortar la distancia que les separaba. Por su parte, Sérène se movió lentamente disfrutando de la vestimenta a cada paso que dio, que no fueron muchos puesto que la distancia que la separaba en aquellos distantes de Monsieur Dómine no era más de tres pasos.

La sibila cogió con cuidado y la presión adecuada para aferrar la copa sin que resbalara teniendo cuidado de no romper la copa. En el preciso instante que la piel tocó el frio cristal un agradable hormigueo recorrió toda su palma. Levantó su copa unos segundos después de que Monsieur Dómine hiciera lo propio con la suya.

– Por la fortuna que nos sonríe a ambos esta noche –ratificó dibujando una cálida sonrisa en su ya descubierto rostro.

Lentamente, Sérène hizo entrechocar su copa con la de Monsieur Dómine con un agudo y dulce sonido. Luego tomó un sorbo, degustando el vino blanco y espumoso, las burbujillas le hacía cosquillas en el labio superior, mientras su mirada permanecía fija en la del joven actor.

Resultaba curioso que se palpara la complicidad de ambos individuos en el aire pese a que no habían compartido más que un breve, aunque significativo, lapso de tiempo. El actor confiaba en que sus acciones –por desgracia, algunas más discretas que otras– no fueran tomadas a mal, y por lo visto, mademoiselle Sérène no parecía ser el tipo de damisela que se mostrase reservada con alguien que se hubiese mostrado tan atento y servicial para con ella.

– Es increíblemente hermosa… –pensó para sus adentros en cuanto tuvo ocasión de admirar la belleza de su rostro, una vez ella se había desprendido de la delicada máscara que ocultaba sus facciones.

Parecía una magnífica visión recién salida de los sueños de todo poeta.

Dedicó a su acompañante una arrebatadora sonrisa en el preciso instante en que ella se acercaba, aceptando su gentil ofrecimiento y manteniendo su sensual mirada de lapislázuli en la esmeralda de la damisela. Bebió un poco del líquido a la par que su acompañante, disfrutando del embriagador aroma que inundaba sus sentidos y el delicioso sabor que notaba en el paladar.

No apuró toda la copa, sino que bebió un corto trago para disfrutar de ese pequeño placer en profundidad. Observó que mademoiselle Sérène ingería una leve cantidad de alcohol, más que nada por si tenía que escanciar otro poco más del líquido en su copa.

Entonces se oyó un clamor proveniente de la platea: al parecer la obra iba a comenzar en breves instantes. Dejó su copa, que todavía contenía champagne, en la mesita que había entre las dos butacas, justo al lado de la cubitera que aún contenía la botella. Con un gesto, invitó a la doncella a que tomara asiento, aguardando a que lo hiciera antes de que él pudiera sentarse, mostrando la cortesía y amabilidad de la que había estado haciendo gala en todo momento.

– Disfrutemos del espectáculo, mademoiselle Sérène –dijo por encima de la algarabía que se había formado.

Y así, acomodándose en su propia butaca en cuanto la damisela se sentó, se dispuso a disfrutar de la obra. Se le hacía extraño ver una representación en la que él mismo había actuado horas antes, pero era una forma más de relajarse y deleitarse en las artes escénicas de sus compañeros de reparto.

En su más sincera opinión, la obra no estuvo realmente mal, si bien quien interpretaba a Mephistopheles parecía carecer de las más básicas capacidades de interpretación. Debido a ese motivo, durante el transcurso de la obra recurrió, en un par de ocasiones, al uso de su peculiar don de vista compartida, de observar desde más de cerca la actuación del susodicho actor. Cierto era que, mirando a través de los ojos del propio Fausto y de Gretchen, quedaba en entredicho sus dotes para adaptar sus expresiones faciales a la hora de introducirse en el papel del ángel caído.

Y es que no había papel más importante, sutil y complejo, que tener que vestir con los atuendos y la personalidad del soberbio y embaucador Mephistopheles que Goethe cinceló para su obra. Aquél ensayo, que de hecho, no estaba completamente terminado y no era más que una fracción tal vez un poco insulsa de lo que estaba destinado a ser cuando su autor la terminara de redactar por completo.
La historia narraba la curiosa historia acerca de una apuesta sobre la que dependía el destino del alma de un individuo, el Doctor Fausto, devoto de su Señor. Mephistopheles, al ver la fe que le profesaba, hizo una apuesta con el Altísimo para demostrarle que, con el tiempo y los medios necesarios, cambiaría la forma de pensar, y de creer, del Doctor, y si no conseguía hacerlo antes de que el hombre muriera, entonces el alma del Doctor viajaría al cielo. Sin embargo, no sería tan clemente su destino si el ángel caído resultaba victorioso en la apuesta.

Así es como se daba pie a la obra, planteando a los espectadores una decisión acerca de la moral y la ética que rodean la vida de cada persona. Tomando constantes decisiones, imitando las sempiternas disputas entre el bien y el mal capaces de manchar el alma sin mácula de quienes traspasan a la ligera la línea que separa ambos extremos.

Eran muchos los personajes de la obra que requerían una puesta en escena habilidosa, pero concretamente, los que más destacaban eran el propio Doctor y el ángel caído que lo guía en su odisea, siendo reveladora la escena en la que guía a Fausto a través de la noche para que admire la belleza de un infierno en la Tierra, puesto que a partir de ahí es cuando realmente comienza el conflicto moral para el infeliz Doctor y da inicio a la consecución de planteamientos por parte del embaucador emisario.

Los actos se fueron sucediendo, siendo el público testigo de las decisiones y las pérdidas que tuvo que sufrir Fausto, tales como perder a quienes amaba, entre otras arduas pruebas y calamidades. Finalmente, el cúlmen de la obra llega al alcanzar el Doctor la muerte, momento en que Mephistopheles se dispone a llevarse consigo su alma, debido a que venció en la apuesta, pero debido a los sentimientos puros que sentía Fausto por Gretchen, los ángeles vinieron a resguardar el alma del infeliz Doctor y se las arreglaron para derrotar, de un modo visual, simbólico pero esclarecedor, al ángel caído lanzándole rosas de amor que causaban quemaduras en la piel del antiguo serafín.

Fue entonces, al darse por concluida la escena de la corte celestial, cuando el público prorrumpía a vítores y aplausos mientras todos los actores de la obra hacían las acostumbradas reverencias. En el palco, Noah también aplaudía, si bien de forma más discreta, tras haber contemplado el transcurso de la obra.

Aún recostado en la butaca, cogió de la mesita su copa y bebió un poco más del champagne, que ambos habían ido bebiendo durante la obra y, además, él se había encargado de llenarle la copa a su invitada de honor.

– ¿Ha sido de su agrado, mademoiselle? –le preguntó, aunque intuía la respuesta que le daría la joven.

Sérène tampoco apuró su copa, no era apropiado para una madame respetable, tampoco deseaba que el alcohol recorriera sus venas alocadamente y sin remedio, nublaría sus sentidos. No permitiría que sus poderes pudieran escaparse de su control, porque no sabía cómo actuaría en tales circunstancias. Dejó la copa sobre la pequeña mesa, después de que monsieur Dómine hiciese lo propio, rodeándolo de forma elegante, suave y precisa. Y cuando la base acarició la suave superficie del mueble de caoba, escuchó el estruendo del público, aclamando a los actores que salían a escena.

Y cuando su joven acompañante le concedió el permiso para tomar asiento, Sérène no perdió ni un solo instante en complacerle, dispuesta a disfrutar del espectáculo. En el escenario había colocados adornos que, sin lugar a dudas, representaban el cielo y en escena, Mephistopheles y Dios apostando por la bondad del humano favorito del Creador. Curiosa forma de representar al Todopoderoso, pensó la sibila, viendo cómo éste caía en su propia soberbia y aceptaba la apuesta del diablo, y qué mejor como recompensa que el alma de aquel por el que apostaban: el alma de Fausto. Y así, cambiando el escenario de forma tan sutil que los espectadores se sorprendían, acontecieron los hechos de la obra.
En más de una ocasión, los efectos que empleaban la compañía de actores hicieron sonreír a Sérène, aún con los pocos medios disponibles en aquella época, lograban simular una magia capaz de hacer creer a todos los espectadores que aquello era posible.
Fausto pactó con el diablo: Mephistopheles debía satisfacer al humano en todo lo que éste quisiera mientras permaneciera en la tierra, y a cambio el mortal debería servir a Mephistopheles en la otra vida. Esto hizo que la hechicera se cuestionara hasta qué punto un humano era tan ignorante de su “más preciada posesión” que la vendían con suma rapidez al mejor postor. Por suerte Fausto poseía algo de inteligencia, y si durante el tiempo que Mephistopheles sirviera al humano éste quedaba complacido con algo que el diablo le daba hasta tal punto de desear vivir eternamente, la vida de Fausto concluiría en ese preciso instante.
La obra iba avanzando y la hechicera se encontró con más paradojas. Fausto estaba dispuesto a morir y servir al diablo el resto de la eternidad por conocer todos y cada uno de los secretos del ser humano, cuando después de eso no quedaría nada más.

Y a medida que iban transcurriendo las escenas, el drama reclamaba con más intensidad su papel protagonista. La última serie de acontecimientos se desarrollan frenéticamente, tanto, que Sérène se encontraba de pie, aplaudiendo con vehemencia a los actores que saludaban a sus espectadores. Se sintió libre de asomarse nuevamente por la pequeña baranda, intentando ver más de cerca a las actrices y actores que aun se encontraban sobre el escenario. La voz de su acompañante la hizo volverse hacia él, con una amplia sonrisa iluminando su rostro.

− ¿Bromea? ¡Me ha encantado! –no pudo evitar ser tan expresiva.

Al final, la idea de llevar a mademoiselle Sérène a contemplar aquella obra resultó ser un éxito, si bien el actor admitía que ése no había sido el planteamiento original que había surgido en su mente. A ciencia cierta, desconocía cuál había sido el motivo que le había impulsado a desviarse de su plan primordial, pero el joven suponía que había cambiado de parecer al ver el entusiasmo y la ilusión que centelleaba en los ojos esmeraldas de su acompañante.

No cabía lugar a dudas: antes de que fuera una espectadora más de la obra que tuvo lugar en el recinto, sólo en el instante en que contempló con sus orbes añiles a la damisela, pudo entender que la había atrapado la magia del teatro.

Noah permaneció en la butaca hasta el preciso instante en que la bella dama volvió a centrar su atención hacia él, después de haber pasado unos instantes correspondiendo con sus aplausos el magnífico trabajo que habían llevado a cabo los actores durante aquella representación. Caminó con sosiego hacia donde se encontraba ella, aplaudiendo a su vez mientras observaba con detenimiento el elenco de actores que saludaban a su público. El joven no pudo evitar reprimir una sonrisa cuando uno de los actores se volvió, por un instante, hacia el palco donde se hallaban ellos dos y ocultó una expresión de sorpresa al reconocer a uno de sus camaradas de reparto.

Claro que aquél gesto de sorpresa no llegó a asomar a los ojos, pero no escapó a la capacidad de visión de Noah… o de cualquiera que se fijase apenas un poco.

− Es grato saber que ha deleitado todos sus sentidos –susurró con un matiz seductor−, puesto que traerla a contemplar la obra desde el palco no era, precisamente, lo que había planeado. No obstante, me alegro de haber descartado la idea: de no haberlo hecho así, no habría podido contemplar la bella sonrisa que luce en su rostro.

El halago fue encomiable, pero nada más lejos de la realidad. Aún quedaba la segunda sorpresa de la velada, estrechamente relacionada con los sucesos breves del camerino. Sin embargo, dudaba si llevarla a los bastidores, pues no había más magia y hermosura que la puesta en escena de los actores y el attrezzo; separados no lograban gran cosa, pero unidos, conquistaban corazones.

La noche aún era joven, y para desgracia del joven lícano, no podría seguir disfrutando de la agradable compañía de la damisela eternamente. Ella parecía no mostrar prisa alguna en abandonar el lugar, más bien al contrario, así que por fortuna, aún dispondría de algo más de tiempo para estar en su presencia. Todavía tendría ocasión de agradecerle, en condiciones, que hubiera confiado en un individuo, prácticamente desconocido, cuando le propuso aquél curioso, y pensaba que inolvidable, rapto consentido.

Sérène permaneció unos instantes aplaudiendo y a la vez observando cómo monsieur Dómine hacía lo propio. Le gustó la forma que tenía de ajuntar las palmas para crear el característico sonido, era un gesto sencillo pero que decía mucho del joven de oscuros cabellos. En aquellos instantes la hechicera comprendió que el actor no era el arquetipo de la clase baja o media, sino que sus refinados movimientos lo alzaban a la clase acomodada; intentó sajarse de semejante irreal idea, no era posible ni creíble que monsieur Dómine trabajase como actor de tener una pequeña fortuna esperándolo en su lugar de residencia.

Así que Sérène decidió guardar para sí sus absurdas ideas y volver, de nuevo, su atención en los actores en el preciso instante en que uno de ellos miraba a su acompañante con un sentimiento que la joven muchacha no fue capaz de leer.

– ¿Quién…? –su pregunta quedó ahogada por el halagador comentario del galán caballero.

La sibila sintió un hormigueo, que para su desgracia comenzaba a ser habitual en presencia del apuesto joven, subiendo de la boca del estómago hacia sus carnosas mejillas. Apartó la mirada esmeralda de la cautivadora expresión del joven, la cual había regresado a sus ojos color cobalto al intentar hacerle la pregunta, para contemplar con suma tristeza cómo los actores iban desfilando sobre el escenario para abandonarlo, les siguió con la mirada mientras bajaban unas escaleras, que daban al pasillo por donde había subido Sérène hacia los camerinos, o eso creía la hechicera. Deseaba con todo su ahínco que volvieran a salir, ya fuera para volver a representar la obra de Goethe o cualquier otra, tanto daba eso, solo quería volver a disfrutar con la compañía de actores.

– ¿Quiere eso decir que esperaba mi visita? ¿Cómo? –preguntó con melódica travesura.

Habían pasado unos instantes de silencio en los que Sérène decidió que había llegado el momento de llevar la voz cantante, al menos todo lo que pudiese puesto que monsieur Dómine atravesaba fácilmente en sus defensas y la desarmaba con vergonzosa rapidez. Quería mover las fichas que el actor había puesto sobre un tablero imaginario de ajedrez y formar parte del juego que éste había introducido sin que ella fuera consciente. Volvió su cuerpo hacia él, sin vulnerar la distancia que separaban a ambos actores, y le miró directamente a los ojos sin la vergüenza y rubor que momentos antes habían coloreado su piel. Y con la mirada trató de acusarlo por haberla estado acechando durante no sabía cuánto tiempo y de haber planeado toda aquella velada con la única intención de conquistarla. Pensamientos que no creía ni por asomo, aunque solo deseaba devolver sus continuos sonrojos de una manera diferente.

A Noah le pareció completamente arrebatador el tenue rubor que creció en las mejillas de la joven madame. Sin embargo, no la había halagado para interrumpir el hilo de pensamientos, o el transcurso de las palabras, que la damisela demostraba. Lo había hecho porque le gustaba contemplar aquél sonrojo natural en las mejillas de porcelana de la joven, y además, no había exagerado ni mentido un ápice con las dulces palabras que brotaron de sus labios.

No obstante, las siguientes palabras que mademoiselle Sérène le dedicó, le dejaron un mal regusto de boca. Casi podía palpar claramente el significado de aquellas cuestiones, y ser, en ese momento, conocedor de que al final sus actos acabarían traicionándole. Entre las líneas del contexto, su acompañante le estaba dando a entender que esa actitud era bien propia de un acosador y de un vulgar rompecorazones, ya que otras cosas que guardaban estrecha relación no serían tan benévolas.

Aquello ofendió al actor, que no supo ver más allá de la acusación, sin saber si ella lo pensaba de corazón o si no se trataba más que de una jugarreta para desenmascararlo. Había tergiversado alguna de sus palabras o sus acciones, pero sin duda no alcanzaba a comprender por qué ella le acusaba de tamaña irresponsabilidad. De acuerdo, no había sido la mejor de las formas de acercarse a nadie, pero que ella pusiera en duda su integridad y su forma de ser, cuando no le había dado ningún motivo para que pensara de ese modo, causaba en él la apertura de viejas heridas.

Confianza, traición y soledad. Conceptos tan diferentes y tejidos del mismo hilo.

Aunque su cuerpo demostró silenciosamente el dolor que le causaban las palabras de ella, pronto volvió a recuperar su porte elegante, si bien se había abierto una brecha en la sempiterna máscara que lucía en sus facciones, de tal modo que, ni aún esforzándose, habría sido capaz de fingir; la sonrisa que asomaba a sus labios tenía un cariz triste, tanto como la dolida mirada que asomaba en sus radiantes ojos de lapislázuli.

Giró su rostro, incapaz de sostenerle la mirada. Invitarla a ver la obra era un plan improvisado que comenzó a formarse en el mismo momento en que la sorprendió infiltrándose en el recinto. Pero parecía que, una vez más, el sentimiento de querer confiar en alguien se volvía en contra del actor.

Era de esperar. Al fin y al cabo… ¿había alguna duda sobre quién era la bella y quién era la bestia? Puede que mademoiselle Sérène aún no supiera a ciencia cierta qué podía ser él, pero había quedado bien claro quién poseía dignidad y clase. Y a su entender, Noah carecía de ello, si había conseguido que una damisela lo confundiera con un vulgar acechador.

Con gesto distraído, acarició la copa donde momentos antes había estado bebiendo aquél brebaje tan exquisito, el dedo índice y el dedo corazón de su mano diestra recorrieron el borde de la copa, trazando sinuosos círculos que emitían un apenas audible sonido que se desvanecía rápidamente en la inmensidad del palco.

− No le habría dado demasiada importancia si me lo hubiera dicho cualquier otra persona... pero que usted me acuse de algo que me he esforzado en demostrarle que no era cierto, me ofende terriblemente –le comentó con voz apagada, y en sus palabras se podía entrever una disculpa −. Tiene los medios para comprobar que esto no era ninguna trampa urdida para faltarle al respeto de ningún modo.

» Y no sólo eso… la vida me ha enseñado a no bromear con los sentimientos, o las vidas, de personas que tengan ciertos dones. Normalmente prefiero evitar individuos que posean magia, pues tiendo a no sentirme cómodo en su presencia. Además, algo en mí denota a las claras que tampoco soy normal, e imagino que eso causa el conflicto.

Una breve pausa siguió a las palabras del joven. Cuando volvió a hablar, la aflicción había dado paso a un tono monótono, dando a entender que su acompañante no era la primera persona, y seguramente no sería la última, que lo desprestigiaba de esa forma.

− Si aún así, considera que todo lo que he hecho no ha sido más que gastarle una broma de mal gusto, le ruego me lo haga saber. No soportaría la idea de haber echado a perder una amistad a causa de mi actitud impulsiva aun cuando no pasaba por mi mente ninguna aviesa intención.

Guardó silencio, pacientemente, sin atreverse a volver el rostro hacia la damisela. Sus ojos esmeraldas se le habían clavado como saetas ardientes ante la posibilidad de una ruin ardid, y sus ojos añiles miraban vagamente la copa. Quizás la damisela se limitase a abandonar el lugar sin mediar palabra, o tal vez descargase en él la frustración que podía causar el galimatías que Noah le había expresado. Ya se había disculpado por si le dio una imagen errónea, así que más no podía hacer...

Consecuencias. Cualquier acto, palabra o pensamiento tiene sus secuelas, y Sérène no supo predecir que los efectos de las suyas fueran a obtener un agridulce resultado. Sintió cómo una capa dentro de monsieur Dómine se resquebrajaba cual tierra seca, cayendo los primeros granos de arena, como si su propio cuerpo pudiera percibir lo que el actor estaba sintiendo sin poseer las habilidades empáticas. Las facciones del joven muchacho eran el espejo de sus emociones e iban adaptándose a sus sentimientos como los colores pueden ir mezclándose entre sí.

Ofensa. Dolor. Tristeza. Los colores fueron cambiando mientras los pensamientos del actor recorrían su mente. Entereza fingida. Reflejos que Sérène aguantó con una expresión cada vez más vacía hasta que su propio juego, que tan solo había durado pocos minutos se rompió. Un pinchazo recorrió la zona donde el corazón latía desbocado, alcanzando la máxima comprensión del terrible error cometido. Y entonces Noah volvió su rostro, rompiendo el enlace de sus miradas. La gota que colmó el vaso del arrepentimiento de la sibila.

Fue entonces cuando la capa de supuesta frialdad se hizo añicos, sufriendo en su propia piel sentimientos dolorosos de aquella que ha traicionado a una buena persona sin tan siquiera pretenderlo que se intensificó, cuando monsieur Dómine pronunció su postura ofendida colmada de abatimiento acompañado por el distraído juego de dibujar la silueta de la copa con sus cuidados dedos.

La intensidad de los sentimientos de verse expuesta a su condición de hechicera por un hombre de alta clase pudo con la integridad de Sérène. Si todavía quedaba algo de inexpresividad vacía en su rostro, fue borrado por un frío viento que solo ella fue capaz de sentir. Había conseguido que el actor reconociese su condición de noble, pero eso no le causó satisfacción, más todo lo contrario. La muy torpe se había expuesto para que él hiciera lo propio. Pero descubrir que alguien se hace pasar por un actor teniendo sus raíces en el cielo no era lo mismo que desenmascarar a una hechicera. Si él la delataba estaba condenada a la hoguera. No podía permitirse el lujo de que monsiuer Dómine hablase, pero tampoco se permitiría ella embaucarlo con uno de sus sortilegios. Bien era cierto que en aquellos momentos el hombre estaba a su merced, podía hacerle hablar y encontrar las respuestas a su infantil curiosidad. Pero si no lo había hecho en el camerino, no lo haría entonces.

Oyó como las gentes comenzaban a abandonar sus asientos, regresando al calor de su hogar o yendo a un restaurant para debatir con sus respectivas parejas todas las ideas y opiniones que la obra había creado en el interior de sus cuerpos. Y sin embargo, Sérène no se atrevió a mover un solo músculo de su delgado cuerpo. Los murmullos fueron apagándose a cada paso que daban los allí presentes, hasta que al final solo quedaban un actor y una hechicera en toda la enorme sala. Nadie les molestaría, ninguno de los trabajadores osaría desgarrar su intimidad.

Sérène inspiraba y aspiraba, procurando no hacer el más mínimo ruido, haciendo trabajar a toda máquina su mente para salir de aquella situación sin hacer más daño. Dejó a un lado su condición, dejando simplemente que su condición de mujer fluyese por todas sus extremidades. Y cuando por fin habló, lo hizo de tal forma que no dejaba lugar a dudas de sus verdaderos sentimientos.

– Es cierto, podría leer alguna de las ideas que rondan en estos momentos por su cabeza, monsieur. Desconozco el momento exacto de cuándo me he desenmascarado, pero ha de saber que no emplearía mis habilidades contra usted –pausó unos instantes el torrente de palabras de excusa, volviendo a ser dueña de una respiración tranquila. Necesitaba permanecer sosegada–. No sabe cuánto lamento haberle ofendido, al igual que lamento haberle hecho creer que le veía con una imagen errónea de su persona y honradez.

La sibila hacía rato que no miraba el perfil de monsieur Dómine, no por vergüenza sino por respeto, miraba su propia copa, que descansaba sobre la pequeña mesa de caoba, y las pequeñas burbujas que continuaban su ascenso eterno. Luego cerró los ojos con fuerza y apretó sus fríos dedos contra sus palpitantes sienes. Aún después del ejercicio de respiración, aún procurando mostrarse tranquila, su cuerpo amenazaba con fustigarla con una tremenda jaqueca. Se lo merecía, pensó, y no haría nada por evitar tal mal, pues un mal mayor había recorrido el cuerpo del joven actor, un mal que no podía ser curado con un brebaje.

Una quimera de sensaciones formada por arrepentimiento recorrió cada molécula de su cuerpo. Se había entregado con tanta facilidad a todo lo que había surgido de improviso en su mente, que no había sido capaz de distinguir con claridad las palabras de la joven mademoiselle. Cuanto más las recordaba, más se convencía que no había sido sino una forma de seguirle la corriente.

Sin embargo, él se lo había tomado a mal, aún cuando las intenciones de la damisela habían sido bienintencionadas. ¿Acaso él no habría reaccionado de una forma parecida de haber sido la víctima constante de un trato que lo hiciera sonrojar? O cuanto menos, que le incomodara debido a los halagos…

Pero, a decir verdad, no habría podido ponerle remedio. A fin de cuentas, no era más que un licántropo, por mucho que se diera ínfulas de ser algo distinto, tanto en personalidad como en el aspecto físico que adoptaba cuando sucumbía a la transformación; podía procurar resistirse cuanto quisiera, pero más tarde o más temprano, las profundas raíces de lo que era en realidad le pasarían factura.

Como había ocurrido en esta ocasión, pues su auténtica naturaleza le había pasado factura.

Por ese mismo motivo, se sintió despreciable al oír la réplica de la joven dama, siendo testigo de lo que había logrado con esa actitud. Sólo porque ella había intentado seguirle el juego y él se había visto desprotegido sin su máscara. A fin de cuentas, no era tan malo que alguien quisiera bromear con él, o incluso dedicarle alguna palabra amable. ¿No era eso lo que tendía a hacer él si la situación lo ameritaba?

Las palabras de disculpa que le dedicó la joven hablaban mucho a su favor; estaba dispuesta a pedir perdón pese a que no tenía la culpa. Quedaba claro que su nobleza estaba más allá de lo que ella misma pudiera considerar.

No le incomodaba en demasía que su acompañante dominara las artes mágicas, aún desconociendo sus habilidades, pues lo único que había podido adivinar con anterioridad era que tenía dominio sobre ella (su aguzado olfato le había advertido sobre eso), pero si pese a todo lo ocurrido, no había optado por emplear sus cualidades, era una forma de demostrarle que no tenía malas intenciones.

Noah suspiró, agotado, mientras se dirigía con pasos lentos hacia su acompañante. La algarabía que momentos antes reinaba en el recinto, se había desvanecido por completo, quedando únicamente ellos dos en el recinto.

− Soy yo quien le pide disculpas, mademoiselle Sérène, aunque no se puede esperar demasiado de alguien de mi ralea –susurró con una triste sonrisa en sus labios−. Lamento de veras lo ocurrido, y ruego sepa perdonarme el hecho de haberla arrastrado prácticamente a la fuerza durante esta velada. Si tan siquiera pudiera poseer un tercio de la nobleza de la que usted hace gala…

−...no habría sucedido ningún malentendido –pensó para sus adentros, si bien la frase se entendió por el contexto, de modo que flotó silenciosamente en el espacio que separaba ambos cuerpos.

Dudaba que la joven damisela accediera a volver a verle si le revelaba qué tipo de ser era. Algo inhumano, no más que un monstruo, que era tal y como Noah se sentía después de haber hecho asomar la compunción en el rostro angelical resaltado por dos orbes esmeraldas. La seria expresión parecía no hacer justicia en el rostro de la damisela, puesto que no había sido esculpido para albergar sentimientos negativos.

El poder de las palabras es casi infinito, con cada juramento el alma está en peligro si éste no se cumple. Algunos insensatos las emplean pensando que son simples vocablos. Pero para Sérène eran mucho más, como pudo comprobar aquella noche. Cuando se disculpó por su falta de consciencia, por haber intentado seguir el juego sin saber las reglas, lo había dicho con el corazón pero no esperaba causar, de nuevo, que la voz de monsieur Dómine sonara llena de tristeza.

Sérène había separado lentamente sus dedos de las sienes, procurando no hacer ningún gesto brusco, intentando no alarmar u alterar más el estado inestable del actor mientras éste se fue aproximando a ella, pero había permanecido con los ojos cerrados, motivo por el cual notaba más intensamente segmentos de sus pensamientos. La hechicera suspiró tan suavemente que con suma dificultad habría sido reparado el gesto, mientras abría los ojos esmeraldas y se volvía lenta y completamente a su acompañante.

Quiso tocarle la mano, transmitiéndole con gestos lo que con palabras seguramente no creería. Quiso ser más osada aún y deseo poder abrazarlo, como una madre abrazaría a un niño perdido. Pero la sibila no se atrevió. Y sin poder controlar su don al igual que no puede ser controlado el latido del corazón, éste envolvió el torso del hombre sin apretarlo, simplemente acariciándolo, haciéndole sentir la calidez de la comprensión, la suavidad del saber que no hay nada que perdonar ni ser perdonado y la tranquilidad de sentirse en buenas manos. Fue algo parecido a un abrazo, un abrazo sin consistencia.

Fue un acto involuntario y sin malicia, aunque Sérène deseó que no hubiese ocurrido. No pudo controlar el flujo mágico, seguramente por culpa del alcohol que había ingerido ya que no estaba acostumbrada a sus efectos. Sérène volvió a convertirse en una estatua humana, temerosa de la reacción de monsieur Dómine, aunque su cerebro la recriminaba por ser tan poco cuidadosa. Permanecía con la mirada fija en la del actor, en el fondo de su cristalina mirada había el temor que sentía por haber fastidiado lo que parecía una reconciliación.

Lo cierto era que, aún sin quererlo, habían estado conectados durante el proceso. Tal vez fue el destino y no el alcohol el que había decidido que el proceso era necesario para ambos. Sérène desconocía qué había vislumbrado el actor, pero lo que la hechicera vislumbró la dejó desconcertada. Ese tipo de conexiones nunca mostraban imágenes claras por lo que ver la luna llena en una noche estrellada, una joven muy parecida al joven de oscuros cabellos y una bruja con una mirada más fría que el hielo.

– Yo… lo, lo siento. No sé qué ha pasado pero no volverá a ocurrir –tartamudeó, raramente tartamudeaba.

Volvió a desviar la mirada, confusa por lo que había visto. Las imágenes fueron grabándose poco a poco en su palacio de la memoria y siendo consciente de que eran importantes para el caballero decidió guardar silencio y discreción con el asunto, a no ser que monsieur Dómine le preguntara por lo que había visto.

La situación parecía irse volviendo tensa por momentos. Cuanto menos, reinaba la inquietud en el palco; un desasosiego que se veía aumentado por el sentimiento de culpabilidad de la damisela, o bien por la tristeza que parecía haber hecho mella en él. El silencio que ahora habitaba en la mayor parte del recinto del teatro no ayudaba demasiado. Daba la sensación que, en ese instante, fueran ellos dos los protagonistas de un drama o una tragedia.

Debido a que él había sido el principal, y único, causante del malentendido, estaba en sus manos ponerle remedio, aún cuando disponía de cierto margen para enmendar su error.

Aunque momentos antes había alzado el rostro hacia el de su acompañante, no fue hasta el mismo instante en que ella volvió a abrirlos que no pudo volver a admirar su mirada glauca. Evidentemente no estaba libre de contrición, lo que provocó que Noah sintiera el impulso de coger las manos delicadas de la dama entre la suya y lograr evaporar los sentimientos que la anegaban por dentro.

Desconocía cuál podría ser el siguiente curso de acción que siguiera la joven. Sin embargo, esperaba alguna señal, tal vez una sonrisa sincera y sin rastro de compunción, o un centelleo en los ojos que le diera a entender que no sucedía nada, que su actitud podía quedar relegada al olvido. Se aferraba a esa idea como un náufrago pondría todo su tesón en un pedazo de madera a la deriva. De ninguna de las maneras estaba dispuesto a aceptar que hubiera echado a perder una noche tan entretenida.

Sintió una cálida y envolvente sensación a la altura de su tórax, que con cierta indecisión, se extendió por su alrededor como si fuera un cariñoso abrazo formado por delicadas mariposas que aletearan en la superficie de su piel. Que su respiración se detuviera por un instante fue una reacción natural, un mero reflejo, pues nunca antes se había visto expuesto a una magia que no quisiera corromperle, ya fuera por dentro o bien por fuera. Entonces las palabras de mademoiselle Sérène resonaron de nuevo en su interior, reforzando la suavidad y dulzura con la que lo envolvía la magia de su dueña.

−…ha de saber que no emplearía mis habilidades contra usted…−

Sabía que esas palabras eran del todo ciertas, y recordarlas le proporcionó el sosiego que necesitaba, del mismo modo que una fina lluvia arrastraba hacia el suelo los pensamientos desalentadores que en ocasiones le habían invadido.

Pero no pudo prevenirse para lo que vino a continuación.

Su mente retrocedió de forma vertiginosa, siendo apenas un torbellino de imágenes borrosas que parecían que iba a engullirle y a destrozarle. Nunca antes había sido tan doloroso, tal vez el hecho de haber bebido una cantidad moderada de alcohol, junto con las capacidades de la joven, habían causado ese fenómeno. La agonía, que le recorría por dentro, fue in crescendo a medida que se alejaba más y más del presente.
Ni siquiera en esta ocasión, su Mnemonismo tuvo piedad y apenas le mostró unos leves detalles: una hermosa luna llena que se alzaba, desafiante, en el horizonte, en compañía de su consorte de estrellas; una doncella de aspecto frágil, a todas luces una bruja, cuya mirada podía alcanzar a quemar de lo fría que era; y, por último, una linda joven cuyo rostro, ojos y rasgos parecían encajar con los de Noah…

Se trataba de su hermana pequeña, Sasha. Por vez primera, pudo ver su rostro, aunque sin demasiada nitidez, de modo que no adivinaba a distinguir el color de sus ojos.
Entonces era cierto, no era un burdo truco de su mente alterada por la conversión. Una vez tuvo una hermana.

De vuelta al doloroso presente, apenas fue consciente que, aquello que él había alcanzado a vislumbrar, probablemente mademoiselle Sérène también lo habría hecho y sin sufrir agonía. Ese hallazgo sobre su pasado le afectó como si recibiera un fuerte impacto que no sólo le hizo temblar, sino que su respiración se vio gravemente afectada. Rompió el contacto visual con la joven por el shock y luchó por respirar de nuevo, llevándose una de sus manos al pecho mientras que, con la otra, se aferraba a la pequeña baranda que protegía de la caída hacia la platea. Entonces sus oídos lograron captar las indecisas palabras de la damisela.

Entre leves jadeos, se esforzó por mirarla sin que hubiera rastro de acusación, y la forma en que ella había desviado la mirada se le antojó mona, entendiendo de esa forma que la damisela habría alcanzado a ver algo. Lo más probable es que pudiera intuir la naturaleza de lo que Noah era en realidad. Logró esbozar, a duras penas, una sonrisa totalmente sincera.

– Espero que no viera nada desagradable, mademoiselle Sérène –confesó con un bajo tono de voz, puesto que iba recuperando gradualmente la respiración–. Aún habiéndose hecho justicia poética, confío en que ahora pueda comprender mejor el motivo de mis acciones…

Su tono, que era lo más dulce que podía llegar a ser en su condición actual, demostraba que no culpaba a la joven dama por lo ocurrido. Intentó incorporarse para no estar en una posición tan desfavorable, pero sus fuerzas flaquearon y se derrumbó sobre la barandilla; tal y como estaba colocado, resbaló en el suelo del palco pero su mano se asía con fuerza de la barandilla, de modo que se vino abajo en el mismo palco, sin que hubiera, en ningún momento, peligro de que su cuerpo se precipitara hacia abajo.

Todo estaba ocurriendo tan rápidamente que no le dio más vueltas a las imágenes que había visto, no era momento de analizar o cuestionar nada. Que hubiese o no vislumbrado algo desagradable era lo que menos le importaba a Sérène en aquellos instantes, teniendo al lado a monsieur Dómine sosteniéndose en pie a duras penas y respirando entrecortadamente, procurando que el oxígeno llegase a sus pulmones con más normalidad. La hechicera jamás había estado en una situación como aquella, no sabía cómo se procedía en aquellos casos para que el muchacho se tranquilizase al tiempo que no se atrevía a hacer absolutamente nada para no provocar que su estado empeorase.

Sin duda lo que él había visto le había afectado tanto que ahora estaba en una precaria pelea contra un desmayo inminente. La sibila le miró con la preocupación dibujada en cada una de las células de sus facciones. Cuando el actor intentó erguirse del todo, sus pies no pudieron sostener por más tiempo su cuerpo musculado, cayendo éste al suelo con un desagradable, aunque seco, golpe. Por suerte, la cabeza no chocó contra el suelo, eso hubiera sido desesperadamente malo para la vida del joven.

Rápidamente, Sérène cayó junto al joven con la tensión recorriendo su espina dorsal como si fuera millones de pinchazos. Sostuvo delicadamente entre sus frías manos el pálido rostro de Noah y comenzó a recorrer todos y cada uno de sus rasgos para comprobar su estado, aunque para ello únicamente les separaba un palmo de ambos rostros. No le importaba si el joven se resistía, sentía vergüenza o desagrado ante el contacto, lo único importante entonces era que él estuviera bien. Apartó delicadamente un mechón que caía sobre uno de aquellos preciosos ojos color aguamarina y recorrió con las yemas las mejillas bien afeitadas. El corazón de la mujer latía con fuerza contra el corpiño.

La hechicera suspiró, más tranquila, al terminar de comprobar que la cabeza no había sufrido ningún daño. Se separó lo suficiente de monsieur Dómine para poder recorrer cómodamente con las manos el torso y los brazos del caballero hasta llegar a los dedos, no sin antes asir suavemente la fuerte y cálida mano que continuaba aferrada a la baja baranda, y colocar en una posición más cómoda al actor. De nuevo, suspiró aliviada. No parecía que el joven hubiese sufrido ningún tipo de lesión, seguramente solo le saldría un doloroso cardenal en las nalgas, pero con el tiempo, más uno de los brebajes de Sérène, curaría sin más consecuencias.

– Que no se te vuelva a pasar por la cabeza asustarme así de nuevo, ¿me has entendido, Noah? –Murmuró aún con inquietud. Con la acumulación de emociones olvidó tratarlo de usted.

Miró unos instantes a su alrededor, preguntándose por qué nadie había aparecido por el palco tras el sonoro golpe. En el recorrido, encontró la máscara dorada sobre la pequeña mesa y, sin llegar a levantarse, la tomó entre sus manos moviéndola hasta que la forma de la nariz quedó al otro extremo de la palma. Se sentó sobre sus piernas, acomodando el vestido y, con precisos y rápidos movimientos de muñeca, empleó la máscara para remover el aire del lugar para dirigirla a la cara del muchacho. Le miró con la sombra de preocupación aferrada fuertemente a sus verdosos ojos.