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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Sáb Jun 09, 2012 8:42 pm


¿Cuántas personas deambulan en este mundo sin preocuparse sobre el pasado, o el presente, mucho menos el futuro? ¿Cuántas personas que sólo se ocupan de sus labores diarias? Bastó sólo una charla con el amo de llaves para quie Pierre se dispusiera a ver a esa mujer. Le había escuchado el nombre a su difunta madre, el último de sus suspiros fue la identidad de ella y el apellido directo de su padre. Lo peor no fue saberse adoptado, ni mucho menos, lo que en verdad hirió su orgullo fue pensar que su padre lo había abandonado. Abatido por miles de preguntas retorciéndose en su cabeza, caminó por las calles de parís, su vista se mantenía delante de sus pies, las manos en los bolsillos, el ceño fruncido y el odio destilándose en cada uno de sus poros. Ni siquiera la imagen de aquella cortesana podía disminuir la rabia que se apoderaba de él en ese momento. Ya tenía planeado el cómo hablar con esa tal Bárbara, lo iba a escuchar, después de todo él es el heredero a toda la fortuna de Turner, ¿No es así?

Por su camino se atravesó una piedra la cual fue pateada con desprecio y fue a dar hasta un charco. Había caído una llovizna por la mañana y los estragos aún podían percibirse en las calles. La gente lo miraba, las damas lo saludaron en algunas ocasiones ¿Cómo pasar desapercibido su atractivo? Pierre les regaló una mirada despectiva que a más de una insultó. Poco le importó al muchacho saber si las hirió o no, total… sólo eran mujeres, hembras que sirven para reproducirse y no para pensar. Ahora más que nunca, estaba enfadado con ellas, saber que su verdadera madre fue una cortesana, fue un golpe bajo, entender que probablemente tendría que obedecer las órdenes de una…. Para conseguir el dinero de su difunto padre, eso era simplemente inaceptable.

De pie frente a la mansión de la fulana, se quedó observando los detalles de la casa. La elegancia que portaba, lo fino de la madera y la forma en la cual se edificaba por encima del suelo. Era un hermoso hogar, se preguntó entonces, cuánto valdría en el mercado una lujosa propiedad como aquella. Por que eso es lo que buscaba, dejar a la mujer de su padre en la calle, sin nada en lo que caerse muerta. Tenía que hacerle pagar a ella el hecho de que el hombre que lo trajo a la vida lo haya abandonado a la suerte de una vil ramera como su madre. Tragó saliva al recordarlo, intento no golpear la verja de la entrada para no llamar la atención y se mordió la lengua en el esfuerzo por no escupir toda esa maldita rabia. Le dolía, le calaba de forma indescriptible todas esas pequeñas bofetadas de realidad. Él quien presumía de su estatus ante sus amigos, él quien se regordeaba ante la sociedad por ser uno de los mejores herederos del Sacro Imperio, con su apellido de significado poderoso y perfectamente posicionado en la historia, no era más que un bastardo. Llamó a la puerta y esperó respuesta, sería mejor que quien abriera fuese un empleado y no la misma chica a la que iba a ver, porque no ser así el golpe que tenía preparado en su puño derecho lo recibiría ella…
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Mar Jun 12, 2012 10:52 am

La reunión se extendía hasta el atardecer. Bárbara se encontraba exhausta, horas y horas de negociaciones con cinco hombres que la subestimaban por su condición de mujer y que insultaban su inteligencia con miradas solapadas y comentarios irónicos. Su admirable temple, se mantenía intacto, aunque, la paciencia, tendría un límite, al cual no quería llegar. Sin embargo, al caer la noche, los había agasajado con aperitivos y bocadillos y, de esa manera, había conseguido ganarse su respeto. Eran tan básicos… Uno solo de ellos, de alrededor de unos cuarenta años, que había concentrado su mirada en sus pechos durante esas siete horas, había terminado por convencerse que la joven era más que una cara bonita o un apellido importante. Los otros, sin embargo, habían intentado cortejarla sin tapujos, y a pesar de intimidarse, jamás lo demostró, y su educación y buen trato predominaron.

Las domésticas ingresaron a encender las luces de la sala de reuniones. Y a pesar de que la iluminación era estupenda, se sentía completamente en la oscuridad. Desde su lugar en la punta de la mesa, lograba ver cómo la luz de cada hogar y de cada sitio de París, comenzaba a prenderse. Un incómodo silencio se produjo hasta que las mujeres terminaron su tarea y se retiraron. La discusión continuó, dos de los hombres, que se notaba que eran nuevos en todo aquellos, comenzaron a elevar el tono de voz, y hubo que separarlos para que no llegaran a los golpes. Bárbara se tomó la frente e intentó serenarse para no echarlos a todos, por su falta de caballerosidad. Se disculparon, sin embargo, el clima hostil continuó.

Tras unos largos minutos más, ingresó otra vez, una de las domésticas y le preguntó a Bárbara al oído si esperaba otra visita, puesto que había alguien en la puerta. La muchacha se sorprendió, no había concretado ninguna cita más para ese día, pensó que podía ser alguien pidiendo caridad, a lo que la señora le respondió que estaba vestido de manera muy elegante como para ser un mendigo. Pidió permiso y se retiró junto a la mujer a un cuarto contiguo. Quedó pensativa unos segundos, tenía mucho que atender todavía, no había conseguido que los hombres firmaran el contrato,, además, ya era tarde y debía descansar. Sin embargo, algo en su instinto le decía que debía atender ese asunto, no sabía especificar la razón, sólo podía dejar seguir su intuición. Ordenó que lo hiciera esperar en su escritorio y que lo dejara custodiado por alguno de los empleados más jóvenes y robustos que había, que le ofrecieran algo de beber y que le informaran que ella estaba muy ocupada, que si tenía tiempo, que esperara. Volvió a su sitio junto a los señores.

La empleada se abrigó y salió a atender al hombre que se encontraba fuera de la propiedad. Mientras ingresaba junto a él, reproducía las palabras exactas de Bárbara. En el interior, otras dos ya lo esperaban con una bandeja con diversos vasos y brebajes con y sin alcohol, Lo guiaron hacia el despacho de la señora de la casa, que se encontraba en la planta baja, cruzando el pasillo que se abría a la derecha de la gran escalinata de mármol que había en el vestíbulo. El lujo, los aromas frescos y una cálida temperatura, engalanaban la imponente morada. El estudio de la joven tenía todos los toques femeninos, era un sitio que ella había elegido modificar por completo, con muebles de madera en color oscuro y barnizados, la alfombra azul con garabatos indúes en las diversas tonalidades de color crema, un sillón de tres cuerpos, con almohadones tapizados haciendo juego con la alfombra, una biblioteca muy extensa, cuadros de paisajes enmarcados en oro, las cortinas de terciopelo cerradas, también en color azul noche bordadas en los extremos con hilos de oro, algunas flores dentro de un jarrón que era lo único que había sobre la mesa junto a una pluma y a una pintura miniatura con el rostro de una mujer, que era su madre. A pesar de la sobriedad, los detalles hacían denotar que ese sitio era habitado por una dama. Las mujeres se retiraron y dejaron al muchacho acompañado por el empleado, parado rígido junto a la puerta, como si fuera un centinela.
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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Miér Jun 20, 2012 10:36 pm


Al destino le gusta jugar, es un placer para él tener todas las cartas sobre la mesa y elegir el as bajo su manga para que así todo se vaya por un tubo, no le importa el esfuerzo de los demás y mucho menos la cantidad de pérdidas que habrá si él gana. Después de todo el destino es humano también, ergo, su avaricia es la misma…

Esperó a que le abriesen la puerta, los minutos no pasaron en vano, para cuando el hombrecillo fue atendido por uno de los sirvientes, su impertinencia se había esfumado casi por completo. Con una sonrisa amable pero hipócrita le pidió a la doncella el ver a su ama, la comunicación fue sencilla pero ella comentó que su señora estaba ocupada a lo que Pierre hizo una mueca inmediatamente. Se plantó con los brazos cruzados bajo el umbral de la puerta, sus comentarios fueron un poco agresivos pero las mujeres como ella ya estaban acostumbradas a ese tipo de tratos, después de todo era para lo único que servían o ¿No? ¡Tonterías! Pierre era un machista excepcional, nunca le agradeció a su madre adoptiva todos los esfuerzos que hizo por él y, aunque despreciaba a su padre por haberlo abandonado, regularmente se cuestionaba hacer lo mismo en caso de estar en los zapatos del difunto anciano. Después de conversar hostilmente con la joven, al fin pudo entrar a la casa.

Su primera impresión fue un golpe bajo para sus ojos, tanta maldita decoración innecesaria hacían de la cas un sitio bastante incómodo. No le gustaba la forma en la que se encontraba el interior y, era evidente que no le agradaría en lo más mínimo sin importar lo que tuviese, el objetivo de su rencor se encerraba en la dueña… Bárbara. Al menos conocía su nombre. Rodó los ojos cuando se le confesó debía esperar a que la señora se desocupara. Fue atendido de inmediato, gesto que agradeció efímeramente, pues eso no quitaba el hecho de tener que quedarse allí más rato del que tenía planeado. Se negó a tomar una copa y le dedicó un último vistazo a la decoración. Tanto artilugio femenino le daba ganas de devolver el estómago. Su vista se paseaba desde el jarrón con las flores hasta las pinturas en los muros, si su madre viviese en ese lugar se volvería completamente loca. Pudo apreciar ciertas similitudes en cuanto a los gustos, por ejemplo el color del jarrón y la perfecta sincronía con el resto de la habitación para que todo quedase en armonía. Los matices en la coloración no variaban mucho lo cual provocaban ese efecto cálido en el lugar, pero si se lo preguntaban a Pierre, prefería mil veces lo lúgubre de una vieja cantina a eso.

Giró sobre sus talones y se topó con la sorpresa de verse vigilado. Un muchacho idiota de pie frente a él, observándolo como si fuese un ladrón o algo por el estilo. Pierre sonrió despreocupado, con la ceja en lo alto. Tomó una de las copas que se encontraban encima de aquella bandeja plateada, se sirvió del trago y le dio un sorbo. Lo amargo del alcohol lo hizo esbozar un gesto casi imperceptible. –Créame señor, que no estoy aquí para ocasionar problemas, sólo vine a reclamar lo que es mío. ¿Podría por favor dejar de mirarme tan despectivamente?- Hace la pregunta mientras se encamina a él, el taconeo de sus zapatos deja un pequeño eco en el pasillo. –Vaya y dígale a la viuda que su hijastro quiere verla- Una sonrisa tétrica se dibujo en sus labios al ver el rostro ajeno lleno de impactante sorpresa.

Escuchaba los murmullos desde ahí. Enfocó sus sentidos, frunció el ceño y prestó atención. Tras la muerte de su padre, seguramente pensó que todo el dinero pasaría a sus manos pero la verdad es que jamás imaginó que tendría que lidiar con una mujer. Pero eso no era lo que irritaba al pobre de Pierre, le llamaba la atención el hecho de conocerla, poder verla a los ojos y preguntar “¿qué tiene usted que no tenga mi madre?” La personalidad de Pierre era complicada, por mucho que odiara a las mujeres, por más machista que fuese no se le olvidaba que tuvo una madre, para bien o para mal lo sacó adelante y, aún cuando su muerte le había parecido indiferente, no fue así. Las máscaras siempre ocultan la verdad, para Pierre, esas máscaras eran su verdad. Sintió un impulso por ir a interrumpir la reunión que Bárbara tenía con esos señores tras escuchar algunas cosas sobre las firmas y el traspaso del “negocio”. Quizá no estuviese familiarizado con la situación actual en la que se quedaron las posesiones de Turner, pero al escuchar el apellido supo que aquello también lo involucraba a él. Estuvo a punto de patear esa puerta cuando, alguien desde adentro la abrió…
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Miér Jun 27, 2012 12:39 am

Señores, considero que ésta reunión ha llegado a su fin. Ustedes no están teniendo el comportamiento adecuado frente a una dama, que en éste caso, es una igual, puesto que estamos hablando sobre lo mismo —hizo una pausa para mirar a cada uno a los ojos— Continuaremos con las negociaciones mañana por la mañana.

El tono firme se contradecía con la cadencia del sonido de su voz. Bárbara había articulado cada palabra con mesurada vehemencia, deseaba liberarse de esos sátrapas maleducados. La miraban desconcertados, en los ojos de uno vio un dejo de rencor, no era para menos, una joven de tan sólo veinte años, les estaba enseñando cómo manejarse en esos asuntos y, para colmo, se atrevía a echarlos de su casa. Ella era consciente de lo que generaba en el sexo opuesto, ese resquemor indescriptible y ese deseo de dominarla y doblegarla, lo percibía cada vez que se encontraba en ese tipo de circunstancias, donde los egos se entrecruzaban y batallaban, regodeándose en su propia sangre, hirviéndose en su propio recelo.

Los hombres, sin salir de su asombro, murmuraron una disculpa. La joven se levantó de la silla con lentitud, hizo sonar una campanilla e, inmediatamente, una fila de empleados apareció con los abrigos de cada uno de los invitados. Estaba todo terriblemente sincronizado, los presentes no se explicaban cómo era capaz de semejante despliegue de orden y fidelidad por parte de personas que, según los cánones sociales, eran inferiores. Bárbara tenía la respuesta: el premio y el castigo. Ella fijaba las pautas claras con sus subordinados, si alguien desobedecía o no cumplía a su debida manera, recibía una reprimenda, generalmente se descontaba parte de su sueldo, si al finalizar la semana no había habido errores, les agregaba horas libres a los días de descanso. Sólo un par de veces tuvo que lamentar el aplicar el rigor con alguno, para pesar de ellos, terminaron desempleados. No era una mujer despiadada, todo lo contrario, pero le gustaba mantener todo en su lugar.

¿El…hombre que me dijo está en el escritorio? —preguntó mientras se dejaba caer sobre una silla cuando los invitados se hubieron retirado. —Anne, por favor, ayúdame con mi apariencia, debo estar terrible —contestó en cuanto la mujer le confirmó la presencia del desconocido.

La doncella se apuró a retocarle un poco el peinado, un recogido sencillo. Destutt de Tracy se dirigió al toilette y se enjuagó la cara, humedeció sus manos y con ellas se recorrió la nuca, la garganta y el pecho para refrescarse. Se secó procurando no enrojecerse la piel, se colocó perfume en el valle entre sus senos, detrás de las orejas, y en las muñecas, se pellizcó los carrillos para darle color a su rostro. Salió alisándose el vestido, y Anne la esperaba con el carmín para pintar sus labios. Su despacho se encontraba en la habitación contigua, y en el silencio reinante, podía escuchar los pasos, al traqueteo en el suelo de madera y una voz masculina se filtró en el aire. Las dos mujeres se miraron, la doméstica la tranquilizó diciéndole que Artrie estaba encargado del control, sin embargo, algo en su fibra más íntima, le decía que el desconocido representaba un problema.

Suspiró profundo y se encomendó a Dios antes de girar el picaporte de oro e ingresar. Se encontró con el muchacho a una distancia poco prudencial de la puerta, lo observó de pies a cabeza con disimulo, era elegante, sin embargo, algo en la mirada del joven le dio desconfianza. Con su porte de reina, que a pesar de su baja altura le otorgaba un halo de misticismo e inalcanzable, cruzó el umbral. Descubrió a Artrie algo desconcertado, algo extraño en él, que solía mostrarse imperturbable, ¿quién era el individuo? No supo por qué, pero lo miró desafiante, un instinto de felino en peligro le erizó la piel de la espalda. Hizo dos pasos, volvió a analizar al hombre y le resultó familiar, la curiosidad la carcomía.

Debo suponer que para presentarse en horas tan poco convencionales en un hogar decente, el asunto que lo trae es de importancia —comentó sin un tono definido en su voz— Me presento, Bárbara Destutt de Tracy viuda de Turner, ¿con quién tengo el placer? —finalizó con una expresión neutra en su rostro,

No podía explicar el por qué, pero el aire estaba viciado. A lo lejos, se escuchaban los últimos movimientos de la mansión. Tanto Artrie como Anne se mantenían expectantes, ellos también podían sentir la tensión, no sabían si retirarse o quedarse allí. Por las patillas del empleado corría transpiración, algo que Bárbara pudo notar a pesar de encontrarse lejos, pocos detalles podía pasar por alto, era extremadamente observadora. Sin haber escuchado al extraño, supo que era una persona resentida, caprichosa y soberbia. Hay seres que tienen la habilidad innata de ver la esencia de los demás sin necesidad de hechizos ni poderes especiales, ella era una de esos tantos, una mujer común, una muchacha como cualquiera, que había aprendido a distinguir el mal del bien, en cuanto se cruzaba con alguno de ellos.
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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Sáb Jul 21, 2012 1:03 am

El impacto fue ensordecedor. La mirada del empleado se clavó directamente en sus ojos, la mueca realizada fue despectiva, sospechosa. Pierre fue observado de los pies a la cabeza con un dejo de sorpresa, poco faltó para que los orbes del extraño se saliesen de sus cuencas y por el contrario de quienes lo escucharon, el joven esbozaba una sonrisa aprensiva en sus labios. Cobraría con creces las faltas cometidas por ese hombre que los abandonó a su suerte, le pagaría crédito al demonio de ser necesario pero ninguna mujerzuela tendría la oportunidad de quedarse con todo el dinero que el señor Turner hubo acumulado a lo largo de su vida, para eso tenía descendencia ¿No es acaso que los hijos se quedan con todas las pertenencias de los padres al fallecer estos? La altanería se destiló por cada uno de sus poros y, para cuando el hombre reaccionó, Pierre ya estaba en pose de ataque. No permitiría que lo echasen de ahí sin antes hablar con ella, se creía con el derecho de poder poner un pie a esas horas de la tarde, con esos afanes machistas y sin sentidos, sólo porque la casa también le perteneció a su padre. Un muchacho imprudente y estúpido.

La mirada de Bárbara se clavó en él y la vorágine de sensaciones comenzó a recorrer cada terminal nerviosa de su cuerpo. ¡Maldita, maldita mil veces sea esa mujer! Observó cada detalle en ella, desde los pies hasta la última fibra de su cabello. Era hermosa. Quedó boquiabierto al mirarla tan jovial y radiante, su porte era el de toda una condesa y supo que no la tendría fácil con ella. Continúo con su silencioso estudio. La curva en sus pechos destelló ante él, la piel blanca sobresalía por encima de ese corsé que… Grrr. Rugió. No podía creer lo que sus ojos veían ¿Cómo era posible? ¡Apenas si tenía la misma edad que él! ¿En qué demonios pensaba su padre? Pero si se lo llegasen a preguntar, él también se acostaría con Bárbara. Su mirada se nubló por completo al toparse con sus zafiros, ¿Acaso era…? ¡NO! ¡Imposible! Esa desgraciada mujer no podía, no tenía que ser la cortesana, SU cortesana.

Carraspeó incorporándose de inmediato. Retrocedió un par de pasos sin perderla de vista, estudiaba sus movimientos y rogaba al señor que no fuese ella. Para su fortunio, cuando abrió la boca por primera vez, lo supo. Su voz no se parecía en nada a la de Génie, dejó salir un suspiro de alivio casi imperceptible. El rostro de Pierre cambió drásticamente al escuchar el nombre de la señora, se mofó en un gesto y arqueó la ceja. –La decencia del hogar no implica la decencia de quienes viven en él, como sea me es indiferente ese tema- Ni siquiera titubeo al soltar semejante insulto contra la dama. No se disculparía y claramente las intenciones de cordialidad de disiparon en el momento en que ella dejó de causarle impacto. Frunció el ceño y negó con su cabeza –No, me temo que no será placer- Desvió la mirada hasta Artrie quien comenzaba a sudar por el nerviosismo. El pobre no se atrevía a aproximarse a su señora ante la agresiva mirada de Pierre, menos le diría las razones por las cuales el “extraño” se encontraba en su casa. La tensión incrementó tres cuartos. –Pierre Van Kröst- Hizo un mohín –Pero ese nombre no le dirá nada, quizá deba presentarme con el apellido de mi difunto padre… Pierre Alekseevich Turner- Soltó una carcajada –Sí, sí… Soy su hijo- Realizó una reverencia a manera de burla, no esperaba que se la correspondieran y la verdad es que poco le importaba.

Pierre, a quien no se le pasa nada, escudriñó los efectos que su conexión causaron en la mujer, desde su palidez hasta la casi hiperventilación que afloraba. Decir algo así tan a la ligera causaba paroxismos en las emociones, así que no le sorprendió en general cuando la mujer al lado de Bárbara chocó contra una mesita y tiró el florero de cristal. Al menos el estruendo rompió con el silencio generado. El eco resonó a través de los muros y se inmoló en los pensamientos más profundos de todos los presentes, atónitos miraron el cuerpo de Pierre, con alguno que otro rasgo del difunto Lord. Para quebrar el golpe de la verdad, carraspeó para “aclarar su garganta” –He venido a hacerse cargo del negocio de mi padre- Metió la mano al bolsillo de su abrigo y sacó un sobre que contenía una carta, una especie de certificado firmado por Tracy en donde aceptaba la custodia del niño. Carta que hasta hace un par de meses estuvo oculta en los libros de poesía que tanto leía su madre. –Esto comprueba todo lo que digo y, si aún así mi palabra es puesta a duda, quizá no lo sea esto- Sacó por encima de su camisa y abrigo una joya con alguna especie de símbolo familiar –Creí que mi madre la había robado pues nada tiene que ver con el apellido que conozco, pero al morir ella, me confesó la verdad y heme aquí-
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Jue Oct 25, 2012 6:54 pm

El despilfarro de arrogancia no tenía parecer. Las palabras del muchacho se agolparon en los oídos de Bárbara y la aturdieron, fueron segundos eternos en los que intentó colocar cada frase en su lugar, de conectarlas y darles un sentido. La seguridad que emanaba el joven le hizo vacilar sobre la veracidad de sus decires, de que él era el…¡¿hijo?! de Turner. Era una verdadera locura, alguien tendría que saber sobre la existencia de ese muchacho y le tendría que haber informado a ella sobre esto. Sí, definitivamente, era todo un artilugio para quedarse con el dinero de su difunto marido, y, al verla a ella mujer, pensó que sería tan estúpida de caer en una trampa más vieja que la injusticia. Estaba adVertida y tenía conocimiento sobre las bandas de maleantes estafadores que engañaban a millonarios y les hacían creer que eran alguna especie de heredero, hijo no reconocido o cosas así. Se aferró a esos vestigios de esperanza forzada para erguirse y levantar el mentón, era claro que debería tener una contienda verbal para defender sus intereses y, tenía la certeza, de que él presentaría batalla.

Por favor, retírense —ordenó Bárbara a los empleados que todavía no salían del asombro. Obedecieron rápidamente, y el nerviosismo los hizo chocarse algunos muebles. —Ahora si, señor…Van Kröst —y acentuó el apellido de él— estamos solos y vamos a poder discutir esto con seriedad. Tome asiento, por favor.

Haciendo uso de toda su entereza, ella se sentó y estudió con detenimiento al joven. Si bien había visto a su marido una sola vez en su vida, el parecido en ciertos rasgos era evidente. Le adjudicó esa idea a su mente, que se esmeraba en jugarle una mala pasada y no la dejaba pensar con claridad. Fuera verdad o mentira, todo aquello representaba un problema. No era la cuestión económica lo que le preocupaba, si no, el hecho de tener a alguien metido en sus asuntos. Simplemente, la volvía paranoica. Se dijo a sí misma que no debía pensar en lo que vendría, que intentaría resolver ese asunto con tranquilidad y que iría paso por paso, sin acelerarse ni llenarse de ansiedad. Aunque era inevitable. Así y todo, respiró profundo con bastante disimulo. Entrelazó sus dedos sobre el escritorio y se instó a ser fuerte, a permanecer y enfrentar aquello con entereza. Era imposible que las cosas se hubiera complicado así, demasiado tenía en su cabeza como para hacerse cargo de los hijos no reconocidos de su difunto marido, que en el mejor de los casos era uno sólo, ¿pero si ésta era la punta del iceberg y detrás aparecían más? Algo le quedaba claro, no diezmaría la fortuna que tanto le costaba mantener e incrementar.

Como podrá entender, yo no puedo dar crédito a un par de papeles y una joya, tampoco a las palabras de un desconocido —había vuelto a serenarse, y su voz se había convertido en impenetrable— Si usted realmente es el hijo de Turner, tendrá la parte que le corresponde y hará con ella lo que desee. Pero si no lo es, deberá enfrentar una demanda legal, eso puedo asegurárselo. Permítame que le diga, que someteré todos éstos documentos a peritajes, y su testimonio será llevado ante la ley, mis abogados se encargarán de que el proceso sea claro, no es mi interés negarle lo que pueda ser suyo. Claro que usted puede poner algún letrado para estar al tanto de la situación.

A Bárbara le dolía la cabeza, el día había sido sumamente largo, y parecía que no iba a terminar más. Necesitaba algo fuerte. Miró hacia el costado y tenía una bandeja de plata con una botella de whisky y dos vasos. No se molestó en ofrecerle un trago al intruso, estiró su brazo, destapó la bebida y se sirvió una medida, a la cual la hizo pasar de un solo trago. A veces se sorprendía de las costumbres que había adquirido, algunas masculinas, otras desconcertantes, la mayoría atípicas. El silencio en el que estaba sumergida la mansión daba cuentas de lo que estaba sucediendo en el pequeño espacio que era el escritorio, la tensión se acumulaba con el correr de los segundos, y daba la impresión de que hasta los insectos se mantenían expectantes a lo que replicaría cada uno. Una lucha de egos y de poder comenzaba a desatarse, como un huracán inevitable que arrasaría con quien tuviera en frente. La joven tenía claro que sólo uno de ellos saldría victorioso, no veía en él una persona conciliadora, y ella…tampoco lo era.
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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Dom Ene 13, 2013 12:36 am


Justo como lo sospechó. Aparecer frente a una completa desconocida no era la mejor opción para reclamar lo que su estúpido padre le hubo dejado en herencia. Sin embargo, el morbo en su mentalidad le indicó permanecer ahí el tiempo suficiente como para observar como es que el orgullo de una mujer se muere lenta y dolorosamente. El proceso iba a ser bastante difícil y desde el instante en que ella saltó en réplica supo que aquel juego supondría más entretención que a la que estaba acostumbrado. Suspiró. Dejándose llevar por la intriga y la falta de aliento que le supuso a la desconocida, el perfil de Pierre se alzó de inmediato al escuchar su apellido remarcado de aquella forma. Una mujer inteligente según se lo habían comentado en más de una ocasión, pero el problema no era la inteligencia, astucia o perspicacia de esa dama, si no la forma en la que se enteraría de la doble vida y poco humanismo de su difunto esposo. Las cosas no siempre resultan como deberían y, en esa ocasión tanto Pierre como Bárbara entenderían a lo que se refiere la frase. El chico cruzó las piernas mostrando su actitud pedante y gallarda, esa personalidad tan exasperante en un hombre común. Le prestó atención a la intriga y asintió en algunas frases, pero nada de eso quería decir que estaba dispuesto a dejar que ella hiciera y deshiciera lo que se le diese la gana.

-No, no, no... Usted no lo ha entendido- Chasqueó la lengua poniéndose de pie con un abrupto movimiento. Desvió la mirada hacia las pinturas colgadas en los muros. La cristalería que posaba sobre la mesa, las flores que adornaban la casa y las telas que cubrían el cristal de las ventanas. Demasiado tul, demasiado encaje, demasiado feminismo para su gusto. Y es que las mujeres habían sido criadas para obedecer los designios de un hombre porque así estaba escrito en las sagradas escrituras, cuando una mujer se compromete y acepta el trato del matrimonio, está aceptado también la dominación y sumisión por parte de su marido. El hombre de la casa. En ese sentido ¿Qué iba a saber ella sobre los últimos deseos de Turner? El joven giró sobre sus talones para iniciar una caminata impaciente sobre el delgado espacio dentro de aquella habitación. –No vine a pelear la herencia, sólo vine a ayudar con los negocios. Su desconfianza madame, está mal infundada. Pero debo creer que es lo más normal en un arquetipo de dama como lo es usted. Por otra parte, antes de generar teorías absurdas como las que imagino estará pensando en este momento, debe cuestionarse en qué punto de su vida o si gusta ser más exacta, qué parte en la vida de Turner conoce- Entrecerró los ojos clavándolos fijamente sobre los de ella. La cantidad alcohol que bebía como si se tratase de agua le causó un poco de gracia al muchacho.

«Entiendo que quiera hacer esto de la manera más…. Conveniente posible, los hombres resultamos ser perturbadores y con una viuda de su altura cualquiera arrastraría los pies hasta aquí para tratar de confundirla. Pero eso no es de caballeros y, honestamente, tengo mejores cosas que incautar a una señora.- Torció los labios. –Es sólo que, toda mi vida odié a mi padre por abandonar a la mujerzuela de mi madre, la odie a ella como no tiene idea alguna y después me entero que el desgraciado poseía una vida que jamás conocí. Así que quise conocer, saber las razones por las cuales nunca vi de él un apoyo o mejor aún una simpleza como un gesto aprobatorio de ser su hijo. Ahora bien, si su lógica funciona al igual que el cerebro que presume con tanto peritaje y órdenes legales, dígame… ¿Cuándo fue exactamente en que una joya con ese valor monetario en el mercado, se perdió?- La ceja arqueada del muchacho representó tener la razón a la última pregunta. Una gema representativa de una familia no puede poseída por cualquiera y, en caso de una pérdida seguramente la familia completa se enteraría del deceso, pero cuando no es así y aparece un extraño con algo tan invaluable como aquello, quizás sus palabras no deberían ser puestas en duda.
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Sáb Ene 19, 2013 7:44 am

La estaba subestimando. El hijo bastardo de su difunto esposo la estaba subestimando como todos los hombres que se presentaban a esa mansión. Se hubiera tomado las sienes o hubiera llamado a un empleado para que lo sacaran en ese preciso momento de allí, que lo echaran a la calle como a un perro callejero para que coma la basura y se alimente de sus propias heces. Al fin de cuentas, ella no tenía que hacerse cargo de los bastardos que su marido hubiera desperdigado por el mundo y no hubiera reconocido. La sorprendió la tiranía de sus pensamientos y se dijo que era más parecida a su abuela Leonor de lo que creía, siempre intentando la humillación del otro, sin importar si era el Rey de Inglaterra o un pordiosero que pedía monedas para comprar una vara de pan. Van Kröst, en tan sólo pocos minutos, había logrado sacar lo peor de ella, y eso la desesperaba. Obsesiva del control, mantuvo su rostro impávido, pero por dentro estaba en ebullición, escuchando cómo el caballero, si es que podía denominarlo así, se paseaba por su tapiz indio observando todo con detenimiento y hablando como si se tratase de una niña que ha cometido una travesura. ¡¿Qué sabía él del tipo de dama que era?! Acababa de conocerla y estaba juzgándola abiertamente sin reparar en nada más que el orgullo que poseía y le obstruía la visual. Habían comenzado con pie de guerra, y Bárbara tenía el presentimiento –como durante toda la noche– de que no traería cosas buenas. Abrió levemente los ojos ante la mención de ayudar con las finanzas, jamás permitiría que un extraño se inmiscuyera en sus asuntos, sus negocios eran de ella y de nadie más, y hacía esfuerzos sobre humanos nadando contra la corriente de una sociedad falocéntrica para hacer crecer la fortuna incalculable que le había dejado su esposo. Simplemente, no permitiría tal atrocidad, tal atropello a su persona y a sus logros, conseguidos con el sudor de su frente, porque ella misma se había arremangado y llenado de polvo revisando viejos libros de contabilidad, o recorrido los campos en época de siembra bajo el rayo del Sol. Hubiera sido muy fácil contratar un administrador y que éste se hiciera cargo de todo mientras ella se daba buena vida recorriendo el mundo y despilfarrando dinero a diestra y siniestra, pero no, había elegido el camino difícil, sin embargo, era el más satisfactorio. No importaba la cantidad de noches que pasara sin dormir, ni haber adquirido algunas costumbres masculinas como beber alcohol a la par de un hombre sin emborracharse. No le cabían dudas de que impediría que ese supuesto primogénito y heredero de Turner tirara por la borda todo lo que había conseguido. Le sostuvo la mirada cuando éste fijó la suya en la de ella, y si alguien hubiera puesto un papel entre ellos, se habría pulverizado al instante. Las orbes celestes de Destutt de Tracy chispeaban, sólo una vez su mirada siempre gélida había demostrado tal pasión, y había sido el día que se decidió a acusar a su abuelo de todos los abusos cometidos contra ella. Juró que nunca más un hombre abusaría de ella, ni física ni mentalmente. Lo escuchó con detenimiento y arqueó una ceja, como una muestra de descontento.

Señor Van Kröst, voy a pedirle, como primera medida, que no me tome como a una ignorante —y le habría dicho que le importaban poco y nada sus problemas familiares, si su madre había sido una ramera o una señora de clase, o si estaba viva, moribunda o muerta, y menos que menos le interesaban los sentimientos de odio que manifestaba hacia su progenitor, pues éste le había dejado una braza caliente a la mujer con la que se había casado. —Claramente, yo no tenía conocimiento sobre ésta joya que usted se jacta de poseer, y también se que no hay denuncias sobre robo o extravío de la misma —admiró su propio autocontrol y se dijo que no había nacido el hombre que lograra que perdiera sus modales y sus elegantes maneras—, sin embargo, tengo el beneficio de la duda, pues de ser falsa y de nunca haber sido posesión de ésta familia, es imposible que haya habido un reclamo del tipo que fuere. El símbolo de los Turner puede encontrarse en cualquier dependencia de la familia y ser falsificado, por ello, es que por más argumentos poco o muy convincentes que usted exprese oralmente, me voy a limitar a lo que los profesionales y avezados en cuestiones como ésta digan sobre la veracidad de sus fundamentos —cruzó las manos sobre el escritorio, pues las había utilizado para gesticular—, con esto no estoy diciendo que usted sea una estafador, por más que la posibilidad exista, si no que haremos las cosas en el marco de la ley.

Se puso de pie y caminó hacia uno de los cuadros que tenía. Era un paisaje de Irlanda pintado en óleo de un autor desconocido, enmarcado en oro y que había captado la atención de la joven en la primera visita como viuda que había hecho a Gran Bretaña. Le daba la espalda a Van Kröst, mientras intentaba aclarar sus pensamientos y no dejarse llevar por éxtasis de una contienda verbal. No podía ser hipócrita consigo misma y hacer creer que no disfrutaba de ponerse a la par de los hombres. Sabía que ellos eran incapaces de verla como un igual, que sus cerebros diminutos y cerrados no reconocerían nunca las virtudes de una mujer, salvo las de dirigir una casa y criar hijos, ella tenía la primera y la segunda nunca sabría, pues había perdido el deseo de ser madre junto con la inocencia. Imaginó que el caballero querría estar pendiente de los asuntos económicos y eso haría que pasaran demasiado tiempo juntos, lo cual era, desde cualquier perspectiva, inadmisible y aterrador, lucharía con uñas y dientes por protegerse y proteger el gran imperio que tenía. Giró con tranquilidad y fue ella quien, ésta vez, clavó sus ojos en los de su acompañante. Pudo verlo con mayor detenimiento y el parecido con el hombre que había desposado era indudable, y no creía en las coincidencias.

En caso de que usted quiera hacerse cargo de los negocios, como ha manifestado es su voluntad, voy a tomarme la molestia de aclararle que, de ser hijo de Turner, tendrá su parte de la fortuna, como ya le he aclarado, y hará con ella lo que le plazca, no seré yo quien dirija su dinero —y sus pupilas reflejaron desafío—, y tampoco será usted quien dirija el mío, que me lo he ganado por ley, y no sólo la que me otorga el haber contraído nupcias, si no, el haberme hecho cargo de todo durante varios años —caminó a paso lento para volver a su lugar en el escritorio, se sentía segura en esa especie de trono que era su silla—. Pero no nos adelantemos a los hechos, y lo primero es lo primero. Supongo que si usted está convencido de que está en lo cierto, no tendrá problema alguno ante mis deseos de someter todo a peritajes legales y abrir una investigación —no iba a jugar al gato y al ratón, pero si ese hombre estaba haciéndola entrar en eso, ella ganaría de mano, estaba segura.
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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Lun Mar 04, 2013 10:01 pm


La sonrisa sardónica del muchacho es hiriente, burlesca, desprovista de humildad y bastante ególatra. Él supo desde un principio que ir a ese lugar resultaría una pérdida de tiempo, al menos el primer día y la semana que se avecinaba con él. La perspicacia de la mujer no le sorprendió en lo mínimo. Con su larga experiencia en los brazos ajenos, había podido descubrir que las hembras no sólo son rostros bonitos o cuerpos despampanantes los cuales presumir como trofeos en las calles, sin embargo, aún no existía mujer alguna que pudiese con la terquedad del muchacho y, entre más sarnosa se pusiese la señora frente a él, menos se iría con las manos vacías. Menea la cabeza de un lado a otro escuchando con perfecta impaciencia las palabras de Bárbara, había algo en el tono de su voz que no termina por convencerlo y eso, esa pequeña cosa es la que está martillándole en la cabeza. La observa, no, la estudia, sí, eso es lo que ha estado haciendo desde que puso un pie dentro de esa casa y las preguntas se formulan como una difuminada ilusión. La principal era la razón por la cual una mujer con la belleza de Bárbara terminó enredada con estúpido viejo como lo era su desconocido padre. Le resta importancia al hecho, lo importante ahora es que ella aún se muestra hostil ante la posibilidad que Pierre le ha presentado. –Sin ánimos de ofenderla- Suelta arrogantemente. Desvía la mirada a un punto detrás de ella, para después depositarla nuevamente en sus ojos. Se muerde la lengua. -¿Cree usted que podrá con todos esos cínicos y siniestros hombres de negocios?- Arquea la ceja esperando una respuesta de su parte, a los pocos segundos estalla en carcajadas.

¡Por supuesto que se cree capaz! Es una mujer con la inteligencia suficiente como para ponerlo en su lugar, pero es evidente que no ha tratado con esos hombres sin usar como excusa el nombre de su difunto esposo. Se encoge ligeramente de hombros. Podría fingir ser un caballero, pero no lo era, no obstante, incluso él supo que su reacción fue bastante desagradable. Se relame los labios y se queda en silencio con el ceño fruncido. Pensando. No, no se disculparía, nunca lo ha hecho y ella no sería la primera. Abre la boca para evocar un suspiro de aburrimiento. Sí, sí… todo lo que tenga que hacer, no importa, nada importa cuando la verdad es más que evidente y sólo hacía falta ver a Pierre para darse cuenta de la semejanza que posee con aquel hombre. -¿De verdad cree que el dinero de Turner le pertenece por ley?- Inquiere con el tono de voz más despectivo al anterior. El podría ser el hijo bastardo de Turner, el podría incluso ser un maldito impostor, pero con la maña suficiente, con el tipo de compañías apropiadas y por supuesto, con el veneno como el de Pierre y leyes tan machistas como las de esta época, no sería él quien perdiese la cabeza. –¡Como sea! Ahí esta la joya- Arroja la preciada pieza frente a ella. –Ahí está la carta. Haga lo que necesite hacer que seré lo que usted quiera Madame, pero no miento- ¿Cuán grande será tu herida cuando el ego se te destruya Pierre? Su subconsciente comienza por jugarle sucio, ¿De qué lado se supone que está? No importa lo que esa mujer hiciera, él ya había fijado sus ambiciosos ojos en la fortuna del muerto ¡Es lo mínimo que merece de él! Y no habría nadie que pudiese atravesarse en su camino para detenerlo, ni siquiera ella.

Se pone de pie. No tiene caso continuar en aquella casa proliferando con tajante seguridad ser el hijo de aquel hombre. Frunce el ceño admirando uno de los cuadros sobre la pared, tuerce los labios y resopla. Ahora entiende el por qué su madre odiaba el arte y todo lo referente con él. Da un paso hacia delante y gira sobre sus talones buscando el rostro de la dama. Al hacer esto, una fragancia de su perfume se entromete entre ellos ¡Maldita! La acusa. Arruga la nariz y lleva la mano hasta la boca para toser con galantería. Después pasa la misma mano por su cabello. Es un tic, la mayoría de los hombres lo poseen pero casi siempre es un hábito hereditario. ¿Lo habrá obtenido él de su padre? –Si no hay nada más que agregar al respecto, creo lo mejor sería retirarme. Al menos por lo que resta de este día. No quiero amargar su cena madame- La sarna de sus palabras no conoce piedad. Él sabe perfectamente que su presencia y reclamo, no sólo le quitará el apetito a la dama, sino que soñará con él y no será exactamente una grata fantasía. –Ah, y no se moleste. Ya me he aprendido este lugar de memoria. Conozco la salida- Añade como quien le es indiferente a las cosas. ¡Trampa! Si ella no lo acompaña, él podría reconocer la perturbación que sufrió con la noticia, sin embargo, si se pone en pie y le muestra la puerta, bueno… eso sería épicamente interesante.
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