Extraños en la oscuridad {Odder}

*Ese mismo día tres horas antes*

Ariadna bajó del carruaje como si la persiguiera el mismo demonio y se adentró en la casa por la puerta que el mayordomo le mantenía abiertas casi saltando los escalones. Detrás de ella seguía su hermana altiva, con su cabeza rubia alta y rubia, además de un gesto de desprecio hacia el lacayo que amablemente había cometido tal "ultraje" contra la señorita... si no fuera su hermana quizás la chica que intentaba internarse en la tranquilidad de su habitación le habría dicho cuatro cosas bien dichas. Pro claro, no era de ayuda que fuera el diamante de la temporada, ni tampoco que su madrastra alimentara su ego sobre-alimentado a todas horas... ni que su padre fuera un pusilánime que se dejaba dominar por ella.

Gracias a un golpe de suerte y una criada compasiva la muchacha de pelo rubio y facciones delicadas que tenía la piel blanca y tersa pero que pensaba que era mucho más inferior que la pequeña arpía que la seguía, se consiguió refugiar en su habitación. De no ser por la distracción añadida a su señora, la dueña y déspota de la casa, su madrastra, la habría tenido horas encerrada en la biblioteca, empeñada en saber cada detalle de todos los que se acercaron y bailaron con su amada y mimada hija. Con una mueca y segura de haberse librado por esa noche Ariadna se dedicó a soltar su largo pelo y cepillarlo para después ponerse su acostumbrado y gastado camisón.

Una vez liberada de ese agobiante vestido de fiesta con demasiados pliegues y con el corpiño demasiado ceñido respiró tranquila y se refugió entre las sábanas buscando un sueño de unas horas antes de empezar su misión. Como Andrey se había propuesto curar a los débiles y pobres con sus propios medios, gracias a su asignación había conseguido varios instrumentos especiales de medicina, pero necesitaba descansar, cuando volviera tendría que dormir unas cuantas horas más, pero ahora las pocas que pudiera tomar le ayudaría a estar lúcida y ser perceptiva.

*Tres horas después*

Había despertado apenas hacía unos minutos, lo que necesitaba para ponerse el disfraz de hombre, la verdad es que la ropa masculina era mucho más cómoda y fácil de manejar que la femenina y eso se agradecía cuando una tenía que ser rápida y silenciosa. Agarré la peluca y empecé a sujetar mi largo pelo rubio en la parte superior de la cabeza, una vez acomodado coloqué la peluca en su lugar, siempre me sorprendía lo que una peluca, una tira que apretara sus pechos y un traje de hombre podían hacer para ocultar a una señorita. Me miré en el espejo y asentí satisfecha mientras me calaba el sombrero y me ponía la amplia capa.

En el pasillo no se movía nada ni se oían ruidos así que agarró la escalinata que mantenía oculta en un lugar donde rara vez miraban y la dejé caer por la ventana. En apenas unos segundos estaba ya pisando el lateral de la casona y colocando mi capa para que me cubriera mejor, tiré de la escalera para que cayera, había descubierto que con una pequeña polea y un hilo de pescar podía hacer que la escalera volviera a su sitio y no se había evidente que alguien había entrado o salido. Una vez oculta me dirigí hacia la puerta y me escabullí en la noche sonriente y contenta. Como siempre noté el peso de la pistola cargada escondida en mi chaqueta, una navaja en mi bolsillo y mis pertenencias de doctor en una pequeña bolsa que mantenía bien sujeta en mi mano con firmeza, nunca sabía si podían robarme o no... pero claro no pensaba dejar que se llevaran mis cosas así como así.

A medida que andaba las calles iban visiblemente empobreciendo, algunos de sus amigos científicos le habían preguntado el porque de no utilizar montura o carruaje. La respuesta era simple, no quería llamar la atención... además no podía utilizar los de mi casa o mi padre se enteraría y a pesar de ser un pusilánime era tremendamente protector en este ámbito conmigo. Suspirando llegué a la casa de mi primera visita y paré para poder llamar a la desvencijada puerta con suavidad, casi al instante una mujer con el vestido raído le dejó entrar con una sonrisa.

- Bienvenido doctor, por favor pase - pidió visiblemente agradecida.
- Tranquila Anna, ya sabes que no tardaré nada, tu marido estará perfecto en unos días- le aseguré mientras apretaba su mano temblorosa.
- Confío en usted-respondió esta devolviendo el apretón y guiándolo hasta el dormitorio que era una cama al lado de la cocina donde se hacinaban por las noches ella, su esposo herido y su pequeño bebé.

Me acerqué a la cama y miré al hombre postrado mientras sonreía y me quitaba el sombrero. Aparté el vendaje pulcro y limpio que seguramente le había puesto Anna y sonreí mientras inspeccionaba el navajazo que tenía en el hombro con cuidado mientras le distraía hablando de el pequeño niño que habían tenido y parecía tener toda la vitalidad del mundo. Una vez curado y aplicada una pomada para que no se infectara discretamente deslicé unas monedas en la mano de la azorada esposa que se negó a aceptarlas en un principio.

- Es un regalo por el nacimiento del niño querida, cuando él vuelva a trabajar entonces podrás agradecerme con un delicioso pastel- respondí mientras me apresuraba a salir para mi siguiente paciente.

Miré la hora en mi reloj de bolsillo y apresuré el paso para llegar a casa del señor Tomason, que tenía una afección respiratoria y tres hijos que mantener. Hacía poco había conseguido un estetoscopio, era algo muy nuevo que permitía escuchar el corazón y la respiración con mucha más atención, por lo que podía detectar afecciones y mejoras con asombrosa facilidad. Sonriendo por esto caminaba un poco sumida en mis pensamientos, que consistían en los tratamientos y personas que tenía que visitar esa noche. Los pasos sonaban seguros y firmes en la noche que me rodeaba... estaba segura deque todo el que me viera pensaría que era un hombre y eso en cierta manera me reconfortaba.