AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre extraños nuestros secretos están seguros {Jérémie Le Bihan}
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Entre extraños nuestros secretos están seguros {Jérémie Le Bihan}
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
Jorge Luis Borges. 1964.
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
Jorge Luis Borges. 1964.
Charles miró su reloj sólo por inercia.
Habían cumplido ya ocho meses desde que decidieran radicarse en París, corriendo el riesgo inherente de ser descubiertos por sus enemigos. Las cosas, ciertamente, no habían salido como ellos las planearon. Jîldael se había enamorado de uno de sus peores enemigos y, peor aún, había quedado embarazada de él. Ya era bastante malo que el padre de la criatura dedicara su vida a matar a su madre. ¿Cómo iba a decirle entonces que las mujeres de su familia no resistían los partos? ¿Cómo la convencería de interrumpir ese embarazo para salvar su vida?
Nunca le había guardado secretos a la “Pantera” hasta entonces... Y de contarle todo, pasó a no decirle nada. La joven no sabía nada de su secreta “Manada”, no sabía que espiaba al Valborg porque no confiaba en él... y mucho menos sospechaba que su Maestre tan amado tenía una nueva discípula a la que educar.
El corazón se le oprimía cada vez que pensaba en todas las cosas que debía revelarle a la mujer más importante de su vida, pero no había tiempo para ello porque, para empeorar la situación (de común ya difícil), había rumores de una supuesta cacería contra ellos. Rumores de acusaciones y cargos contra él; sospechas de su verdadero nombre, susurros de su verdadera condición social, la que había ocultado incluso de Jean Del Balzo. No podía seguir sosteniendo sus secretos; tal parecía que el momento de la verdad se acercaba a pasos agigantados... Y he allí su más terrible dilema: ¿sería ella, su “Pantera”, capaz de perdonarle tantas omisiones? ¿Lo seguiría amando cuando supiera toda la verdad? ¿Viajaría con él si decidía volver a ser el Duque escocés tanto tiempo perdido?
Tuvo miedo, no de lo que la Inquisición descubriera, no de lo que Târsil hiciera contra él. Tuvo un miedo lacerante de que ella lo abandonara para siempre. No podría soportarlo; nadie podría rescatarlo de esa muerte moral que sería perder el amor de la hija de Jean. Por eso, ese día había salido en busca de Leonard. El “Águila” era el único que podría ayudarle a saber qué había de cierto en los rumores que rondaban a Valerie Noir.
Habían escogido como punto de encuentro una de las tabernas más roñosas de toda París. En apariencia, allí sólo tenían cabida los borrachos, indigentes y gitanos; pero, tras esa fachada de sitial inmundo, la taberna era el punto de encuentro de todos aquéllos que pretendían mantener a resguardo sucios negocios, conspiraciones de todo tipo, tráfico de especias y brebajes que los lujosos restaurantes de la ciudad ni siquiera podrían soñar que existían. Por eso le gustaba ese lugar. Sus viejas paredes estaban impregnadas de los olores del vino, la cerveza y el whisky; sus mesas desgastadas habían sido fieles testigos de más de una riña a la que de seguro habían sobrevivido por pura suerte; su escasa luminosidad permitía los disfraces más ridículos que se pudieran imaginar. Y lo mejor era que a nadie le importaba. De tal suerte, el “Zorro” se había envuelto en una gruesa capa de lana basta cuya capucha ocultaba muy bien sus distintivos rasgos faciales; bajo la cual su ropa de criado pasaba completamente desapercibida.
Como era su costumbre, cogió una de las mesas más alejadas de la entrada en la zona peor iluminada de la taberna, mientras que la moza de siempre tomaba su orden: cerveza negra y pan de ajo.
Pero no fue Leonard quien acabó con su solitaria espera.
Fue el extraño de rubios cabellos que se sentó en la mesa de enfrente, a quien la misma doncella atendió con la misma característica amabilidad que la distinguía. Le sorprendió lo parecido de sus vestimentas (tal parecía, elucubró el “Zorro”, que ese extraño también intentaba ocultarse), el lugar común que ocuparon dentro de la taberna y, sobre todo, que ese hombre pidiera exactamente el mismo menú que él.
Algo había en su actitud, en su manera de moverse, que le resultaba sumamente familiar a Charles, pero no alcanzaba a acertar el qué. Prontamente, comprendió que él le provocaba el mismo sentimiento que Camila. Era cierto que el extraño denotaba un carácter decidido y arriesgado, propio de aquéllos que han nacido para ser líderes. Pero también era cierto que él parecía haber perdido algo importante, como si su mundo interior se desmoronara a pasos agigantados. Quizás Charles estuviera sacando conclusiones apresuradas por la forma en que el extraño se sentaba, miraba y se movía en el rincón más oscuro de la taberna; sin embargo, algo le decía que estaba en lo cierto.
Se rió de sí mismo cuando descubrió que había hecho suyo el peor defecto de Jîldael. No soportó la curiosidad que le despertaba ese hombre y tomó una decisión que volvería a cambiar su destino. Hizo un elocuente gesto a la moza, que lo entendió a la perfección y se apuró con el pedido. Tomó entonces la botella de cerveza, los dos jarros y se cambió de mesa.
– Permitid a este pobre viejo que comparta con vuestra merced su cerveza y su ración de pan. – pidió con humildad, fingiéndose el criado que no era – Charlemagne Noir, para serviros. – se presentó escuetamente, mientras sus ojos destellaban del modo que sólo un Cambiaformas podría lograr.
Charles no hubiera podido explicar por qué le había revelado a ese desconocido su verdadera naturaleza, pero su instinto le indicaba que estaba frente a un futuro aliado. Y su instinto nunca se equivocaba.
***
Habían cumplido ya ocho meses desde que decidieran radicarse en París, corriendo el riesgo inherente de ser descubiertos por sus enemigos. Las cosas, ciertamente, no habían salido como ellos las planearon. Jîldael se había enamorado de uno de sus peores enemigos y, peor aún, había quedado embarazada de él. Ya era bastante malo que el padre de la criatura dedicara su vida a matar a su madre. ¿Cómo iba a decirle entonces que las mujeres de su familia no resistían los partos? ¿Cómo la convencería de interrumpir ese embarazo para salvar su vida?
Nunca le había guardado secretos a la “Pantera” hasta entonces... Y de contarle todo, pasó a no decirle nada. La joven no sabía nada de su secreta “Manada”, no sabía que espiaba al Valborg porque no confiaba en él... y mucho menos sospechaba que su Maestre tan amado tenía una nueva discípula a la que educar.
El corazón se le oprimía cada vez que pensaba en todas las cosas que debía revelarle a la mujer más importante de su vida, pero no había tiempo para ello porque, para empeorar la situación (de común ya difícil), había rumores de una supuesta cacería contra ellos. Rumores de acusaciones y cargos contra él; sospechas de su verdadero nombre, susurros de su verdadera condición social, la que había ocultado incluso de Jean Del Balzo. No podía seguir sosteniendo sus secretos; tal parecía que el momento de la verdad se acercaba a pasos agigantados... Y he allí su más terrible dilema: ¿sería ella, su “Pantera”, capaz de perdonarle tantas omisiones? ¿Lo seguiría amando cuando supiera toda la verdad? ¿Viajaría con él si decidía volver a ser el Duque escocés tanto tiempo perdido?
Tuvo miedo, no de lo que la Inquisición descubriera, no de lo que Târsil hiciera contra él. Tuvo un miedo lacerante de que ella lo abandonara para siempre. No podría soportarlo; nadie podría rescatarlo de esa muerte moral que sería perder el amor de la hija de Jean. Por eso, ese día había salido en busca de Leonard. El “Águila” era el único que podría ayudarle a saber qué había de cierto en los rumores que rondaban a Valerie Noir.
Habían escogido como punto de encuentro una de las tabernas más roñosas de toda París. En apariencia, allí sólo tenían cabida los borrachos, indigentes y gitanos; pero, tras esa fachada de sitial inmundo, la taberna era el punto de encuentro de todos aquéllos que pretendían mantener a resguardo sucios negocios, conspiraciones de todo tipo, tráfico de especias y brebajes que los lujosos restaurantes de la ciudad ni siquiera podrían soñar que existían. Por eso le gustaba ese lugar. Sus viejas paredes estaban impregnadas de los olores del vino, la cerveza y el whisky; sus mesas desgastadas habían sido fieles testigos de más de una riña a la que de seguro habían sobrevivido por pura suerte; su escasa luminosidad permitía los disfraces más ridículos que se pudieran imaginar. Y lo mejor era que a nadie le importaba. De tal suerte, el “Zorro” se había envuelto en una gruesa capa de lana basta cuya capucha ocultaba muy bien sus distintivos rasgos faciales; bajo la cual su ropa de criado pasaba completamente desapercibida.
Como era su costumbre, cogió una de las mesas más alejadas de la entrada en la zona peor iluminada de la taberna, mientras que la moza de siempre tomaba su orden: cerveza negra y pan de ajo.
Pero no fue Leonard quien acabó con su solitaria espera.
Fue el extraño de rubios cabellos que se sentó en la mesa de enfrente, a quien la misma doncella atendió con la misma característica amabilidad que la distinguía. Le sorprendió lo parecido de sus vestimentas (tal parecía, elucubró el “Zorro”, que ese extraño también intentaba ocultarse), el lugar común que ocuparon dentro de la taberna y, sobre todo, que ese hombre pidiera exactamente el mismo menú que él.
Algo había en su actitud, en su manera de moverse, que le resultaba sumamente familiar a Charles, pero no alcanzaba a acertar el qué. Prontamente, comprendió que él le provocaba el mismo sentimiento que Camila. Era cierto que el extraño denotaba un carácter decidido y arriesgado, propio de aquéllos que han nacido para ser líderes. Pero también era cierto que él parecía haber perdido algo importante, como si su mundo interior se desmoronara a pasos agigantados. Quizás Charles estuviera sacando conclusiones apresuradas por la forma en que el extraño se sentaba, miraba y se movía en el rincón más oscuro de la taberna; sin embargo, algo le decía que estaba en lo cierto.
Se rió de sí mismo cuando descubrió que había hecho suyo el peor defecto de Jîldael. No soportó la curiosidad que le despertaba ese hombre y tomó una decisión que volvería a cambiar su destino. Hizo un elocuente gesto a la moza, que lo entendió a la perfección y se apuró con el pedido. Tomó entonces la botella de cerveza, los dos jarros y se cambió de mesa.
– Permitid a este pobre viejo que comparta con vuestra merced su cerveza y su ración de pan. – pidió con humildad, fingiéndose el criado que no era – Charlemagne Noir, para serviros. – se presentó escuetamente, mientras sus ojos destellaban del modo que sólo un Cambiaformas podría lograr.
Charles no hubiera podido explicar por qué le había revelado a ese desconocido su verdadera naturaleza, pero su instinto le indicaba que estaba frente a un futuro aliado. Y su instinto nunca se equivocaba.
***
Última edición por Charlemagne Noir el Mar Jul 15, 2014 12:19 am, editado 1 vez
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Entre extraños nuestros secretos están seguros {Jérémie Le Bihan}
Las pesadillas se habían incrementado en los últimos días. Era todo un hecho que Jérémie por primera vez en toda su vida se sentía no solamente sólo, sino sin un destino. Su triste vida había caído en la monotonía y los viejos días de la Alianza se habían esfumado como el humo del mejor tabaco. Ganaba lo suficiente para vivir al día y emborracharse en la taberna, eso era su vida y parecía estar totalmente resignado.
Llegó muy temprano a la taberna, la noche anterior había bebido demás y bajo los efectos del alcohol demostró un pésimo rendimiento que casi cobró la vida de uno de los obreros. Esa era la razón por la que él ya se encontraba ahí, despedido y gastando sus últimos francos. La forma en la que el “León” entró no fue la más espectacular, de hecho, era la que buscaba el bajo perfil, una entrada silenciosa y sin prestar atención al entorno que ya conocía, y bastante bien. Lánguidamente se desplazó por el salón hasta ubicarse en un rincón apartado, desde que había perdido la luz que iluminara su camino ya no tenía intenciones de socializar, no tenía interés siquiera en conocer a alguna mujer... De hecho, desde la muerte de su esposa había perdido el apetito sexual; nadie la reemplazaría.
Desvió la mirada a la puerta, luego, barrió el lugar con su mirada. Un extraño olor le llegó a su nariz, y pudo ver a un hombre de entrada edad caminar hacía él. Frunció el ceño pero no hizo nada, cuando el hombre solicitó su compañía, con un gesto de su mano le ofreció el asiento observando aquel resplandor en los ojos, un hombre que compartía algo con él; su naturaleza. Jérémie aceptó la bebida literalmente arrastrándola a él, la observó. Era cerveza negra con una gruesa capa de espuma, no podía decir que se trataba de su bebida favorita pero la cerveza siempre le daba confort. Así como lo hiciera aquel hombre; sus ojos revelaron no solamente su naturaleza cambiante, sino felina. Sus pupilas se convirtieron un dos líneas gruesas y el iris resplandeció de forma anormal.
Dio un sorbo a la cerveza y las pupilas regresaron a su forma de dos perlas oscuras. —Agradezco el apreciable tarro, Jérémie Le Bihan— le respondió con una sonrisa de puro compromiso; luego, la mesera apareció con un plato de rebanadas de jamón de Bayona y queso manchego perfectamente ilustrado en el plato, comida que él siempre pedía y sin consultarlo seguían trayéndosela. —Permítame compartir entonces mi jamón y mi queso con usted— le dijo y tomó una rebanada llevándosela a la boca con el mondadientes, la comió y dio otro sorbo a la cerveza llenando su boca de espesa espuma. Tomó una franela dispuesta en la mesa y limpió su boca, normalmente no le hubiera importado, hubiera cogido el jamón con sus manos y se hubiera limpiado con la manga de al camisa, pero aquel anciano le generaba un extraño sentir.
Sus sentidos felinos le decían que no era un mozo, tenía un propósito, no era un viajero que se hubiera detenido en una simple taberna. Vio dentro de sus ojos buscando algo que calmara su curiosidad, pero el hombre demostraba mucha seguridad y fortaleza, como la de un maestre y sin poder evitarlo ni querer hacerlo, Jérémie se recargó sobre sus codos en la mesa —posee un nombre muy fuerte y de gran ímpetu— sonrió manteniéndose en la misma postura. ¿Qué lo trae a esta taberna?, no lo he visto por aquí... ¿Busca a alguien?le cuestionó recobrando su postura dando otro sorbo a la cerveza. Entonces se le ocurrió, «quizás busca una clase de matón y cree que puedo ayudarle» pero inmediatamente reflexionó, «tiene que ser algo más, su primer movimiento fue el delatarse cambiante». Entró en intriga, una exasperante intriga mas no desesperó, sino todo lo contrario, esperó.
Ahora tomó un trozo de queso que disfrutó comiéndolo con calma, degustándolo con la cerveza que incrementó en sabor; esperando la respuesta honesta o no. Su mente volvió a viajar al día en el que perdió a su familia e irremediablemente sus facciones se ensombrecieron apartando su vista del anciano, —todo mundo tiene penas... ¿Quiere compartir las suyas conmigo?— cambio el tema repentinamente, se terminó la cerveza y con un gesto indicó a la mesera le trajera su botella de ron, ésta no le hizo esperar y antes de que el anciano dijera algo, Jérémie se servía de manera pronunciada. —¿Un poco de ron?— ofreció antes de que las verdadera charla comenzara y la sinceridad surgiera de ambos.
Llegó muy temprano a la taberna, la noche anterior había bebido demás y bajo los efectos del alcohol demostró un pésimo rendimiento que casi cobró la vida de uno de los obreros. Esa era la razón por la que él ya se encontraba ahí, despedido y gastando sus últimos francos. La forma en la que el “León” entró no fue la más espectacular, de hecho, era la que buscaba el bajo perfil, una entrada silenciosa y sin prestar atención al entorno que ya conocía, y bastante bien. Lánguidamente se desplazó por el salón hasta ubicarse en un rincón apartado, desde que había perdido la luz que iluminara su camino ya no tenía intenciones de socializar, no tenía interés siquiera en conocer a alguna mujer... De hecho, desde la muerte de su esposa había perdido el apetito sexual; nadie la reemplazaría.
Desvió la mirada a la puerta, luego, barrió el lugar con su mirada. Un extraño olor le llegó a su nariz, y pudo ver a un hombre de entrada edad caminar hacía él. Frunció el ceño pero no hizo nada, cuando el hombre solicitó su compañía, con un gesto de su mano le ofreció el asiento observando aquel resplandor en los ojos, un hombre que compartía algo con él; su naturaleza. Jérémie aceptó la bebida literalmente arrastrándola a él, la observó. Era cerveza negra con una gruesa capa de espuma, no podía decir que se trataba de su bebida favorita pero la cerveza siempre le daba confort. Así como lo hiciera aquel hombre; sus ojos revelaron no solamente su naturaleza cambiante, sino felina. Sus pupilas se convirtieron un dos líneas gruesas y el iris resplandeció de forma anormal.
Dio un sorbo a la cerveza y las pupilas regresaron a su forma de dos perlas oscuras. —Agradezco el apreciable tarro, Jérémie Le Bihan— le respondió con una sonrisa de puro compromiso; luego, la mesera apareció con un plato de rebanadas de jamón de Bayona y queso manchego perfectamente ilustrado en el plato, comida que él siempre pedía y sin consultarlo seguían trayéndosela. —Permítame compartir entonces mi jamón y mi queso con usted— le dijo y tomó una rebanada llevándosela a la boca con el mondadientes, la comió y dio otro sorbo a la cerveza llenando su boca de espesa espuma. Tomó una franela dispuesta en la mesa y limpió su boca, normalmente no le hubiera importado, hubiera cogido el jamón con sus manos y se hubiera limpiado con la manga de al camisa, pero aquel anciano le generaba un extraño sentir.
Sus sentidos felinos le decían que no era un mozo, tenía un propósito, no era un viajero que se hubiera detenido en una simple taberna. Vio dentro de sus ojos buscando algo que calmara su curiosidad, pero el hombre demostraba mucha seguridad y fortaleza, como la de un maestre y sin poder evitarlo ni querer hacerlo, Jérémie se recargó sobre sus codos en la mesa —posee un nombre muy fuerte y de gran ímpetu— sonrió manteniéndose en la misma postura. ¿Qué lo trae a esta taberna?, no lo he visto por aquí... ¿Busca a alguien?le cuestionó recobrando su postura dando otro sorbo a la cerveza. Entonces se le ocurrió, «quizás busca una clase de matón y cree que puedo ayudarle» pero inmediatamente reflexionó, «tiene que ser algo más, su primer movimiento fue el delatarse cambiante». Entró en intriga, una exasperante intriga mas no desesperó, sino todo lo contrario, esperó.
Ahora tomó un trozo de queso que disfrutó comiéndolo con calma, degustándolo con la cerveza que incrementó en sabor; esperando la respuesta honesta o no. Su mente volvió a viajar al día en el que perdió a su familia e irremediablemente sus facciones se ensombrecieron apartando su vista del anciano, —todo mundo tiene penas... ¿Quiere compartir las suyas conmigo?— cambio el tema repentinamente, se terminó la cerveza y con un gesto indicó a la mesera le trajera su botella de ron, ésta no le hizo esperar y antes de que el anciano dijera algo, Jérémie se servía de manera pronunciada. —¿Un poco de ron?— ofreció antes de que las verdadera charla comenzara y la sinceridad surgiera de ambos.
Jérémie Le Bihan- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 23/10/2012
Re: Entre extraños nuestros secretos están seguros {Jérémie Le Bihan}
Yo amo el recuerdo de esas épocas desnudas,
En que Febo se complacía en dorar las estatuas,
Cuando el hombre y la mujer en su agilidad
Gozaban sin mentira y sin ansiedad,
Y, el cielo amoroso acariciándoles el lomo,
Desplegaban la salud de su noble máquina.
Charles Baudelaire. Yo amo el recuerdo...
En que Febo se complacía en dorar las estatuas,
Cuando el hombre y la mujer en su agilidad
Gozaban sin mentira y sin ansiedad,
Y, el cielo amoroso acariciándoles el lomo,
Desplegaban la salud de su noble máquina.
Charles Baudelaire. Yo amo el recuerdo...
El “Zorro” olisqueó el aire en su entorno. Sorprendido de lo que descubrió, volvió a ejecutar el simple ejercicio.
Así que el extraño era célibe, como él mismo; lo miró con extrañeza; se percibía un hombre fuerte, joven, atractivo... ¿Por qué alguien con tales atributos elegiría el celibato, pudiendo disfrutar de los placeres del buen sexo? Aquélla, en efecto, era sólo la primera pregunta de las muchas que surgirían en esa velada. Habría agradecido la compañía de Leonard; el Falcónide tenía habilidades con las que el Cambiaformas sólo podía soñar. No obstante, estaba seguro de que podría arreglárselas solo.
Entonces, el sujeto le devolvió el favor y sus ojos revelaron su naturaleza cambiante y felina, luego de lo cual agradeció la cerveza y, a su vez, compartió su comida con Charles. El nombre, dicho tan escuetamente, no se le pasó al Canino. Así que se llamaba Jérémie. Fue así que comenzó el juego entre ambos. Se miraban, estudiándose mutuamente, sacando conclusiones de lo que podían percibir, intuyendo el grado de confianza que podrían depositar en el otro, procurando entrever el pasado, los afectos, el futuro. Charles veía más de lo evidente, pero ello no suponía ventaja alguna ya que el extraño también era un Cambiaformas, cuyas facultades también le permitían escudriñar en los secretos del “Zorro”; claro que de haberlo querido, el anciano podría haber puesto a resguardo mucho de sí mismo, pero no lo hizo; bajó su guardia y dejó que el otro mirase cuanto quisiese dentro de él.
– Todo el mundo tiene penas... – señaló Jérémie, sugiriendo la posibilidad de compartir las suyas – ¿Un poco de ron? – le tendió la botella al anciano y esperó, paciente, como sólo un felino sabe hacer y Charles rió ante la ironía.
Él era un “perro”, tenía una “manada”, entendía a los licántropos y se manejaba con las jerarquías perrunas. ¿Qué hacía coleccionando gatos? Sabía sobradamente lo posesivos y solitarios que eran los felinos; a diferencia de los suyos, los gatos preferían los espacios para sí solos, no revelaban nunca sus verdaderas intenciones, eran impredecibles (y aquello suponía su mayor ventaja) y voluntariosos. Estaba sumando una terrible tormenta a su ya complicado escenario; explicarle a Jîldael que había otro gato en su vida ya era suficientemente malo, ¿cómo iba a explicarse por dos felinos, de los que ella ni siquiera sospecharía? Presentarle a Camila fue un martirio y Jîldael todavía no lo asimilaba. Así que Jérémie debería permanecer en el más absoluto secreto, al menos por un tiempo. Pero tiempo era lo que no tenía.
Sacudió la cabeza, cansado, tratando de alejar de sí los fantasmas que le atormentaban en el último tiempo. Había tomado decisiones de las que ya no podía arrepentirse. Siempre supo que su pasado le daría feroz alcance y si era lo que iba a ocurrir, más le valía tener aliados en los que confiar el destino de la mujer que más amaba, sólo por si él llegaba a faltarle alguna vez. Y la idea surgió, de repente, sin aviso ni mayor planificación; por eso mismo, fue que le pareció tan brillante.
– Os lo agradezco. – aceptó el vaso de ron, inclinándolo hacia Le Bihan – Más que compartir mis penas, estoy en una búsqueda, Monsieur. – le dijo, al tiempo que se inclinaba hacia el Felino, en un ademán claro de que su intención se mantuviera secreta – Veréis, soy el Mayordomo de una acaudalada doncella, cuya vida corre peligro. No puedo revelaros más que eso, por ahora; he observado vuestras... “condiciones” – remarcó la palabra, dando a entender todo lo que sabía sobre el otro – y creo que sois la persona indicada para este trabajo. Sin embargo – se adelantó, cuando vio que Jérémie tuvo el gesto de rechazar su oferta – , no es lo único de lo que deseo hablar con vos. Ambos somos proscritos, perseguidos por la Santa Madre Iglesia... Tenemos el deber de protegernos unos a otros. Si vuestra merced acepta mi oferta de trabajo... – se detuvo un momento para que el otro Cambiaformas pudiera considerar sus palabras – yo os ofrezco llevarle con mis Maestres, criaturas sobrenaturales que podrían protegeros, que podrían daros conocimientos que nadie más tiene, que podrían, quizás, dar un nuevo sentido a vuestra vida. –
Cogió su vaso de cerveza y se lo bebió de un solo trago.
Sabía que había hecho una apuesta arriesgada, no sólo porque el otro fuera un Felino (con todo lo que Charles ya sabía sobre la especie), no sólo porque el otro tuviera un carácter decidido y fuerte (aunque en esos momentos no se notase), sino, sobre todo, porque el otro era un extraño y porque él se estaba dejando llevar tan sólo por su intuición. Creía, a ojos cerrados, que podía confiar en el Le Bihan, pero no tenía ninguna certeza de estar haciendo lo correcto. Perfectamente, podría tener frente a sí a un Inquisidor Condenado; si bien la vida de Jîldael estaba completamente a salvo, había puesto las cabezas de toda su Manada en sendas bandejas de plata si Jérémie no resultaba ser quien Charles apostaba que era.
Secó su boca con el dorso de su manga, como se esperaría de un Criado sin modales. Había otras cosas, además de su discípula y de su Manada que todavía no podía revelar a su contertulio. Esas cosas eran su carta bajo la manga, la última en caso de que todos sus otros resguardos fallasen; si fracasaba tan rotundamente que todo el patrimonio de Jean se perdiera y todos los enemigos de Jîldael triunfasen, ella todavía podría escapar con vida, y protegerse bajo el título escocés que Charles había mantenido lejos de sí por tanto tiempo. Aun si él moría, ella siempre estaría a salvo.
Entonces fue que consiguió tranquilizarse; no importaba el giro que diera su vida; todos sus caminos terminaban del mismo modo: él, muerto; ella, a salvo de sus enemigos. Era un trato justo y a Charles le bastaba con ello. Miró a Jérémie con atención, mientras el otro, de seguro, consideraba su oferta. Todavía no podía el “Zorro” decir por qué el Felino estaría dispuesto a aceptar tan peligrosa e intrigante oferta; ciertamente, el Noir no había dado grandes detalles y la mayor parte de su mensaje estaba codificado; un hombre ordinario le habría tomado por demente y habría rechazado la oferta sin apenas haberla escuchado; era un paso adelante el que el Cambiaformas todavía estuviera sentado frente a él.
Sabía (o creía saber) que el Le Bihan aceptaría la oferta, por motivos tan secretos y mejor guardados que los de Charles. Si todo marchaba bien, ciertamente el Canino acabaría conociendo esos verdaderos motivos, lo mismo que el Felino conocería todo de él... Claro, si todo marchaba bien.
Pero primero, Jérémie debía contestar... Y el silencio era tan pesado entonces...
***
Así que el extraño era célibe, como él mismo; lo miró con extrañeza; se percibía un hombre fuerte, joven, atractivo... ¿Por qué alguien con tales atributos elegiría el celibato, pudiendo disfrutar de los placeres del buen sexo? Aquélla, en efecto, era sólo la primera pregunta de las muchas que surgirían en esa velada. Habría agradecido la compañía de Leonard; el Falcónide tenía habilidades con las que el Cambiaformas sólo podía soñar. No obstante, estaba seguro de que podría arreglárselas solo.
Entonces, el sujeto le devolvió el favor y sus ojos revelaron su naturaleza cambiante y felina, luego de lo cual agradeció la cerveza y, a su vez, compartió su comida con Charles. El nombre, dicho tan escuetamente, no se le pasó al Canino. Así que se llamaba Jérémie. Fue así que comenzó el juego entre ambos. Se miraban, estudiándose mutuamente, sacando conclusiones de lo que podían percibir, intuyendo el grado de confianza que podrían depositar en el otro, procurando entrever el pasado, los afectos, el futuro. Charles veía más de lo evidente, pero ello no suponía ventaja alguna ya que el extraño también era un Cambiaformas, cuyas facultades también le permitían escudriñar en los secretos del “Zorro”; claro que de haberlo querido, el anciano podría haber puesto a resguardo mucho de sí mismo, pero no lo hizo; bajó su guardia y dejó que el otro mirase cuanto quisiese dentro de él.
– Todo el mundo tiene penas... – señaló Jérémie, sugiriendo la posibilidad de compartir las suyas – ¿Un poco de ron? – le tendió la botella al anciano y esperó, paciente, como sólo un felino sabe hacer y Charles rió ante la ironía.
Él era un “perro”, tenía una “manada”, entendía a los licántropos y se manejaba con las jerarquías perrunas. ¿Qué hacía coleccionando gatos? Sabía sobradamente lo posesivos y solitarios que eran los felinos; a diferencia de los suyos, los gatos preferían los espacios para sí solos, no revelaban nunca sus verdaderas intenciones, eran impredecibles (y aquello suponía su mayor ventaja) y voluntariosos. Estaba sumando una terrible tormenta a su ya complicado escenario; explicarle a Jîldael que había otro gato en su vida ya era suficientemente malo, ¿cómo iba a explicarse por dos felinos, de los que ella ni siquiera sospecharía? Presentarle a Camila fue un martirio y Jîldael todavía no lo asimilaba. Así que Jérémie debería permanecer en el más absoluto secreto, al menos por un tiempo. Pero tiempo era lo que no tenía.
Sacudió la cabeza, cansado, tratando de alejar de sí los fantasmas que le atormentaban en el último tiempo. Había tomado decisiones de las que ya no podía arrepentirse. Siempre supo que su pasado le daría feroz alcance y si era lo que iba a ocurrir, más le valía tener aliados en los que confiar el destino de la mujer que más amaba, sólo por si él llegaba a faltarle alguna vez. Y la idea surgió, de repente, sin aviso ni mayor planificación; por eso mismo, fue que le pareció tan brillante.
– Os lo agradezco. – aceptó el vaso de ron, inclinándolo hacia Le Bihan – Más que compartir mis penas, estoy en una búsqueda, Monsieur. – le dijo, al tiempo que se inclinaba hacia el Felino, en un ademán claro de que su intención se mantuviera secreta – Veréis, soy el Mayordomo de una acaudalada doncella, cuya vida corre peligro. No puedo revelaros más que eso, por ahora; he observado vuestras... “condiciones” – remarcó la palabra, dando a entender todo lo que sabía sobre el otro – y creo que sois la persona indicada para este trabajo. Sin embargo – se adelantó, cuando vio que Jérémie tuvo el gesto de rechazar su oferta – , no es lo único de lo que deseo hablar con vos. Ambos somos proscritos, perseguidos por la Santa Madre Iglesia... Tenemos el deber de protegernos unos a otros. Si vuestra merced acepta mi oferta de trabajo... – se detuvo un momento para que el otro Cambiaformas pudiera considerar sus palabras – yo os ofrezco llevarle con mis Maestres, criaturas sobrenaturales que podrían protegeros, que podrían daros conocimientos que nadie más tiene, que podrían, quizás, dar un nuevo sentido a vuestra vida. –
Cogió su vaso de cerveza y se lo bebió de un solo trago.
Sabía que había hecho una apuesta arriesgada, no sólo porque el otro fuera un Felino (con todo lo que Charles ya sabía sobre la especie), no sólo porque el otro tuviera un carácter decidido y fuerte (aunque en esos momentos no se notase), sino, sobre todo, porque el otro era un extraño y porque él se estaba dejando llevar tan sólo por su intuición. Creía, a ojos cerrados, que podía confiar en el Le Bihan, pero no tenía ninguna certeza de estar haciendo lo correcto. Perfectamente, podría tener frente a sí a un Inquisidor Condenado; si bien la vida de Jîldael estaba completamente a salvo, había puesto las cabezas de toda su Manada en sendas bandejas de plata si Jérémie no resultaba ser quien Charles apostaba que era.
Secó su boca con el dorso de su manga, como se esperaría de un Criado sin modales. Había otras cosas, además de su discípula y de su Manada que todavía no podía revelar a su contertulio. Esas cosas eran su carta bajo la manga, la última en caso de que todos sus otros resguardos fallasen; si fracasaba tan rotundamente que todo el patrimonio de Jean se perdiera y todos los enemigos de Jîldael triunfasen, ella todavía podría escapar con vida, y protegerse bajo el título escocés que Charles había mantenido lejos de sí por tanto tiempo. Aun si él moría, ella siempre estaría a salvo.
Entonces fue que consiguió tranquilizarse; no importaba el giro que diera su vida; todos sus caminos terminaban del mismo modo: él, muerto; ella, a salvo de sus enemigos. Era un trato justo y a Charles le bastaba con ello. Miró a Jérémie con atención, mientras el otro, de seguro, consideraba su oferta. Todavía no podía el “Zorro” decir por qué el Felino estaría dispuesto a aceptar tan peligrosa e intrigante oferta; ciertamente, el Noir no había dado grandes detalles y la mayor parte de su mensaje estaba codificado; un hombre ordinario le habría tomado por demente y habría rechazado la oferta sin apenas haberla escuchado; era un paso adelante el que el Cambiaformas todavía estuviera sentado frente a él.
Sabía (o creía saber) que el Le Bihan aceptaría la oferta, por motivos tan secretos y mejor guardados que los de Charles. Si todo marchaba bien, ciertamente el Canino acabaría conociendo esos verdaderos motivos, lo mismo que el Felino conocería todo de él... Claro, si todo marchaba bien.
Pero primero, Jérémie debía contestar... Y el silencio era tan pesado entonces...
***
Última edición por Charlemagne Noir el Mar Jul 15, 2014 12:21 am, editado 1 vez
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Re: Entre extraños nuestros secretos están seguros {Jérémie Le Bihan}
Decidió no interrumpirle en ningún momento de su discurso, sí, en ocasiones alzó su ceja con incredulidad o frunció sus labios evidenciando su rechazo. Pero sí existía un interés en lo que decía Charlemagne, no se debía a las intensiones no muy claras, sino a la posibilidad de guiarlo a un camino, a un sendero al que podría pertenecer, encontrar su razón en la vida. Pero así como el viejo recelaba de su información, Jérémie lo hacía de él, después de todo era un felino y no daría su confianza tan fácilmente como seguramente Charlemagne ya había advertido.
Jérémie tiró su cuerpo atrás recargándose totalmente en la silla, dejando que el rostro de Charlemagne desapareciera de la luz mortecina de la taberna, una luz que a penas llegaba a ellos que estaban tan lejos del resto. Jérémie lo miró con sus ojos felinos y sin previo aviso se abalanzó sobre Charlemagne sujetándolo de la camisa, alzándolo y acortando la distancia peligrosamente; aquel movimiento agresivo hizo que su silla cayera, la mesa se estremeciera, el plato de jamón cayera y estrepidozamente cayera la botella de ron que hizo más escándolo que todo lo demás. —¿Por qué piensas que no soy un inquisidor?— le refutó en una voz para ellos pendiente a que los más cercanos se habían percatado y los observaban, Jérémie entrecerró los ojos como si buscara la verdad a través de los orbes claros de Charlemagne. —Eres demasiado viejo para cometer un error... No, ¿será acaso que tu eres el inquisidor?— susurró y se dibujó una sonrisa cuando identificó que Charlemagne no se mostraba alterado como lo supuso estaría.
Entonces lo soltó, —dos tarros de cerveza uno para mi y el otro para mi amigo— dijo a la mesera más próxima y tomó asiento. —¿Una doncella en peligro?— cuestionó mientras cruzaba la pierna. —No te pediré detalles porque este no es el momento ni el lugar indicado, pero si quisiera escuchar más de su maestres... Su instinto le dijo que era un hombre sin un camino ¿cierto?, lo sé porque mi instinto me dice que puedo confiar en ti... Noir— concluyó justo en el momento en el que los tarros llegaron, tomó el suyo y dio un gran sorbo.
—¿A quién esperas Noir?, porque evidentemente no era a mi. Nuestros destinos se cruzaron pero no estabamos preparados para que así fuera. Tu mirada es muy sabia, y estás desesperado para querer proteger a una mujer a la que sólo sirves; no me interesa el vínculo que tengas con esa mujer, por ahora; pero deseo que me lleves con tus maestres antes que nada— sus ojos volvieron a cambiar y se terminó la bebida de un trago.
Entonces espero a que Charlemagne hablara, era tiempo de que cerrara por un momento su boca.
Off: En verdad discúlpame por la enorme demora, tuve dos ausencias aunque esa no es una justificación, en fin. Espero podamos continuar.
Jérémie tiró su cuerpo atrás recargándose totalmente en la silla, dejando que el rostro de Charlemagne desapareciera de la luz mortecina de la taberna, una luz que a penas llegaba a ellos que estaban tan lejos del resto. Jérémie lo miró con sus ojos felinos y sin previo aviso se abalanzó sobre Charlemagne sujetándolo de la camisa, alzándolo y acortando la distancia peligrosamente; aquel movimiento agresivo hizo que su silla cayera, la mesa se estremeciera, el plato de jamón cayera y estrepidozamente cayera la botella de ron que hizo más escándolo que todo lo demás. —¿Por qué piensas que no soy un inquisidor?— le refutó en una voz para ellos pendiente a que los más cercanos se habían percatado y los observaban, Jérémie entrecerró los ojos como si buscara la verdad a través de los orbes claros de Charlemagne. —Eres demasiado viejo para cometer un error... No, ¿será acaso que tu eres el inquisidor?— susurró y se dibujó una sonrisa cuando identificó que Charlemagne no se mostraba alterado como lo supuso estaría.
Entonces lo soltó, —dos tarros de cerveza uno para mi y el otro para mi amigo— dijo a la mesera más próxima y tomó asiento. —¿Una doncella en peligro?— cuestionó mientras cruzaba la pierna. —No te pediré detalles porque este no es el momento ni el lugar indicado, pero si quisiera escuchar más de su maestres... Su instinto le dijo que era un hombre sin un camino ¿cierto?, lo sé porque mi instinto me dice que puedo confiar en ti... Noir— concluyó justo en el momento en el que los tarros llegaron, tomó el suyo y dio un gran sorbo.
—¿A quién esperas Noir?, porque evidentemente no era a mi. Nuestros destinos se cruzaron pero no estabamos preparados para que así fuera. Tu mirada es muy sabia, y estás desesperado para querer proteger a una mujer a la que sólo sirves; no me interesa el vínculo que tengas con esa mujer, por ahora; pero deseo que me lleves con tus maestres antes que nada— sus ojos volvieron a cambiar y se terminó la bebida de un trago.
Entonces espero a que Charlemagne hablara, era tiempo de que cerrara por un momento su boca.
Off: En verdad discúlpame por la enorme demora, tuve dos ausencias aunque esa no es una justificación, en fin. Espero podamos continuar.
Jérémie Le Bihan- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 23/10/2012
Re: Entre extraños nuestros secretos están seguros {Jérémie Le Bihan}
¡Que zumbe el rayo y con fragor reviente,
mientras -cual a hoja seca o flor marchita-
tu fuerte soplo al roble precipita.
roto y deshecho al bramador torrente!
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Deseo de venganza.
mientras -cual a hoja seca o flor marchita-
tu fuerte soplo al roble precipita.
roto y deshecho al bramador torrente!
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Deseo de venganza.
La violencia intempestiva del otro no le sorprendió en lo más absoluto. Estaba sobradamente acostumbrado a los arrebatos felinos de Jîldael; nada de lo que hiciera Jérémie podría ser peor que una gata celosa, de eso estaba totalmente convencido. Una media sonrisa se dibujó en su rostro cuando él estalló.
– Sé que no sois un Inquisidor... del mismo modo en que vos sabéis que no lo soy. – musitó, abandonando toda formalidad – ¿De verdad queréis perder tiempo en cuestiones intrascendentes? – lo inquirió, hosco. Charles estaba cruzando una línea demasiado peligrosa como para entretenerse en los caprichos gatunos de su compañero de velada, pero no se lo volvió a enrostrar; sabía que debía tener paciencia si realmente buscaba algún destino con ese hombre.
Por fortuna, el Felino pareció comprenderlo rápidamente; o así le pareció la invitación de otro jarro de cerveza para reponer la que habían perdido en su impulso. Sólo cuando tuvo su jarra frente a él fue que Jérémie se interesó realmente en la propuesta del Noir y le confesó, al fin, que era su instinto y no otra cosa lo que le hacía confiar en el Canino.
Otro paso adelante.
Regatear con un gato siempre era todo un arte; lo aprendió con Jîldael. Si no sabes cómo actuar, si te mueves en el momento equivocado o utilizas la palabra equivocada, todo lo que habías logrado se desmoronará como castillos de arena. Era necesaria toda su voluntad y, sobre todo, era necesaria toda su paciencia para llegar a un punto de encuentro con él. Ya había demostrado el Felino lo quisquilloso que era; no sería ni remotamente dócil caminar a su lado, pero, si ganaba su confianza, le sería el compañero más fiel que pudiera encontrar jamás. Aquella virtud de Jérémie fue lo que le decidió a seguir adelante.
Por supuesto, el gato frente a él no tenía ningún interés en su Ama. Para él, obviamente, una mujer más en peligro no era cosa que le apurase; tal parecía que todas las mujeres del mundo podrían morir antes de obligarle a entrar en batalla. Otra cosa completamente distinta fue el asunto de la “Manada” y ello le resultó de lo más curioso a Charles. Si algo había aprendido a lo largo de su extensa vida era lo mucho que amaban los felinos su territorio, tan proporcional a su amada soledad; que Jérémie no encajara en ese modelo era como tener la pieza del rompecabezas equivocado. No obstante, tampoco pujó por saber. Habría sido la pregunta equivocada que derrumbaría definitivamente su delicado castillo. Así las cartas de su baraja, era obvio que debía partir por su gente. Ya después, encontraría el modo en que aquel hombre tan peculiar aceptase ser el guardaespaldas de su Ama.
– ¿A quién esperas, Noir? Porque, evidentemente, no era a mí... – preguntó el otro como quien no quiere la cosa. Otra carta de su naipe. La carta que Charles usaría a su favor: la curiosidad era un rasgo común a todos los mininos. No pueden resistirla, del mismo modo en que el resto no resiste aguantar la respiración.
– Espero a un amigo espía. – confesó despreocupado – Debemos ir siempre dos pasos delante de nuestros enemigos. – explicó escuetamente. Lo miró servirse ron y tuvo el impulso de quitarle la copa, pero se contuvo; después de todo, los Cambiaformas tenían una resistencia mayor al alcohol que los simples humanos; sin embargo, su dependencia alcohólica (si es que resultaba tal como intuía él) sería la primera cosa en cambiar, sobre todo si quería formar parte de la Manada – Es un hecho que no vendrá; él nunca llega tarde a un encuentro, lo que son malas noticias para nosotros. Pero eso es algo de lo que yo me ocuparé en persona. – zanjó el tema de raíz – Respecto a mi Manada, más bien, debo decir que yo soy parte de ella. Y que si deseáis conocerla, tendréis que estar dispuesto a someteros a una aguda inspección de parte de los Patri. Y tendréis que perdonarme que no os diga nada más, pero ya hemos sido traicionados desde el interior. Y es un error que no estamos dispuestos a cometer. Así que si aceptáis las reglas del juego, os puedo llevar a su encuentro al ocaso de mañana. Vos decidís, como siempre. –
Lo cierto es que la pregunta era una mera formalidad; ambos sabían que Jérémie aceptaría la oferta y que Charles terminaría siendo su Maestre.
Pero los buenos modales nunca estaban de más.
***
Off: No te preocupes. Ha sido un tiempo ocupado para todos; además esta historia promete mucho; de mi parte, me encantará seguir roleando contigo. Así que adelante al camino del León y el Zorro. ¡Larga vida a la Manada! ^^
– Sé que no sois un Inquisidor... del mismo modo en que vos sabéis que no lo soy. – musitó, abandonando toda formalidad – ¿De verdad queréis perder tiempo en cuestiones intrascendentes? – lo inquirió, hosco. Charles estaba cruzando una línea demasiado peligrosa como para entretenerse en los caprichos gatunos de su compañero de velada, pero no se lo volvió a enrostrar; sabía que debía tener paciencia si realmente buscaba algún destino con ese hombre.
Por fortuna, el Felino pareció comprenderlo rápidamente; o así le pareció la invitación de otro jarro de cerveza para reponer la que habían perdido en su impulso. Sólo cuando tuvo su jarra frente a él fue que Jérémie se interesó realmente en la propuesta del Noir y le confesó, al fin, que era su instinto y no otra cosa lo que le hacía confiar en el Canino.
Otro paso adelante.
Regatear con un gato siempre era todo un arte; lo aprendió con Jîldael. Si no sabes cómo actuar, si te mueves en el momento equivocado o utilizas la palabra equivocada, todo lo que habías logrado se desmoronará como castillos de arena. Era necesaria toda su voluntad y, sobre todo, era necesaria toda su paciencia para llegar a un punto de encuentro con él. Ya había demostrado el Felino lo quisquilloso que era; no sería ni remotamente dócil caminar a su lado, pero, si ganaba su confianza, le sería el compañero más fiel que pudiera encontrar jamás. Aquella virtud de Jérémie fue lo que le decidió a seguir adelante.
Por supuesto, el gato frente a él no tenía ningún interés en su Ama. Para él, obviamente, una mujer más en peligro no era cosa que le apurase; tal parecía que todas las mujeres del mundo podrían morir antes de obligarle a entrar en batalla. Otra cosa completamente distinta fue el asunto de la “Manada” y ello le resultó de lo más curioso a Charles. Si algo había aprendido a lo largo de su extensa vida era lo mucho que amaban los felinos su territorio, tan proporcional a su amada soledad; que Jérémie no encajara en ese modelo era como tener la pieza del rompecabezas equivocado. No obstante, tampoco pujó por saber. Habría sido la pregunta equivocada que derrumbaría definitivamente su delicado castillo. Así las cartas de su baraja, era obvio que debía partir por su gente. Ya después, encontraría el modo en que aquel hombre tan peculiar aceptase ser el guardaespaldas de su Ama.
– ¿A quién esperas, Noir? Porque, evidentemente, no era a mí... – preguntó el otro como quien no quiere la cosa. Otra carta de su naipe. La carta que Charles usaría a su favor: la curiosidad era un rasgo común a todos los mininos. No pueden resistirla, del mismo modo en que el resto no resiste aguantar la respiración.
– Espero a un amigo espía. – confesó despreocupado – Debemos ir siempre dos pasos delante de nuestros enemigos. – explicó escuetamente. Lo miró servirse ron y tuvo el impulso de quitarle la copa, pero se contuvo; después de todo, los Cambiaformas tenían una resistencia mayor al alcohol que los simples humanos; sin embargo, su dependencia alcohólica (si es que resultaba tal como intuía él) sería la primera cosa en cambiar, sobre todo si quería formar parte de la Manada – Es un hecho que no vendrá; él nunca llega tarde a un encuentro, lo que son malas noticias para nosotros. Pero eso es algo de lo que yo me ocuparé en persona. – zanjó el tema de raíz – Respecto a mi Manada, más bien, debo decir que yo soy parte de ella. Y que si deseáis conocerla, tendréis que estar dispuesto a someteros a una aguda inspección de parte de los Patri. Y tendréis que perdonarme que no os diga nada más, pero ya hemos sido traicionados desde el interior. Y es un error que no estamos dispuestos a cometer. Así que si aceptáis las reglas del juego, os puedo llevar a su encuentro al ocaso de mañana. Vos decidís, como siempre. –
Lo cierto es que la pregunta era una mera formalidad; ambos sabían que Jérémie aceptaría la oferta y que Charles terminaría siendo su Maestre.
Pero los buenos modales nunca estaban de más.
***
Off: No te preocupes. Ha sido un tiempo ocupado para todos; además esta historia promete mucho; de mi parte, me encantará seguir roleando contigo. Así que adelante al camino del León y el Zorro. ¡Larga vida a la Manada! ^^
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