• Entre secretos y confesiones • {Privado}

El leve sonido de las agujas del reloj que colgaba de la pared del comedor estaba sacándome de quicio. Ni en mi propia casa podía sentirme evadida del mundo, siempre había algo que me lo impedía. Contemplando el enorme reloj di otro pequeño sorbo de mi taza de café, uno bien largo que logró vaciarla finalmente. Eran las ocho y cuarto, aún no había tomado mi cena, aunque tampoco pensaba tomarla. No últimamente.

Llevaba noches sin pegar ojo, pesadillas extrañas se apiadaban de mi mente impidiéndome dormir tranquila, y por el día mi cansancio era irremediable. Desde que estas aparecieron, a penas tengo fuerzas para nada, y aún menos para la magia, la cual llevo sin practicar desde al menos varios meses… bastantes podría decirse.

Doy un brinco del sillón en el que me encuentro sentada cuando el sonido de una taza al romperse llega a mis oídos. Sobresaltada me giro y compruebo que a Vénicia se le acaba de caer la taza de café que recién me había acabado. Suspiro lentamente, recuperándome del reciente susto y me dirijo hacia el suelo, de rodillas, donde se encuentra Vénicia, una de las sirvientas que más tiempo lleva en palacio. Paso mi mano por detrás de mi oreja, apartando el cabello de mi rostro y la ayudo con los pequeños trozos que han acabado esparciéndose por el suelo. –Excusez-moi, madame, je suis très desolée- repite una y otra vez arrodillada junto a mí. Le digo que no se preocupe, es una simple taza de miles que hay en esta casa, pero para ellos una taza rota por su falta de atención es algo horrible, quizás por el miedo a el despido, a quedarse sin hogar, y principalmente sin dinero para comer y alimentar a una familia. Pero en mi caso eso no ocurriría, salvo grandes excepciones. No me considero de la realeza, aunque mi apellido pueda decirlo todo, pero por eso prefiero ignorarlo. Toda mi vida he vivido sumergida en dinero, en grandes lujos, y en amor, pero cuando murieron mis adorados padres, me di cuenta de que todo eso no servía de nada, si no tienes con quien compartirlo.

A diferencia de la gran mayoría que compone esta clase alta, que solo se preocupan por su dinero y por su gran estatus social, hay personas humildes, sin casa ni dinero que al menos se tienen los unos a los otros. No me importaría dejar todo mi dinero y ser uno de ellos… siempre y cuando tuviera una familia. Pero eso no va a pasar.

Vuelvo a mirar el reloj tras levantarme del frío suelo, acomodarme el largo vestido, y ver como Vénicia se aleja con una bandeja llena de pequeños trozos de cerámica. Ahora son las 9 y media, y esta anocheciendo. No desearía pasar toda la noche con la única compañía de un reloj, por lo que cubro mi vestido con un chal, y salgo a la calle en dirección al área de los gitanos.

Siempre que me encontraba sola me dirigía hacia allí, los gitanos pueden ser unos malditos ladrones, pero me fascina la forma en la que todos se protegen los unos a los otros. Además, es el mejor sitio para encontrar cualquier cosa relacionada con el mundo de la magia, aunque en mi caso, aquella noche no iba por esa razón, simplemente quería disfrutar de el ambiente que allí se respiraba.

Una vez allí, continué caminando. El chal cubría también toda mi cabeza, pero podía ver a la perfección como todos a mi alrededor me miraban curiosos, posiblemente sorprendidos por la presencia de alguien aparentemente rica allí, en su barrio, o como ellos quieran llamarlo. Alzo la cabeza entonces cuando una voz familiar se dirige hacia mí. Sonrío sorprendida cuando ante mí se inclina haciendo una ligera reverencia Kerevan D.Flourite, antiguo amigo de mi padre, muy buen amigo podría decirse. La última vez que lo vi creo recordar que fue no hace mucho, quizás un año, dos, no más. El tiempo no parece pasar por él, luce tan jovial y atractivo como siempre.

-Kerevan… Qué grata sorpresa… Puedo decir lo mismo de usted, de todos los lugares de París y del mundo, jamás se me habría ocurrido encontrarle aquí- contesto de una forma educada con un tono coloquial. Mi trato con él nunca ha sido muy efusivo, somos simples conocidos con amigos y familia en común, pero nunca hemos estrechado lazos ni nos hemos preocupado por conocernos el uno al otro.