Confesiones-Privado

Desde aquel momento, en el que le rescató de las garras de la muerte, estuvo a su absoluto cuidado. No fue tarea fácil, las fiebres, las alucinaciones, soportar los ataques de ira y locura. Pudo con ello y él también, la lucha que logró superar no fue gracias a otra persona que sí mismo. Siempre supo que lo conseguiría, tenía fe en él. Estuvo a su lado prácticamente todo el tiempo, alimentándole, darle las medicinas adecuadas… las que Gaïa puso en conocimiento para ese tipo de casos. No, no era cualquier enfermedad. Su vida cambiaría tras la superación de ésta y esperaba, de verdad… que cuando abriese los ojos, volviese apreciar aquellas orbes como el ébano, con ese brillo especial y único.

Se negaba, no iba a permitir que se rindiese. Le curó, sí…pero también le golpeó hasta la saciedad, entrase en razón para que no se pensase ni un segundo en caer. Una vez caías en el abismo, era imposible volver a salir del agujero. Ganó, ganaron ambos en esta lucha y cada día parecía estar mejor, tolerar aquella nueva raza con sus consecuencia pero también con sus beneficios. Ella mejor que nadie había comprobado lo mucho que cambió, no era el mismo de antes en ciertos aspectos pero su esencia seguía allí, como el primer segundo que lo conoció.

Debía salir, no podía perderse aquel evento, se lo prometió a la señorita Gilbert. Gracias a sus “contactos” en Paris, pudo ofrecerle un techo donde poder curar sus heridas y descansase. No estaba muy alejado de la residencia y podía visitarlo sin levantar sospechas. Ese día , le llevaba ropa limpia para que pudiese cambiarse, darse un baño y poder salir un rato, le haría bien tomar el aire. Con la ropa escondida en los pliegues de su vestido, salió como cada mañana a supuestamente… “confesarse”. Ella confesarse…la idea de pensarlo le hizo tanta gracia que se le escapó una risa de camino hacia aquella vivienda en donde se encontraba su amigo.

Solo ella tenía llave, toda precaución era poca. Suspiró antes de abrir la casa, ningún ruido, ni rastro de Ehmhyr por ninguna parte. Maldito, ¿dónde se habría metido? Dejó la ropa en una de las sillas y abrió las pocas habitaciones de aquella casa. No estaba ni en la cocina, ni en la habitación, solo quedaba el baño. No, no entró con cautela y cuidado, lo hizo de golpe…girando el pomo y buscarlo con sus orbes azules como el hielo. Y esas orbes, se fijaron en la figura del otomano, metido en la bañera…tan tranquilo.

-¿Se puede saber porqué no dejas las puertas abiertas? Me has asustado, maldita sea. Te traje ropa -desvió la mirada hacia la ventana, acercándose lo suficiente para asegurarse que estaba bien, maldito hombre…siempre se la jugaba -Veo que te has animado por fin, menos mal. Ya empezaba a oler, a mofeta podrida -arrugó la nariz, riendo de lo más divertida, inclinándose hacia la bañera y echarle agua con las manos , a modo de venganza.

-Se supone estoy rezando, puedo tardar dos horas al menos - sonrió de medio lado, apoyando ambas manos en la bañera. Sabía lo que diría así que antes, alzó uno de sus dedos índices para que no se le ocurriese decir nada -No miraré, tranquilo, además…. No tienes nada nuevo que no haya visto antes -

Ese maldito hombre siempre le jugaba las mismas pasadas. No contento con haber tenido que examinar cada rincón de la casa, ahora encima le pedía que cerrase la puerta. La preocupación mezclada con el enfado, se reflejó en sus orbes azules. Lo fulminó con la mirada, ese pasotismo y despreocupación, como si nada. Del esfuerzo, su respiración se entrecortó… mirándole fijamente a los ojos, advirtiéndole que no siguiese por ese camino. Solo había que observarlo para afirmar que no solo se encontraba perfectamente… en cualquier momento, abandonaría la casa y volvería hacer su vida.

Tan presuntuoso y egocéntrico, conocía a la perfección esa sonrisa. Nada bueno pasaba por aquella cabeza traviesa. Sonrió de medio lado, esperando cualquier movimiento con la desventaja que ella no tenía esa fuerza sobrenatural y aún así… no habían cambiado entre ambos, quizás… se habían unido más después de encontrarle mal herido. Ella y sus manías de visitar el cementerio, qué iba a pensar que Emhyr estaría en el mismo lugar…y dentro de una de las fosas, escondido…esperándola.

Pasó demasiado deprisa, tanto que apenas le dio tiempo de reaccionar. El agarre dio paso a un tirón de su brazo y cayó al agua tal como estaba, vestida y sin avisar. Cuando salió a la superficie, completamente empapada, dio un golpe al agua con las palmas de las manos, echándole a él agua a modo de venganza, ese maldito hombre jugaba siempre y esta vez, volvió a vencer. Suspiró largamente, resoplando y mirarse a sí misma, en dos horas no iba a secarse el vestido así que se tendría que quedar más tiempo…o volver así y fingir que tuvo un….accidente, en gran parte era cierto.

-No solo te divierte, estás muy seguro de que quiero tocarte de alguna manera. Te equivocas y no sonrías de ese modo…. Que no-se echó a reír porque era inevitable, no podía estar enfadada con él demasiado tiempo, su forma de ser ejercía ese poder en el carácter de la rubia -Con la espuma no se ve nada. No espero tal cosa y lo sabes…ya te vi desnudo una vez, bueno varias porque en tu curación fue inevitable, al menos ya no pareces un muñeco roto -se acomodó, sentada en la bañera, vestida. Extraña esa situación pero normal en ambos, terminó en el borde de la bañera con ambos brazos y su barbilla parecía pensativa y ella misma…cortó el silencio.

-Emhyr, ahora que todo ha pasado… estás bien, te vas recuperando ¿qué harás? La vida antes de que aquel ser te mordiese, esas personas que dejaste… bueno, más bien esa persona porque no me niegues que haya una, una al menos que te importe…te importase lo suficiente para despedirte de ella sin prometerle que volverías y todo por su bien -en todo momento apenas le había mirado a los ojos hasta ese instante, ¿por qué lo sabía si él no le comentó nada? era fácil respuesta, una que ella misma le confesaría -¿Por qué lo sé? Porque yo hice lo mismo. -suspiró quedando en silencio, no era dada a confesarse con nadie, ni siquiera… con el señor Milles, todo se lo guardaba para sí pero cuando estaba con Emhyr, sentía que él era la persona indicada no solo para que le escuchase, también le aconsejase.

-¿No, Emhyr? No me equivoco. ¿Cuál es tu historia? Me has contado muchas, pero no esa que tanto anhelas, te llena de melancolía… y no me mires con ojos de lujuria que te ahogo y no me importará, qué mejor morir entre mis manos -enarcó una ceja, sonriendo de lo más divertida, entre esos dos nada cambiaba.

Otomano provocador, que encandilaba con palabras. Tenía el don de hechizar a cualquier fémina solo con una mirada, sonrisa y palabra. Abbey, cayó en sus redes pero esa noche no fue la única. La atracción entre ellos era innegable, ambos eran muy parecidos a pesar de ser de distinta clase diferente y sexo. La relación que los unía, era mucho más fuerte que una simple atracción, llamada amistad. Entre ambos se había creado un vínculo inquebrantable.

Qué descarado, como siempre, justo como solía ser ella. Negó con la cabeza , echándole agua y de paso echarle espuma, para que se callase. Y el silencio, uno que extraño entre ambos supuso un remanso de paz, tranquilizador. Dejó escapar un suspiro, las palabras de la inglesa flotaban en el ambiente, sobre sus cabezas…pensamientos que ninguno estaban dispuestos a dar conocer a nadie. Ni siquiera a ellos mismos pero ¿quién iba a saber, conocer de los dos? Él y ella, confidentes que no juzgaban… porque era imposible confiar. Ambos se conocían más allá de lo carnal… podían llegar a adentrarse bien dentro del corazón del uno y de otro.

-Claro, estás deseando tenerme desnuda y si añadimos que estoy en la bañera… -pero llevaba razón, si no salía de la bañera no podría volver a la residencia y al final sería peor el remedio que la enfermedad. Como buenamente pudo , se quitó el vestido, pesaba tanto… que deslizarlo por su piel y poder extenderlo en una de las sillas del baño… fue una odisea. Al menos pudo retorcerlo y quitar el agua.. ahora solo esperaba se secase. La chimenea hacía su trabajo a la perfección… caldeaba toda la pequeña estancia, acogedora…le encantaba estar allí.

Parpadeó, casi resbalándose al oír “puede que me haya enamorado”. El vestido frente a las llamas, olería a lumbre pero al menos… el castigo no sería tan rudo…o sí, tal vez. Volvió al agua, dejando el cabello a un lado. Emhyr enamorado y no parecía ser de sus bromas, quiso descubrirlo cuando le miró de reojo…para comprobar si era o no verdad. Y …diablos, lo era. ¿Esa era el gesto delatador? El que te traicionaba…y terminaban por descubrir lo que no deseabas, esos sentimientos que bien sabía ella misma que no debía sentir y al igual de natural que él lo soltó , ella no fue menos.

-Menuda cara de mendrugo… como me digas que también tengo tu mismo careto…mátame -enarcó una ceja, volvía a insinuarle…entre bromas , como si no hubiese admitido nada. Necesitaba contárselo a alguien, ¿quién mejor que él para comprenderla? -Ya somos dos. Ese maldito artista ha conseguido dejarme sin palabras y yo nunca me callo, cuando está cerca… solo pienso en hacerle cualquier cosa como si no hubiese mañana y lo peor, siento cosas… no sé si es amor… pero me importa más que cualquier otra persona y …sí, tengo un problema -

Y oyó cada una de sus palabras, si lo seguían…ella lo escondía, era su total cómplice. Y no cambió el gesto, le importaba bien poco que fuese o no su cómplice, por él haría cualquier cosa y era mutuo, de eso se trataba la amistad. No tenía amigos, él el único… y ambos en este tiempo se habían demostrado mucho, demasiado.

-Pues soy tu cómplice y lo seguiré siendo, me dejes o no… ahora dime ¿en serio te enamoraste? ¿nos hemos enamorado los dos? Pobres personas… aunque sé qué harías cualquier cosa … y yo lo haría por ti, así que ya puedes irme contando. -se acercó para revolverle el cabello, mirándole fijamente a los ojos… era extraña la conversación -Y no se te ocurra tocar mis enaguas -una advertencia…entre risas.