Los Pecados del Hombre. [Vaël Sunderland]

por **Soren Makelyne** Miér Jun 13, 2012 9:18 am

Luces, carretas, carcajadas y suciedad. Todo bajo un hermoso manto de estrellas.

Soren recorría las calles una noche más, la claridad había desaparecido en el cielo pero no hacía mucho que había anochecido, y eso se notaba en el carácter de la gente que se cruzaba. Todos ellos, al igual que el propio Soren, eran sacudidos por la vibrante esencia de la noche, el saberse libres de sus obligaciones y quehaceres, el entender que aún tenían una pizca de control sobre sus vidas y que podían hacerlo todo, por ruin, banal o egoísta que fuera, antes de irse a la cama.

París apestaba, pero era sincera. Le gustaba más que la ahumada Londres.

Empezaba a reconocer calles y rostros allí por donde cruzaba, en ciertos lugares el nombre de Soren empezaba a ser sinónimo de placeres prohibidos y diversión licenciosa. La semilla de su fama de viejo diablo ya había sido plantada y no tardaría en germinar, pero ese era el precio a pagar por una vida de pecado sincera.

Pero aún no le apetecía ir a fumar opio, ni tampoco tenía ganas de aprovecharse del curpo atlético de algún joven incauto. Puso rumbo a una famosa taberna que ya le habían indicado más de una vez. Entrar fue recibir un bofetón de calor y ruido, apestaba a alcohol derramado y humanidad, hombres y mujeres gritaban, reían y chillaban mientras hablaban, contaban chistes o recordaban "cariñosamente" a los antepasados de su patrón. Ya había alguno desplomado sobre su mesa y sus copas o botellas vacías, pero aún era pronto y se podían escuchar las tonadillas francesas.

Pero algo captó sus sentidos vampíricos. Un silencio ahogador, una quietud total, en un rincón de la barra. Una silueta delgada, un hombre joven cuyo rostro se advertía atractivo en el reflejo distorsionado de la pared acristalada donde reposaban las botellas. Soren Makelyne, dispensador de felicidad por antonomasia, no podía permitir que un joven solitario no disfrutara alegremente de la noche... y además, empezaba a tener hambre.

Se acercó con soltura hasta la barra y habló con el tabernero, señalando hacia el desconocido y pidiendo que le sirviera un vaso de whisky que pagó en el momento. Luego se apartó y se ocultó entre la marea de gente, esperando a que el camarero sirviera la copa al desconocido y se apartara, antes de aparecer apoyado contra la pared a sus espaldas.

-Una noche preciosa ¿no, cree?