Los pecados del hombre [Reservado]

La brújula se movió un grado al poniente medio, donde el horizonte vislumbraba las luces artificiales de una de las más grandes ciudades Francesas, Paris, el Papado me había ordenado exterminar, y eso haría mientras estuviera con vida en esta tierra que llana por lo poco mucho ocultaba detrás de cada árbol. Mi trabajo no concluía con una muerte, matar ya era parte de mi diario vivir, proteger era mi legado y si el fin justificaba los medios, ese fin lo llevaría a cabo hasta que me quitaran mi derecho a ver el sol. Pensamientos de media noche, siempre venían de la mano con sorpresas, siempre traían para mi enorgullecer mi ego, la perfección venia de la mano de una mujer, yo, claro estaba. Camine de vez en cuando observaba que la brújula apuntara en la misma dirección, agradecí al Señor por aquella noche estar aun con vida.

Las bifurcaciones no eran lo mío, tenía una cosa muy en clara, y nadie me desviaría de mi camino, ¿miedo? Quien dijo que era aquello malo, no conocía la adrenalina que este provocaba por el cuerpo, satisfecha por lo que mi corazón dictaba, y sin bajar la guardia me encamine por los oscuros arboles, que se mecían en son de un viento que escasamente tocaba mi cabellera. Haciéndome el recuerdo de la herida que me había causado el maldito condenado de la sangre, saque mi daga que oculta entre mis vestidos se encontraba y corte un trozo de mi vestido para tapar aquella herida, la sangre aunque seca seguramente estaba llamaría la atención a cualquier depredador que anduviera cerca, y eso, aunque satisfactorio seria también sería malo por mi vida. A lo lejos el ulular de un búho me acompañaba dejándome más tranquila, uno de mis guardianes me seguía de cerca, un condenado, Mirko, con su fiel compañero Toñino, un cambia formas que se transformaba en Búho por las noches, guardián de mi alma así le había bautizado, seguía mis pasos de cerca aquel vampiro. Tranquila no estaba, claro, no me gustaba ser observada por Mirko, pero agradecía que fuera uno salvado de mi propia fe.

Cuanto avance, no lo sé, mi sangre seria la guía del chupasangre mientras él se alimentaba kilómetros a la redonda, le había alimentado varias veces de mi propio líquido carmesí, pero él se negaba en hacerlo. En días cuando mi ánimo estaba como ahora.

¡Que mierda!- el cuerpo de un maldito caía a mis pies como regalo divino, ¿Cómo sabía que era uno de ellos? Ese maldito aroma o mejor dicho mis instintos de tantos que conocía me lo decía, sonreí y sin darle ni un segundo aprovechando que aun estaba débil (como podía prever), mi rodilla se apodero del cuello del chupasangre y sacando una de mis dagas, sonríe – Lo que Dios no quiere en el Cielo lo trae a mis pie para mandarlo al infierno – exclame en tono sarcástico, melodramático que venía al caso, la daga no le haría daño pero me serviría para entretenerlo, por algunos segundos, quizás le daría diez condenados segundos de rogar por su vida, el éxtasis por acabar con otro fluía por mi cuerpo, el manjar para uno de mi especia. Mis ojos oscuros clavados en el rostro ajeno amenazaban con la muerte. – Espero hayas disfrutado tu miserable vida – escupí en su rostro soltando una leve sonrisa. El búho que ahora estaba en el árbol del que había caído parecía disfrutar tanto como yo del espectáculo él era mi alarma si las cosas se salían de control por ahora todo el viento estaba a mi favor.

El golpe en mi espalda hizo que me sonara más de un hueso de la columna solo arrugue la frente, no chille ni muchos menos me queje de dolor, sabía muy bien cómo eran esos mal nacidos, sabía perfectamente cómo se hacían poderosos, y como yo me ocupaba de ellos, ¿desventaja? Claro y de todas las maneras era claro que se pondría fuerte y eufórico con la sangre de… si de mi fiel guía, apreté la mandíbula pero, sonreí al final me daba cuenta que aquel vampiro era aun más miserable de lo que el mismo creía, ¿Por qué? Beber de un cambiaformas nunca le daría la fuerza suficiente para atacarme como él creía que lo haría, ingenuo pensé, si, el cambiaformas su sangre esta envenenada por decirlo de una manera, no es pura y nunca lo será como la de un humano común y corriente, por ejemplo como yo. Sonreí de lado, sus palabras, pues no era la primera vez que las oía, y de seguro las seguiría oyendo por el resto de mi vida. Moví uno de mis brazos, con algo de dificultad, pero tenía otra ventaja yo nunca, nunca andaba desarmada, ningún tecnólogo andaría así.

Por algo era la líder de facción, por algo era la manda mas en aquel piso del Vaticano, no por adorar a Dios estaba ahí, me calle y sonreí mirando al vampiro – Perro que ladra no muerde– – solté una carcajada sonora en el bosque, y me senté con dificultad – Hablas mucho y actúas muy poco, ¿a caso creías que por matar al búho me iba a espantar?– – la navaja rusa siempre estaba en su lugar, le había hecho unas modificaciones minúsculas que ni él ni nadie conocía prácticamente yo era una mujer blindada. Lo mire, su odio hacia mí me resbalaba, admitía la adrenalina corría por mis venas como un rio furioso en pleno invierno, mi corazón acelerado a más no poder por el hecho que una persona de tal confianza como el cambiaformas había muerto así de la nada, sería difícil acabar con el chupasangre pero nunca imposible. De mi escote saque otra daga, de plata y enterrándola en el suelo la ocupe como soporte para levantarme y quedar a su altura, fue ahí cuando el mareo llego a mi cabeza, luego a mis piernas, y sintiendo como algo corría por mi espalda trague saliva, estaba sangrando con el golpe me había enterrado una piedra en la espalda causando una gran herida, apreté la mandíbula con mas fuerzas haciendo crujir mis dientes. Y poniendo un pie en el cambiaformas le enterré el taco en el oído de la sola ira que comenzaba a sentir en ese momento.

Las palabras no eran lo mío nunca lo serian no era necesario alardear tanto de una puta condición que lo más probable algún vampiro había arrebatado la vida de tan miserable ser, porque de historias vampíricas habían muchas y todas seguían una mierda de patrón que por años había estado escuchando - ¿Quieres acabar con mi vida?– – levante ambas cejas mirándola, tenía fe que el aroma de mi sangre lo enloquecería y esa locura la tomaría como mía, y al hacerlo la fuerza bruta era lo menos que ocuparía cuando las dagas estaban en su lugar, el Búho no era tan imbécil como para dejarse matar así por que si, sonreí – ¿Quieres probar mi sangre maldito? – reí de manera sádica, casi maniática, apretando un tirante de mi corse, la clave del éxito, pensé al tiempo que en ningún momento deje de mirarlo a los ojos. Morirás hoy, me dije para mí, al tiempo que esperaba el siguiente paso del vampiro. Para así recrear el patrón que todos aquellos mal nacidos tenían. Al final era uno más del montón.