Noche Roja (HDA)

Eugénie siempre se acercaba a un caballero, dentro del burdel, para llevarlo a la cama, no es algo que fuera a detenerla, y mucho menos la apenaba, a fin de cuentas se encontraba en un burdel, ¿Quién se cohibiría en ese lugar? Se burlaba de quienes pretendían hacerlo, y le dolía cuando una virgen era obligada a dar su pureza, porque fuera del deseo amplio y sexual que tuviera, era una mujer de alma buena. Alastor Toreto era un hombre bastante atractivo, con un rostro, y por lo que intuía, un cuerpo esculpido, además que esa palidez llamaba su atención, Genie era mujer hermosa, y su piel podría confundirse con la de cualquier vampiro a causa de su palidez, pero el latido de su corazón dejaba en claro que era una frágil y deseosa humana. Se sorprendió por el deseo marcado en los ordes ajenos, no se quejó en realidad, sólo era una simple sorpresa. Se mordió el labio inferior tomando la copa entre sus dedos alargados y finos. De manera sugerente, llevo su copa a los labios, disfrutando del sabor que él buen alcohol le proporcionaba. La chica ladeo el rostro, no dejaba de observar la figura masculina, no dejaba de imaginar que haría de desnudarlo, deseaba un poco de sexo fuera de lo normal, que la empujaran contra una pared, que alguien le dejará en claro que la deseara, necesitaba desenfreno, algo fuera de lo normal.

La cortesana podía esperar, podía controlar su enfermedad sexual, podía medir sus movimientos con tal de recibir un placer absoluto. Se acomodó frente al caballero, sentada en un banquillo frente a la barra - ¿Un hombre? - Entonces se sintió decepcionada. ¿Cómo era posible que un hombre tan atractivo y deseable como él, viniera a buscar los trabajos de un hombre? Las cortesanas hacían una especie de juramento al entrar a trabajar a un burdel, no podían comentar que clientes lo frecuentaban, cuales eran sus preferencias, que cosas eran las más pedidas, que eran las más enfermas, hacían una especie de compromiso, una especie de fidelidad para la seguridad del cliente.

Suspiró con desgano, dejando en claro que las preferencias sexuales del caballero le desilusionaban, giró su cuerpo y observó a su alrededor - Depende que clase de hombre, no sé como lo desea, o si puedo buscarle a alguien mejor que al que venía a buscar - Ahora permanecía tranquila, sin hacer expresión alguna. Lo que la hizo sentirse verdaderamente consternada. ¿Deseaba estar con ella? Genie se sintió confundida y entonces entendió a la perfección - Seguramente estaba buscando al jefe, su nombre es Gaspard - Le sonrió encantada - Puede llamarme Genie, sin más, y no le daré más datos de mi persona, tampoco saldrá el antifaz de mi rostro, mientras se cumplan esos términos yo no tengo alguna clase de problema, y puedo ayudarle en lo que necesite - Se acercó a su oído - ¿Cómo se tiene a una cortesana, señor? Un par de monedas y podrá tenerme a su alcance - Sacó de manera felina su lengua, acariciando con calidez el lóbulo, lamiendo aquella zona, mordisqueando de manera casi obscena.

Eugénie alzó la copa, y disfruto brindando con él. Sintió el deseo de su cuerpo recorrer por cada rincón, sintió su intimidad palpitante por el deseo del miembro del caballero, deseaba que esa noche pasara y se volviera suya. - ¿Qué desea primero? ¿Ir en busca de mi jefe, o quedarse en mi habitación? - Volvió a sonreír, de forma picara, volvió a sonreír porque sus dedos se estaban volviendo realidad, volvió a sonreír porque esa noche sería de buena suerte. Dejó su copa en la barra, y le sonrió al tabernero de manera cómplice. Se giró de nueva cuenta para ver a Alastor, y le retiró también el vaso de la mano para dejarlo en el mismo lugar que el suyo. Enredó sus dedos en esa mano y tironeó de él con suavidad - ¿a dónde desea ir el caballero? - Su sonrisa cómplice se veía apenas de medio lado, la mujer caminaba sin soltar a su presa, caminaba por todo el burdel, hasta que llegaron al centro de pista de baila, se podía escuchar con atención al grupo de música que hacía compañía a cada uno de los presentes.Se giró pegando su exquisito cuerpo al masculino, y tomó la postura propia para comenzar un recatado baile, sin embargo no era ningún recatado baile, el cuerpo de Genie se restregaba en la fisionomía masculina, remarcaba las ganas de sentir una erección, la erección del hombre.

Ahí estaba ella, en una noche nueva, con un cliente nuevo. Su instinto de supervivencia le pedía que se fuera, que no siguiera con aquel encuentro, pero la cortesana era necia, y su placer demasiado. Aquella enfermedad que se albergaba en su cuerpo no le permitiría salir corriendo cuando sabía tenía que hacerlo. La chica disfrutaba de las miradas lascivas que le daba el vampiro, se sentía deseada, y eso le acarreaba a la imaginación perversa, al libido creciente. La joven escuchaba con atención, si estuvieran en otra situación, en otro lugar y sin antifaz, ella misma se abría ofrecido en la ayuda del negocio de medicina, la joven fuera de ese lugar tenía un corazón grande, que le importaba demasiado la ayuda en los demás, lo del elitismo no venía para esos tiempos, dado que más eran los de clase baja que necesitarían que la realeza, estos que tienen sus propios médicos. La chica lo dejó hacer, sintiendo el placer de sus manos, de sus labios, incluso la frialdad de su cuerpo le parecía exquisita, recordaba a pocos clientes de ese estilo, y entonces su experiencia con los hombres le dejó en claro por que su instinto le pedía salir, aquel hombre no era un simple humano, aquel hombre era algo más, pero no diría que, no importaba demasiado.

Dejaba que el hombre guiara, en un principio esa era su tarea, que le dieran las herramientas para saber sus gustos, después, con esa información, podía llevarlos a la verdadera satisfacción. La joven sintió aquellos dedos fríos en su interior, y gimió con fuerza. - Eres hábil - Le indicó al chico, pues la forma en que sus dedos la tocaban la hicieron sentirse en la gloria. Se arqueaba cada tanto, sintiendo grandes espasmos esparcirse por su cuerpo. Gemía repetidas veces, y pronto freno la mano del joven, no pretendía terminar tan rápido, su primer orgasmo tenía que tardar, además que él sería el primero en llegar, su tarea era dar placer, no recibirlo. La mujer bajo su mano. Sintió aquel bulto bastante endurecido, agrandado. y también húmedo. Aquello era bastante extraño, según los libros que había tenido oportunidad de leer, aquellos seres no tenían esa clase de reacciones, pero teniéndolo frente a él pudo constatar que eso era una mentira. Adentró con rapidez su mano por debajo de la tela, y entonces tomó con firmeza la punta, aquella zona también estaba fría pero sin duda el tamaño hacia que aquello se ignorara.

Eugénie se había escurrido de abajo de aquel cuerpo, se giró con maestría, y terminó estando a su lado. Su respiración era bastante agitada, no había mucho que decir al respecto, solo lo evidente. El tacto del vampiro la había alterado. La mujer lo miraba de manera sugerente, y entonces su mano comenzó a deslizarse, sujetando con firmeza la punta, y ejerciendo cierta presión antes de bajar, cada que subía y bajaba la apretaba, lo estaba masturbando con lentitud, haciendo que aquellos movimientos fueran delicados, tortuosos. - ¿Desea que sea más rápido? Pídalo - Le sugirió, jugueteando con sus labios, relamiéndose los mismos. Se inclinó, si él de verdad quería sentir su experiencia, la tendría. Inclinada, su lengua salió de manera seductora, llegando hasta la punta del miembro, dando suaves lamidas. Sus labios enrollaron la punta aquel falo. El vampiro se había estirado del placer, ella sonrió triunfal. Su boca comenzó a deslizarse con más fuerza y rapidez, haciendo que aquel sexo oral fuera placentero. Sus manos habían subido, una acariciaba su abdomen, la otra había llegado hasta sus lados, y adentró uno de sus dedos a su boca para que los lamiera, para que absorbiera de manera erótica los dedos de la cortesana. La mujer disfrutaba escuchando aquellos gemidos de placer, y también del sabor que el hombre tenía.

Alzó su mirada clavándola en la ajena, separó los labios de aquel miembro erecto - ¿Le queda en claro que se hacer mi trabajo? - Sonrió de manera burlona, relamiéndose sus labios con lascivia, con sugerencia, volvió a agachar su cabeza, su cuerpo estaba en cuatro contra la cama, su torso se había inclinado, su trasero estaba al aire, dejando que este imaginara, que se hiciera a una idea de lo que iba a tener después. Su tarea no terminó ahí, su boca dejó el falo, pero fue bajando hasta que sus labios succionaron con fuerza los testículos, sintiendo la hinchazón, sintiendo como el liquido seminal se había empezaron a cargar listo para salir disparado a causa del placer. Genie era una experta, no había duda al respecto.

La cortesana disfrutaba de ese tipo de amantes, esos quienes mantenían una fuerza superior a la normal, hombres y criaturas que supieran manejar su cuerpo con facilidad, que la movieran a su antojo, que supieran girarla, acomodarla, y hacer muchas cosas diferentes con tan sólo llevar a mover una mano. Era una sensación bastante excitante, disfrutaba que ellos pudieran tener el control de las situaciones, no tener que ser ella quien pusiera el ritmo de las cosas. Los hombres que no se intimidaban con las expertas cortesanas eran los que valían la pena para Genie, porqué con ellos se podía tener cualquier tipo de placer. Además que no se intimidaban por las cosas que llegaban hacer, aquello eran de las experiencias que más disfrutaba, quizás por eso su cuerpo estaba temblando lleno de placer y deseo en ese momento, y deseaba que así fuera, pero si su cliente deseaba ir al grano en ese momento no se negaría, se dejaría llevar, dejaría que él pusiera las reglas, a fin de cuentas él mandaba, quien pagaba mandaba, aunque para ella el dinero no fuera una gran necesidad, al contrario, en muchas ocasiones todo lo que llegaba a ganar en una semana lo guardaba, y tomaba una pequeña cajita y se lo daba en secreto e una de sus amigas, de las pocas que trabajaran en aquel lugar.

Ni siquiera pudo saborear el momento, o tomarse su espacio para disfrutar la manera en que la desnudaba, de un momento a otro pudo sentir como la penetraba, de manera suave, de manera firme, sin titubeos. ¡Ese hombre sabía lo que hacía! Aquel pensamiento le retumbaba en la cabeza, y también la intimidad, peor notó que la facilidad con la que había entrado en ella era por lo lista que estaba, por lo húmedo que estaba en su interior. Escuchó como había llegado hasta el fondo de ella, y como si intimidad había hecho eco gracias a la presión que se ejercía por el vacío que había sido cubierto con ese glande. La mujer se sentía famélica de placer, de deseo, de necesidad, incluso llegó a sentir que necesitaba al hombre que tenía entre las piernas, aquello era mágico, y sus ojos se llegaron a poner en blanco a causa del placer. Ni siquiera se habían movido, estaban viéndose a los ojos, Genie relamía sus labios de manera lasciva, buscando provocar aún más al hombre que tenía en su interior, se sentía poderosa por haber sido escogida por él y no haber escogido a nadie más, se sentía invencible, deseada y única. Estaba demasiado complacida en ese momento.

- Uhmmm, monsieur, sabe lo que hace - Se tomó con fuerza de su pecho, clavando sus alargados dedos en la piel firme y rígida del vampiro. La chica echó su cabeza hacía atrás, arqueaba la espalda, parecida una hermosa serpiente, de esas que eran encantadas y danzaban al son de las canciones de su dueño, ella era la serpiente, Alastor era su dueño, y se sentía bastante bien. Sus caderas comenzaron a moverse con suavidad, el miembro del hombre estaba bastante grande, erecto, duro, y no tenía la lubricación que ella, eso era evidente gracias a su condición de no vivo. Le gruñó, y también soltó gemidos fuertes, no podía dejar de sentir ese placer que recorría cada parte de su ser. Llevó sus manos, las colocó arriba de la cabeza del vampiro, sus dedos se apresaron en aquella cabecera de la cama, le dolían por la fuerza que estaba ejerciendo, no importaba, lo único que le importaba era poder hacerlo con él, desbordar placer para su amante. Y lo estaba haciendo. Con la ayuda de sus manos, con fuerza que ejercía en ellas, comenzó el vaivén rudo, la fuerza era evidente, sus caderas estaban torturando el miembro grueso del vampiro - Sé lo que hago caballero - Susurró, y sus labios se acercaron a los ajenos, buscando como tomarlos como suyos, porqué en esa noche estaban siendo suyos.