La manzana roja

El mercado ambulante me resulta agobiante. La aglomeración de miles de personas en un espacio reducido me pone de los nervios además de hacerme sentir asfixiada, ya que apenas hay un sitio para pararse a mirar con tranquilidad porque la gente con sus exquisitos modales comienzan a darte empujones sin miramiento alguno. Entiendo que para pasar por un lugar concreto tengas que empujar un poco a las personas y así no quedarte atrapado entre la muchedumbre pero hay veces que es exagerado. Es por este motivo que evito pisar el mercado siempre que me sea posible.

No obstante, hoy me apetece recorrerlo y admirar todos los puestos que puedan existir. El olor a fruta fresca, flores y muchos otros siempre me han resultado agradables. Camino con soltura por las calles de París hasta llegar a mi destino, que para mi sorpresa no está tan concurrido como en otras ocasiones. Esto aumenta mi buen humor, no me ganaré muchos golpes ni codazos. Avanzo con cierta tranquilidad y me paro cada vez que algún puesto llama mi atención, pues hoy puedo tomármelo con mayor calma que de costumbre. Me detengo ante uno de los muchos puestos de pan y bollos que pudiese haber. Aspiro el aroma de pan recién hecho durante largos segundos, adoro ese olor. Todo lo que hay resulta muy apetitoso pero por extraño que parezca no siento la necesidad de comprar algo para llevármelo al estómago. Me lleva ocurriendo hace bastante tiempo, desde que desperté en mitad de la nada y llegué a la ciudad.

Como veo que el vendedor comienza a dirigirme malas miradas por estar en su puesto sin comprar y sin dejar a otras personas el mirar sus productos, me alejo de él para seguir mirando los diferentes tenderos que hay. Después de lo que me parecen horas de estar esperando a que una señora se decida o no a apartarse del camino llego a los puestos de la fruta. La cantidad de frutos, con sus vistosos colores y sus fragancias me atrapan al instante. Las dos personas al frente del tendero, que deduzco se trata de un matrimonio, cruza una mirada antes de volver a posar sus ojos en mí y sonríen. ¿Acaso refleja tanto mi rostro lo maravillada que estoy? Desvío mi vista de ellos cohibida y me quedo mirando una manzana de tono rojizo. De todo lo que he visto aquí es lo que más me llama la atención y ellos parecen haberse percatado. Aunque no tenga apetito quiero comprarla así que hurgo en mis bolsillos en busca de monedas pero para mi mala suerte, no hallo ninguna. Miro a la pareja y me encojo de hombros, otra vez será. Sin embargo, cuando ya he dado la vuelta dispuesta a marcharme y seguir adelante, noto que alguien me toca un hombro y me giro para encontrarme con que la mujer me ofrece el fruto.

- Merci beaucoup – digo asombrada y con una ligera reverencia.

Abandono el puesto con los ojos fijos en la manzana aún sin creerme que me la hayan regalado sin más. Esto no lo hacen a menudo pues hay mucha gente que no puede permitírselo y en contadas ocasiones he visto que haya ocurrido algo similar. Parece increíble pero creo que le regalan algo antes a alguien que tiene dinero para pagarlo que no a alguien que realmente lo necesite, cosa que realmente no acabo de comprender.

Continúo caminando hasta llegar a lo que sería el final del mercado ambulante. Busco un lugar en el que poder sentarme y en el que no entorpezca a los viandantes, porque a pesar de que aquí hay menos personas, sigue habiendo las suficientes con las que tropezarse. Al final encuentro unos peldaños que llevan a lo que creo que es una casa y me acomodo allí. Alzo el fruto en la palma de mi mano y me pregunto por qué no tengo ganas de morderlo y probarlo con lo sabroso que se ve. ¿Estaré enferma?

Paso la manzana de una mano a la otra como si esperara que fuera suceder algo hasta que termino por soltar un suspiro mirando más allá de la fruta roja. Miro a las personas pasar con prisa frente a mí, ninguna de ellas se detiene a mirar a su alrededor. Con la cantidad de niños pequeños que corren por allí me pregunto cómo no acaba más de uno atropellado y cómo sus madres les dejan hacer sin apenas estar pendientes de ellos. Observo mi entorno un rato más hasta que me canso de ver gente ir y venir, por lo que vuelvo a centrarme en la dichosa manzana.

Tengo suerte de que nadie se fije en mí porque debo de parecer una mujer rara, pues vuelvo a darle una y otra vuelta sobre mi mano como si buscase alguna imperfección inexistente y no aparto la vista de ella. No sé porque se me antoja tan extraña la idea de darle un mordisco. <<Puede que nunca me hayan gustado las manzanas>>. ¿Es eso posible? Hay tantas cosas que desconozco de mi misma que una más tampoco va a matarme pero si pienso mucho en ello sí que puedo llegar a deprimirme, por lo que intento dejar la mente en blanco. Cierro los ojos para centrarme más en vaciar mi mente de pensamientos, nada de preguntas, nada de pasado, nada de intentar recordar. Curvo los labios en una sonrisa relajada. Ahora me siento mejor.

Cuando abro los ojos no puedo evitar dar un pequeño salto, que casi me hace trastabillar por los escalones, al encontrarme con algo que está frente a mí. Algo que después de parpadear un par de veces y recuperarme del susto inicial me doy cuenta de que se trata de una persona, concretamente una mujer. No sé lo que me ha dicho, ya que no le pude leer los labios pero aunque lo hubiese hecho creo que no habría sido capaz de responder. Esa mujer tiene algo que me hace sentir una extraña sensación que no soy capaz de interpretar pero no pienso mucho en ello puesto que algo ha comenzado a rondar en mi cabeza.

- Disculpe pero, ¿nos conocemos? – pregunto con cierto anhelo.

<<Asiente por favor. Dime que me conoces>>. Deseo con todas mis fuerzas que la mujer me mire extrañada y me responda “¿Cómo no iba a concerte?” porque desde luego con ese espléndido vestido rojo no tenía aspecto de que se me hubiese acercado para pedirme limosnas ni nada que pudiese llevarse a la boca. No quiero darme falsas esperanzas para que luego resulte que esta persona tampoco sabe nada de mí pero lo cierto es que no puedo evitar pensar que ella sí me conoce, que será la persona que pueda decirme quién soy, de dónde provengo y qué es lo que me sucedió para que perdiese la totalidad de mis recuerdos, ¿por qué si no habría de sentir que tenemos algo en común? Pero entonces caigo en la cuenta de que estoy obstruyendo el paso a una casa y pienso que tal vez la mujer viva en ella a pesar de que por su aspecto no me lo parezca.

Quiero preguntarle si necesita pasar pero veo que un grupo de personas se aproxima peligrosamente hacia ella sin mirar por donde van y sin pensarlo alargo el brazo para acercarla hacia mí y apartarla de su camino para que no se la lleven por delante en un descuido.

- ¿No pueden tener un poco de cuidado? – murmuro por lo bajo molesta.