Ten, una manzana (Adelheid Bartholf )

En momentos presentimos que solos nos encontramos. Es allí donde aparecen, los que son más que hermanos
» Alex Campos

Los momentos de duda, siempre atenazan al corazón. ¿Cómo describir la sensación que comenzaba con un recuerdo, continuaba en un pensamiento, y se marchaba con un suspiro?. El amor jamás es fácil. Todos lo saben, lo sabían, y lo sabrán. Las lindes de la razón están en el corazón humano. Aquello que ansiamos, y por mucho que estiramos los brazos, pocas veces alcanzamos. ¿Pero qué es el amor, comparado con la amistad?. Profundos sentimientos e ideas encontradas surcaban la mente de Arabella, mientras con gesto ausente observaba todos los paseantes de la plaza.

Acostumbrada a estar sola, pocas veces perdía el tiempo en considerar cambiar su situación. Podía valerse sola, pues siempre lo había hecho, pero a veces, ansiaba la conexión con otra persona. El sentimiento compartido del querer, la sonrisa amiga o el ceño fruncido del que está a punto de entrar en una larga, y no siempre agradable discusión. Las relaciones eran complejas, llevaban, al que las comenzaba, alegría, dolor, tristeza, o cariño. Era bueno ser autosuficiente, pero todos saben que es imposible abastecerse toda una vida de amistad. Todo parte de dos personas diferentes, que se encuentran en un punto, y continúan sus vidas, unidas por la fraternidad del sentimiento compartido. Girando el parasol blanco en sus manos, sonrió a un grupo de niños que se acercaban a ella con sonrisas en sus rostros. Algunas institutrices se erguían orgullosas, cuando comentaba lo inteligentes que eran en clase, o lo guapos que serían en el futuro. Aunque había algunos niños que no pertenecían a la escuela, como maestra, sabía catalogar rápidamente, a aquellos que traían problemas, de los que serían parte de la élite escolar. Al fin y al cabo, era su deber formar a las mentes jóvenes, ¿quién mejor que ella, para saber quién llegaría lejos en la vida?. Repartió caramelos entre los niños y se sentó en un banco cercano para leerles un cuento. A pesar de la dificultad que sufría para abrirse a los adultos, tenía la extraña habilidad de saber qué querían siempre los niños. Los adoraba, junto con los animales, los niños y los seres desamparados, eran sus únicas debilidades. Podría perder un miembro de su cuerpo, sólo para conservar la vida de un niño u animal.

Riendo ante los gestos impacientes de los niños, se rió cuando cerró su parasol, y lo colocó junto a sus piernas para poder comenzar el relato del cuento. Adoptando una pose elegante, pero a la vez sensual, colocó su vestido estratégicamente, para que los rayos del sol jugasen un efecto favorecedor con su pelo castaño. Por muy superficial que pudiera parecer, la sociedad parisina acostumbraba a las jóvenes a sacarse el mayor partido posible, y ella, siempre había usado su belleza y sensualidad, como carta a su favor en los momentos difíciles. Con ellas, había conseguido librarse de muchos líos cuando viajaba sola. Y con los años que tenía, los gestos frívolos, le salían casi por inercia. Ya no tenía que pensar de qué forma colocar su cuerpo para parecer más delgada, o más joven, o cómo sonreír para atraer a alguien. Esas cosas salían de ella, como el agua de los manantiales, por puro instinto y naturaleza.

Aclarando su voz, comenzó el relato del cuento, adormilando a los niños, en un mundo de fantasías y múltiples posibilidades. Los reyes se convertían en rana, las criadas en princesas, y los niños pobres, encontraban un señor rico que los acogía. Todo era perfecto. Todos eran felices para siempre. Sonrió con tristeza, cuando terminó el cuento, y cerró el libro. ¿Cuán distante podía ser la realidad, del cuento?. Escuchando un silencio preocupante, alzó la cabeza y notó,sorprendida, cómo algunos paseantes se habían parado a escuchar el cuento que había finalizado. Con una sonrisa, se levantó e hizo una reverencia educada hacia sus oyentes. Asintiendo con una sonrisa, escuché los agradecimientos de las institutrices.

Un ligero tirón en la parte posterior de mi falda, hizo que me agachara para escuchar lo que me decía una niña.- Señorita Ferreira, ¿porqué esa chica no sonríe?.- Dijo la pequeña con gran preocupación en su voz. Frunciendo el ceño levemente hacia la dirección que marcaba su pequeño dedo, junté mis ojos con los de una muchacha bastante joven. El nerviosismo con el que bajó su cabeza, le advirtió que había entendido que la pequeña hablaba de ella.
- No lo sé, chèrie.- Le dije con una sonrisa despreocupada.

- Seguro que tiene hambre. Yo estoy triste cuando tengo hambre.- Dijo aquella pequeña masa de rizos dorados y enormes ojos verdes.

- Mmm...- Miré a mi alrededor buscando algún puesto de golosinas, pero lamentablemente, lo único que había era un puesto de fruta.- ¿Qué te parece si le compramos una manzana para hacerla feliz?.- La enorme sonrisa que realizó la pequeña fue suficiente para que la tomara de la mano y la acompañase a comprar dos manzanas. Caminando hacia la joven que comenzaba a huir asustada, ambas mujeres, niña y profesora, avanzaron con paso rápido y la alcanzaron con una sonrisa en sus labios.

- Disculpe madame, pero la joven señorita ha considerado que su falta de sonrisa era una situación preocupante.- Mirando a la desconocida con una disculpa en mis ojos, suspiré un poco mientras bajaba la vista a la adorable Marie.- Ella dice que es feliz cuando come, así que... le ha comprado una manzana para que sonría.- Sonrojándose ante la estupidez de sus palabras, miró con aprensión las manzanas de la pequeña. No se le daba bien las relaciones con adultos, así que, hizo lo único que sabía, sonreír y esperar. Mientras tanto, la niña le tendió una manzana con una sonrisa, mientras que le daba la otra a la, cada vez más avergonzada Arabella. Riendo, escuchó a su institutriz llamarla por su nombre, y con una disculpa, se retiró corriendo.

Observando cómo se marchaba la pequeña, se giró hacia la desconocida con una sonrisa.- Lo siento, sé que la he abordado con poca sutileza, pero ésa pequeña estaba preocupada por usted, y consideré oportuno hacerla sentir mejor. Espero que sepa disculparme, y pueda tomar la manzana como pago por las molestias.