Noche de decadencia [Boriska]

La noche se había abalanzado sobre las calles de París como una soberbia cazadora, arrasando a su paso cualquier ápice de luz natural que pudiese cubrir esos desgastados y húmedos adoquines, o rozar la tela de lona de los comercios. Las farolas brillaban por obra y gracia del ser humano, que las había colocado allí años atrás con intención de combatir la oscuridad y los monstruos que tras ella se escudaban para atrapar almas humanas y poblar las más terribles pesadillas. Yo, en cambio, en lugar de temer la noche, vivía a partir de la intimidad que ella me proporcionaba, del morbo que causaba en mis clientes una aventura ilícita y más bien poco legal dentro de sus matrimonios y demás compromisos serios. Yo era una diosa a sus ojos, una diva entre seres mortales que no podían darles lo que yo les ofrecía: una aventura salvaje de sexo explícito. Siempre y cuando, por supuesto, consiguiesen domar mi instinto de guepardo feminista, y someterme. Algunos empleaban drogas, otros sencillamente... optaban por los golpes, los gritos... Actos cobardes de malditos homo sapiens masculinos, que para nada servían más allá de la violencia.

Esa velada se presentaba como otra normal y corriente, aburrida al principio... pero seguramente con un final bastante animado. Yo estaba en la alcoba que tenían preparada para mí y para los clientes que fuese a recibir, personas sin rostro, sin alma y sin nombre, que supondrían apenas entre diez y treinta minutos de mi existencia... es decir: nada. Las velas dejaban en la estancia un dulce aroma entre incienso, rosas y canela; todo estaba decorado en tonos beiges, ocres y rojizos, los tonos de la excitación y la lujuria. No había ninguna luz aparte de las llamas de los candelabros de colores, y yo estaba únicamente vestida con un fino picardías de tono azul claro, que hacía resaltar mis ojos sobre la ligera palidez de la piel de mi cuerpo. Llevaba el cabello suelto, desperdigado en suaves ondas salvajes que se derramaban sobre mis hombros y mi espalda como una cascada dorada. Maquillaje, uñas perfectas, zapatos de tacón... todo en orden, listo para recibir a quien sería el maravilloso afortunado de pasar conmigo esa noche... o el pobre desgraciado que sufriese el tormento de mi rebeldía.

Justo estaba pensando en esto, cuando sonaron unos suaves golpecitos en la hoja de madera de la puerta. Cuando esta se abrió, entró una de mis compañeras, comunicándome que esa noche me habían comprado, una cliente que me había echado más de un vistazo y que estaba interesada en dejarse una buena suma de dinero si con ello podía gozar de mi "compañía" unas horas. Yo fruncí el ceño. Rara vez las mujeres acudían al burdel en busca de un desahogo... Ellas eran mucho más pudorosas y recatadas que los hombres, y preferían llevarse a las cortesanas o prostitutas a su propia casa, cuando el marido se ausentase o se marchase de viaje. Era extraño... pero al meno, no iba a tocarme un asqueroso macho humano como normalmente sucedía. Tras aceptar el pedido, me recosté en la cama... y esperé a que llegara la esperada clienta.