Rebirth of Memories [Nicodemus A. Von Fabre]

por **Nosferatu L. de Beauchamp** Jue Jun 21, 2012 1:18 am

En la vida de cualquier ser como en el que se había convertido, llegaba un momento en que la soledad podría volverse una enfermedad letal, todos lo sabían, pero pocos se atrevían a aceptar que aun en su casi omnipotencia e inmortalidad aun habían debilidades que podrían hacerlos verse aun más frágiles que los humanos. Sí, pocos lo aceptaban, pero habían algunos que ni siquiera se enteraban de ello, desconociendo por completo aquella clausula tácita que envolvía el contrato de la pérfida sangre de su raza.

Él no lo sabía. Pero si sentía los síntomas, tal vez incluso más fuertemente que otros, porque aunque se viese rodeado de gente, luces y risas, sabía que esa sensación era casi tan efímera como la vida de aquellas flores cuyo nombre no recordaba, pero que morían a los pocos días de haber desplegado sus vistosos pétalos al mundo. Después de tanto tiempo era obvio que las cosas no tendrían el mismo sabor, por eso buscaba, se encantaba y desencantaba con la misma necesidad de quien se atraganta a litros de agua después de una temporada en el desierto.

No quería estar solo, pero esta vez lo necesitaba, tenía que apartarse de todos aquellos lugares que frecuentaba, que no eran pocos, para despejar su mente y de alguna forma predisponerse a empezar de cero hasta que se viese en la necesidad de hacerlo de nuevo. Y no había lugar más perfecto que su lugar especial, uno al que jamás había invitado a nadie y juró no hacerlo jamás.

Toda la flora nocturna del jardín botánico se le antojaba la cuna perfecta para calmar sus pesares, tanto que bien podría quedarse dormido hasta que el alba amenazara con convertirlo en cenizas ¿Nadie aseguraba que esta vez no sería así, verdad? Lo único que importaba de momento era que estaba solo, retozando tranquilamente bajo un enorme roble.

¿Aun era invierno, no? Eso quería decir que aun caía la posibilidad de que lloviese, o aun más, que nevase dado que la temperatura era propicia para ello. Eso lo añoraba, porque por uno u otro motivo se había perdido todas y cada una de las nevadas de la estación a causa de sus dichosos compromisos. ¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado aquellos fríos copos? La verdad es que ni siquiera lo podía recordar, así que por una vez en mucho tiempo, decidió quedarse a esperar que las cosas pasaran, con una fe infantil digna de aquellos días que su memoria se empeñaba en hacer borrosos.

- Qué patético soy… - susurró en voz baja, a sabiendas de que estaba completamente solo en aquel lugar que no podía ocultar, ni aun a pretexto de la noche, su colorido esplendor.

En todas las ocasiones que había cumplido con este mismo ritual, nunca se había encontrado con nadie, aunque realmente desconocía si el lugar se encontraba cerrado por las noches. Confiaba, de todos modos, que nadie lo interrumpiría tampoco esta vez, llegando incluso a dormirse intermitentemente hasta que el arrullo de los pequeños animalillos nocturnos y las suaves caricias de la brisa acabaron por sumirlo en un profundo sueño.

por **Nicodemus A. Blake** Sáb Jun 23, 2012 2:45 am

¿Perderse?, si, como todas las noches en las que evitaba el dolor de tener que alimentarse de una chica más, victima de sus deseos más oscuros.

A pesar de que era necesario hacerlo, esa noche no pensaba darse por vencido tan fácilmente ante la maldita sed que lo estaba consumiendo.

¿Y a donde había llegado a parar esta vez?, hacia un jardin lleno de embriagantes aromas florales.

-¿Como demonios llegué hasta aquí?, ¿había un lugar así antes por aquí?-no tenía idea puesto que nunca antes se había perdido tan lejos de la ciudad.

Envuelto, minutos mas tarde por el aroma del incienso de aquellos muchos colores de flores silvestres, comenzó a recordar que precisamente esa era una de sus debilidades, la cual lo emborrachaba como si se hubiese pasado de copas. Por eso desde niño adoraba mucho estar en el jardín de rosas de su madre, "envenenandose" el corazón de fantasías.

Pero aquél pequeño pelirrojo, que parecía no comprender el frágil y dulce corazón del castaño, diario se burlaba de la carita de bobo soñador que tenía, no llegando a pensar que incluso él podría ser una de las razones por las cuales Nicodemus se embriagaba con las flores de su hogar.

-¿Por qué este lugar me recuerda muchas cosas tristes?-a pesar de que habían sido momentos llenos de alegría y gozo para su corazón, tiempo más tarde se convirtieron en falsas esperanzas que terminaron por romperle el corazon poco a poco. Por eso se habían convertido en tristes memorias de infancia.

De un momento a otro, sin esperar que el aroma fuera tan fuerte, terminó cayendo dormido entre tanta belleza primaveral, y la unica testigo de ese entonces era la luna, quien tan brillante como siempre le iluminaba la pálida piel que ahora lucía. Era un lobo vestido diario de oveja, un lobo que no aceptaba su existencia peligrosa.

De repente, Nicodemus comenzó a soñar, visiones de su infancia, momentos en los que más feliz había estado, y entre ellos...a aquél el objeto de sus anhelos, su amor platonico. Nosferatu.

Entre rosas y el pasto recien podado, se encontraba nuestro pequeño, siendo todavía un humano, pues su madre cuidaba mucho de él, y con el tiempo planeó convertirlo a la inmortalidad para darle salud eterna, aunque eso significara ser odiada por su hermoso angelito. Ella no era malvada, solo fantaseaba con la idea de tener por siempre a su pequeño asi, en esa forma tan bella...pero prematura. Por eso le había pedido al jardinero que había contratado que plantara rosas de todos colores en el patio, y que podara cada tercer día el pasto, para que su angelito pudiera soñar tanto como ella lo hacía.
Así es, la madre precisamente era quien lo tenía así de embriagado, y apenas, después de tantos años de existencia, Nicodemus se dio cuenta de que era una trampa de quien tanto quería.
Tal ves Nosferatu ya lo sabía, y con más razón se reía de la ingenuidad del menor, quien no sabía que su mami adorada lo envenenaba todas las mañanas, para tenerlo dormido y alejado de la cruel realidad de su familia.

Mientras esta se rompía, Nicodemus soñaba con estar por siempre al lado de Nosferatu, aquél que siempre lo regresaba a la realidad pero lo mantenía en pie...y le daba fuerzas para seguir madurando poco a poco.

-¿Por qué...hoy no viniste a la fiesta de las flores?-aun acostado en el paisaje floral, parecía estar hablando solo mientras revivía sus vivencias humanas.

Pero esas fantasías terminarían pronto al comenzar a intuir, aun estando inconsciente, el aroma de algo más grande y poderoso que simples florecitas coloridas.

-¿Alguien más?, es un olor muy peculiar...¿pero de quien?-levantandose con un poco de dificultad del suelo, sin sacudirse siquiera el saco que traía puesto, comenzó a caminar hacia donde el aroma le decía, y eso al parecer le traía una mala corazonada.

-Estoy seguro que no puede ser mi hermano, porque...él debería tener la misma esencia sanguinea que la mía, ¿o no?, ¿pero entonces...quien mas puede ser?-a paso lento las lágrimas parecían querer salir de sus azules zafiros, sin razon aparente aún, pero no se daría por vencido ni aunque le doliera el corazon. Tenía que descubrir al responsable de su locura.

Al final la luna de nueva cuenta intervino, para limpiarle un poco el camino y ayudarle a descubrir lo que parecía ser una figura descansando bajo un enorme y viejo roble que se había cruzado en su camino.

Poco distinguía apenas, pues todavía se encontraba lejos...

Una figura delgada, mas cerca era tan pálida como él, pero...algo le había llamado tanto la atención que el llanto comenzó a embargarlo al recordar una vision sobre la risa de aquél pelirrojo.

-¿P-por qué...me está pasando esto a mi?-cubriendo su boca con las manos fue descubriendo y acertando en su corazonada que el aroma era de quien tanto tiempo había perdido de vista...el dueño de su corazon en secreto: Nosferatu.

Y al parecer él también parecía "atrapado" en una oscura e inmortal ilusión de juventud eterna.

Al igual que Nicodemus, Nosferatu también era un vampiro.

por **Nosferatu L. de Beauchamp** Miér Jul 11, 2012 9:58 pm

Murmullos que solo eran eso, pequeños sonidos que sus oídos en algún momento decidieron ignorar para darle al muchacho unos minutos más de descanso en aquel idílico paraíso humano, no había tiempo para preguntarse si los humanos podrían darse cuenta de todo el esplendor que solo los sentidos vampíricos podían absorber… Su vista yacía dormida bajo el manto de sus parpados, sus oídos caprichosos le dieron la espalda a esos murmullos lejanos, pero su olfato rebelde destrozó las expectativas de la siesta.

Un aroma ajeno y ligeramente familiar, tal vez no lo suficientemente fuerte en su memoria, por lo que ni siquiera se molestó en levantarse de su improvisado lecho. Se quedó quieto, sin dar señal externa de que se hubiese despertado, salvo por su nariz fruncida que trataba de robar un poco más de la esencia del aroma extraño.

Aunque para su fortuna, finalmente ni siquiera tuvo que hacer amago de volver a intentarlo, porque algo que se asemejaba casi a un chillido salió de los labios de quien había importunado su descanso, palabras que por supuesto no tenían significado alguno para él, más que la señal de que era hora de largarse a un lugar donde pudiese llevar a cabo su cometido de estar solo.

Suspiró de forma audible y perezosamente se levantó, sacudiendo sus ropas de cualquier vestigio que pudiese quedar en ellas, y le dedicó una de sus eternas sonrisas al intruso, pese a que por dentro lo más normal es que estuviese enfadado, también debía agradecérselo, porque de no haber sido despertado lo más probable es que se hubiese quedado ahí hasta que el siempre puntual sol amenazara con rostizarlo.

Le regaló una cortés reverencia como aviso de que iba a acercarse y comenzó a caminar hacia a el chico que al igual que él poseía aquella sangre maldita. ¿Lo conocía de alguna parte? Bien podría ser así, puesto que llevaba algo más de medio siglo caminando entre los vivos, pero a pesar de ello su memoria no le permitía conectarlo con ningún hecho anterior. Así que acabó por atribuírselo por completo a su imaginación, como muchas veces había pasado antes, porque quien llevaba tanto tiempo viendo a la gente crecer y morir, sabía que tarde o temprano todos los rostros que pasaban frente a él se desdibujaban hasta hacerse irreconocibles.

- No sé si enfadarme o agradecerte por haberme despertado – dijo estando ya a un par de metros de distancia del chico – Supongo que no soy el único que quería estar solo esta noche, pero para tu fortuna, podrás seguir estándolo – agregó como despedida al tiempo que se acercaba para quitar una pequeña flor roja que visiblemente se había pegado a las ropas del extraño de forma accidental – Buenas noches –

Volvió a suspirar mientras jugaba con la flor entre sus dedos, y le sonreía por última vez antes de comenzar a caminar hacia cualquier sitio dado que no tenía ningún plan para el resto de la noche, creyendo que aquel fugaz encuentro no sería más que eso, otro rostro que al rato se volvería borroso, misma razón por la que no quiso reparar mayormente en las facciones del extraño.

A pesar de todo ello, después de dar unos cuantos pasos que lo alejaron un par de escasos metros, algo dentro de él le causó una incomoda sensación, como si hubiera algo importante que había pasado por alto… algo importante. Volvió a posar sus ojos sobre la flor, y acabó por lanzarla al mismo suelo del que probablemente había nacido. Lo mejor sería volver a casa o buscar algo de comer, cualquier cosa estaría bien con tal de deshacerse de aquel extraño sentimiento que invadía su pecho.

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