Echoes of the Past...

Sus pies se movían corriendo rápidamente por el bosque moviendo las piernas tan rápidamente como podía, su padre le había dicho una vez que parecía un cervatillo cada vez que corría pues saltaba sobre los obstáculos con una agilidad impresionante, el viento movía sus rastas apenas terminadas completamente la noche anterior mientras el frio se colaba por su piel acelerando su pulso y respiración. El pantano era una zona peligrosa para las invocaciones porque nadie sabía quién o qué podía escuchar el llamado, siendo al mismo tiempo un lugar seguro para quienes gustaban del anonimato pues nadie se aventuraba a aquellos sitios, mucho menos a esas horas de la noche así que para su gracia y desgracia se encontraba completamente solo medio de las tinieblas.

Sus ojos estaban alerta buscando en la bruma de la noche cualquier cosa que pudiese salir desde los árboles, ya faltaba poco, más adelante, pasando el bayú su padre le esperaba junto con Damballa, si lograba alcanzar aquel sitio podría sentirse a salvo, pero de alguna manera todo se tan lentos aun cuando solo se trataba de algunos minutos corriendo el tiempo se alentó hasta sentirse como si hubiesen pasado horas, la adrenalina de su cuerpo estaba disparada pero ya sentía los músculos de las piernas comenzar a quemarse debido la intensidad de la escapada mientras trataba de mantener la respiración regular, tarea casi imposible teniendo en cuenta que su corazón latía a mil por hora.

Abdul se lo advirtió cuando le envió ahí por primera vez, que en los “puntos mágicos”, que era como llamaba a aquellos lugares donde las concentraciones de magia eran más grandes que las comunes, se debía tener cuidado de cada cosa que se hacía pues siendo una puerta abierta hacia mundos diferentes las apariciones se volvían incontrolables para los brujos jóvenes e inexpertos como el, Abdul había confiado en el aquella noche enviándolo de exploración aun cuando no se encontraba completamente seguro de la capacidad de su hijo, Juan de La Cruz no tardo mucho tiempo en estrellarse contra su propia estupidez cuando seguro de sus pobres habilidades había abierto la boca en medio de un punto mágico.

Las cosas eran diferente para los brujos, ellos tenían la habilidad de invocar o por el contrario de sellar, los humanos normales no sentían los puntos mágicos porque él ellos no había magia alguna sin embargo ahí en Luisiana hasta un pobre hombre que jamás había escuchado la palabra hechizo podía caer ante el pecado de la brujería sin darse cuenta, la magia en esa zona especialmente se prestaba a los incautos terminando comúnmente con sus vidas, así que cuando pronuncio el hechizo tenía claro que alguien vendría, lo que no esperaba era que fuese precisamente el quién escuchara su voz en el más allá. Juan de La Cruz quería ver el rostro de su padre y al mismo tiempo no deseaba hacerlo pues no estaba entre sus planes que el hombre se preocupase o se decepcionase de su único hijo.

Abdul jamás mostraba sus emociones sin embargo estaba clarísimo cuando algo no le gustaba, no se mostraba en el tono de su voz u expresión, pero se daba uno cuenta cuando de la nada dejaba de pronunciar palabra alguna, Abdul se volvía impenetrable cuando algún sentimiento negativo invadía su mente, era un hombre implacable en todos los ámbitos. Casi sintió ganas de llorar cuando más adelante diviso el bayú sintiéndose impotente cuando intento apresurar el paso y sus piernas ya no le dieron para más, giro el rostro pero su vista se vio casi completamente obstruida por las rastas que de vez en cuando golpeaban sus hombres, a pesar de ello no pasó desapercibida la masa oscura que se precipitaba sobre él, amorfa y con un tamaño desmesurado se movía más rápido de lo que parecía acercándose peligrosamente.

Retomando esfuerzos salto sobre algunos troncos caídos avanzando a una velocidad que nunca creyó posible en él y esquivando todo lo que pudiese interponerse, las puertas estaba abiertas aquella noche lo cual le ponía en desventaja ante cualquier inconveniencia que se presentase en el camino, sin darse cuenta ya se encontraba todo mojado en medio del cruce de cuatro del valle del rio de Luisiana, giro el rostro sintiendo casi encima suyo a aquella masa amorfa que despedía un terrible olor fétido como el de los cadáveres en descomposición, Juan de La Cruz se sentía atrapado por primera vez en su vida intentando avanzar en medio de la corriente, entonces recordó aquel hechizo que su padre le enseño de pequeño, aquel con el que invocaría a los Loas cuando estuviese listo, estaba seguro que no lo estaba pero si no lo hacía hora nunca lo haría, tomo aire y tratando de que le saliera la vos grito a todo pulmón un hechizo que no alcanzo a terminar por culpa del agua que se metía en su boca al intentar hablar.

Sus ojos se cerraron con fuerza esperando el final que nunca llego, los segundos se alargaron hasta que atreviéndose a asomar su rostro hacia el pantano se dio cuenta de que no había nada. Palabras burlonas en un extraño idioma escucho a sus espaladas y conteniendo el aire se giró, muchas veces antes había escuchado aquel siseo así que tardo un rato en voltear completamente temiendo a las represalias, por unos segundos deseo que la sombra mal invocada de la deidad de la vida y la muerte se lo hubiese comido por molestarlo en su sueño. Su respiración se detuvo momentáneamente al encontrarse cara a cara con el rostro inexpresivo de Abdul el cual llevaba enrollada a través del cuello y el brazo a una serpiente, Damballa, deidad sabia que jamás había gustado de Juan de La Cruz, fue el mismo quien le dio el hechizo de invocación al igual que aquel que le señalo la localización del punto mágico, ahora el maldito Damballa lo delataba con su padre, una broma demasiado infantil para una deidad, sin embargo, el rostro de Abdul y su silencio le decían a Juan de La Cruz que había caído como un tonto en su trampa.

Frunció el ceño saliendo del agua, sin embargo tuvo que dulcificar su expresión al ver la de su padre, desde la posición en la que se encontraba el hombre adopto una imagen imponente, no dijo nada mientras comenzaba a alejarse de su hijo quien sentía el silencio quemarlo lentamente, bajo la cabeza siguiendo de cerca al hombre, sus labios se abrieron lentamente como queriendo decir algo pero no encontró las palabras adecuadas, no había enunciado que pudiese mitigar el enojo y preocupación de Abdul fácilmente, así que con un suspiro se detuvo viéndolo avanzar entre los arboles del bayú, un escalofrió le recorrió el cuello cuando la oscura mirada de algo desconocido se clavó sobre su espalda, giro el rostro para apenas alcanzar a ver una gran masa amorfa confundirse con las sombras de la noche. Trago saliva retrocediendo lentamente con las piernas clavadas al suelo, tenía que alcanzar a Abdul en ese instante…