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Llevando una carta, ordenes de la reina de Francia [Privado] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lizandro X. Denschath Vie Jun 22, 2012 10:09 am

Tic-tac-tic-tac…el reloj sonaba y sonaba en cualquier momento iba a sonar mas fuerte indicando que eran la una de la mañana. Esa hora me iba a levantar para alistarme, tenia un nuevo trabajo hace meses que lo tenia, pagana muy bien ¿Qué era? Pues servir fielmente a la reina de Francia. Era mi patrona ahora, yo era su empleado, pero era su mano derecha, nunca pensé ser algo así, siempre pensaba que iba acabar vagando por las calles como un estúpido hombre sin trabajo, aunque trabajaba en el circo no era suficiente para vivir, me pagaban poco y eso era el público pro ser un gitano. Ahora sigo a la Reina soy como su perro fiel, ella me cuenta sus cosas y porque yo no contarle mis cosas, ambos nos tenemos mucha confianza por eso, ahora me encargó entregar una carta sumamente importante a una señorita cuyo nombre ahorita no recuerdo pero por si las dudas lo apunte en un papel que se encuentra en la mesa de mi habitación, este día me quede a dormir en una de las habitación del palacio, yo no quería pero fue ordenes de la reina, donde se encontraba aquella carta y unas cuantas monedas que la misma reina me iba dado para mis gastos. Yo no quería, pero ella insisto tanto que tuve que aceptar, solo esperaba que el reloj sonara una vez indicándome que son la una de la madrigada para irme, mientras cerré mis ojos y empecé a recordar como la había conocido.


Un Año antes
Otro día más de trabajo, mi patrón nuevamente me había pegado con la cuarta por no obedecerle, ese señor me maltrataba tanto que pensaba que un día iba a morir por tantos golpes que me daba. No decía nada ¿Para que? Para recibir mas golpes, mi espalda me arde hasta morir, sentía que me palpitaba, pero me tenia que ser el fuerte…no doblegarme ante el monstruo de patrón que tengo, un día cuando sea mas fuerte, mas obediente lo denunciare pero…¿Me creerán? Un pobre hombre sin nada no le creerán, por eso no lo hago tampoco le pego ¿Para que golpear? No, no soy de hombre que todo se la vive pelando por cosas sin sentido aunque lo mío es grave me golpeaba, me maltrataban en el trabajo por no hacer las cosas bien, pero que importa, que importa lo que le pase a un don nadie como yo, mejor seguiré trabajando que para eso me pagan una miseria pero lo hacen.

Eran las tres de la tarde cuando salí a comer, tan siquiera eso me dejaba hacer, comer a mi hora, estaba caminando por la calle de parís cuando mire un carruaje, elegante diría yo y atrás son el símbolo del reino de Francia…me sorprendí un poco al verlo, nunca en mis veintitrés años había visto alguien del palacio de Francia. Me detuve, hasta el abre se me había quitado, cuando por fin mire que de aquel carruaje bajo una mujer, se miraba que era finísima, claro, era la misma reina…la reina tan bella como siempre, aunque estuviera casada no perdía aquel toque que la caracterizaba que era su gran belleza que con ella venia su hija…no recordaba el nombre de amabas, pero las respetaba como tal. Me quede quito, sin mover ninguna parte de mi cuerpo, miraba como saludaban, a veces miraba que la princesa casi no, pero la reina con una sonrisa en su rostro, también sonríe, mire como se venían hacia donde yo estaba, di un paso hacia atrás y le hice una reverencia ambas mujeres-Que tanga una buena tarde Sus majestades-Susurre no esperaba que me saludaran o me dijera nada, mire de reojo que la reina asentía mientras yo seguía en la misma posición. No sabia si sonreí verdaderamente o por pura pantalla pero no importaba yo era un pobre hombre que tenia que ser cortes muy cortes con ella porque si no….de seguro me llevaría a la horca.

Mire como se retiraban, yo me di la vuelta y seguí como mi caminata, pero de repente escuche el grito de la reina, haciéndome voltear, mire como le quitaba su pequeña bolsa, sin esperar, sin que me dijera nada, fue atrás de el, corrí, mis pies hasta corrían por si solo, pase lado de la reina alcanzando a decir-Yo se la traigo…-No se si me escucho o no pero yo iba atrás de aquel hombre que parecía un cohete. Sin esperar me la abalance cuando estuve mas cercas haciendo que callera en el suelo y yo encima de el, lo tome del pelo y lo golpe contra el piso inmediatamente antes que me hacer algo, viendo que se desmayaba, agarre el bolso, estaba cansando, mis pies me estaban doliendo, pero corrí antes de que el hombre se despertara, di vuelta a una esquina y salte una barda llegaría mas rápido las calles de parís ya que me había alejado. Mire a la reina que se iba, corrí y llegue enfrente de ella, alzando su bolso-Tenga…se lo recupere-Con una sonrisa y una reverencia le di, ella solo sonrió y subió a su carruaje, mire como se iba…y se fue la reina sin decir nada, tampoco esperaba que dijera nada, yo seguí con mi caminata ya era tarde ¡Rayos! Me iban a matar.


Semanas después
Seguía trabajando, desde que me paso con la reina mi vida seguía siendo la misma. Ya era la hora de salida, cuando iba a salir unos guardias se pararon a cada lado de mi y me entregaron una carta, era del palacio, la abrí y la leí era de la misma reina que quería hablar conmigo. Sin hacerla esperar fue hacia aquella casona donde ella misma vivía, mirando lo lujosa que estaba. Entre y espere a que me digieran que podía pasar. Ni cinco minutos tarde cuando la Reina me recibió. Cuando entre me sentía como un insecto que lo iban aplastar en cualquier momento pero la reina empezó hablar, me sorprendía de cada palara suya, solo asentía todo lo que me decía pero llego algo que me quede tan asombrado Dijo: “Joven Denschath, observe como usted sin importar nada fue hasta ese ladrón para recuperar mi bolso, quisiera que trabajara conmigo…” Y mas palabras que salía de la reina hasta que me le hice una reverencia-Seria un gran placer trabajar con usted-Fue lo que salió de mis labios y desde ese día trabajo con la reina.

Abrí mis ojos, sonriendo desde hace un año soy la mano derecha de la reina, con muchos esfuerzo pude hacer que confiara en mi y por nada del mundo la decepcionaría. De repente, sin pensarlo, sin desearlo sonó el reloj, marcándome que ya era hora de levantarme, que era la una de la mañana, descansando me deslice por las sabanas hasta poner mis pies en el frio piso, levantándome y caminando hacia el cuarto de baño para poder despertar necesitaba una buena dicha de agua fría, me quite solamente mi pantalón de dormir quedando desnudo y sumergiéndome en la tina donde me empecé a bañar.

En un rato, Salí con una sola toalla alrededor de mi cintura, dirigiéndome hacia la pequeña mesa donde se encontraba mi otra ropa, era una ropa sencilla pero muy acorde de mi nuevo trabajo, una camisa blanca, un chaleco color café, un pantalón negro y mis botas de igual manera negras. Me cambie rápidamente viéndome en el espejo, viendo que me abrocho el ultimo botón de mi camisa me pongo el saco y me peino elegante mente. Con todo listo camino hasta llegar a la pequeña mesita que se encontraba en mi habitación poniéndome mi morral, tomo la carta y la miro, estaba cerrada la guardo con cuidado y por fin salí de la habitación. Pase con cuidado los pasillos, sin hacer rudo, baje las escaleras, observando que nadie me miraba hasta que por fin salí de aquella casona, yendo a los establos donde estaba mi caballo, lo saco, le pongo la silla, tomo mi fuete apretándolo un poco-Amigo, Vamos..-Sonríe y me monto en el, dándole un tres golpes a la parte trasera de mi caballo y empezando con el viaje.

Carta


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Miér Jun 27, 2012 8:16 pm

El mundo giraba, los ciclos de la vida comenzaban y terminaban, sin embargo, en la mansión Turner, el tiempo parecía haberse detenido en el instante en que ella llegó con sus maletas, con su juventud, para llenar los espacios que el viejo lord inglés habían dejado. Los empleados habían recibido su llegada con alegría, imaginaron que una muchacha de tan sólo veinte años rompería la seriedad y el ostracismo de la residencia, no obstante, Bárbara no era quien esperaban, ella no era jovial, ella no era alegre, ella no era una princesa, todo lo contrario; era una muchacha seria, estricta y con un rictus de amargura, no tenía brillo en su mirada, a pesar de que su belleza encandilaba. Apareció ataviada de negro, con un séquito personas que de los cuatro carros que habían viajado junto a ella, bajaban sus pertenencias: desde muebles y adornos, hasta baúles con sus prendas y accesorios. La impresión que les dio era que la paz que había reinado durante las treinta temporadas que Turner había pasado allí, se vería altamente corrompida, que sería una mujer cruel que los despediría. Para su grata sorpresas, ella resultó ser amable tanto con los empleados del lugar, como con los que había traído de Marsella.

Las primeras semanas fueron en completa soledad. Rechazó todas las invitaciones que le hicieron, era consciente de la curiosidad de la alta sociedad parisina de conocer a la joven viuda del viejo inglés, además de ser hija de uno de los políticos y militares más importantes de Francia. Acostumbrarse a llevar por sí sola su hogar no fue tarea fácil, agradecía la rigurosa educación de su abuela, aunque ponerla en práctica era algo más complejo. La sorpresa llegó a los dos meses de su estadía en París, cuando Su Majestad, Geráldine Fontaine, se había comunicado con ella, invitándola a una tertulia en el Palacio, brevemente le relataba que su madre había sido amiga de la infancia y que al enterarse que la hija de la difunta Francesa estaba viviendo en la ciudad, sentía gran curiosidad y ansia por conocerla y compartir. Inmediatamente respondió la misiva, con una agitación inusual en su medido carácter, confirmando su presencia en el evento y agradeciendo el interés.

Pasó la presentación en sociedad, con la venia de la reina todo se había simplificado. Había sido una jornada agotadora, en la residencia las doncellas iban y venían ayudando a que quedara perfecta, pudo decir que disfrutó de ese revuelo, el vestido exclusivo dio que hablar por el buen gusto, la elegancia y su color: negro; nadie imaginó que ella llevaría el luto siendo tan joven. No bailó, lo que llamó aún más la atención, también evitó los grupos de más de tres personas, empero se mostró cordial y solícita con todos los que se acercaron a ella. Tuvo unos minutos a sola con Su Alteza, descubrió una mujer sencilla y profunda, tal cual imaginaba Bárbara que hubiera sido su madre, inmediatamente sintió una conexión con ella, quizá porque asoció los escasos recuerdos felices que conservaba de su progenitora con esa dama tan agradable que mencionaba a Francesca con cariño.

Con el correr de los meses, entablaron una relación sumamente cordial, en ocasiones, Bárbara recurría a ella para saber de su madre, su capacidad de aprehensión se fue aguzando, puesto que durante toda su vida, las memorias trágicas del asesinato que había presenciado, le impedían tener curiosidad sobre la mujer que la había engendrado y con la cual sus primeros cinco años fueron maravillosos. Geráldine, si, así le decía en la intimidad, había logrado abrir una pequeña puerta en el corazón acorazado de la joven, no lo había ablandado, pero si le enseñó a sobrellevar el dolor y la soledad, se convirtió en un referente.

Las obligaciones de Bárbara la obligaron a alejarse de la Reina, no fue premeditado, sin darse cuenta, dejó de escribirle periódicamente, sus jornadas laborales cada vez se extendían más y el cansancio la dejaba rendida. Las pesadillas, por las noches, le atormentaban y desvelaban. Esos fantasmas que creía iban a desaparecer, no hacían otra cosa que perseguirla. Así, terminó rechazando algunas invitaciones de Fontaine, motivo por el cual, le asombró tanto la carta que acababa de recibir de manos del fiel lacayo de Su Majestad, donde le relataba un problema de salud y solicitaba su presencia ante ella para convertirse en su dama de compañía. Releyó unas cincuenta veces, analizando las líneas, la situación, si aceptaba el pedido de la mujer, debería renunciar parcialmente a la administración de los bienes de su difunto esposo, debía dedicarse al cuidado de una enferma, de la mismísima reina de Francia, en ella se posaba una gran responsabilidad, un gran desafío, ¿qué haría?

Se levantó de su escritorio y se encaminó hacia una esquina, donde en una mesa de vidrio tenía diversas bebidas. Sus dedos se posaron en la tapa de la botella de whisky, pero saltearon hacia el brandy, lo tomó, destapó, se sirvió una copa y de un solo trago lo bebió. Le raspó la garganta, pero el segundo ya no tuvo ese efecto. Se sentó en el sillón, la luz que se colaba entre las cortinas la encandiló, por lo que se hizo sombra con una mano. En ese instante, se dio cuenta de algunas conductas masculinas que había adquirido, como la que había manifestado segundos antes. Jugueteó con unas gotas que habían quedado en la copa de cristal, no fue consciente de cuántos minutos se mantuvo así, reflexiva, preocupada, el ceño había comenzado a dolerle de tanto mantenerlo fruncido. Hasta que por fin, tomó la decisión. Se puso de pie, caminó hacia su biblioteca donde reposaba la campanilla y la hizo sonar.

Pase, Marie —dijo cuando la mujer golpeó la puerta.

¿Qué necesita, señora? —preguntó, siempre sorprendida porque su ama supiera distinguir al empleado que tocara.

Necesito que arme un baúl con unos diez vestidos, accesorios, camisones, bueno, usted sabe. Pasaré una temporada fuera, seguramente enviaré pronto a buscar más de mis pertenencias. Por favor, haga llamar al abogado… Al Dr. Brömer, dígale que es urgente y que ya mismo lo necesito aquí.

En cuanto Marie salió del despacho, inmediatamente se sentó a escribir una respuesta a Su Alteza. Garabateó unas palabras, en las que le decía que aceptaba y que se sentía honrada con el pedido, que contaba con su discreción. La firmó y luego selló con el lacre. Tal como le pidió, Bárbara se deshizo del papel, lanzándolo a la chimenea. Oyó el crepitar del fuego con atención y salió en busca del servidor real. Lo encontró en la cocina, tal como imaginó, los empleados tenían la orden de atender a quien llegara, sin importar su status social. El muchacho ya había finalizado su comida, Bárbara le entregó la respuesta y luego salió, camino a su alcoba.

Marie y otras tres mujeres se encargaban con eficacia y rapidez del armado del equipaje. La viuda le pidió a una de ellas que le preparara la tina. Tras un baño rápido, eligió uno de sus mejores atuendos de día, Anne, una de las doncellas, la peinó, y ayudó a arreglarse. En la sala, convocó a todos los empleados, departió unas órdenes, dejando a cargo a Sarah, la vieja ama de llaves, que se comunicaría con ella por cualquier inconveniente, fue breve, explicando que la Reina pedía su presencia en el Palacio. En el instante en que terminaba de repartir tareas, llego el Dr. Brömer, que se encerró junto a Bárbara en el escritorio, allí le explicó la situación obviando los detalles importantes, y le informó que de ahora en más, sería ella quien manejaría los tiempos, que ya pensaría quién sería el administrador de los bienes. Lo despidió. Echó un último vistazo a la habitación y salió. Anne le tendió los guantes, que los puso mientras saludaba a los subordinados.

Subió al carruaje tirado por cuatro caballos, no sin antes cerciorarse de que el equipaje estuviera bien asegurado. El trayecto hasta el Palacio de Versalles lo hizo en silencio y casi sin cambiar de posición en el asiento. Miraba por la ventanilla a las personas que paseaban por la calle y reflexionaba acerca de lo que estaba a punto de suceder, del nuevo rumbo de los acontecimientos, esperaba estar a la altura de las circunstancias. A su parecer, llegó demasiado rápido, debía admitir que el nudo en su estómago no se debía a la distancia horaria con el desayuno, si no, a la ansiedad, a la incertidumbre. Le abrieron el rejado y el móvil llegó hacia la entrada principal. El chofer bajó, le abrió la puerta, acomodó la puertecilla y ayudó a descender. El lugar le parecía nuevo, como si nunca hubiera estado allí. Una mujer esbelta, con su cabello entrecano y el cuello rígido, salió a su encuentro. Antes de que la señora preguntara quién era ella, Bárbara se adelantó con paso firme y la espalda erguida y dijo:

Infórmele a Su Majestad, Geráldine Fontaine, que Bárbara Destutt de Tracy viuda de Turner, está aquí.



"Sólo aquellos que viven de rodillas, ven a sus enemigos como gigantes"

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