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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Trésor Saffouret Dom Jun 24, 2012 10:51 pm

Tardó exactamente diecisiete minutos en llegar al lugar solicitado. Lo supo simplemente porque en el viaje ocupó su tiempo observando el constante avanzar del minutero de su plateado reloj de bolsillo. Jamás había viajado tan rápido dentro de un carruaje pero en aquel caso parecía ser que la situación lo ameritaba mucho y lo mejor era mantener la calma, aunque eso fuese a traves de abocar la atención en algo totalmente inservible.

Momentos antes de verse envuelto en aquella solicitada diligencia se encontraba muy sereno en la sala de su residencia, haciéndose con unos escritos de un colega español. Trésor siempre solía hacerse un tiempo en las noches para leer documentos de sus compañeros médicos. Algunas veces utilizaba un cuaderno para tomar apuntes en aquellas dudas o falencias que veía en el trabajo ajeno y así ofrecerlas a sus respectivos autores como guía para un mejoramiento de su obra. Tal detalle jamás era malinterpretado y por ello mismo era que numerosos especialistas locales vinculados a la rama de la medicina se habían acercado al laborioso muchacho con la intención de conocer su opinión.

Dos emisarios de la realeza golpearon violentamente la puerta. La insistencia en el constante resonar de la madera ya advertía que el asunto era relevante. A paso veloz se hizo con aquellos dos hombres quienes le informaron de la necesidad de su presencia en el palacio de los monarcas debido a que un invitado de la corona se encontraba con una extraña y alta fiebre que no descendía ante la aplicación de métodos comunes tales como el uso de paños de agua fría.
Sin certeza de saber de quien se podía tratar -pero notando no contar con la opción de cuestionar siquiera quien padecía aquel peculiar síntoma- se vistió lo más rápido posible y se hizo inmediatamente con una mediana caja de madera donde tenía presente resguardaba varias medicinas ya preparadas y uno que otro utensilio de revisión.
Con un gesto de su cabeza anuncio que estaba listo y sin más preámbulos subió al vehículo que lo llevaría hasta el sitio comentado.

Las curvas que realizaba el carruaje eran imposibles de no percibirse. Trésor se hacia de un lado a otro del largo asiento a causa de los bruscos movimientos que solamente reflejaban el nervioso apuro del manipulador de aquellos cuatro caballos que casqueaban los suelos a toda prisa.
Él no conocía ni un solo caso de fiebre que le hubiese ocasionado la muerte a nadie en un par de horas, pero claramente todo caso relacionado directa o indirectamente con la realeza se veía envuelto en la exageración típica que supuestamente el asunto debía merecer. Una preocupación exaltada a veces daba la idea de una importancia intachable sobre aquellos que necesitasen ser atendidos.

Bajó del carruaje adecentando su chaqueta, con la caja de madera firmemente sostenida desde la cobriza manija que permitía su cómodo cuan pesado sustento.
Los emisarios del palacio le escoltaron a paso ágil por los pasillos de aquellas magnificas instalaciones que el español ya tenia bien conocidas, pues había visitado en numerosas ocasiones las instalaciones monárquicas tanto en calidad de medico así también como de simple invitado a las exquisitas fiestas realizadas por los regidoras de la nación.

La velocidad del andar fue pagándose paulatinamente a medida que nos acercábamos a un pórtico de doble hoja donde yacía una extraña y joven mujer que caminaba de un lado a otro, proyectando una impaciencia imposible de disimular.

- El señor Saffouret, uno de los médicos al servicio de la Corona finalmente ha arribado - confirió uno de los jóvenes empleados en voz alta y clara en son de informar pertinentemente la llegada de la presencia solicitada.
Con un gesto de su cabeza el doctor agradeció aquella presentación, dándole paso al retiro de los jóvenes emisarios y así finalmente acercarse a la exaltada y desconocida muchacha y así ponerse al tanto del asunto.
- Buenas noches, antes que nada me presento por mí mismo, soy el doctor Trésor Saffouret y me encuentro al servicio de los Reyes y todos sus importantes allegados - una leve reverencia y el protocolo estaba cumplido al pie de la letra. Los firmes orbes del caballero se hicieron con cada detalle de aquel rostro femenino con un leve disimulo y aunque sabía no era el momento adecuado ni mucho menos, no pudo evitar alzar una de sus bien delineadas cejas en reflejo de aquella imponente belleza que sus ojos visualizaban. La mente del español surcó fugazmente algún que otro recuerdo para denotar que jamás se había topado con aquella delicada y temblorosa muñeca de porcelana.
- Espero no sea molestia solicitar que vuestra persona me comenté lo sucedido con el paciente y me lleve con el mismo cuanto antes, pues se me ha remarcado el caso a preocupado a los siempre atentos Reyes - una tonta locuacidad para enaltecer la imagen de los monarcas adornaba la necesaria petición de saber algo sobre la persona afiebrada, puesto que en muchas ocasiones varios diagnósticos médicos se generaban con completa certeza tras asociar síntomas presentes con alguna practica realizada tiempo antes de la aparición del malestar. Pequeños detalles con los que Trésor afinaba su excelsa cualidad como medico, no por algo estaba justamente allí.
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Mensaje por Laurette/Odette Louvier Lun Jun 25, 2012 7:49 pm


La vida da muchas vueltas.
Hoy no te conozco y mañana...

Mañana...



Por enésima vez en esa media hora se pasa las manos por los ojos para deshacerse de la tensión que significa ver a su padre postrado en cama. ¿Algo que comió? ¿La preocupación de no ver a su hija mayor a su lado? ¿Cansancio acumulado? ¿Tensión o stress? Aspira y coloca los dedos pulgares a cada lado de sus fosas nasales para apretarlas entre ellos y soltar un aire con un gemido ahogado. Dios, Dios. Sus demás dedos acarician parte de su frente y rodean sus sienes en esa misma pose. Cerrados los ojos se dedica durante unos pocos instantes a recordarlo todo, paso a paso, instante a instante desde su llegada al puerto donde su barco proveniente de Escocia atracó hasta su encuentro con sus padres, los abrazos, el regreso en el carruaje, la comida. Tortilla española, café, té, leche, queso, pan, algunos bizcochos... no, no pudo ser el alimento. Él estuvo paseando con su madre por los jardines, no tiene ninguna marca según lo que su madre le ha dicho. No, no pudo ser una mordida o algo parecido de un animal. Se lame los labios y sus pies caminan de un lado a otro, enfundados en los mismos zapatos que le combinan a la perfección con el vestido en un tono azul oscuro con holanes en tonos beige en las manos que caen cuales ondas e igual en el bajo el vestido. Un color oscuro que da vida a su cabello y le da una nueva dimensión a sus ojos, al tiempo que hace ver su piel mucho más blanca, casi pálida de no ser por las mejillas sonrosadas de la buena salud que goza. Diez pasos para regresar en la misma medida. Adelante, atrás. Levanta la cabeza para mirar al techo, ese estilo rococó que tanto le agrada. Cuando tenga un hogar, rogará a su marido para tener esos acabados. Aunque ríe con ironía... al paso que va, como siga enamorada del rey de Escocia lo único que tendrá será su cabeza en un cadalso en ese instante en que la reina se entere. Suelta un gemido de impotencia y mira de nuevo hacia la puerta cerrada. Su madre está con su padre, también impaciente, frustrada. ¿A qué horas llegará el galeno? Coloca las manos palma con palma y las uñas de sus dedos pulgares acarician sus labios para cerrar los ojos y rezar a un Dios que para ella ya no existe y entonces sonríe con amargura. Si no la ayudó ese día, mucho menos ahora. Aspira profundo, camina de nuevo diez pasos a la derecha y regresa, cruzándose de brazos. - Por Dios ¿Por qué tarda tanto? - se frustra más y sigue caminando hasta sentir que va a dejar un surco.

Justo a tiempo se escuchan los pasos apresurados, ese eco tan común en ese tipo de inmuebles cuando la noche cae y la actividad diaria cesa para dar lugar al descanso. Se aprieta las manos una contra la otra, las estruja con desesperación y a punto está de correr ella misma para tomar al médico del brazo y llevarlo a la recámara de su padre, pero sabe que sería impropio. El que Marianne les haya adoptado como familia no significa que el título de los Louvier tenga la suficiente valía en este palacio para semejantes desfiguros. Una pena que su prima no se encuentre ahora mismo en el Palacio, obligada a atender algunos asuntos les hizo el favor de llamar al galeno y nada más antes de correr a sus ocupaciones. Al menos con ella a su lado la espera hubiera sido menos desgastante. Mira al médico (al que supone que es por llevar el maletín, ese tan característico en los matasanos) y se pregunta si su juventud no será un problema. La princesa lo recomendó ampliamente, pero Odette no quiere perder a su padre, que él siga enfermo sería un gran dolor para ella y para su madre por supuesto. Saffouret, un apellido netamente francés y supo entonces por qué su prima mandó a por él. Su padre, militar cual es, no se dejaría atender por cualquier persona y que le hablen en su lengua madre ayudaría en mucho. Deja que los emisarios se alejen para mirar al joven ante ella, sonríe levemente más forzada que por otra cosa y asiente de nuevo a su presentación rogando porque en lugar de ello entre de inmediato y ausculte a su padre, pero parece que él no es de esos guardianes de la salud que sólo entran para hacer raros procedimientos y tomarse de la barbilla diciendo frases como: "... ajá, hmm, sí, ya veo, correcto, ..." y tantas palabritas que crispan los nervios.

No, él se presenta en primer lugar y en segundo, le pide le indique los síntomas de su padre a lo que Odette suspira y se muerde el labio inferior, tan nerviosa que está que se olvida de que la etiqueta estipula que debe presentarse, en lugar de ello su voz suena en la habitación tan dulce y melodiosa como la de una flauta, pero al mismo tiempo tan intoxicante como el veneno más potente obligando a concentrarse sólo en ella y desear seguir escuchándola, pero pueden detectarse notas de tensión en la dicción, en ocasiones dificultando la pronunciación - Fiebre alta, no la podemos quitar con paños húmedos, realmente no sé más, sólo que mi padre se ha quejado de un cansancio que supusimos se originó por el viaje tan largo desde Francia hasta aquí, comió bien, leche, café, panquecillos, tortilla de... ¿Realmente tengo que decirle todo ésto, messié? No sé qué tiene mi padre más que se retiró a dormir y cuando mi madre ha ido a su lado, lo descubrió ardiendo en fiebre, no sé si sea la... la... - se le atora la frase y baja la mirada con tristeza enfocándola en sus manos sintiendo la opresión en el vientre como cada vez que tiene que hablar de él... cierra los ojos con fuerza apretándolos para susurrar muy bajito, casi inaudible - no sé si sea el reciente fallecimiento de mi hermano hará cuatro, cinco meses atrás... por favor, por favor se lo suplico, ayúdelo... vaya a verlo por favor y no se concentre en esta mujer que no sabe siquiera la diferencia entre un remedio y otro... por favor... - lo que necesita es que él vaya ya a con su padre y dé un diagnóstico profesional y no los supuestos a que su madre y ella han llegado. Sus ojos le miran anegados en lágrimas sin derramar, lo que sea para que su progenitor se levante sano, lo que él pida...
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Mensaje por Trésor Saffouret Jue Jul 05, 2012 12:19 pm

La preocupación, sentimiento proporcional al apego que se tenga hacia otra persona, si es que el cariño se puede medir. Lo cierto es que a mayor unión entre dos partes, mayor será la preocupación y los sentimientos enlazados a ésta y por ende las exposiciones exteriores de tal sentir tienden a ser mas notorias, exageradas, cargadas de una emocional tal que la consciencia de realidad a veces se pierde. Para Trésor aquella situación era una clara representación de tales pensamientos. Fiebre, el síntoma era simplemente una elevación considerable de temperatura que podía ser causada por tantos diversos factores, pero no todos conllevaban a una fatalidad, claro que no. Una ingesta contaminada, una tonta infección urinaria, un anuncio de gripe o simplemente cansancio, esos eran algunas de las causas que tomaban a la fiebre como mero anunciador exterior de lo que acontecía interiormente a nivel fisiológico.

La paciencia en todo galeno puede verse como algo esencial, tanto para ser objetivo frente a todo situación a presentarse, así también para comprender y descifrar a los acompañantes de todo paciente, pilares fundamentales para todo medico a la hora de anexar cabos sueltos. Hubiese gustado de insistir a la joven dama frente a sus atentos ojos sobre asuntos referidos a la rutina de su padre, a las obligaciones de éste y al historial de salud del mismo, pero notaba tan nerviosa a la rubia que prefirió darle la paz que ella parecía anhelar negando con su cabeza ante el cuestionamiento de si continuar con el palabrerío.
- Me ocuparé de vuestro padre y luego, luego me encargaré de ver porque reside en usted tanto nerviosismo - palabras claras, serias y firmes se impartieron con la rígida tonalidad del caballero, pertinente a su creer debido a la inquietud de la hija del hombre adolecido de temperaturas elevadas. Lo cierto es que aquel repentino interés no era simplemente por su latente vocación médica, la que le llevaba a ser muy atencioso con toda persona que viese padeciendo algo. No, su comentario radicaba también en que la joven mujer que sus penetrantes ópalos azulados vislumbraban tenía algo que le intrigaba mucho, más allá incluso que aquella delicada hermosura que le envolvía.

Tomó una gran bocanada de aire para encender su concentración y con un gesto de respeto impartido por su cabeza y rostro se dirigió al enmaderado pórtico de abertura doble dirigente a la recamara donde yacía el paciente recostado. La alterada servidumbre del palacio abrió cordialmente aquellas puertas donde un escenario silencio cuan tenso se presentaba. La luz tenue de los candelabros aumentaba aquella sensación de pesadumbre, de intranquilidad y ansiedad por una pronta solución. En un cómodo lecho se presentaba el afiebrado hombre, algo ojeroso y molesto, su semblante lo decía todo. A su lado, en un sillón aterciopelado estaba la que sería sin dudas su esposa, tan o más preocupada que su hija. Trésor dejó la misteriosa caja de madera sobre los pies de la cama y con una leve sonrisa se acercó hasta la dama a quien le dedico una apropiada cuan fugaz reverencia. Instantáneamente se arrimó al caballero indispuesto y comenzó a observarle periféricamente. Sus ojos cansados, su boca reseca, su gesto incomodo, para el galeno todo significaba algo.

- Revisare si no padece de ningún dolor a nivel abdominal, Monsieur - informó en un francés exquisito y tan puro que nadie sospecharía que el médico había nacido en la misma España donde ahora se encontraban. Aguardó el asentimiento de su paciente y sin más, retiro la fina colcha que le abrigaba protocolarmente y comenzó a apoyar los dedos de sus varoniles manos sobre el torso bajo del flemático señor, haciendo presión en diferentes zonas, en búsqueda de alguna molestia, de alguna inflamación no denotada con anterioridad. Todo estaba de maravilla y en ningún momento el rostro ajeno proyectó dolencia alguna, otra característica a tener presente a la hora de generar una examinación. Abrió la boca del enfermo, apoyando las yemas de sus dedos índice y pulgar a los lados de la mandíbula inferior para observar la lengua y garganta del observado. Ningún rastro de inflamación, irritación o infección. Todo estaba en orden en esa zona también.

Trésor comenzaba en su mente a generarse un panorama de la situación, descartando las probabilidades más típicas que causasen fiebre repentina. Controló una vez más el grado de calor en la frente y cuello de su paciente y finalmente optó por ir a su rígido maletín. Abrió la caja lentamente con la utilización de una pequeña llave que sacó de uno de sus bolsillos y rápidamente se hizo con un pequeño frasco de tonalidad ambarina que poseía en su interior un líquido transparente.

- Deberá recibir cuatro gotas de este medicamento bajo la lengua cada seis horas por un día. Confío su preocupada familia se encargara de dosificarle la medicina de la forma pertinente. Le resultará algo amargo, pero como bien dicen, aquello que sana jamás es gustoso al paladar -la indicación estaba dada y hasta con cierta gracia. Al galeno siempre le despertaba una chipa de espontaneidad cuando hablaba en la lengua natal de sus padres sin siquiera saber porque. Un dejo hereditario tal vez. Sentirse más apegado a sus raíces probablemente. Abrió aquel frasco y con el cuenta gotas añadido a la pequeña tapa del envase dosifico las cuatro gotas mencionadas bajo la lengua de quien no tardó en manifestar en su rostro el disgusto frente al sabor de aquella preparación.

- Sí mañana la fiebre no se ha ido, avisadme os suplico. De todas formas en la noche regresaré a controlar que todo siga bien - solicito con respeto y amabilidad a la esposa del adolecido, entregándole en sus propias manos el medicamento correspondiente a su consorte. Un gesto de reverencia fue impartido nuevamente - Tengan buena noche y procuren descansar, ambos - cerró su portafolio de madera, lo tomó con la misma firmeza de siempre y abandonó la habitación. Las puertas se cerraron a sus espaldas y sus ojos se volvieron a clavar en la inquieta rubia. Aun mantenía ese dejo de nerviosismos en su frágil rostro, en sus temblorosas manos de porcelana, en sus incesantes pasos de bailarina.

- Todo estará bien, recomiendo vuestra persona se relaje. Un poco de aire fresco le haría bien - aconsejo serenamente sin dejar de observarle, esperando aquellos sentimientos desasosegantes comenzaran a apagarse paulatinamente en la damisela. Él yacía estático ahí aún, no sabiendo si por esperar algún comentario de ella o por querer ser el que la acompañase afuera realmente, si estaba optaba por ello. Después de todo, su labor ya estaba hecha y sus conocimientos como galeno y boticario le decían con plena seguridad que aquella panacea natural sanaría los males del agotado hombre, quien no necesitaba más que un profundo descanso, desapegado de toda preocupación mental residente en su ajetreada cabeza.
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Mensaje por Laurette/Odette Louvier Dom Jul 08, 2012 10:51 pm


No le cuento mis secretos a cualquiera...
pero tú no eres cualquiera.


El galeno no parece estar nervioso, todo lo contrario. Infunde una paz que es contagiosa, por lo que calma un tanto la desazón de Odette que le observa a esos claros ojos con ansiedad no exenta de un terror que le crea un hueco en el estómago. Está que no aguanta la situación, se lame los labios resecos por enésima vez y asiente como si fuera una mujer a punto de ser enviada al cadalso cuando él menciona que se encargará de ver el por qué de su inquietud. Sonríe con amargura porque no quiere hablar de eso. Ni siquiera a Laurette se lo dijo la noche previa a que se fuera a la Nueva España. Le ve adentrarse en los aposentos de su padre y traga saliva tomando asiento para cubrirse el rostro con las manos intentando no llorar. No soltar todo lo que tiene dentro y que durante tanto tiempo ha cargado a cuestas. Disimulando incluso ante Vincent aunque a últimas fechas es cada vez más difícil. Levanta el rostro hacia el techo y mueve la cabeza a un lado primero y luego al otro suspirando de alivio al sentir cómo con un chasquido la tensión lento se va. Abre sus ojos observando la puerta cerrada y se pone en pie de nuevo cruzándose de brazos. Le es imposible mantenerse quieta, sobre todo porque siente que es su responsabilidad, su culpa el que su padre esté ahí postrado en la cama y su madre preocupada se encuentre a su lado. Es la única de los tres hijos que tuvieron que sigue ahí, pero es más por el dolor que por otra razón. Se coloca las manos en las sienes sintiendo la cabeza estallar, pronto tendrá que irse a su recámara a apagar todo y concentrarse en relajar cada músculo de su cuerpo para poder dormir al menos una o dos horas antes de que el fantasma de su hermano habite en su mente y gobierne sus sueños, más bien, sus pesadillas. Lleva desde su muerte viéndolo en esos oníricos momentos, viéndolo caer de nuevo en medio de un charco de sangre que lento va agrandándose hasta mojar los zapatos de una Odette que no atina a reaccionar hasta que es demasiado tarde.

Se ve corriendo para tomar el cuerpo de su hermano, al menos es la intención antes de que el líquido carmesí se convierta en arena y le dificulte el paso, aún así ella siente la necesidad de llegar a Gregory, de darle el consuelo de no morir solo a pesar de que ella fue la que provocó todo. Sus piernas se hunden más en esa sustancia, siente cómo conforme va adentrándose más y más, su piel es rasguñada por uñas afiladas, porque no es ningún grumo o grano de arena, son manos humanas las que la lastiman y escucha a su espalda la voz de una mujer que la ataca con vehemencia, acusándola de ser la asesina de su hermano. Y ella queriendo alcanzarlo. Y no puede, de verdad que no y aún ahora siente ese estremecer de su cuerpo, el dolor de su corazón al pensar que él muere y ella no está a su lado confortándolo, dejándole creer que todo estará bien, que sólo es una pesadilla y que al despertar estará en casa con sus padres, con Laurette. Aprieta los ojos sintiendo el dolor en la nariz, signo inequívoco de sus ansias de llorar. Más porque nunca puede abrazarlo. Una lágrima solitaria recorre el extremo de su ojo derecho y se desliza lenta y sinuosa por su mejilla en una triste caricia hasta que queda colgando en su barbilla. Ahí permanece durante unos instantes hasta que el movimiento brusco de la joven al escuchar las puertas abriéndose la desprende y deja caer al abismo de la desesperación en el que está metida hasta el cuello. - Doctor, ¿Qué tiene mi padre? ¿Mejorará? ¿Se repetirá? Por favor, dígamelo - ruega con las manos unidas contra el pecho, en una posición que más parecía un ruego que una petición. Sonríe con amargura al escuchar que su padre está bien, pero su expresión cambia a irónica en el instante en que él se preocupa por ella y niega con la cabeza - No, doctor, yo estoy bien. Sólo quiero saber si mi padre volverá a recaer o si tengo que hacer algo en particular para que él mejore - se lame los labios temblorosos para tragar saliva con dificultad aspirando profundo antes de parpadear y colocarse la mano izquierda sobre el lado correspondiente de la cara, por un instante ve las luces que anuncian lo que anhelaba evitar: la migraña. Nunca las padeció hasta que su hermano falleció y Laurette se fue a la Nueva España. Quizá sea justo esa preocupación que tanto la acongoja la causante, pero mientras tanto aprieta los dientes y el puño derecho antes de quitar la otra mano de su rostro y sonreír con falsedad, experta en esas lides, pero compite contra un conocedor del cuerpo humano que le traiciona, de un ojo que tiembla de forma no sana, anunciando a gritos lo que pronto acontecerá en la cabeza de la joven - Dígamelo por favor, antes de que me tenga que retirar le suplico me lo diga - le toma del brazo con una mano larga y delgada, de dedos estilizados y que portan una argolla en los dedos medio y meñique. No es por otra razón que por no caerse porque siente cómo la cabeza le da vueltas, pero no quiere mortificar más a su familia. Ya no...
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