Sacando al gato del sombrero [ HDA ] [ Privado ]

"Este lugar es espeluznante." La imagen corpórea de Adrik titiló por una milésima de segundo, – como pasaba cada que era invocado tras haber estado varios meses atrapado en el anillo en forma de dragón alado que el primer Seymour nigromante había usado –. "Papá se va a enojar si se entera que me has traído contigo." El espíritu – un niño rubio de seis años con ojos grises apagados – susurraba las palabras mientras se escondía a su lado, temeroso de la energía que serpenteaba entre las lápidas. Los tentáculos de maldad alimentaban con una rabia enfebrecida, el aura hambrienta del nigromante. Birkoff, como de costumbre, fingió no oírlo. A pesar de sus explicaciones, Adrik negaba estar muerto. Si bien Black – como era conocido entre los suyos – encontraba que los espíritus de los caídos en situaciones de violencia extrema eran almas fascinantes por el dolor que les atormentaba al haber sido separados bruscamente de su existencia, negándoles avanzar al otro plano, un fantasma que no recordaba cómo su padre lo había desmembrado tras jugar a las escondidas, le quitaba el atractivo al trabajo perpetuado por un vampiro. La actitud seria del brujo solo acentuaba su desprecio. Haberlo conocido cuando tenían la misma edad, los había definido. Birkoff fingía ser su amigo, intentando y fallando al querer ser agradable. No es que lo intentara demasiado, la arrogancia que destilaba se había forjado desde que tenía seis años – quizás incluso antes –, que poco podía hacer por ocultarla. En realidad, no quería. Era un parte tan suya como la hechicería. – Deja de esconderte y vigila que no haya intrusos entre las sombras. No quiero testigos. Los goznes oxidados de la verja chirriaban al compás de las ráfagas, llevando las notas tétricas hasta los cuervos que se paraban sobre las ramas del gigantesco árbol en medio del cementerio. Adrik dio un paso dubitativo, como si se debatiera sobre a qué debía tenerle más miedo, a la oscuridad que les rodeaba o a la amenaza que subyacía en el tono neutro de Birkoff.

"Pero Black, Tasya dice que en los cementerios asustan." El brujo, que hasta ese entonces había evitado decirle cuál sería su participación esa noche, giró sobre sus talones para enfrentarlo. Le gustase o no, quisiera o no, iba a ayudarlo. - ¿Quieres volver al anillo? El niño negó frenéticamente con la cabeza. Su mirada adquirió el tono del mercurio, un miedo más feroz lo tiñó. – Entonces haz lo que te pido sin hablar. No puede haber fallos. Adrik asintió vigorosamente, su cuerpo corpóreo haciéndose invisible ante sus ojos. – Una nueva amiga vendrá a vernos. No quiero que note tu presencia hasta que demuestre que no se asusta por pequeñeces. ¿Entiendes? Una sonrisa familiar se formó en su boca, la misma que ponía cuando las cosas se hacían como exigía. La Hermandad del Dragón Azul lo quería en sus filas y, aunque estaba seguro de los beneficios que traía consigo, no podía aliarse a un grupo que desconociera la magnitud de sus poderes, o peor, que no pudiesen hacerle frente. Debían saber que no trabajaba porque lo necesitaba, sino porque le necesitaban a él. La cita que llegaba minutos tardes, comprobó, tras sacar por segunda vez su reloj de bolsillo, debía tener una buena explicación. Los pequeños detalles significaban todo para Birkoff. La perfección era, después de todo, el camino al éxito. – Juega con ella, Adrik. Si ganas, no tendré que castigarte. No importase cuántas veces le mintiese, el niño no perdía las esperanzas de que un día cumpliera su palabra. Saberse solo y atrapado, era su temor más grande, la debilidad que el brujo usaba para beneficio propio. – Ahora ve y vigila. Censuró. Deleitándose en la oscuridad que competía contra los rayos plateados, devorando todo a su paso. Un carruaje se acercaba desde una oscura calle, avanzando ruidosamente sobre el empedrado, alertándolo. El juego había iniciado.