Bajo mascaras no se descubre al gato, ni al ratón. [Privado]

por **Danna Dianceht** Lun Mar 17, 2014 6:48 am

Cuando sonríe toda la gracia está en su boca y la alegría
como una fiesta entre sus ojos.
Alfonso Orantes

París y su corte. La corte y París. Ambos parecían complementarse con tal de que jamás dejaran de haber fiestas lujosas en la ciudad, como indicaba la invitación a un baile de mascaras que yacía en las manos de la duquesa que terminando de leer con una sonrisa. La guardó de vuelta al sobre y lo dejó en el escritorio antes de levantarse y llamar con premura a Marie, su dama que debía estar por sus alrededores, con suerte haciendo ganchillo.

—Sí ¿Mi señora? —Inquirió apareciendo tras la puerta la doncella y con una leve reverencia acercarse a Danna.

— Esta noche quedareis Víctor y tú al mando de todo. Me ausentaré en la noche, ya que se me ha sido invitada para asistir a la corte Parisina, con el motivo de un baile de mascaras. En el que se reúne dinero para los orfanatos de la ciudad y debo de asistir. —Comentó con voz decidida mientras se giraba y Marie empezaba a desatarle los cordones del ceñido corsé para cambiar de vestido para la ocasión.

—Es una buena causa, los niños agradecerán estos gestos.—Respondió la dama terminando de quitarle el corsé y dándose la vuelta se encaminó hacia los vestidos, donde tomó el vestido de gala, que recientemente le habían traído. — ¿Os parece? Creo que no encontrareis una situación más acertada que esta para estrenaros con él puesto.

Danna se giró mirando el vestido que Marie le acercaba y asintió. Tenía previsto asistir a una cena la semana próxima con aquel vestido, solo que en aquellos momentos parecía mas oportuno asistir con él a la mascarada, que no con cualquier otro. Además, hacia mucho que no salía a divertirse.

—Solo me quedará encontrar un antifaz que pueda irme. —dijo pensativa. La joven dama anticipándose como caracterizaba a la duquesa, sacó de uno de los cajones un antifaz rojo oscuro y negro, a juego con el carmesí vestido que portaria en la noche. —¡Es perfecto!.—Exclamó ella al verlo, tomándolo entre las manos. Ya tenía todo listo, solo faltaba vestirse, cepillarse el largo cabello que se lo iba a dejar suelto a su espalda en esta ocasión y asistir a la fiesta en su carruaje.

**

Solo hizo falta media hora para que Danna hubiese terminado y ya esperara ansiosa la llegada de su chofer y carruaje, el que se encontraba alistando a los caballos. No hizo falta esperar mucho, en menos de cinco minutos las pisadas de los caballos ya se escuchaba acercándose, hasta que el carruaje se detuvo delante de ella. Sin dar tiempo a que el chofer bajara y la ayudara a subir, ella subió y apresurándolo lo hizo tomar las riendas y acelerar el paso para llegar lo menos tarde posible.

El palacio Royal no se encontraba lejos de donde se hospedaba, en la zona norte de Paris, por lo que el transcurso del viaje fue corto. Sus ojos perdidos en la ventanita no dejaron de observar el exterior, las sombras de los árboles y los valientes que recorrían a esas tardías y peligrosas horas las calles. El galope de los caballos le hacía ir dando pequeños tumbos, a los que ya se encontraba suficientemente acostumbrada tras desde pequeña asistir a muchas reuniones y eventos en carruaje, incluyendo viajes de semanas. Y así lentamente sus ojos lograron visualizar a lo lejos el lugar que entre vestidos, mascaras y bailes la acogería por unas horas.

Esta vez sí esperó que le abrieran la portezuela y con una sonrisa agradecida aceptó el brazo que un lacayo le ofrecía para ayudarla a bajar del carruaje. Descendió con el antifaz ya cubriendo su joven rostro. Solo sus rosados labios y verde mirada quedaban expuestos. Suficiente quizás para reconocerla sus más allegados. Insuficiente para aquellos que no sabían de su procedencia ni de su nombre. Con una suave sonrisa habló con su chofer y cuando se aseguró de que en unas horas volvería a buscarla, fue que se encaminó hacia la entrada del palacio.

La fiesta se encontraba en el inicio de su esplendor, la gente empezaba a llegar en grupos y con risas se unían a la fiesta. El ambiente se llenaba de colores de los elegantes vestidos de las féminas, mientras que en los hombres podías observar diferencias en los antifaces, los que llegaban a cubrir a más de uno el rostro por completo. Encontrándose con que no conocía a nadie, o no por lo menos a simple vista, subió las escaleras que la separaban todavía del salón principal y sonrío a los guardias que le pidieron la invitación.

—Mademoiselle Dianceht, adelante. Esperemos que disfrute del baile. —Dijeron los guardias al leer en la invitación quien era la joven que se escondía tras el antifaz. Uno de ellos fue a decir más, no obstante Danna negó con la cabeza, acallando sus palabras sabiendo que la habían reconocido como la duquesa de Escocia. Por el momento deseaba permanecer en el anonimato. Poder ser por unas horas realmente una desconocida en un baile. Sin clases, ni rangos, ni títulos. Tampoco de esas normas que tanto llegaba a aborrecer al final tras años de instrucción. Con un vaivén sutil, se encaminó hacia la sala donde terminaban todos los invitados bailando, y sin que ni un solo instante su sonrisa desapareciera de la curva de sus labios, pasó entre la gente buscando quizás, alguien con quien poder fijar su intensa y brillante mirada.

por **Micky Vanier** Miér Jun 18, 2014 6:47 pm

Tell me, how did it feel?
To kneel,
in front of your God
and confess all your sins.
Except your greatest one,
Me.
- Maz

Cuando Felicien entró al cuarto en el que los sirvientes le habían indicado que se encontraba Alexandre, lo primero que experimentó fue pena. El cuarto en cuestión parecía todo menos el lugar de descanso de un Duque. Era más parecido al cuarto de un viejo, de un desahuciado.

Sin embargo, el aroma que se podía percibir tan pronto se cruzaba el umbral de la puerta aún era aquel olor dulzón que había caracterizado a Alexandre toda su vida, y eso de alguna forma lo había tranquilizado. Las ventanas y las cortinas estaban cerradas y tenían el aspecto de haber estado así por mucho tiempo, cuando Felicien abrió la puerta por completo para dejar que algo de luz entrara en el cuarto esta fue acompañada del rechinido de las bisagras que no habían sido usadas en algún tiempo y la luz del pasillo se coló por la habitación alumbrando su interior.

El lugar estaba lleno de botellas vacías por todos lados. Sobre los muebles y en el suelo. A éste también lo adornaban docenas de vestidos, de todos los colores y formas. Alexandre se encontraba de espaldas a la puerta, postrado sobre un sillón. En una mano sostenía una copa llena de vino y en la otra una carta. Sin mirarlo, como prediciendo lo que Felicien estaba a punto de preguntarle, le hablo

Tengo que encontrarlo, dijo.

La voz de Alexandre era la de siempre pero iba impregnada de cierto pesar y de algún tipo de amargura que se podía percibir desde la primera palabra. Felicien no supo qué contestar, de repente el cuarto y la imagen de Alexandre le hicieron enmudecer. Tengo que encontrar el vestido que usó ese día, añadió Alexandre.

Felicien, el más grande de sus amigos, y el único, se sintió muy confundido y dando un par de pasos al interior de la habitación espero ser capaz de encontrar algo que le permitiera comprender de lo que hablaba Alexandre, o Micky, como su hermana y él lo llamaban cuando niños.

Frente a Micky vio un gran cuadro que no había sido capaz de divisar estando junto a la puerta, pero ahora que se había movido podía hacer. El cuadro era de casi dos metros, diseñado así para emular las medidas reales de quien estaba retratado en él. Daniella. La menor y la única mujer de los hijos de Agustin Vanier. Desaparecida hace más dos años el día que un grupo de sobrenaturales atacó el Ducado donde vivían ella y toda su familia, buscando a Micky.

¿Dónde has conseguido ese cuadro? Le pregunto Felicien mientras caminaba hasta su lado. Lo han entregado hoy, al parecer pensaron que no había nadie para recibirlo cuando se enteraron de lo que pasó hacer dos años. Alguien escucho que al menos uno de los Vanier seguía vivo y un mensajero lo ha traído hoy. Mira la fecha del cuatro. Le ordeno Micky mientras le señalaba una de las esquinas inferiores del cuadro. Felicien obedeció y se acercó al cuadro lo más que pudo pues el cuarto aún estaba lo suficientemente obscuro y sus ojos no se habían adaptado a la obscuridad como para poder leer las pequeñas letras desde donde se encontraba.

Es de un día antes del ataque, Micky susurro. Felicien asintió con la cabeza pero no dijo nada. No he podido encontrar el vestido que está usando en el cuadro. Sé que no es el vestido que usó aquel día pues lo recuerdo como si hubiera sido ayer, le dijo. Felicien, giro y dio un vistazo rápido al montón de vestidos que se apilaban sobre el suelo. Puedo hacer que alguien le escriba a aquel pintor y le pregunte por el vestido, quizá ha sido algo que usó sólo para esa ocasión, Felicien añadió. Ya lo he hecho, esta es la respuesta que recibí. La policía quiere hablar conmigo. Micky le extendió la carta que sostenía en una de sus manos a Felicien pero antes de que este la leyera le siguió hablando. Al parecer alguien ataco el estudio del pintor que retrato a Daniella. Los cuerpos fueron hallados sin una gota de sangre, drenados desde el cuello. A la policía le pareció sospechoso que un día después del ataque llegara un mensajero preguntando por un cuadro que fue hecho hace dos años, y más sospechoso que quien preguntara fuera un Vanier, le dijo.

Nada se pudo escuchar en aquel cuarto por unos minutos. Yo me haré cargo, no te preocupes por nada, dijo finalmente Felicien pero fue un gran estruendo lo único que recibió como respuesta. Micky había arrojado la copa que sostenía y esta había impactado un espejo que se encontraba en el cuarto. No, seré yo quien se encargue. Me encargaré de todos y cada uno de ellos, bramó Micky con los puños y los dientes apretados en inimaginable rabia.

De nuevo el silencio se apodero del espacio e igual que antes fue Felicien quien rompió con él. He venido por ti, tenemos que asistir a aquel baile de caridad pero entenderé si no quieres ir, le dijo. Micky no dijo nada, en su lugar giro la cabeza hacía la cama del cuarto señalando un traje de gala que posaba sobre esta. Estaré listo en un momento, le dijo. Muy bien, Micky, Felicien respondió.

Después de unos minutos, Felicien ya lo espera en el carruaje y Micky no tardo en subir a él tan luego dejo la habitación, no sin antes ordenar que nadie entrara en ella. El camino fue silencioso, Felicien no se atrevía a decir nada y Micky no tenía nada que decir.

Cuando llegaron al sitio hacía mucho tiempo que Micky no aparecía en un evento de este tipo y la gente a su alrededor se preguntó por un segundo quién era aquel hombre. Al llegar a la entrada sus invitaciones les fueron requeridas, Felicien las presento y los hombres en la puerta los dejaron entrar no sin antes recordarles algo que habían olvidado. Señor, disculpe, debo pedirles que usen sus máscaras, el Conde ha sido muy estricto con ello, le dijo tímidamente el hombre en la puerta a Felicien. Descuide, respondió él y de su chaqueta extrajo un par de máscaras idénticas, eran del tipo discreto, de color blanco y hechas sólo para cubrir una mitad del rostro, de la frente hasta el pómulo, y le entrego una a Micky.

Micky observo la máscara y tuvo un pensamiento que le resulto bastante curioso pues si en ese lugar alguien debía ser dos personas a la vez, ocultándose tras lo que podría ser una máscara, esa persona debía ser él.

Ambos hombres entonces entraron al lugar. Felicien…, le llamo Micky a su amigo tomándolo del brazo para detenerlo. Dime, le respondió este. No vuelvas a llamarme Micky.

por **Danna Dianceht** Dom Jul 06, 2014 12:24 pm

Y no podemos escapar viviendo, porque la vida es una de sus máscaras.
Anónimo.

El rojo y oscuro antifaz que ocultaba su rostro, resaltaba sus verdes y enigmáticos ojos, como sus sonrosados labios. La duquesa jamás había sido de aquellas jóvenes que en una capa de polvos se adornaban el rostro y sus rasgos. Al natural se veía bien, con apenas un ligero toque en las mejillas, todo lo demás le sobraba. Su delicada y suave piel le era más que suficiente. Por suerte el vivir en los parajes de Escocia no había dañado su piel, sino todo lo contrario. Solo la había perfeccionado, dándole aquel toque característico de las jóvenes escocesas de piel blanca, sin imperfecciones. Sus ojos, tan singulares como los de su difunta madre, pertenecían al linaje de los Dianceht, como sus labios. Solo la recta nariz fue herencia de su padre, y aun así por suerte había resultado ser bien fina.

Por ello no solía cargarse demasiado el rostro y siguiendo consejos de su madre, simplemente se retocaba las mejillas dándoles un ligero color que ella al pasar del tiempo y la fiesta, terminaría por potenciar gracias a su rubor natural. Tras pasar por los guardias que al final acallaron su presencia, con una suave sonrisa se encaminó hacia el salón, llegando a ella, a sus oídos las primeras notas de un nuevo baile que estaba por empezar. Los ruidos del vals, los movimientos gráciles y lentos de las parejas que bailaban en el centro del salón no fueron desapercibidos por su fino oído y llegando finalmente a uno de los extremos del salón, al lado de las escaleras se quedó observando.

Rápidamente sus ojos entrevieron al conde Español, reconocible para ella hasta con antifaz y disfraz. Con una sonrisa siguió viendo, encontrándose con que al otro lado de ella dos jóvenes entraban como ella en la fiesta. Su cuerpo se giró suavemente disimulando mientras su atención se centraba en el joven más alto de los dos. El de apariencia fuerte, recto, firme. Les siguió con la mirada con suma curiosidad, como una loba acechante al presentir que aquel joven quizás como ella, verdaderamente se escondiera tras aquella mascara. Su esencia lo llamaba, aun así se quedó en el lugar con la mirada fija en él, hasta que siendo descubierta por el mismo, viéndose obligada a actuar de alguna forma, hizo un movimiento con su cabeza y con una sonrisa dedicada al joven llevó sus pies a perderse entre la gente antes de averiguar si aquel joven se acercaría a ella, de haber tenido ocasión, sintiendo en su ser una urgencia por huir, como por igual de acercarse.

Sintiendo la mirada de él en su nuca, siguiendo sus pasos, siguió perdiéndose entre las parejas hasta que sin darle opción un joven la arrastro a sus brazos, bailando. Danna se dejó llevar, era la primera vez que alguien la tomaba de aquella forma sin el correspondiente permiso y toda la burocracia que la rodeaba y lo agradeció. Volteó un par de veces y tras unos minutos, aprovechando un cambio de parejas dejó aquel que por unos segundos había sido su pareja, para salir de aquel lugar en el que se encontraba a veces acorralada. Sus pasos firmes la sacaron de aquel lugar. Con una sonrisa se giró hacia la pista de baile –ya dejada atrás- y observó. Sus ojos parecían buscar algo o más concretamente a alguien. Jamás había sentido un aura similar, tanto poder de un simple mortal. Unos jóvenes al verla solitaria se acercaron y de un segundo a otro, la rodearon. Viéndolos con desconfianza se apartó de uno de ellos, el cual había intentado acercarla a ella, tomándola de la cintura.

— Señores…si deseáis bailar, solo hace falta que lo pidáis. —Les regañó con suavidad buscando con la mirada una salida. Sin embargo el resto de la gente no parecía darse cuenta de que aquel grupo de jóvenes parecían buscar molestar a una de las damas allí presentes.

— ¿Y si deseamos bailar con usted, preciosa? — Preguntó uno de ellos dando un paso hacia ella. Danna retrocedió y negó. Jamás le había gustado la gente así, aquellos que tomaban lo que deseaban cuando querían. Los caprichosos, egocéntricos y miles de adjetivos más que acudían a su mente. El joven sin hacer caso a su negativa se le acercó hasta tomarla del brazo y arrastrarla hacia él. Ella le miró fijamente y volvió a negar, manteniéndose firme. Podía ser una dama de alta alcurnia, dulce y amable joven, pero también dentro de ella habitaba una bestia y ahora aquella parte de ella exigía un castigo para aquel osado. Frunciendo el ceño, al ver un espacio entre los jóvenes, lo aprovechó y soltándose del joven, tras un apretón fuerte en su brazo, huyó de ellos, coincidiendo que con solo tres pasos fuera del alcance de esos jóvenes imprudentes, chocó contra lo que parecía ser un torso masculino.

— Perdóneme Messier. — Se excusó con una suave sonrisa, agradecida de dejar atrás a aquellos jovenes que la habían hecho sentirse incomoda y temerosa por unos segundos. Y así fue como alzando la vista desde la protección y el misterio del antifaz; le vio. Había chocado contra quien jamás habría pensado encontrarselo de aquella forma. Era aquel joven, el que había visto entrar y del que había seguido su rastro hasta verlo desaparecer. El del aura enigmática. Con sus verdes ojos fijos en los de él, se irguió y en un silencio sepulcral, que dio fin al tercer baile de la noche, se le quedó mirando. Cayendo profundamente en sus orbes, preguntándose quién sería el poseedor de aquella profunda mirada. Sintiéndose irremediablemente atraída por aquel aire regio y firme, sin saber que tras aquella mascara se encontraba quien podía ser su mayor enemigo. Un cazador.

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