Love song [Sasha Nureyev]

Caminaba en busca... bueno, en realidad no tenía ni idea de qué era lo que buscaba. Esa tarde me había levantado melancólico, no era normal en mí, pero cada cierto tiempo tenía mis momentos. Demasiados recuerdos, demasiados lamentos, en el confín de mi mente, las memorias felices no eran más que un borrón desdibujado. Anduve por las amplias calles ignorando a los transeúntes, sumido en mis pensamientos, queriendo borrar de mi mente una sombra oscura que parecía perseguirme.

A lo largo de mi vida nunca me había importado tomar amantes, perderlos después, nunca recordando sus caras, nunca jamás preocupándome de sus corazones, pero había uno... apenas podía recordar los meses que habíamos pasado juntos, pero si que podía acordarme de su rostro andrógino, con él había embellecido cientos de mis cuadros, obras que jamás había dejado ver a nadie, la mayoría inacabadas, solo con su cara, como si fueran una excusa para recordarle. Los bocetos de su cuerpo desnudo aun decoraban las páginas de mi cuaderno de dibujos. Era el único que siempre había estado conmigo, y sin embargo, era la primera vez que me para a pensar en él, el hábito de retratarlo se había convertirlo en una obsesión para mí, su belleza era tan pura que necesitaba ser inmortalizada aunque con el paso del tiempo, más de una vez me había preguntado si no habría sido una alucinación, un producto de mi mente.

El barullo de la calle me distrajo de pronto, arrancándome de mis fantasías y haciéndome volver a la realidad de la forma más cruel. Levanté la cabeza parpadeando ligeramente ante las brillantes luces de las farolas, era lo único que detestaba de París, la excesiva iluminación. Me acerqué a uno de los extremos, donde la oscuridad se hacía más presente y me apoyé en la pared, preguntándome qué habría sido de mi modelo, cerré los ojos e intenté recordar la primera vez que nos habíamos visto. Fui incapaz.
Pero la sensación era inolvidable, la sorpresa, el deseo y la lujuria, permanecían frescas en mi mente.

Desde las sombras, miré a mí alrededor aburrido, hasta que lo vi. Su figura era perfecta, femenina y delicada, envuelta en suave tela azul, a su alrededor, la nieve que había comenzado a caer ponía de relieve la negrura de su cabello ondulado. Cuando giró el rostro mis ojos se abrieron con sorpresa, apenas podía creer que el que había ocupado mis lienzos durante años, y mis pensamientos esa noche, estuviera tan cerca. Creyendo que podría habérmelo imaginado, bajé los párpados, pero al alzarlos de nuevo, él no había desaparecido. Me abracé sintiendo un escalofrío, estaba tan cerca que casi podía tocarlo. Me separé de la pared, sacudiendo los copos de los hombros de mi abrigo de terciopelo negro y anduve hacia él, le seguí, casi acechándole, hasta que me armé de valor, tocando su hombro, haciendo que se volviera –Eres tú de verdad- susurré uniendo mis pupilas con las suyas, no se trataba de un error, ni de una alucinación.

Aquella mirada… aquella mirada era inconfundible.

En mi eterna soledad, tu rostro es el fantasma que me persigue, que ocupa mis obras y posee mis pinceles. Cuanto más trato de huir, más atrapado me encuentro.
Después de tanto tiempo eres una oscura parte de mí, así que por favor
... no desaparezcas...

-No creí que fueras real, llevaba tanto tiempo buscando tu imagen en mis recuerdos que al verte así, frente a mí, en esta noche parisina apenas puedo contener las ganas de tocarte para comprobar que no sigues siendo un sueño- Susurré, extendiendo una mano temblorosa queriendo acariciar sus labios, recordando…sabiendo que ni la mejor de mis pinturas podría jamás llegar a igualar toda su belleza.

Sus intentos por permanecer helado como una estatua me impresionaron, aunque bajo la presencia inamovible fui capaz de ver su piel temblando ante mi mirada y no pude dejar de preguntarme cual sería la imagen que yo mismo ofrecería. Con suavidad bajé la mano sin llegar a tocar su rostro, pero sin desviar la mirada tampoco. Estaba bebiendo de su imagen, como queriendo grabar a fuego aquellas delicadas líneas que ya ocupaban un lugar en mi memoria.

-¿Cuántos años han pasado ya desde la última vez que te vi, Alan?- pregunté sin buscar realmente una respuesta, degustado el sabor de su nombre sobre mi lengua. Aunque apenas unos segundos antes no lo había recordado, al verle de pronto había vuelto a mi cabeza y ahora dejaba un regusto a medias amargo a medias placentero en mi boca al pronunciarlo, especialmente al ver el leve escalofrío que recorrió su delicado cuerpo -A pesar del tiempo ha pasado podría seguir reconociéndote en cualquier lugar- comenté contestando a su anterior pregunta -simplemente, al igual que tu, no esperaba verte precisamente aquí.-
Había tantas preguntas que quería hacer, pero todas ellas se pararon en mi garganta, no sabía por dónde empezar, no solo porque hubiera pasado tanto tiempo sino porque no quería hacerle daño. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más debía batallar contra aquel impulso irrefrenable de abrazarle, acariciarle, de hacer su presencia más real si cabe, quería derretir la cubierta de hielo que se había formado a su alrededor, recuperar su piel como lienzo para mis labios. Los dedos me picaban por las ganas que tenían de volver a poseer su cuerpo, mientras el deseo me invadía una vez más, y es que su figura, aquella delicada figura, estaba hecha para el pecado.

El brillo de sus ojos era como el del cielo que nos observaba sentado en su alta cúpula estrellada, pero más hermoso. En el interior de sus pupilas había una luz marchita, madre de ilusiones que atrapaban al incauto no dejándole ir jamás, haciendo que lo único que le importara fuera aquella luz terriblemente hermosa que en aquel momento me había capturado también. ¡Oh!… ese color que tantos dolores de cabeza me había dado, pues jamás había hallado una pintura que se le pareciera. Eran la tiara perfecta para coronar aquellas facciones de ángel que ocultaban el alma oscura tan adictiva como un dulce veneno. Y fijando de nuevo la mirada en sus labios, no pude dejar de pensar cuánto deseaba sentir su mortífero beso corriendo por mi garganta.

Sentí la culpabilidad corriendo por mis venas, quemándome por dentro como un ácido. Sentí las lágrimas inundar mis ojos al ver su desesperación. Siempre me había distanciado, siempre había sido capaz de separarlos de mí… pero con él era como si no pudiera.

Le abracé, le abracé con fuerza, rememorando todas las noches que lo sostuve así, lamentando no poder recordar tampoco cuántos años hacía desde la última. Lo separé con delicadeza, pero con reticencia y es que no quería alejarlo de mí ahora que lo tenía tan cerca.
Sostuve su rostro obligándole a mirarme, aparté su cabello negro como el ala de un cuervo de su bella cara de porcelana –Yo tampoco recuerdo cuánto ha pasado, pero sí que recuerdo cada parte de ti- no sabía qué más decir, o si lo sabía no tenía ni idea de cómo hacerlo, entonces, en un impulso le besé, profundamente, rememorando el sabor de sus labios. Cuando nos separamos y abrí los ojos de nuevo, choqué de lleno con su mirada interrogante –Lo siento- susurré contra sus labios, sintiendo que había sido la primera disculpa sincera que jamás había expresado, pero fue todo lo que llegué a pronunciar.

Realmente no sabía por qué me estaba disculpando, si por haberle abandonado o por no amarle. Pues de eso sí estaba seguro, mi corazón no era suyo, nunca lo había sido.

Sin embargo un agradable calor me recorría por dentro al mirarle y no se trataba solo de lujuria, acaricié sus mejillas con cuidad sin romper el contacto visual, no quería parpadear siquiera, no quería perder un solo segundo sin ver su rostro. Sabía que si yo hubiera sido otro hombre, el hombre que él merecía, mi mundo entero habría girado a su alrededor, lo habría consentido y adorado cada día de mi vida.

–Perdóname por no ser mejor persona, Alan. Perdóname por corresponder a tu deseo aun cuando sé que el cumplimiento de ese deseo solo te hará daño. Pero sobre todo, perdóname porque voy a besarte otra vez- terminé agarrándolo con fuerza entre mis brazos, lo levanté hasta que su cara estuvo a mi altura y uní nuestros labios cerrando los ojos después. No me preocupaba que la calle estuviera llena de gente, no me importaba si nos miraban o no, lo único que me importaba era que estábamos juntos.

Que el mundo se fuera al infierno, porque en aquel momento, Alan Farmer era mío.

Sentí sus lágrimas invadir mis vestiduras, calientes pero a la vez terriblemente frías contra mi piel. Tomé su rostro entre mis manos levantándolo, obligando a sus ojos llorosos a mirar a los míos. Solo encontré tristeza, tristeza y un enorme vacío que me dolió más que cualquier golpe.

–Jamás quise hacerte daño- dije con la voz seria –Pero no pude evitarlo Alan, no está en mi naturaleza amar o esperar ser amado, aun cuando busco ese sentimiento en mi interior no puedo más que verlo como una ilusión, una bella fantasía que se me escapa por entre los dedos. Desearía poder mirarte a los ojos y confesar sinceramente que te amo, pero solo sería un insulto más hacia ti- acaricié su cara limpiando las lágrimas ya heladas que todavía mancillaban su piel perfecta –Aun así no miento cuando te digo que lo siento, Alan, pero tampoco voy a negar que haya disfrutado al besarte-

Lo abracé con fuerza, sintiendo sus tristes temblores contra mi cuerpo, podía ver ahora lo que le había hecho, podía sentir su dolor, su desesperanza, anhelando a un monstruo que al que jamás podría domesticar. No valía la pena que llorara por mí, pensé, tratando de imaginar cuantas personas habría destrozado a lo largo de mi existencia como había hecho con aquel hermoso hechicero, sin embargo, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no pude sentirme culpable. Jamás prometía amor eterno, ni siquiera efímero en realidad, solo ofrecía un placer pasajero, prohibido, y un recuerdo en su memoria.
A pesar de todo, Alan me había amado, según confesaba y en ningún momento me había yo dado cuenta, si lo hubiera hecho, le habría dejado antes de que ocurriera, jamás habría permitido que viviera su vida teniendo esperanza en mí.

–Deberías marcharte- susurré – irte lejos y olvidar que alguna vez me conociste, intentar hallar a alguien que supiera ver más allá de tu hermoso cuerpo y en tu corazón, porque aunque lo intentara mil años, sería incapaz de amarte como mereces, Alan- Más lágrimas, sabía que eso era lo que estaba provocando con mis palabras, pero era la verdad. El bello mago entre mis brazos no merecía el futuro vacío que le ofrecía, no cuando lo que buscaba era algo que yo ni siquiera era capaz de ofrecer. Y sin embargo la idea de que pudiera volver a desaparecer, después de tantos años buscándolo inconscientemente en cada dibujo, se me hacía insoportable. Que me llamaran egoísta, pero no podía imaginar mi vida sin Alan Farmer ahora que por fin había constatado que no se trataba de una ilusión.

Sin saber qué decir, sin tener ni la más remota idea de qué decirle ahora que le había desvelado mí verdadero ser, simplemente lo seguí sosteniendo contra mi cuerpo, como si lo quisiera retener a mi lado con ese sencillo gesto, y en el fondo así era.

Porque muy en el fondo, aunque lo negara y fuera un monstruo, el diminuto corazón que todavía habitaba en mi interior, lloraba por el dolor que le había causado. Muy dentro de mí, me preocupaba por la belleza rota que parecía deshacerse bajo mis brazos.

Sus manos convertidas en puños, aferrando mis ropajes con saña, y sus labios sobre los míos fue todo lo que necesité para olvidarme de todo lo que le había dicho. Le abracé con más fuerza, casi aplastándolo contra mí con un brazo, mientras llevaba mi mano libre hasta su nuca, haciendo que abriera más la boca, haciendo su interior más accesible a mi lengua que, como tantas otras veces, exploraba el terreno ya conocido. Le besé sin descanso, bebiendo de sus labios como si quisiera devorarle el alma, pero era él, con sus ojos, quien consumía la mía.

Nos separamos jadeantes, sin palabras, mi mente solo pensaba en una cosa, y no era en hablar. Retiré su flequillo para ver la totalidad de su cara, sus ojos relucían como dos estrellas sobre la luna que era su rostro, lo besé otra vez, salvaje, mordiendo sus labios con mis colmillos hasta sacar pequeñas gotas de sangre carmesí. Las lamí con gula, degustando aquel sabor, al que ya estaba acostumbrado, pero que aun así me resultaba totalmente nuevo, como el de un vino envejecido que tan solo por ese hecho es todavía más delicioso. Sentí su cuerpo derretirse ante mi fuerza, aunque nunca podría estar seguro de si realmente era él quien se derretía o era yo el que caía rendido ante su dulzura, su amargor y su ternura.

Nuestras lenguas chocaban en una batalla que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder, el mundo seguía girando a nuestro alrededor, pero eso no me importaba, pues para mí, solo él brillaba en medio de aquella multitud gris. Me separé lo suficiente como para que cogiera aire una vez más y examiné otra vez su rostro, tenía los ojos empañados y entrecerrados, y me mente no pudo evitar recordar la imagen de su placer en mi lecho. Sus labios estaban hinchados y rojos, entreabiertos, su respiración agitada creaba una pequeña nube de vapor contra mi cuello mientras los fríos copos de nieve seguía cayendo entorno a nosotros, rodeándonos, como un remolino blanco. Con cuidado tomé sus muñecas delgadas con mis manos colocándole los brazos entorno a mi cuello, su abrigo azul era hermoso, pero lo habría dado todo por sentir la suavidad de su piel que hacía parecer al ante de la prenda, la peor de las lijas.

Abandoné sus muñecas, y regresé a su cintura, mientras seguía sosteniéndolo con una mano, abrí la prenda con la otra, introduciendo mis dedos hasta que alcancé el vestido, ahora su calor era mucho más fácil de notar, y casi me quemó. Al sentirme tan cerca de su piel, alzó su rostro haciendo chocar sus ojos con los míos, a la vez que yo me cernía una vez más contra sus labios, deseando dominar cada parte de él.
Arrástrame a tu infierno, me había dicho, y eso era lo que más deseaba hacer en aquel momento, arrancar las telas que me impedían ver su hermosura, tumbar su figura desnuda sobre la nieve junto a la mía, y dejar que esta se derritiera bajo nuestros cuerpos.