Los sueños y la vida.

Cronología

1. Gerlach y yo
2. Clases de inglés
3. Abuelo...
4. Eres un estúpido, Nico
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La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante.

Desde que tenía uso de razón mi primo Gerlach y yo siempre habíamos estado juntos, y a pesar de que en un principio nos llevábamos a matar, poco a poco fuimos congeniando. Hasta entonces había sido un chico muy distante y frío, pero de pronto, un día, cambió.

¿Qué fue lo que le hizo dar semejante cambio? Jamás lo sabré, pues por mucho que le preguntaba, más callaba él. Así que con el tiempo, dejé de hacerle ese tipo de preguntas y simplemente disfruté de su nuevo yo. Aunque por mi mente nunca desaparecieron las dudas.

Recuerdo perfectamente el día que decidimos ir a pescar por primera al río Bernisse, el cual nos quedaba cerca de donde vivíamos. En aquel entonces yo sólo tenía diez años, pero confiaba plenamente en que mi primo, cuatro años mayor que yo, cuidase de mí.

Aquella mañana me puse un bonito vestido de seda, blanco como las nubes, a conjunto con mi sombrero convenientemente adornado con una camelia rosa. Tal vez no fuese la indumentaria adecuada para nuestra aventura, pero de siempre he sido una chica muy coqueta.

Mi primo por su parte, iba más preparado para la ocasión: unos khakis cortos, camiseta blanca de tirantes, sombrero de paja y riñonera grisácea llena de cebos, además de una caña que le había regalado meses antes mi padre por su cumpleaños.

No tardamos en llegar al río Bernisse, la caminata no fue demasiado larga aunque el bochorno del día nos había dejado algo cansados.

Mientras mi primo preparaba la caña para dar comienzo la pesca, yo saqué de uno de los bolsillos de mi vestido un amplio paño rojizo, el cual extendí a lo largo de la hierba que rodeaba al río para sentarme sobre él, no quería mancharme la ropa con la tierra húmeda.

Cuando Gerlach no estaba tratando de atrapar algún inocente pececillo, se sentaba a mi lado y comenzábamos largas conversaciones de asuntos superfluos. Como el verdadero color del agua o el sabor de las gotas de lluvia. Y así pasamos el resto del día.

A la hora de almorzar mamá vino a donde estábamos con una cesta cargada con comida para nosotros, se había dado cuenta que se me había olvidado cogerla al salir de casa así que nos la trajo personalmente. Además, aunque no lo dijese con palabras, podía leer en su mirada que así se cercioraba de que estuviésemos bien. Mamá nos dio un beso en la frente a cada uno y se marchó con cara de tranquilidad.

Después de almorzar, Gerlach y yo jugamos a encontrar figuras en las nubes del cielo, pero casi sin darme cuenta, me quedé dormida sobre la hierba. Cuando me desperté, pude ver a mi lado a mi primo también dormido. Con el estómago lleno y el bochorno, echar una siesta era lo que más apetecía en aquellos momentos.

Me quedé mirándole fijamente, era cierto aquello que decían de que cuando duermen las personas parecen más frágiles de lo que realmente son. Justamente entonces el chico se despertó y sonrió al verme a su lado. No se por qué pero no pude evitar que mis mejillas se encendieran levemente así que le aparté la mirada.

De pronto, una brisilla juguetona asomó de entre los arbustos, haciendo que mi sombrero saliese volando hasta lo alto de un árbol bastante grande. En un acto de valentía, mi primo comenzó a escalarlo, a pesar de todas las negativas que le había dado por miedo de que se hiciera daño.

No sé muy bien como lo logró, porque yo hundí el rostro entre mis manos aterrorizada, pero finalmente mi primo consiguió agarrar el sombrero y bajar ileso del árbol. Me alegré mucho, no solo por haber recuperado mi prenda sino también porque no le había pasado nada a Gerlach. Nuestra conversación de entonces, jamás se me olvidará

- ¡Muchas gracias Gerlach!
- No hay de qué - respondió él mientras se sacudía la camiseta blanca, ahora sucia de la tierra - soy tu primo mayor, sabes que siempre podrás contar conmigo.
- ¿... Siempre?
- ¡Te lo prometo! - entrelazó su dedo meñique con el mío, dando por pactada la promesa - Siempre - repitió mientras, una vez más, no podía evitar sonrojarme.

Sí, lo admito, en aquel entonces yo no era más que una pequeña mimada y caprichosa, pero mi primo siempre lograba sacar lo mejor de mí.

¿Por qué tuviste que romper tu promesa, Gerlach?

"Venga, señorita, una vez más"

Aquellas palabras resonaban en mi cabeza cada cierto tiempo cuando, sin darme cuenta, repetía acciones de manera reiterada.

La vocecilla de mi profesora de idiomas era muy característica: lo suficiente grave como para aburrirte, lo suficiente aguda como para no dejarte descansar. Simplemente, molesta.

A pesar de todo, era una buena mujer. Madre de dos hijos más pequeños que yo, esposa de un influyente gerente de la localidad.

Realmente no le hacía falta el trabajo porque con el salario de su marido tenían más que de sobra, pero ella disfrutaba dando clases.

¿Cuál era su nombre? Apenas lo recuerdo ya, ¿Helena? ¿Ana? podría nombrar cientos y seguramente ninguno de ellos se acercarían ni remotamente al verdadero.

Es curioso como solemos olvidar a las personas que más nos hacen cambiar

Aunque su nombre no era lo verdaderamente importante, sino la serie de valores que, directa o indirectamente, logró inculcarme. A ella le debo la sed de conocimientos de los que dispongo ahora mismo, pues si bien me hacía repetir las lecciones varias veces a diario, también me animaba a usar la imaginación, a reflexionar sobre mí misma y mi futuro, a ver que el conocimiento podía usarse y no era nada más que algo rutinario.

"C'mon, mademoiselle, once more"

Mi favorita de todas sus clases de idiomas, era la de inglés. Me fascinaba, tanto el idioma como el país. Siempre imaginé que acabaría viviendo en el centro de Londres, aunque la vida siempre da giros inesperados...

Durante una de las últimas clases que pudo darme hasta dar por finalizada mi enseñanza en los idiomas, me preguntó lo siguiente:

- Señorita Eiden, ¿sabe por qué son tan importantes los idiomas?
- Claro, para poder comunicarte con las personas - contesté rápidamente, era una pregunta demasiado sencilla.
- ¿Y ya está? - inquirió ella. Ladeé mi cabeza, sin comprender - los idiomas abren las puertas a los corazones de las personas. Sin importar su edad, sin importar su raza ni lugar de procedencia. Gracias a ellos somos como somos, porque, sin su existencia, las personas no serían más que animales salvajes. No olvide esto, nunca deje de aprender, no importa qué.


Las puertas a los corazones de las personas... ojalá todo fuera tan sencillo. Estoy segura de que jamás olvidaré sus palabras, señora, a pesar de que no esté totalmente de acuerdo con todas ellas las llevaré siempre conmigo, pues gracias a ellas, soy como soy.

Au revoir...