AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Evasor de Ataúdes [Privado]
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El Evasor de Ataúdes [Privado]
El piano de cola se encontraba situado delante de la ventana, ahí donde los que se encontraban debajo podían admirar la silueta del artista que con sus dedos daba forma a una de las sonatas de piano más difíciles de la historia, la magistralía de sus dedos rozaban las teclas como caricias logrando que el instrumento cantase del placer. Solamente la música resonaba oculta en el espacio pues los estados pontificios parecían haber guardado silencio solamente para escuchar la magistral obra tocada por las manos de una mortal que a su parecer debía estar muerto para adquirir semejante práctica.
Aquel era el hogar del Papa, un hombre del que no sabía ni deseaba saber nada, los asuntos de la inquisición le tenían sin cuidado pues si pequeña cruzada no se relacionaba con ella hasta hacia poco, un rostro infantil le persuadió con dulces palabras para que se hundiese en la oscuridad de la religión católica, blanca por fuera y negra pos dentro la imagen que debería representar la salvación era un demonio peor que los seres que cazaba. El dinero nunca fue útil para seducirle pero si las personas que lo poseían, siempre rodeadas de amigos y enemigos tenían los ojos y oídos puestos por encima de cualquier acción enemiga, la información recaudada en el cerebro de un nombre muchas veces no estaba bien administrada pero resultaba útil en el trabajo así que siguiendo los consejos del pequeño fantasma se adentró en tierra ajena profanando con su magia tierras santas.
La inocencia en los ojos ajenos no fue lo que le convenció, sino más bien aquello que convence a todo hombre con ambiciones, el sentido de la oportunidad, oportunidad de explorar, de saber y reconocer, de adentrarse en lo desconocido con la incertidumbre de lo que vendrá a continuación, esa era la razón que movía a Juan de La Cruz, razón que le llevo a escuchar al infante que entre sombras le envolvía con sueños de oro y riquezas que esperaba le condujeran a una ballena inmensa nadando en el mar azul, su tarea del día era entrar a la casa del Papa Borgia y llevarse de el una joya preciada para alguien más, se trataba de una mujer dormida que se presumía poseía el hermoso color azulado que probablemente pinto la piel de la princesa que se enveneno con una manzana, Juan de La Cruz debía sacar el trozo de la fruta de entre su garganta y llevarla de vuelta, eso es lo que le habían dicho.
- Damballa, siempre tan sabio, préstame tus habilidades-susurro sonriendo mientras observaba hacia adelante como la construcción principal del vaticano se elevaba soberbia entre las demás las cuales se inclinaba en una hermosa reverencia ante ella, la información en su cerebro jamás será suficiente para memorizar todo en laberinto que representaban lo pasillos, calles y callejones del lugar pero tampoco lo necesitaba pues para eso Damballa se pintaba solo, siendo la deidad vudú cuyo principal rasgo se refería a la sabiduría el no necesitaba tomar información necesaria en su cerebro- Ayúdame a encontrar a la dama durmiente-dijo cuándo una gran serpiente de piedra se elevó desde el suelo tragándoselo completamente para después perderse en el piso de piedra como si de un mar solido se tratase.
El interior de aquel inmenso animal era apenas lo suficiente como para que Juan de La Cruz viajase sentado sosteniéndose de las frías paredes de sus intestinos hechos con piedra, Damballa viajaba implacable en medio de la tierra y las vigas que sostenían el interior de los muros y debajo del puso hasta que llego a su destino. Abriendo la boca la serpiente lo dejo salir en medio de un lugar que él no conocía, pero que seguramente era el corazón del vaticano, hecho hacia atrás sus rastas para que no estorbaran la visión cuidando de no hacer ruidos que alertasen a habitantes no deseados, incluso él era consciente del peligro que corría un sobrenatural solo en medio de los inquisidores.
Su sonrisa se ensancho cuando delante de el observo la figura maltrecha de la dama durmiente, giro el rostro viendo al pequeño travieso que le metió en ese asunto saltando a su alrededor despreocupado de lo que sucedería a continuación, incluso el mismo ignoraba lo que sucedería en un futuro pero podía preguntarle a alguno de los loas de áfrica que se paseaban seguido a sus espaldas, ella efectivamente tenía la piel blanca con una hermosa luz azulada pintando sus labios, desconocía la situación de la mujer pero viendo hacia arriba podía notar que las puertas estaban aseguradas para que nadie se pasase de listo, ella debía poseer algo o haber hecho algo para que el Papa la confinara en ese lugar, la razón, en realidad no le importaba en lo más mínimo.
Juan de La Cruz guardo silencio cuando noto que no se encontraba solo, alguien de su misma clase también había descubierto el sucio secreto de la inquisición y admiraba silenciosamente las acciones de aquel hombre que había sido nombrado por los hombres como un dios. La escena era increíble y al parecer su acompañante creyó lo mismo, pues a pesar de su visible incomodidad ante la situación acerco una mano temblorosa tratando de despertarla, los recuerdos del pasado eran tan intensos que un solo roce del brujo fueron suficientes como para liberarlos y llevarlos hasta Juan de La Cruz quien cerró los ojos con fuerza viendo imágenes del pasado desfilar en su cabeza
Trastabillo por un momento haciendo un brusco sonido que alerto a Mareb, si el hombre era descubierto probablemente sería víctima de la furia de los inquisidores y del mismo Papa, algunas cadenas que colgaban del techo hicieron retumbar en las paredes alertando al brujo y este retrocedió yéndose por donde había entrado, no parecía un mal hombre y quizá volvería más tarde pero para cuando eso ocurriese la mujer tendida delante suyo ya no estaría, al menos no si de Juan de La Cruz dependía pues la fascinación de los recuerdos le lleno la sangre, 20 brujos significaban 20 cabezas llenas de hechizos y magia nunca antes vista mientras ella misma representaba un enigma que no podía dejar pasar ahora que había sido captado por sus ojos
Aquel era el hogar del Papa, un hombre del que no sabía ni deseaba saber nada, los asuntos de la inquisición le tenían sin cuidado pues si pequeña cruzada no se relacionaba con ella hasta hacia poco, un rostro infantil le persuadió con dulces palabras para que se hundiese en la oscuridad de la religión católica, blanca por fuera y negra pos dentro la imagen que debería representar la salvación era un demonio peor que los seres que cazaba. El dinero nunca fue útil para seducirle pero si las personas que lo poseían, siempre rodeadas de amigos y enemigos tenían los ojos y oídos puestos por encima de cualquier acción enemiga, la información recaudada en el cerebro de un nombre muchas veces no estaba bien administrada pero resultaba útil en el trabajo así que siguiendo los consejos del pequeño fantasma se adentró en tierra ajena profanando con su magia tierras santas.
La inocencia en los ojos ajenos no fue lo que le convenció, sino más bien aquello que convence a todo hombre con ambiciones, el sentido de la oportunidad, oportunidad de explorar, de saber y reconocer, de adentrarse en lo desconocido con la incertidumbre de lo que vendrá a continuación, esa era la razón que movía a Juan de La Cruz, razón que le llevo a escuchar al infante que entre sombras le envolvía con sueños de oro y riquezas que esperaba le condujeran a una ballena inmensa nadando en el mar azul, su tarea del día era entrar a la casa del Papa Borgia y llevarse de el una joya preciada para alguien más, se trataba de una mujer dormida que se presumía poseía el hermoso color azulado que probablemente pinto la piel de la princesa que se enveneno con una manzana, Juan de La Cruz debía sacar el trozo de la fruta de entre su garganta y llevarla de vuelta, eso es lo que le habían dicho.
- Damballa, siempre tan sabio, préstame tus habilidades-susurro sonriendo mientras observaba hacia adelante como la construcción principal del vaticano se elevaba soberbia entre las demás las cuales se inclinaba en una hermosa reverencia ante ella, la información en su cerebro jamás será suficiente para memorizar todo en laberinto que representaban lo pasillos, calles y callejones del lugar pero tampoco lo necesitaba pues para eso Damballa se pintaba solo, siendo la deidad vudú cuyo principal rasgo se refería a la sabiduría el no necesitaba tomar información necesaria en su cerebro- Ayúdame a encontrar a la dama durmiente-dijo cuándo una gran serpiente de piedra se elevó desde el suelo tragándoselo completamente para después perderse en el piso de piedra como si de un mar solido se tratase.
El interior de aquel inmenso animal era apenas lo suficiente como para que Juan de La Cruz viajase sentado sosteniéndose de las frías paredes de sus intestinos hechos con piedra, Damballa viajaba implacable en medio de la tierra y las vigas que sostenían el interior de los muros y debajo del puso hasta que llego a su destino. Abriendo la boca la serpiente lo dejo salir en medio de un lugar que él no conocía, pero que seguramente era el corazón del vaticano, hecho hacia atrás sus rastas para que no estorbaran la visión cuidando de no hacer ruidos que alertasen a habitantes no deseados, incluso él era consciente del peligro que corría un sobrenatural solo en medio de los inquisidores.
Su sonrisa se ensancho cuando delante de el observo la figura maltrecha de la dama durmiente, giro el rostro viendo al pequeño travieso que le metió en ese asunto saltando a su alrededor despreocupado de lo que sucedería a continuación, incluso el mismo ignoraba lo que sucedería en un futuro pero podía preguntarle a alguno de los loas de áfrica que se paseaban seguido a sus espaldas, ella efectivamente tenía la piel blanca con una hermosa luz azulada pintando sus labios, desconocía la situación de la mujer pero viendo hacia arriba podía notar que las puertas estaban aseguradas para que nadie se pasase de listo, ella debía poseer algo o haber hecho algo para que el Papa la confinara en ese lugar, la razón, en realidad no le importaba en lo más mínimo.
Juan de La Cruz guardo silencio cuando noto que no se encontraba solo, alguien de su misma clase también había descubierto el sucio secreto de la inquisición y admiraba silenciosamente las acciones de aquel hombre que había sido nombrado por los hombres como un dios. La escena era increíble y al parecer su acompañante creyó lo mismo, pues a pesar de su visible incomodidad ante la situación acerco una mano temblorosa tratando de despertarla, los recuerdos del pasado eran tan intensos que un solo roce del brujo fueron suficientes como para liberarlos y llevarlos hasta Juan de La Cruz quien cerró los ojos con fuerza viendo imágenes del pasado desfilar en su cabeza
- Spoiler:
- Astrea Di Angelo escribió:Lento, abres los ojos mirando hacia el piso, uno de mármol azul oscuro con un recubrimiento de -lo sabes- arena para que dé ese acabado brillante como estrellas del cielo. Uno que tú pediste en su oportunidad para que te recordara a la superficie. Estás de pie y sientes el cuerpo libre, tanto como descubres que estás sólo cubierta por una larga túnica en color azul claro que se abrocha a tu nuca por un prendedor dejando tus hombros y brazos al descubierto, sujetándose a tu cintura estrecha para caer en forma de cascada hasta el piso donde se arrastra. Sí, eres una mujer, no un hombre y ante ti, tus manos de dedos largos y uñas crecidas te entregan su imagen. Las membranas que recubren la pulpa de tu piel pintadas en plateado y en el dedo anular izquierdo -un olvido imperdonable, tienes que quitártelas- tus sortijas de casada, la primera cuando contrajiste matrimonio por primera vez, de auricalcum con un diamante azul; y la segunda, tras tus nupcias cuando vampiresa, de oro blanco con incrustaciones en jade, rubí, zafiro y ónix. Sonríes al tiempo que te desprendes de ambas caminando con paso tranquilo, sintiendo la superficie del mármol bajo tus pies. Una sensación maravillosa, por eso es que en noches de luna llena te permites el desliz de olvidarte de los zapatos para emerger a la superficie sólo para sentir la fuerza de la tierra en estrecha relación con tu piel.
Un joyero de ónix es el que protegerá tus sortijas, ambas símbolos de tu relación con Valerius, tu adorado esposo. Acaricias la superficie del objeto con un sentimiento que no logras vislumbrar, algo muy raro en tí. Te alejas del mueble para regresar al centro de la habitación. Tu cabello aún suelto se mueve sinuoso contra tu espalda recordándote que tienes que atarlo. Quizá un moño alto sea suficiente. La habitación está decorada a tu gusto, aunque permitiste algunas libertades a Valerius como el colocar su espada y escudo sobre uno de los muros o bien, sus ropas dobladas en un mueble en lugar de estar colgadas en perchas como tus túnicas. La enorme cama con dosel en tonos azules profundos y claros es la que domina toda la habitación. Un lugar donde lo mismo has descansado contra los fuertes brazos de tu esposo, que hecho el amor con intensidad y pasión. Te abrazas la cintura dudando entre ir o no. Sabes que el ritual es necesario para la conservación de todo lo que has peleado y protegido durante siglos.
Sin embargo, tienes un horrible presentimiento que no tiene nada que ver con que tu esposo esté fuera de la ciudad, que haya salido a la superficie para disfrutar de sus 365 días aprendiendo como cada 77 años. No, ésto es producto de tu propia habilidad que ahora no sabes si es una maldición: una visión que te atosiga desde hace mucho. Logras verla de nuevo en tu mente, ese privilegiado cerebro al que no se le escapa nada y tras repetirla tantas veces, puedes notar todos los detalles:Estás de pie, intentando evitar que algo se te salga de las manos, pero no sabes qué es. Cuando menos lo esperas, notas con desesperación la forma en que la construcción en la que te encuentras está cimbrándose, destruyéndose y sabes que los rayos del sol te alcanzarán. No te preocupa eso, si no aquéllo de lo que estás consciente se perderá, algo tan importante que no sabes qué es, pero que te carcome las entrañas, creando un fuego en tu corazón que nada lo apagará si no es tu misma convicción de salir avante. Pones todo tu empeño, entonas el único cántico que tu padre te prohibió hace ya más de 3,500 años. Palabras de poder, toda tu vitalidad vertida en ello, tu mente sólo recuerda a una persona, unos ojos azules, una sonrisa varonil y luego...
Y luego nada, sabes que algo muy tétrico está en el fondo de todo ésto. Entornas los ojos en tanto un grupo de mujeres aparece y tras una reverencia, te desnuda de tus prendas para sumergirte en una tina de agua caliente con flores de lis, acuáticas, amapola y punta de clavel. Tus aromas favoritos mientras tallan tu cuerpo. Vuelves a recordar el ritual, paso por paso, las posiciones, los lugares entre cada uno de los participantes, te aseguras de que todo esté en tu mente bien fresco conforme el último simulacro. Cuando vuelves a abrir tus ojos, estás de pie, brujas pintan en tu cuerpo las runas de poder que canalizarán la magia para que puedas llevar a cabo el ritual en compañía de todos. Tú eres una de las que lo empiezan y terminan. No te quedas atrás y le dejas el destino de la ciudad a los demás. No. Tú participas y corres el mismo riesgo de muerte de todos, quizá aún más. Porque ellos son humanos y tú, en el instante que el templo que cubre tu cuerpo caiga, entonces caerás calcinada al simple roce del sol.
Ahora no te preocupas de ello, pero sí solicitas a la bruja que acaba de hacer la última runa, que la repita. Un solo error hará que la magia no se desplace correctamente por su cuerpo creando inclusive, una hecatombe. Este ritual es tan peligroso que por eso necesita a 20 brujos y a un líder que los dirija a todos. Ese es tu papel. Cierras los ojos de nuevo, en un nuevo repaso mientras que todo tu cuerpo es lleno de esas marcas y luego, cubierto por una larga túnica plateada que llega hasta el piso, envolviendo tu cuello, permitiendo que todos los talismanes pintados en la piel tengan el acceso a la superficie y por lo tanto, elevar su poder en el momento preciso. Tus pies son enfundados por las zapatillas griegas que tanto te gustan, con ese alto tacón producto de tu encaprichamiento con la altura del Sanat Kumara. El cabello es sujeto en un alto moño al estilo romano, con algunos listones que rodean la cabeza. No llevas joyas, el ritual no las necesita y es todo lo contrario. Debes ir libre, con lo menos para que la magia viaje armoniosa. La puerta de tu habitación es abierta y aún volteas a ver -no sabes por qué- por última vez la recámara que compartes con el Sanat Kumara.
Le necesitas a tu lado, pero sabes que él deseaba salir a la superficie, por eso le dejaste ir aunque en tu corazón se quedó clavada una daga producto de tus dudas con respecto a lo que el día de hoy se acerca. Caminas por los pasillos iluminados por las teas, señal de que aún es de noche en la ciudad y a pesar de eso, cuando tu figura se vislumbra en uno de los balcones, de reojo observas a todos los pobladores con velas en las manos, rogando al mismo tiempo porque el ritual que los mantiene a salvo, vuelva a practicarse de forma correcta. Algunos te gritan palabras de aliento, otros sólo bajan la cabeza, pero muchos, sobre todo los vampiros que han pasado por este trago de preocupación varias veces, entonan una canción que te estremece de pies a cabeza porque te recuerda a la que alguna vez en tu primer hogar se interpretara. Cierras los ojos con fuerza recordando por qué haces el mágico encantamiento.
Entendiendo que sin él, todo por lo que han luchado, toda esta gente, estaría en mortal peligro. Eres la Líder en Tiempos de Paz y como tal, debes darles la fuerza; así que eso haces. Sonríes a todos los que te rodean quienes al verte confiada, respiran aliviados con esperanza. Las puertas se abren para dar lugar a la larga escalerilla iluminada con antorchas que te llevará a la superficie. No sabes por qué, pero volteas a ver esa magnificencia, la perfección de la ciudad por la que Valerius y tú han peleado. Tus ojos se llenan de esos muros argentados, de los rostros ansiosos y sonríes para regresar la mirada hacia la escalinata, subiendo peldaño a peldaño, sin prisa, pero tampoco con pausa.
Tus pies no se cansan, hasta que ante tí tienes la hermosa puerta que señala el fin de tu ciudad y el inicio de la superficie. Los jardines seguramente, los de la Jequesa que tanto cuida buscando congraciarse contigo. Sonríes al pensar que no necesita que le ofrende su parterre, con su propia fidelidad es más que suficiente, pero aún así lo agradeces. Nunca has visto uno tan hermoso como éste. Ni siquiera el "Dominion Lord", tu lugar favorito para enseñarle a los Aghartianos tiene tantas variedades de flores como éste de la joven Jequesa. Tu mano se postra contra la superficie de la puerta, dispuesta a abrirla cuando un grito te hace sobresaltar.
Cuando volteas, ves a uno de tus antiguos Minoicos... Ves a Stefano frente a tí. Tu antiguo consejero. ¿Qué hace él aquí?
Trastabillo por un momento haciendo un brusco sonido que alerto a Mareb, si el hombre era descubierto probablemente sería víctima de la furia de los inquisidores y del mismo Papa, algunas cadenas que colgaban del techo hicieron retumbar en las paredes alertando al brujo y este retrocedió yéndose por donde había entrado, no parecía un mal hombre y quizá volvería más tarde pero para cuando eso ocurriese la mujer tendida delante suyo ya no estaría, al menos no si de Juan de La Cruz dependía pues la fascinación de los recuerdos le lleno la sangre, 20 brujos significaban 20 cabezas llenas de hechizos y magia nunca antes vista mientras ella misma representaba un enigma que no podía dejar pasar ahora que había sido captado por sus ojos
Juan de la Cruz- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/05/2012
Re: El Evasor de Ataúdes [Privado]
{Omnia venit in paria, etiam iuvare}
-- Todo viene en parejas, incluso la ayuda --
*Soundtrack*
¿Cuántos días han pasado? Tantos como arenas en un reloj que transitan sosegadas entretanto la prisionera las contempla con total mansedumbre. Tiempo al tiempo y mientras su alma está encerrada en una jaula de cristal, su cuerpo permanece incolume ante las miradas de un hombre que sólo busca supremacía, concupiscencia y autosatisfacción. Un par de manos la han violentado en los cimientos de su decoro. La vilipediaron con la intención última de discernir lo que es ser él, aquél que tiene la plena potestad sobre la dama que yace en un lecho de paja. Ese ser que no vislumbra las consecuencias de sus actos puesto que es, pues, un hombre cegado por su propia vanidad y egolatría. Carente de principios y del respeto necesario para tratar a una vampiresa del calibre de la propia Shamballah. Muerte es lo único que se percibe y olfatea alrededor, una completa falta de vida y felicidad que atrapa entre sus ramas la mente de la otrora señora de Agharta. El tiempo en el que se encuentre atrapada en este sitio definirá los efectos que se dejarán sentir en el oriente del mundo. Algunos cambios ya se gestan en el interior, como un embrión preparándose para salir a la luz, afuera del vientre materno que es la protección de la Shamballah para encarar la maldad de un mundo cuyo criterio es tan nimio que no acepta las diferencias de este infante comparado a los que se encuentran ya caminando descalzos. Sólo hay una conclusión para tan épica confrontación y sólo la sangre puede ser la protagonista y la espectadora principal al mismo tiempo.
Mientras, los efectos de una magia antigua tan poderosa como amedrentadora se distingue en todo alrededor, sólo un ciego materialista como lo es Borgia no podría avistar ni el uno por ciento de lo que se está moviendo ahora en esa cámara. Sólo una persona con mayor capacidad de atención, de percepción sensorial y sobre todo, de entendimiento mágico y de los espíritus, oteará primero con dificultad y conforme vaya asentándose, se le abrirá cual libro la realidad de los mantos entre los mundos. Si el Sumo Sacerdote fuera entendido de lo que es la magia arcana no la hubiera traído hasta su propia casa. La hubiera dejado a donde la encontró y se hubiera olvidado de que alguna vez la vio. El hubiera no existe dicen los sabios. Así que ahora cercana a la media noche, los lazos que alguna vez fueran faros en la oscuridad para localizar a su gente amada, se materializan a ojos de los espíritus y los guían hasta su origen. Ella. Para protegerla. Curioso que el Sumo Pontífice no se atreva a bajar en el lapso de las veintitrés horas del día anterior a las cuatro horas del posterior. Es como si pudiera su inconsciente notar lo que sus ojos no y le alejara. Si un paso diera en pos de la Shamballah en esa temporalidad, almas llenas de determinación y con mayores principios le habrían matado de forma tan sanguinaria, violenta y llena de ira que ese lugar sería clausurado de inmediato.
Ahora, dos figuras guiadas por dos esencias están en este sitio. Una de ellas, incapaz de soportar los efectos del hechizo de las arenas, huye sin mirar atrás, olvidándose en el mismo momento de dar un paso afuera de la mansión lo que dentro de ella hay. La otra es testigo de cuántas almas llegan tan pausadamente cuales gotas de agua son esperadas con paciencia en el desierto. Los miembros le hormiguean desde la punta de los cabellos hasta la planta de los pies de la manera en que el ritual y sus resquicios toman forma lento ante él, ante sus ojos. La Shamballah desea que alguien venga a rescatarla ¿Será pues este mago su esperanza? Un alma tiene mayor presencia que las demás. Un niño de unos 8 años que le observa sentado a un lado de la cama de paja tomando la mano de la vampiresa entre las suyas en una caricia que se antoja amorosa. El parecido entre ambos es muy latente a pesar de los ojos azules que el pequeño tiene y que Damballa sabe que no son de la misma tonalidad que los de la dama. Es este niño quien le metió en problemas y le atrajo hasta acá, sonríe y ladea la cabeza antes de acercarse al rostro femenino y depositar dos besos: uno en la frente y otro en la mejilla. El primero, denotando respeto y el segundo un amor que sólo se tiene a un familiar. ¿Su hermana? ¿Su madre? Quizá lo último.
- Sed bienvenido. Vuestra misión es muy fácil, como peligrosa. Muy complicada, como satisfactoria. Ésta, es la mujer durmiente. Vampiresa, sacerdotisa en sus tiempos de Dioses tan antiguos como la misma ciudad a la que gobernó: la Atlántida. Ayúdame a desencadenarla, a encontrar cuál fue el error y repararlo durante su visión para que la magia que también la oculta a ella, pueda equilibrarse y los que la deseamos caminando por el mundo, podamos ver nuestras esperanzas hechas realidad - más espíritus van apareciéndose lento en la habitación. Algunos con unas marcas muy extrañas en forma de un árbol en sus pieles. Mujeres con una cicatriz que viera en un libro de poderosa magia que les designa como hechiceras de gran poder. De una estirpe que se remonta a... qué ironía, la Atlántida...
Mientras, los efectos de una magia antigua tan poderosa como amedrentadora se distingue en todo alrededor, sólo un ciego materialista como lo es Borgia no podría avistar ni el uno por ciento de lo que se está moviendo ahora en esa cámara. Sólo una persona con mayor capacidad de atención, de percepción sensorial y sobre todo, de entendimiento mágico y de los espíritus, oteará primero con dificultad y conforme vaya asentándose, se le abrirá cual libro la realidad de los mantos entre los mundos. Si el Sumo Sacerdote fuera entendido de lo que es la magia arcana no la hubiera traído hasta su propia casa. La hubiera dejado a donde la encontró y se hubiera olvidado de que alguna vez la vio. El hubiera no existe dicen los sabios. Así que ahora cercana a la media noche, los lazos que alguna vez fueran faros en la oscuridad para localizar a su gente amada, se materializan a ojos de los espíritus y los guían hasta su origen. Ella. Para protegerla. Curioso que el Sumo Pontífice no se atreva a bajar en el lapso de las veintitrés horas del día anterior a las cuatro horas del posterior. Es como si pudiera su inconsciente notar lo que sus ojos no y le alejara. Si un paso diera en pos de la Shamballah en esa temporalidad, almas llenas de determinación y con mayores principios le habrían matado de forma tan sanguinaria, violenta y llena de ira que ese lugar sería clausurado de inmediato.
Ahora, dos figuras guiadas por dos esencias están en este sitio. Una de ellas, incapaz de soportar los efectos del hechizo de las arenas, huye sin mirar atrás, olvidándose en el mismo momento de dar un paso afuera de la mansión lo que dentro de ella hay. La otra es testigo de cuántas almas llegan tan pausadamente cuales gotas de agua son esperadas con paciencia en el desierto. Los miembros le hormiguean desde la punta de los cabellos hasta la planta de los pies de la manera en que el ritual y sus resquicios toman forma lento ante él, ante sus ojos. La Shamballah desea que alguien venga a rescatarla ¿Será pues este mago su esperanza? Un alma tiene mayor presencia que las demás. Un niño de unos 8 años que le observa sentado a un lado de la cama de paja tomando la mano de la vampiresa entre las suyas en una caricia que se antoja amorosa. El parecido entre ambos es muy latente a pesar de los ojos azules que el pequeño tiene y que Damballa sabe que no son de la misma tonalidad que los de la dama. Es este niño quien le metió en problemas y le atrajo hasta acá, sonríe y ladea la cabeza antes de acercarse al rostro femenino y depositar dos besos: uno en la frente y otro en la mejilla. El primero, denotando respeto y el segundo un amor que sólo se tiene a un familiar. ¿Su hermana? ¿Su madre? Quizá lo último.
- Sed bienvenido. Vuestra misión es muy fácil, como peligrosa. Muy complicada, como satisfactoria. Ésta, es la mujer durmiente. Vampiresa, sacerdotisa en sus tiempos de Dioses tan antiguos como la misma ciudad a la que gobernó: la Atlántida. Ayúdame a desencadenarla, a encontrar cuál fue el error y repararlo durante su visión para que la magia que también la oculta a ella, pueda equilibrarse y los que la deseamos caminando por el mundo, podamos ver nuestras esperanzas hechas realidad - más espíritus van apareciéndose lento en la habitación. Algunos con unas marcas muy extrañas en forma de un árbol en sus pieles. Mujeres con una cicatriz que viera en un libro de poderosa magia que les designa como hechiceras de gran poder. De una estirpe que se remonta a... qué ironía, la Atlántida...
{Demasiada gente a mi alrededor, pero nadie puede ayudarme.
Excepto tú}
-- Multi etiam per me, nemo me adiuvet.
Nisi. --
Excepto tú}
-- Multi etiam per me, nemo me adiuvet.
Nisi. --
Astrea Di Angelo- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 13/01/2012
Localización : Mansión del Papa, en las catacumbas
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: El Evasor de Ataúdes [Privado]
El ruiseñor se niega anidar en la jaula
para que la esclavitud no sea el destino de su cría.
para que la esclavitud no sea el destino de su cría.
A lo lejos casi podía escuchar el sonido de las gotas y la humedad filtrándose en la mazmorra, se sintió un poco asqueado en pensar lo terrible que hubiese sido para el permanecer encerrado demasiado tiempo en un sitio como ese, la oscuridad de la noche era su manto pero de vez en cuando también necesitaba alumbrar sus ojos con la luz del sol, ese lugar le recordaba a la prisión que representaba su cuerpo, ese que lo encadenaba al mundo terrenal obligándolo a vivir en la absurda agonía de un cuerpo que a pesar de no envejecer se agota hasta comenzar a pudrirse por dentro, un juguete que el Barón Samedi puede mover a su antojo, tensando el hilo de su vida hasta el extremos, disfrutando con cada hebra que se sale hasta que ya no quede nada que lo sostenga, sin embargo el tampoco añoraba la muerte pues esa sería un prisión peor a la que estaba sometida aquella mujer de recuerdos difusos, su cuerpo nuevamente lo condenaba pues este gravaba en su alma el contrato con aquella mística deidad que controlaba la vida y la muerte, había prometido ya cuando le vendió su alma que usaría su cuerpo como un instrumento más para que pusiese divertirse en el mundo de los humanos, las almas de aquellos que lo invocaban se encontraban comprometidas directamente con el de modo que el decidía si enviarlas al descanso eterno o dejarlas en el limbo, o simplemente alargar sus hilos hasta que se aburriese, ahora mismo había tomado un papel pasivo transformándose en su sombra, una que al igual que Peter Pan se escapaba de vez en cuanto para que tuviese que atarla a sus pies.
Ahora delante de él se encontraba uno de esos espectros que podían denostarle su futuro con hechos un futuro que a diferencia de él, podía ser irreversibles en su propia personas, sonrió un poco acercándose a pasos lentos de los cuales brotaron las sobras siniestras que se pegaban a las paredes observando las acciones del brujo, esos eran los esbirros que custodiaban el alma, aquella que le sería entregada a cambio de su libertad pues los últimos siglos el Barón se había mostrado indulgente con aquellos que firmaban contratos con él. Para Juan de La Cruz el misterio de un cuerpo que no envejecía a pesa de los siglos, que vivía sin un alma y sobrevivía sin nada más que el elixir que les otorgaba la eterna juventud era como buscar la piedra filosofal, sin embargo a diferencia de esta él estaba completamente consiente de cómo conseguir aquel don oscuro escapando así de su contrato, sin embargo aquello no le alejaría de la furia de la deidad Vudú.
Una sonrisa divertida se extendió en el rostro del brujo quien observaba con incredulidad al pequeño “duende” que lo había convocado esta vez. Todas las voces del mas allá que podían ser escuchadas necesitaban recibir una respuesta, al menos eso era lo que pensaba Juan de La Cruz con respecto a las almas en pena, se podía sacar mucho provecho de lo que aquellos que conocían el mas allá tenían en sus cabezas, de aquello que los vivos no podían obtener aunque quisiesen, incluso si sus corazones se encontrasen detenidos el cuerpo seguía siendo la barrera que el humano jamás superaría a menos que pasase a un plano diferente y experimentase de su propia cuenta lo que significaba la muerte. Escucho con atención mientras el cortejo fúnebre se colocaba al lado de aquel ataúd invisible, el hechizo que mantenía cautiva a la inmortal. La sangre en sus venas reconoció la magia que les persiga en su incorporeidad, la descendencia de su clan las reconocía como antiguos espíritus provenientes de algún lugar lejano, controladores de una magia oculta en las profundidades del océano. Aun cuando los brujos de los que descendía Juan de La Cruz pertenecían a un linaje sagrado podía reconocer lo desconocido cuando lo veía, uno conveniente contrato más en su vida comenzaba justo en ese instante, una carcajada broto de su garganta extendiendo su mano izquierda por encima de la cabeza de la mujer durmiente, el sonido rebotaba con el eco pero no saldría de ahí abajo pues los espíritus ya habían hermetizado la mazmorra, con la punta de los dedos despejo la frente de la mujer para mirar mejor su rostro- Interesante, hace tiempo que veía una cosa tan interesante!!-su rostro había cobrado una expresividad oscura cuando lo dijo que torció la luz de su sonrisa pero inmediatamente regreso a su normal compostura- Dígame distinguida madeimoselle, donde está la rueca que la durmió?? Acaso no se aseguraron de destruirlas todas??-Pregunto con una expresión de indescifrable algarabía segundos antes de zambullirse en el pasado, nadando en las arenas del desierto que se extendían en su horizonte junto con los rostros de aquellos entre los que se encontraba el culpable del sueño de la dama
Ahora delante de él se encontraba uno de esos espectros que podían denostarle su futuro con hechos un futuro que a diferencia de él, podía ser irreversibles en su propia personas, sonrió un poco acercándose a pasos lentos de los cuales brotaron las sobras siniestras que se pegaban a las paredes observando las acciones del brujo, esos eran los esbirros que custodiaban el alma, aquella que le sería entregada a cambio de su libertad pues los últimos siglos el Barón se había mostrado indulgente con aquellos que firmaban contratos con él. Para Juan de La Cruz el misterio de un cuerpo que no envejecía a pesa de los siglos, que vivía sin un alma y sobrevivía sin nada más que el elixir que les otorgaba la eterna juventud era como buscar la piedra filosofal, sin embargo a diferencia de esta él estaba completamente consiente de cómo conseguir aquel don oscuro escapando así de su contrato, sin embargo aquello no le alejaría de la furia de la deidad Vudú.
Una sonrisa divertida se extendió en el rostro del brujo quien observaba con incredulidad al pequeño “duende” que lo había convocado esta vez. Todas las voces del mas allá que podían ser escuchadas necesitaban recibir una respuesta, al menos eso era lo que pensaba Juan de La Cruz con respecto a las almas en pena, se podía sacar mucho provecho de lo que aquellos que conocían el mas allá tenían en sus cabezas, de aquello que los vivos no podían obtener aunque quisiesen, incluso si sus corazones se encontrasen detenidos el cuerpo seguía siendo la barrera que el humano jamás superaría a menos que pasase a un plano diferente y experimentase de su propia cuenta lo que significaba la muerte. Escucho con atención mientras el cortejo fúnebre se colocaba al lado de aquel ataúd invisible, el hechizo que mantenía cautiva a la inmortal. La sangre en sus venas reconoció la magia que les persiga en su incorporeidad, la descendencia de su clan las reconocía como antiguos espíritus provenientes de algún lugar lejano, controladores de una magia oculta en las profundidades del océano. Aun cuando los brujos de los que descendía Juan de La Cruz pertenecían a un linaje sagrado podía reconocer lo desconocido cuando lo veía, uno conveniente contrato más en su vida comenzaba justo en ese instante, una carcajada broto de su garganta extendiendo su mano izquierda por encima de la cabeza de la mujer durmiente, el sonido rebotaba con el eco pero no saldría de ahí abajo pues los espíritus ya habían hermetizado la mazmorra, con la punta de los dedos despejo la frente de la mujer para mirar mejor su rostro- Interesante, hace tiempo que veía una cosa tan interesante!!-su rostro había cobrado una expresividad oscura cuando lo dijo que torció la luz de su sonrisa pero inmediatamente regreso a su normal compostura- Dígame distinguida madeimoselle, donde está la rueca que la durmió?? Acaso no se aseguraron de destruirlas todas??-Pregunto con una expresión de indescifrable algarabía segundos antes de zambullirse en el pasado, nadando en las arenas del desierto que se extendían en su horizonte junto con los rostros de aquellos entre los que se encontraba el culpable del sueño de la dama
Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos:
Es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo.
Es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo.
Juan de la Cruz- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/05/2012
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