En París no hay Absentha negra ni mujeres inocentes [Kiara]

por **Memnock Crowley** Lun Jul 09, 2012 6:33 pm

Hacía nada más y nada menos que un mes desde que me instalé como tal en París, pertenencias, casa y cuervo incluidos. Había sido desde un principio una resaca y una vuelta al alcohol diarios, un círculo vicioso del que difícilmente podía escapar. El hada verde surcando mi sistema digestivo, destruyéndome poco a poco, y sumiéndome en una felicidad/infelicidad extrema a la que ya era demasiado dependiente. Ayer tuve resaca, pero no bebí. Mon Deux, ayer me fallaban hasta las uñas, y eso que no puedo moverlas. Y hoy estaba rompiendo el círculo, que vacío me sentía. ¿Tan necesario era para mi vida el líquido fermentado que hasta me sentía débil en cuanto a poderes se refiere?

Es posible, por no decir de seguro. En ropa interior me incorporé en mi mullidísimo colchón y miré a los arcos de piedra, seguidos de un telón negro, tapando mi cocina, mi despensa de la comida, y mi despensa que no se toca. No. No bebería en casa, me apetecía salir. Rápidamente le dejé a Alistair, mi cuervo, unas semillas de sésamo en la jaula, me enfundé unos pantalones de cuero, ceñidos, el cinturón con la hebilla de plata con el escudo de armas de los Crowley, las botas de punta y tacón, con una arandela de acero en cada tobillo. Me coloqué una camisa de fieltro negra, y un chaleco de cuero sobre ella, con botones inservibles con forma de pentáculo. Inservibles digo, porque no era uno de esos chalecos que se pueden cerrar. Era más adecuado llevarlo abierto. No terminaba de entender la moda Parisina, pero no me desagradaba. Por ultimo el sombrero de copa y el bastón de color carbón, cuya empuñadura era la cabeza de un cuervo.

Mis pasos se acercaron a la puerta de mi poco humilde casa y mis ojos abrieron esta. Me encaminé a la cafetería más cercana, raudo, casi con prisa, pero con elegancia, por supuesto. Ya había anochecido. ¡Diantres! Desde que vivía en París vivía de noche. Antes solía hacer algo de hípica al amanecer con mi padre, o tal vez nadar después de comer en la playa, hasta que me entraran otra vez ganas de beber, o fumar hierbas de dudosa procedencia en pipa.

Me senté en la silla más cercana, en la esquina de la terraza, y se me acercó rápido un camarero, de esos camareros franceses tan refinados, que parecen llevar la bandeja metida por el culo, malditos gabachos, en el fondo, muy en el fondo, no los soportaba.

- Bonjour caballero ¿Qué le sirvo? - Me preguntó, haciendo una levísima inclinación.
- Dos dedos de Absentha, agua templada y dos cucharadas de azúcar, Gracias - Respondí con total resignación a sonreirle, resignación, que tan rápido captó cual rápido se fue.

Y allí estaba lo que me pudo fascinar esta noche más que el anís y la planta de absentha fermentados. Una mujer con un algo... atrayente, diremos especial, porque más que atraer, era ese atraer de pura curiosidad por lo desconocido, no pude hacer más que mirarla a los ojos.

Spoiler: