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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Christel Achenbach Lun Jul 09, 2012 9:48 pm

Las hermanas de la Congregación terminaron sus rezos antes de las doce campanadas anunciando la medianoche. Christel era la última en acostarse, controlaba que todo estuviera en orden, que cada una de las personas que habitaban el convento estuvieran durmiendo, revisaba habitación por habitación en completa soledad y sigilo. Sus pasos no se escuchaban a pesar del silencio que recaía sobre los pasadizos del centenario edificio. Ya eran cerca de las dos de la mañana cuando se retiró a sus aposentos, en tres horas debía levantarse para comenzar la rutina matinal. La débil llama de una vela sobre una mesita se movía a causa de la corriente de aire que entraba por la ventana que estaba mal cerrada. La mujer se quitó la cofia, despojó de su peinado uno a uno los diminutos broches que lo sostenían, y dejó que el cabello rubio le bañara la espalda cuando lo hubo soltado, aún cubierta por el uniforme. Se acercó a la abertura y ajustó la traba, se le había erizado la piel como consecuencia del frío. Abrió el ropero y sacó uno de los camisones blancos que se encontraba colgado. Luego, se quitó el hábito, la enagua, y por fin estuvo lista para sumergirse en su cama. Podía escuchar el silbido del viento, que la relajó hasta dormirse…

Se despertó sobresaltada al oír que golpeaban la puerta de su habitación. Era una de las hermanas que la llamaba a los gritos. Rápidamente, se ató el cabello como pudo, se colocó la cofia, una mantilla de lana sobre los hombros y salió. La mujer le explicó que había un muchacho en el comedor, que había trepado por los techos, pero que alcanzaron a verlo antes de que se adentrara en el sector de dormitorios. Christel le dijo que se retirara, que ella se encargaría. Se encontró con el jovencito, que temblaba como una hoja y se encontraba custodiado por una de las monjas más ancianas, que también fue despachada. Era Nicholas, lo conocía porque era de bajos recursos y sabía recurrir a ella para comer, no tenía más de catorce años, aunque ni él precisaba su edad. El niño le explicó que donde él trabajaba, había ocurrido una situación de violencia, que era el encargado de buscar al médico, pero que éste se negó a recurrir, y tras ruborizarse, le explicó a la religiosa que era el mensajero de un burdel. Christel no era una mujer fácil de sorprender, de hecho, no le llamó la atención, sólo le preguntó por qué estaba allí, a lo que el chico contestó que la buscaba a ella para que convenciera al profesional de asistir a la prostituta que había sido golpeada por un cliente borracho. Sólo le pidió que esperara unos minutos, y volvió a su cuarto, donde se puso sólo el hábito, dejando las enaguas y miriñaque de lado, y volvió con él. Ambos partieron por una salida oculta, procurando que nadie los viera.

Caminaron por las oscuras y peligrosas calles a paso rápido, un humo blanco salía por las agitadas respiraciones de los dos. Ni siquiera la gruesa capa que la cubría lograba contrarrestar el frío, y a pesar de que iban a paso ligero, no conseguía entrar en calor. Con la mano derecha, aferraba el rosario que le colgaba en el pecho, y rogaba que ningún maleante se cruzara en su camino, los asesinarían y, para colmo, sería un escándalo que ella hubiera estado a deambulando a la madrugada. Se preguntó qué hora era, pero ya estaban frente a la casa del doctor. Ella se adelantó y tocó efusivamente la puerta. El hombre salió acomodándose los lentes y metiéndose la camisa dentro del pantalón, gran susto se llevó cuando se encontró cara a cara con Christel, que entró sin pedir permiso; detrás de ella, Nicholas. Con respeto pero con firmeza, lo espetó, le exigió explicaciones de por qué se negaba a recurrir al auxilio de una mujer necesitada, que no importaba su labor, que Dios se encargaría de limpiar sus culpas pero que él no era nadie para juzgarla. Muy apenado, el hombre le pidió perdón y fue en busca de su maletín. Salieron tras unos pocos minutos, la mujer alcanzó a ver el reloj, las tres de la madrugada, se persignó y se encaminaron hacia el burdel.

Ingresaron a una galería, guiados por el muchacho. Estaba demasiado oscuro como para darse cuenta. Un hombre de aspecto intimidante estaba parado en la puerta, les pidió la clave, a lo que Nicholas respondió: “en nombre de Dios”. Christel se persignó -una vez más- ante la blasfemia, pero no hizo comentario. El cuidador la miró extrañado, la religiosa fijó sus ojos en él, y siguió su camino, con la barbilla en alto. El brusco cambio de temperatura le provocó dolor de cabeza, se vio envuelta en extraños aromas que jamás en su vida había sentido. Caminaba sin ver, prefería no hacerlo, ya que sentía el peso de las miradas cayendo sobre ella. De pronto fue consciente del impulso que la había arrastrado hasta allí, odiaba las injusticias, pero ello no excusaba su presencia en ese sitio. Subieron unas escaleras, el camino se le hacía eterno, ¿dónde estaría la muchacha? Rogaba que no la reconocieran, aunque algunos estaban más ocupados en sus asuntos que en una monja caminando por el burdel.

Quedaron frente a una puerta, Christel quiso abrirla, pero Nicholas se lo impidió. Dijo que debía buscar a su jefe para avisarle que el médico había llegado. Así el jovenzuelo partió, perdiéndose escaleras abajo. La religiosa le dirigió una mirada incómoda al médico, que le susurró un “gracias” por acompañarlo. Ella, tajante, respondió “agradézcaselo a Dios, no a mí”, y volvió su rostro hacia un costado, clavándolo en la pared. Debía convencerse que estaba en ese lugar para ayudar a una persona que había quedado desprotegida ante las vicisitudes de la existencia, que era víctima de la desgracia, no era diferente a su destino, aunque todas las vidas tomaban rumbos distintos. Rezó para que la joven no estuviera herida de gravedad.


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Mensaje por Gaspar Giustozzi Miér Jul 18, 2012 11:45 pm

La noche prometía, había una congregación de países vecinos en la ciudad asuntos exteriores como le llamábamos yo y Amy, eso siempre traía a la mejor clientela, tenía a mis mensajeros en la corte y en la realeza que me llevaban a la mejor clientela aunque siempre me reservaba el derecho de admisión, tenía mi lista negra de varios países, conocía gran parte de Europa y eso era una gran ventaja a la hora de dejar entrar a personas, en pocas palabras discriminaba por ciertos apellidos, las alianzas eran pocas y los enemigos crecían a la hora del día. Pero precisamente hoy ninguno me había parecido de mal camino. Amy distribuyo a la gran cantidad de varones ella era la dueña de hacer lo que deseara, las ordenes y firmas ya estaban, me encargaba de llevar un registro escrito de cada cliente, algo así como un contrato aceptando las condiciones y reglas del lugar. Conforme con eso podían hacer y deshacer disfrutar del show que había esa noche, una bella cantante pelirroja Morgan, quien solo cantaba para los pocos que le prestaban atención ella hacia lo suyo y yo desde la barra miraba a cada una de las doncellas de la noche apuntando con quien se iban a las habitaciones, las reglas eran así estrictas y yo las seguía al pie de la letra, cada cliente daba una parte al entrar ya que no era nada gratis, luego venia el coqueteo previo ellas pedían algo para tomar, que por las casualidades de la vida era el trago más caro y sin alcohol, tenían prohibido beber en servicio y para eso mi cantinero sabia que darles.

Las horas avanzaban, clientes seguían llegando y otros se iban más que satisfechos, Amy ya había conseguido triplicar una noche común y corriente. Todo iba en perfecto orden. Lástima que pensé en aquello pero al ver el rostro de mi Socia el mundo pareció caerse a pedazos - ¡GASPAR! – grito de la entrada a las famosas escaleras de la lujuria trague saliva y con Jack (cantinero y mejor amigo) como acompañante corrí hasta ella. Entre su ataque de pánico, nervios y miedo que demostraban sus ojos me explico lo que sucedía – Demonios – subí por las escaleras hasta llegar a la habitación de Paulette la abrí con todas mis fuerzas y Jack fue directo hacia el agresor tomándole por la espalda lo dejo inmóvil con un movimiento que solo él podía hacer. Mientras yo vi a la chica inconsciente sobre la cama, su cabeza sangraba – Amy, ve y dile a Nicholas que venga con el doctor – era una orden que ella tendría que acatar mire al imbécil que había tenido el descaro de hacerle eso a aquella – Sácalo de aquí antes de que le parta la cara – ordene y sacándome la camisa fui a mojarla al baño continuo de la habitación, tenía que mantener la calma y lo primero que hice fue ver la herida, saque el vidrio que tenia incrustado a la altura de la nuca solo hice presión – Paulette, linda lo lamento – dije en un susurro mientras limpiaba con una de las mangas los rastros de sangre de su cuerpo. Espere a que llegara Amy y en conjunto la vestimos, intentando no moverla, respiraba, su corazón latía pero no abría los ojos, me sentía preocupado, impotente, mi socia me explico lo que había oído, eso solo me causaba mas furia en mi interior culpa entre otras cosas, Amy paso por la nariz de la dama inconsciente un poco de alcohol a lo que esta reacciono…

No sé qué pasaba que el médico ni Nicholas llegaba, no podía dejar desprotegido la planta baja, mi socia y fiel amiga se encargaría por el momento de la cortesana Herida, ahora era momento de saldar cuentas. Pero Jack, ya se había encargado busque el nombre del mal nacido que se había ido con Paulette, Escocés, maldito imbécil, le mandaría a seguir para que pasara un susto, reí de lado. Al parecer nadie había notado que habían desalojado a aquel hombre, ya que todo siempre era muy discreto, pero me encargaría de… Otro asunto que atender, me puse detrás de la barra a sacar cuentas, tenía que ir a ver lo del club pero no sin antes de que llegara el médico que ya parecía tardarse una eternidad, fui a la bodega en busca de más whisky, estos escoceses y sus putos gustos, pensé. Cargue la caja y vi al mensajero, entre que no respiraba por que al parecer había estado corriendo me explico lo que no entendí, solo le seguí, que él estuviera aquí solo significaba una cosa, el médico estaba en el burdel.

Por el pasillo vi a mas de una silueta y apresure el paso, lo primero que vi fue… cerré un par de veces los ojos y me quede en silencio ¿una monja?, no era de sarcasmos ni nada que empeorara las cosas, salude de manera cordial y apresurada abriendo la puerta, Amy se levanto, la cortesana al parecer ardía en fiebre pero había dejado de sangrar – La dejo en sus manos, por favor sálvela – en realidad no sabía la gravedad de todo eso, era primera vez que un incidente como este sucedía. Me di cuenta que aun no andaba con mi camisa a lo que le hice una seña al mensajero para que me trajera mi saco, no quería dar mal aspecto aunque suponía que ser el dueño de un burdel no era la etiqueta más apropiada. El médico hizo su trabajo preguntas respuestas, a las que Amy respondió, al parecer había alcanzado hablar con la cortesana antes de que esta comenzara con ciertas alucinaciones. Mire a Amy – Amy, alguien debe estar abajo – mi voz salió suave, pero preocupada ella solo asintió, sabía que esto le dolía mas a ella que a mí pero no tenia cabeza para esto, mas me quede como tonto, por no decir otra cosa mirando a la monja – Disculpadme – me dirigí ha ella – No quiero ser entrometido, ¿pero que hace usted en un lugar como este? – algo no me cuadraba con lo poco que alcance a entender al mensajero. No sabía si presentarme, o dejarlo como “el manda mas del lugar” de igual forma no todos los días se tenía una “monja” en la casa de remolienda, pero no pude decir más porque justo llego Nicholas con el saco que rápidamente coloque sobre mi torso, había perdido el hilo pero aun así esperaba una respuesta y explicación por parte del joven del mandado.



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Mensaje por Christel Achenbach Mar Ago 14, 2012 7:09 pm

Todo aquello era tan ajeno a su naturaleza, a su entorno, al contexto en el que se movía, que cualquier ser se hubiera muerto de miedo. La escasa iluminación, los perfumes concentrados, el olor a las sábanas húmedas de transpiración, el rancio de la sangre que emanaba de las heridas de la joven prostituta y algún gemido que burlaba la dureza de los muros y se colaba por el pasillo que encerraba el cuadro. Un hombre, a criterio de la religiosa, de dudosa reputación, hizo su aparición escasamente vestido. La mujer difícilmente se fijara en los detalles que hacían a la anatomía humana, en realidad, aquello era algo a lo que había renunciado hacía años, pero le fue imposible no detenerse en el don de mando del recién llegado. Al encontrar a Nicholas junto a él, supuso que era el dueño de semejante imperio de lujuria y perversión. “El proxeneta”, pensó con fastidio. Aquel tipo de personas eran las responsables de que las muchachas y mujeres se sometieran a la esclavitud sexual para llenar las arcas de los dueños de burdeles. Mantuvo su mentón en alto, a pesar de que lo que correspondía era de que bajara la cabeza, pero esa noche, justamente, no era una situación en la que hacía lo que debía. A pesar de que para Christel el deber era relativo, se había acostumbrado a las estrictas normas de conducta que le habían inculcado, tanto se había acostumbrado a ellas, que las transmitía al pie de la letra y exigía el respeto y el accionar sin permitir objeciones, hasta dándose el lujo de amenazar con semanas de ayuno, en el mejor de los casos, a aquella que quisiera rebelarse. En lo profundo de su corazón, se cuestionaba su carácter autoritario, aunque nada hacía para modificarlo, contadas eran las ocasiones en que le generaba alguna emoción parecida al remordimiento.

Ingresaron a la habitación, y el médico se dirigió inmediatamente hacia el borde de la cama, donde una mujer atendía a la que estaba inconsciente. La hermana prefirió quedarse a un costado, esperando que si necesitasen de su ayuda, acudieran a ella con tan sólo nombrarla. Entrelazó sus dedos y los apoyó sobre su vientre, en actitud circunspecta, con una expresión que no revelaba nada, tan neutral como la que utilizaba a diario. Fueran cuales fueran las circunstancias, jamás daba un indicio de aquello que cruzaba por su mente, sin embargo, era lo suficientemente temperamental cuando algo no le gustaba. Mal que le pesara, le agradó la actitud de aquel desconocido que daba órdenes, al preocuparse por la prostituta, que iba recuperando el conocimiento gracias a las sales que le puso bajo la nariz. La joven balbuceaba palabras incomprensibles, pero aquello era buen indicio. Notó un intercambio entre la mujer que había asistido primeramente a la herida y el que sería el dueño del lugar. Luego, contra todos sus pronósticos, el “caballero” se dirigió a ella, su voz profunda con un acento que no era parisino, le acarició los oídos más de lo que hubiera deseado. Hacía mucho tiempo que alguien no focalizaba su atención enella con algo que no fuera respeto –en el caso de los aristócratas y de sus subordinadas- o vulgaridad –aquellos a los cuales ayudaba y que no recibían la educación adecuada-, sin embargo, el tono que empleó el proxeneta –como se había decidido a pensarlo-, estaba cargado de confusión, y a pesar de ello, el modo en que sus labios se movieron, su postura y todo lo que se erigía en torno a él, le dieron pauta de ser alguien decidido.

Estuvo a punto de responder, pero fue interrumpida por el joven cadete, que traía entre sus manos un saco. Agradeció que se vistiera, la hubiera incomodado mantener un diálogo con alguien que estuviera con su torso desnudo, y que, seguramente, hubiera estado copulando con alguna mujer de la mala vida hasta hacía unos minutos. No fue ajena al movimiento de sus músculos cuando se colocó la prenda, la sutil contracción de sus pectorales y de sus abdominales, la leve tensión de su cuello, el ancho de sus hombros y la nuez de Adán que bajó y subió con lentitud. Todo lo observó de soslayo, adoptando una actitud indiferente, que contrarió a la dificultad con la que tragó saliva. Como todo parecía haberse dirigido hacia Nicholas, el chico se puso nervioso, y alternaba su vista entre su jefe y la monja, se estrujaba los dedos, y amagaba con hablar, pero nada salía de su boca. A pesar de que Sor Achenbach hubiera preferido no entablar ninguna especie de conversación, era obvio que debía dar explicaciones de su situación, de que quien estaba desentonando era ella y no el resto, que se encontraba en su ámbito cotidiano. Cuando los ojos del adolescente se clavaron en los de ella, en lo que fue, claramente, un ruego, carraspeó y comenzó a hablar.

Lamento incomodarlo con mi presencia —fue lo que dijo primero, pero en su voz no había arrepentimiento alguno. Si se hilaba fino, podría descubrirse desafío—, pero el joven Nicholas acudió a mí para que lo ayudase a convencer al doctor —y señaló con la palma de su mano abierta hacia arriba al profesional— de que viniera a asistir a...su empleada —y la ironía al finalizar su frase le fue inevitable. —Soy Sor Achenbach, y conozco al muchacho desde hace un tiempo —aclaró, como si fuera necesario rendir cuentas por él— y supongo que usted es el dueño de éste sitio. Debería cuidar más a las jóvenes que trabajan para usted, están expuestas a demasiadas crueldades —agregó sin darle tiempo al hombre de que se presentase. El hecho de que él hiciera dinero a costas de que las mujeres fueran utilizadas como pedazos de carne, le granjeaba su resentimiento y denotaba la inexistencia de respeto que él le transmitía.


Off: Te pido perdón por la demora, como podrás ver, estoy con ausencia, atravesando inconvenientes familiares.


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Mensaje por Gaspar Giustozzi Jue Ago 23, 2012 11:43 am

¿Desconcierto? Claro que no uno nunca sabía lo que podía entrar por la puerta de un burdel que ocultaba más de un secreto en aquellas paredes. Mi prioridad eran mis empleadas, aquellas damas de compañía que cada día iban a trabajar, y cualquiera podría decir todo lo que yo las respetaba y si podría dar mi vida por ellas lo haría porque al final yo solo ponía un lujoso lugar, administraba sus ganancias con un setenta por ciento para ellas y un cuarenta para mí. ¡LOCURA! Ningún prostíbulo funcionaba de aquella forma, pues este no era cualquiera, y claramente yo no era cualquier empleador. Muchas cortesanas me preguntaban el porqué a lo que me fundía en una respuesta que las enredaba más de lo que ya parecía estar. UN buen negociante no revela sus secretos, un Cisne Dorado jamás, y aquel era el broche de oro en todo esto, aquella sociedad secreta me daba mas ganancias o lo similar que me daban los burdeles que tenia esparcidos por Europa, porque este no era ni el primero ni el ultimo. ¿Qué hacia pensando en aquello? Tan solo me daba la voz de consuelo tras las dagas invisible que aquella mujer tiraba con sus palabras encubiertas en un manto, el traje de una monja.

Gire mi cabeza para ver a Nicholas, me sorprendió que ella diera una explicación y a la vez sonreí con amplitud por tales palabras –No me incomoda en lo absoluto su presencia, solo me sorprende que haya accedido a entrar a este lugar – cierto era, después de todo un burdel estaba lleno de todos los pecados conocidos y por conocer. – Nicholas, te debo una por hacer lo posible por Paulette el jovencito conocía a todas las cortesanas como viceversa, él era el mensajero el chico de los mandados y se le debía la vida de aquella dama estaría eternamente agradecido. Y señorita, le agradezco haber accedido a la petición del mensajero por qué no me hubiera ido a buscar al médico a punta de patada a su hogar – mi rostro se torno frio dirigiendo una mirada al hombre que intentaba que la cortesana volviera en sí Precisamente soy el dueño de este lugar donde muchos vienen a perderse en los placeres de la vida, Gaspar Giustozzi hice una inclinación – y disculpe mi apariencia andaba acarreando cajas de ron, esperando la llegada del medico y antes de que saliera y acabara con el maldito – faltaba poco que con esa mirada me diera un latigazo, aunque la idea no era mala no era el momento indicado para pensar tonterías.

Ella había soltado una bomba, una de la cual me dio una sensación de risa absoluta, me contuve ignorándola por largos minutos, en realidad estaba preocupado por la Dama que yacía en la cama, note como el médico sacaba de su maletín una especie de aguja, al parecer tenía un corte en la cabeza y necesitaba de aquello, cerré los ojos, buscaría a ese maldito para hacerlo pagar por ponerle un dedo en sima a ella. – Aunque no crea dama es primera vez que pasa un accidente como este y Nicholas puede afirmar lo que digo era cierto, meticuloso, perfeccionista y cuidadoso quizás así podía ser para el mundo pero ahí dentro era el padre sobreprotector que deja que sus hijas den placer. Definitivamente no estaba pensando con claridad o seria que aquella dama me ponía nervioso, apreté mi labio para no largarme a reír no era el momento para hacer, ya tendría tiempo para pensar en aquello.

Pero a pedido de la corona francesa vino una delegación de extranjeros que deseaban apaciguar su tiempo con las damas de compañía - ¿le estaba dando explicaciones? Al parecer sí, pero ella necesitaba saber que no todo era como las malas lenguas decían de ese tipo de lugares. – No se les puede decir que no, luego abusan de su poder y yo y ellas perderíamos un ambiente tranquilo para trabajar, aquel hombre créame que recibirá un castigo por lo que intento hacer. – me acerque a ella casi amenazante mirándola a los ojos con seriedad, porque una monja no me intimidaría ni ahora ni nunca Nadie tiene el derecho de aprovecharse de alguna, hay reglas como todo lugar y hago que se cumplan, una de ellas es que si las cortesanas no desean hacer algo, ni yo, ni su cliente puede obligarlas, es por eso que llevo un registro y previamente cada hombre que entra firma un contrato en el cual se especifican lo que pueden y no hacer. Soy cuidadoso porque me cuido tanto yo como a mis empleados. – tome aire mirando de reojo al doctor y luego a Nicholas – Así que no me venga a decir que no las cuido porque está en un error - ¿molesto? Si ¿desconcertado? También, pero al final de cuentas ella era una monja no era mi intención convencerla sino hacerle saber que yo no era cualquier proxeneta.



Off Roll: Leí su ausencia y no se preocupe que soy paciente y comprendo que todos podemos pasar por momento difíciles.


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Mensaje por Christel Achenbach Vie Dic 28, 2012 8:33 am

No entraría en una discusión filosófica con aquel proxeneta, para ella, eran todos unos delincuentes de la misma calaña, sólo que algunos se escondían tras ese manto de piedad que les hacía creer que debían infundir respeto. Puras sandeces, esos hombres poseían dinero sucio, proveniente de la esclavización sexual de aquellas pobres señoritas que no podían ganarse la vida de otra manera, y que en su debilidad, se arrojaban a los brazos del pecado para poder llevarse el pan a la boca o poder alimentar a sus familiares. Las veía todo el tiempo llorando a mares en la Iglesia, rogándole al Señor que las ayudara a salir de esa vida de miseria y violencia. Al fin de cuentas, nadie quiere ser utilizado, aunque obtenga un rédito económico. Alguna vez ella pensó que las monjas eran puros instrumentos, que se escondían tras aquel manto de falsa moral. En sus años en los internados, había visto a muchas hermanas mantener relaciones lésbicas, lo que la había impresionado. Una de sus amigas, una muy rebelde, las llamaba las “prostitutas de Dios”, sin dudas, aquella joven ardería en el Infierno. Con los años y con su vida dedicada al Santísimo, había comprendido otros aspectos de la vida religiosa que los de afuera jamás percibirían, sin embargo, eran tan satisfactorios como la caricia de un hombre. Hacía mucho tiempo que había sentido en su cuerpo el calor y el deseo, ya no anhelaba aquellos instintos, pero hubo un tiempo de gran dificultad, en el que intentaba por medios poco sacros de saciar su sed sexual, pero la autocomplacencia jamás había sido tan satisfactoria como las noches en compañía. Llegó la maduración y el acostumbramiento, y la reclusión le enseñó que la carne no lo es todo, que siempre hay algo más allá que puede llenar el cuerpo y el alma.

No necesito de sus explicaciones —se mantuvo en su lugar, a pesar de que la distancia con Giustozzi era lo menos ortodoxo existente, descubrió sus facciones masculinas y una luz de alerta se encendió en lo más profundo de su ser. No admitiría jamás que la divertía ver el esfuerzo que hacía el hombre por defender su negocios. —Seguramente mi presencia aquí ha sido muy inoportuna, he venido en un mal día para su…prostíbulo —sentía la sangre hervir y destilaba su veneno a modo de sarcasmo, que cortaba el aire. Su mirada desafiante se había clavado en la él, y pudo ver que no mentía, su instinto le dictó que no era una mala persona, y que sus sentimientos hacia sus empleadas eran sinceros. ¡Claro! Seguramente se acostaba con todas y cada una de ellas —Y lamento haber ofendido su trabajo, al fin de cuentas, no soy quién para decir qué está bien y qué está mal —levantó el mentón y sus aires de petulancia se mantenían intactos. —De todas maneras, la próxima vez que reciba a delegaciones, tome las medidas de seguridad necesaria —no podía creer que estaba dándole consejos a un pecador empedernido. Para eso existían los sacerdotes —, ya que nadie merece ser maltratado, bajo ninguna circunstancia —y eso le recordó alguna veta sin resolver de su pasado, dejando que la nostalgia se abriera camino sólo por unos instantes suavizándole el gesto, al darse cuenta de ello, volvió a ser la misma de siempre.

El médico realizaba sus tareas con pericia. Había perdido el nerviosismo inicial, y había logrado que la paciente dejara de quejarse. Le cosía la herida de la cabeza con gran profesionalismo, totalmente ensimismado en su labor. Habría sido muy cruel dejar que aquella mujer muriera desangrada, Christel agradecía haber llegado a tiempo. Luego purgaría sus pecados, como estar en ese sitio y mantener una charla acalorada con un proxeneta, con semanas de ayuno, autoflagelo y horas enteras rezando arrodillada sobre maíz. Predicaba con el ejemplo, como le habían enseñado desde que era muy joven. No tenía temor a los castigos divinos, tampoco a los terrenales, la vida ya le había impuesto el peor de los castigos al quitarle a su hijo, motivo por el cual, no ponía objeciones a la hora de las penas. En sus momentos de rebeldía como novicia, hasta había tenido que bañarse con agua del deshielo, pero nunca nada apagó la llama que tenía en su corazón, la habían recubierto con una capa de espesa frialdad, pero su gran cruz era una carga demasiado pesada para dejarla ir. Sólo Dios, tan omnipotente y omnipresente, sabía de su dolor y de su esmero en darle todo de sí, y se permitía, cuando solía albergar una esperanza, pedirle que le devolviera a su pequeño, para poder acunarlo aunque sea una última vez, pero sabía que esa última vez se repetiría, quizá por eso, no se lo había dado. Abandonaría todo si Bastian volvía. Un instinto maternal dormido le despertó Paulette, seguro que detrás de ella había una madre preocupada por el destino de su hija, y si estaba muerta, seguro su alma no conseguiría paz. Rezaría por ellas.

Lo más conveniente será que me retire —dijo antes de dar un paso hacia atrás — Debo volver al convento, tendré serios problemas si se sabe que estuve aquí. Le ruego que mantenga discreción al respecto —y alzó una ceja, amenazante —. Si vuelve a tener algún tipo de inconveniente, que Nicholas vaya a verme —¿estaba ofreciendo su ayuda? Una vez podía solidarizarse con una ramera golpeada, pero eso no debía hacerse costumbre —, algo, como lo de hoy, seguramente podré hacer —comentó con distracción, restándole importancia al hecho de haber sacado al médico bajo amenaza y haberlo metido en todo aquel brete —, si está agradecido, señor Giustozzi, en el comedor para niños de la calle recibimos constantes donaciones —sacaría una tajada de todo aquello, no para ella, si no, para los pequeños que tanto necesitaban un plato de comida diaria. —Que Dios lo bendiga —volteó y se encaminó hacia la puerta. Le hacía mucho calor bajo el hábito, ese sitio no tenía una buena ventilación. En el pasillo caminó a paso lento, no, no era porque deseaba que el proxeneta saliera a detenerla, aunque sea para decirle que iría a llevar él mismo las donaciones. Achenbach, ¿en qué lío te estabas metiendo? se preguntó al tiempo que se tocaba con una mano una mejillas acalorada y con la otra apretaba la Cruz que colgaba en su pecho.


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