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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Christel Achenbach Sáb Jul 14, 2012 7:44 pm

La fresca risa de los niños, el olor a dulce y los colores diversos y estridentes ambientaban la gran carpa del Circo. Sentada rodeada de aquellos pequeños de bajos recursos, Christel experimentaba lo más cercano a la dicha. Veía en sus ojos el brillo de la inocencia, sus caritas no estaban sucias como de costumbre, ya que ella y las demás hermanas de la congregación los habían higienizado y hasta vestido con ropas sencillas pero limpias y nuevas, que habían conseguido gracias a la colecta que habían realizado. El mayor de ellos tendría diez años, el resto, eran todos de muy corta edad, que pedían dinero en la calle o hasta eran obligados a robar. Sor Achenbach creía que dándoles un poco de amor, conseguiría redimirlos, aunque la experiencia le decía que sólo les regalaría pequeños momentos de felicidad que algún día recordarían. Eran unos pobres desdichados, con padres alcohólicos, madres prostitutas, y, en el mejor de los casos, vivían con sus abuelos, algunos eran abusados sexualmente, otros, golpeados, y era un gran peso para ella no poder ayudarlos a salir de la miseria en la que se veían envueltos; por ello, al verlos así, relucientes, con sus sonrisas –algunas mostraban la falta de dientes de leche- sinceras y sus expresiones de picardía, como si su infancia fuera normal, le daba esperanza. En todos ellos veía al hijo que le habían robado, ¿correría él con las mismas desgracias de esos retoños?

Un histriónico presentador, con ademanes exagerados y una voz seductora, se encargó de atrapar la atención de todos los eufóricos presentes. Relataba las habilidades de algunos de los miembros de la compañía circense, improvisaba historias que sólo en la cabeza inocente de los más chicos entraban y que arrancaban carcajadas a los adultos. Dos malabaristas lo interrumpieron y entre los tres realizaron humoradas, que le dieron inicio al espectáculo. Los hombres que lanzaban fuego por la boca causaban estupor en todos, los enanos que acompañaban a los payasos causaban gracia e invitaron a algunos miembros del público a jugar con ellos en medio de la pista. Dos de los pequeños que estaban junto a las cuatro monjas, fueron llevados por uno de los actores al centro de la escena, que los hacían aplaudir y tocas instrumentos simples. Luego, cada uno volvió a su lugar, y el par de privilegiados, con palabras entrecortadas y la respiración agitada, le relataban a la Superiora la experiencia vivida. Minutos después, los trapecistas realizaban sus destrezas, mientras las exclamaciones de asombro se hacían eco entre la música rimbombante. Podían verse algunos diminutos dedos índice en la tribuna, que señalaban alguna figura que acababan de realizar, las maniobras eran potencialmente peligrosas, pero ellos hacían parecer simples y armónicas. Era digno de admirar el trabajo que realizaban, se notaba el empeño y la dedicación en aquellos, y el fruto de su tarea se veía en las caras de asombro y constante expectación.

Cuando la rutina hubo terminado, el presentador volvió a salir, ésta vez, vestido con un traje rojo, que no disimulaba su prominente barriga, sin embargo, nadie se percataba de su aspecto, puesto que la profundidad de su voz, seguía cautivando y envolviendo a los espectadores. La más pequeña de todas, Anastasia, con sus cachetes regordetes, su boquita corazón, pelo rubio y ojos verdes, le extendió los brazos a Christel mientras bostezaba. La religiosa la subió a su regazo y la acunó hasta que se durmió. Era evidente que sería la primera en caer rendida, no tenía más de tres años, y había jugado varias horas en la Feria que se disponía antes de ingresar a la carpa. Le quitó algunas migas de las comisuras, y reprimió una sonrisa cuando la niña se rascó levemente, el roce le había causado picazón. Con suaves movimientos, terminó acomodándose, y en un largo suspiro, entró por completo en el mundo de los sueños. Ana era dulce, una de las favoritas de la monja, y sentía una profunda pena por ella, que era, junto a su madre, golpeada por el concubino de ésta. Habían sido varias las ocasiones en que la había visto llegar con algún moretón en partes de su cuerpo. Otro de los muchachitos le tocó el brazo y le dijo que mirara. Levantó la vista y se encontró con un león dentro de una jaula, y una joven que sonreía parada junto al que oficiaba de anfitrión. El hombre se despidió y la domadora quedó sola, todos contuvieron la respiración cuando abrieron la reja y el animal salió caminando tranquilamente, pero con la vista fija en la chica. Las increíbles maniobras que realizaban ambos parecían creadas por arte de magia, ellos se miraban a los ojos y emanaban una energía peculiar. Niños, adolescentes y adultos, aplaudieron de pie y vitorearon cuando terminaron su espectáculo y la joven saludaba con una mano.

Christel notó que la pequeña Anastasia tenía la frente perlada y algunos mechones pegados a las sienes. Les informó a las tres hermanas que la acompañaban que iría afuera a tomar un poco de aire y que le compraría algo de beber a la durmiente. Afuera, la noche estaba cálida, y el silencio reinaba con tranquilidad sólo se escuchaba la voz del locutor que provenía del interior de la carpa. Acomodó a Anastasia en sus brazos y se entró a la tarea de buscar algún puesto que vendiera jugos, creía haber visto uno. Ya el Sol estaba casi oculto, pero la calidez de la primavera impedía que la brisa fresca arruinara el clima. Caminaba a paso lento, intentando encontrar a alguien, pero parecía que todos se habían esfumado. Escuchó una voz, y se dirigió hacia ella, quizá no sería el vendedor, pero podría decirle dónde conseguir un poco de agua. Para su sorpresa, se encontró con aquella impresionante domadora de leones, que había hecho parecer a semejante bestia, un encantador gatito. Se quedó en su lugar y le habló en voz baja.


Señorita, disculpe que la interrumpa.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Dom Jul 15, 2012 5:45 pm

"Quizás Dios la mando para volver a tomar mi camino... "

Demasiada información en poco tiempo. En esa cabecita, en ese delicado corazón. Revelaciones, confesiones, mentiras, verdades, todo se había vuelvo un remolino en su interior. El último mes lo había pasado mal, sus ojos llenos de luz se estaban apagando poco a poco. Nadie sabía dónde se había quedado la pequeña cambiante alegre, la que rebosaba y presumía de ese amor que recibía pero sobretodo el que daba. Ya no sentía que era afortunada, mucho menos que caminaba entre las nubes del paraíso, su paraíso personal. Ahora vivía entre la espalda y la pared. Avanzaba a pies descalzos sobre carbón encendido. Su bello rostro sonriente mantenía una mueca de tristeza. ¿Dónde había quedado la belleza pura de su alma? Simplemente había desaparecido como las palabras invisibles que el viento borra. La belleza no forma parte de un físico perfecto, de un rostro de ángel, ella era afortunada en tenerlo, en poseer esos rasgos desde pequeña, pero lo que de verdad importaba era la belleza del alma amada. No había amor a su alrededor, sólo penas y desdicha, y estaba segura que pronto habría sangre de por medio, sangre de inocentes, sangre suya, sangre de su hermano. La sangre que se derramara, del que fuera la haría terminar de morirse de tristeza, y prefería una muerte tortuosa físicamente a una muerte llena de dolor en su interior. Quizás el mundo estaba lleno de momentos vanos, de deseos monetarios agigantados, pero su mundo sólo existía el deseo de la felicidad, el amor, y la unión familiar. ¿Por qué la sociedad se empeñaba en quitárselo todo.

Zigmund, su hermano, se había encargado de recogerle sus ropajes especiales para la función. Desde que la cambiante había decidido salir una noche con Elouan, su hermano había decidido que sólo podía salir del remolque a las funciones, y de las funciones al remolque. No podía decirle que no, mucho menos escaparse, su hermano era verdaderamente chantajista con ella, sabía por donde atacarla, como hacer que hiciera lo que se le antojara, su hermano era así, y ella no podía hacer nada al respecto, pues el amor que le tenía le impedía contradecirlo. ¿Quién podría ver la malicia en esos ojos después de haber hecho tanto con ella? Todos los días se lo recordaba al oído, cuando despertaban, le decía que ella estaría bien sólo si él la cuidaba, le dejaba en claro que sería el único en no abandonarla, también le dejaba en claro que todos los hombres del mundo eran unos malditos, y que ninguno la merecía, que él solo buscaba su bien. Zavannah era tan inocente e ingenua que se tragaba cada una de las palabras que su hermano le decía. Dentro de su ser sabía que mentía, que alguien más podría amarla y que la estaba esperando, una persona que poseía un nombre, un rostro, y que vivía a unos cuantos remolques de distancia. Zavannah sería inmensamente infeliz de no volverse a acercar a Eloaun, pero su hermano cegado por el amor y obsesión que le tenía, no se tentaría en tenerla muerta en vida a su lado, lo único que le importaba era tenerla

Sólo eran dos cambiaformas los que se encontraban en ese circo, por eso se decidieron que eran los indicados para hacer el acto, nadie más que ellos sabia que su naturaleza cambiante, por eso eran bastante cómplices, y Zigmund no se molestaba al respecto. Zavannah Zöllner había aprendido a no mirar a los hombres a no ser que ellos se lo ordenaran, su hermano le había enseñado la regla, y es que para ambos hermanos pensaban que ver a los ojos era desnudar el alma, y cuando desnudas el alma de una persona puedes llegarte a enamorar, sin que te des cuenta claro. La conexión de ambos cambiantes les hacía hacer grandes cosas al presentarse frente al público, incluso comenzaban a ser conocidos, y sus espectáculos se volvían más pedidos, y claro exigentes. Los días de funciones cuando salían ellos eran más caras, y Zavannah odiaba ese detalle, pues excluía a muchas personas de clase baja para poder verlos, para ella la diversión debía ser gratis, pero no del aire se podía simplemente alimentar, así que se aguantaba y se limitaba a cumplir las ordenes que le daban.

El acto había terminado. Ambos cambiantes salieron sonriendo a causa de los aplausos y los rostros que habían podido maravillar. La chica veía a lo lejos a su hermano, quien no la perdía de vista para nada, la tenía perfectamente vigilada. Estaba por acercarse a él cuando una mujer (que se notaba ejercer en el ámbito religioso) la interceptó. La chica mostró una sonrisa amena y se acercó bastante risueña. - Buenas noches - Su voz sonó bastante cantarina. Su hermano que nunca dejaba se acercará ni siquiera a mujeres estaba vez le permitía hablar con la desconocida. - ¿En qué puedo ayudarle? - Su mirada viajó de manera lenta hasta la pequeña figura que la mujer tenía en brazos. - ¿Paso algo malo? - La chica se alteró, esperaba que su encuentro no fuera algo malo, más bien algo que llenara de alegría su ahora frío corazón.


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Mensaje por Christel Achenbach Dom Jul 29, 2012 12:46 am

La belleza de la joven era impactante, desde su cabello hasta sus facciones, parecía un ángel, de esos que Christel adoraba en las iglesias. Un halo de inocencia la cubría, esa imagen parecía completamente diferente a la de aquella domadora de leones que con destreza y perfección había dado un espectáculo increíble. A pesar de ser una mujer que no se fijase en el aspecto físico de las personas que la rodeaban, era inevitable no admitir que la muchacha estaba investida de una singular apariencia, así y todo, la religiosa percibió tristeza en esa mirada cristalina. Estaba acostumbrada al dolor de las personas, hacía tiempo que se dedicaba a ello, a ver a los pecadores pagar sus faltas, a los desvalidos bregar con sus penas, y aunque increíble, todos estaban estigmatizados –ella, inclusive-, por esa energía que sólo las grandes desdichas y las grandes confusiones, lograban emanar. Claro que la mujer había vivido lo suficiente como para comprender ciertos aspectos de los seres humanos que los obligaban a adoptar cierta postura, pero el rostro habla por uno mismo, y a pesar de que se notaba la simpatía en la niña –no era más que una niña-, había algo de temor en el gesto, como si esperara que alguien las interrumpiera y se la llevara a rastras de allí. Quizá había cometido un error al interceptarla, pero el mal ya estaba hecho.

No, no ha sucedido nada malo —la tranquilizó ante el evidente cambio de postura —Anastasia —en clara referencia a la pequeña que descansaba en sus brazos— sólo está descansando, el calor del interior la agotó —a pesar de que no sonreía, se mostraba amable con la joven—. Salí en busca de algo para beber. Ella —y se interrumpió para acomodarla, ya que se removía en sus brazos— está acalorada. ¿Serías tan amable de indicarme dónde puedo conseguir agua fresca? —no habría preámbulos en el diálogo, no le quitaría más tiempo del debido.

Anastasia terminó por despertarse, y la sonrisa de mejillas sonrosadas le apretujó el alma. Parecía despojada de preocupaciones, parecía tan normal… Era inevitable para Christel no repetir una y otra vez ciertos pensamientos que los desprotegidos le inspiraban. Sabía dónde radicaba aquella veta altruista que no hubiera desarrollado a no ser por el abandono, la soledad y la tortura a la que fue sometida. En ocasiones, cuando la melancolía y la nostalgia eran demasiado fuertes para ser ignoradas, se acurrucaba en su cama y se palpaba el vientre, a pesar de los años, recordaba la sensación de sentir a su hijo en su interior, cómo se movía de un lugar a otro, cuando pateaba, y también recordaba el parto, el llanto de su bebé, cuando lo pusieron contra su pecho, la primera vez que lo alimentó, y luego…nunca más supo de él. Cada día le rogaba a Nuestro Señor que lo protegiera y que fuera un muchacho feliz, y que nadie le hiciera daño, aunque sabía que esto último era imposible. En el pasado había sentido el impulso de buscarlo, pero el mundo era muy extenso, al igual que los lugares donde su padre podría haberlo depositado, conociendo a Achenbach, hasta podría haberlo asesinado, y ésta última posibilidad intentaba eliminarla casi por inercia, aunque, en ocasiones, se colaba por sus pensamientos y en sus sueños repetía imágenes macabras de niños descuartizados y su progenitor cubierto de sangre. Caviló unos segundos cuando Anastasia se quiso bajar de sus brazos, ella, con paciencia, la depositó en el suelo y la tomó de la mano, para volver su vista a la domadora.

Ya beberás agua, Ana… —respondió la religiosa cuando la niñita se quejó que tenía sed— ¿Qué hemos hablado? —Se acuclilló para quedar a su altura— saluda a la joven, se educada —agregó con parsimonia, desviar el foco de atención era una buena estrategia, y miró a quien tenía en frente con un pedido de seguirle la corriente. La monja sabía que gran parte de los males de los pobres era la falta de educación.

Se puso nuevamente de pie y el olor a tierra mojada llegó a sus fosas nasales. ¿Habrían lanzado agua por allí? Levantó un poco la vista y se percató que el cielo había tomado una tonalidad oscura, que los violetas y anaranjados del atardecer, se mezclaban con el gris de unas nubes que anticipaban lluvia, quizá no una tormenta, pero unas gotas caerían. Pensó, con ironía, que allí estaba el agua que deseaba. Le gustaban las tormentas, pero sabía que era responsable de un contingente infantil, que el camino hacia el convento sería complicado, por el fango, por el susto de los niños, y que al día siguiente tendrían un arduo trabajo con aquellos enfermos que dejaría el temporal. Lo que al principio parecía una brisa fresca, fue bajando su temperatura, agradecía que los demás pequeños estuvieran dentro de la carpa. Ana le tiró del hábito con suavidad y le estiró los bracitos, a lo que Christel respondió rápidamente alzándola y apoyándola en su cadera, escondió su carita en la curvatura del cuello de la religiosa y suspiró largamente, lo que obligó a la mujer a reprimir una risotada, estaba exagerando, no hacía frío, y tampoco había tronado para que tomara esa actitud.

Lloverá —y el comentario fue una obviedad— Señorita, no me he presentado, soy Sor Achenbach, aunque puedes decirme Christel — ¿ortodoxa? Sólo con quienes lo merecían, y ese no era el caso. Estiró la mano con la que no sostenía a Anastasia y a pesar de no sonreír, el gesto le suavizaba las facciones.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Mar Oct 16, 2012 4:13 pm

A lo lejos pudo ver como su hermano asentía repetidas veces, eso quería decir que le daba luz verde para actuar, lo cual le hizo soltar el aire de sus pulmones, también sentir un peso menos de encima. Para la pequeña minina, sino existía la aprobación de su hermano, no podía hacer las cosas, aunque últimamente había roto un par de leyes, de reglas. La chica no dejaba de verlo, por si en cualquier momento cambiaba de parecer, pero ante la sonrisa amplia del joven, un poco más de tranquilidad invadió su cuerpo. Desvió por fin la mirada, y se centró en el rostro tostado y hermoso de la mujer que tenía enfrente de ella. Su mirada viajó del rostro perfecto de la religiosa, hasta sus brazos dónde envuelta en ellos se encontraba una pequeña niña, que adormitaba de manera angelical. Fue inevitable sentir una especie de ternura por la escena que tenía enfrente, incluso se atrevió a estirar una de sus manos, con el afán de poder acariciar los cabellos largos de la infante. Lo hizo, con cuidado de levantar a la pequeña, interesada en ni siquiera respirar para no alterar el sueño y la tranquilidad de la niña. Inevitablemente soltó una sonrisa amplia, cargada de emoción, sus ojos brillaron, resplandecieron y no precisamente a causa de las velas encendidas en esa ahora ya noche. Sintió como si estuviera haciendo una especie de travesura, una bien hecha al no despertar a la pequeña señorita que cargaba la madre superiora, le guiño un ojo de manera natural, y después, su mano cayó a su lugar de nuevo.

- Anastasia es un nombre hermoso - Susurró muy bajito, esperando a que la pequeña no se despertara, pero su sorpresa fue grande cuando la niña se puso de pie, la saludo, y se mantenía viéndola de manera expectante. Zavannah no podía evitar sonreír bastante emocionaba. De manera inesperada, incluso sin poder notarlo, se llevó la mano al vientre, esa chica siempre había deseado poder formar la familia que había perdido, la que nunca tuvo después de la muerte de su padre. Sus dedos se movieron acariciando la tela de sus prendas. Y al notar después lo que estaba haciendo, desvió la mirada hacía su mano, se sonrojó, y desvió la mirada, apartando su mano, subiendo la mano, enredando sus dedos en su propio cabello, peinándose las puntas, y después volviendo a su posición firme. - ¿Anastasia? - Llamó a la pequeña colocándose a su altura, sintió una mirada penetrante sobre su figura, y alzó de manera disimulada de nuevo su mirada, para captar la de su hermano, que parecía maravillado con la escena - ¿Deseas agua Anastasia? ¿Qué tanto? ¿Un vaso? ¿Dos? - Fue contando con sus dedos, jugueteando con la pequeña, y haciendo que sonriera, lo cual la llenaba de dicha. - Le traeré un pequeño vaso de agua a la pequeña - Cuando se enderezó, la niña ya estaba en los brazos de la madre superiora, lo cual la hizo sonreír de nuevo.

- Uhmmm - Se quedó pensativa por unos momentos. Zavannah recordó que las bebidas eran vendidas en la entrada del lugar. Pequeños vasos de papel que tenían imágenes del circo. En aquel lugar tenían hombres y mujeres que pintaban los vacos, dejando más sonrisas en los invitados y clientes, el circo de los padres de Elouan, eran personas que debían abundar en el mundo, buenas, que disfrutaban hacer sonreír y sentir amados a los demás seres humanos. La pequeña cambiante decidió pasar la línea de las cosas - Si me permiten un momento - Se disculpo, y caminó hasta la parte de la entrada de la carpa. Su hermano no tardó en seguirla, la tomó de la cintura y la arrinconó en uno de los remolques preguntándole que hacía, con quien estaba, y que buscaba. La castaña le dio una breve explicación a Zigmund, y éste la dejó ir a regañadientes, desde su salida con el hijo de los dueños del circo se había vuelvo más aprensivo. Volvió a retomar su camino, y pidiendo que le descontaran la bebida, tomó dos vasos de agua y las saco llevándolas hasta la religiosa y la pequeña - Aquí tienen - Indicó sin dejar de sonreír de manera amplia.

- Zavannah Zöllner, ese es mi nombre - Indicó estirando su mano, estrechando la mano ajena, y luego haciendo una reverencia educada. De manera inevitable formó una mueca en su rostro. La cambiante se había alejado desde hace mucho tiempo de las cuestiones religiosas, pensando que al morir su padre Dios la había abandonado, pues se lo había arrebatado y muchas cosas se habían vuelto negras y sombrías. Quizás aquello era una especie de señal para retomar el camino, quizás Dios le estaba mandando a alguien para no sentirse tan sola, seguramente su hermano no se opondría ante tal amistad, aunque el no fuera muy creyente. - ¿Le ha gustado el espectáculo, madre? - Preguntó bastante curiosa, nunca nadie le había dado su visto bueno sobre su trato con el animal, si cautivaba o no, él único había sido su hermano, y éste se la pasaba siempre dándole adulaciones. - Hace bien al traer a los niños, son los que más nos importa en las presentaciones, por eso no utilizamos violencia, para darles lecciones - Sus hoyuelos se formaban de manera encantadora por cada sonrisa que otorgaba, Zavannah era tan inocente y tranquila que era inevitable no sentir simpática por ella.


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Mensaje por Christel Achenbach Mar Feb 12, 2013 11:08 pm

La empatía con Zavannah Zöllner había sido casi instantánea. Se notaba su buena predisposición a ayudar al prójimo y su carácter apacible, no parecía desconfiada y su educación era excelente. A Christel no se le escapaba nunca un detalle, y analizaba a las personas con rapidez, y a pesar de que la joven era un encanto, algo en su mirada ocultaba una gran tristeza y un gran temor. Suponía que su figura de religiosa generaba cierto resquemor en muchas personas, no era tal el caso de esa muchacha, pero era común que la gente le hiciera preguntas sobre Dios, como si ella fuera la mismísima Virgen María y no un cordero más del rebaño de Nuestro Señor. La chica era joven, se preguntó si pasaba penurias, si le pagaban correctamente, si era acosada por algún hombre que habitaba allí; era inevitable hacerse aquellos cuestionamientos cuando constantemente recibía en el convento a mujeres abusadas o perseguidas por antiguos jefes o maridos de alma corrupta. Dios le abría las puertas del Cielo a todos, incluso a los mayores pecadores, por eso en éste mundo era donde se purgaban los pecados, y Christel siempre rezaba para que aquellos que hicieron daño pagaran por su maldad. Allí estaban incluidos los que le habían quitado a su hijo, todos los cómplices de semejante acto de barbarie, a los que no se habían negado en colaborar y a los que habían hecho acto de omisión. Había llorado hasta quedarse sin lágrimas, hasta que el cuerpo se le desfallecía de la pena, y se había levantado sin ayuda más que la de su propia Fe, y ese había sido uno de los motivos que la mantenía atada a la Iglesia, el profundo agradecimiento que sentía hacia Dios, su hijo amado Jesucristo, su madre pura, la Virgen María, y a sus soldados, los Santos; la habían sostenido y le habían marcado el sendero antes de que explotara en mil pedazos y se entregara a una muerte indigna y antinatural. Ahora esperaba el desarrollo de los acontecimientos y observaba desde afuera cómo las paredes de las estructuras de los que un día le habían señalado con el dedo, se desmoronaban como arrasadas por un catastrófico alud. No deseaba el mal, estaba en contra de lo que profesaba, y si algo no formaba parte de su persona, era la hipocresía, pero no negaba que anhelaba que recibieran nada más ni nada menos que lo que merecían. Christel aceptó los vasos de agua y se acuclilló para ayudar a Anastasia a beber, dejando su vaso a un costado.

El espectáculo ha sido muy bueno, Zavannah, te felicito —aseguró con una mueca de agrado y con la cabeza levantada, observando a la receptora. —No voy a mentirte al decir que estoy a favor de los animales enjaulados, creo que ellos han nacido para ser libres y no estar a merced del hombre, esa fue la voluntad de Dios al crearlos, pero me alegra que ellos sean bien tratados y que su trabajo —porque lo era— sea remunerado con buena alimentación y cuidados de su salud —agregó, sabía que aquella joven sería incapaz de alzar su mano contra una criatura indefensa. Con un pañuelo que mágicamente apareció de su puño, le secó el mentón a la niña, que reía ante la travesura. La mirada reprobatoria de la religiosa provocó un murmullo de disculpas en la pequeña, que sostuvo el vaso entre sus manitos y bebió con tranquilidad, lo que le dio a la monja el tiempo suficiente para sorber unos tragos del líquido, no se había percatado de la sed que tenía hasta que su garganta recibió la frescura y sus labios volvieron a estar húmedos. Se había acostumbrado al ayuno y a las penurias de la vida austera del convento y de la preparación preliminar, le habían ayudado a desarrollar una capacidad para soportar ciertas necesidades básicas, mayor al común de las personas, por ello le molestaba ver a monjas y curas dándose banquetes o excedidos de peso, iba en contra de los juramentos que hacían a la hora de ingresar a la vida dedicada a Cristo. Anastasia se quedó con sed tras haberse terminado su propia agua, por lo que Christel abandonó su acción y le ayudó con el resto que le había quedado. Adoraba ver a esa pequeña y a todos los que acudían a ella, disfrutar de un día sin más preocupaciones que divertirse y ser niños.

Has sido muy amable, te lo agradezco —dijo mientras se ponía de pie, sacudiendo sus rodillas, al hábito estaba lleno de tierra. —Dime dónde puedo lavar estos vasos, y no, no es ninguna molestia —irrumpió, antes de que la joven hablara dando su negativa. —Ha sido suficiente sacarte de tu trabajo, para que ahora hagas esto, no nos costará en lo más mínimo —la niña, que se aferraba a la ropa de la religiosa, asentía con frenesí a las palabras de su tutora y sonreía, satisfecha. Las primeras gotas comenzaron a caer con bastante distancia entre sí, sin mojar lo suficiente y dejando sólo manchas en el suelo, que rápidamente las absorbía. —Lo mejor es que nos demos prisa… —murmuró, más para sí misma. Miraba hacia arriba, las nubes estaban cargadas, y el calor ya no era tan sofocante como minutos antes, la brisa fresca que soplaba, anticipando el cambio climático que traería alivio a los que padecían la alta temperatura, era una caricia para las pieles calientes y húmedas de transpiración. Nuevamente acomodó a Anastasia en sus brazos, sobre su cadera derecha. La infante ya no hacía esa mueca de terror que le había causado tanta gracia, pues había saciado su sed y se disponía a volverse a dormir. Saludó a Zavannah con sus deditos, y volvió a esconder su rostro en el cuello de Christel. Le había corrido un poco la cofia, lo que le provocó un respingo a la monja, que se apresuró en esconder el mechón de cabello rubio que comenzaba a asomarse. Rogó que la joven no se hubiera percatado de aquello, era sabido que la sancionarían de enterarse que llevaba aún su melena larga y sedosa, que no había cumplido con la obligación de cortarla al ras o raparse. Miró fijamente a su acompañante, pero no descubrió en ella ningún escrutinio ni pregunta indecorosa, lo que casi le arranca un suspiro de tranquilidad. Agradecía que el tatuaje con el nombre de su hijo no fuera visible, sólo si la veían desnuda lograrían descubrirlo, y eso sabía, era imposible.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Vie Abr 19, 2013 6:42 pm

Algo que la cambiante agradecía profundamente de aquel lugar, es que los dueños del circo, y su hijo, fueran personas completamente comprensivas, pasivas y muy amables, seres humanos que sin duda vivían rodeados de amor, y que lo regalaban sin mirar o analizar a alguien en especial. Se trataba de una buena familia que había crecido en ese mismo lugar, con aquel circo que arrancaba sonrisas, que llenaba de esperanza a las personas, y que su ganancia más que el dinero, fueran las criticas tan positivas que los visitantes les daban, claro que el dinero era necesario, era el sustento para seguir de pie, para dar de comer a animales, personas y poder tener en buen estado absolutamente todo, quizás por eso la población parisina jamás se quejaba de los precios, por el contrario, siempre lo creían demasiado barato y accesible al publico, en ese lugar se podría ver desde el sirviente más maltrecho, hasta la persona con mayor poder adquisitivo, era un circo llamativo que en muchos lados del mundo conocían, que muchos extranjeros procuraban hacer viajes, sin importar lo largo que fueran para poder asistir a las funciones. Quizás todo éxito venía de los dueños, bueno, no quizás, ella lo daba por sentado, y no, no era precisamente por el aprecio que les tenía, sino por la manera en que acogían a todos, sin importar incluso color de pie, o si se trataba de una persona parlanchina o por el contrario.

Mientras las palabras emergían de los labios de la madre superiora, la hermana cambiante de Zigmund Zöllner fue sintiendo una especie de pesadez en su interior, comenzó a sentir que era una falsa, que era una verdadera hipócrita por no revelar la verdad de lo que podía existir detrás del circo. Bueno, los dueños no lo sabían, así que no había problema con eso, ellos no hacían fraude, pero muchas de las criaturas que estaban ahí se trataban de cambiantes como ellas. Hombres, mujeres y niños que habían padecido durante su vida como humanos, que no habían encontrado otra salida más que la de hacerse de su vida animal para poder tener un techo, ella lo supo desde que dio su primer paso en aquel circo, los pudo identificar por el olor, jamás le había dicho a su hermano la naturaleza de aquellas criaturas, no porque no amara a su hermano y quisiera compartir todas sus verdaderas, todos sus secretos, más bien sabía como se las podía gastar para poder sacar de su beneficio, del de ambos, arriesgando la vida que ahora tenían esas criaturas, que aunque muchos los creían enjaulados, en realidad eran felices porque se sentían seguros. De igual forma no podía explicarle a la mujer.

- Madre, ¿usted cree que los dueños del circo con felices al verlos en esas jaulas? Mientras más crecen, ellos intentan ir poder abasteciéndose de lugares para ellos sin que se sientan tan "enjaulados - La castaña soltó una ligera risita - Antes el circo sólo contaba con actividades generadas por humanos, solo las personas eran capaces de poder presentar algo digno para que el público gozara del momento, ellos, junto conmigo, bueno yo mucho tiempo después, llegamos por nuestra propia cuenta, es cómo si quisieran de verdad permanecer aquí, se dice que los dueños del lugar los han intentado liberar un par de veces, pero que ninguno se ha querido ir, según me cuentan los payasos, a quienes se está perdiendo en este momento, ellos dicen que incluso el más pequeño de los tigres con una de sus patas cerró la jaula, y le dio una lamida a la señora en muestra de permanencia y agradecimiento - La historia era cierta, por supuesto, muchos de los empleados del lugar la habían presenciado, los mismos tigres en forma humana se habían encargado de hacerle saber, además, ella también le contaba la historia a la pequeña para que se maravillara. Los niños siempre eran felices con esas historias.

- No necesita limpiar los vasos, aquí todos tenemos actividades asignadas, por ejemplo, mientras yo estoy haciendo un espectáculo, mi hermano se encarga de la iluminación, los payasos ayudan a los acróbatas a vestirse, y los últimos a su vez maquillan a los primeros, los dueños están en las entradas, el hijo del cisquero presenta, algunos preparan alimentos en las cocinas, otros lavan los trastes - Sonríe ampliamente, saluda a la pequeña con su mano delgada y femenina - Todos trabajamos al mismo tiempo, así durante el resto del día andamos libres, podemos salir por la ciudad, tener una vida normal, nadie se queja por dos vasos extras - Se atrevió a quitarle los recipientes que con anterioridad tenían agua a la mujer, y después los colocó sobre una charola, ahí siempre se ponían los trastes que se utilizaban durante el espectáculo. - Ahora venga, no creo que desee resfriarse, ni resfriar a la pequeña, las lonas del circo son contra el agua, nadie podrá salir empapado, seguro sacaremos colchonetas para ustedes - Todo estaba completamente bien planeado y organizado en el circo, incluso si pudiera haber noche de tormenta.


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Mensaje por Christel Achenbach Dom Mayo 26, 2013 1:08 am

Si la religiosa debía ser sincera, ella no estaba de acuerdo con que los animales estuviesen encerrados. No concebía la reclusión de los seres vivos, por eso había prohibido que alguna de sus subordinadas tuviera aves o peces, y por eso le había parecido algo absurda la idea de asistir a un espectáculo brindado en un circo, pero sabía que aquello era algo que a los niños les fascinaba, y que otras hermanas también disfrutaban. Christel no sabía si había perdido el encanto por las cosas buenas de la vida o, simplemente, sus valores estaban muy por encima de lo consuetudinario. Cualquiera de las dos perspectivas la situaban en una condición en la que no sabía si decirle a la joven lo que ella quería escuchar, pues se veía muy encariñada con su lugar de trabajo, o emitir una apreciación formada ya por años de experiencia, estudios y reflexión que quizá hiriese susceptibilidades. Ampararse en la cristiandad hubiera significado no mentir y ser piadosa, cubrirse con el manto de lo que ella apreciaba como a pocas cosas, y era la sinceridad. Se recordó que no estaba tratando con una de sus aprendices, y que aquella muchacha hacía su trabajo y, seguramente, se alimentaba con lo que ganaba. Apreció que no le mordiera la mano a quien le daba de comer, y eso hablaba de que Zavannah había recibido en su educación, la caricia de una moral que había aprehendido con convicción. No cualquiera era capaz de defender a sus empleadores, y menos en una época en la que el común de las personas eran explotadas de manera inhumana, y en la que los trabajadores no tenían derechos, pero sí obligaciones. La muchacha era muy joven para ser maltratada, y se alegró de que aún quedaran personas capaces de valorar la labor ajena, y ella no solía contarse entre ese selecto grupo, pues era una mujer sumamente exigente con la congregación que tenía a cargo, y en ocasiones no le había perdonado errores, que a su criterio eran garrafales, a las inexpertas novicias, que había llorado a sus pies suplicándole perdón. "El perdón no lo otorgo yo, hermana. El único que lo regala es Nuestro Señor", había repetido cientos de veces a mujeres de las cuales ya ni recordaba el rostro, pero sus voces le retumbaban en la cabeza como ecos de un pasado de dureza. Sin embargo, y a pesar de todo, no podía decir que estuviese arrepentida de su accionar tan carente de piedad.

Los seres vivos tenemos la extraña tendencia a querer liberarnos, y cuando la oportunidad de romper con las cadenas se hace vívida, simplemente huimos. Se le teme a la libertad —y se preguntó si ella también le tenía miedo. Y recordó que la única vez que fue libre, tuvo consecuencias terribles que no sólo afectaron el desenlace de su vida personal, si no que involucró a un ser inocente y también arrastró a su familia a tomar decisiones que iban a pagar en el Infierno. —Pero Dios fue muy bueno al regalarnos la libertad, podemos elegir un camino u otro, pero siempre debemos hacernos responsables de esa decisión, que muchas veces es crucial, porque difícilmente podamos volver atrás. El vivir es un camino de ida, pequeña —aseguró y acomodó a Anastasia, que estaba profundamente dormida. Su cuerpo laxo atinaba a resbalarse de acuerdo a la posición que tomase. Christel le acarició las puntas del cabello, las refregó entre sus dedos. Tenía el pelo suave a pesar de no lavárselo con frecuencia, y reflexionó que los niños son hermosos, y es su inocencia la que los hace etéreos y preciosos, y a pesar de que a muchos en condición de calle o estado de abandono les robaban su pureza, en el Reino del Señor siempre habría un lugar para esa luz de las almas a las cuales obligaron a perderse. Era tan triste que tantos nenes y nenas fueran mancillados desde temprana edad, y la religiosa se sentía impotente e inútil ante los casos que lograba rescatar. Nunca logró sacar las tinieblas del corazón de ninguno, les dio esperanza, y con eso debía contentarse.

Se refugiaron bajo una carpa. El ruido de las gruesas gotas cayendo sobre la lona sonaba como leves estallidos, que hicieron que Anastasia se removiera. Christel pensó en la cantidad de personas que juntarían esa agua de lluvia y les ayudaría a sobrevivir sin deshidratarse. La miseria rondaba las calles de una ciudad que se esmeraba en mostrar una faceta de lujos, y la negligencia era lo único que emitía un Estado que desde hacía años estaba en constante cambio, y si bien la superiora apoyaba los cambios, se daba cuenta que las luchas en las altas esferas de poder, se reproducían negativamente en el populacho, en las personas comunes, que se veían desprotegidas por una estructura política que debía bregar por su bienestar, pero, que los abandonaba a la ausencia de dignidad. Nunca los textos habían reflejado las masas, y eso era porque a la historia la escribían los poderosos, y a nadie le importaba lo que los débiles pensaban o sentían. Ese era el motivo principal por el cual la Christel había optado por no ser una monja de clausura, eso habría significado una vida de privaciones de contacto con personas a las cuales podía ayudar, y la vocación de la Iglesia, como sierva y representante de Dios, era la de velar por la Creación, y la religiosa, como miembro de la Institución, debía continuar con el legado de Jesús, que jamás se quedó en un solo sitio, si no, que salió a predicar, a unir a los hombres y mujeres a la causa cristiana, a curar a los enfermos, a perdonar a los pecadores, él acercó a la gente a su Padre, al Padre de todos, y eso era algo que muchos olvidaban en su afán avaro de poder.

La solidaridad y el trabajo en equipo es algo que no tiene valor. Los lugares que funcionan de ese modo, siempre serán exitosos —miró de reojo a la jovencita y en su mirada se reflejaba un indescriptible vacío, ¿o era su apreciación? Como fuere, no debía ser de su incumbencia, quien necesitaba ayuda, simplemente, la buscaba —Así que tienes un hermano, Zavannah… Es lindo tener hermanos, yo no los tuve, Dios no lo quiso, pero debes disfrutarlo y cuidarlo, los vínculos fraternales son especiales, y es un lazo irrompible, por más que muchos que renieguen de él. La familia es algo hermoso, y me apena que esté tan devaluada —a ella su propia familia la había arruinado, pero eso era algo que le pertenecía al pasado. Los Von Achenbach habían hecho mucho daño, sin embargo, no era su tarea el repararlo o el deshacerlo. Christel ya había forjado su vida y sellado su destino ante Dios, Él se había convertido en lo –casi- único que necesitaba. El orar y el dedicarle su tiempo le daban el sosiego que las almas atormentadas como la suya, tanto necesitaban.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Jue Jun 20, 2013 3:59 pm

Zavannah disfrutaba demasiado de la lluvia, le parecía muy entretenida, además su parte animal siempre ronroneaba dentro de ella, se acurrucaba en una zona de su interior gozando de la brisa que recorría gracias a las gotas chocando con el suelo, y el viento lanzando gomitas contra su cuerpo. Era una sensación especial, no tenía la joven idea si le pasaba aquello a todos los demás animales, pero ella se sentía tanto en conexión con eso gracias a la madre naturaleza que no podía más que saborear de esas sensaciones tan deliciosas. Siempre había deseado explicarle a su hermano aquellos detalles, pero el joven no lo entendía por completo, siempre le decía que aquello se asemejaba a las sensaciones de estar a su lado, cosa que de cierta manera lo tomaba como un gran halago. Estar ahí, en horas de circo le hacía sentir menos presionada, y mucho menos vigilada por aquellos ojos que todo dudaban y desconfiaban, se sentía de cierta forma libre, porque no tenía que lidiar con los celos y errores que tanto ella como él cometían, era extraño que amara tanto a alguien y al mismo tiempo querer salir huyendo de su lado por el temor a sus reacciones, pero sin duda ocurría, lo imposible puede suceder, de eso ella está consiente. De igual forma no era para pensar en eso, para nada, aunque la duda crecía.

Pero entonces las cosas empeoraban, dentro de ella había miles de preguntas, por ejemplo, si era afortunada o no en tener a su hermano, y también si Dios había elegido de forma correcta al darle a alguien como Zigmund, después de todo no estaba consiente si en realidad creía en Dios. Desde que había escapado de casa, en realidad desde mucho antes mantenía una duda existencial, le tenía incluso mucha rabia, cuando lo metían a él en la platica no se sentía cómoda, ni siquiera le parecía atractivo el tema. Odiaba que mucha gente se volviera excesivamente fanática a las escrituras que habían hecho en la iglesia mucho tiempo atrás, odiaba que la gente se volviera tan estúpida y creyera que incluso los milagros estarían hechos para ellos sin ponerse a hacer nada, solo esperando el empuje de su señor, pero ella no era nadie para juzgar los pensamientos ajenos. Ese era uno de los detalles que más detestable le parecía en alguien, que deseara inculcar sus pensamientos y creencias en los demás, sin escuchar lo que había dentro de la cabeza y el corazón de otro ser humano. Aquellos que creían siempre tener la razón le parecían detestables, pero bueno, siempre había de todo.  

- A veces la familia es el peor de los tormentos, claramente no lo digo por mi hermano, pero en muchas ocasiones son incluso los padres y los hermanos quienes llevan a la ruina a las personas - Volteó a ver a la pequeña que yacía dormida entre los brazos de aquella mujer que decía amar a Dios y entregarse en cuerpo y alma para la ayuda de los demás. Bueno, al menos eso decían de las religiosas. - ¿Lo ve? A ella la dejaron, la abandonaron solo siendo una pequeña, cuando no sabe defenderse del mundo, la familia lo ha hecho, porque no tienen valores, no tienen amor por el otro, por su pequeña - Suspira y acaricia sus cabellos de forma superficial - No lo sé, pero el tema de la familia no me deja un buen sabor de boca, lo cierto es que mi hermano es una buena persona, me cuida, y gracias a él he tenido alimento, por eso no puedo quejarme, el problema es que… Nosotros tenemos secretos que quizás no esta bien ser contados, aunque no sé que tan bueno sea eso. - Suspiró y soltó a la pequeña observando por completo los charcos que se hacían frente al toldo que las protegía de mojarse más de la cuenta.

- No se preocupe por la lluvia, mucho menos por los niños, seguramente los estarán entreteniendo los payasos o los encargados, les darán pronto mantas, el lugar es seguro, así que si es necesario que pasen la noche aquí, créame, los dueños los aceptaran gustosos - Zavannah pensaba que quizás ya era mucho tiempo que había pasado lejos de su herman, no deseaba preocuparlo, pero estaba en horas de trabajo, quizás él podría entender sus distracciones, esperaba que no pensara que se encontraba con Elouan, porque de ser así seguramente tendrían problemas, discusiones esa misma noche. - Y dígame una cosa ¿qué le gusta hacer aparte de cuidar niños y estar en la iglesia? ¿Acaso no extraña algo? ¿le motiva algo? Creo que si estaremos aquí podremos matar el tiempo platicando un poco ¿no lo cree? - Dibujo una sonrisa, pero Zavannah seguía perdida en la imagen de la lluvia, en los charcos que se formaban, en el delicioso olor a lluvia, se estaba relajando, lo mejor sería para ella no pensar más en su hermano.


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Mensaje por Christel Achenbach Mar Jul 16, 2013 11:28 pm

La falta de fe que poseían las personas, era tan tangible como un jarrón. Tampoco era necesario ser muy avispado para notar que Zavannah, no era, justamente, la persona más devota. No era algo que a Christel le fastidiara, era una mujer estricta, pero no de mentalidad obtusa. Había conocido un sinfín de personas adeptas a otras religiones e, incluso, agnósticos y ateos, y siempre intentaba enriquecerse de aquellos a los que conocía. Le gustaba aprender, siempre había sido así, y las experiencias y el contacto con personas de diversas culturas, era de su agrado. Ella se hubiera sentido muy sola sin Dios, en Él encontraba un refugio y un consuelo, y, ¿por qué no?, una excusa, también. Detrás de su hábito estaba segura, estaba protegida y su halo de suficiencia y superioridad se mezclaba con la supuesta imagen de santidad que debía dar como ejemplo. Era muy consciente que estaba muy lejos de ser beatificada, pero hacía méritos para ser reconocida y ostentar el cargo que poseía. Era la Madre Superiora de la congregación más grande de la región, a su convento –pues lo sentía muy propio- asistían todo tipo de seres humanos, en busca de consuelo, de albergue o, simplemente, para poder sentir que no estaban solos. La gente estaba muy sola, era un mal que se acentuaba con el correr de los días y que se instalaba a medida que la población aprendía a vivir con él. Ella lo palpaba y lo experimentaba, y rezaba por todas aquellas almas que no encontraban sosiego en su propio corazón. ¿Así sería la jovencita?

La observó con atención, sus modos, su cadencia al hablar, y aquel brillo opaco de su mirada, que le transmitía una terrible angustia. Todo en ella era delicado, parecía estar rodeada por un pesar que le hundía el pecho y los hombros. Se preguntó si realmente era tan frágil como aparentaba, y se respondió inmediatamente con un rotundo “no”, pues su tono era firme. Al parecer, sabía lo que quería, y ese fue siempre el primer paso para la fortaleza. La niña que descansaba en sus brazos acomodó levemente la cabecita, y la distrajo de sus anotaciones mentales. Le acarició suavemente la espalda y la meció para que volviera a relajar los músculos. Suspiró, como si en su gesto acompañase a la pequeña, y Morfeo volvió a abrazar a la dulce Ana, que se dejó trasladar a su paraíso, sin chistar. Christel escuchó con atención cada frase que emitía Zavannah, y no pudo evitar sonreír de manera disimulada ante la pregunta de qué la motivaba. ¿Era tan difícil comprender que la vida consagrada a Dios era el motivo suficiente para levantarse cada mañana? A ella, en un pasado lejano, la motivaba la venganza, luego, dejó aquel sucio sentimiento de lado, y prefirió que la fe y la misericordia de Jesús, de la Virgen que vio morir a su hijo crucificado, de los Santos y de todas las entidades que conformaban a la religión, la ayudaran a dejar partir la oscuridad. Las sombras se quedaron a habitar por siempre en su corazón, pero eso no significaba que la llama de Dios no continuara titilante dentro de ella. Quizá era demasiado para que alguien que no lo sintiese fuese capaz de comprenderlo, menos con la juventud de su acompañante; quizá ni ella misma tuviese la capacidad para expresarlo en palabras.

Todos tenemos nuestros secretos, Zavannah —comentó, muy consciente de las cicatrices que le circundaban parte del cuerpo. Los castigos físicos a sus faltas humanas se habían convertido en un sostén. ¿Habría elevado su umbral del dolor? No lo sabría, pues aún, a pesar de los años, seguía empapándose el rostro de lágrimas cuando una fusta o un látigo le laceraban la espalda. —A la familia, lamentable o afortunadamente, no podemos elegirla. La gente actúa movida por el egoísmo, pero eso no significa que no sea capaz de amar al otro despojándose de él. No somos quiénes para juzgar la moral ajena, puesto que, al fin y al cabo, nadie está exento de nada —aseguró. —Mi familia no fue ejemplar, pero hizo lo que pudo, como mejor pudo, y siguiendo los parámetros para los cuales fue formada —cambió a Anastasia de posición, comenzaba a pesarle—. Es nuestra propia decisión lo que vamos a hacer con nuestra vida, no podemos pasarnos la eternidad culpando a los demás por lo que hacemos, llega un punto en que obtenemos la maduración suficiente para despojarnos de los mandatos y del escudo familiar, y tenemos la opción de hacernos cargo o no de nosotras mismas —siempre se preguntaría, sin obtener respuesta, si el haber entrado a la vida como religiosa, fue, en un principio, un modo de escaparse.

Aunque te parezca raro, no extraño nada de mi vida laica. Tuve muchas cosas a mi alcance, pero fue Dios quien me dio todo lo que necesitaba —se abstuvo de comentar que lo único que alguna vez necesitó, fue consuelo—. Hay quienes no lo entenderían jamás, pero quienes nos dedicamos a vivir la religión en cuerpo y alma, aprendemos a ver de otra manera, desde otra perspectiva. La oración es el momento más profundo que tenemos, cuando nos comunicamos directamente con nuestro Señor, pero esa es una capacidad que Él nos ha dado a todos los seres humanos. Tanto los sacerdotes como las hermanas, vivimos para Cristo, para su palabra y para servir a su creación —recordó que esas mismas palabras las había escuchado de una dulce monjita en el internado que la había albergado a lo largo de su infancia— ¿Y a ti, Zavannah? ¿Qué te motiva? ¿Qué amas? —era más alta que la muchacha, y a pesar de que su gesto, generalmente, era adusto, en sus ojos dejó ver un brillo de cordialidad.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Sáb Ago 03, 2013 3:32 pm

La mayoría de las personas creían que aquello que pasaban mal, era porque la cruz que Dios les mandaba, era la que podían sostener, siempre buscando una explicación víctima, y entrelazada con la palabra del señor. Para ella era nada más que hipocresías, ¿por qué? Pues solo creen en Dios cuando todo anda mal, pero mientras este todo bien, lo olvida, creyéndose los todo poderosos. Odiaba cuando escuchaba tanto a alguien decir que Dios lo castigaba y que a la semana que seguía le marcara que podía contra todo. Suspiró, también detestaba que le quisieran meter ideas ajenas a la fuerza, si el blanco para otros era negro, entonces bien por ellos si eso los hacía felices, para ella vivir bajo el brazo de su hermano era ley, por que eso lo había aprendido desde su nacimiento, porque fue él quien le rescató de innumerables tristezas, Dios no, sino él, y a ese muchacho le debía respeto, devoción, adoración. Si alguien le decía que eso estaba mal, entonces se las vería con su furia, porque el infierno estaba en la tierra, en ese lugar se pagaban los pecados sin necesidad de ir a un purgatorio, todo lo que se vive se paga, a veces inmediatamente, o en otras ocasiones podía tardar años, pero se pegaba.

Zavannah la mayor parte del tiempo se la pasaba con una sonrisa en el rostro, con aquella mirada llena de bondad que había hecho enamorar no sólo a Elouan, sino también lograr que sus suegros la aceptaran sin chistar, incluso producido una obsesión especial en su hermano. Su carácter era tan hermoso, tan llevadero, nadie se atrevía a llevarle la contra porque siempre creían lo que de sus labios salían. Verle tan irritable con la madre superiora era extraño, con esas raciones tan negativas, tirando casi golpes a la defensiva, pero quizás era normal, jamás en su corta había se había imaginado estar en aquella situación, descubriendo que podía ser más que la familiar de un chico, sino también su mujer, y que su interior le dictaba que eso estaba mal, pero que no podía detenerse, tampoco se imaginó estando casi por comprometerse a escondidas de Zigmund, porque seguramente él no lo aceptaría. Todo la tenía tan mal que por eso se comportaba de esa forma, y esperaba que eso no fuera contraproducente.

- Hace que todo suene tan fácil, madre - Comentó, dejando salir algunas sonrisas de sus labios, porque el dar consejos siempre podía ser sencillo, porque ver el problema desde afuera ayudaba a buscar las salidas pertinentes sin tanto lío de por medio. La chica movió su cuerpo dando dos pasos hacía el frente, debido a la carencia de luz, la falta de la luna y la estrellas por el cielo nublado, todo se había obscurecido impidiendo que pudiera notar si aún llovía, dejó salir su rostro topándose con algunas gotas de agua que le hicieron refrescarse, pero también confirmar que seguía con el mal clima. ¿Hasta cuando llovería? Algunos brujos se jactaban de poder dar diagnósticos con la ayuda d ellas energías de la madre naturaleza, pero ella en lo personal no lo creía, y por eso no dejaba que sus suegros contrataran a algún charlatán, más valía siempre esperar paciente a lo que el clima dijera, sin interrupciones o esperanzas falsas de pronósticos absurdos.

- Buenas preguntas, creo que las más interesantes que me hayan hecho - Reconoció, perdiéndose en sus propios pensamientos - Lo que me motiva es poder despertar cada día, ver sonreír a mi hermano, y repartir alegrías a todos los que vienen a vernos, ayudar a algunos compañeros, y poder hacer que los dueños del lugar sientan seguridad - Tomó un poco de aire, pues había hablado tanto que se había quedado sin él. Sonrió con torpeza, con nerviosismo, llenándose de rubor en el rostro - ¿Qué amo? A mi hermano, es la persona que más aprecio, admiro y quien más me importa - Suspiró, aunque en ese momento del amor que le hablaba era el puramente fraternal, ¿había personas que amaran de esa forma a sus hermanos? Porque ella había escuchado historias donde algunos familiares se dejaban de hablar por simples caprichosos. - Es lo más importante a la fecha - Se encogió de hombros ¿ella la entendería?


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Mensaje por Christel Achenbach Vie Nov 29, 2013 10:18 am

Deseó, realmente, que todo fuera fácil. Contrajo su boca en una mueca que la falta de luz escondió. Podía sentir la humedad penetrándole por el calzado, la tierra absorbiendo la lluvia lentamente, sus pies enfriándose. Movió los dedos suavemente, que se aprisionaban dentro de las medias. Apretó contra su cuerpo a la pequeña, que seguía inmersa en un profundo sueño. No mostraba indicios de estar pasando frío, y agradeció la capacidad que Dios le había dado a los seres humanos de transmitir calor. Con el dedo índice delineó el rostro redondo, aún estaba en la edad en que tenían los cachetes regordetes y suaves, la naricita todavía seguía siendo un botón. Anastasia tenía las pestañas más largas y arqueadas que había visto en su vida, le sorprendió que fuese la primera vez que reparaba en ellas, siendo que hacía tiempo ya que la conocía. <<Siempre quedan cosas por descubrir>> Y su mirada pasó a la Zavannah, que se había asomado a pispear el clima. Cuánto le faltaba a aquella jovencita que estaba abriéndose al mundo como un capullo en primavera, que recién sus pétalos comenzaban a mostrarse y encantar a quienes posasen sus ojos en ella.

Nada es fácil… —susurró para ella, mientras regresaba sus orbes a la infante. Para Anastasia tampoco lo sería, su situación no auguraba un futuro más prometedor que ser lavandera o sirvienta, y el destino de muchas de esas niñas eran convertirse en las rameras de sus patrones; otras, terminaban dentro de un burdel de mala muerte, muriendo a causa de un parto complicado o asesinada por el loco de turno que nunca faltaba y se cobraba la vida de alguna que otra prostituta, hasta que, finalmente, era atrapado y ajusticiado al mismo tiempo. Un instinto posesivo se apoderó de ella, cerró los dedos de una mano, apretando sus uñas cortas y prolijas contra la palma. Ella no podía permitir que esa nena acabase así. Prometió buscarle un hogar, alguna familia de clase media que no pudiera tener hijos y que la acogiese en su hogar como propia, como un retoño fruto de la solidaridad y el amor.

La espalda comenzaba a dolerle, y buscó algún sitio donde sentarse. Descubrió un cajón de madera a un costado, lo suficientemente alto para que sus pies se despegaran del suelo. Aprovechó la distracción de Zavannah y se sentó con destreza. El movimiento hizo que Anastasia abriera los ojos, en embargo, un suave siseo de Christel le arrancó una leve sonrisa y la regresó al mundo de los sueños. Las palabras de la muchacha la hicieron reflexionar, las escuchó con atención –tal cual era una de sus grandes virtudes-, con todos sus sentidos puestos en ella. Había algo en su discurso que a la religiosa le hacía ruido. Cuando finalizó, descubrió qué era lo que realmente le sonaba tan extraño, tan rebuscado. La llamó en voz baja y con su mano golpeó suavemente el sitio a su lado, invitándola a tomar asiento junto a ella. Espero a que se acomodase, con la vista fija en algún punto en el extremo opuesto de la carga.

¿Y cuándo piensas en ti, pequeña? —preguntó sin observarla, pero por el rabillo del ojo analizó su rostro— De todos los momentos del día en que repartes alegría, en que buscas ayudar a los demás, atender y venerar a tu hermano, ¿en cuál de todos esos encuentras un ínfimo espacio para dedicarte a ti? Cepillarte el cabello, coserte un vestido, buscar dentro de ti algo que no implique a los demás, sino, a ti y nadie más que a ti —era una verdadera controversia que ella, que pasaba su día al servicio de Dios y de los demás, reprodujese esas palabras— En ocasiones, es necesario ser egoísta para poder ser feliz. Dios no condena a los que piensan en sí mismos, si en ese camino no dañan a los demás. Y con esto no quiero decir que no te dediques a complacer a quienes quieres, sino, que pienses en lo que realmente te hace feliz individualmente. Sería muy triste abocar tu existencia al cuidado del prójimo y que, en el lecho de muerte, te encuentres con que no hiciste nada para cuidarte — ¿Ese sería su triste final? —La primera persona necesaria en la vida de una, no es nadie más que una misma. Si no te tienes, si no te encuentras o si te pierdes en el camino, de nada vale que llenes al otro de amor, si en tu pecho terminas sintiendo la falta del amor propio que, al fin de cuentas, es lo que nos mantiene incólumes ante las vicisitudes —Christel se preguntó si algún vestigio de ese sentimiento aún seguía latente en su corazón.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Jue Dic 05, 2013 6:36 pm

Su instinto animal siempre le ponía a la defensiva, incluso más de lo normal cuando se trataba de desconocidos, para ella, si alguien le daba un consejo debía de ser porque lo llevaba a cabo, el problema radicaba cuando no tenía idea de si lo hacían o no porque a penas y tenía idea de como respiraban. La cambiante se dio cuenta que la monja no hacía lo que decía y por eso su irritabilidad había incrementado un doscientos por ciento. ¿Cómo se había dado cuenta? Sólo bastaba tener un poco de sentido común, si profesión se destinaba al servicio de Dios por encima de todo, y de todos. Sus brazos refugiaban a una niña, aunque ella seguramente haría lo mismo, no habría manera de cubrirse propiamente. Su tiempo de “ocio” lo invertía llevando niños necesitados a los circos que llegaban al pueblo. No, ¿quién se creía ella para decirle qué hacer o como emplear sus minutos en el día? Nadie, eso le ponía de mal humor, lo sentía hipócrita.

- No se ofenda, pero usted no conoce en general mi vida como para decir si pienso o no en mi - La chica sabía cuando tenía un momento de reflexión, o cuando simplemente los momentos no se dan. - Existen horas de tiempo muerto donde ni siquiera mi hermano interviene, simplemente le estaba aportando lo más importante, lo que me hace feliz, sino me hiciera feliz o no pensara en mi a través de esos ojos casi idénticos a los míos, creo que no lo contaría, por lo regular los seres humanos cuentan más los momentos dulces, muestran la cara buena, no la desgracia - Le aclaró. Era verdad que ella compartía parte de su vida, pero no por eso le estaba dando el permiso para opinar o involucrarse más, en ocasiones es necesario simplemente tener un oyente, los consejos incomodan cuando no se buscan, como en ese momento.

Zavannah se dio cuenta que en su interior el tigre junto con el gato estaban molestando, los animales cuando la veían anteada buscaban salir para hacer frente y defenderla, eran ella, parte de ella, pero siempre la defendían, como si se tratara de guardianes listos para ondear su espada, correr y entregar su vida para mantenerla a salvo, feliz. Quizás la cambiante no entendía lo que la monja quería decirle por una cosa muy clara: su hermano la manipulaba. Ella no podía notar todas las desventajas del no escuchar, se le debe entender, su problema es que sólo conoce un estilo de vida, incluso una religión, como si el hombre que lleva su sangre fuera su Dios; desvió la mirada de tal manera que la mujer no le vería el rostro, así separó sus labios formando una magnifica y estética O, de ese modo tomó aire para relajarse. ¿Por qué reaccionaba así? No quería que la mujer le viera como una malagradecida por las atenciones.

- Creo que a usted le enseñaron de forma distinta a ver la vida, es decir, encontrarse en una iglesia a una mujer le da más ventajas, las escuchan, las respetan porque van en buen camino, sin embargo, las mujeres que pisamos la tierra, debemos no pensar demasiado en nuestra felicidad, sino en quienes nos mantienen, los hombres, quienes nos dan techo y el privilegio de hacernos su mujer, creo que eso lo tiene claro, está sociedad no nos da tiempos de soledad, sino de estar siempre alerta - Se encogió de hombros, su rostro se movió lentamente para volver a tener la mirada femenina con la suya. No duró mucho tiempo en verla, porque luego observó a la pequeña, ¿algún día tendría un pequeño o cuna pequeña?Quizás no, o quizás si, aunque la persona con quien lo tuviera probablemente no llegaría, porque su hermano se ponía demasiado exigente, es más, no dejaba que nadie la viese, aunque fuera “alguien digno” de forma social. ¿Su hermano sería el padre de sus hijos? La idea le hizo sentir calor y al mismo tiempo terror. No, la madre no tenía porque saber más. Nada más.


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Mensaje por Christel Achenbach Dom Dic 29, 2013 11:33 pm

Por un segundo, le sorprendió la reacción de la joven. Luego, simplemente, la comprendió. Cuando alguien se sentía agredido y respondía de una manera poco ortodoxa ante una simple –y más que obvia- sugerencia, era porque en su espalda cargaba con algún pesar poderoso, más poderoso que la capacidad de buscar en su corazón algo más que aquello que las palabras expresaban en su superficie. La pregunta de Christel había sido bienintencionada, le había parecido que detrás de aquella máscara de servicial comportamiento, se escondía una joven que deseaba salir al mundo a mostrar sus bondades, más allá del encasillamiento que significaba el atender a los demás. Y por más que ello significara una caricia al alma, pues no había nada más valioso que provocar una sonrisa en un ser querido, no dejaba de ser una manera de ocultar los propios intereses, las propias ideas. Muchas jóvenes temían a sus pasiones, el verticalismo de la sociedad dictaba que una muchacha que se juzgara como decente, debía nacer, vivir y morir bajo el yugo del silencio y de la represión. Una Christel adolescente había desafiado los dogmas, los mandatos, y se había lanzado a vivir un amor que la condenó a una vida de reclusión y soledad. Jamás pensó en las consecuencias de sus actos, y muchas veces se había cuestionado y castigado por sus decisiones, pero cuando en sueños la atacaba un recuerdo, aún vibraba como la primera vez. Muchas gotas de sangre le había costado el aprender a no responder con un ataque.

Descuida, Zavannah, hace mucho tiempo que no me ofendo por algo que dicen las personas. —era cierto. La religiosa había sido una niña muy susceptible y sensible, le había afectado mucho lo que las personas dijeran o hicieran, y había sufrido los típicos desengaños que provoca la ingenuidad. Pero los golpes la habían vuelto resistente, y gran parte de su fortaleza, se la debía a Dios. Él la había abrazado en los momentos de debilidad, y le terminó marcando una vida de servicio hacia el prójimo, de ayuda al más necesitado, y de constante desafío al pecado, tanto propio como ajeno. Sabía que era tan débil ante las tentaciones como cualquiera, pero se había preparado por muchos años para vencerlas, sortearlas, esquivarlas, y con ello, también había aprendido a no detenerse demasiado en el decir ajeno, pues cada ser tiene su propio mundo, y ella demasiadas ocupaciones en el suyo. —Y también hay muchas personas que eligen callar.

A Christel le causó cierta gracia, aunque se esmeró en no demostrarlo, la visión idílica que la jovencita tenía del rol de la mujer en la Iglesia. La mujer era mujer en cualquier ámbito, eran los hombres los que dominaban, lo venían haciendo desde hacía siglos, y más en estructuras tan antiguas como lo era la que regía la religión universal. Evidentemente, su atención estaba puesta en sus más profundos sentimientos, en sus emociones más ocultas, pues no era eso lo que la religiosa había intentado decirle. Pero no se inmiscuiría en cuestiones de interpretación, los seres humanos tienen libertad de pensamiento, hasta aquellos más esclavizados tienen su mente para volar, y no sería Christel la que le pusiera freno a la imaginación de la muchacha. Lamentó profundamente que Zavannah pensara de esa manera, veía potencial en ella, como si en su interior ocultara algo que le abriría las puertas a un mundo mejor, pero había sido moldeada tal cual a las demás, por más que viviera arriba de un escenario, no podía escapar a lo que le habían enseñado.

Conozco mujeres que se mantienen solas, que mantienen a sus hijos. Son las menos, y les cuesta el doble que teniendo un hombre al lado. Pero la felicidad depende de lo preparado que esté el corazón para recibirla, y puedes tener todo lo que te han dicho que te corresponde, y eso jamás te completará. No hay vida más solitaria que la de la mujer, hay mucha soledad en nuestro camino, estamos destinadas a ella —inhaló una bocanada de aire fresco que se coló por la ventisca. Era refrescante. No pasó por alto el rubor que tiñó las mejillas de la joven, el leve temblor de sus pupilas. Algo la había movilizado. —Y los hombres… Ellos tienen las ventajas, pero son quienes son gracias a sus esposas. ¿Qué sería de la vida de los nobles o de los políticos sin una mujer que los esperase en casa? El hombre no ha sido hecho para la soledad, no puede soportarla, lo enloquece. Te sorprendería ver la cantidad de hombres caídos en desgracia porque perdieron a sus mujeres, sea por el motivo que sea. Cuando te cases, serás tú quien apuntale a tu marido, quien lo posicione; si él no te tiene a ti, ya sea porque eliges no amarlo o no apoyarlo, tarde o temprano, terminará desquiciándose. Y te preguntarás qué sabe una pobre monja como yo sobre eso. Mucho más de lo que crees. —volvió a cambiar a Anastasia de posición. Los músculos de los brazos ya le temblaban de sostenerla. Rezó para que tanto la niña como la artista, consiguieran quien las sostuviera sin titubear.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Vie Ene 03, 2014 10:04 pm

Quizás haya sido sólo su hermano, la sociedad, o la vida misma quienes le han enseñado que el mundo gira alrededor de un hombre. No lo sabe con exactitud, pero desde que es muy pequeña sabe que ellos mandan, que ellas obedecen, que no hay vuelta de hoja. No le molesta aceptarlo, es la cruz que deben de cargar por siempre y para siempre. Para su mala suerte ella no sólo debe de cargar con un hombre con el cual casarse para incrementar sus riquezas, sino con un hombre al cual no le puede decir un no. Es su hermano, sangre de su sangre, nacieron del mismo vientre, la protegió desde el primer momento en que la vio, y claro, logró que ella se alejara de ese destino cruel que no quería. ¿Cómo tener la cara para negarle algo o darle la contra? Sería una mujer mala, una que no obedece los estatutos de la sociedad, tampoco el del respeto a la familia, y sería peor aunque que no cuidara lo que desde su primer aspiración, dio todo por ella.

Zavannah volvió a escuchar con atención cada palabra delicada que la superiora le otorgaba. Cuando aquella mujer abría la boca para dejar la dulce melodía de su voz, la cambiante sentía mucha paz dentro de su corazón, mejor aún, que se relajaba, y cuando la mujer hablaba demasiado, ella lograba sentir que era perdonaba, que Dios la abrazaba y le decía que estará libre de todo pecado. Aquel don que tenía la religiosa le hubiera gustado que su hermano lo poseyera, así cada paso que uno de los dos llegaba a dar, no la harían sentir culpable, muy por contrario, la animarían a seguir viviendo. Lamentablemente la cosa no era así, tenía que conformarse con la mirada fría de un hombro que sabía como manipularla y hacerla sentir peor. ¿Qué pasaría entonces si los papeles se revirtieran?

- Entonces, quiere decir… ¿Qué yo, como mujer, podría hacer entender a esa persona que está detrás de mi? - Hizo una mueca, mostraba inseguridad. En todo su tiempo de vida, Zavannah había seguido las instrucciones que su hermano mayor le daba, él siempre decía que hacía lo mejor para ella, que buscaría su bien, últimamente se daba cuenta que quizás sólo era el beneficio del varón, ya que le espantaba a todos los pretendientes, pero también a los amigos, incluso no la dejaba acercarse demasiado a las señoritas que trabajan en el circo. Según su hermano, ellas podrían ser una mala influencia, sacarla del camino del bien. Una gran exageración para la joven, quien creía que sus buenos valores no se irían al caño por tantas pendejadas. - Jamás había visto las cosas de esa manera, quizás sea porque confío tanto en esa persona que me deje llevar… - Se dio cuenta que su hermano no era nada sin ella, el mismo se lo decía dándole señales.

- A veces es más fácil decir, ¿no lo cree, madre? - Sonrió volteando a verla a los ojos - A veces creo que no tengo tanta libertad de mi misma como yo quisiera, duele, mucho - Las verdades salían a la luz, no le dolía ya decirlo, no le aterraba tener que mostrarle al mundo lo malo que estaba ocurriendo, porque si Dios lo sabía entonces ¿por qué tenía que temer de todos los demás? La sociedad siempre juzgaba, lastimaba, destruía. La cambiante ya estaba cansada de todas esas cosas, necesitaba liberarse, poder dejar de depender tanto de alguien que sólo se miraba a él. ¿Su hermano sabía de su color favorito? ¿De su comida favorita? ¿De su acto predilecto en el circo? No, él no sabía nada. Era un egoísta que la deseaba a ella, para su placer. - Ojalá pueda poner esta lección en pie pronto - Masculló decidida a hacer de su vida lo que su corazón y Dios le permitieran.


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Mensaje por Christel Achenbach Sáb Ene 11, 2014 4:54 pm

El percatarse de que Zavannah era la clase de joven con la cual debía ser cuidadosa a la hora de expresarse, le sirvió para llegar a ella. Christel tenía dos virtudes –o defectos, todo depende del cristal con el que sea visto- muy específicas: sabía llegar al corazón; y también sabía destruirlo. No era una mujer dulce, encantadora, una hermanita tierna de la congregación. Sus subordinadas le tenían tanto respeto que rozaba el pánico. Nada de lo que ocurriese dentro del Convento escapaba de su observación. Nadie sabía cómo, pero ella se enteraba de todo lo que ocurría, hasta muchas pensaban que era alguna clase de criatura extraña que leía la mente. No, la superiora leía las miradas, los gestos; había vivido lo suficiente para poder reconocer la mentira y la verdad, la bondad y la maldad, el dolor y la alegría. Cuando una novicia entraba en la congregación, era sometida a una serie de miradas inquisitorias y cuestionarios personales, en la que era probada su moral y sus buenas costumbres. Achenbach permanecía sentada en su escritorio, la aspirante frente a ella, y sus dos más allegadas eran las que preguntaban, y Christel la que miraba. Sus orbes se clavaban en el rostro nervioso y transpirado de la novicia, estudiando cada detalle, la posición de su cuerpo, el movimiento de sus manos, todo, absolutamente todo. Esa era la prueba de fuego, allí la superiora decidía si esa persona le caía bien o le caía mal. Pero a pesar de su dureza, era muy justa, y lo personal jamás se mezclaba con su labor.

Anastasia, tras varios movimientos, terminó despertándose. Se desperezó en los brazos de Christel, y le sonrió a ambas féminas con ojitos hinchados. Se los restregó y le pidió a la monja que la bajase. La niña caminó hacia la puerta, y se acuclilló para ver la caída de lluvia. La religiosa volteó su vista para seguir escuchando a Zavannah, pero sin perder del campo de visión los movimientos de la pequeña. Esa era otra de sus capacidades, la de poder hacer varias cosas a la vez. Quizá por ello ostentaba un título como el suyo a tan corta edad, cuando muchas Madres Superioras eran ancianas decrépitas y arrugadas, que estaban en el ocaso de sus vidas. Gran cantidad se había pronunciado en contra de que Christel sea ascendida a un puesto de tanta importancia, alegando que aún no había sido suficiente el tiempo dentro su congregación, para que ya tomase un cargo de alto rango; pero tenía otras a su favor, y su disciplina e incorruptible fe terminaron jugando a su favor. Sabía de su capacidad para incidir en los demás, y Zavannah no quería que fuese la excepción, no se cansaba de repetirse que aquella muchacha tenía en su interior algo que la hacía diferente, algo que podía llevarla lejos.

Pequeña, tu como mujer puedes hacer lo que desees, salvo emitir tu opinión públicamente. Las mujeres actúan tras bambalinas, en el lecho nupcial son consultadas por sus maridos; ellos necesitan su aprobación, más que cualquier otra cosa —aseguró con seriedad, como si estuviera exponiendo ante sus subordinadas— No está mal confiar, no puedes ir por la vida viendo fantasmas donde quizá no los hay, pero debes ser prudente. Prudente. —remarcó. Le tomó una mano y la encerró entre las suyas. —Escucha Zavannah, no estoy planteándote una revolución, no quiero que por éstas palabras decidas desviarte del buen camino; simplemente, es una manera diferente de ver la vida.

Siempre es más difícil decir. Pero en el aplicar está la fortaleza —tras darle un leve apretón, la soltó lentamente— Puedes ser libre aquí —con el dedo índice le tocó la cabeza— Y aquí —apoyó, escasos segundos, su palma en el pecho de la muchacha— Toma el tiempo que necesites para reflexionar, para asimilar éstas ideas, no te enloquezcas. Alguien, hace mucho tiempo, me enseñó lo que era la libertad —en su voz no había nostalgia, tampoco añoranza. Aquello le pertenecía a otra vida, un pequeño instante de plenitud, en una vida de rigidez y moral intachable. —Es una enseñanza que perdurará en mí para siempre. Dios, a pesar de lo que muchos creen,  es libertad. Él nos ha puesto aquí y nos da las opciones de qué hacer: el bien o el mal. Cada uno elige. Llegará un momento, Zavannah, en el que deberás elegir qué quieres hacer con tu vida, y luego habrá otro tan o más crucial. Y debes estar preparada para ello —un trueno coronó la frase final.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Vie Ene 17, 2014 1:04 pm

La gatita en su interior dejó de rasgar. Por el contrario, movía su cabecita dejando que su pelaje fuera quien acariciara a la humana. Entre ellas había una conexión grande, eran uno mismo si, pero pensaban de forma separadas, una en ocasiones se dejaba llevar más por su instinto. La minina se sentía más tranquila al notar que la joven tenía esperanza, probablemente no toda la vida tendría la mirada masculina de su hermano detrás de su espalda. Incluso su animal interior se sentía aliviado con eso, pero ambas se sintieron fuertes e invencibles al notar que quizás lo que la superiora decía era cierto. Zigmund se había pasado una vida fingiendo que la protegía de las desgracias del mundo, la realidad es que sólo la estaba encerrando de la verdad para poder tenerla sólo para él. Muchas vendas de los ojos, incluso demasiadas cadenas que apresaban su cuerpo se deslizaban sin obstáculo alguno, la estaban dejando respirar.

Observó las gotas de lluvia que a cada momento caían con más fuerza, el sonido del agua chocando contra la tierra incluso molestaba, para ella era como música, y un buen tranquilizante, cuando era pequeña su madre le contaba que el agua que caía del cielo eran bendiciones que Dios enviaba no sólo para una buena cosecha, sino también, para ayudar a los seres humanos a dejar ir sus dolores. Sus pecados; lo primero que hizo la joven fue estirar una de sus manos para sentir la frescura de las gotas que caían contra su piel, después la acompañó la otra, una pierna, y por último todo el cuerpo se dejó abrazar por la fresca sensación de ese liquido vital. Cerró los ojos dejando que la transparencia chocara con su rostro cuando lo alzó. Se notaba bien, se notaba tranquila, en paz. Lo que hace mucho tiempo no experimentaba.

- Es ahí dónde se debe pensar más de una vez ¿Cómo sabemos cual es el camino correcto? ¿Cómo saber si desviarnos de la ruta permitida no era parte de nuestro destino? - Zavannah se dio la vuelta para poder observa a la superiora. Su expresión era tranquila, incluso en sus ojos se notaba la gratitud que experimentaba para con la mujer - Las palabras que llegan son señales, todo lo que aparece en nuestro camino lo es, se deben de tomar en cuenta, no se pueden dejar pasar sólo porqué si ¿se da cuenta? Debo aprender tanto, al igual que ponerlo en practica, eso me ayudaría mucho a liberarme, pero también a saber lo que quiero - Sus manos se abrazaron con la ayuda de los dedos entrelazados. Las colocó a la altura de su regazo. - Sólo quisiera poder equivocarme y darme cuenta que tengo la fuerza para volver a ponerme de pie - Se encogió de hombros de forma inocente.

- ¡Zavannah ven acá en este momento! - La voz de su hermano sonó incluso más alta y fuerte que los truenos mismos que se hacían acto de presencia en aquella noche nublada. La joven cambiante sólo cerró los ojos por el grito, al mismo tiempo los volvió a abrir y miró a la superiora con expresión de disculpa.

- Lo siento tanto, pero debo irme, mi hermano me llama - Tragó saliva de forma disimulada. ¿Ahora que había hecho mal? ¿Por qué estaba enojado? Ella había hecho todo lo que él le pedía. No era posible que tuviera ese humor, sin embargo no se movió, observó a la mujer en momento más - ¿En qué iglesia se encuentra profesando? Me encantaría poder visitarla en algún momento - Y también a la pequeña Anastasia que la miraba con los ojitos hinchados dada la pequeña siesta que había tomado minutos atrás.


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Mensaje por Christel Achenbach Mar Feb 11, 2014 8:45 am

El vendaval aminoraba su furia, y la religiosa no pudo evitar asociarlo con la joven a su lado. Dentro de ella podía ver las tormentas que se desataban, las emociones que azotaban su ánimo, y los cambios que se producían. No le cabían dudas de la extraña naturaleza de aquella muchacha, y tampoco de la bondad que envolvía su corazón, como un suave pañuelo de seda. Pero la seda también era una tela frágil, y podía rasgarse con facilidad. Rezaría para que eso no ocurriera con la luz de Zavannah, ella podría lograr grandes cosas, sólo debía aprender a aprovechar todos sus atributos, entre los cuales se encontraban aquellos huracanes que despertaban dentro suyo, que poseían un origen que debía valorar y dirigirlo hacia el bien. El mundo estaba plagado de seres que direccionaban sus dones hacia la desviación y el pecado, y en nada contribuían a una humanidad cada vez más contaminada por la avaricia, el individualismo y la violencia. No sería ella quien formase un ejército de almas buenas para que sembrasen la semilla de la caridad, pero al menos, podía ayudar a germinar pequeños brotes en corazones dispuestos a recibirla, y eso hacía. Aquello formaba parte de la evangelización, la principal labor de los cristianos sobre la Tierra. Así vivía y así enseñaba a vivir.

La lluvia amainó del todo, era hora de partir. Pero la voz masculina se adelantó al llamado, y la despedida debió acelerarse. Lamentaba los cambios abruptos, y distinguió el cambio en el brillo de aquellos peculiares ojos. Zavannah era dominada por su hermano, y rogó que aquel joven velara por su bienestar y no la creyera su posesión. Seguramente la vendería a un buen postor, cualquier hombre habría dado parte de su fortuna para poseer una joya joven y encantadora como era la muchacha, y no le cabían dudas que el hombre de la vida de su compañera, sabía a la perfección la clase de mujer que era. Sacaría su tajada de aquello. Sintió pena por la posición de objeto en que las señoritas eran ubicadas, pero estaba segura que Dios escribe recto sobre renglones torcidos, y a la adorable Zavannah le llegaría, alguna vez, la posibilidad de probar el néctar de la felicidad, el sabor dulce de la plenitud. Nadie podía morir infeliz, nadie podía morir con el alma esclavizada y maltrecha. Su tren ya había pasado, pero lo había aprovechado, por más tristes que hubieran sido las consecuencias del acotado viaje.

Nunca sabremos si hemos tomado el camino correcto, creo que sólo al final de nuestras vidas, en el ocaso de nuestra existencia, antes de nuestro último aliento, sabremos si hemos hecho las elecciones correctas o no, si el camino tomado nos llevó hacia donde deseábamos o partimos de éste mundo con la convicción de que en el Paraíso seremos recompensados —se sacudió el atuendo a la altura de las rodillas— Mientras tanto, debemos vivir con responsabilidad y a sabiendas de que caeremos, y estoy segura que encontrarás la fuerza para ponerte de pie y seguir andando, debes confiar en Dios y en ti, y hallar en tu interior aquella motivación que te ilumine, sólo así saldrás adelante. Si alcanzas lo que deseas, si hay un instante en tu vida que te sientes en la cima y sabes que quedará grabado, puedes tener la seguridad de que todo ha valido la pena —estiró su mano para darle un nuevo apretón—. Estoy segura que lo conseguirás, pequeña. Dios todo lo ve —y le dedicó lo que a pocas personas les regalaba: una leve sonrisa.

Ve con tu hermano, no queremos un problema —le palmeó un hombro— Si quieres hablar, encuéntrame los martes por la mañana en la parroquia de la Santísima Trinidad, al sur de la ciudad, en la zona periférica. No hay otra por esos lares, la encontrarás con facilidad. Allí también está Anastasia, le agradará verte de nuevo —para confirmar las palabras de Christel, la niña asintió y se asió de su falda— Que Dios te bendiga, Zavannah, ha sido un verdadero placer conocerte —ella también se dispuso a partir. Un trueno anunció que pronto volvería a desatarse un aguacero, y tenía intenciones de volver con los niños antes de que ello sucediera. Tomó la mano de la nena, le dirigió una última mirada a la joven, y salió al exterior, no sin antes tomar en brazos a Anastasia, que se hundiría fácilmente en un charco de barro de ir caminando. Christel oró todo el camino para que el alma de la nueva conocida encontrara sosiego y respuestas, y para que sus palabras le hayan hecho un bien.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Lun Feb 17, 2014 9:35 am

La furia de su hermano llegaba a intimidarla incluso muchísimo más que la combinación de los rayos abrazando a los truenos aquella noche. La cambiante sintió estremecer cada parte de su cuerpo, incluso los vellos de su nuca se erizaron. ¿Por qué se enojaría Zigmund de que estuviera teniendo una charla con una religiosa? No lo veía coherente, es decir, la madre no le haría nada malo, sólo le daría una platica sobre lo que era o no correcto. ¡Esa era la verdadera razón! ¿Para que mentir? Ella resultaba un poco manejable, demasiado manipulable, cualquier palabra podría ocasionar un efecto secundario que a aquel con su misma sangre no le agradaría. Si ella estaba cediendo de a poco, quizás se volverá a cerrar y  nunca se entregaría a su hermano cómo él tanto deseaba. La pobre cambiante se encontraba tan confundida.

Su mirada se perdió, observaba la silueta borrosa de un hermano que esperaba con ansias, los brazos de Zigmund estaban en forma de arco, las muñecas a sus costados, a la altura de la cadera, su pose urgente indicaba que de gritar de nuevo, no la esperaría ahí, parado, sino que daría grandes zancadas, le tomaría de los brazos y la conduciría hasta su remolque para verla cambiarse de ropa, le secaría el cabello, la acomodaría entre las sabanas y también se adentraría con ella, la abrazaría, la colocaría contra su pecho y le ordenaría dormir; suspiró volviendo a la realidad. Ni siquiera había prestado atención a lo que la mujer terminaba de decir, sólo asintió, le sonrió y siguió divagando unos momentos. Sólo la volteo a ver de nuevo cuando le ofreció una nueva charla. La iría a buscar, de eso no había duda.

- Si el mal tiempo se aligera, es muy probable que mañana asista a la Iglesia para poder hablar con usted, además de que las miradas de este lugar no me gustan, y no deseo que nadie escuche lo que tengo que decirle, mis confesiones sólo serán con usted, pero quisiera pedirle algo – Dio dos pasos hacía adelante, si su hermano veía que empezaba a caminar se tranquilizaría, no le presionaría porque notaría que estaba despidiéndose, cumpliendo sus mandatos – No quiero que me hable como religiosa, no del todo, deseo a una amiga – Una de las cosas que más añoraba y le faltaba eran las amistades. No hombres, eso sería imposible de tener tomando en cuenta la sobreprotección de su hermano, pero si mujeres que pudieran escucharla, no juzgarla, estar ahí cuando más se necesitaba, sin tener que recurrir a una religiosa por desesperación.

- Nos veremos entonces, Anastasia, llevaré a un par de amigos para poder darles un nuevo espectáculo – Muchos de los cambiantes que se encontraban en aquel circo, aunque estaban felices en él, deseaban poder ver otros rostros, todos, incluida ella, amaban la inocencia de los niños, poder darles un poco más de alegría estaría bien, más si se le permitiría ver a la Madre sin que su hermano pudiera intervenir.

- Nos veremos pronto, Madre – Hizo una reverencia, avanzó con tranquilidad y al poco tiempo se encontraba entre los brazos de su hermano caminando al remolque, así mismo cómo lo había imaginado, la única diferencia es que la abrazaba; la cambiante jamás olvidaría ese encuentro, tampoco esas palabras que le movieron el corazón, que le indicaron que podría tener un futuro distinto, lejos de su hermano.


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