AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Oscuro circo de madera [Privado]
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Oscuro circo de madera [Privado]
1798, Paris, Francia
Ella había nacido en aquel lugar, creció ahí también, solo conocía ese sitio, de modo que cualquier cosa que pasase fuera era casi completamente desconocido para ella, sus ojos se abrían grandes tratando de ver más allá de los barrotes durante la noche, lo único que alcanzaba a distinguir por aquellos tiempos eran los ojos brillantes y salvajes de las demás bestias que compartían aquel peculiar hogar, debajo de sus pies sentía claramente el tacto de la paja en la que se acurrucaba cuando no había función.
Los barrotes ya no eran una prisión por muy fríos y gruesos que fuesen, pues cuando no se conoce la libertad no existe modo de que el individuo sufra por la falta de ella, nadie se quejaba, nadie más aparte del pequeño payaso, quien lloraba y lloraba cada noche llamando a una cosa llamada mamá a la que una vez sacaron al sol para que se la comiera toda, quizá, Atriella pudo haberla comprendido de no haber sido porque no conocía esa cosa a la que payasito nombraba “mamá”
A pesar de todo las bestias notaban como el ambiente comenzaba a cambiar conforme el las noches pasaban, la música en el circo se escuchaba más fuerte cada día, las algarabías cuando su acto daba comienzo aumentaban debido a que el público enmascarado parecía reproducirse como la suciedad, ella no estaba tan acostumbrada a los grandes públicos, tenía 12 años y solo tenía un pequeño acto antes de la bailarina principal aunque esta no parecía haberse sentido muy bien desde hacía un tiempo, tenía una pequeña cría de tres años, con el cabello como el de Atriella y los dueños decían que era du “hermano”. Aquel año fue su primer baile de pareja con un peso pesado.
Ahora era la bailarina principal en un acto de tres estrellas, bailaba para los grandes, mucha gente iba a verla pidiéndola para los actos privados, aquellos en donde la hiena se encargaba de entretener a su público privado dejándolos a todos más que satisfechos, los bailes eran más concurridos conforme llegaba aquella época del año, las noches en las que los peso pesado y los pesos ligeros se juntaban en una danza macabra en a la cual solamente los miembros más distinguidos de la concurrencia que visitaba el circo.
No conocía a su pareja de esa noche, el baile era secreto, el acto seria improvisado, las armas serian desconocidas y los pasos nacerían con la música, nuevamente sus ojos buscaron a lo lejos en la oscuridad, el acto aun no comenzaba sin embargo una curiosidad extraña nacía dentro de ella, la bestia de esa noche sería más grande que con las que normalmente compartía el escenario, eso era inusual pues normalmente las bestias tenia cuerpos compactos, rápidos y resistentes, aun siendo pesos pesados.
Afilo los ojos cuando la sacaron de la jaula tirando de la cadena que le aprisionaba el cuello, era el comienzo de todo, ya había llegado el tiempo, cuando salió al escenario lo primero que sintió fueron los gritos empedernidos de los elegantes hombres enmascarados en la gradas, una capa verde había cubierto el sonido desde afuera, ella lo sabía porque había salido una vez durante los juegos, pronto sabrían quiénes serían sus contrincantes de baile, y quien sobreviviría a la danza mortal.
Ella había nacido en aquel lugar, creció ahí también, solo conocía ese sitio, de modo que cualquier cosa que pasase fuera era casi completamente desconocido para ella, sus ojos se abrían grandes tratando de ver más allá de los barrotes durante la noche, lo único que alcanzaba a distinguir por aquellos tiempos eran los ojos brillantes y salvajes de las demás bestias que compartían aquel peculiar hogar, debajo de sus pies sentía claramente el tacto de la paja en la que se acurrucaba cuando no había función.
Los barrotes ya no eran una prisión por muy fríos y gruesos que fuesen, pues cuando no se conoce la libertad no existe modo de que el individuo sufra por la falta de ella, nadie se quejaba, nadie más aparte del pequeño payaso, quien lloraba y lloraba cada noche llamando a una cosa llamada mamá a la que una vez sacaron al sol para que se la comiera toda, quizá, Atriella pudo haberla comprendido de no haber sido porque no conocía esa cosa a la que payasito nombraba “mamá”
A pesar de todo las bestias notaban como el ambiente comenzaba a cambiar conforme el las noches pasaban, la música en el circo se escuchaba más fuerte cada día, las algarabías cuando su acto daba comienzo aumentaban debido a que el público enmascarado parecía reproducirse como la suciedad, ella no estaba tan acostumbrada a los grandes públicos, tenía 12 años y solo tenía un pequeño acto antes de la bailarina principal aunque esta no parecía haberse sentido muy bien desde hacía un tiempo, tenía una pequeña cría de tres años, con el cabello como el de Atriella y los dueños decían que era du “hermano”. Aquel año fue su primer baile de pareja con un peso pesado.
Ahora era la bailarina principal en un acto de tres estrellas, bailaba para los grandes, mucha gente iba a verla pidiéndola para los actos privados, aquellos en donde la hiena se encargaba de entretener a su público privado dejándolos a todos más que satisfechos, los bailes eran más concurridos conforme llegaba aquella época del año, las noches en las que los peso pesado y los pesos ligeros se juntaban en una danza macabra en a la cual solamente los miembros más distinguidos de la concurrencia que visitaba el circo.
No conocía a su pareja de esa noche, el baile era secreto, el acto seria improvisado, las armas serian desconocidas y los pasos nacerían con la música, nuevamente sus ojos buscaron a lo lejos en la oscuridad, el acto aun no comenzaba sin embargo una curiosidad extraña nacía dentro de ella, la bestia de esa noche sería más grande que con las que normalmente compartía el escenario, eso era inusual pues normalmente las bestias tenia cuerpos compactos, rápidos y resistentes, aun siendo pesos pesados.
Afilo los ojos cuando la sacaron de la jaula tirando de la cadena que le aprisionaba el cuello, era el comienzo de todo, ya había llegado el tiempo, cuando salió al escenario lo primero que sintió fueron los gritos empedernidos de los elegantes hombres enmascarados en la gradas, una capa verde había cubierto el sonido desde afuera, ella lo sabía porque había salido una vez durante los juegos, pronto sabrían quiénes serían sus contrincantes de baile, y quien sobreviviría a la danza mortal.
Atriella- Cambiante Clase Baja
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Re: Oscuro circo de madera [Privado]
No podía verlo, pero sabía que la noche estaba cayendo, dentro de aquellas carpas de aspecto siniestro, pero tan comunes para él como para sus compañeros. No existía diferencia y tampoco existía real aprecio. Bajar la guardia habría sido una de las peores cosas que podría haber hecho. Cada vez que el escenario se iluminaba, por decirlo de alguna manera, los danzantes elegidos, el baile, intenso y sin ningún tipo de reglas. Todo lo que debía hacer era sobrevivir.
Conocía a pocos dentro de ese circo, en el que había pasado casi todos los años que llevaba viviendo. No sabía que había fuera de esas tierras, de esos bosques, podía oler las plantas pero rara vez las veía, la calma era para él, sentarse ahí, dormir y olvidar el mundo en el que vivía. No había cabida para su mente sobre lo que había más alla de lo que sus ojos habían alcanzado a contemplar. Si alguna vez había visto las ciudades, le parecían ajenas y lejanas, tan lejanas que no se molestaba en recordarlas.
Esa noche, la algarabía, los rumores y la emoción de los espectadores, por poco podía olerla y sentirla. Era especial, con aquellos encuentros que parecían casi al azar. Para él, lo sobrenatural era lo común, lo natural. Sus ojos, acostumbrados a todo eso no veían sino lo que ya sabía. Lo único que tenía que hacer era sobrevivir y llevar esa obra sin final.
Un peso ligero, habían dicho, escuchó el látigo del domador y muy a su pesar, el oso grizzley despertó. No importaba si su oponente era pequeño o tan grande como su propio cuerpo, en ese lugar las cosas no seguían la lógica o el sentido común. Como no lo hacía él acostumbrado a la presencia de quienes se presentaban bajo las carpas y otras extrañas siluetas.
Gruñó cansado y se movió lento como si su cuerpo pesara tanto que le costara dar un par de pasos. Pero dentro de poco ese mismo se movería más rápido, tenía que hacerlo. Adoraba dormir, porque cuando lo hacía, no soñaba, no veía nada y si lo hacía, los sueños, aunque extraños le apaciguaban. El cantar de un ave se escuchó. No era una de verdad, pero le conocía desde que había llegado. Se decía que no podía apreciar a nadie, pero lo hacía. Al ave, y era amigable con algunos otros, no intentaba aplastarlos con sus grandes patas o morderlos como hacía con quien le molestaba acabando de despertar. Claro, siempre y cuando estuviese fuera de la jaula.
Quien sería su acompañante el día de hoy, lo desconocía, el no lo sabía, que sería la que respondía al nombre de Atriella, cuyo acto parecía atraer más y más cada vez. Él se preguntaba qué clase de animal sería, porque a pesar del tiempo y que era también parte en la función de vez en vez, jamás la había visto. O tal vez si y lo desconocía, pero esa noche lo sabría. El rumor se había extendido, siempre había alguien cuchicheando y haciendo llegar a sus oídos las noticias, a veces el pequeño quetzal iba hasta su jaula. A veces llegaba, le decía algo y se ponía a cantar.
No tenía miedo. Nadie lo tiene cuando estas acostumbrado a jugar entre la vida y la muerte. Las lágrimas y el llanto del payaso eran las únicas que se escuchaban. Zahid no tenía por qué hacerlo, solo debía ir. No podía decir que odiase esa época del año. La adrenalina, una vez ahí empezaba a subir. No pensaba en ello, no se detenía, cada día que la función comenzaba solo sabía que para ellos la noche empezaba y con ello los actos que fascinaban a aquellos rostros, con esas expresiones tan extrañas se sucedía.
Pero el acto de hoy era especial. El domador permaneció cerca, quitó los grilletes con la hora acercándose y el sonido de las cadenas desapareció entonces y el bullicio llegaba con fuerza a sus oídos. Y eso aún no era nada. No había ambición, el que sobreviviera era el ganador y el siguiente que saldría de nuevo ala danza mortal. Observó con sus ojos pardos a su alrededor. Estaba oscuro, pero eso no le impedía ver. A pesar de ser un úrsido, no intentaría correr y alejarse de aquel lugar, ya había visto una vez a alguien intentarlo y al ver lo que le había pasado, no era lo mejor. Y quien a las ataduras habituado esta, aún sin ellas no intentará escapar.
La música, el violín empezó a escucharse, pensaría en que era una melodía algo macabra, de no ser porque solo había escuchado cosas similares. No distinguía las notas o los acordes, solo sabía si le gustaba o no. Como cuando el ave cantaba, eso le gustaba. Y siempre dormía. Si, él amaba dormir, siempre que podía solo se echaba y dormía. Ladeó la grande cabeza grisácea viendo muchos rostros que ya conocía, sentado esperando el anuncio de lo que se vendría. Aquella danza en medio de la espesura de la noche estaba ya por comenzar…
Conocía a pocos dentro de ese circo, en el que había pasado casi todos los años que llevaba viviendo. No sabía que había fuera de esas tierras, de esos bosques, podía oler las plantas pero rara vez las veía, la calma era para él, sentarse ahí, dormir y olvidar el mundo en el que vivía. No había cabida para su mente sobre lo que había más alla de lo que sus ojos habían alcanzado a contemplar. Si alguna vez había visto las ciudades, le parecían ajenas y lejanas, tan lejanas que no se molestaba en recordarlas.
Esa noche, la algarabía, los rumores y la emoción de los espectadores, por poco podía olerla y sentirla. Era especial, con aquellos encuentros que parecían casi al azar. Para él, lo sobrenatural era lo común, lo natural. Sus ojos, acostumbrados a todo eso no veían sino lo que ya sabía. Lo único que tenía que hacer era sobrevivir y llevar esa obra sin final.
Un peso ligero, habían dicho, escuchó el látigo del domador y muy a su pesar, el oso grizzley despertó. No importaba si su oponente era pequeño o tan grande como su propio cuerpo, en ese lugar las cosas no seguían la lógica o el sentido común. Como no lo hacía él acostumbrado a la presencia de quienes se presentaban bajo las carpas y otras extrañas siluetas.
Gruñó cansado y se movió lento como si su cuerpo pesara tanto que le costara dar un par de pasos. Pero dentro de poco ese mismo se movería más rápido, tenía que hacerlo. Adoraba dormir, porque cuando lo hacía, no soñaba, no veía nada y si lo hacía, los sueños, aunque extraños le apaciguaban. El cantar de un ave se escuchó. No era una de verdad, pero le conocía desde que había llegado. Se decía que no podía apreciar a nadie, pero lo hacía. Al ave, y era amigable con algunos otros, no intentaba aplastarlos con sus grandes patas o morderlos como hacía con quien le molestaba acabando de despertar. Claro, siempre y cuando estuviese fuera de la jaula.
Quien sería su acompañante el día de hoy, lo desconocía, el no lo sabía, que sería la que respondía al nombre de Atriella, cuyo acto parecía atraer más y más cada vez. Él se preguntaba qué clase de animal sería, porque a pesar del tiempo y que era también parte en la función de vez en vez, jamás la había visto. O tal vez si y lo desconocía, pero esa noche lo sabría. El rumor se había extendido, siempre había alguien cuchicheando y haciendo llegar a sus oídos las noticias, a veces el pequeño quetzal iba hasta su jaula. A veces llegaba, le decía algo y se ponía a cantar.
No tenía miedo. Nadie lo tiene cuando estas acostumbrado a jugar entre la vida y la muerte. Las lágrimas y el llanto del payaso eran las únicas que se escuchaban. Zahid no tenía por qué hacerlo, solo debía ir. No podía decir que odiase esa época del año. La adrenalina, una vez ahí empezaba a subir. No pensaba en ello, no se detenía, cada día que la función comenzaba solo sabía que para ellos la noche empezaba y con ello los actos que fascinaban a aquellos rostros, con esas expresiones tan extrañas se sucedía.
Pero el acto de hoy era especial. El domador permaneció cerca, quitó los grilletes con la hora acercándose y el sonido de las cadenas desapareció entonces y el bullicio llegaba con fuerza a sus oídos. Y eso aún no era nada. No había ambición, el que sobreviviera era el ganador y el siguiente que saldría de nuevo ala danza mortal. Observó con sus ojos pardos a su alrededor. Estaba oscuro, pero eso no le impedía ver. A pesar de ser un úrsido, no intentaría correr y alejarse de aquel lugar, ya había visto una vez a alguien intentarlo y al ver lo que le había pasado, no era lo mejor. Y quien a las ataduras habituado esta, aún sin ellas no intentará escapar.
La música, el violín empezó a escucharse, pensaría en que era una melodía algo macabra, de no ser porque solo había escuchado cosas similares. No distinguía las notas o los acordes, solo sabía si le gustaba o no. Como cuando el ave cantaba, eso le gustaba. Y siempre dormía. Si, él amaba dormir, siempre que podía solo se echaba y dormía. Ladeó la grande cabeza grisácea viendo muchos rostros que ya conocía, sentado esperando el anuncio de lo que se vendría. Aquella danza en medio de la espesura de la noche estaba ya por comenzar…
Última edición por Zahid el Miér Feb 20, 2013 3:46 am, editado 2 veces
Zahid- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 20/04/2012
Re: Oscuro circo de madera [Privado]
La mayoría de la gente gritaba naciendo las apuestas, nadie estaba seguro en que consistía el espectáculo, al menos las bestias no estaban seguras, pero para los humanos la lógica de aquellas funciones era fácil y básica, aquellos que tuviesen el dinero y contactos necesarios como para poder pagar semejante extravagancia podían asistir al circo en busca de algo de entretenimiento intenso, tan intenso que al finalizar la función la mayoría insistía en apartar su lugar por adelantado para presenciar nuevamente las demostraciones que el circo del bosque lograba montar, incluso aunque ninguno de ellos fuese a solicitar pronto sus servicios.
Atriella movía los ojos de un lado a otro, el murmullo colectivo de la gente se trasformaba de un leve susurro a un barullo bastante molesto, como el de las cigarras en el verano, o al menos eso era lo que decía el viejo siempre, claro que la chica podía tratar de repetir lo que viejo dijese en su cabeza cuantas veces quisiese, sin embargo nunca lograría entender completamente esas palabras, pues para llegar a eso primero debería saber que significaba “verano” y que eran “cigarras”, no es que fuese tonta, simplemente su conocimiento se encontraba limitado por las lonas, las rejas, y las cadenas de metas que colgaban de su cuello, muñecas y tobillos.
Atriella ladeo la cabeza ante el incomodo aro de hierro que rodeaba su pequeño cuello, ella no era consiente de eso, esas cosas no le interesaban, pero cuando por fin fuese liberada una marca oscura se ceñiría a su piel como una garrapata, recordándole por siempre su estadía en el circo. Su cabello hecho una maraña ordenadamente desordenada por los cuidadores tenia encima una pequeña florecita que favorecía a su aspecto confuso, se trataba de una gardenia recién cortada, aquel extraño artilugio le sugería muchas cosas a la cambia formas, entre ellas, que trataban de ponerla en desventaja ya que el olor confundía parcialmente su olfato, las cosas no eran así, los guardias solamente lo hicieron porque pensaban que le quedaba, pero eso también era algo que ella nunca llegaría a notar.
Una mueca de confusión se coloco en el siempre impasible rostro de Atriella, no sabia que era ese animal, siempre supo que los pesos ligeros y los pesados eran separados y actuaban en momentos diferentes, por eso nunca había visto uno, sin embargo ahora esa gran sombra salía de la entrada detrás de ella, era diferente a todos aquellos con los que había actuado antes, tenia todas las características de los cuadrúpedos, pero era grande y se movía lento, parecía bastante perezoso pero aun así Atriella estaba agradecida de que fuese parte de su equipo.
Analizando un poco mas a fondo a aquella extraña criatura podía notársele una gran fuerza, mas rápido de lo que aparentaba un zarpazo debía de ser mortal, además de que estaba siendo enviado en su segunda forma, lo cual debía indicar que estaba mas acostumbrado que ella a moverse en cuatro patas, lastima que ella no tenia la conciencia suficiente como para preguntarse acerca del porqué de todo aquello, porque si la hubiese tenido entonces podría haber hablado, y si hubiese sido así, ya no seria de utilidad para el viejo.
La hiena noto como el aire comenzó a cambiar reconociendo enseguida a sus rivales al otro lado de la carpa, no podía verlos pero si olerlos, se encontraban ansioso por comenzar a diferencia de ella que estaba mas que curiosa sobre su nuevo compañero, sin embargo no lograba distinguir su raza debido a la gran cantidad de gente en las gradas y la molesta planta en su cabeza, entonces pensó que quizás su compañero tendría un mejor olfato, de ser así que él se encargara de todo entonces.
Atriella movía los ojos de un lado a otro, el murmullo colectivo de la gente se trasformaba de un leve susurro a un barullo bastante molesto, como el de las cigarras en el verano, o al menos eso era lo que decía el viejo siempre, claro que la chica podía tratar de repetir lo que viejo dijese en su cabeza cuantas veces quisiese, sin embargo nunca lograría entender completamente esas palabras, pues para llegar a eso primero debería saber que significaba “verano” y que eran “cigarras”, no es que fuese tonta, simplemente su conocimiento se encontraba limitado por las lonas, las rejas, y las cadenas de metas que colgaban de su cuello, muñecas y tobillos.
Atriella ladeo la cabeza ante el incomodo aro de hierro que rodeaba su pequeño cuello, ella no era consiente de eso, esas cosas no le interesaban, pero cuando por fin fuese liberada una marca oscura se ceñiría a su piel como una garrapata, recordándole por siempre su estadía en el circo. Su cabello hecho una maraña ordenadamente desordenada por los cuidadores tenia encima una pequeña florecita que favorecía a su aspecto confuso, se trataba de una gardenia recién cortada, aquel extraño artilugio le sugería muchas cosas a la cambia formas, entre ellas, que trataban de ponerla en desventaja ya que el olor confundía parcialmente su olfato, las cosas no eran así, los guardias solamente lo hicieron porque pensaban que le quedaba, pero eso también era algo que ella nunca llegaría a notar.
Una mueca de confusión se coloco en el siempre impasible rostro de Atriella, no sabia que era ese animal, siempre supo que los pesos ligeros y los pesados eran separados y actuaban en momentos diferentes, por eso nunca había visto uno, sin embargo ahora esa gran sombra salía de la entrada detrás de ella, era diferente a todos aquellos con los que había actuado antes, tenia todas las características de los cuadrúpedos, pero era grande y se movía lento, parecía bastante perezoso pero aun así Atriella estaba agradecida de que fuese parte de su equipo.
Analizando un poco mas a fondo a aquella extraña criatura podía notársele una gran fuerza, mas rápido de lo que aparentaba un zarpazo debía de ser mortal, además de que estaba siendo enviado en su segunda forma, lo cual debía indicar que estaba mas acostumbrado que ella a moverse en cuatro patas, lastima que ella no tenia la conciencia suficiente como para preguntarse acerca del porqué de todo aquello, porque si la hubiese tenido entonces podría haber hablado, y si hubiese sido así, ya no seria de utilidad para el viejo.
La hiena noto como el aire comenzó a cambiar reconociendo enseguida a sus rivales al otro lado de la carpa, no podía verlos pero si olerlos, se encontraban ansioso por comenzar a diferencia de ella que estaba mas que curiosa sobre su nuevo compañero, sin embargo no lograba distinguir su raza debido a la gran cantidad de gente en las gradas y la molesta planta en su cabeza, entonces pensó que quizás su compañero tendría un mejor olfato, de ser así que él se encargara de todo entonces.
Atriella- Cambiante Clase Baja
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Re: Oscuro circo de madera [Privado]
Aplastado como estaba en el suelo, vio a la creatura pequeñita a su lado. De haber sido su forma humana, probablemente habría sonreído. Como no era el caso, pero siendo que saldrían justo a partor de ahí, se acercó olisqueando la flor en su cabeza. ¡Así que así lucían! Había percibido ese aroma antes, probablemente de esas habría por ahí afuera del circo, pues esta estaba fresca. Zahid ignoró las reacciones del canino y no se molestó mucho en fijarse en sus oponentes. No había prisa y de cualquier forma aquello seguiría el mismo curso.
Hizo un ligero sonido, que se escuchó como un gruñido, no uno para alertar a su compañera, más bien uno que demostraba su agrado. Atriella era una cosita pequeña, eso le gustaba, menos pequeña que el cantor, pero aún así, a él le gustaban las cosas chiquitas, porque eran muy diferentes de lo que él era y la curiosidad hacia eso le nacía.
Escuchó el látigo detrás de ellos y empujó con sus patas a la hiena. No es que intentara protegerla, o más bien, que alejarla de eso ayudara, pues tendrían que salir ya. un nuevo gruñido, en un intento extraño de comunicarse con ella. Se levantó caminando despacio para asomarse de nuevo. Esta vez sí que olisqueó tratando de saber quién estaba por salir al igual que ellos.
Aunque estaba acostumbrado al circo, esas ocasiones en las que salía a dar la cara al público en noches especiales podían ser una verdadera sorpresa, lo que te esperaba podía pasar de una cosa a otra y la verdad no se daba aún demasiada idea de cómo se decidía todo aquello. No es que le importara, pero a veces, en él se veían un atisbo de interés y de rebeldía a simplemente dejarse hacer. Debía ser su naturaleza porque lógica no había. Quería morder al domador tras escuchar el látigo por enésima vez.
Atriella, la bonita Atriella gruñía como él. Le hacía gracia porque era tan chiquita, lejos de molestarle, probablemente le gustaba. Como Joshua, le gustaba su compañía y a veces le protegía de otros, aunque eso le había ganado más de una reprimenda por andar haciendo cosas que no debía. El olor que llegó a él ¿Qué era? No lo reconocía ¿Qué clase de animal era? ¿Tal vez otro oso? Podía ser cualquier cosa, un león, un pingüino o una zebra. Ciertamente el solo reconocía las cosas que alguna vez había visto y habia muchos animales que desconocía. Joshua a veces se ponía a decir cosas, palabras que él no entendía. El muchacho hablaba y era de los pocos que veía que lo hacía. Probablemente porque su único trabajo era tocar, pero a él le dejaban leer, esas hojas con rayitas y símbolos que para él no eran más que eso y ningún significado tenían.
Rara vez sentía las ganas de ayudar o proteger a otro, la florecilla en la cabeza de su compañera le llamaba la atención. No sabía que se la habían puesto como un accesorio, bien podría haber sido una maceta, porque decían que las plantas solían ponerlas en ellas. Pero de una forma extraña el blanco botón le hacía ver de una forma que le llemaba tal vez demasiado la atención, por eso fue que pensó en comerse la flor. Un mero impulso, porque no le gustaba comer eso. Prefería otro tipo de cosas para eso. Y las luces se hicieron más intensas, haciéndole cerrar los ojos por un momento hasta que lgró adaptarse a ellas, si eran de colores no sabía de cuáles eran. Un día de esos le preguntaría al ave acerca de eso.
Movió su cabeza para que la acuchilladora le siguiera. Había que ir, entre más rápido, más pronto podría dormir.
Hizo un ligero sonido, que se escuchó como un gruñido, no uno para alertar a su compañera, más bien uno que demostraba su agrado. Atriella era una cosita pequeña, eso le gustaba, menos pequeña que el cantor, pero aún así, a él le gustaban las cosas chiquitas, porque eran muy diferentes de lo que él era y la curiosidad hacia eso le nacía.
Escuchó el látigo detrás de ellos y empujó con sus patas a la hiena. No es que intentara protegerla, o más bien, que alejarla de eso ayudara, pues tendrían que salir ya. un nuevo gruñido, en un intento extraño de comunicarse con ella. Se levantó caminando despacio para asomarse de nuevo. Esta vez sí que olisqueó tratando de saber quién estaba por salir al igual que ellos.
Aunque estaba acostumbrado al circo, esas ocasiones en las que salía a dar la cara al público en noches especiales podían ser una verdadera sorpresa, lo que te esperaba podía pasar de una cosa a otra y la verdad no se daba aún demasiada idea de cómo se decidía todo aquello. No es que le importara, pero a veces, en él se veían un atisbo de interés y de rebeldía a simplemente dejarse hacer. Debía ser su naturaleza porque lógica no había. Quería morder al domador tras escuchar el látigo por enésima vez.
Atriella, la bonita Atriella gruñía como él. Le hacía gracia porque era tan chiquita, lejos de molestarle, probablemente le gustaba. Como Joshua, le gustaba su compañía y a veces le protegía de otros, aunque eso le había ganado más de una reprimenda por andar haciendo cosas que no debía. El olor que llegó a él ¿Qué era? No lo reconocía ¿Qué clase de animal era? ¿Tal vez otro oso? Podía ser cualquier cosa, un león, un pingüino o una zebra. Ciertamente el solo reconocía las cosas que alguna vez había visto y habia muchos animales que desconocía. Joshua a veces se ponía a decir cosas, palabras que él no entendía. El muchacho hablaba y era de los pocos que veía que lo hacía. Probablemente porque su único trabajo era tocar, pero a él le dejaban leer, esas hojas con rayitas y símbolos que para él no eran más que eso y ningún significado tenían.
Rara vez sentía las ganas de ayudar o proteger a otro, la florecilla en la cabeza de su compañera le llamaba la atención. No sabía que se la habían puesto como un accesorio, bien podría haber sido una maceta, porque decían que las plantas solían ponerlas en ellas. Pero de una forma extraña el blanco botón le hacía ver de una forma que le llemaba tal vez demasiado la atención, por eso fue que pensó en comerse la flor. Un mero impulso, porque no le gustaba comer eso. Prefería otro tipo de cosas para eso. Y las luces se hicieron más intensas, haciéndole cerrar los ojos por un momento hasta que lgró adaptarse a ellas, si eran de colores no sabía de cuáles eran. Un día de esos le preguntaría al ave acerca de eso.
Movió su cabeza para que la acuchilladora le siguiera. Había que ir, entre más rápido, más pronto podría dormir.
Zahid- Cambiante Clase Baja
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