Después de todo...¿Qué es un grano de arena en la tormenta? {Pierrot}

Todo aquel tiempo vivido le había dejado ver las miserias del hombre en si mismo. No muchas cosas habían mejorado desde su transformación; y han sido largos mil años pisando esta tierra firme. El pasado se mimetizaba al presente sin mucho esfuerzo. En París los hombres y las mujeres; antes llamados Caballeros y Damas, se encontraban en una eterna disputa por saber quien era más audaz, carnal y lujurioso. Y Katherine, no salía de aquel engrosado margen de personas.

Pero ella no era menos que ellos... Era un ser eternamente sediento por su sangre; por su elixir escarlata, por su vida, sus pasiones y hasta de su último suspiro. Las súplicas habían llenado no sólo sus oídos de aquel placer, incitaron alguna vez su frenesí. Mas de nadie era la culpa del monstruo que ella misma se había transformado por aquella ambición, la belleza y el poder la cegaron al punto de destruir todo lo que apreciaba, estacándola en un circulo vicioso del cual el tiempo se olvidaría de controlar.

Katherine recorrió una vez mas aquel penumbroso camino de tierra que llegaban a las ruinas de su antiguo hogar, esa huella la llevaba directamente a la mansión que había edificado sobre los escombros de su pasado humano. Caminó a paso lento. Tras de si, la cola de su vestido se arrastro por la arena. Vestía un fino atuendo color marfil, de esos que no se colocaba a menos que supiera que iba a ensuciarse. Sus pasos eran lentos, aunque seguros... Pocas horas faltaban para el amanecer y no llevaba apuro. No llevaba apuro alguno.

Como aquel refrán; si las tentaciones te persiguen, corre despacio, para que te alcancen. Probablemente quería que los cálidos brazos del sol la alcanzaren, y le abrasasen una vez mas tras tantos siglos.

A su alrededor, las hojas de los frondosos arboles que marcaban el camino eran agitadas por una caprichosa brisa; que les hacía moverse de un lado a otro, y a su vez corría sus cabellos traviesamente a merced de sus deseos. Levantaban el polvo que rasguñaba su níveo rostro, que formaba torbellinos de arenas danzantes frente a ella. Los cuales, en algún lugar inhóspito de costumbres muy diferentes a las que conocía en este; su país de origen, decían que los remolinos de vientos era el diablo aproximándose.

Tomada de las manos, continuó su camino, traspasando los pequeños torbellinos con la vista perdida en el horizonte. Ella se encontraba en un punto crucial, en su momento mas caótico, en el que tras pensar justificaciones a todo su despilfarro no encontraba mas que la misma respuesta que le había salvado la vida un par de veces siglos atrás. < Es lo que soy, lo que debo ser... Lo que quiero ser, yo lo escogí. > Esta vez no servía. Porque esta vez era ello mismo lo que la perseguía.

Miró en dirección al cielo. Tantos siglos a la penumbra había olvidado cuan brillante era el sol, puesto que la Luna no es mas que un lastimero reflejo que el astro rey le envía. Permitió que sus piernas cedieran al peso de su cuerpo, dejándose caer al piso cual cuerpo muerto; y ello era ciertamente, una ironía. Mantuvo sus ojos fijos en las estrellas, en las que las nubes grises permitían ver.

Así se quedaría a esperar lo que primero sucediera. Que una potencial víctima se presentara; ya que hacía un par de días se había abstenido a tomar sangre fresca de cuerpos humanos, y de cualquier otra fuera. Por lo que su cuerpo, instintos y necesidad comenzaban a impulsarla por tomarla, completamente contra su verdadera voluntad. ¿Pero a que motivo?... Si cedía a tal deseo, volvería activar ese diabólico y obsesivo circulo lleno de vicios, pasión, lujuria, tinieblas y frenesí. Lo segundo que podría ocurrir sería la alborada... Y por ello estaba allí, en aquel camino desolado; para jugar su última apuesta contra el destino, jugando su rey en un irreversible JAQUE; en el que entregaba todas sus piezas en una jugada que estaba destinada a perder. Y esas eran sus intenciones.

Terminar con su existencia no solo acabaría con la miseria que terminaba por ahogarla. Exterminaría los recuerdos, quitaría de peligro a todo aquel que se le presentase enfrente y finalmente; si existía una vida después de la muerte, lo averiguaría dejándose arrastrar a los confines del infierno... Esperaba ser bien recibida en los brazos de Lucifer a su llegada.