De todo cuanto se pierde y no se puede volver a recuperar {Libre}

por **Éline Rimbaud** Mar Jul 24, 2012 4:37 am

Ah, pero miradla. ¿Qué hace Éline en ese lugar, en ese circo de lo absurdo? ¿Qué busca Éline entre los escombros? ¿Vida, alma, un sentido a todo esto? No, sólo comida (¡comida!, lo más mundano que pueda haber, y lo más negado a muchos), porque el hambre se hacía tan fuerte que le ataba las entrañas y quería vomitar. Pero tenía nada en su estómago para ello.

Qué imagen tan deplorable la que se llevaba a cabo. ¡Y pensar que eso mismo se repetía en cada esquina de París! Qué desgracia la que acontecía en la Ciudad de las Luces. Desgracia. Había hecho de ella su lema.

Y todos los demás, desgraciados también. En ese circo de lo extraño, rodeada de gente extraña e irracional. Y en un ataque de ira, frustración y enfado con el mismo mundo, Éline arrojó el puñado de nada que había encontrado.

"¡Nada! ¡No hay nada, Señor Maspero!. Las tripas se me agarran, y algo en la garganta me dice que lo expulse todo. Pero, ¿cómo? Si no hay nada. ¿También quieren lo que no tengo?"
Como una cría, sus ojos se volvieron vidriosos. Se dejó caer en el suelo, en medio de aquellos desterrados, y ella, la más paria de todas. Algunos la miraban al pasar, con pena o espanto.

¡¿Espanto?! ¿de quién tienen miedo? Si eran ellos también, con sus coloridos, máscaras y música, los más espantados de todo París. Eso, eso. ¡Que huyan! ¡Huye, perro, huye! Para que no puedas escuchar al león que ruge. Ruge de pena. Pero ni si quiera esos rugidos pueden acallar el Mal que acecha a ese rincón. El rincón donde Éline pasea su catástrofe. La de ella misma. Éline era su propia desgracia.

"Shh...Ay, Éline. Mi Éline. No decaigas ni desfallezcas. Sé que quieres avanzar, y cuanto más avanzas, más tira de tí tu pasado. Te estás haciendo pedazos. Pero todo lo roto se puede volver a arreglar. Todo acaba al final"

Sí. Todo acaba, le había gorgeajo el Señor Maspero. Pero lo que no le había dicho a la pelirroja era cuándo.

por **Anatole Dufort** Mar Jul 24, 2012 10:01 am

El circo no era un lugar el cual solía habituar. No por que no le gustara, sino porque obviamente no tenía con que pagar la entrada, por lo que nunca había asistido a una función entre el público, sin embargo, conocía bien el sitio, pues el circo ofrecía ocacionales trabajos sucios para quien fuera lo suficientemente sucio (o desesperado en su defecto) para aceptarlos.

Ese era precisamente el caso. Desesperación, por un par de monedas.

Anatole había estado trabajando desde las 2 de la tarde, limpiando las jaulas de los leones. Aquellos reyes del reino animal, parecian deplorables y tristes encogidos en sus pequeñas jaulas sucias, Anatole no les tenia miedo, sólo lástima y deseaba secretamente poder liberarlos, para que corrieran libres hacía los bosques y cazara a sus anchas. De corazón a corazón, un cazador entendía ese sentimiento.

Había terminado la jornada y el capataz del circo le había arrojado unas monedas por su trabajo, no era la gran cosa, ni era tampoco suficiente, pero era 'algo' y ese valía más que nada. Con el cuerpo olíendo a una mezcla de Leon, Tigre y Gato, nuestro joven cazador bordeó la carpa para dirigirse a las jaulas de los animales y despedirse apropiadamente, después de todo, esos animales eran los actores indirectos de su trabajo.

Entonces se encontró con un cuerpo frágil y famélico, hechado en el suelo sucio de gravilla, una mujer tan delgada como su madre (Lo cual no era bueno), Anatole corrió hacía la chica y se arrodilló a su lado.

- ¿Esta bien Madame? ¿Necesita ayuda? - Preguntó, sin embargo no quizo esperar una respuesta pues la mujer parecía muy débil y en su rostro era evidente que lo que la atormentaba era la hambruna. Anatole conocía muy bien el rostro nefasto del hambre, y esa mujer lo tenía - Necesita comer- Murmuró mientras pasaba los brazos alrededor de ella y la alzaba, cargándola entre sus brazos, de seguro, la chica no podía ni sostenerse en pie. Ahora la pregunta era ¿A donde iba a llevarla?

(( Off: Me gustó el tema! *-* ))

por **Éline Rimbaud** Vie Jul 27, 2012 5:00 am

Los monstruos del hambre y la desolación, ésos eran sus compañeros en aquella feria que era París. Le nublaban el ánima, le devoraban las fuerzas. Insaciables, estaban insaciables de sus cabellos rojos. Tanto que ni si quiera le dejaban fortaleza para hablar.

"Te estás haciendo pedazos", le dijo el Señor Maspero. Y ella no podía oír lo demás. ¡Pues que así fuera! ¡Que muriera allí! Otro cuerpo disecado para la putrefacta ciudad. Un trofeo malherido para la historia de París.
"No", oyó Éline que volvía a hablar su ruiseñor.
"¿No? ¿Por qué no? ¿Qué debo y qué me deben?"
"Tienes miedo. No sabes lo que hay al fondo. ¿Y si no hay nada?"
"Nada. Eso seguro. Porque de Dios ya no soy, y sólo tengo la puerta del Infierno o de la Nada. Y me gusta más la de la Nada. ¿A quién no?"

El Señor Maspero lloró de frustración ante tan duras palabras. Éline se estaba dejando ir. Fría y sólida quedaría para siempre la pelirroja en ese lugar, sin gloria y mucha pena a rastras.
"¡Maldita sea! Éline, carga tu desengaño y llévalo a la espalda. Todo lo roto se puede volver a arreglar. El Lobo"

El Lobo. El Lobo sería su desgracia y su fortuna. Y sin embargo, sin embargo... ¿Dónde estaba el Lobo ahora? ¿Por qué no eran sus propias garras las que le abrían las entrañas y le sacaba todo el sufrimiento?

El Lobo no acudió, y Éline quiso entregarse a su abrazo. El de la Muerte. Pero el malévolo Destino no iba a dejar a su más brillante premio escapar por las buenas, y mandó a un ángel exterminador.
El ángel le decía cosas, pero Éline no escuchaba bien; las arañas de su cabeza le inyectaban de veneno para que no pudiera escuchar.
"¿Qué dice el ángel, Señor Maspero? ¿Qué dice?"
"Shh...Dice que todo está bien, que todo está bien. Que vas a vivir"
Los ojos de Éline se volvieron acuosos, pero no sabía si de pena o alegría.
"Tienes razón. Me da miedo el final. Allí hay gárgolas y leviatanes. Pero al menos se sabe cómo son, no como aquí. Aquí los monstruos parecen ángeles y los ángeles son demonios. Sí. Ángeles con colmillos de víbora"

Y mientras, el hambre no se separaba de ella, cubriéndola por detrás con el cariño de una hidra. Y con el hambre a un lado y el ángel exterminador al otro, a Éline se le partían las tripas.

por **Anatole Dufort** Vie Jul 27, 2012 10:07 am

La chica no reaccionaba, ni con sus palabras, ni inclusive cuando la alzó en brazos. Cualquier dama se sentiría avergonzada de ser levantada así, pero ella estaba seminconsciente, inclusive parecía murmurar cosas del más allá que sólo lograron poner a Anatole más nervioso. No pesaba mucho, si mucho un poco más de 40 kilogramos, sus brazos eran escualidos al igual que sus piernas, la mujer debía llevar por lo menos unos 3 días sin comer, pensaba el chico mientras caminaba con ella, hacía la parte trasera del circo, donde había estado limpiando las jaulas de los Leones y Tigres.

Anatole había pasado días sin comer también, en el pasado había preferido entrar la poca comida que había conseguido a su madre y abuelo y por consiguiente él había pasado hambrunas que sólo habían dejado retorcijones de tripas y dolores de cabeza. El joven aprendiz, llevó a la mujer demasejada y la depositó sobre unas cajas de madera cerca a las jaulas donde los animales la observaron con curiosidad. La gente del circo se encontraba aún ocupada en la función y no había prácticamente nadie por ahí. Buscó con la mirada afanoza, algo que ofrecerle a la chica, pero todo lo que encontró fue a los tristes animales mirándolo en la noche oscura.

De pronto divisó a un chico, no mayor de 16 años, vestido de payaso, que estaba rebuscando algo entre una de las carpas, Anatole corrió hacía el chico - Buenas noches jovencito - Le saludó - ¿Tiene usted algo de comida que pueda ofrecerme?- El chico lo miró de arriba a abajo y le extendió la mano en señal de que necesitaba dinero a cambio, Anatole se sacó un par de monedas que había ganado con esfuerzo en esa jornada y se las entregó. Entonces el chico se metió en la carpa y reblujó cajas, haciendo sonidos metálicos con las ollas y otros utencilios, cuando finalmente salió, traía una canasta tejida con un par de manzanas y un pan horneado. El pan no parecía muy fresco, pero tampoco olía mal, con suerte, el chico lo habría comprado esa mañana.

Se alejó corriendo del chico y arribó donde permanecía la joven, la levantó cuidadosamente por la espalda, apoyándola entre sus brazos para que no fuera a caerse y partió un pedazo de pan y se lo ofreció - Madame... es algo de pan, cómalo por favor - Inquirió mientras le acercaba el alimento a los labios.

por **Éline Rimbaud** Dom Ago 12, 2012 5:20 am

Y el ángel exterminador la llevó al infierno, al más puro infierno animal. Donde los leones y los tigres rugían su pena. La de ella, la de Éline, y la suya propia. Porque Éline creía que era la misma. Todas las penas son iguales, en el fondo. Todas las penas son por algo que se ha perdido. En su caso; la inocencia. Se la robaron, pero primero la retorcieron, como a un gusano. Y después se la escupieron a la cara. "Haz lo que quieras con ella". Y, ¿qué podía hacer Éline con una inocencia rota? Tornarla en locura.

La pelirroja casi no sentía. Se le ahogaban las fuerzas entre las garras de las fieras. Pero las fieras estaban encerradas en sus jaulas, por lo que ni si quiera podía lanzarse a ellas para que la desgarraran. Para que la desgarraran y le arrancasen ese hambre infernal.

Pensaba que el ángel iba a dejarla allí. "Corre, corre, corre". Éline no iba a culparlo, porque todos huían a la larga. El ángel desapareció a lo lejos, como en una bruma de estiércol y sombras. Las sombras de un circo que sólo admitía a las rarezas. El circo de los desgraciados, podría llamarse. Y Éline pensó que ése sería un buen lugar donde morir.
"Con los monstruos, con los deformes, con los gusanos y las ratas". Un precioso lugar donde morir, rodeada de sus miserias.

Pero, ¡ah! Que Éline olvidaba que los ángeles no dejan morir a nadie. No. Porque a ellos también les gustaba ver sufrir, eso la pelirroja lo sabía seguro porque el Señor Maspero se lo había dicho muchas veces. El exterminador volvió, con algo entre las manos que ofreció a la demente.

Como una culebra, la mano de Éline voló rápidamente en dirección al trozo de comida, y lo agarró con fuerza, contra el pecho, como si temiera que los leones o los leviatanes pudieran llevárselo. Comenzó a dar mordiscos salvajes. Era el hambre. El dios Hambre, que la hacía comportarse como una bestia. "Sí. Una bestia. ¿No te acuerdas de la rata? La rata, su sabor. Mmm...Querías más, ¿no es así? Te hubiera gustado también pobrar sus tripas, a ver cómo sabían"

Pero esta vez no era rata, era pan. ¡Pan! Éline quería llorar de alegría, pero había gastado todas sus lágrimas. Hacía mucho que se le había olvidado como llorar. Y la tripa se le llenaba con ese alimento, notaba como se le volvían a unir, y el lazo que lo apretaba tan fuerte comenzó a aflojarse un poco. Pero siempre lo tendría atado. Porque ella creía que ese dolor era causa de un hambre voraz, pero se equivocaba. Era el dolor de su propia culpa.
-¿Te ha enviado él? -preguntó por fin Éline a su ángel exterminador. Y por él Éline se refería a su Víbora. Porque sólo ella era capaz de enviar a alguien para mantenerla viva para seguir sufriendo-. O quizá sea el Lobo, porque él también quiere verme sufrir, aunque no lo sepa aún. O las voces. Las voces también me taladran la cabeza.

por **Anatole Dufort** Lun Ago 13, 2012 2:40 pm

Observó con una mezcla de angustia y tristeza como la mujer devoraba literalmente el pan que le estaba ofreciendo, parecía como si no hubiera comido en días, pues no podía ocultar la desesperación en sus ojos claros, el joven cazador se sintió feliz de poder ayudar a alguien en tan terrible desgracia, de haber pasado de largo la joven habría muerto de seguro. Él mismo no tenía mucho dinero, de hecho acababa de gastarse el dinero que muy probablemente compraría su propia comida y la de su madre, ahora tendría que trabajar el doble de duro.

Pero no importaba, ver la forma en la que esa mujer comía, era una gran satisfacción. Sonrió extrañado cuando ella comenzó a decir cosas extrañas, al comienzo no comprendió muy bien, pero luego atinó a creer que quizás la pobre mujer estaba alucinando por su estado. ¿Estaría enferma? Se cuestionó, había visto muchas personas delirar en las calles del a corte de los milagros, ese lugar olvidado por el hombre y por Dios, allí morían las almas en miseria todos los días y a nadie le importaba.

- No me ha enviado nadie - Comentó con una sonrisa, aunque sus ojos estuvieran llenos de tristeza - Me llamo Anatole Dufort - Agregó y la ayudó a sentarse sobre la madera para que estuviera en una posición más cómoda para comer y no fuera a ahogarse, puso la cesta con las manzanas, observar la cesta le hizo recordar a Galatea. esa amable mujer que le había invitado a comer un par de días atrás - Estaba trabajando aquí en el circo, porque... es difícil conseguir trabajo en estos días - Le explicó - Me encargaba de alimentar los animales y ya terminaba mi turno, cuando usted se cruzó en mi camino madame ¿Cual es su nombre? -

Habían personas buenas, reflexionó, como esa mujer Galatea que compartió el manjar con él sin pedirle dinero a cambio, por eso se sentía en deuda con la vida y ayudar a esta pobre mujer, era apenas una pequeña retribución. - ¿Se siente mejor? -

por **Éline Rimbaud** Vie Ago 24, 2012 1:28 pm

Y seguía sin saber cuál era el secreto que durante tanto tiempo le había martirizado el corazón. Aquel ángel exterminador la había salvado, ¿podría existir ser más puro? Porbablemente, si Éline no estuviera destinada a una condenación eterna con el Lobo, hubiera sido tal ángel el que la liberase de ahogarse en sus propios pesares. Pero muy tarde llegaba el querubín para tal empresa, pues, aunque bien el cuerpecillo de la pelirroja había sido rescatado de un abismo casi insalvable, el alma retorcida de la demente ya no daba más de sí, y únicamente los monstruos y los felinos tenían cabida en esa locura.
Y el Lobo, claro, el Lobo. Ah, cómo olvidarnos del villano de esta función. Que no era la Víbora como muchos piensan. Pero tiempo al tiempo... Tiempo al tiempo.

Ahora, lo que nos otorga es el relato de Éline y el ángel exterminador, de nombre Anatole Dufort. Pero la pelirroja no era un ser que se dejara guiar por nombres, apellidos, castas o sexos. ¡No! Si ni si quiera ella recordaba cómo se llamaba. El Señor Maspero se lo tenía que recordar una y otra, y otra vez. Y ahora el ángel se lo preguntaba. ¡Ja! En menudas manos había venido a parar. Pero, ¿qué le ocurría a todos en la condenada París? Obsesionados con ese "nombre". ¡Si tan sólo eran unas letras pegadas a otras! Y ni eso era capaz de querer recordar.
-Me preguntas mi nombre, pero yo tengo muchos. El más común; locura. Y no me acuerdo de más... Siempre se me olvidan.

Éline lo miró con ojos desconcertados. ¿Qué tipo de broma era aquélla? ¿La Víbora se divertía mucho con ésto? ¿Por qué el ángel le había preguntado cómo se sentía? Lo inspeccionó una vez más, de arriba a abajo, intentando destapar la farsa. Pero del ángel sólo emanaba una luz. Éline trató de rechazarla. ¿Para qué cojones quería ella una luz? Si así estaba bien, entre tinieblas. Allí la Víbora no le hacía daño por mucho que le mordiera.

No hay más ciego que el que no quiere ver.

-¿Me preguntas... me preguntas cómo me siento? -casi le entraban ganas de reír si supiera cómo-. ¿Acaso quieres saberlo? La respuesta es desagradable, retorcida y complicada. Por eso la gente no quiere saberla y no preguntan. Y pasan de lado sin mirar. ¡Cómo si a mí me importara una mierda si miran o no! -escupió-. Pero a tí... A tí no te ocurre. Tú no eres de los que apartan la vista. No te vela el sentido de la falsa modestia ni la hipocresía de un Dios al que no le importamos.

"Es especial", le dijo el Señor Maspero, "No de la misma manera que el Lobo, la Víbora o incluso la Fuerza indómita. Es otro tipo de sensación. Especial en su pureza, como el joven monaguillo, ¿te acuerdas?"

Cómo olvidarlo. Por él y sólo por él escapó de la cárcel de cuervos. Fue después de que lo hiciera su Fuerza, y ya no sabía donde la dejó.
-¿Por qué? -fijó sus ojos cristalinos en él-. ¿Por qué lo has hecho? No esperas nada a cambio, puedo vértelo en las entrañas. Pero tampoco es posible que exista nadie tan desinteresado. Todos buscan algo. -"Aunque sea un nombre"

por **Anatole Dufort** Lun Ago 27, 2012 6:55 pm

Aquella era la primera vez que el joven Anatole se sentía tan desconcertado, ella parecía una serpiente escurridiza, delgada y enorme que se movía en ángulos imposibles, arrastrándose suavemente y él, un blanco, pequeño y simple cordero, perdido en la inmensidad, con ojos francos e inocentes, sin sospechar lo que vendría a continuación. Se imaginó la escena y se preguntó si, durante toda su vida estaría condenado a eser ese corderito y nunca tener el papel del depredador. Luego vino otra pregunta ¿Realmente quería cambiar de papel?

La mujer no le dio el nombre, a cambio le dijo que estaba loca. Anatole parpadeó con sorpresa, tragó saliva y preguntó con inocencia - ¿De esa locura de la que hablan en el Sanatorio? ¿o de la locura de quienes somos idealistas y soñadores? - Porqué de algún modo, ver el mundo distinto y pensar que se podía hacer algo por él era considerado una locura en esa sociedad. Anatole lo sabía y no tenía la más mínima intención de manifestarlo, pues no quería morir quemado en una plaza pública.

La respuesta sobre si sentía mal o bien fue mucho más compleja e inteligible que un simple 'mucho mejor gracias' que era quizás lo que esperaba, pero comenzaba a darse cuenta de que esa muejer no era del tipo que respondía con un simple 'gracias', al parecer había algo oscuro revolviéndose en su cabeza de cabellos rojizos y se preguntó si alguien conocería todo lo que se escondía tras esa mirada perdida y escabrosa.

- Las personas que pasan a tu lado y sólo ignoran... son ignorantes - Exclamó frunciendo el ceño - Ignorantes y cerdos - Hizo un puchero y miró hacía el cielo - Los cerdos son animales y de hecho son animales nobles - Meneó la cabeza - Pero esas personas que menosprecian al prójimo porque es diferente o porque tiene menos dinero... no pueden ser ni siquiera comparados con animales-

Se encogió de hombros ante la última pregunta extraña. A Anatole no se le había ocurrido pensar en otra posibilidad, es decir, si vez a una mujer moribunda ¿Porqué pasarías de largo sin ayudarla? Ni siquiera había contemplado la posibilidad de ignorarla y continuar, no estaba en su naturaleza , así no lo había criado el abuelo - Porque es lo correcto - Respondió simplemente - A mi nadie me ha dado de comer cuando he estado muriendo de hambre en las calles, a mi nadie me ha ayudado cuando mi madre ha estado tan enferma... pero... de alguna forma siento que es lo correcto que debo hacer... soy un caballero después de todo, si quiero convertirme en un buen cazador ¿No debo comenzar con los valores éticos? -

por **Éline Rimbaud** Dom Oct 07, 2012 9:32 am

Verdades como puños salían de la boca de aquel jovencito del que Éline estaba segura que no era -no podía ser- de este mundo. Porque este mundo era cruel y atroz, y mentiroso. Y sólo había personas crueles y atroces, y mentirosas allí. Pero el ángel exterminador, de nombre Anatole Dufort, no era cruel, ni atroz, ni mentiroso. Eso lo pudo saber la pelirroja nada más posar la vista en él.

”Somos”, el ángel había dicho somos. De quiénes somos idealistas y soñadores. Pero, ¿sabía Éline qué era soñar? Soñar un sueño, un destino. No, Éline hace mucho que no tenía derecho a eso. Se lo arrebató la Víbora. Pudiera ser... quizá, el Lobo le había dado algo por lo que soñar. Pero era algo que normalmente dolía, una sensación funesta e insólita, que la demente era incapaz de catalogar. Porque para ella sólo podían haber tres cosas: El desconsuelo, la angustia y el pesar. ”Todo lo mismo. Lo único que has recibido y lo único que puedes dar”

Sueños e ideales. Los sueños e ideales eran para los románticos.

-No, Ángel. Yo no sueño, pero sí he estado en eso que llamas Sanatorio -Éline se encogió de hombros-Ellos me repetían una y otra vez lo loca que estaba, hasta que me lo creí, supongo -hizo una pausa, rememorando, posiblemente, las vejaciones de aquel lugar. Pero la mente de Éline era una mente efímera, que olvidaba con frecuencia. Todo menos una cosa-. ¿Y tú, Ángel? ¿eres de los que pueden darse el lujo de soñar? -parecía un reproche. Nada más lejos de la realidad de esta pelirroja.

Y... ¿qué hacía el Señor Maspero mientras, tan callado? Observar la conversación maravillado, claro está. Posiblemente, él también había quedado sorprendido por la pureza e integridad de aquel Ángel Exterminador, que cualquier diría que ese era su sobrenombre, porque no podía existir en él más luz de la que ahora le cegaba. Se preguntó si lo podría llevar ante la Víbora. Dicen que a las serpientes se les agarra por la cabeza y se les mata. Pero es que su Víbora era muy esquiva. Mordía con saña, hincaba los dientes hasta el hueso.
-Lo correcto... -murmuró, repitiendo las palabras del joven-. Eres una persona extraña para estos tiempos. ¿Sabes? Dicen que estoy loca, pero no porque esté loca dejo de comprender. Guárdate esa luz para otros, porque yo no la merezco -casi fue una sonrisa ladeada. Casi.

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